Tema central
NUSO Nº 261 / Enero - Febrero 2016

​La izquierda después de la Guerra Fría Eurasia, Europa y América Latina

¿Cómo se reconfiguraron las izquierdas democráticas tras el fin de la Guerra Fría? ¿Cómo las afectó el decretado «fin de la historia»? A diferencia de lo ocurrido con la transición democrática en América Latina, la socialdemocracia estuvo casi ausente en las transiciones de las ex-repúblicas soviéticas que, tras la caída del comunismo, iniciaron su camino a la independencia. Mientras tanto, en Europa, cuna del socialismo democrático, la socialdemocracia brega contra la crisis de identidad, y América Latina ensayó su propio giro a la izquierda, con luces y sombras. Una mirada a estas tres zonas del mundo puede servir para pensar la posibilidad de un «renacimiento del socialismo» en las condiciones del mundo actual.

​La izquierda después de la Guerra Fría  Eurasia, Europa y América Latina

En marzo de 2010, se organizó en la ciudad de Ereván la conferencia «Perspectivas socialistas frente a los desafíos de Armenia». Era la segunda que organizaba la Federación Revolucionaria Armenia (fra-Tashnagtsutiún), un partido socialdemócrata y miembro pleno de la Internacional Socialista (is) desde 2003. La primera conferencia, «El compromiso socialista de la fra en Armenia», había tenido lugar en julio de 2002 como preludio de la participación del partido en las elecciones parlamentarias del año siguiente, con un programa de centroizquierda. La segunda conferencia, luego de ocho años de experiencia política en el Poder Legislativo –pero también en el Ejecutivo, como integrante de un gobierno de coalición (2003-2009)–, tuvo un aspecto ideológico mucho más nítido, con la participación de varios diputados socialdemócratas e intelectuales de Europa y América Latina1. Lo llamativo de la conferencia fue la ausencia de representantes de la ex-Unión Soviética, con la excepción del partido Rusia Justa, cercano a Vladímir Putin, que había empezado el proceso de afiliación a la is.

En ese mismo año, la revista francesa Philosophie publicó un número que estuvo presidido por la pregunta: «¿Puede renacer el socialismo?»2. Respecto al panorama general de la situación de distintos partidos socialistas europeos, desde el título mismo se habla de un «gran reflujo» electoral3. Pero, según la opinión que atraviesa los análisis de distintos intelectuales que escribieron en el número, los fracasos electorales son la cara visible de una crisis mucho más profunda de identidad ideológica, que resultó de haber abrazado políticas neoliberales.

La presencia e influencia de la socialdemocracia en América Latina, así como la activa participación de la is y de distintas fundaciones vinculadas a partidos socialdemócratas europeos en la transición democrática desde mediados de la década de 1970, está documentada y es ampliamente reconocida4. En cambio, la ausencia de la is en la transición democrática en Europa del Este y, en particular, en la ex-urss, es notable en términos de falta de participación y, sobre todo, de influencia: de diez ex-repúblicas soviéticas, solo una, Armenia, tiene un partido de centroizquierda con membresía plena de la is y diputados en el Parlamento (el fra).

¿Por qué la is ha estado prácticamente ausente en la transición política y económica en Eurasia? ¿Por qué la influencia de la socialdemocracia como alternativa de gobierno y proyecto de país y sociedad ha sido y es muy débil en un terreno que, teóricamente, podría ser tan fértil para su difusión como lo fue América Latina desde la fundación de la is en 1951? ¿Es por falta de interés o de capacidad de inversión en recursos humanos y materiales, o refleja una crisis más profunda, la crisis de la izquierda después de la Guerra Fría, que ha afectado también a la socialdemocracia europea?

