El hermano de Roma
El papa Francisco y el protestantismo histórico
Nueva Sociedad 317 / Mayo - Junio 2025
El papado de Francisco se destacó por su enfoque ecuménico y social, que generó un acercamiento histórico con el protestantismo. Promovió un «ecumenismo del camino», basado en acciones conjuntas más que en acuerdos doctrinales, y pidió perdón a valdenses y pentecostales por persecuciones pasadas. Su crítica al neoliberalismo y su defensa de los pobres resonaron en iglesias luteranas y metodistas, que vieron en él a un aliado. Aunque persisten diferencias teológicas, su pontificado fortaleció la unidad cristiana desde la diversidad reconciliada.

Cuando unos cuantos protestantes y unos cuantos católicos se miran mutuamente a los ojos y dicen: «Nosotros lo hacemos así y ustedes asá; nosotros creemos esto y ustedes aquello; pero no somos ‘ hermanos separados’», se están reconociendo como mutuamente unidos (...). Un buen católico y un buen protestante pueden encontrarse y descubrir: tenemos el mismo Señor y la misma fe. Esto no se puede organizar, no se puede obligar a que suceda, sino que debe acontecer (…) Este camino puramente humano-cristiano (...) es el más esperanzador hacia la Iglesia ecuménica.
Karl Barth, conversación en la iglesia Titus de Basilea, 21/6/1966
El día de la fumata blanca, el día en que 115 cardenales afirmaron: «Es él», el día en que el hombre alzó su voz para decir: «Seré Francisco», el día en que por primera vez un jesuita y latinoamericano fue electo como sumo pontífice de la Iglesia católica romana, no solo festejaron los propios. Ciertamente, la multitud reunida en la Plaza San Pedro, que esperaba ansiosa el nombre luego de ver el humo saliendo raudo de la chimenea, expresó rápidamente su algarabía y lo hizo aún más al ver al nuevo papa hincándose de rodillas para orar frente a la multitud. Pero lejos de las fronteras vaticanas –e incluso lejos de los cánones vaticanos–, la elección fue celebrada con similares sentimientos. Aunque ya habían acogido con agrado otras elecciones en periodos precedentes, en este caso la situación era distinta: para muchas de las iglesias del protestantismo histórico, no se trataba solo de expresar respetos hacia el nuevo papa –y, por consiguiente, al par más importante en el diálogo ecuménico–, sino de celebrar la elección de «ese» pontífice. Uno con el que, por diversas razones, compartían ciertas perspectivas teológicas, sociales y políticas.
El reverendo luterano Olav Fykse Tveit –miembro de la Iglesia Noruega y en ese momento, presidente del Consejo Mundial de Iglesias (cmi)1– auguró que el papado de Francisco marcaría «un punto de inflexión en la Iglesia católica romana». Francisco «ha vivido un estilo de vida sencillo y refleja una pasión por la justicia social y por ayudar a los pobres», remató en su declaración. A la palabra oficial de la organización que articula a las más históricas de las denominaciones cristianas no católicas, se sumaron las de diversos representantes de la Federación Luterana Mundial, la Comunión Internacional de Iglesias Reformadas y el Consejo Metodista Mundial, entre otras organizaciones denominacionales del espacio evangélico tradicional. No había lugar a dudas: para el mundo protestante, la elección de Jorge Bergoglio como papa de la Iglesia católica romana también era una buena nueva.
En Argentina, la tierra natal de Francisco, la posición de las iglesias protestantes fue similar. El entonces presidente de la Iglesia Evangélica Luterana Unida, el pastor Gustavo Gómez Pascua, afirmó que «un aspecto ineludible de la elección de Francisco es la alegría y la esperanza que se manifiesta en muchas de las personas sencillas y humildes, a quienes las iglesias luteranas de la región estamos llamadas a acompañar»2, mientras que la secretaria general de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (ierp), Sonia Skupch, valoró la posibilidad de que el papa pudiera aportar «un punto de vista y un estilo diferente». Por su parte, Juan Gattinoni, pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina (iema), hizo hincapié en la sencillez del nuevo papa3 y en su probada cercanía a los pobres y excluidos. Las declaraciones de las autoridades de las distintas denominaciones del protestantismo histórico de Argentina se sustanciaron en un comunicado de la organización que las nuclea: la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (faie). Con la firma de su presidente, el pastor y teólogo Néstor Míguez, los miembros de la faie destacaron la elección de Francisco y resaltaron su compromiso con los más vulnerables4.
