Opinión
diciembre 2022

China: una revuelta contra el autoritarismo y la precariedad

Las protestas en China, originadas por las duras políticas de covid cero y la situación de opresión que crean en la población, tienen réplicas en todo el país. Pero la indignación acumulada va más allá de la pandemia y se vincula con el autoritarismo y la precariedad, en un momento en el que la economía se ha ralentizado y Xi Jinping se proyecta como un líder sin los límites del pasado reciente. 

<p><strong>China: una revuelta contra el autoritarismo y la precariedad</strong></p>

En Shanghái, jóvenes manifestantes furiosos se enfrentaron a la Policía que los rodeaba mientras pedían libertad y gritaban: «¿No se supone que deben servir a la gente?». Cientos se habían reunido en la noche del 26 de noviembre en Urumqi Road, que ha servido como el lugar simbólico para realizar vigilias en homenaje a las víctimas del incendio en un rascacielos residencial en Urumqi, la capital de la provincia de Xinjiang.

El incendio provocó la muerte de por lo menos diez personas y heridas en otras nueve pertenecientes a diversas familias. Se necesitaron tres horas para apagarlo. Los manifestantes creen que las víctimas podrían haberse salvado si el complejo residencial no hubiera estado aislado en el marco de las políticas anti-covid 19, a pesar de que el gobierno afirma que la tragedia no tuvo nada que ver con el confinamiento.

Las muertes fueron el detonante de una revuelta en Urumqi durante toda la noche del 25 de noviembre, cuando manifestantes se reunieron en calles y espacios públicos y exigieron que el gobierno relajara las restricciones. Urumqi ha estado sujeta a repetidos confinamientos durante meses, por lo que la gente ya estaba harta y temía que pudiera suceder algo como el incendio en el edificio de departamentos.

El gobierno local ha impuesto duras y peligrosas medidas que incluyen sellar no solo los complejos de viviendas, sino también los apartamentos individuales con rejas de hierro y cerraduras nuevas que impiden que la gente salga de sus casas. Muchos de quienes estaban sometidos a esta forma de confinamiento se preguntaban qué pasaría si se desataba un incendio.

Las protestas siguieron a escala nacional en universidades, barrios y calles de Shanghái, Beijing, Guangzhou, Chengdu y otros lugares, en una poderosa muestra de indignación por la pérdida evitable de vidas y la propia frustración de la gente por las restricciones a causa del covid-19. Hasta el momento, ha habido protestas en más de 50 universidades e institutos superiores en toda China.

Los estudiantes demandaron de diversas formas libertad, democracia, libertad de expresión y Estado de derecho y se manifestaron en contra del autoritario gobierno del Partido Comunista Chino. Los estudiantes de la prestigiosa Universidad de Beijing cantaron «La Internacional», que se enseña en la escuela y representa el espíritu de rebelión de los de abajo, mientras los estudiantes de la Universidad de Tsinghua y otros lugares sostenían hojas de papel en blanco para simbolizar su luto por las víctimas con una mezcla de desafío y burla frente a la censura política.

Una estudiante de la Universidad de Tsinghua dijo con voz temblorosa: «Si no nos atrevemos a hablar por miedo a que nos arresten, creo que decepcionaremos a la gente». Para la gran mayoría de quienes protestaban, esta era su primera manifestación. Hacía décadas que China no vivía una protesta de esta envergadura y con un tono tan antigubernamental.

Una revuelta contra los confinamientos

Es asombrosa la rapidez con que se han levantado multitudes desafiando al gobierno y sus políticas. Vale la pena remarcar que esta rebelión se produjo poco después de que Xi Jinping se asegurara un tercer mandato en el supercontrolado teatro político del 20º Congreso del Partido Comunista Chino a mediados de noviembre.

Xi había diseñado el evento con sus aliados y se aseguró de que no hubiera alternativas a la nueva facción dirigente. Los análisis políticos convencionales vieron en esto una consolidación del poder y control total de Xi sobre China para los próximos años. Ahora, trabajadores y estudiantes han hecho añicos esa ilusión.

De forma totalmente inesperada, a fines de octubre, los trabajadores que ensamblan iPhones y otros productos electrónicos en la megainstalación de Foxconn en Zhengzhou, Henan, que emplea a más de 200.000 personas, comenzaron a saltar las paredes y a huir de la fábrica. Las imágenes de largas filas de trabajadores caminando con sus bolsos desconcertaron al público, pues es algo sin registro en la memoria reciente.