A partir de la pregunta inicial acerca de la ausencia de la is en el proceso de transición de las ex-repúblicas soviéticas y enfocando la crisis de la socialdemocracia en Europa, este ensayo persigue dos objetivos. Primero, indagar sobre la evolución de la izquierda después de la Guerra Fría mediante un trabajo comparativo regional; y, segundo, reflexionar sobre la crisis de la socialdemocracia y la posible evolución de la izquierda.

Para el trabajo indagatorio, el criterio del esquema de análisis comparativo se basó en la presencia de partidos de izquierda en la política nacional en las dos décadas transcurridas entre 1991 y 2011, en los tres contextos regionales que abarca el estudio: Eurasia, Europa y América Latina. En el caso de Eurasia, se consideró la formación y performance electoral de partidos de centroizquierda y no su ascenso al poder, porque ningún partido de centroizquierda –con una sola excepción en el caso de las ex-repúblicas soviéticas– ha jugado rol alguno en el proceso de transición, y ninguno consiguió en estos 20 años ganar elecciones nacionales para formar un gobierno. En el caso de Eurasia, por lo tanto, se trata de considerar la formación o potencial formación de partidos de centroizquierda como criterio para evaluar la resurrección o potencial resurrección de la izquierda en este espacio regional. En el caso de Europa, el continente donde nació y se desarrolló la socialdemocracia, a la competencia por el poder en las elecciones se le debe agregar el rol de la izquierda en el proceso de construcción europea en la década de 1980 y, sobre todo, después de la Guerra Fría. En cuanto a América Latina, la tradición sobre lo que se considera «izquierda» es diferente de la europea y euroasiática. En este caso, consideramos la evolución de los partidos de izquierda, centroizquierda o nacional-populares desde el proceso de democratización, para luego ver su impacto en los años 90 y el ascenso al poder desde fines de esa década, y más precisamente, el agotamiento del modelo del Consenso de Washington.

Este artículo intenta formular una mirada alternativa sobre la «crisis de la izquierda» vinculada a la caída del comunismo en Europa del Este y el fracaso de la experiencia histórica del llamado «socialismo real» con la disolución de la Unión Soviética, que se difundió como el Zeitgeist hegeliano del fin de la Guerra Fría con el artículo de Francis Fukuyama sobre el «fin de la Historia», texto que data de 1989, el año de la caída del Muro de Berlín5.

No se trata aquí de volver sobre el debate global que generó un ensayo esencialmente filosófico que, si bien supo ser el fiel reflejo de un momento histórico, no pretendía explicar empíricamente las causas y consecuencias del derrumbe del comunismo y el fin de la Guerra Fría; se debe recordar muy brevemente que la tesis de Francis Fukuyama declara el fin de las ideologías, con la consolidación de un modelo de desarrollo político y económico: la democracia liberal y la economía de mercado, como única posibilidad. El «pensamiento único» criticado desde las páginas de Le Monde diplomatique, y, junto con él, el advenimiento de la era posmoderna de la gerencia, la administración y el tecnicismo «aburrido».

La ironía de la tesis de Fukuyama es que fueron Karl Marx y Friedrich Engels quienes en sus críticas a la «ideología alemana» denunciaron las ideologías en su función de tergiversación de la realidad y, sobre la base de esa crítica, desarrollaron una teoría materialista del fin de la historia (y del capitalismo). Fukuyama parece seguir la lógica invertida: revalorizando el idealismo hegeliano en la interpretación de Alexandre Kojève, anuncia una realidad material, concreta, empíricamente comprobable, que termina con cualquier especulación intelectual en torno de alternativas al modelo liberal-capitalista… A dos décadas de su ensayo, Fukuyama, en un artículo por los 20 años de la caída del Muro de Berlín, seguía sosteniendo la tesis del fin de la Historia6.

