Opinión
noviembre 2016

La propuesta electoral del EZLN: interrogantes y dilemas

El zapatismo se lanza como fuerza electoral y genera tensiones y debates en la izquierda

<p>La propuesta electoral del EZLN: interrogantes y dilemas</p>

La iniciativa del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de someter a consulta, en las comunidades que adhieren al Congreso Nacional Indígena (CNI), la propuesta de conformar un concejo indígena de gobierno e impulsar una candidata indígena es de gran trascendencia política y está generando un encendido debate en México en vista de las elecciones presidenciales de julio de 2018. Aún cuando no está plenamente definida la forma en la que se desarrollará la propuesta –sumiendo que esta será aceptada–, es posible y pertinente formular algunos interrogantes y reflexiones preliminares en torno a los cuatro rasgos constitutivos de la propuesta zapatista: electoral, indígena, anticapitalista y femenina.

El primer aspecto es el más novedoso, polémico y problemático, ya que implica incursionar en un espacio delicado de la vida política nacional, ocupado y colonizado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Los otros tres aspectos –indígena, femenino y anticapitalista– no llaman tanto la atención fuera del perímetro del universo activista o de las sensibilidades de izquierda. Visibilizar estas dimensiones y su combinación a través de la mediatización propia de las campañas electorales, parecería ser una de las motivaciones de la propuesta.

En efecto, la simple posibilidad de que el EZLN optase por la vía electoral se convirtió en noticia y volvió a colocar al movimiento en el debate político nacional. Ello sucedió a pesar de que el día del lanzamiento de la propuesta, el diario progresista La Jornada solo le dedicó solo un pequeño espacio al tema en su primera plana, ocupada ese día casi por completo a una declaración de Donald Trump. En el periódico que antaño fue un espacio de visibilización y defensa de la causa zapatista, las posturas de los columnistas –de distintas simpatías políticas– han sido relativamente cuidadosas. Hay periodistas «prudentes» a la hora de pronuciarse, hay otros considerados «orgánicos» que ya salieron a apoyar la nueva política, algunos que manifiestan su acompañamiento pero con reservas, y alguno que ya convocó a los zapatistas a apoyar a Morena. También, por cierto, están los que han optado por no subirse al ring de un debate que se polarizó inmediatamente y en el cual no parece haber mucho margen para posturas que no sean de adhesión o rechazo plenos. Esto se expresa sin tapujos en las redes sociales, donde el pulso del debate se ha acelerado al límite de la taquicardia, dejando aflorar los rencores pasados y la animadversión presente. Estos sentimientos son profundos y, aparentemente, irreversibles, más aun cuando muchas intervenciones están marcadas por descalificaciones que echan sal sobre heridas no cicatrizadas.

El resentimiento de los obradoristas se remonta a las elecciones 2006 cuando la «Otra campaña» impulsada por el zapatismo, de la boca y pluma del Delegado Zero (ex-Subcomandante Marcos, hoy Galeano), optó por impulsar implícitamente el abstencionismo y atacar frontalmente a la candidatura de AMLO, quien resultó derrotado por un fraudulento 0,56% de los votos. A diferencia de 2012, cuando el EZLN eligió mantenerse prudentemente al margen del proceso electoral, hay muchos indicios que apuntan a que se repita un escenario similar al 2006, ya que la lógica competitiva propia de la dinámica electoral y la abierta hostilidad hacia AMLO y Morena, presagian una confrontación con todos los saldos negativos correspondientes, tanto electorales como ambientales y de laceraciones puntuales en el campo opositor, dislocado de forma simplificada entre estas dos opciones.

Al mismo tiempo, a diferencia de 2006, cuando la actitud de AMLO fue en general respetuosa, hay que registrar, como aviso de un clima crispado, que las reacciones de algunos intelectuales y dirigentes de Morena así como del propio AMLO han sido de irritación y repudio hacia la iniciativa del EZLN, insinuando o afirmando explícitamente que esta hace el juego de las derechas. No han faltado expresiones desaforadas en esta dirección, desde despiadados dibujos de algunos «moneros» hasta iracundas intervenciones de connotados «morenos». Al mismo tiempo, otros llamaron a mantener la calma, sea por razones de principio como de oportunidad, en aras de mantener un perfil políticamente correcto al estilo de 2006, ante una candidatura que nace, gusten o no sus implicaciones, «desde abajo y a la izquierda».