Estos trabajadores, muchos de los cuales son contratados exclusivamente durante la temporada alta, fueron sometidos al denominado sistema de circuito cerrado. Este sistema impide a los trabajadores abandonar las instalaciones con el pretexto de protegerlos contra el contagio de covid-19.

El verdadero motivo, por supuesto, es mantener a los trabajadores fabricando productos para las corporaciones multinacionales con vistas a la próxima temporada navideña. A pesar del sistema de circuito cerrado, algunos trabajadores contrajeron el virus y luego, por temor a un brote masivo y a quedar confinados, huyeron de las instalaciones. Debido a la presión pública, Foxconn pidió disculpas y permitió a los trabajadores que se fueran. El gobierno local siguió ayudando a Foxconn a reclutar nuevos trabajadores temporales, a quienes la empresa tentó con elevadas primas, y ordenó a los empleados estatales locales que se presentaran a trabajar para mantener la planta en funcionamiento.

Pero Foxconn cambió los términos contractuales y redujo el salario de los trabajadores. Sintiéndose engañados y estafados, los trabajadores reaccionaron, salieron por la puerta de la fábrica y se enfrentaron al personal de seguridad y a la Policía. El gobierno respondió imponiendo un confinamiento anticovid-19 en toda la ciudad de Zhengzhou para detener la protesta. Lo que comenzó como un conflicto laboral se convirtió en una revuelta que captó la atención de todo el país.

Antes de que bajara la espuma en Foxconn, el incendio en Urumqi desencadenaba una auténtica revuelta. El intento del gobierno local de apaciguar a la gente en Urumqi relajando el confinamiento no logró neutralizar la resistencia. El incendio fue la gota que colmó el vaso para un país agotado por los confinamientos.

La gente comenzó a actuar de forma colectiva y a gran escala en todo el país. Lo que las protestas en la planta de Foxconn y en Urumqi demostraron al público es que se puede resistir a las duras restricciones por el covid-19: la gente organizó protestas, y esto forzó un cambio incipiente en Foxconn y en el gobierno local.

El estallido de dolor e ira tras el incendio se ha comparado con la reacción ante la muerte del médico Li Wenliang, quien había denunciado y protestado por el manejo inicialmente inepto y represivo de la pandemia por parte de las autoridades. Esto produjo una oleada de oposición al gobierno.

Desde entonces, muchos se preguntaron qué había sido de aquel espíritu y sufrieron «depresión política» por la aparente aceptación de la nueva política de covid cero. Pero resulta que el espíritu inicial de resistencia no había desaparecido. Y Foxconn y Urumqi lo reavivaron a gran escala.

Oleadas de resistencia social

Esta resistencia es el resultado de una confluencia de catalizadores inmediatos y dinámicas políticas y económicas de largo plazo, que ha hecho añicos la barrera político-psicológica y llevó a mucha gente a perder el miedo a ser arrestada en un Estado con enorme poder de vigilancia y a unirse a manifestaciones masivas. En un entorno donde el umbral para participar en expresiones de abierta disidencia en las calles es muy alto, cruzar ese umbral es en sí mismo algo para valorar.

Sin embargo,  pensar que China no ha experimentado ninguna forma abierta de disidencia, como disturbios, protestas masivas y manifestaciones, está muy lejos de la realidad. De hecho, el país vivió olas de protestas y huelgas a gran escala en las décadas de 1990, 2000 y principios de 2010. El gobierno chino solía documentar lo que denominaba «incidentes masivos», que nunca se definían con claridad pero que demostraban la resistencia social contra las desigualdades y opresiones en la China contemporánea. Estos incidentes pasaron de 8.700 en 1993 a 87.000 en 2005 -es decir, 238 incidentes por día-, cuando el gobierno dejó de publicar cifras. En 2013, dos activistas comenzaron a recopilar estadísticas sobre el malestar social. Antes de ser arrestados, habían registrado más de 28.000 incidentes masivos en 2015.

Ese número ciertamente se queda corto. Los activistas no tenían los recursos para documentar la mucho más elevada cantidad de incidentes en todo el país. La mayoría de estos son causados por conflictos laborales, confiscaciones de tierras y otros conflictos rurales, y protestas por políticas de vivienda urbana. También ha habido protestas ambientales y enfrentamientos con importantes burócratas de la gestión urbana.

