Un partido campesino en el poder. Una mirada sociológica del MAS boliviano
Nueva Sociedad 234 / Julio - Agosto 2011
La llegada al poder de Evo Morales como primer presidente indígena de Bolivia fue acompañada por otro hecho histórico: el arribo al gobierno de un partido con base rural, que se fue desbordando desde al campo hacia las ciudades. El Movimiento al Socialismo (MAS) es un partido sui géneris, que se piensa a sí mismo como el instrumento político» de los sindicatos agrarios y mantiene fuertes vínculos con la izquierda boliviana. Su crecimiento no solo ha trastocado la correlación de fuerzas ideológicas; ha contribuido también a un fuerte proceso de ruralización de la política y de la propia identidad boliviana.
En Bolivia se verifica una paradoja que se convirtió en un rasgo central de la vida política nacional: la inédita hegemonía de un partido campesino en un país ya mayoritariamente urbano1. La emergencia del Movimiento al Socialismo (MAS), un movimiento fundado por Evo Morales en 1999 para garantizar la presencia de una voz campesina en la política boliviana, es de hecho un fenómeno político casi inédito a escala mundial en la historia reciente, no tanto por su composición social sino por el hecho de que los campesinos no hayan sido la columna sino la propia cabeza del movimiento, y por el predominio en su seno de la «cuestión campesina» como tal. En la historia contemporánea, son pocos los países en que el campesinado local llegó al poder, a menudo mediante los llamados «partidos populistas»2. Por otro lado, la aparente inexorabilidad del éxodo rural en todo el planeta nos llevaría a pensar que tal perspectiva se vuelve mecánicamente cada vez más lejana –ya que ese éxodo reduce de hecho a los partidos surgidos del mundo rural al papel de fuerzas complementarias o masas de movilización un tanto marginales dentro de coaliciones más amplias, como en el caso en la política europea contemporánea–.
Si bien en muchas revoluciones comunistas fue central la iniciativa del campesinado (Rusia, China, Corea, Camboya o Vietnam), esos procesos fueron casi siempre liderados por una elite originalmente externa al campesinado mismo3. Por esa razón, el interés particular del MAS reside en que no se trata solamente de un partido compuesto por campesinos, sino de un «partido campesino», cohesionado material y simbólicamente por esa identidad, cuya práctica política se impone como una «política legítima» a los miembros del partido que no forman parte de ese grupo4. Y aquí es necesaria una aclaración: aunque es visible un proceso de indianización de los sectores populares bolivianos, la identidad campesina sigue siendo muy visible dentro del MAS –algo que se pudo observar también en la Asamblea Constituyente, donde la tensión entre identidades indígenas y campesinas «se resolvió» utilizando la expresión «indígenas-originarios-campesinos» cada vez que el nuevo texto constitucional hace referencia a la cuestión étnica cultural–.
Después de un análisis de la configuración interna del MAS que permite calificarlo de partido campesino, indagaremos entonces en la especificidad de la práctica de poder que tal configuración anima.
Un partido de campesinos para los campesinos
El mas nació de las cenizas de un movimiento popular cuyo pilar tradicional fue durante medio siglo el sindicalismo minero. Las reformas estructurales neoliberales de las décadas de 1980 y 1990 acabaron con la minería estatal y con la matriz obrerista que animaba organizativa e ideológicamente a la combativa Central Obrera Boliviana (COB). Por el contrario, las organizaciones populares estructuradas alrededor del campesinado lograron no solo evitar la embestida sino, a la larga, salir fortalecidas de los sucesivos enfrentamientos con el Estado, cuyas expresiones más duras fueron los «combates» en la región cochabambina del Chapare, adonde Evo Morales migró en los años 805.
Las organizaciones sindicales agrarias se beneficiaron, además, de las reformas políticas de los años 90: en el marco de la profunda descentralización administrativa que emprendió el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, los sindicatos rurales comenzaron a renegociar su relación con el mundo político, pues la Ley de Participación Popular (LPP) de 1994 les permitía elegir por primera vez a sus autoridades en el nivel municipal6, y los partidos que se concebían a sí mismos como instrumentos políticos de los sindicatos campesinos (el MAS y el Movimiento Indígena Pachakuti) aprovecharon rápidamente estas «oportunidades políticas»; de esa manera se profundizó un proceso de «ruralización»7 de la vida política boliviana.
