Tema central
NUSO Nº 122 / Noviembre - Diciembre 1992

Los múltiples verdes del ambientalismo latinoamericano

     

Los múltiples verdes del ambientalismo latinoamericano

El ambientalismo latinoamericano es un movimiento diversificado y heterogéneo, aunque su sentido de pertenencia le da unidad. Esta diversidad aumenta con el creciente ingreso de nuevos actores y la apropiación del discurso ambientalista desde otros ámbitos. El surgimiento de posturas mesiánicas, y aun el surgimiento de un neoliberalismo verde, plantea nuevos desafíos al movimiento ambiental. La tarea de contribuir, junto a otros movimientos, a la reconstrucción de la praxis política desde los sueños utópicos se vuelve hoy una necesidad impostergable.

El ambientalismo latinoamericano aparece como una manifestación diversa, de múltiples tonalidades. Muchos hoy lo observan con simpatía, aprobando su lucha por preservar la naturaleza o mejorar nuestras ciudades. Pero otros todavía lo miran con desconfianza, considerándolo una lujosa imitación de lo que sucede en los países ricos, o como un nuevo germen de desestabilización de nuestros países. Este cuadro se complica hoy cuando casi todo el mundo tiene algo que decir sobre el tema ecológico, y desde todas las tiendas se presentan las más bellas declaraciones de intención que compiten en elocuencia y radicalismo. 

No puede negarse que la fuerza del ambientalismo va en aumento. En todo el continente se verifican diversos deterioros ambientales, y algunos, como la emisión de gases contaminantes, pueden estar ligados a los problemas globales. La problemática ecológica ahora alcanza casi todos los sectores de la vida de cualquier país. A todo esto se suma el sentimiento de que el ambientalismo es todavía una opción de cambio real. En efecto, en un contexto donde para muchos ya no hay alternativas de transformación, donde la izquierda y la derecha se confunden y los marcos de discusión se revierten y deforman, la temática ambiental plantea nuevas formas de vida y relación que mantienen vigentes las opciones de cambio.

En América Latina han existido diversas organizaciones ambientalistas, sobre todo dedicadas a la conservación de la naturaleza, por lo menos desde fines de los 50. Desde la década del 70 la diversificación de los problemas ambientales provocó un aumento de los militantes, y se constituyeron notorias manifestaciones en países como México, Brasil y Venezuela.

Hoy, extendidos a todos los países, los ambientalistas son parte de los nuevos movimientos sociales, junto con el pacifista, feminista, etc. Su característica clave es que estos movimientos aspiran a ser reconocidos por toda la sociedad, y los cambios que proponen afectarían a todos. Los ambientalistas no están interesados primariamente en acceder al poder del Estado ni en suplantarlo, pero son profundamente políticos en un nuevo sentido1.

La esencia del ambientalismo

El sujeto de la preocupación del movimiento es el ambiente y el ser humano inserto en él. Esto comprende cuestiones como la conservación y manejo de ecosistemas naturales, el impacto de las actividades humanas sobre el entorno (tales como la deforestación, la contaminación o la expansión urbana, etc.), la consideración de la articulación ambiente-desarrollo, etc. Entre los temas que parecen atraer una atención destacada, se pueden mencionar la situación en las grandes ciudades y su expansión, en particular la contaminación, el manejo de basura, la marginación; en cuanto a la gestión de los ambientes naturales, existe preocupación por la situación de algunos ecosistemas y especies, y en la generación de una alternativa agropecuaria a escala ecológica. Otros temas más recientes tienen que ver con la relación entre comercio internacional, la industrialización a escala ecológica, etc.

Pero los ambientalistas son más que los temas que los preocupan. Expresan una actitud que revela valores de contenido universal, de armonía del ser humano con la naturaleza. Se valoriza no solo al hombre, sino también a la naturaleza, y a todas las formas de vida, y la búsqueda de la solidaridad con ella. De esta manera, hay una preocupación ética por las plantas y animales, por la naturaleza toda. El movimiento se convierte así en una expresión de preocupación moral y de justicia.