Estas acciones han sido locales y los manifestantes tendían a evitar las críticas al gobierno nacional, al tiempo que culpaban a los funcionarios locales o a los empleadores con la esperanza de evitar ser reprimidos y persuadir al gobierno nacional para que se pusiera de su lado en las disputas. No obstante, tales acciones demuestran que la gente en China tiene un largo historial de protesta contra las injusticias.

El fin de una era de relativa paz social

Desde este punto de vista, la ola nacional de protestas contra los confinamientos, la demanda de más libertad y democracia y las denuncias contra el autoritarismo son extraordinarias y sin precedentes en la historia reciente. Las protestas son contra algo más que las restricciones por el covid-19; son contra la creciente intromisión del gobierno en la vida cotidiana de las personas. Esto es algo nuevo.

A partir de la década de 2000, el Estado chino se retiró de la esfera privada, al menos para la clase media urbana y algunos sectores de la clase trabajadora industrial. El objetivo era permitir que se desarrollara una floreciente sociedad de consumo, en la que la gente viviera el consumo de bienes y entretenimiento como una liberación de la intromisión gubernamental. 

Durante el mismo periodo, desde la década de 2000 hasta principios de la de 2010, la sociedad civil parecía florecer, con organizaciones que alzaban más la voz en cuestiones sociales y medios de prensa y redes sociales que trabajaban con mayor agresividad a la hora de exigir que el gobierno rindiera cuentas. Por supuesto, millones de trabajadores eran explotados por corporaciones estatales y privadas, las políticas estatales regulaban su movilidad y su actividad política era restringida por el partido-Estado. Pero, por lo demás, las personas de clase media y trabajadora no temían la interferencia estatal en su vida privada. Y con la economía aún en rápido crecimiento, el aumento del nivel de vida para la mayoría parecía compensar la rígida falta de libertad y democracia impuesta por el gobierno.

Confinamientos y precariedad económica

La política de covid cero de Xi Jinping y sus confinamientos cambiaron todo esto. De repente, la libertad de movimiento y la vida cotidiana quedaron sujetas al control directo del Estado, y la desaceleración del crecimiento económico puso en peligro la percepción de la gente sobre su futuro. Pero la formación de una oposición a la intromisión del Estado llevó tiempo. Las políticas gubernamentales contra la pandemia fueron inicialmente toleradas como parte del esfuerzo colectivo para derrotar a la enfermedad. De hecho, la ira inicial por la propagación del covid-19 estuvo dirigida a la falta de acción estatal para contener el virus. Existía un miedo genuino a infectarse, lo que no solo podía enfermar a las personas, sino también provocar su internación en hospitales e instalaciones de cuarentena durante largo tiempo. Por lo tanto, el confinamiento en Wuhan en los primeros meses de 2020 y los confinamientos posteriores en todo el país fueron ampliamente aceptados, si no celebrados. Eran vistos como sacrificios necesarios para proteger la vida de la gente. Pero en realidad, el Estado estaba imponiendo sus nuevas políticas de covid cero no solo para detener la pandemia, sino también para sofocar la escalada de conflictos sociales que habían surgido en la década de 2010 y para salvar el capitalismo chino.

La mayoría de las políticas del gobierno chino en los últimos años, además del covid cero, estuvieron enfocadas principalmente en reducir los excesos especulativos en los sectores inmobiliario y de alta tecnología y en restaurar el crecimiento económico. El gobierno también asumió un papel más activo en incentivar a las parejas a tener más hijos para superar la crisis demográfica que se avecina en el país, precipitada por las bajas tasas de natalidad y el envejecimiento de la población. Todo esto conllevó una mayor intervención estatal en la economía y la sociedad. La política de covid cero llevó luego la intromisión a un nivel sin precedentes: la nueva política draconiana de confinamientos no era ciertamente la única opción.

En los primeros meses de la pandemia, las redes de ayuda mutua en Wuhan y otras partes de China demostraron ser una alternativa. La gente entregó equipamiento de protección, transportó a trabajadores sanitarios y dio apoyo a los más necesitados. Trabajó para llenar el vacío dejado por la inacción estatal. Pero todo esto terminó una vez que el gobierno intervino y tomó el control de la lucha contra la pandemia. Desde entonces, ha utilizado su capacidad para movilizar personal y recursos con el fin de hacer cumplir la política de covid cero. Durante gran parte de 2020 y 2021 pareció haber tenido éxito.