Se puede entender así cómo el campesinado se encontró ante una configuración sociopolítica que le permitiría posteriormente asumir el liderazgo del movimiento popular boliviano. Al cambio en la correlación de fuerzas dentro de la propia cob en favor del mundo rural se sumaba una serie de experiencias electorales conjuntas entre la «vieja izquierda» y el sindicalismo campesino compartidas a lo largo de los años 90. Izquierda Unida (IU) y el Eje de Convergencia Patriótica, dos coaliciones de partidos cada vez más reducidos, organizaban la participación en los comicios, pero quienes proveían los votos eran los campesinos, y más específicamente, los cocaleros8.
Esa fuerza incipiente permitiría a iu lograr diez alcaldías en las primeras elecciones municipales en la historia del país, celebradas en 1995, y luego cuatro diputados nacionales en las elecciones generales de 1997, todos campesinos. Entre ellos figuraba Evo Morales, quien se destacó por ser el diputado uninominal elegido con el más alto porcentaje de votos en todo el país (61,8%). Un símbolo de esa nueva simbiosis política entre izquierdistas y campesinos fue que en 1993 se pensó postular como candidato presidencial a un «hermano campesino e indígena» y que el Eje de Convergencia Patriótico se convertiría en Eje Pachakuti –una palabra aymara y quechua que designa una «nueva era»–. Paulatinamente, a medida que se afirmaba su peso electoral, los campesinos se irían adueñando de estas coaliciones, al tiempo que se producía un fuerte proceso de reindianización discursiva e identitaria que resultó decisivo en los años siguientes.
Paralelamente a estas experiencias electorales, y a partir del fin de los años 80, se inició una profunda reflexión entre los dirigentes campesinos sobre la posibilidad de construir un partido propio directamente vinculado a los sindicatos agrarios y orientado ante todo hacia la autorrepresentación política y la defensa de sus intereses. En otras palabras, debían ser los campesinos los que organizan su propia presencia en el campo político, a través de una herramienta particular: el «instrumento político». El ideal organizativo que se impuso al término de los debates en el seno de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) fue el de un instrumento cuya relación con los sindicatos sería «orgánica», es decir, fusional9. Así pues, después de varios intentos de conformación de un partido campesino –la Asamblea por la Soberanía de los Pueblos (ASP) en 1995, entre otros–, Evo Morales logró finalmente fundar, en 1998, el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP). Para posibilitar la participación del ipsp en las elecciones municipales de 1999, Morales consiguió la sigla de un socio de iu, el Movimiento al Socialismo (MAS)10, con orígenes falangistas11. Los éxitos del MAS-IPSPen esos comicios quedarían, una vez más, limitados al mundo rural y más particularmente al departamento de Cochabamba, dentro del cual se destacó la región cocalera del Chapare, bastión político de Morales.
Si la impresión dada por muchos relatos del proceso boliviano es la de una traducción casi mecánica, en el nivel electoral, de una lenta y larga acumulación de fuerzas desde el mundo campesino-indígena –acelerada por el ciclo de protestas antiliberales a partir del año 2000–, esta breve presentación de la historia del «instrumento político» deja ver una trayectoria menos lineal y más contingente: una formación partidaria que, al fin y al cabo, fue un «emprendimiento político» llevado adelante por un grupo de dirigentes, pero un emprendimiento de devenir incierto, que debió muy pronto, incluso, discutir iniciativas rivales en el seno de sus propias filas. Los resultados de las elecciones municipales de 1999 revelaron una dificultad de peso, pues el arraigo profundo del MAS en el campo parecía ir de la mano de su débil capacidad de implantación en las urbes. De hecho, el «ideal organizativo» descrito anteriormente no se adecuaba a las ciudades, y eran finalmente algunos de los «compañeros izquierdistas» los que asumían la tarea de «construir el instrumento». Pero esta izquierda se incorporó al MAS en ese entonces «con perfil bajo», con el hasta entonces sujeto revolucionario (los mineros) pulverizado, derrotada ideológicamente por la caída del Muro de Berlín y la hegemonía neoliberal y sometida ahora a los desiderata campesinos12.
