Tema central
NUSO Nº 217 / Septiembre - Octubre 2008

Un análisis de su capacidad de reforma

Durante los 90, los gobiernos socialdemócratas europeos tuvieron que enfrentar el desafío de la globalización y la europeización. El artículo analiza la performance de seis de ellos en términos de equilibrio fiscal, empleo y bienestar social. La conclusión es que aquellos gobiernos que adaptaron sus instrumentos y estrategias, sin dejar de lado el objetivo socialdemócrata fundamental de construir una sociedad más justa, lograron los mejores resultados. Es el caso de Suecia y Dinamarca. En cambio, aquellos que se negaron a flexibilizar sus políticas, como los de Francia y Alemania, muestran performances más decepcionantes.

Un análisis de su capacidad de reforma

Introducción

La globalización, la europeización y la creciente heterogeneidad que caracterizan a los países de Europa constituyen un desafío para el futuro de la socialdemocracia. Durante la década de 1980, los sociólogos vaticinaron el declive de esta tradición y el irreversible dilema electoral al que se veía expuesta. Otros, en cambio, destacaron la capacidad de los partidos socialdemócratas para adaptarse a las nuevas circunstancias y revisar sus estrategias, instrumentos, programas y políticas. El triunfo de varios partidos socialistas y socialdemócratas durante los 90 pareció confirmar la capacidad para renovarse. El ascenso al poder de muchos partidos socialdemócratas constituye una sólida base empírica para comprobar si el éxito electoral de la socialdemocracia deriva únicamente del agotamiento del ciclo neoliberal o si los partidos socialdemócratas pueden alcanzar sus clásicos objetivos –pleno empleo, justicia social– adaptando sus estrategias e instrumentos. En otras palabras, ¿qué respuestas específicas han encontrado los partidos socialdemócratas a los nuevos desafíos? ¿Cuáles son las consecuencias de revisar o no sus programas, instrumentos y políticas?

Este artículo se propone responder estas preguntas. Se compararán las políticas y los resultados obtenidos por seis gobiernos socialdemócratas –Gran Bretaña, Francia, Alemania, Países Bajos, Suecia y Dinamarca– en el área fiscal, social y de empleo. El argumento se desarrollará en cuatro etapas. En primer término, se investigará el desempeño concreto de estos seis gobiernos. En segundo lugar, se elaborará una tipología de los partidos socialdemócratas a partir del análisis de sus políticas. En tercer término, se indagará la elección de prioridades específicas –trade-off– entre las diferentes políticas implementadas por cada tipo de gobierno socialdemócrata. Por último, se explicarán las posibilidades que tienen los partidos socialdemócratas de cambiar sus políticas tradicionales en el marco de las limitaciones estructurales, la competencia partidaria y las acciones políticas.

El desempeño de la socialdemocracia en el poder

En esta sección se evaluará el desempeño de los gobiernos mencionados en tres áreas que siempre han resultado fundamentales para la socialdemocracia: políticas fiscales, políticas de empleo y políticas sociales. Para cada una de estas áreas, hemos desarrollado un indicador que contiene dos componentes ponderados: en políticas fiscales, se considera la deuda pública nacional y el déficit presupuestario estructural; en políticas de empleo, los índices de empleo y desempleo; en políticas sociales, el gasto social per cápita y la variación en la cantidad de personas en riesgo de pobreza antes y después de las transferencias sociales.

Con los tres indicadores se ha elaborado un índice para evaluar el desempeño político general. Este desempeño se analizará en dos dimensiones: por un lado, la situación relativa del país (al finalizar el periodo de gobierno o en 2002) con respecto a los demás países; por otro lado, el cambio experimentado por cada país (entre el principio y el fin del periodo de gobierno o 2002). El objetivo no es presentar simples resultados sino evaluar comparativamente el desempeño relativo de estos seis gobiernos.

Las políticas fiscales. El desempeño de Dinamarca y Suecia es superior tanto en su situación comparativa como en el cambio en el tiempo. Ambos países consolidaron con éxito sus presupuestos reduciendo el gasto y manteniendo una fuerte presión impositiva, lo que se refleja claramente en los impuestos sobre los ingresos personales y el impuesto al valor agregado (IVA). Los impuestos corporativos y sobre el capital son una excepción: se redujeron para evitar la salida de flujos de capital que había ocasionado serios problemas a la economía sueca durante los primeros años de la década de 1990.