De esta manera, el ambientalismo latinoamericano tiene un contenido utopista que rechaza el paradigma de desarrollo actual, pero también las visiones posmodernas ambiguas e individualistas. De esta manera, el ambientalismo critica la ideología dominante del crecimiento económico como motor del progreso social, que no solo no ha aumentado la calidad de vida de los latinoamericanos, sino que la ha reducido, y a costa de un gran deterioro ambiental2. En esta línea se avanza un poco más, y a diferencia de los movimientos de los países desarrollados, el ambientalismo latinoamericano en su gran mayoría ha apuntado a la vinculación de los problemas sociales con los ambientales. El subdesarrollo pasa a ser también un problema ambiental, y la pobreza actual expresa una larga historia donde la explotación del hombre está asociada a la depredación de la naturaleza. 

El ambientalismo latinoamericano tiene un contenido utopista que rechaza el paradigma de desarrollo actual, pero también las visiones posmodernas ambiguas e individualistas. 

Otra particularidad, única de los ambientalistas, es que emergió y trascendió a una disciplina académica, la ecología. En efecto, no existen movimientos sociales de «economistas» o «abogados». Por una parte, esto da a los ambientalistas una importante base de legitimación en el plano académico. Pero en tanto el ambientalismo reniega de la neutralidad ética tan difundida en las ciencias contemporáneas, y apunta a una ciencia que se haga desde el compromiso con la vida, también plantea a los científicos nuevos desafíos3. Así, se denuncia un estilo de ciencia de tipo instrumental y manipulador.

A partir de las mutuas contribuciones entre académicos y militantes ambientalistas ha surgido lo que puede describirse como una perspectiva ambiental. Esta es una manera, una actitud de enfocar los problemas, y a veces la propia vida, que puede caracterizarse por su acento en la interacción. Esta postura, a diferencia de la individualista y antropocéntrica hoy dominante, reconoce que cualquier ser vivo, las personas entre ellos, no vive aisladamente sino en relación con el ambiente. Bajo esta vinculación se relacionan los acontecimientos locales con los globales y viceversa. Las escalas de tiempo que se consideran son más amplias, y se proclaman compromisos con las generaciones futuras. Se comprende y acepta que la naturaleza posee límites, y que de rebasárselos, el colapso no solo será ambiental sino también social. Esta perspectiva ha alcanzado diversos ámbitos académicos, y hoy se presencia una explosión de ecociencias (economía ecológica, ecopolítica, ecosofía, etc.). 

En el movimiento convergen múltiples actores de las más variadas extracciones, desde empresarios a campesinos, aunque muy especialmente la clase media latinoamericana (estudiantes universitarios, profesionales, empleados públicos, obreros, etc.). 

Pero particularmente en América Latina existe una fuerte y reciente vinculación con los sectores populares, los grupos más empobrecidos. Esto se expresa por el creciente protagonismo de asociaciones vecinales y barriales, la emergencia de movimientos campesinos que reivindican una perspectiva ambiental de la actividad agropecuaria, y organizaciones regionales.

Heterogeneidad interna

Dentro de estos límites, el ambientalismo posee un grado de heterogeneidad interna importante, donde coexisten diversos énfasis, temas particulares y formas de acción diversas. A esto se suma que los ambientalistas se autoasignan rótulos muy diversos, tales como ecologista ecólogo, agroecólogo, educador ambiental, pacifista, etc.

Una aproximación más acertada parece ser la de identificar dos puntos extremos dentro de esta variedad, entre los cuales se ordenan sus manifestaciones. Por un lado están los administradores ambientales, que no cuestionan en su totalidad la ideología de fondo de los actuales estilos de desarrollo y organización social, y enfatizan sobre esa discusión las soluciones técnicas a los problemas ambientales. Para ellos la ciencia y la técnica actual pueden superar los problemas ambientales. Los temas sociales se enfocan por detrás de los ambientales, y entre estos se enfatizan aquellos de conservación de plantas y animales. Sus contactos con otros grupos sociales son más tenues, aunque estrechos con algunos grupos empresariales y políticos. Un ejemplo de orientaciones cercanas a este extremo son las grandes organizaciones conservacionistas, tales como la Fundación Vida Silvestre (Argentina); Fundación Brasileña para la Conservación de la Naturaleza; Bioma (Venezuela), etc., y las filiales latinoamericanas de organizaciones de Estados Unidos como la Nature Conservancy. No puede minimizarse el papel de estas entidades en tanto han realizado importantes aportes, especialmente en el manejo de áreas silvestres.