Ahora bien, Paul Ricoeur le asigna a la ideología una función de integración en los procesos políticos que opera como factor de legitimación de orientaciones, liderazgos y construcción de poder7. Por lo tanto, si seguimos sus tesis, tanto la crisis de la izquierda después de la Guerra Fría como el fin de la Historia se entienden solo en contextos específicos y en la lógica de las dinámicas políticas. En este sentido, y más específicamente en el caso de la izquierda en la post-Guerra Fría, el contexto geopolítico-regional sugiere una mirada crítica a la llamada «crisis de la izquierda», y una mayor atención a dinámicas sociales y construcciones políticas descarta las especulaciones sobre cualquier «fin», incluso cuando lo propone la propia izquierda. La conclusión reflexiona acerca del éxito, así como sobre el impacto y las limitaciones del «giro a la izquierda» latinoamericano en la perspectiva del futuro de la izquierda.

La izquierda en estado de coma: Eurasia

Como ya se adelantó, en los 20 años que siguieron a la caída de la urss, Armenia fue la única ex-república soviética donde consiguió organizarse un partido socialdemócrata, miembro pleno de la is desde 2003, con diputados surgidos de elecciones y participación activa en la vida política como oposición o miembro de un gobierno de coalición. Se trata de fra-Tashnagtsutiún, conocido también como fra-Partido Socialista Armenio, fundado en 1890 con la intención de reunir a todos los grupos revolucionarios que luchaban por la causa de la defensa y la liberación de los armenios oprimidos en sus territorios bajo ocupación otomana. Transformada en partido político revolucionario, la fra ingresó en la Segunda Internacional en 1907, participó de la Revolución Constitucional otomana en 1908 y tuvo legisladores en el Parlamento. En 1918-1920, fue la fuerza política que declaró la independencia y forjó la primera República de Armenia. Luego de la sovietización, sus dirigentes debieron exiliarse y continuar su trabajo político en las comunidades armenias de la diáspora, donde el partido tomó una postura fuertemente crítica hacia la urss. La fra volvió a intervenir en la política armenia en el marco de la apertura impulsada por Mijaíl Gorbachov a mediados de los años 80 y participó activamente en el proceso de la independencia de Armenia.

Otros cuatro partidos forman el espectro de la centroizquierda armenia. El Partido Socialdemócrata Hunchakian (sdhp, por sus siglas en inglés) es históricamente el primer partido político armenio, fundado en 1887 en Ginebra por un grupo de estudiantes que abrazaron el socialismo y la vía de la lucha armada con la liberación de Armenia como objetivo inmediato. Activo en las rebeliones populares y la lucha de liberación en el Imperio Otomano, crítico del gobierno de los Jóvenes Turcos después de la Revolución Constitucional, el sdhp tuvo que instalarse en el extranjero después de la sovietización de Armenia. Sin embargo, esta fuerza mantuvo posturas prosoviéticas en la diáspora. Después de la independencia volvió a operar en el país donde, sin embargo, no ha logrado ingresar en el Parlamento en sucesivas elecciones8. Otros tres partidos que se proclaman de centroizquierda se formaron después de la caída de la urss: el Partido Unido del Trabajo, que tuvo seis diputados en la Asamblea Nacional entre 2003 y 2007; el Partido Panarmenio del Trabajo, que tuvo un diputado entre 2003 y 2007; y el Partido del Pueblo de Armenia, que como partido nunca logró tener diputados pero presentó un candidato a las elecciones presidenciales de 2003, Stepan Demirdjian, y obtuvo 27,4% de los votos.

