Opinión
septiembre 2016

Colombia y Venezuela ante los desafíos de la paz

Mientras Colombia parece abrirse a la paz, Venezuela empieza a sumergirse en el caos. Lo que sucede en un país ¿puede afectar al otro?

Colombia y Venezuela ante los desafíos de la paz

Con más de dos mil kilómetros de frontera común, que en algunos de sus puntos es de las más dinámicas de América; lazos históricos que se remontan a la conquista y, según la estimación que se considere, de uno a cinco millones de colombianos en Venezuela; es imposible que lo que ocurra en un país no influya en el otro. Especialmente cuando en los últimos sesenta años sus relaciones han estado marcadas por dos fenómenos muy importantes que parecen estar llegando a su fin: el conflicto armado en Colombia y la paz y la prosperidad que la renta petrolera ayudó a forjar en Venezuela. La firma de los acuerdos de La Habana y el inicio de las negociaciones en Caracas con el Ejercito de Liberación Nacional, junto a la situación cercana al colapso económico que vive Venezuela, representan un cambio que necesariamente incidirá en dinámicas de largo calado histórico e importantes implicaciones económicas y sociales a ambos lados de la frontera.

Dos imágenes nos indican la complejidad del proceso. La primera es la de los inmigrantes colombianos deportados de Venezuela en agosto de 2015. Bajo la acusación de ser ilegales y de fomentar la escasez con el contrabando de extracción, todos pudimos verlos atravesar el río Táchira con sus pertenencias. La segunda se produjo exactamente un año más tarde y nos presenta a miles de venezolanos entrando a Cúcuta para comprar las medicinas, los alimentos y repuestos automotores que son casi imposibles de hallar en sus localidades. A simple vista resulta paradójico que un país en la bancarrota pueda darse el lujo de deportar ilegales, así como el hecho de que al mismo tiempo sufra una importante escasez de productos básicos pero tenga tantas personas con capacidad para consumir en el mercado externo.

Esa extraña combinación de abundancia y escasez es una de las tantas características que han hecho difícil explicar el proceso conocido como la Revolución Bolivariana. Mientras se profundizaba la crisis del modelo rentista-petrolero iniciado en la década de 1980, se vivió uno de los mayores booms de los precios del crudo de la historia venezolana. Por las rendijas que abrieron estas contradicciones hallaron una oportunidad muchos de los deportados de 2015. En realidad, no hicieron sino participar en un juego que estábamos jugando con alacridad todos los venezolanos, pero ellos resultaron unos estupendos chivos expiatorios cuando las desastrosas consecuencias del modelo económico comenzaron a hacerse sentir. Se trató de una nueva oleada de inmigrantes que está por estudiarse y que resulta imposible cuantificar. Se diferencia de la producida en las décadas de 1970 y 1980 por sus motivaciones: muchos no son inmigrantes económicos sino desplazados por el conflicto. No hay datos preciosos, pero según la ACNUR y el Servicio de Jesuitas para Refugiados, se trata de alrededor de doscientas mil personas. Hay razones para pensar que muchos desmovilizados de las autodefensas y sus familias llegaron entre ellos.

Al hecho de simplemente huir de la violencia y de encontrar una frontera porosa para lograrlo, se unieron otros motivos fundamentales. Dentro del complejo ajedrez de enfrentamientos y negocios que definió las relaciones de Hugo Chávez con Álvaro Uribe, se les ofrecieron a los ciudadanos colombianos muchas facilidades para regularizar los papeles y así poder beneficiarse de los diversos programas de ayuda. Esta cedulación de colombianos fue denunciada como una política de compra de votos. Pero durante la crisis de 2015 muchos de estos documentos se declararon inválidos, hecho que les impedía acceder a los racionamientos y, en algunos casos, significó su deportación.

El otro elemento central fueron los controles del gobierno que, gracias a los petrodólares, pudo mantener el precio del dólar de los productos básicos artificialmente bajos. Incluso cuando gracias a las expropiaciones y otras políticas cerró el 50% del parque industrial, la bonanza petrolera permitió suplirla con importaciones. Fue una burbuja que ayuda a explicar la popularidad de Chávez y que, como sabemos, acabó explotando. El control de cambios creó el llamado mercado paralelo, donde se puede comprar dólares a un precio mucho más alto; y los controles de precios, tan pronto la caída de los precios del petróleo, hicieron imposibles las importaciones y estalló la escasez. Se desarrolló, asimismo, el bachaqueo o bachaquerismo, un amplio mercado negro, interno y externo. Las dos situaciones produjeron un negocio pingüe: comprar productos regulados en Venezuela, llevarlos de contrabando a Colombia, venderlos en pesos, comprar dólares con ellos y luego venderlos en mercado paralelo venezolano a altos precios. Por ejemplo, si un kilo de harina de maíz cuesta el día de hoy 190 bolívares y es vendido a 2.600 pesos, con ellos se puede comprar en Cúcuta un dólar que después, en mercado paralelo, se vende a mil bolívares en San Cristóbal. Como vemos, el bachaqueo es una consecuencia, no una causa, y todo indica que detrás hay grandes mafias binacionales, pero el gobierno encontró en él y en los nuevos inmigrantes colombianos (una ínfima minoría de todos) a los culpables perfectos de los males.

Pero toda historia tiene varias caras. Entre tanto, ahuyentados por las políticas de Chávez y una crisis en ascenso, muchos capitales venezolanos comenzaron a emigrar a Colombia y segmentos profesionales cruzaban la frontera con ellos. Algunos, al igual que los inmigrantes colombianos, aprovecharon la sobrevaluación de la moneda, pero para comprar inmuebles o matricularse en una universidad para obtener una visa y el derecho a recibir una remesa (otra ventaja del bolívar sobrevaluado, aprovechada por igual por inmigrantes en Venezuela y venezolanos que emigraban). Un mejor clima de negocios y la disminución de la violencia han hecho que más de veinte mil venezolanos se hayan mudado a Colombia en los últimos diez años, aunque el número debe ser mayor con los colombianos nacidos en Venezuela con derecho a la nacionalidad que regresaron al país de sus padres o abuelos. Colombia parece abrirse a la paz y Venezuela sumergirse en el caos. Esto cambiará sin duda algunas tendencias, pero la forma en la que se manejen las desigualdades sociales, se haga justicia y se garantice un crecimiento que produzca bienestar para todos, marcará el proceso. Ese es el reto del actual proceso de paz a ambos lados de la frontera.



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