Las declaraciones del protestantismo histórico argentino no tenían solo un efecto local, sino que constituían un mensaje claro a las organizaciones globales del universo protestante. Les decían, en sus términos y a su manera, que el hombre a quien habían conocido como Jorge Bergoglio no solamente estaba comprometido con el diálogo ecuménico, sino que también era el portador de un mensaje teológico y social que los protestantes podían sentir cercano. Durante años, parte del campo del protestantismo histórico argentino –atravesado por las teologías liberacionistas latinoamericanas y por las teologías neoortodoxas europeas– había encontrado en Bergoglio –y en la teología del pueblo en la que este abrevaba5–, una ventana de oportunidad para producir acercamientos pastorales y sociales. Esos contactos, que se sustanciaron claramente en el periodo en que Bergoglio se desempeñó como obispo de Buenos Aires, mostraban conexiones más profundas, en tanto expresaban una unidad posible entre los sectores del protestantismo que habían abrevado en los enfoques ético-sociales de Karl Barth y Dietrich Bonhoeffer –con los que se intentaba dejar atrás la vieja «teología liberal»– y aquellos del catolicismo que habían desarrollado posiciones liberacionistas o teologías nacionales que, como la teología del pueblo, conectaban con la perspectiva de una iglesia más pastoral y socialmente activa. Bergoglio pertenecía a estos últimos.
Lo que los protestantes argentinos les señalaban a sus homólogos del resto del mundo era exactamente eso: que el hombre que adoptaba el nombre de Francisco era uno con el que podrían encontrar coincidencias superadoras. Ciertamente, los unía la comunión en Cristo, la prédica de la importancia de la oración y el mensaje de un cristianismo hecho desde la sencillez y la humildad. Pero también los congregaban otros aspectos comunes: la crítica a la «cultura del descarte» y a una globalización de formato neoliberal que llevaba a la adoración del mercado y a la exclusión de los pobres, el rechazo a la idolatría del dinero y el poder, y la reprobación de la destrucción de la tierra y de los bienes comunes de la creación de Dios. Si bien existían diferencias en otras materias –al menos una parte importante de las iglesias protestantes históricas de Argentina han tendido a tener una posición más liberal o progresista respecto a cuestiones asociadas a la sexualidad, a los debates de género y a los derechos reproductivos6–, los puntos en común eran más que evidentes y no tardaron en expresarse a escala global.
A poco tiempo de comenzado su pontificado, el mundo protestante expresó un particular agrado por los gestos y las actitudes de Francisco. El papa que oraba de rodillas frente a la multitud, el que visitaba barrios populares y obreros de Roma, el que recorría Lampedusa tendiendo su mano a aquellos que buscaban refugio lejos de su casa, el que llamaba a la juventud a «hacer lío» y a cuidar a «los extremos del pueblo, que son los ancianos y los jóvenes», fue el que provocó una singular admiración por parte de los representantes globales del espacio protestante histórico. Aquellos que se sentían hijos de la Reforma parecieron sentir que, en Roma, encontraban a un hermano; y no solo uno con el que podían compartir causas e ideas, sino con el que podían avanzar, incluso más firmemente que con otros del pasado, en el ansiado diálogo ecuménico.
La diplomacia del «yo vengo» y el «ecumenismo del camino»
El papa Francisco no escatimó esfuerzos a la hora de propiciar encuentros con el mundo protestante. Ya en 2013 se produjo la primera visita de una delegación de la Federación Luterana Mundial al Vaticano y la agenda no solo incluyó un repaso de los principales hitos ecuménicos entre ambas denominaciones, sino que se centró en el rol de la cristiandad en materias sociales y en la protección de los refugiados y los migrantes. Un año más tarde, el pontífice se reunió en Roma con el presidente del cmi –en el que, tal como hemos dicho, además de denominaciones protestantes se incluyen las iglesias ortodoxas– y la sintonía fue similar. Conforme avanzaba el pontificado de Francisco, las representaciones globales del protestantismo asumieron que, con el papa llegado del Sur, el ecumenismo se fortalecía no solo a partir de acuerdos y diálogos, sino también de un intercambio basado en lecturas cristianas de la realidad social.
Si bien Francisco estuvo muy lejos de rechazar las formas clásicas del diálogo ecuménico –de hecho, estas se profundizaron–, su paradigma se sostuvo más firmemente sobre la idea de un «camino»7 compartido. Tal como lo ha expresado el teólogo de la Universidad Gregoriana de Roma Rodrigo Polanco, en la cosmovisión del último pontífice, la unidad no constituía un punto determinado al que se debía arribar a través de la rúbrica de acuerdos, sino un proceso de comunión compartida que solo podía alcanzarse «caminando juntos, rezando juntos, haciendo cosas juntos (obras de caridad, compromisos sociales) y dando testimonio juntos de Jesucristo». La perspectiva ecuménica del pontífice fallecido en abril de 2025 apuntaba, en ese marco, a la apertura de espacios de comunión allí donde todavía hacía falta crearlos, a la vez que al fortalecimiento de aquellos que ya existían y se desarrollaban en terrenos nacionales y locales. A diferencia de las perspectivas puramente institucionalistas, Francisco partió de la evidencia –constatada por él mismo en Argentina– de que católicos y protestantes ya se encuentran y ya dialogan, ya articulan y ya sostienen, desde sus propias comunidades de fe, prácticas y confluencias desde la diversidad reconciliada.