Gran Bretaña y los Países Bajos se ubican en un nivel intermedio. Ambos países lograron reducir la carga de la deuda y el déficit, principalmente al limitar el gasto. Alemania y Francia, finalmente, muestran las peores performances en esta área. Ninguno de los dos pudo (o quiso, en el caso de Francia) reducir el gasto y estimular el crecimiento a través de una reforma fiscal. Esto los hizo violar repetidamente la regla de Maastricht que fija un déficit máximo de 3%. En especial, el plan de reducción de los impuestos a las empresas y del impuesto sobre los ingresos de las personas más ricas implementado en Alemania fracasó en el anunciado objetivo de promover las inversiones, el consumo y el crecimiento económico. La política de la coalición rojo-verde (entre el Partido Socialdemócrata –SPD– y el Partido Verde) de bajar los impuestos no fue ni una estrategia socialdemócrata (desde el punto de vista político) ni una estrategia exitosa (desde el punto de vista económico). El gobierno progresista fue víctima del mito neoliberal que indica que una reducción impositiva mejora automáticamente las inversiones, lo que a su vez favorece el desarrollo de la economía.

Las políticas de empleo. En este índice, los Países Bajos tuvieron un mejor desempeño, tanto en términos comparativos como de evolución durante el periodo de gobierno. En particular, la creación de trabajos de tiempo parcial para mujeres e inmigrantes contribuyó a incrementar el nivel de empleo y disminuir las tasas de desempleo. Las encuestas demuestran que especialmente las mujeres valoraron estas nuevas oportunidades. Luego de los Países Bajos se ubican Dinamarca y Suecia, y después Gran Bretaña. Como se observa, el desempeño en el área laboral es similar al de las políticas fiscales: Alemania y Francia se ubican en los peores lugares (aunque Francia al menos mostró algunos cambios positivos en la creación de empleos por parte del gobierno, especialmente para los jóvenes). En las primeras posiciones, sin embargo, se advierten algunas variaciones: los Países Bajos, Suecia y Dinamarca cambiaron sus posiciones; Gran Bretaña partió desde una posición relativamente cómoda en 1997, pero no pudo mejorar el nivel de empleo al ritmo de los Países Bajos o Dinamarca. De esta forma, vuelve a aparecer en una posición intermedia.

Las políticas sociales. Los indicadores utilizados para comparar el desempeño en políticas sociales son el gasto social per cápita (a precios constantes de 1995) y el índice de cambios en el riesgo de pobreza antes y después de las transferencias sociales. Gran Bretaña es el país con el peor desempeño comparado, aunque al mismo tiempo es el que tuvo el mejor desempeño durante el periodo en consideración (cambio). El «nuevo laborismo», en efecto, mejoró el gasto social y redujo moderadamente el riesgo de pobreza. Estos avances, sin embargo, no alcanzaron para reducir la pobreza y aumentar el gasto en seguridad social al mismo nivel que el de Europa continental, para no mencionar a los países escandinavos.

Como en Dinamarca y Suecia los gobiernos socialdemócratas partieron desde una posición muy positiva, estos países no han podido lograr mayores progresos en la evolución temporal de los indicadores de política social. Suecia incluso registró una pequeña disminución, aunque su situación comparada todavía era sobresaliente. Si bien los Países Bajos estaban en una situación similar en materia de reducción del índice de riesgo de pobreza, han logrado bajar en forma significativa el gasto per cápita en seguridad social en comparación con los países escandinavos. En contraste, Francia no tuvo un desempeño tan bueno. Sin embargo, fue notablemente mejor que el de Gran Bretaña.

El desempeño general. La comparación del desempeño general mostró a los países escandinavos en las posiciones superiores y a Francia y Alemania en las inferiores. La excepción es la política social. En Gran Bretaña, aun después de siete años de gobierno, el «nuevo laborismo» no logró acercarse al resto de los países analizados en esta área. Los datos presentados concluyen en 2002 (o al finalizar el gobierno socialdemócrata). Sin embargo, el panorama no cambió demasiado hasta 2005.