Georgia, Azerbaiyán, Belarús, Moldova, Kirguistán y Ucrania tienen partidos de centroizquierda que son miembros consultivos en la is. Se trata de Socialdemócratas para el Desarrollo de Georgia; el Partido Social Democrático de Azerbaiyán, liderado por el ex-presidente Ayaz Mutalibov; el Partido Socialdemócrata de Belarús, fundado el 2 de marzo de 1991, que reivindica la tradición del partido socialista bielorruso Narodnaya Hramada (1903-1918) y del Partido Social Democrático Bielorruso (1918-1924) y las figuras históricas de los hermanos Lutskevich, Alaiza Pashkevich, Maxim Bahdanovich y Yakub Kolas9; el Partido Democrático de Moldova, fundado el 8 de febrero de 1997 como continuación del Movimiento por una Moldova Democrática y Próspera, que formó parte del bloque electoral Moldova Democrática y logró ocho diputados en el Parlamento en las elecciones de marzo de 2005; el Partido Social Democrático de Kirguistán, fundado en octubre de 1993, que jugó un rol protagónico en las movilizaciones masivas en Biskek en abril y noviembre de 2006 –conocidas como la Revolución de los Tulipanes– y desde entonces ha estado casi siempre cercano al poder10; el Partido Socialista de Ucrania, uno de los primeros partidos políticos registrados en noviembre de 1991, cuando el Partido Comunista se desmembró11; y el Partido Social Democrático de Ucrania12.

A su turno, el partido Rusia Justa, fundado en octubre de 2006, es el resultado de la unificación de varios partidos políticos bajo el liderazgo de Sergey Mironov, quien intentó sin éxito unificar a todas las izquierdas, incluyendo al Partido Comunista de la Federación Rusa, en un solo partido socialista fuerte. Es miembro observador de la is y un apoyo fiel de Putin. El otro partido observador en la is de la ex-urss es el Partido Social Democrático de Moldova, fundado en 1990 pero sin representación parlamentaria.

Existen otros dos partidos de centroizquierda en Belarús13, dos en Tayikistán14, uno en Kazajistán (Partido Pannacional Social Democrático), uno en Kirguistán (Partido Socialista Ata-Meken) y uno en Uzbekistán (Partido Social Democrático Justicia), pero ninguno de ellos ha comenzado un proceso de adhesión a la is.

Con la excepción de partidos históricos, o aquellos que reclaman una herencia histórica, de identidad socialdemócrata, los demás partidos de centroizquierda formados después de la caída de la urss en Eurasia son o bien remanentes del Partido Comunista local, o iniciativas de alguna personalidad fuerte en el espectro político, a menudo empresario, con un fin casi exclusivamente electoral. El colapso del Partido Comunista, que monopolizaba el proyecto histórico de la izquierda y negaba legitimidad de existencia a cualquier otro partido, incluso de izquierda, así como la transición marcadamente neoliberal que siguió el lineamiento de la llamada «terapia de shock», crearon un capitalismo de monopolios. La primera acumulación de capital, realizada mediante la «captura del Estado», a menudo en forma violenta y criminal, generó una clase de oligarcas cuya puja por la preservación y expansión de su riqueza condicionó la institucionalización de los Estados independientes y el orden político, aun cuando la transición se hizo bajo la consigna hegemónica del modelo de democracia liberal y libre mercado. Con las inevitables variaciones entre sociedades y países de la ex-urss, el formato de transición adoptado en la Federación Rusa bajo la presidencia de Boris Yeltsin y la influencia de los intelectuales orgánicos del neoliberalismo –con figuras locales y asesores internacionales– fue el modelo implementado en Eurasia. En estas condiciones de transición neoliberal, la emergencia de la socialdemocracia precisaba dar la doble batalla de una democracia participativa e incluyente, que asegurara una institucionalidad del orden económico de la empresa privada, y del bienestar social. Esta fuerza, en la que pesaban figuras históricas, no supo definir una postura propia frente al fenómeno de Gorbachov, su programa de reformas y sus propuestas de un nuevo orden internacional. Y luego, en el desafío de la transición soviética, la socialdemocracia europea y la is no tuvieron un proyecto alternativo al modelo neoliberal.