Si el «ecumenismo del camino»8 se constituyó como la piedra angular de la prédica de Francisco en torno del resto de las denominaciones cristianas, su rol específico como pontífice de la Iglesia católica romana consistió en desplegar lo que Martin Bräuer, teólogo y miembro del Comité Católico de la Iglesia Evangélica en Alemania (ekd, por sus siglas en alemán), denominó la «diplomacia del yo vengo»9. Esa diplomacia, encarnada en la propia figura papal, se sustanció en una serie de encuentros, viajes y visitas a aquellos sitios en que era necesario abrir caminos de diálogo ecuménico y también en aquellos en que era preciso profundizarlos.
Desde el inicio de su pontificado, Francisco desarrolló una serie de prácticas y actitudes ecuménicas tan inéditas como singulares. En 2015, aceptó la invitación de la Iglesia valdense para participar de un culto en Turín, convirtiéndose en el primer pontífice de la Iglesia católica en predicar en una iglesia de esa denominación. «De parte de la Iglesia católica les pido perdón por las actitudes y los comportamientos no cristianos, hasta inhumanos, que en la historia hemos tenido en su contra. ¡En nombre del Señor Jesucristo, perdónennos!»10, clamó Francisco, recordando la histórica persecución lanzada por la oficialidad católica contra los seguidores de Pedro Valdo, el reformador previo a la Reforma. Eugenio Bernardini, pastor valdense y representante de esa iglesia en Italia, le solicitó al papa que, de cara al aniversario de la Reforma protestante, la Iglesia católica reviera la consideración de las iglesias cristianas no católicas como «medias iglesias». Finalmente, en 2016, el mismo Bernardini sostuvo una audiencia con el papa en el Vaticano, hecho que marcó el inicio de una nueva relación. Al tiempo que compartía espacio con los valdenses, Francisco reforzó el diálogo con los pentecostales clásicos. Pese a que estos últimos no son considerados como parte del «protestantismo histórico» –y en ocasiones han sido señalados como antiecuménicos–, diversos miembros de esa denominación han reclamado y esperado un acercamiento con la catolicidad romana. Francisco, que conocía bien el movimiento pentecostal y carismático por su experiencia en Argentina con diversos grupos evangélicos –pero también con la llamada Renovación Carismática Católica, el grupo que dentro de la Iglesia romana reviste características similares–, trabó relación con Giovanni Traettino, el pastor italiano que, a finales de la década de 1970, fundó la Iglesia Evangélica de la Reconciliación. En 2014, Francisco visitó a Traettino en Caserta e hizo declaraciones conmovedoras al discutir la tradicional tentación de la cristiandad de considerar a los otros como parte de una secta11. Francisco, además, pidió perdón por la participación de católicos en la persecución de los pentecostales durante el régimen fascista en Italia, mientras que Traettino asumió públicamente los errores de lo que ha sido una tradicional posición anticatólica en algunas comunidades pentecostales y llamó a sus hermanos y hermanas a superar esas perspectivas.
En términos de fortalecimiento, los encuentros de Francisco con líderes metodistas, presbiterianos, anglicanos y luteranos fueron in crescendo. Cuando en 2016 recibió a una delegación metodista en el Vaticano, Francisco apeló a un tema de especial trascendencia para esa denominación evangélica: el de la vocación de cuidado de los excluidos. «Cuando servimos a los necesitados, crece nuestra comunión», afirmó el papa12. Y al mismo tiempo, sostuvo: «Ninguna diferencia entre católicos y metodistas representa un obstáculo para impedirnos amar del mismo modo y dar testimonio común de Cristo al mundo». Para los metodistas que visitaban al papa en el contexto de la apertura de una Oficina Ecuménica en Roma, la idea de «amar del mismo modo» no era extraña. Fue el mismo John Wesley, el iniciador del movimiento metodista, quien la escribió en su Carta a un católico romano en 1739: «Si todavía no podemos pensar de la misma manera en todas las cosas, por lo menos podemos amar del mismo modo». Al igual que con los metodistas, Francisco insistió en la necesidad de promover una «misión compartida de evangelización y servicio» en su encuentro con líderes de la Comunión Internacional de Iglesias Reformadas en 2016.