La primera conclusión es clara: no existe una congruencia visible en los resultados. En otras palabras, el desafío común de la globalización y la europeización no condujo a resultados similares. Ahora bien, los objetivos, las estrategias y los instrumentos ¿también muestran diferencias? ¿Cuál es la relación entre los objetivos, las estrategias y los instrumentos y los logros reales con respecto a los valores fundamentales de la doctrina socialdemócrata?

En las políticas fiscales, podemos ver una tendencia común. La mayoría de los gobiernos socialdemócratas realizó grandes esfuerzos para alcanzar el equilibrio fiscal y, al mismo tiempo, implementar una política impositiva que mejorara la competitividad económica. En ese sentido, la disciplina fiscal se convirtió en uno de los objetivos de la socialdemocracia. Sin embargo, la forma en que se procuró alcanzarlo incluyó una combinación particular de políticas de ingresos y gastos. Dinamarca y Suecia no sucumbieron a la tentación neoclásica de reducir los gastos y bajar los impuestos e incluso aumentaron los ya elevados tributos sobre los ingresos y el IVA. Esta política fue ampliamente apoyada por una sociedad que sigue prefiriendo la tradición escandinava de mantener impuestos elevados y servicios públicos de calidad (en lugar de reducir la carga impositiva y privatizar los servicios educativos, sanitarios y de seguridad social). El «nuevo laborismo» mantuvo la presión tributaria más baja de los seis países analizados. Sin embargo, después de dos años de gobierno Blair aumentó levemente el gasto para mejorar la inversión en educación y salud. Los Países Bajos redujeron tanto el gasto como los impuestos. Estos tres caminos, aunque diferentes, favorecieron el crecimiento económico, el empleo y la solidez de las finanzas públicas. En contraste, Alemania y Francia se embarcaron en políticas fiscales que terminaron en el fracaso. En el primer caso, la coalición rojo-verde redujo los impuestos sobre las empresas y los ingresos, mantuvo el gasto corriente y recortó el gasto de inversión. En Francia, el Partido Socialista (PS) aumentó los impuestos y el gasto (especialmente el corriente). Ninguno de los dos gobiernos logró mejorar el equilibrio fiscal.

En cuanto al empleo, todos los partidos implementaron políticas activas para crear empleo y también buscaron fomentar conductas activas por parte de los desempleados. Sin embargo, los enfoques fueron muy diferentes. Hubo una tendencia general a dejar de considerar el trabajo y el ingreso como un bien básico que debe ser provisto por el Estado para quienes no logran acceder a él mediante el mercado (decommodification). En general, se procuró avanzar hacia una mayor responsabilización de los desempleados. La disposición para aceptar los nuevos requisitos del mercado (capacitación, reeducación) corresponde a una tendencia notoriamente postradicional de la política socialdemócrata.

Las divergencias entre los seis países son particularmente visibles en las políticas sociales. Las reformas implementadas en esta área son decisivas para analizar de qué modo cada socialdemocracia pudo llevar a cabo los ajustes en materia de política fiscal a fin de obtener mercados laborales más flexibles y, al mismo tiempo, mantener la seguridad social. Así, las estrategias van desde la expansión de la seguridad social (Francia) hasta reformas secundarias y más incisivas durante el último año de gobierno (Alemania), hasta privatizaciones y reformas estructurales (Países Bajos). Las políticas de la socialdemocracia en Suecia y Dinamarca se ubican en una posición intermedia. En Gran Bretaña, se implementaron políticas focalizadas, en las que la ayuda está sujeta a la verificación de los ingresos de los beneficiarios, lo cual permitió controlar el gasto y, al mismo tiempo, mejorar algunas contribuciones sociales específicas.