Socialdemocracia europea: giro a la derecha y dudas existenciales

En un análisis comparativo de la socialdemocracia en nueve países de la ue un año después del colapso financiero de 2008, Alfred Pfaller llega a las siguientes conclusiones: los socialdemócratas perdieron la confianza de las capas bajas y, en alguna medida, medias, porque no lograron proveer soluciones al deterioro de las condiciones de vida de estos sectores en las circunstancias cambiantes de la economía global; la ideología neoliberal que estableció su dominación hegemónica en las décadas pasadas ha comenzado a «socialdemocratizarse». Y en esta confusión generada en el «centro», la alternativa parece inclinarse hacia la extrema derecha o la extrema izquierda15.

Luego de resurgir en plena Guerra Fría y, en el contexto de la emergencia y consolidación del Estado de Bienestar en Europa, retomar su identidad de izquierda democrática y presentarse como alternativa no comunista a la derecha, la socialdemocracia no logró, en los años 80, impedir la erosión lenta y penosa del Estado de Bienestar frente a la globalización neoliberal. Las medidas graduales pero firmes que atentaron contra el Estado social y que los partidos socialdemócratas aceptaron por pragmatismo fueron interpretadas por sus seguidores y simpatizantes como una incapacidad de volver a la esencia de la socialdemocracia y defender la justicia social. La renovación socialdemócrata, razona Pfaller, es posible solo mediante el restablecimiento de los valores de un orden «humano», es decir, la justicia social y la posibilidad del desarrollo individual y colectivo más allá del mercado.

Rosemary Bechler es más radical en su cuestionamiento y se pregunta: ¿la socialdemocracia está condenada a desaparecer o su crisis es coyuntural? Recuerda que en el siglo xx la socialdemocracia pasó por periodos difíciles, como en la década de 1920, los años 40 y el periodo posterior a mayo de 1968. Notablemente, en todas estas épocas tuvo como competidor al comunismo, no a la derecha o a la centroderecha. La crisis actual, según la autora, no se puede reducir a la desconfianza de los electores: el cambio ideológico-cultural del último cuarto de siglo ha golpeado la esencia de la socialdemocracia: la dinámica partidaria, el liderazgo, las relaciones con los sindicatos, el reclutamiento de militantes, sus votantes y, sobre todo, su programa político y su ideología16.

Las primeras señales de la crisis aparecieron ya en los años 70, cuando Jean Baudrillard advirtió acerca de un cambio de época al que la socialdemocracia no lograba seguirle los pasos17. Sin embargo, la de 1980 parecía ser la década de la socialdemocracia en Europa, donde, con excepciones como el Reino Unido o la República Federal Alemana, los partidos de centroizquierda estaban en el poder. Es la década de una gran performance de estos partidos en la escena internacional, con su asistencia a la democratización de América Latina. Pero es también en los años 80 cuando la socialdemocracia comienza su «giro a la derecha», con el abandono por parte del gobierno de François Mitterand, en 1983, de su programa inicial y con el abrazo de la política monetaria ortodoxa –coyuntura que probablemente constituyó un punto de inflexión–. En la década de 1990, este giro se acentuó aún más con el fracaso de la inclusión del capítulo social en la Construcción europea, y con el debilitamiento ideológico de la izquierda, manifestado en la Tercera Vía de Tony Blair, una suerte de «thatcherismo con rostro humano». Bechler considera que en los años 90 la socialdemocracia se transformó en una fuerza conservadora en un doble sentido, político y cultural: puso fin a su compromiso histórico con la redistribución de la riqueza y se puso al servicio de la globalización del mercado.

La crisis de la socialdemocracia europea se hizo muy visible con las elecciones francesas de 2002 cuando, en el primer turno, el Partido Socialista (ps) cedió su lugar al Frente Nacional, el partido de la extrema derecha. Hasta la elección de François Hollande, el ps francés no pudo recuperar su espacio de poder. En otros países donde la centroizquierda ha sido gobierno, España y Grecia en particular, la complicidad, aunque más no sea indirecta, de estos gobiernos en el desenlace de la crisis de 2008 y post-2008 es más que notable. En Europa, la socialdemocracia ha entrado en una crisis existencial que es incapaz de revertir, aun cuando coyunturalmente gana las elecciones y ocupa el gobierno.