En términos de apertura y fortalecimiento ecuménico no hubo, sin embargo, un gesto más importante que aquel que Francisco tuvo en 2016 al participar en Suecia de una conmemoración conjunta por el aniversario de la Reforma. La ceremonia principal, organizada por la Federación Luterana Mundial y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, se desarrolló en Lund, la ciudad donde en 1947 los luteranos fundaron su organización denominacional global. El evento volvió a poner de manifiesto la aceitada relación entre ambas confesiones, otrora adversarias. Conviene recordar que, desde el Concilio Vaticano ii, luteranos y católicos no solo encontraron notables sintonías teológicas –algo que puede reflejarse claramente en la obra de protestantes como Karl Barth y Oscar Cullmann y católicos como Johann Baptist Metz y Karl Rahner–, sino que alcanzaron importantes acuerdos en el nivel eclesial. La relación entre católicos y luteranos se ha aceitado a tal punto que, en 1999, suscribieron un acuerdo común sobre un diferendo histórico: el de la justificación. La Declaración conjunta entre católicos y luteranos sobre la doctrina de la justificación ha servido de base para otras iglesias que trabajan en el plano ecuménico (el Consejo Metodista Mundial la adoptó en 2006 y la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas la hizo propia en 2017). Sin embargo, las palabras de Francisco en Lund fueron inéditas, teniendo en cuenta, sobre todo, no los acuerdos de las últimas décadas, sino las diferencias de los últimos siglos.
El 31 de octubre de 2016, el día de la conmemoración conjunta de la Reforma, Francisco alzó su voz al lado del presidente de la Federación Luterana Mundial, el obispo Dr. Munib A. Younan, y el secretario general de la misma organización, el reverendo Dr. Martin Junge, y dijo: «Católicos y luteranos hemos empezado a caminar juntos por el camino de la reconciliación. Ahora, en el contexto de la conmemoración común de la Reforma de 1517, tenemos una nueva oportunidad para acoger un camino común, que ha ido conformándose durante los últimos 50 años en el diálogo ecuménico». Y luego agregó:
La experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y nos recuerda que no podemos hacer nada sin Dios. «¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?». Esa es la pregunta que perseguía constantemente a Lutero. En efecto, la cuestión de la justa relación con Dios es la cuestión decisiva de la vida. Como se sabe, Lutero encontró a ese Dios misericordioso en la Buena Nueva de Jesús encarnado, muerto y resucitado. Con el concepto de «solo por la gracia divina», se nos recuerda que Dios tiene siempre la iniciativa y que precede cualquier respuesta humana, al mismo tiempo que busca suscitar esa respuesta. La doctrina de la justificación, por tanto, expresa la esencia de la existencia humana delante de Dios.13
Desde el pontificado católico, nadie había ido tan lejos como Francisco al evocar de ese modo la figura de Lutero. El 26 de junio de 2016, el papa declaró: «Creo que las intenciones de Martín Lutero no eran equivocadas, era un reformador (…) La Iglesia no era precisamente un modelo a imitar. En la Iglesia había corrupción, mundanidad, apego al dinero y al poder. Y por esto él protestó. Además, él era una persona inteligente. Dio un paso hacia adelante, justificando el motivo por el que lo hacía»14. Apenas tres meses más tarde, Ulf Jonsson, director de Signum, la revista cultural de los jesuitas en Suecia, le preguntó «qué podría aprender la Iglesia Católica de la tradición luterana». Y la respuesta de Francisco fue:
Me vienen a la mente dos palabras: Reforma y Escritura. (…) En un principio, el de Lutero fue un gesto de reforma en un momento difícil para la Iglesia. Lutero quería remediar una situación compleja. Después, este gesto (…) se convirtió en un estado de separación, y no en un proceso de reforma de toda la Iglesia, que, por el contrario, es fundamental, porque la Iglesia es semper reformanda. La segunda palabra es Escritura, la Palabra de Dios. Lutero dio un gran paso para poner la Palabra de Dios en manos del pueblo.15
En esa misma entrevista, publicada en La Civiltà Cattolica, Francisco rememoró sus relaciones con luteranas y luteranos en Argentina, destacando a la teóloga Mercedes García Bachmann, al profesor y teólogo Anders Ruuth y al húngaro Leskó Béla, quien fuera rector de la Facultad Luterana de Teología y luego el primer rector del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (isedet).
La recuperación integral del ecumenismo conciliar
Los acercamientos del papa Francisco provocaron una reacción positiva en el mundo protestante, evidenciando los frutos del «ecumenismo del camino» y la «diplomacia del yo vengo». Sin embargo, las simpatías protestantes hacia el papa no se asentaban solo en esos diálogos. En rigor, esos intercambios se volvieron más fructíferos y trascendentes en tanto buena parte del universo protestante tendió a ver en Francisco a un hombre con una discursividad pastoral y social que compartían de antemano. El Francisco que cautivó a parte del protestantismo fue aquel que predicó la idea de una iglesia para los pobres y los excluidos, y el que agregó a esa prédica una conceptualización crítica respecto de la idolatría del dinero, la destrucción de los lazos comunitarios, la divinización de la economía financiera y sus mecanismos especulativos y el que, decidido a cuidar la casa común, emprendió una lucha denodada contra la destrucción del medio ambiente.