El otro punto extremo lo ilustran las posiciones contrahegemónicas que enfatizan un cuestionamiento abarcador a la ideología del progreso. Ellas enfocan la crisis actual desde una vinculación estrecha entre sus componentes sociales y ambientales. Su práctica apunta a cambios profundos en la sociedad, y sus relaciones con otros grupos sociales son más estrechas. Sobre este extremo se cobijan un conjunto muy diversificado, y en especial una miríada de pequeños grupos locales, muchas veces englobados en redes nacionales como las Renace de Chile o Argentina.

Dinamismo interno, permeabilidad externa

Los ambientalistas poseen un gran dinamismo interno y reaccionan con rapidez ante el surgimiento de problemas ambientales. La permeabilidad externa se detecta en el hecho de que es fácil «entrar», pero también «salir» del movimiento.

Las relaciones internas también cobran cierta conflictividad y han originado en varios países la división del movimiento en dos tendencias, una próxima a los administradores ambientales y la otra, cercana a los contrahegemónicos. Un caso conocido fue el de México, con la existencia de la Federación Conservacionista Mexicana y el Pacto de Grupos Ecologistas.

El dinamismo entre estos extremos es alto, así como la «entrada» de grupos que pasan a engrosar el movimiento ambientalista. Un buen ejemplo de esto, y del fortalecimiento de la posición contrahegemónica, fue el ingreso de los siringueros de la Amazonia de Brasil, cuya militancia sindical en defensa de un estilo de vida, desde una unión de trabajadores rurales, los ha convertido en ambientalistas defensores del ecosistema natural. Chico Mendes, su líder asesinado en 1988, sostenía que «Mi sueño es ver todo este bosque conservado porque yo sé que él puede garantizar el futuro de toda la gente que vive allí».

La expansión de la perspectiva ambiental ha sido tan vertiginosa en los últimos dos años que se ha desencadenado una avalancha de «recién llegados». Bajo ese rótulo se agrupa a un muy diverso conjunto de organizaciones que antes mantenían sus preocupaciones en otros campos y recientemente se han integrado al debate ambiental. Los ejemplos más claros son algunos grandes centros académicos privados de investigación que han comenzado en fechas relativamente recientes sus áreas ambientales, tales como Ibase (Brasil), Fundación Mediterránea (Argentina), etc. Expresan lo mismo organizaciones conformadas por ex-gobernantes o altos funcionarios públicos que ahora se dedican a estos temas, y el ejemplo más notorio ha sido la Comisión de Desarrollo y Medio Ambiente de América Latina y el Caribe que, convocada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), cobija a varios ex-presidentes del continente.

La unidad en la diversidad

Más allá de esta heterogeneidad interna, el ambientalismo apunta a su unidad en el respeto de la diversidad. Este respeto por la individualidad se evidencia en que se reconocen y toleran las diferentes opciones y no existe una «disciplina» a la cual invocar para lograr que todos los participantes sigan un mismo quehacer. Por ello, visto desde fuera, los ambientalistas parecen estar haciendo muchas cosas en múltiples frentes.

En algunos países se ha logrado mantener instancias de coordinación y concertación, en particular bajo la forma de «redes», pero también como «ligas», «confederaciones», etc. Existen este tipo de vínculos nacionales en varios países (las más conocidas son las de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, México, Perú, Uruguay y Venezuela). En otros países el movimiento aparece todavía atomizado (por ejemplo, en Costa Rica, donde se han desarrollado intentos de coordinación nacional). Asimismo, existen vinculaciones continentales, sobre todo asociadas a preocupaciones específicas, tales como la red en bosques tropicales (coordinada por la Fundación Natura-Ecuador), en agroquímicos (RAPalmira-Colombia), en ecología social (CLAES-Uruguay), etc.