Por otra parte, existen otros ex-militantes de izquierda que, sin formar parte del MAS, ejercieron un papel decisivo en los emprendimientos campesinos; se trata de compañeros de ruta del movimiento sindical: los empleados de organizaciones no gubernamentales (ONG). Después del derrumbe de los partidos de izquierda, muchos de sus militantes aprovecharon el masivo florecimiento de ONG–parte integrante de la nueva gobernabilidad neoliberal boliviana– y las crecientes posibilidades de financiamiento por parte de la cooperación internacional para ingresar en esas instituciones o conformar sus propias ong. Entre ellas, algunas se dedicaron específicamente al asesoramiento técnico-productivo, jurídico o político de las organizaciones campesinas. Así, se encuentran ONGantiguas fundadas durante las dictaduras militares, como la Unión Nacional de Instituciones para el Trabajo de Acción Social (Unitas) o el Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (Cejis), o estructuras más recientes, como el Centro de Comunicación y Desarrollo Andino (Cenda). Si bien algunas instituciones aparecían íntimamente vinculadas a partidos, la gran mayoría trabajaba en una relativa independencia política.
Dada su peculiar trayectoria histórica, podemos avanzar hacia un primer intento de análisis del MAS, en esta primera fase que va de 199513 a 2002, y proponer un esquema de la «configuración» del partido en el sentido que le da a este concepto Norbert Elias; es decir, ver el MAS como un espacio social caracterizado por un equilibrio de tensiones entre individuos o grupos14. El MAS presenta la particularidad de ser un partido en el que el ideal organizativo encarnado por la noción de «instrumento» contribuyó, en conjunción con intereses materiales y simbólicos que analizaremos más adelante, a forjar una identidad sui géneris del militante «masista», como lo ilustra el carné de miembro cuyo lema es «MAS legalmente, IPSP legítimamente».
Forjado como una alternativa a los partidos que se impusieron como los pilares del periodo conocido como «Democracia Pactada» (1985-2003), ese ideal organizativo también tuvo consecuencias prácticas en cuanto a la estructuración de la actividad del partido. A pesar de los esfuerzos por extender el aparato hacia las ciudades15, los dirigentes campesinos continuaron ejerciendo un papel de liderazgo necesariamente aceptado por los nuevos miembros, en la medida en que aparecían como los garantes del proyecto histórico del partido. Ese papel se ilustra en la regla implícita –como muchas otras del MAS– de atribuir las tres primeras carteras de la Dirección Nacional16 a las llamadas «trillizas» (CSUTCB, Confederación Sindical de Colonizadores de Bolivia –CSCB– y Federación Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia), siendo Morales el presidente indiscutible e indiscutido del partido y una suerte de clave de bóveda de su configuración interna (entre otros elementos, por su papel de interlocutor/negociador/árbitro entre los distintos componentes). En la práctica, la jerarquía implícitamente aceptada en el mas desembocó en una membresía diferenciada, con militantes de «primera clase» (los campesinos) y militantes «de segunda» (los urbanos).
Otra característica destacable es la casi ausencia de debates en el seno del partido, que resulta una suerte de prolongación del sindicato agrario. La regulación de las tensiones internas, de hecho, se consigue mediante la búsqueda de un reparto del poder entre sus organizaciones sindicales según múltiples criterios: de manera general, para ser considerada «importante», y por lo tanto legítima, cada organización debe demostrar permanentemente su capacidad de movilización, sea electoral o callejera, cuando un sindicato protesta por asuntos de corte corporativo. De allí que hayamos definido al MAS como una «democracia corporativa» basada en equilibrios diversos17. Si bien el MAS se construyó sobre la base de redes sociales heredadas de la «vieja izquierda», el rechazo a ciertas prácticas asociadas a esta, consideradas como fuentes posibles de división (la estructuración de tendencias, por ejemplo), y la exaltación de una unidad política lo más monolítica posible como condición de la victoria electoral han llevado a que el partido, desde su fundación, se haya configurado como una organización desprovista de manera paradójica de espacios de debate estrictamente político-ideológico.
A pesar de la orientación claramente marxista e indianista de los textos de los congresos partidarios18, los programas políticos sometidos por el mas en cada elección ya dejaban percibir una orientación nítidamente desarrollista y «posneoliberal». El papel central jugado por el campesinado boliviano en el ciclo de protesta que empezó a sacudir el sistema político boliviano a inicios de la década de 2000, con la «guerra del agua» de Cochabamba, contribuiría a consolidar un imaginario respecto a un futuro «desarrollo endógeno» gracias al restablecimiento de la soberanía nacional sobre los recursos naturales como el gas, el hierro o el litio. Y en este contexto, las medidas enmarcadas en el nuevo carácter plurinacional de Bolivia parecen siempre pasadas por un oportuno tamiz nacionalista que las desactiva parcialmente19. La revitalización de la cuestión nacional puede verse también en el reciente lanzamiento de una nueva estrategia para la recuperación del litoral marítimo perdido en la Guerra del Pacífico (1878-1883), mediante demandas en tribunales internacionales después de casi cinco años de negociaciones bilaterales entre Bolivia y Chile. Todo ello con el objetivo de aglutinar a la nación luego de los costos políticos derivados del frustrado «gasolinazo», la eliminación de subsidios y el aumento de los combustibles de hasta 80% aprobados en diciembre de 2010 y derogados una semana más tarde.