En general, las distintas políticas produjeron resultados diferentes. La suma de los tres índices nos permite apreciar de manera conjunta el desempeño de los partidos socialdemócratas en el poder. Dinamarca lidera las posiciones. Junto con Suecia, que se ubica en segundo lugar, demuestra que para superar importantes déficits presupuestarios y reducir el desempleo no necesariamente hay que recurrir a un debilitamiento del Estado de Bienestar ni abandonar el objetivo de construir una sociedad más justa. En los Países Bajos, a diferencia de los países escandinavos, el buen desempeño en las políticas fiscales y de empleo se combinó con un desempeño no tan notable en políticas de bienestar social. Gran Bretaña logró avances significativos en las tres áreas analizadas, pero los resultados generales se mantienen apenas por debajo del promedio debido a que en el área social su situación sigue siendo comparativamente peor que la del resto. Alemania y Francia se ubican al final de la clasificación. En ambos países, el aumento de la deuda y del déficit no ha generado buenos resultados en el empleo ni en el bienestar social. Tres tipos de socialdemocracia

¿Se pueden encontrar diferencias significativas que nos permitan elaborar una tipología de partidos socialdemócratas? Creemos que podemos seguir la clasificación de Peter Hall, quien distingue cambios de primer, segundo y tercer orden. Los cambios de primer orden constituyen el «proceso mediante el cual se modifican, a la luz de la experiencia, los instrumentos, mientras que los objetivos y el entorno general de la política se mantienen inalterados». Los cambios de segundo orden se producen «cuando los instrumentos de las políticas se modifican tanto como su entorno, en respuesta a la experiencia, a pesar de que los objetivos generales de las políticas se mantienen sin cambio». Los cambios de tercer orden implican «cambios simultáneos en los tres componentes: el entorno del instrumento, el instrumento en sí mismo y la jerarquía de los objetivos».

Si alguno de los seis gobiernos socialdemócratas no muestra cambios importantes con respecto a objetivos e instrumentos lo llamamos «socialdemocracia tradicional». Si se pueden observar cambios en el entorno del instrumento y en las estrategias políticas, pero se mantienen los objetivos tradicionales de la socialdemocracia (justicia social, seguridad social, pleno empleo), hablamos de «socialdemocracia modernizada». Si no solo se adoptan nuevos instrumentos sino que también se redefinen los objetivos y se reordenan las prioridades, la definimos como «socialdemocracia liberal».

A partir de esta clasificación, se obtienen tres tipos de partido socialdemócrata. La socialdemocracia tradicional apenas si ha modificado las regulaciones y los instrumentos tradicionales. En estos casos, de acuerdo con el análisis precedente, ha demostrado una mayor incapacidad para alcanzar los objetivos tradicionales de la doctrina socialdemócrata: pleno empleo, justicia social y equidad generacional y de género. Esta parecería ser la paradoja –o, por qué no, la tragedia– de las socialdemocracias de Alemania y de Francia.

La socialdemocracia modernizada no liberaliza las estructuras del Estado de Bienestar y del mercado laboral, pero las moderniza. Bajo un «Estado de inversión social», reforma el sistema de bienestar para adaptarlo al nuevo contexto de competitividad global. Pero no lo reemplaza. Este tipo de socialdemocracia no reduce las responsabilidades sociales del sector público ni tampoco se limita a la política del mercado. Amplía el rol del «Estado posibilitador» al campo social. La reducción de las transferencias de dinero, la complementación de los derechos con obligaciones y la reforma del mercado laboral –manteniendo elevados estándares de seguridad social y servicios sociales– son la base de este tipo de gobierno. Dinamarca y Suecia corresponden a esta categoría.

La socialdemocracia liberal reemplazó en forma parcial las regulaciones estatales por las soluciones de mercado y, de ese modo, se acerca a las ideas liberales. Los estándares sociales mínimos y la inclusión en el mercado laboral se procuran sobre la base de la economía más que a través de un programa generoso de seguridad social. El «nuevo laborismo» y la socialdemocracia de los Países Bajos muestran rasgos de este tipo de socialdemocracia liberal.

Cambios en los gobiernos socialdemócratas

Las diferencias señaladas se tornan particularmente evidentes al analizar los ajustes en el balance de objetivos (trade-offs). Tras los cambios impulsados por la creciente internacionalización y europeización, los partidos socialdemócratas buscaron nuevos equilibrios. La prioridad otorgada a un objetivo a expensas de otro demuestra el carácter de los partidos socialdemócratas mucho mejor que el análisis de sus programas o plataformas. A continuación, se presentarán dos de ellos.