Debe subrayarse además el marcado sentido de pertenencia de los ambientalistas por el cual, a pesar de sus diferencias, todos se reconocen a sí mismos como integrantes de un movimiento y existe consenso en distinguirse de otros movimientos no ambientalistas. Los límites del ambientalismo se definen desde «dentro» por sus propios actores, y existe un componente personal, afectivo y vivencial, por el cual el individuo se considera integrante del movimiento, y esto a su vez le es reconocido por otras personas, que también son ambientalistas.

Las organizaciones ambientalistas

La expresión más típica de los ambientalistas han sido las organizaciones no gubernamentales ambientalistas que se han creado a lo largo de todo el continente. Nuestros registros manejan más de 1.500 organizaciones que tienen una preocupación primaria, o al menos una secundaria, por el ambiente, pero las estimaciones son de más de 4.000. El país con el mayor número es Brasil, y le siguen Argentina y México. En general se observa un aumento de ONG al incrementarse la población urbana, aunque también hemos detectado asociaciones estadísticamente significativas respecto de la población total y rural.

De este conjunto, poco más de un tercio pueden describirse como organizaciones «ambientalistas» en un sentido amplio; y un cuarto como «conservacionistas». Porcentajes menores están representados por las de investigación y educación, que apenas superan el 10%, y con menos de 5% las de tecnologías apropiadas, desarrollo, educación popular, y campesinas y rurales. La estructura de estas ONG es muy elástica. Muchas de ellas no tienen reconocimiento jurídico, su número de miembros es muy variable, y en varias el corazón activo es un puñado muy enérgico de militantes. La mayoría enfrenta una gran inestabilidad económica, y las que poseen personal remunerado son la excepción.

La praxis ambientalista

Con la palabra, sus ejemplos o la propia acción decidida de los ambientalistas, se han dado muestras de una praxis original y diversa. Su propia temática hace que se deba manejar información científica en temas tales como la contaminación o la extinción de especies. Esto hace que varias organizaciones tengan sus propios programas de investigación.

Un hecho llamativo es el número comparativamente bajo de actividades de confrontación con los Estados o empresas de alto impacto ambiental, menor al que se observa en los países desarrollados. Esta situación parece deberse en buena medida a las malas experiencias de muchas ONG en este terreno, la debilidad del sistema judicial y la ausencia de un componente ambiental jurídico claro, e incluso la persecución directa, que en algunos casos ha concluido en asesinatos. Los ambientalistas latinoamericanos parecen más proclives a actividades de divulgación, formación, etc.

La participación verdadera y efectiva es una obsesión de la mayoría de estas organizaciones, más allá de que en los hechos se logre o no. Se la busca sinceramente a todos los niveles, y se apunta a promover una cultura democrática que permita la expresión de los sectores más postergados y afectados por los problemas ambientales.

De una u otra manera se apunta a transformaciones que se extiendan a toda la sociedad. Se aspira a que tanto los objetivos como las prácticas empleadas en su prosecución también sean aceptados como legítimos. Todo esto hace que este quehacer sea político, de una nueva manera, ya que no pasa por los caminos que transita la política tradicional.

Es así que las prácticas de los ambientalistas se apoyan en valores que hoy son más o menos compartidos por todas las personas, más allá de que muchas acciones no estén legitimadas en el ámbito público y no sean aceptables por los Estados. De esta manera se ha generado una dimensión de política no institucionalizada que se intercala entre las esferas de acción que usualmente han sido rotuladas como privadas y públicas. 

Es paradojal que amplios sectores de la izquierda latinoamericana sigan sin entender la esencia de las posturas ambientalistas, a pesar de la comunión en la denuncia que hacen a muchos aspectos de la justicia social.

Los políticos «verdes»

Dentro de esta diversidad, varios ambientalistas han abandonado el ámbito no institucionalizado del movimiento y se han adentrado en la esfera de la política tradicional. Unos han conformado «partidos verdes», que por lo general han tenido corta vida y se están disgregando. Otros han inyectado en los partidos políticos tradicionales fuertes dosis de ecologismo, creando diversas corrientes de opinión interna.