América Latina: giro a la izquierda por el camino de la democracia

Como el resto del mundo, América Latina vivió el «fin de la Historia» en los años 90 bajo el llamado «Consenso de Washington». Los «diez mandamientos» extraídos de los textos sagrados del neoliberalismo y de los gurúes de la ortodoxia del mercado parecieron ser un éxito ejemplar en prácticamente todos los países pero sobre todo, a modo de exhibición, en México y Argentina. La región se despidió de la «década perdida» mediante un conjunto de programas de liberalización, privatización, achicamiento del Estado, disciplina fiscal y flujos de capitales, todo sólidamente comprobado por sucesivos certificados de buena conducta del Fondo Monetario Internacional (fmi) –verdaderos archivos históricos donde se registró la cronología del futuro dolor cuando al adicto (a los dólares) se le corta el suministro y su cuerpo se despierta a la dura realidad que expusieron al mundo el colapso argentino de 2001-2002 y la «guerra del gas» en Bolivia en 2003, sin olvidar el antecedente del «Caracazo» de 1989–.

Sin embargo, es en esta misma América Latina donde en la primera década del siglo xxi las izquierdas desafiaron a quienes habían escrito sus necrológicas en los años 90. Con el inicialmente incomprendido fenómeno del chavismo en Venezuela como primera señal de cambio18, las sucesivas elecciones de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2002), Néstor Kirchner en Argentina (2003), Tabaré Vázquez en Uruguay (2005), Evo Morales en Bolivia (2005), Michelle Bachelet en Chile (2006), Rafael Correa en Ecuador (2006), Daniel Ortega en Nicaragua (2007) y Fernando Lugo en Paraguay (2008) consagraron una era histórica conocida como «giro a la izquierda». Se trató de una nueva izquierda19 que, sin embargo, provenía de una tradición histórica de procesos revolucionarios y antiimperialistas, sospechosa para la variante liberal de la democracia europea, cuyo rasgo común más importante es el alejamiento de la lucha armada de los años 70, el abrazo de la democracia y el compromiso con los derechos humanos20. En los años 90, en lugar de adherir a gobiernos de centroderecha y adoptar el programa del Consenso de Washington, la izquierda latinoamericana se inició en la administración pública ganando elecciones municipales, demostrando capacidad de movilización e inclusión social y exhibiendo sensibilidad ante la temática medioambiental. Estos antecedentes marcaron una verdadera transformación de la izquierda latinoamericana, que con el colapso del modelo neoliberal llegó al poder por el voto popular, con un compromiso con un modelo alternativo que, en sus rasgos generales, consistió en: a) el retorno del Estado en su rol de regulador de la economía, b) el compromiso con la justicia social, c) la vocación integracionista, d) el antiimperialismo y e) la reforma del orden internacional.

Concluir, no obstante, que el «giro a la izquierda» consagró el denominado «socialismo del siglo xxi» es tan pretencioso como soberbio; pero independientemente de la calificación que se le dé a la experiencia latinoamericana de la primera década del nuevo siglo, el «giro a la izquierda» vino a demostrar que la alternativa de un desarrollo más justo, más soberano y más solidario al modelo neoliberal es posible.

Conclusión: ¿del «giro a la izquierda» a la «nueva derecha»?

