Opinión
septiembre 2019

«El marxismo cultural tiene la culpa de todo» El pensamiento de los cerebros del bolsonarismo

Ernesto Araújo y Olavo de Carvalho, dos de los principales gurúes del bolsonarismo, sostienen que las ideas de Gramsci son nefestas para la familia tradicional y culpan al teórico literario marxista Georg Lukács por la presencia de una dictadura invisible que adoctrina a los niños en las escuelas. ¿En qué se basa la obsesión de los intelectuales de Bolsonaro por el «marxismo cultural»?

«El marxismo cultural tiene la culpa de todo»  El pensamiento de los cerebros del bolsonarismo

Los intelectuales del bolsonarismo Ernesto Araújo y Olavo de Carvalho coincidieron en Estados Unidos la semana pasada y sus declaraciones no pasaron inadvertidas. Mejor dicho, no pasaron inadvertidas para los estudiantes de los rebuscados filósofos marxistas de la escuela de Fráncfort a los que los cerebros de la nueva derecha brasileña consideran todavía sus grandes rivales ideológicos.

Araújo, el ministro de Asuntos Exteriores, que ha dinamitado en ocho meses la histórica fama de la diplomacia brasileña de ser la más pragmática del mundo, advirtió en Washington sobre el peligro del denominado «marxismo cultural», una alianza, según su tesis, cuando menos original, del «narcotráfico y las ideas de Antonio Gramsci». Al oír esto, hasta los reaganistas se mostraron perplejos en la sede de la Heritage Foundation, donde Araújo pronunció su discurso el pasado jueves 12 de septiembre. Más tarde, el canciller arremetió contra el filósofo del 68 de París Herbert Marcuse, responsable, según el ministro bolsonarista, de la degeneración moral provocada por la llamada «ideología de género».

Acuñó el término «climatismo» para criticar la supuesta rentabilización del cambio climático orientada a imponer una dictadura de la izquierda medioambientalista y desafió a toda la ciencia reconocida al constatar que el cambio del clima no tiene por qué ser el resultado de emisiones de CO2 causadas por los seres humanos.

Las referencias se harían aún más difíciles para el público, al menos los que no eran lectores habituales de la revista New Left Review. Araújo culpó al teórico literario marxista Georg Lukács y al marxista argentino Ernesto Laclau por la presencia de una dictadura invisible que adoctrina a los niños en las escuelas. Afortunadamente, los presidentes brasileño y estadounidense, Jair Bolsonaro y Donald Trump, están liderando «una rebelión universal en favor de la libertad y en contra de la bullshit (pura mierda o mentiras)», dijo.

Cuando el canciller hizo un rápido repaso de las diferencias entre el estalinismo y el leninismo, el columnista del Washington Post Ishaan Tharoor, que asistía a la conferencia, tuiteó exasperado: «¿No se da cuenta de que en el Heritage todo esto les importa un bledo?». Y, en efecto, la moderadora de la conferencia en el famoso think tank conservador agradeció a Araújo al final de la conferencia con una suave dosis de sarcasmo: «La próxima vez traeré mi libreta».

Tantas referencias al «marxismo cultural» y a la nefasta influencia de Gramsci para la buena familia tradicional tienen una explicación. El canciller brasileño es un converso al pensamiento de Olavo de Carvalho. Este exmilitante juvenil del Partido Comunista de Sao Paulo reciclado es ya el astrólogo y filósofo de la nueva derecha, afincado en EE.UU. y aficionado a fumar en pipa, vestir sombreros de vaquero y camisas de leñador. Es el gurú veterano de Bolsonaro y sus tres hijos, y recomendó a Araújo para encabezar la cartera del prestigioso Itamaraty (Ministerio de Exteriores) en Brasilia.

Horas después del discurso del canciller en Washington, de Carvalho divulgó desde su casa en Virginia su último video-monólogo dedicado a cuestiones de la cultura pop.

