Opinión
enero 2017

Venezuela en el tablero de Trump

¿Cómo afectará la administración de Donald Trump el gobierno de Nicolás Maduro? El petróleo y la relación con Rusia juegan un rol esencial.

<p>Venezuela en el tablero de Trump</p>

Como en todo el mundo, la victoria de Donald Trump ha sido objeto de una gran atención entre los venezolanos. Sus comentarios sobre México, el abrupto protagonismo de la ex-Miss Universo Alicia Machado y, en menor grado, las acusaciones de misoginia y sus ataques a Hillary Clinton fueron temas recurrentes tanto en los medios como entre los analistas y en las conversaciones de la gente de a pie. Pero pocos pensaban que ganaría y, dado que en el país hay tantos otros problemas, a casi nadie le quitaba realmente el sueño. Sin embargo, poco a poco su nominación fue ganando impulso y comenzó a subir en las encuestas. A Trump había que tomarlo en serio. Eso, para los venezolanos, significa fundamentalmente tener en cuenta el único parametro que utilizamos en la actualidad para medir cualquier fenómeno: ¿su elección ayudará o perjudicará al gobierno de Nicolás Maduro? En el momento en que se escribe este artículo, aún es difícil hacer una predicción. El magnate hoy presidente continúa siendo una incógnita que cada quien matiza según los niveles de antipatía o simpatía que siente por él. Eso no significa que no podamos analizar cuál es el lugar que eventualmente puede ocupar Venezuela en su tablero. El país tiene protagonismo en al menos tres aspectos a los que les ha dado relevancia: la energía, la relación con Rusia y, en menor medida, los votos de Florida.

Comencemos con lo último. Si descontamos algún otro comentario menor, la única vez que Trump se ha referido a Venezuela fue en un acto de campaña en Miami. Allí, en comparación con los varapalos que les ha lanzado a los mexicanos, quedamos sorprendentemente bien parados: dijo que somos «un pueblo grande», que vivimos en un «país hermoso, vibrante y maravilloso lugar» que «ha sido terriblemente herido por los socialistas». Incluso reconoció el aporte de los inmigrantes venezolanos para el bienestar de Miami. En conclusión, «ellos [los venezolanos] anhelan ser libres, ellos anhelan ser ayudados», lo que se interpretó en el país como un espaldarazo a quienes se oponen a Maduro y le granjeó a Trump no pocos simpatizantes. Para alguien como él, que a través de una de sus corredoras inmobiliarias estrella tiene vallas publicitarias y anuncios de radio en Caracas para vender propiedades en Florida, el caso venezolano no debe ser del todo ajeno –así como tampoco puede serlo después de haber sido dueño del concurso Miss Universo–. Si la industria de la belleza es importante en algún lado, es en Venezuela. No obstante, lo más probable es que su declaración en Miami se relacionara más con el voto cubano (y cada vez más venezolano), que no perdona ninguna concesión a Castro y Maduro, que con cualquier otra cosa.

Al menos el nuevo secretario de Estado Rex Tillerson ha sido consecuente con ello. Sus críticas a Maduro y su declarado apoyo a una transición en Venezuela parecen ir en ese sentido. Pero con Tillerson hay más. Él representa, sobre todo, petróleo. Y no en términos genéricos, sino con una particular y complicada historia con Venezuela. Como se sabe, antes de ocupar su actual cargo, fue CEO de ExxonMobil. Es decir, de una empresa con estrechos vínculos históricos con Venezuela. Su antecesora, la Standard Oil de Nueva Jersey (que en 1972 se convirtió en Exxon), obtuvo en el país algunas de sus ganancias más grandes de todos los tiempos a través de su filial local, la Creole Petroleum Corporation. Pero esto es prehistoria para Tillerson. En 1976 la Creole fue estatizada con el resto de la industria y comenzó un paréntesis de dos décadas hasta que, en 1996, se inició la política de apertura petrolera, que permitió el retorno de las compañías extranjeras. Básicamente se ubican en la Faja Petrolífera del Orinoco, la mayor reserva de petróleo del mundo con casi 300.000 millones de barriles. ExxonMobil vuelve de esa manera.

En 2007, Chávez obligó a las compañías que trabajaban en la Faja del Orinoco a formar empresas conjuntas con el Estado, que mantendría al menos 51% de las acciones. La mayor parte de ellas aceptó las nuevas condiciones impuestas por Chávez, menos la Conoco-Phillips y la ExxonMobil, que abrieron juicios internacionales. ExxonMobil exigió una compensación por 10.000 millones de dólares, lo que implicaba el embargo de todos los bienes en el exterior de la estatal venezolana PDVSA. Al final, el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI) ordenó pagar una compensación de sólo 1.000 millones de dólares. Fue un enorme triunfo para el gobierno venezolano. Sin embargo, ExxonMobil inició actividades en Guyana, justo en las áreas limítrofes en disputa con Venezuela, lo que inició un segundo round del pleito, aún en curso.

El petróleo venezolano involucra también a otros actores como Rusia. ¿Preferirán Tillerson y Trump una triangulación con Rusia, que ha invertido mucho dinero en el petróleo y otras áreas del país, a un choque directo con Caracas? ¿Privilegiará sus buenas relaciones con Putin, aliado estrecho de Maduro, a rematar la faena con su antiguo contrincante? El plan de energía de Trump contempla liberar a Estados Unidos de la dependencia del petróleo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) e impulsar la producción de petróleo de esquisto, una de las pesadillas del gobierno venezolano. Las consecuencias de esta política, de tener éxito, son claras para Venezuela: pérdida de su mercado histórico y baja en los precios tan pronto los costos de producir el petróleo de esquisto puedan hacerlo competitivo. Aunque PDVSA ha hecho esfuerzos por diversificar sus mercados, la cercanía de Estados Unidos, a solo cuatro días de los puertos venezolanos para los tanqueros; el hecho de ser dueña de una empresa grande, aunque hipotecada, la CITGO, y de varias refinerías en el norte, y los compromisos que atan buena parte de la producción a convenios que estipulan pagos financiados a mediano plazo o en especie, como los de Petrocaribe y especialmente el de Cuba, más la parte que ya está hipotecada a China, hacen el mercado norteamericano cada vez más importante. Es irónico, pero 20 años de chavismo nos han hecho más dependientes de Estados Unidos que nunca. Y sumémosle a esto el riesgo de PDVSA de caer en default con sus acreedores. Más allá del American First Energy Plan, sería raro que dos negociadores avezados como Trump y Tillerson no aprovecharan esta oportunidad.

Como vemos, el tablero está servido. Hay muchas opciones de desarrollo y solo aguardamos a ver cuál será el primer movimiento del jugador.




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