La elección de Mauricio Macri en noviembre de 2015 como presidente de Argentina, la puja por un juicio político a Dilma Rousseff en Brasil y la victoria electoral de la oposición al chavismo en los comicios parlamentarios de Venezuela en diciembre pasado, sin contar con el impacto aún poco claro del restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos para el espectro del progresismo latinoamericano, parecen señalar el auge de una «nueva derecha» en América Latina. Para los críticos del «giro a la izquierda», se termina un ciclo que se explica solo por el precio elevado de los recursos naturales y el carisma personal de las tres figuras principales del fenómeno: Kirchner, Chávez y Lula. Por lo demás, poco y nada habría dejado la década pasada; por el contrario, fue una oportunidad desaprovechada que incrementó los niveles de corrupción, ineficiencia burocrática, ansia por el poder y desastrosa gestión estatal. El vulgarizado debate en torno de la década «perdida» o «ganada» en Argentina es probablemente el mayor indicio del grado de inmadurez a la hora de llevar a cabo una necesaria crítica lúcida para evaluar logros y fracasos. No cabe duda de que los anuncios de un giro a la derecha son precipitados; pero también es hora de cuestionar en profundidad las altas expectativas generadas por el «giro a la izquierda» y las consecuentes decepciones en aspectos fundamentalmente estructurales, empezando por la persistencia del extractivismo y el carácter primario-exportador de las economías latinoamericanas.

Está claro, sin embargo, que el compromiso con la democracia sigue firme, ya que no se cuestiona el resultado de las elecciones. Más allá de las discrepancias en torno del modelo y la calidad de la democracia, la legitimación del gobierno basada en el voto popular permanece como un firme compromiso. No es poca cosa, cuando el objetivo sigue siendo la construcción de una sociedad más justa, la expansión de los derechos y la inclusión de las masas en los procesos sociales y económicos.

La mirada a la izquierda en la post-Guerra Fría en una perspectiva regional no solo propone una alternativa a la tesis del «fin de la Historia», sino que también argumenta a favor de una dinámica que se entiende mejor en su contexto regional. En este sentido, es importante traspasar el análisis comparativo para preguntar si el «giro a la izquierda» latinoamericano tuvo un impacto en otras regiones, en particular en Europa y Eurasia. Con respecto a Europa, y para empezar, un pensamiento dentro de la izquierda fuertemente crítico al giro a la derecha de la socialdemocracia en las décadas de 1980 y 1990 constituyó, sin dudas, una de las fuentes intelectuales de los programas políticos y los proyectos económico-sociales de las fuerzas del «giro a la izquierda» en América Latina21. Este, a su vez, reforzó en parte a aquella izquierda que en Europa se define como «anticapitalista», que vio en la experiencia latinoamericana la prueba del renacimiento de, a la vez, un pensamiento y una práctica que reflejan los valores que reivindica. La experiencia de Syriza, en particular, es reveladora de la capacidad de renovación de la izquierda europea, y al mismo tiempo, de las serias restricciones que el sistema de la ue les impone a estas fuerzas de renovación. En cambio, en Eurasia, la influencia de la experiencia latinoamericana ha sido simplemente nula, a pesar de la estrecha relación de, por ejemplo, Venezuela con la Federación Rusa. La popularidad de figuras como Chávez en la opinión pública no generó un activismo democrático de izquierda como alternativa al orden del capitalismo oligárquico.

¿Podía el «giro a la izquierda» latinoamericano ser más que inspiración para Europa y Eurasia y aspirar a un rol en el renacimiento de la izquierda relativamente similar al que tuvo la is en la transición a la democracia en América Latina? Es un tema en torno del cual se precisa un debate, que debería expandirse para examinar la postura de la izquierda latinoamericana con respecto a las revueltas árabes, donde a menudo se alineó con los gobiernos dictatoriales. Ello permitiría ver tanto su potencial como sus limitaciones cuando se trata de pensar alternativas al injusto orden económico de la austeridad, impuesto por y a favor del 1% y en detrimento del 99% restante de la humanidad.

  • 1.

    Las ponencias de la conferencia se publicaron en Socialisdagan modetsumner Haiasdani mardahravernerin. Global herangarner, deghagan iroghutiunner [Abordajes socialistas de los desafíos de Armenia. Perspectivas globales, problemas locales], Bavigh, Ereván, 2010.

  • 2.

    Philosophie No 36, 2/2010.

  • 3.

    Cédric Enjalbert: «Socialisme européen: Le grand reflux» en Philosophie No 36, 2/2010.