Primero destacó la relación entre la música rock de los sesenta y el satanismo. Luego propuso una tesis aún más osada que las de Araújo: «Los Beatles eran analfabetos musicales; ni sabían tocar la guitarra; quien componía las canciones era Theodor Adorno…», remató en referencia al filósofo marxista de la mismísima escuela de Fráncfort.

Los comentarios paranoicos y delirantes de Bolsonaro están bien documentados. Desde su amenaza preelectoral de mandar a «todos los rojos a la punta de la playa» (la costa de Río donde la dictadura fusilaba a sus disidentes) hasta su insistencia, la semana pasada, en que «mientras haya indígenas no habrá soberanía brasileña». Sin mencionar la fijación escatológica del presidente que, según The Guardian, ha sumado cinco referencias en público al acto de defecar (preguntado sobre el plan de desarrollo del Gobierno, el presidente brasileño respondió: «Hace falta hacer caca cada dos días»).

Sin embargo, las ideas de Araújo y de Carvalho –más esotéricas pero no menos descabelladas– se conocen menos. De Carvalho se ha hecho famoso en las redes sociales de la ultraderecha por su costumbre de proponer audaces contratesis a las explicaciones habituales de la ciencia, como el cambio climático o el darwinismo. Esto lo comparte con muchos charlatanes de la nueva derecha cristiana. Pero de Carvalho da un paso más; las compagina con hipótesis que parecen sacadas más del manicomio que de la macroiglesia neopresbiteriana. «No hay nada que refute que la tierra es plana», ha dicho. Estas provocaciones se complementan con una pseudo filosofía salpicada de referencias a Heidegger y críticas obsesivas a Gramsci.

Todo esto podría ser anecdótico. Pero de Carvalho y Araújo no solo actúan en el circuito brasileño de teorías de conspiración delirantes, posverdad y falsas noticias. Buscan aliados internacionales. Mantienen muy buenas relaciones con Steve Bannon, el Svengali de la alt right (nueva derecha extrema) mundial. Araújo se reunió con Bannon el pasado jueves después de su conferencia en el Heritage para diseñar el discurso que el presidente brasileño va a pronunciar en las Naciones Unidas este mes. Eduardo, el hijo de Bolsonaro, que fue a visitar a su padre la semana pasada en el hospital con una pistola visiblemente insertada en su pantalón, es el acólito número uno de las teorías delirantes de de Carvalho que se jacta de ser amigo de Bannon.

Los tres ideólogos ultraconservadores suelen centrar su discurso antisistema contra el llamado globalismo. Para los brasileños, el cambio climático se ha convertido en el principal escenario para estos ataques al multilateralismo ya que permite una defensa nacionalista de la Amazonia frente a los supuestos deseos de internacionalizar la gestión de la selva. «Varios líderes quieren imponer un gobierno internacional en Amazonia», denunció Araújo, en una rueda de prensa en Washington el viernes, aunque no pudo nombrar ninguno de ellos.

Sin embargo, Bannon, exbanquero de Wall Street, habrá tomado nota en su reunión con el canciller de que los intelectuales bolsonaristas no tienen nada en contra del internacionalismo cuando se trata de la venta de activos nacionales a compañías y bancos globales. En la reunión que Araújo mantuvo con el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, en la misma visita a Washington, se anunció un llamado Plan de Desarrollo del Sector Privado en la Amazonia, que incluye un fondo por 100 millones de dólares gestionado por empresas privadas multinacionales, que supuestamente velará por la biodiversidad amazónica.

Abrir la Amazonia a las inversiones privadas «es la única manera de protegerla», dijo el canciller brasileño, tal vez en referencia a los grupos multinacionales mineros y agroalimentarios que se frotan las manos ante las oportunidades creadas en el Amazonas por las políticas de Bolsonaro.


Este artículo es producto de la colaboración entre Nueva Sociedad y CTXT. Puede leer el contenido original aquí



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