Mientras que muchos otros países sufrían enormes pérdidas de vidas y crisis económicas, China supuestamente mantenía el número de muertos por debajo de unos pocos miles y mantuvo el crecimiento económico hasta 2021. La vida parecía volver a la normalidad. Entonces, el gobierno aprovechó su aparente éxito para fomentar el nacionalismo.

Ira acumulada

Todo esto se deshizo en el transcurso del año pasado. En 2022, algunas ciudades estuvieron confinadas por varias semanas y meses. Los «grandotes de blanco», como se llamaba coloquialmente a los trabajadores médicos vestidos con trajes de protección, que habían sido admirados como héroes que hacían sacrificios personales por el bien colectivo, se convirtieron en ejecutores impersonales de las duras políticas estatales.

La gente compartía imágenes en las redes sociales de estos agentes persiguiendo y golpeando a quienes se consideraba que violaban los protocolos contra el covid-19. Los trajes de protección se habían convertido en máscaras para disfrazar las identidades de estos ejecutores, brindarles anonimato y, con ello, tranquilidad para participar impunemente en la represión.

Una serie de incidentes relacionados con la pandemia socavaron aún más la fe en las políticas de covid cero. Estos son apenas algunos ejemplos: un autobús que llevaba a pacientes infectados a un centro de cuarentena se estrelló y murieron 27 pasajeros. Ha habido un gran aumento en los suicidios cometidos por personas bajo cuarentena prolongada. En Shanghái, la gente se sumió en la desesperación cuando, bajo encierro, se la privó de un acceso adecuado a los alimentos. En Guangzhou hubo trabajadores migrantes que escaparon del confinamiento. Y un número incalculable de personas cayeron gravemente enfermas después de haber estado confinadas en sus hogares con covid y habérseles negado el acceso a atención médica en los hospitales.

Estas y muchas otras historias provocaron ira, y esa ira se fue acumulando. Las protestas comenzaron a surgir a principios de este año, pero en su mayoría fueron aisladas y más fáciles de contener. Quizás el más icónico de esos manifestantes fue el que, en soledad, colgó una pancarta sobre el puente Sitong de Beijing justo antes del 20º Congreso del Partido Comunista, en la que criticaba la política de covid cero y pedía un cambio. Aunque solo provocó un número limitado de acciones similares alrededor del país, alentó a muchos estudiantes internacionales chinos en Occidente a hacer lo mismo y colocar pancartas similares en sus campus.

Esperanzas de cambio deshechas

El 20º Congreso del Partido Comunista marcó un antes y un después en esta historia. Dado que el límite de mandato para el secretario general del Partido ya había sido eliminado en 2018, nadie se sorprendió de que Xi se mantuviera en el puesto. El límite de mandato esencialmente ayudaba a reorganizar las diferentes facciones del Partido Comunista para lograr un equilibrio y garantizar una transición de liderazgo ordenada. Además, cimentaba la esperanza de que cada diez años alguien nuevo asumía el poder y hacía las cosas de manera diferente. Incluso esta modesta esperanza -que generalmente resulta ser una ilusión rápidamente convertida en decepción- se hizo añicos. 

La gente siente que estará atrapada en el mismo sistema político de aquí a varios años más. Ya no hay esperanza alguna para la autorrenovación y el autoajuste del sistema político.

La pérdida de esperanza en la reforma del gobierno crecía al mismo tiempo que las perspectivas económicas se tornaban sombrías. Después de haberse recuperado en 2021, el crecimiento económico de China se ha desacelerado. Algunos gobiernos locales, que ya sufren pérdida de ingresos, están haciendo malabares para pagar los testeos masivos de covid. La penuria económica la sienten intensamente los trabajadores, especialmente los informales, cuyo sustento y empleo son más susceptibles a los confinamientos.

Para los jóvenes, la tasa de desempleo ha alcanzado un máximo histórico en los últimos meses, hasta llegar casi a 20% para aquellos con edades entre 16 y 24 años, mientras que los universitarios recién graduados enfrentan una situación laboral calamitosa. Cantidades récord ingresan en el mercado laboral cada año, al tiempo que los puestos disponibles son cada vez menos y las principales empresas tecnológicas de China despiden empleados en lugar de contratarlos. Esta precariedad ha avivado la ansiedad y el enfado entre los profesionales y trabajadores jóvenes.