Pero aquí también se evidencia la heterogeneidad de los ambientalistas y los resultados de estos procesos son diversos. En gran medida sigue presente en los partidos tradicionales una visión sesgada, a partir de la cual consideran a los ambientalistas como intolerantes, y continúa la paradoja de que los partidos de derecha los tildan de izquierdistas radicales, y los de izquierda, de apáticos políticos o «revolucionarios del café».

Es paradojal que amplios sectores de la izquierda latinoamericana sigan sin entender la esencia de las posturas ambientalistas, a pesar de la comunión en la denuncia que hacen a muchos aspectos de la justicia social. Pero los ambientalistas critican la propia base de cómo funciona y se sustenta la sociedad, y los estilos de desarrollo que de ellos derivan. La obsesión de la izquierda por dar una imagen de gobernabilidad la ha dejado atrapada en la discusión de cuestiones instrumentales que cuando son implementadas se asemejan a las medidas que siempre han criticado.

Todos somos ambientalistas

Un cambio muy importante en los últimos años, y especialmente desde la Conferencia de Río de Janeiro, es que el discurso ambientalista ha dejado de ser propiedad exclusiva de los ambientalistas. Todos los sectores políticos, los recién llegados y hasta acérrimos críticos de los ambientalistas, como los empresarios e industriales, se han apropiado del discurso ambientalista. Desde Carlos Menem de Argentina hasta Fidel Castro de Cuba, todos proclaman la importancia de la variable ambiental. Parece ser que casi todo el mundo es ambientalista. Muchos de estos sectores, sin abandonar sus propias ideas, utilizan un discurso que incluye componentes ecológicos para legitimar nuevas normas e instituciones. Esto provoca una gran confusión, y se hace cada vez más difícil decir quiénes no son ambientalistas, y la discusión de los temas se empantana en los matices.

A su vez, los gobiernos están generando nuevas reglas, normas e instituciones, tales como códigos y leyes, que encauzan y controlan al movimiento. Así se busca institucionalizar sus prácticas no institucionales. En el mismo sentido van las expresiones de corporativismo ambiental, inimaginables diez años atrás, y que hoy se viven en reuniones reservadas donde participan ambientalistas, agencias internacionales y gobiernos.

Los nuevos ambientalistas neoliberales

Todo esto se hace más complejo con la emergencia de nuevas políticas ambientales con una expresión neoliberal. Esta visión acepta el progreso económico como motor de la sociedad y proclama el mercado como el escenario privilegiado para las interacciones sociales, incluidas aquellas de gestión ecológica. El ambientalismo neoliberal promueve una postura de conservación de los recursos naturales, no por sus valores intrínsecos, sino porque sirven al progreso económico. Para ellos, las áreas silvestres a proteger son «bancos» de recursos vivos. La economía neoliberal se expande hasta incluir la naturaleza y se genera así una contabilidad ambiental, y nuevos índices que ponen precio a la vida. El problema deja de ser ético y pasa a ser técnico, donde la dificultad está en encontrar la mejor fórmula para calcular el precio. Consecuentemente, los seres vivos se pueden poseer y se generan patentes y derechos de propiedad sobre plantas y animales. La solución de los problemas ambientales radica en su ingreso al mercado, y los actores privados son los que deberían hacerse cargo de las medidas concretas4.

Esta visión neoliberal ha superado la vieja discusión que oponía el crecimiento económico y el ambiente, y ha celebrado una extraña comunión en la cual la mercantilización de la naturaleza pasa a ser indispensable para mantener la ideología del progreso. De alguna manera fortalecidos por estos «verdes» neoliberales, los conservadores están criticando algunas de las posiciones de los ambientalistas contrahegemónicos5

Ecomesianismo

De uno u otro extremo, lo cierto es que están surgiendo en América Latina y también en los países industrializados nuevas posiciones aún más polarizadas. Pueden caracterizarse estas manifestaciones como de ecomesianismo, entendido como una fe exagerada e injustificada en las ideas ambientalistas como agentes de cambio que van a salvar a toda la humanidad. Un discurso ecocrático que invoca ideas ambientalistas como medio de ejercer poder y autoridad, confiere legitimación frente a la sociedad, donde los ecomesiánicos serán los agentes de cambio. 