La sintonía compartida sobre estas materias permitió que el diálogo ecuménico no se asentara exclusivamente sobre los acuerdos teológicos de alto nivel, sino que se sostuviera, a la vez, sobre pilares asociados a la perspectiva social crítica de la misión cristiana. Si hasta el pontificado de Francisco, los papas posconciliares habían privilegiado las confluencias eclesiales «desde arriba» y habían puesto su mayor empeño en la resolución de diferendos teológicos preexistentes, el mensaje del pontífice llegado del Sur habilitaba la reintroducción de la perspectiva integral del diálogo ecuménico marcada por la estela del Concilio Vaticano ii.
El Concilio convocado por Juan xxiii, y desarrollado entre 1962 y 1965, había transformado la conflictiva relación entre el mundo protestante y el mundo católico, llegando incluso a modificar la terminología oficial del catolicismo romano en relación con protestantes y ortodoxos. Quienes antes eran «herejes y cismáticos» habían pasado a ser «hermanos separados». Y sus teólogos, antes vistos con sospecha, se habían transformado en colegas con quienes era posible confraternizar. Algunas de las definiciones adoptadas en la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium [Luz de los pueblos], así como el reconocimiento, a través del decreto sobre Unitatis redintegratio [Restauración de la unidad], de los cristianos no católico-romanos como «hermanos en el Señor», habían sido la punta de lanza del moderno movimiento ecuménico. Pero la idea ecuménica del Concilio no había acabado allí. En tanto se produjo en un contexto de profundas convulsiones globales y a partir de un ánimo de aggiornamento de la catolicidad romana, la idea de una «iglesia de los pobres» esbozada por Juan xxiii impactó también en las relaciones entre protestantes y católicos. En los países del Tercer Mundo –y especialmente en América Latina–, sectores renovadores del catolicismo y del mundo evangélico y protestante emprendieron, a partir de una «lectura radical» del Concilio, una confluencia inédita. Sus prácticas, desplegadas en la forma de un «ecumenismo desde abajo», evidenciaron el encuentro entre católicos y protestantes comprometidos con la situación de los más humildes y exhibieron un camino compartido en la transformación de los modos de ser iglesia y en las formas de participación en las problemáticas sociales.
A pesar de que esas confluencias ecuménicas nunca alcanzaron a la totalidad del catolicismo y del protestantismo y tendieron a circunscribirse a los sectores liberacionistas de ambas confesiones –en parte, como producto de un cierto espíritu contextual y de época–, la perspectiva de un ecumenismo integral esbozada por el Concilio era pasible de extenderse, con mediaciones más claras, al diálogo entre las iglesias en distintos niveles. Los pontificados posconciliares, y muy en particular los de Juan Pablo ii y Benedicto xvi, desplegaron una práctica ecuménica efectiva en términos teológicos y eclesiales, pero fueron mucho más tímidos a la hora de encarar un ecumenismo basado en el anclaje social y en una concepción crítica de las estructuras económicas y sociales imperantes en el mundo –aun cuando, por ejemplo, durante su papado, Juan Pablo ii tuviese palabras fuertemente críticas a la homogeneización provocada por la cultura globalizadora–. La particular mirada de Francisco permitió abrir esa puerta y dotar al ecumenismo de una impronta singular.
