Autor

Eduardo Goligorsky

Publicaciones de Eduardo Goligorsky

Artículo | NUSO Nº 61 / Julio - Agosto 1982
Sionismo: El ocaso de una quimera

El sionismo tiene un interés evidente en que a los judíos radicados fuera de Israel continúen sometiéndolos a persecuciones. Ven en ello la garantía de que toda auténtica asimilación es imposible... No le niego a nadie el derecho de querer vivir con la conciencia de pertenecer a una minoría... Pero, por otra parte, no me prestaré a una empresa encaminada a impedir por la fuerza la asimilación de tal o cual minoría. Porque ello implicaría utilizar los mismos métodos que utilizan los antisemitas. Bruno Kreisky (Le Nouvel Observateur, 23-4-79) Apenas un observador intenta abordar con ánimo racional la cuestión judía, la atmósfera de probidad crítica se enrarece. Los antijudíos (prefiero este término al equívoco "antisemita", que emplearé sólo cuando cite textos ajenos) descalifican todo argumento que no se ciña a sus prejuicios y a un cúmulo de mitos infamantes, adjudicándolo a una tenebrosa conjura. Los filojudíos proceden de la misma manera: quienes incurren en la temeridad de no sacralizar el papel que este grupo humano desempeñó en el pasado, de impugnar los actos que algunos de sus miembros ejecutan en el presente, y de postular opciones que podrían debilitar su cohesión para desembocar en una fusión espontánea con otros pueblos, son estigmatizados mediante una diatriba visceral que los equipara a los ideólogos de las abominaciones nazis. Sí, para colmo, tales temerarios son de ascendencia judía, pero no permiten que esta circunstancia fortuita gobierne su conducta racional, recae sobre ellos el mote de traidores o un diagnóstico fulminante: son víctimas del fenómeno patológico denominado autoodio. "En el fondo de la cuestión escribió S. Levenberg -, subyace una revuelta contra los padres y demás familiares".

Artículo | NUSO Nº 60 / Mayo - Junio 1982
El Test de las Malvinas

Es patética la puntualidad con que el conflicto de las Malvinas ha reactivado el núcleo de violencia endémico de la sociedad argentina. El estallido, encubierto por la máscara de la reivindicación nacionalista, no hace más que trasladar al plano exterior los actos de fuerza que se pusieron en marcha dentro del país, con obvio desprecio por la vida humana, a partir de dos asesinatos alevosos perpetrados en 1969: el de un ex presidente, el general Pedro Eugenio Aramburu, y el de un dirigente sindical peronista, Augusto Vandor. Desde entonces, todos los bandos en pugna justificaron sus desafueros mediante monsergas nacionalistas. Unos mataban para librar al país de la colusión entre la oligarquía nativa y los imperialismos yanqui e inglés y postulaban un modelo de socialismo anómalo sobrecargado de contaminaciones chovinistas, bárbaras y represivas. Otros mataban con el pretexto de evitar que la derrota de los dos imperialismos trajera aparejada la implantación de un sucedáneo soviético o cubano, y sintetizaban su precaria ideología en consignas tales como: \"Ni yanquis ni marxistas, peronistas\", o \"El mejor enemigo es el enemigo muerto\". Otros, en fin, mataban para salvaguardar una versión desnaturalizada de la civilización occidental y cristiana, sujeta a la doctrina de la seguridad nacional. El denominador común de los tres grupos era, como se ve, la inmolación del adversario interpretado como personificación del enemigo foráneo.