Las expresiones mesiánicas se potencian en situaciones donde amplias mayorías son postergadas y no hay para ellas un «sitio» en la sociedad. Hoy, en América Latina, sucede esto, ya que la ideología actual alienta el individualismo, la solidaridad se pierde y la pobreza se hace endémica. El mesianismo abre un canal para la explosión de esos sentimientos reprimidos6.

En este caso se pueden mencionar algunas posturas ambientalistas de corte posmoderno, de extrema individualidad, donde una lucha personal, casi egoísta por la limpieza de «mi» puerta, o un parque para «mi» fin de semana, reemplaza a la dimensión social y colectiva. Otros quedan atrapados en una vivencia individual y estética del ambiente, donde el ser humano pasa a ser el principal problema ambiental. Finalmente, también se manifiestan en nuevas mezclas entre tendencias religiosas, muchas de corte oriental, y la dimensión ecológica.

La reconstrucción de la política

Si bien el ambientalismo constituye un movimiento social muy importante, no puede exagerarse porque aún no es una expresión de mayorías. Es cierto que esas mayorías hoy lo miran con simpatía y que su presencia se multiplica, y parece aún más importante en tanto otros movimientos tradicionales están perdiendo fuerza. Pero la propia diversidad interna de los ambientalistas y la apropiación de la temática desde amplios sectores hacen que el tema se vuelva a la vez muy amplio y confuso. Se generan nuevas tensiones entre las nuevas facetas racionales, burocráticas y corporativistas, contra aquellas mesiánicas y fundamentalistas.

Esta situación convive con una remisión del Estado, una crisis de representatividad de los partidos políticos, la ausencia de claras opciones alternativas y una sociedad civil cansada y debilitada. El propio ambientalismo, sin quererlo, ha contribuido a este desencanto hacia la política tradicional y al debilitamiento del Estado al criticar reiteradamente a los gobiernos por su ineficiencia.

Tampoco se ha alcanzado un nivel donde el ambientalismo ponga en peligro a los Estados como para que estos reaccionen. De hecho, en cierta medida, el carácter testimonial del movimiento sigue presente7. Por ello el ambientalismo enfrenta nuevos y renovados desafíos. Sin abandonar su propósito de enfrentar la crisis ambiental, parece urgente el fortalecimiento de la sociedad civil y un nuevo relacionamiento con los partidos políticos que permita reconstruir la política y el Estado8.

Los ambientalistas, al enfrentar el paradigma del desarrollo actual, están sembrando múltiples semillas de cambio y mantienen vivas las opciones utópicas. Ante sociedades que creen que ya no hay alternativas o intelectuales que reniegan del cambio, los ambientalistas alientan a trascender los límites actuales. Ellos ofrecen una nueva ética, que puede tener muy amplias repercusiones en la sociedad. Pero no podrán solucionar todo. El viejo problema de la justicia social sigue presente, y de hecho se ha descubierto que no puede ser separado de la justicia ambiental. Cualquier intento de solución requerirá el concurso de otros movimientos y si esto se olvida no se podrá solucionar la crisis socioambiental en sus raíces.

  • 1.

    Aspectos destacados del ambientalismo latinoamericano se discuten en E. Leff: «Ecologismo y movimientos sociales» en Medio Ambiente Nº 43, Lima, 1990, pp. 17-24 y Nº 44, Lima, 1990, pp 29-31; I. Hedström: La situación ambiental en Centroamérica y el Caribe, DEI, San José, 1989; E. Gudynas: «Una extraña pareja: los ambientalistas y el Estado en América Latina» en Ecología Política N° 3, Barcelona, 1992, pp. 51-64; la perspectiva espiritual se ilustra con N. Mangabeira Unger: O encantamento do humano. Ecología e espiritualidade, Loyola, San Pablo, 1991.

  • 2.