Balance entre política fiscal y social. La socialdemocracia tradicional se centra en el objetivo clásico de redistribución a través de transferencias sociales. Para responder a la presión de la competencia tributaria, implementó reformas fiscales. Los impuestos se redujeron (en Alemania), pero el gasto no se recortó significativamente (en Alemania) o directamente no se tocó (en Francia). De esta forma, ninguno de los dos gobiernos logró equilibrar las finanzas públicas. El objetivo de la consolidación fiscal fue dejado de lado. La socialdemocracia modernizada siguió sosteniendo el objetivo de la redistribución, principalmente a través de servicios sociales, y al mismo tiempo buscó garantizar el equilibrio fiscal. Este doble propósito no permitió una reducción de la presión impositiva general. Este objetivo, por lo tanto, fue sacrificado. La socialdemocracia liberal ha renunciado al objetivo de lograr una mayor equidad o lo reemplazó por la asistencia focalizada (sujeta a la verificación de la situación del beneficiario). Este fue el objetivo dejado de lado. Al hacerlo, pudo equilibrar las finanzas públicas a través del recorte del gasto y reducir simultáneamente los impuestos (o mantenerlos en un nivel relativamente bajo). Es el caso de los Países Bajos y Gran Bretaña.

Compensaciones entre las políticas fiscales y de empleo. La socialdemocracia liberal ha reducido la carga fiscal –o la mantuvo en un nivel bajo– pero al mismo tiempo implementó políticas activas de empleo, con énfasis en la responsabilidad individual de aceptar ofertas de trabajo. Apenas se implementaron inversiones importantes en capital humano, objetivo que fue dejado de lado. La liberalización disminuyó la tendencia a considerar al Estado como el encargado de garantizar la seguridad laboral o los ingresos más allá del mercado (decommodification). Estos cambios demuestran claramente uno de los rasgos característicos de la socialdemocracia liberal, como bien se observa en el gobierno de Tony Blair.

La socialdemocracia modernizada adoptó una estrategia diferente. La inclusión en el mercado laboral se logró mediante el incremento de la responsabilización individual, la inversión en capacitación y educación y la instrumentación de excelentes servicios de mediación laboral. Dinamarca combinó un mercado comparativamente muy desregulado con los niveles más elevados de seguridad social. La «flexiseguridad» demostró ser una política exitosa de inclusión económica y social. Nuevamente, no se buscó reducir los impuestos (objetivo sacrificado).

En cambio, la socialdemocracia tradicional ha conservado los beneficios sociales, la baja responsabilización individual y un mercado laboral muy regulado. No se implementó una política orientada a generar conductas activas por parte de los desempleados. La estrategia «bienestar social sin trabajo» produjo un desempeño pobre.

Mientras que la socialdemocracia liberal –y, especialmente, la modernizada– creen en un «Estado posibilitador» que fomente las capacidades de empleo y de autogestión individual de los desocupados y de las personas con escasa capacitación, para así aumentar sus oportunidades de participar en el mercado, la socialdemocracia tradicional todavía asigna al Estado un rol de protección, principalmente pasiva, que no fomenta la conducta activa. En los dos últimos años del segundo gobierno de Gerhard Schröder, las políticas comenzaron a cambiar. La reforma laboral Hartz IV, la propuesta del ministro de Trabajo, Franz Müntefering, de extender la edad para la jubilación, y el nuevo programa partidario para 2007 muestran, cada vez más, la inclusión de ciertos elementos propios de la socialdemocracia liberal y modernizada.

Explicación del desempeño y la capacidad de reforma

La producción de políticas y sus resultados deben explicarse a través de una combinación de estructura y acción. Las estructuras, en particular las instituciones políticas, forman el contexto que determina una serie de acciones políticas factibles. Dentro de ellas, los responsables de la formulación de políticas realizan sus elecciones. En otras palabras, la capacidad de reforma depende de la estructura y también de la acción política. La estructura, la tradición, los valores y las expectativas de los ciudadanos crean patrones que limitan las opciones disponibles. Sin embargo, la acción política puede inclinarse por diferentes opciones o incluso modificar las estructuras, las expectativas y los valores e implementar reformas de largo plazo.