Algunos esperaban una relajación de la política de covid cero después de que Xi se asegurase el liderazgo en el 20º Congreso del Partido. El gobierno sembró esa ilusión cuando emitió una nueva guía de 20 puntos que alivió las restricciones pero no llegó materializar una nueva dirección.

Algunas autoridades locales, como las de la capital de la provincia de Hebei, Shijiazhuang, fueron más allá, dando de baja requisitos de testeo y eliminando los testeos gratuitos. Pero muchos habitantes se opusieron y, bajo presión, el gobierno cambió de rumbo y los restableció. Y ahora, con un significativo aumento de casos, que alcanza su nivel más alto con más de 30.000 al día, el gobierno ha vuelto a los confinamientos para contener el covid en todo el país. Como resultado, la gente está perdiendo la fe en la capacidad de cambio del gobierno, duda de la efectividad y racionalidad de su política de covid cero y es reacia a tolerar los sacrificios que le impone. También le preocupa lo que parece ser una implementación arbitraria e irracional de esa política.

Las decisiones sobre confinamiento de determinados barrios y hogares las toman autoridades locales inferiores a las municipales y, a menudo, no son explicadas ni pueden ser contradichas. El fin de las ilusiones políticas, la precariedad económica y la brutalidad irracional del covid cero se combinaron entonces para generar una frustración masiva.

Resistencia de masas sin infraestructura organizativa

La frustración de la población ha estallado en forma de protestas en los últimos días. La movilización ha sido notoria y ha dado a la gente seguridad en sí misma para expresar su creciente insatisfacción. Una masa crítica de personas ha superado el miedo a la represión del gobierno y compartió mensajes en internet, algo que, tras la protesta del Puente Sitong, llevó a la censura de las redes sociales y a la suspensión y cierre de cuentas de forma permanente. Ahora, envalentonada, la gente publica y comparte comentarios y vídeos en Weibo y WeChat.

Algunas de las protestas parecen haberse difundido a través de las redes sociales o herramientas de comunicación encriptada como Telegram, aunque estas no son de fácil acceso para la mayoría. Impulsada por la indignación, la gente se entera  de las accines por alguna vía en las redes sociales y a través del boca en boca, y se apresura a unirse a ellas.

Muchas de las protestas han ocurrido en los campus y en los complejos de apartamentos. Se trata en ambos casos de espacios compartidos, lo que hace más fácil coordinar las acciones que en las calles, donde participa gente de toda la ciudad. Hasta el momento, no existe un liderazgo nacional centralizado de ningún tipo, y es poco probable que aparezca alguno. Ni siquiera parece haber algún liderazgo local. Eso no debería sorprender. El Estado chino no solo ha prohibido todos los partidos políticos independientes, sino que también ha aplastado a los colectivos de derechos humanos y de la sociedad civil y a los disidentes que se expresan abiertamente. Ha roto la infraestructura de los movimientos sociales para convocar, organizar y sostener una lucha de masas. Por eso, nadie puede dirigir o hablar en nombre de los manifestantes.

Pero las reivindicaciones ya están claramente articuladas y cristalizadas en torno de la oposición a los confinamientos. Lo que no significa que el movimiento esté unificado. Como en cualquier movimiento de masas y especialmente uno sin un liderazgo central, existen múltiples grupos sociales con reclamos a veces superpuestos y diferentes que varían según la clase y la localidad.

Las demandas de los trabajadores de Foxconn se centraron principalmente en reivindicaciones laborales y, en segundo término, en las restricciones anti-covid; los manifestantes de Urumqi expresaron las demandas más enérgicas e inmediatas centradas en el levantamiento de las restricciones por el covid que ponen en peligro sus vidas; los estudiantes universitarios se solidarizan con los manifestantes de Urumqi mientras sus demandas se centran en el reclamo de democracia, libertad de expresión, libertad de prensa y Estado de derecho; y la menos reportada y mucho más difundida es la resistencia local a pequeña escala de los residentes de complejos de apartamentos y vecindarios cerrados, que se centran en la relajación de las restricciones.

El carácter de las protestas tampoco es uniforme; van desde la acción pacífica hasta la confrontación abierta. La mayoría de estas expresan demandas que serían moderadas en las democracias liberales, pero son muy subversivas en un Estado autoritario. Y traen consigo efectos progresistas y democratizadores.