    Las posturas progresistas dominantes en América Latina son analizadas críticamente por H.C.F. Mansilla: Percepción social de fenómenos ecológicos en América Latina, CAEBEM, La Paz, 1991; y las posturas ambientalistas de un desarrollo alternativo en E. Gudynas: «The Search for an Ethics of Sustainable Development in Latin America» en Ethics of Environment and Development, Belhaven Press, Londres, 1990.

  • 3.

    Ejemplos de este tipo han sido la generación de corrientes como la ecología social o las etnociencias, y el encuentro con la discusión de las ciencias populares o ciencias campesinas; E. Gudynas y G. Evia: La praxis por la vida. Introducción a las metodologías de la ecología social, CIPFE-CLAESNORDAN, Montevideo, 1991; V.M. Toledo: «La perspectiva tecnoecológica» en Ecología: motivo de solidaridad, Fundación Friedrich Ebert, México, 1991.

  • 4.

    La visión extrema se ilustra con el «ambientalismo del mercado libre» de T.L. Anderson y D.R. Leal: Free Market Environmentalism, Westview Press, Boulder, 1991. La recepción de esto va en aumento, basta ver la cálida acogida del manual del empresariado ecológico de S. Schmidheiny: Cambiando el rumbo, FCE, México, 1992; o la traducción de vanos ensayos por el Instituto de Estudos Empresariais do Brasil, con el sugerente título Economia e meio ambiente: a reconciliçao, Ortiz e IEE, Puerto Alegre, 1992. Los aportes desde una perspectiva ecológica de la «economía social de mercado» parecen más rezagados; véanse por ejemplo las ponencias de AA.VV. en Regulación, mercado y medio ambiente, Libertas, Santiago de Chile, 1990.

  • 5.

    En este sentido el conocido T. Roszak, tras la Conferencia de Río, sentenciaba que para los conservadores un miedo verde está reemplazando a la amenaza roja («La culpa verde» en Clarín, Buenos Aires, 21/7/92), denunciando que están «los que condenan al movimiento ecologista por considerarlo tan amenazador para el capitalismo como los bolches o los nazis. Algunos llegan a manifestar que el verdadero objetivo de los ecologistas es revocar la Revolución Industrial y regresar a la pobreza, la suciedad y la miseria de los siglos anteriores».

  • 6.

    La Eco-92 de Río de Janeiro ilustra muchos de los puntos mencionados aquí. Por un lado, fue notoria la presencia de distintas opciones religiosas, y la atmósfera mística de muchas actividades, y por el otro, no faltaron los preocupados comentarios de que muchas ONG ambientalistas comenzaban a constituirse en una nueva «casta» análoga a las de las agencias de las Naciones Unidas, que parecen estar más preocupadas en su propia sobrevivencia financiera que en una transformación sustantiva de la sociedad. Debe reconocerse que muchos sectores depositaron exageradas expectativas en la Conferencia y sus resultados, y tras su clausura arreciaron con críticas ácidas denunciando su fracaso. Lo cierto es que la Conferencia fue un paso importante, con los claroscuros típicos de cualquier conferencia internacional.

  • 7.

    No puede olvidarse un factor exógeno a los actores humanos, y que se pasa por alto muchas veces en los análisis sociales: la posibilidad de catástrofes ecológicas a escala regional o continental. Un desastre nuclear, un colapso en un ecosistema clave como la selva, o cambios en el clima global, pueden volcar decididamente a toda la sociedad hacia un nuevo orden.

  • 8.

    La pátina verde que está tiñendo la política tradicional es totalmente insuficiente para esto. Solo muestra una mezcla donde se bate el crecimiento económico y lo ecológico, creando un cóctel que con nuevo nombre sigue teniendo un añejo gusto. Más allá de las buenas intenciones, enfrentados a las declaraciones de la mayoría de los jefes de gobierno de América Latina en la Eco de Río de Janeiro, o el antecedente de la CEPAL «El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente» (1991), donde se observa que la preocupación ambiental se une al aumento de la productividad, el progreso científico-técnico, etc., surge el escalofrío de la duda de si se han comprendido los profundos cambios que son necesarios.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 122, Noviembre - Diciembre 1992, ISSN: 0251-3552


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