Que amplios sectores del protestantismo vieran con agrado el énfasis crítico de Francisco respecto a la «cultura del descarte», a la idolatría del consumo y del dinero y a la destrucción de los lazos comunitarios y sociales producidos por el «dogma neoliberal» y que acogieran positivamente su perspectiva de una cristiandad con eje en los humildes, los pobres y los excluidos no constituía un hecho extraño, en tanto las posiciones teológicas del universo protestante ya se desplegaban, desde hacía décadas, en ese mismo sentido. Esas posiciones no solo se evidenciaban en los desarrollos teológicos del mundo luterano, reformado, presbiteriano, anglicano y metodista, sino que se sustanciaban, a su vez, en distintos documentos de las respectivas organizaciones denominacionales del protestantismo. En 2003, la Federación Luterana Mundial publicó Por la sanación del mundo, un documento emanado de la 10a Asamblea de la organización, en el que se afirmaba: «El evangelio es de los pobres y para los pobres. La justicia de Dios no capitula ante la injusticia del mundo»16. Al mismo tiempo, la Federación Luterana Mundial sostenía:
Como comunión, debemos enfrentarnos a la falsa ideología de la globalización económica neoliberal confrontando, convirtiendo y cambiando esta realidad y sus efectos. Esta falsa ideología se basa en la suposición de que el mercado, construido sobre la propiedad privada, la competencia desenfrenada y la centralidad de los contratos, es la ley absoluta que rige la vida humana, la sociedad y el medio ambiente. Esto constituye una idolatría y conduce a la exclusión sistemática de los que no tienen propiedades, a la destrucción de la diversidad cultural, al desmantelamiento de las frágiles democracias y a la destrucción de la tierra.17
Una posición similar podía encontrarse en la Confesión de Accra, adoptada por la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas18 en 2004, donde esa denominación expresaba su rechazo del «orden económico mundial actual impuesto por el capitalismo neoliberal global y de todo sistema económico, con inclusión de las economías planificadas absolutas, que cuestione el pacto de Dios y excluya de la plenitud de la vida a los pobres, los vulnerables y a toda la creación». A su vez, criticaba «la acumulación incontrolada de riquezas y el crecimiento sin límite que ya han costado la vida de millones de personas y han destruido gran parte de la creación de Dios». Las palabras de los luteranos y los reformados evidenciaban una clara similitud con aquellas que sostendría Francisco en Evangelii gaudium, su primera exhortación evangélica. Allí, el pontífice afirmaba que «la adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano», al tiempo que destacaba que «la crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo».
Este marco de acuerdos comunes se puso de relieve desde el inicio del pontificado de Francisco. Poco tiempo después de su asunción como papa, la Federación Luterana Mundial publicó un breve documento titulado «Haciendo causa común con el Papa Francisco para servir a los pobres» y un año más tarde, el Consejo Mundial de Iglesias afirmó que acompañaba «el llamado de Francisco a trabajar por la justicia y la paz, en profunda solidaridad cristiana». Las declaraciones, sin embargo, no constituyeron meras expresiones de voluntad y deseo, sino que se expresaron en prácticas concretas. De hecho, no es casual que numerosas organizaciones denominacionales del cristianismo no católico romano se integraran al Movimiento Laudato Si, lanzado por el papa a partir de su encíclica de título homónimo. El movimiento, que hace eje en el cuidado de la casa común y que centra su atención en la lucha contra la destrucción del medio ambiente, concitó un fuerte respaldo entre los luteranos, reformados, anglicanos y metodistas, a punto tal que la red conocida como Luteranos Restaurando la Creación estableció guías de estudio y de trabajo a partir de la encíclica papal. La incorporación de Laudato si’ como un elemento singular del diálogo ecuménico se evidenció también en la Declaración Conjunta del Papa Francisco y el Arzobispo de Canterbury (líder de la Iglesia de Inglaterra) Justin Welby en 2016, así como en el documento El cuidado de nuestra casa común: una preocupación ecuménica e interreligiosa: comentarios sobre la carta encíclica Laudato si’ del Papa Francisco presentado ese mismo año por el secretario general del Consejo Mundial de Iglesias, Olav Fykse Tveit.
Las perspectivas de un desafío compartido
Pese a que las confluencias entre el protestantismo histórico y el catolicismo romano fueron nítidas durante el papado de Francisco, las diferencias teológicas aún persisten. Estas, sin embargo, no constituyeron un obstáculo para el diálogo ecuménico, toda vez que este se comprendió desde la perspectiva de la «diversidad reconciliada». El propio Francisco fue claro a la hora de reconocer que los diferendos en materia teológica no deben suponer una traba para la acción común ni para la práctica ecuménica. De ahí que, en más de una ocasión, el pontífice planteara que el ecumenismo no debería apoyarse sobre las espaldas de los teólogos, sino sobre un camino compartido en la oración, en la acción social y en la evangelización. Su «ecumenismo del camino» se afirmó, así, en otros: el «ecumenismo del martirio» –que consiste en la idea de que los cristianos que son perseguidos lo son por ser cristianos y no por sus denominaciones específicas–, el «ecumenismo de la misión» –sostenido sobre la idea de que los cristianos, como discípulos, comparten la misión evangelizadora– y el «ecumenismo de los pobres» –fundamentado en que todos los cristianos dan testimonio del Señor Jesús sirviendo a los más pobres y necesitados–. Estas formas del ecumenismo permitirían, según los criterios de Francisco, superar el escollo que los diferendos teológicos le plantean a la acción común. En una alocución ante el Dicasterio para la Unidad de los Cristianos en 2022, el pontífice fue claro al recordar las palabras de un teólogo ortodoxo, para quien la práctica ecuménica no podía supeditarse al debate teológico, en tanto era posible que los teólogos recién se pusieran de acuerdo «el día después del juicio final». El ecumenismo, entonces, debía avanzar bajo otro criterio: el que llevaba a las distintas denominaciones cristianas a «caminar como hermanos».