A pesar de esta heterogeneidad, las protestas expresan un sentimiento común de resistencia a la pérdida de dignidad y a la negación de su capacidad para dar forma a la política estatal que determina sus vidas. Comparten la sensación de que sus propias vidas están en juego.

Es importante subrayar el carácter nacional de la revuelta. Las protestas se alimentan unas de otras y muestran solidaridad entre sí, animando a diferentes sectores a actuar. Además, los estudiantes chinos en el extranjero y la diáspora en general también se han movilizado en Hong Kong, Taiwán, Reino Unido, Estados Unidos y Australia.

Los dilemas del régimen autoritario ante las protestas

Frente a una ola nacional de manifestaciones, el gobierno chino se ve atrapado en el clásico dilema de un régimen autoritario. Si cede y relaja las medidas de covid cero, corre el riesgo de confirmar que la protesta funciona y de alentar a otros a organizarse y luchar por sus demandas. Pero no ceder puede llevar a los manifestantes a intensificar su lucha e invitar a otros a sumarse. En los últimos años, el gobierno logró mantener una especie de equilibrio, combinando represión y adaptación para manejar y contener el conflicto social. Pero nunca se había enfrentado a un movimiento de protesta de tal escala.

A medida que las manifestaciones se extienden y se radicalizan, y algunos adoptan consignas explícitamente antigubernamentales y antipartidistas como «Fuera el PCCh» y «Dimisión de Xi Jinping», la posibilidad de represión estatal aumenta exponencialmente. Al mismo tiempo, no es inconcebible que una combinación de represión selectiva y concesiones limitadas sobre las restricciones pueda sofocar las protestas. Este ha sido un patrón en el pasado, con manifestaciones urbanas que se disipan tan rápido como se conforman.

Sin embargo, incluso si el Estado es capaz de contener las manifestaciones, el principal problema que llevó las cosas adonde están no desaparecerá. China probablemente no este aún preparada para dejar atrás la política de covid cero. Hacerlo así -sin un sistema legitimado de vacunación masiva- conduciría a la propagación masiva del virus a través de una población que ha tenido vacunas chinas ineficaces o que sigue sin vacunarse, especialmente los ancianos. Tal brote saturaría los hospitales, e incluso una baja tasa de decesos, en un país de 1.400 millones de habitantes, conduciría a una mortandad sin precedentes. Un modelo elaborado por científicos chinos estima que, con el nivel actual de vacunación y capacidad hospitalaria, la apertura puede provocar más de 1,5 millones de muertes.

Tal catástrofe podría generar una crisis de legitimidad aún peor para el Estado chino, lo que probablemente haya sido parte de sus cálculos para mantener la política de covid cero. No se puede negar que, sin una vacuna y medidas de atención médica apropiadas, las duras restricciones salvaron vidas en China.

La apertura no es una opción sin una enorme inversión en el sistema de salud y sin la inmunización de los ancianos. Muchos analistas se han preguntado por qué no se ha hecho esto hasta el momento. En cualquier caso, hacerlo ahora llevará tiempo, algo que los manifestantes pueden no tolerar.

El Partido es tan opaco que tenemos poca idea de lo que puede pasar. La recientemente reorganizada jefatura, repleta de leales a Xi, no muestra signos de desunión, por lo que es dudoso que haya una división en el Partido y un debate abierto entre las facciones en público.

Cualquiera sea el resultado inmediato de las manifestaciones, la gente corriente en China se está radicalizando por esta experiencia y muchos se han autoorganizado. Esto ha elevado dramáticamente la conciencia de las masas y la experiencia de luchar por la justicia permanecerá con ellas sin importar el resultado. Es un buen augurio para el futuro.

En los próximos días, es posible que las fuerzas de derecha del resto de las grandes potencias mundiales saquen provecho del levantamiento popular para justificar sus ataques contra China. Pero eso no puede disuadirnos de mostrar solidaridad hacia las personas que protestan, cuyas demandas tienen sus raíces en experiencias concretas de vida. Apoyar a quienes protestan no intensificará el conflicto imperial con China que lidera Estados Unidos. De hecho, la solidaridad popular más allá de las fronteras es la mejor manera de calmar las tensiones y construir una lucha internacional común por la justicia, la igualdad y la democracia, amenazadas por nuestros gobernantes en todo el mundo.


La versión original este artículo en inglés se publicó en Spectre, el 30/11/2022, con el título "The Uprising in China" y está disponible aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca.


En este artículo


Newsletter

Suscribase al newsletter