Y es que, en efecto, antes de criticar aspectos, formas y alcances de la propuesta del EZLN, hay que respetar su derecho a lanzar iniciativas políticas, incluso en el terreno electoral que habían descalificado airadamente en anteriores coyunturas. Es evidente que no se trata de un giro electoralista de los zapatistas –aunque circule esta tesis– dado que sus posturas frente a las elecciones nunca fueron doctrinarias sino políticas, de evaluación del contexto y de las opciones en disputa, incluida la decisión de la «Otra campaña» –lanzada en paralelo pero con toda intencionalidad en el timing electoral–. Por otra parte, la propuesta actual, aunque todavía no estén claras sus formas y contenidos, se plantea como una incursión electoral desde afuera y en contra del sistema de partidos y de las instituciones estatales. Además del debido respeto frente a legítimas iniciativas adoptadas desde abajo, hay que valorar que los zapatistas se propongan volver a impulsar acciones de organización y movilización a nivel nacional, cuando habían abandonado este terreno después del fracaso de la «Otra campaña» en 2006, replegándose, una vez más, como en 2001, en su retaguardia indígena en Chiapas y en la realización, no sin dificultades y contradicciones, del autogobierno de hecho en las comunidades donde tienen influencia.

Al mismo tiempo, caben varios interrogantes y consideraciones críticas sobre esta sorpresiva propuesta. Es sabido, y se ha comprobado desde que se hizo pública, que el terreno electoral se presta a debates ásperos y generalmente de bajo nivel, así que una incursión en este terreno implica sumergirse, quiérase o no, en el bajo mundo de la que Gramsci llamaba la «pequeña política». Por otra parte, la tónica de la «Otra campaña» en 2006, la estela que dejó así como las alusiones que acompañaron la presentación de la propuesta y los comunicados que le siguieron, apuntan a que esta «Nueva otra campaña» estará condimentada de ataques a AMLO y Morena, con todas las consecuencias y tensiones ya mencionadas. Por eso, es obligado preguntarse: ¿van a ser las arremetidas contra AMLO y Morena el principal tema de campaña, a la vieja usanza de la ultraizquierda, o habrá simplemente una legítima diferenciación crítica y se concentrará la crítica hacia el régimen y las derechas que lo sostienen? Aquí reaparece el punto de discordia del proceso electoral de 2006, cuando los ataques a AMLO –el «huevo de la serpiente»– vulneraron la convivencia de distintas sensibilidades y orientaciones políticas en la izquierda mexicana. Porque, aun siendo Morena un partido que hereda muchos vicios del Partido de la Revolución Democrática, con rasgos conservadores y populistas –inaceptables desde una postura anticapitalista–, tiene genuinas raíces nacional-populares, cuenta entre sus filas con militantes de base, dirigentes e intelectuales honestos y comprometidos y, a pesar de su perfil sistémico y sus vicios internos, no deja todavía de tener rasgos progresistas, nacionalistas y plebeyos que no pueden ser asimilados a las derechas mexicanas bajo el fórmula de «todos son iguales». Como prueba de ello cabe destacar que varios entre sus militantes y dirigentes ha sido asesinados por razones políticas a lo largo de estos años. Las contradicciones constitutivas de Morena –a la par de otros movimientos de tipo populista en América latina–, el desgaste relativo de la figura de AMLO y, al mismo tiempo, su indiscutible arraigo, son nudos problemáticos del panorama actual de la izquierda mexicana, al cual se agrega ahora el giro electoral y la propuesta de una nueva «Otra campaña» del EZLN, configurando un escenario propicio no sólo para la polarización, sino también la confusión y el extravío de sentidos políticos y de energías militantes. Eppur si muove, podríamos decir, haciendo gala de optimismo de la voluntad en un país que parece haber tocado fondo.