Los partidos socialdemócratas son –como cualquier otro partido político– actores que procuran obtener votos e implementar políticas. Su capacidad de reforma depende del contexto estructural, pero también de su cohesión interna y del liderazgo.

Estas variables –estructura y actores– están en la base de las teorías que buscan explicar las reformas del Estado de Bienestar (o, en términos más generales, el cambio del statu quo). Estas teorías se inscriben en la tradición institucionalista/estructuralista o, por el contrario, en los enfoques centrados en el actor.En el primer caso, se considera que las instituciones políticas (como el Senado o los tribunales constitucionales) son importantes en la medida en que promueven la participación de otros actores en las decisiones políticas. Cuantos más actores participen, menor será la probabilidad de producir cambios, pues habrá más puntos de veto. Además de las instituciones políticas, la estructura del sistema de bienestar (Estados de Bienestar con financiación fiscal frente a Estados de Bienestar sostenidos en base a contribuciones, mercados laborales regulados frente a liberalizados, entre otros aspectos) puede modelar la dirección y el contenido de las reformas.

En el segundo caso (enfoque centrado en actores), se considera que la competencia partidaria es la principal explicación. La fragmentación de la derecha y de la izquierda y el carácter del principal partido de derecha (es decir, conservador o demócrata cristiano) definen el alcance y la dirección de las reformas. Además de los partidos, otros actores, como los sindicatos y las organizaciones empresariales, también influyen.

A continuación haremos un breve análisis de la capacidad de explicación de estos dos enfoques para las políticas observadas en los seis gobiernos socialdemócratas. En Gran Bretaña, Suecia y Dinamarca, ninguna institución constitucional, salvo el Parlamento, tiene participación formal en las decisiones políticas. No existe un Senado con poder de veto ni tribunales constitucionales ni organismos de seguridad social independientes. Ahora bien, ¿utilizaron los gobiernos socialdemócratas este espacio político aparentemente más amplio? El «nuevo laborismo» no implementó ningún cambio drástico pero adoptó políticas liberalizadoras, especialmente en materia laboral y social. El partido en sí mismo experimentó importantes reformas. En contraste, la socialdemocracia de Suecia y Dinamarca experimentaron un cambio ideológico mucho menos importante, pero recurrieron a varios instrumentos nuevos en comparación con la década de 1980.

En suma, limitaciones institucionales similares no conducen a resultados iguales. La diferencia radica en los distintos legados y preferencias de los partidos y gobiernos socialdemócratas. En Francia y Alemania, ¿importan las instituciones a la hora de encontrar una explicación? En Francia, un gobierno dividido y un tribunal constitucional fuerte, y en Alemania un Senado con mayoría opositora, podrían constituir la explicación de que las reformas implementadas hayan sido más moderadas. En Francia, el Consejo Constitucional frustró una importante cantidad de iniciativas de Jospin. No obstante, en todos los casos el gobierno logró encontrar un nuevo camino para poner en marcha las medidas propuestas. En Alemania, el Tribunal Federal Constitucional no revocó ninguna medida importante en materia económica o social del gobierno del SPD. El Senado (Bundesrat), dominado por los estados (Länder), demostró ser un actor con poder de veto para obligar al SPD a realizar importantes concesiones. Sin embargo, los compromisos contraídos a menudo obligaron al SPD a impulsar políticas orientadas al mercado. Por lo tanto, los vetos institucionales no son una explicación decisiva para justificar las opciones tradicionales elegidas en Alemania y Francia.

Analizaremos ahora el tema desde el enfoque centrado en actores. Los partidos opositores y los socios de una coalición pueden limitar el margen de maniobra y orientar la acción política de manera decisiva. De los seis casos analizados, tres se encontraban en una situación favorable para formar un gobierno de un solo partido. En Gran Bretaña, el Partido Laborista contaba con la mayoría más importante desde la posguerra (durante el primer mandato) y una cómoda mayoría (durante el segundo y el tercer periodo). Los socialdemócratas de Dinamarca y Suecia, al no contar con mayoría parlamentaria, conformaron las denominadas «coaliciones legislativas» con partidos de derecha o de izquierda. Esto implica que tanto el gobierno laborista británico como los de Dinamarca y Suecia (aunque en menor medida) no estuvieron limitados por otros partidos. Sin embargo, en ocasiones, tuvieron que conciliar posiciones dentro de coaliciones legislativas informales.