Frente a las voces más conservadoras, que no vieron con buenos ojos el fortalecimiento de algunas relaciones ecuménicas, Francisco insistió en que la catolicidad romana debía abrazar a los hermanos en la fe haciendo eje en las coincidencias y en la predicación de la palabra evangélica, dejando en un segundo término algunos de los diferendos teológicos. Pero frente a aquellos que, aprovechando los avances ecuménicos promovidos por el papa, bregaron por la introducción de una serie de cambios dentro de las propias estructuras católico-romanas, Francisco fue más cauteloso. En 2020, cuando Georg Bätzing, el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, solicitó a las altas autoridades vaticanas que los católicos y los protestantes alemanes (representados fundamentalmente por la Iglesia Evangélica Alemana [ekd, por sus siglas en alemán]) pudieran compartir la eucaristía, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe –el órgano encargado de la custodia de la doctrina católica– respondió con un no rotundo, argumentando que las diferencias entre ambas confesiones en lo que hace al ministerio y a la comprensión de la eucaristía todavía eran importantes. Pero Bätzing no solo requirió que católicos y protestantes pudieran compartir la eucaristía, sino que manifestó la intención de buena parte de las diócesis alemanas de avanzar en un camino sinodal que incluyese la ordenación de hombres casados como sacerdotes, el matrimonio de aquellos que fueran solteros y que desearan casarse mientras ejercían ese rol, la habilitación del diaconado femenino, el análisis sobre el «ministerio sacramental de personas de todos los sexos», la aceptación de la homosexualidad y de las políticas anticonceptivas, así como la modificación de los registros de bautismo cuando se produjeran transiciones de género19. Ante esas demandas, Francisco, que lo nombró obispo de Limburg en 2016, respondió: «Al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, monseñor Bätzing, le dije: hay una muy buena Iglesia evangélica en Alemania. No necesitamos dos. El problema surge cuando la vía sinodal proviene de las elites intelectuales y teológicas, y está muy influenciada por las presiones externas»20. Los puntos marcados por Francisco no deben interpretarse como obstáculos a las relaciones ecuménicas, sino como formas de afrontar dilemas y controversias de la propia catolicidad romana.
El ecumenismo de Francisco se talló desde un inicio sobre la idea del poliedro. Esa idea, que el pontífice expresó claramente en Evangelii gaudium y que proviene, como ha marcado Juan Carlos Scannone, de la teología argentina del pueblo, implica la consideración de un cuerpo en el que las diferentes partes convergen, conservando cada una de ellas sus aspectos singulares21. Desde el protestantismo, Bräuer acierta cuando afirma que
es interesante notar que este modelo reemplaza el modelo de círculos concéntricos que los católicos usan a menudo y, en cambio, desarrolla un modelo de unidad en el que se preserva la identidad de las diferentes iglesias sin oscurecer la identidad del todo. Tal imagen hace posible un proceso de mutuo aprendizaje ecuménico y de enriquecimiento a través de esa relación complementaria. La perspectiva latinoamericana del papa Francisco queda clara por el hecho de que en esta concepción de unidad incluye a las comunidades pentecostales y evangélicas, junto a las iglesias ortodoxa, anglicana, luterana y reformada.22
Aunque fue enunciado con criterios propios de la catolicidad romana, el paradigma ecuménico de Francisco encontró ecos en otro de matriz nítidamente protestante. Nos referimos a aquel que, en las décadas de 1970 y 1980, impulsara el teólogo luterano Oscar Cullmann. Para el exégeta bíblico francés –que fuera, además, observador en el Concilio Vaticano ii–, los seguidores de Jesús están llamados a reconocer que «toda confesión cristiana tiene un don inalienable del Espíritu, un carisma, que tiene el deber de preservar, cultivar, purificar y profundizar, y que no debe vaciar de su sustancia en un afán de uniformización»23. Esto lo llevó a acuñar un modelo ecuménico superador del de los acuerdos de las cúspides religiosas: de lo que se trataba era de asumir, desde la propia fe, un proceso de confraternidad confesional tendiente a la «unidad en la diversidad reconciliada». No es casual que fuera el propio Francisco quien recuperara estas palabras en su exhortación evangélica Evangelii gaudium.