A más de un año de los comicios, en un país en donde los años electorales reservan sorpresas –fraudes (1988 y 2006), asesinatos de candidatos (1994), levantamientos armados (1994), movilizaciones masivas espontáneas (1988, 2006 y 2012)– no queda claro si la candidatura de AMLO tendrá la fuerza para competir con las de las derechas y concentrar los votos de oposición, mientras se anuncia una candidatura del PRD (¿el alcalde de la Ciudad de México, Mancera?) y pueden surgir otros candidatos independientes de distinto tipo y color. Esto es relevante en tanto muchos electores de izquierda podrán encontrarse ante la disyuntiva de otorgar un voto útil –tapándose la nariz– a AMLO, si es que tiene realmente la posibilidad de ganar, o un voto de identificación hacia una candidata indígena u otras eventuales candidaturas independientes de izquierda. A pesar de todas las limitaciones y de eventuales aspectos siniestros ya instalados en el proyecto y la estructura organizacional de Morena, el arribo de AMLO a la Presidencia de la República implicaría un cambio político significativo similar al que, bien que mal, significaron los llamados gobiernos progresistas en América Latina, con todas las críticas y la oposición de izquierda que merecieron y merecen los que sigue en pié.

Y aquí aparece el otro punto problemático de la propuesta zapatista: ¿en qué medida está orientada o tiende objetivamente a fortalecer y articular un polo a la izquierda de Morena, potenciando la izquierda antagonista y anticapitalista que tiene en México expresiones difusas, núcleos militantes, cierto recambio generacional y una galaxia de organizaciones sociales y políticas de distinto tamaño y espesor? ¿Están invitando a participar a personas y organizaciones anticapitalistas, o se trata de una campaña estrictamente indígena o zapatista? ¿Van a aceptar apoyo crítico de otros anticapitalistas no indígenas? El fracaso y la deriva sectaria de la «Otra campaña» pesa tanto en la disposición del EZLN a impulsar iniciativas federativas en el campo anticapitalista, como en su capacidad de convocatoria que se vio mermada por aquella experiencia. Hace tiempo que el EZLN dio un giro «abajo y a la izquierda», entendiendo por «abajo» fundamentalmente a las comunidades indígenas y por «izquierda» a un anticapitalismo radicalmente adverso a la izquierda institucional tanto socialdemócrata como nacional-popular. Entonces, lo que se podría festejar –el regreso del EZLN al terreno de la lucha política nacional–, puede revelarse como una incursión desde un lugar y una lógica restringida, particularista, aunque no deje de tener el alcance universalista que le confieren lo indígena y, sin dudas, lo femenino, como referencias identitarias pero también clasistas.

Una movilización indígena anticapitalista tiene sentido y puede fortalecer a este sector tan golpeado no sólo en el pasado remoto sino en la coyuntura del despojo intensivo del extractivismo que surca dramáticamente el territorio mexicano. Impulsar y proyectar su organización por medio de una campaña electoral es una apuesta válida aun cuando hay que considerar el desgaste que esto implica. Las elecciones han sido, en la historia del movimiento socialista revolucionario, consideradas una oportunidad de agitación y propaganda, así como de representación «subversiva» al interior de las instituciones burguesas. Al mismo tiempo, la oportunidad de alcanzar una visibilidad en tiempos electorales a veces encubría la dificultad o incapacidad de construir e impulsar organización y movilización en tiempos «normales» y, por otra parte, la participación implicaba un reconocimiento implícito de las reglas del juego de la democracia burguesa. Ambas cuestiones rondan la propuesta del EZLN, que parece esencialmente «defensiva» respecto de la situación de debilidad y de agresión que viven las comunidades y el movimiento indígena –del que el CNI es solo una parte– y, por otro lado, si se enmarca en el procedimiento electoral oficial, comporta una serie de cuestiones legales que obligarán a aceptar una supervisión de las instituciones electorales, así como el ejercicio del financiamiento público y su fiscalización. No deja de asomarse en el horizonte el espectro de la circularidad propia del electoralismo, donde el «huevo» de la organización, de la movilización y del fortalecimiento político, y la «gallina» de los resultados electorales y la conquista de espacios de representación, se retroalimentan y se vuelven una sola cosa.

De los cuatro componentes de la propuesta que está siendo evaluada por las comunidades adherentes al CNI, la única que no resulta problemática es la de que la candidata sea una mujer, en el contexto de un país donde impera la violencia de género y hace estragos el feminicidio: una campaña encabezada por una mujer indígena, cuyo perfil no sólo étnico sino de clase, marca un desafío que merece respeto y atención.



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