  • 4.

    Carlos Morales Abarzúa: La Internacional Socialista. América Latina y el Caribe, Michka, Buenos Aires, 1986; Fernando Pedrosa: La otra izquierda. La socialdemocracia en América Latina, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012.

  • 5.

    F. Fukuyama: El fin de la Historia y el último hombre, Planeta, Barcelona, 1994.

  • 6.

    F. Fukuyama: «History is Still Over» en Newsweek, edición especial, 12/2009-2/2010.

  • 7.

    Paul Ricoeur: L’idélogie et l’utopie, Seuil, París, 1997.

  • 8.

    Para más información, v. página web del sdhp, www.hunchak.org.au (en inglés).

  • 9.

    Información disponible en www.bsdp.org (en ruso).

  • 10.

    El éxito electoral del partido en las elecciones de diciembre de 2015 llevó al presidente de Kirguistán a proponer al sdpk formar parte de un gobierno de coalición. Información disponible en Radio Free Europe, 18/12/2015, www.rferl.org/content/kyrgyzstan-parliament-coalition-negotiations/27333730.html.

  • 11.

    Información disponible en www.spu.in.ua (en ruso).

  • 12.

    Información disponible en www.sdpuo.com/eng (en inglés).

  • 13.

    El Partido Socialista Deportivo de Belarús, que apoya al presidente Alexander Lukashenko; y el Partido Social Democrático del Acuerdo Popular, opositor a Lukashenko.

  • 14.

    El Partido Social Democrático y el Partido Socialista de Tayikistán.

  • 15.

    A. Pfaller: «European Social Democracy. In Need of Renewal. Nine Country Cases and Seven Policy Proposals», International Policy Analysis, Friedrich-Ebert-Stiftung, 12/2009, disponible en www.fes.de/ipa.

  • 16.

    R. Bechler: «The Decline of Europe’s Social Democratic Parties» en OpenDemocracy.com, 16/3/2010.

  • 17.

    J. Baudrillard: La izquierda divina, Anagrama / Página/12, Buenos Aires, 2009.

  • 18.

    Luis Bilbao: Venezuela en revolución: Renacimiento del socialismo, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2008.

  • 19.

    V., entre otros, César A. Rodríguez Garavito, Patrick S. Barrett y Daniel Chávez (eds.): La nueva izquierda en América Latina. Sus orígenes y trayectoria futura, Norma, Buenos Aires, 2007; José Natanson: La nueva izquierda. Triunfos y derrotas de los gobiernos de Argentina, Brasil, Bolivia, Venezuela, Chile, Uruguay y Ecuador, Debate, Buenos Aires, 2008; Nikolas Kozloff: Revolution! South America and the Rise of the New Left, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2008; Kurt Weyland, Raúl L. Madrid y Wendy Hunter (eds.): Leftist Government in Latin America. Successes and Shortcomings, Cambridge University Press, Nueva York, 2010; y Steven Levitsky y Kenneth M. Roberts (eds.): The Resurgence of the Latin American Left, The Johns Hopkins University Press, Baltimore, 2011.

  • 20.

    Jorge Castañeda: La utopía desarmada. El futuro de la izquierda en América Latina, Ariel, Buenos Aires, 1993; Velia Cecilia Bobes: «De la revolución a la movilización. Confluencias de la sociedad civil y la democracia en América Latina» en Nueva Sociedad No 227, 5-6/2010, disponible en www.nuso.org.

  • 21.

    V., por ejemplo, Daniel Bensaïd: Penser, agir, Lignes, París, 2008 y Razmig Keucheyan: Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos, Siglo XXI, Madrid, 2010, sin olvidar, evidentemente, el aporte fundamental de los referentes de Le Monde diplomatique como Ignacio Ramonet y Serge Halimi, entre otros.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 261, Enero - Febrero 2016, ISSN: 0251-3552


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