Durante el papado de Francisco, protestantes y católicos avanzaron en un singular proceso de ecumenismo práctico. Sin renunciar a sus historias, a sus tradiciones –siempre internamente tensionadas– y a sus respectivas identidades denominacionales, se encontraron para reconocerse en una fuente común. Esa que, como decía el teólogo Jürgen Moltmann, se expresa en «la cruz de Cristo (…), el lugar donde hemos sido reunidos y unificados y en el que estamos unidos de una manera más profunda de lo que podríamos pensar»24. Las muestras de tristeza y de congoja de numerosos representantes del protestantismo histórico por la partida de Francisco revelan hasta qué punto el pontífice argentino impulsó una práctica de reconocimiento mutuo basada en el peregrinaje compartido, a la vez que exhiben los frutos que se cosecharon en términos de relaciones de hermandad cristiana. Pero la muerte de Francisco abre, al mismo tiempo, un horizonte de interrogantes respecto a la continuidad de su prédica. En un tiempo de polarización y de virajes globales hacia la derecha, ¿podrá León xiv convertirse también en un «hermano de Roma», conservando la sensibilidad social que caracterizó a Francisco y tendiendo puentes ecuménicos hacia los protestantes que hoy lo saludan como a un hermano en la fe? Estas preguntas aún están por contestarse.
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1.
Organización ecuménica fundada en 1948, que nuclea tanto a iglesias protestantes de diversas denominaciones –principalmente luteranas, anglicanas, reformadas, metodistas– como a iglesias ortodoxas orientales.
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2.
Making Common Cause with Pope Francis on Serving the Poor, Lutheran World Federation News, 2013.
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3.
Heather Hahn, Amanda Bachus y Vance Morton: Methodists Worldwide Welcome Pope Francis I with Hope and Optimism, Central Texas United Methodists, 2013.
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4.
«La FAIE saluda a la Iglesia Católica ante la elección del Papa Francisco», Carta a la Conferencia Episcopal Argentina, 14/3/2013.
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5.
Juan Carlos Scannone: «El papa Francisco y la teología del pueblo» en Razón y Fe vol. 271 No 1395, 2014.
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6.
La mayoría de las iglesias pertenecientes al campo del «protestantismo histórico» argentino defendieron teológicamente y políticamente el matrimonio igualitario y la ley de interrupción voluntaria del embarazo.
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7.
R. Polanco: «El Papa Francisco y el ecumenismo del camino» en Medellín No 169, 2017.
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8.
La expresión no corresponde al papa Francisco, sino a Rodrigo Polanco, quien la considera útil para expresar la perspectiva ecuménica del pontífice.
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9.
M. Bräuer: «Pope Francis and Ecumenism» en The Ecumenical Review vol. 69 No 1, 2017.
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10.
Sarah Zylstra: «El Papa pide perdón a los ‘primeros evangélicos’ por la persecución» en Christianity Today, 7/6/2015.
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11.
«Visita privada del Santo Padre al pastor evangélico Giovanni Traettino. Discurso del Santo Padre Francisco. Iglesia Pentecostal de la Reconciliación, Caserta, lunes 28 de julio de 2014», Dicasterio para la Comunicación, 28/7/2014.
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12.
«Discurso del Santo Padre Francisco a una delegación del Consejo Metodista Mundial», Dicasterio para la Comunicación, 7/4/2016.
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13.
Oración ecuménica conjunta en la catedral luterana de Lund, Homilía del Santo Padre, Lund, 31/10/2016.
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14.
«Conferencia de prensa del Santo Padre durante el vuelo de regreso a Roma. Viaje apostólico del Santo Padre Francisco a Armenia», Dicasterio para la Comunicación, 26/6/2016.
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15.
U. Jonsson: «Intervista a Papa Francesco. In occasione del viaggio apostolico in Svezia» en La Civiltà Cattolica, 26/11/2016.
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16.
Federación Luterana Mundial, Oficina para Servicios de Comunicación: «For the Healing of the World: Official Report», 2003.
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17.
Karen L. Bloomquist (ed.): Communion, Responsibility, Accountability: Responding as a Lutheran Communion to Neoliberal Globalization, Federación Luterana Mundial, Ginebra, 12/2004.
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18.
La Confesión de Accra fue adoptada posteriormente por la Comunión Internacional de Iglesias Reformadas que unificó en una sola organización a la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas y al Consejo Ecuménico Reformado.
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19.
Christa Pongratz-Lippitt: «German Lay Catholic Leader Says Synodal Path Will Not Lead to Schism» en La Croix International, 31/1/2020.
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20.
Antonio Spadaro: «Conversación del Papa Francisco con los directores de las revistas culturales europeas de los jesuitas» en La Civiltà Cattolica, 14/6/2022.
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21.
J.C. Scannone: ob. cit.
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22.
M. Bräuer: ob. cit.
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23.
O. Cullmann: Unity through Diversity: Its Foundation, and a Contribution to the Discussion concerning the Possibilities of Its Actualization, Fortress Press, Filadelfia, 1986.
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24.
J. Moltmann: «Ecumenismo bajo la cruz» en Teología de la cruz, Sígueme, Salamanca, 1979, p. 166.