En los Países Bajos, Alemania y Francia, los partidos socialdemócratas formaron gobiernos de coaliciones formales. En el caso de los Países Bajos, el PvdA formó una coalición con dos partidos liberales que lo llevó a hacer concesiones, especialmente en materia de política fiscal. En Francia, la izquierda plural (gauche plurielle) fue una coalición en la que todos los partidos competían por exhibir posiciones izquierdistas, lo cual condujo a políticas más tradicionales y limitó los cambios. En Alemania, los verdes que integraban la coalición que lideraba el SPD incidieron sobre todo en las políticas ecológicas y en las relaciones exteriores, pero su impacto sobre las políticas fiscales, sociales y de empleo fue reducido.

Con respecto a la competencia partidaria, podemos observar dos esquemas: por un lado, la fragmentación de los partidos opositores en Suecia y Dinamarca y la orientación promercado del Partido Conservador de Gran Bretaña; por otro lado, los partidos de la democracia cristiana (o de la burguesía gaullista) de Alemania, Francia y los Países Bajos. Este esquema explica en gran medida el comportamiento más audaz de los partidos escandinavos y las políticas más tradicionales impulsadas en Alemania y Francia. En Francia, los partidos gaullistas, de orientación estatista, limitaron el margen de maniobra del gobierno hacia el centro. En Alemania, la libertad de acción del SPD se vio limitada por los demócratacristianos.

En suma, el socio de la coalición (los liberales que acompañaron a la socialdemocracia en los Países Bajos o los diferentes partidos de izquierda que formaron gobierno junto al PS en Francia), así como el carácter del principal opositor (fragmentado o unificado, liberal o socialcristiano), constituyen una explicación más adecuada de las políticas implementadas que el marco institucional: en Suecia y Dinamarca, la posición preponderante de la socialdemocracia en la competencia partidaria ofreció un abanico amplio de opciones de coalición que permitió implementar reformas en el bienestar social. En Alemania y Francia, la competencia partidaria impidió profundizar las reformas debido a la existencia de una coalición de izquierda. En Gran Bretaña, la competencia partidaria le dio mucha libertad de acción a la derecha. En los Países Bajos, el socio de la coalición exigió un movimiento hacia la derecha. Conclusiones

Los planteos anteriores no implican soslayar la importancia de las instituciones. En ocasiones, pueden influir sobre la capacidad de reforma de manera significativa. Por ejemplo, el sistema electoral mayoritario británico obliga al Partido Laborista a conquistar al votante de centro. En este caso, el giro a la derecha fue una condición para ganar las elecciones.

Pero en general las instituciones, sin considerar a los actores, no alcanzan a explicar el cambio político. Es inútil determinar quién tiene más importancia, si los actores o las instituciones, pues es la combinación entre la configuración de los actores y su interacción en un marco estructural la que determina la capacidad de reforma. Considerar las preferencias y las estrategias de los actores tiene consecuencias para los estudios comparativos.

El análisis de los seis gobiernos socialdemócratas demuestra que el cambio de estrategias y objetivos no se produce simultáneamente. Las estrategias e instrumentos de las políticas se pueden modificar sin abandonar los objetivos tradicionales. Los gobiernos socialdemócratas de los países escandinavos lo demostraron con su notable desempeño. Sin embargo, los partidos socialdemócratas que no modificaron sus clásicas estrategias han fracasado en alcanzar sus objetivos tradicionales de pleno empleo y justicia social. Una vez más, en momentos de cambios acelerados, una conversión bien elaborada resulta más adecuada para lograr los objetivos tradicionales que una ortodoxia incapaz de modificar las estrategias y los instrumentos.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 217, Septiembre - Octubre 2008, ISSN: 0251-3552


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