El gobierno de Evo Morales: ¿un gobierno campesino?
Los intentos de extensión de la base de apoyo del MAS se enfrentaron a menudo a una serie de dificultades resultantes de su identidad rural. No obstante, desde las elecciones municipales de 2004 esta novedosa experiencia política electoral fue calando en territorios urbanos, especialmente en el occidente andino del país. En paralelo, la primera generación de ex-militantes de izquierda que controlaba el partido en su etapa inicial fue cediendo paso a una militancia más amplia, una gran parte de la cual se sumó al MAS cuando esta adhesión ya estaba atada a la expectativa de conseguir puestos en el Estado: las llamadas «pegas», percibidas a menudo como una legítima retribución del trabajo político efectuado en el marco de una campaña electoral. Semejante proceso llevó a que el destino del partido se volviera cada vez más dependiente de resultados electorales suficientemente exitosos como para garantizar el reparto de bienes políticos al conjunto de sus adherentes, en el marco de la mencionada «democracia corporativa», que busca equilibrios sindicales y territoriales. Obviamente, es necesario poner en perspectiva esta observación al indicar el contexto laboral en el cual están sumergidos los militantes del mas y las clases populares bolivianas en general: en un país donde predomina la economía informal y donde una gran parte de la población fue excluida económica, política y simbólicamente, este acceso popular a «pegas» no es solo la expresión de la pervivencia del clientelismo político, sino que es vivido por amplios sectores indígenas y campesinos como parte de la «descolonización» y de la construcción de igualdad de oportunidades.
A esa presión proveniente de las bases se sumaría desde 2002 otra fuente de tensión para los campesinos en el nivel de la cúpula del partido: en virtud del segundo lugar de Morales en las elecciones de ese año, el MAS obtuvo una importante bancada de congresistas; aproximadamente una mitad estaba compuesta por campesinos y otra, por intelectuales y ex-militantes de izquierda, «invitados» por el propio Morales con la ambición de consolidar la credibilidad del partido ante el electorado urbano y de clase media. Y allí se vivió una profunda experiencia sociológica: mientras los campesinos seguían controlando la Dirección Nacional del partido, los ex-militantes de clase media lograban a partir de sus capitales culturales un mejor desempeño parlamentario, y así se fueron convirtiendo en una suerte de voceros del MAS ante los medios de comunicación y la opinión pública. La sensación indígena y campesina de jugar en una «cancha ajena» se fue profundizando a punto tal que, en 2002, el diputado Rosendo Copa lanzó la iniciativa de crear un bloque indígena transversal a los partidos, lo que fue rechazado de plano por Morales20.
La llegada del mas al poder, tras el triunfo de Morales en la elección presidencial de diciembre de 2005 con una inédita mayoría absoluta (53,7%), condujo a la profundización de estas dinámicas, con dos matices importantes. En primer lugar, con el acceso al gobierno ya no sería la bancada parlamentaria el centro de toma de decisiones, sino un Poder Ejecutivo fuertemente decisionista con Morales a la cabeza. En segundo término, la composición de los gabinetes consagró un nuevo canal de reclutamiento del personal político «masista» con la aparición, en el seno del Ejecutivo, de un gran número de ex-compañeros de ruta, cuya participación llegó a alcanzar hasta un 50% de «oenegeros»21. En efecto, los técnicos de ong cercanos al movimiento campesino cumplen con los dos criterios públicamente requeridos por el presidente Morales: «capacidad y compromiso». Si los ministros provenientes de organizaciones sociales urbanas o populares, como sindicatos fabriles o juntas de vecinos, figuraron en el primer gabinete en el año 2006 y llevaron al vicepresidente Álvaro García Linera a definir el Ejecutivo como un «gobierno de los movimientos sociales», y varias mujeres campesinas pasaron por carteras ministeriales, la presencia de dirigentes sociales se fue reduciendo con el paso del tiempo. Semejante observación, entonces, nos conduce a plantearnos algunas preguntas relativamente simples: ¿gobiernan en realidad los campesinos en la era de Evo Morales? ¿Sigue vigente el emprendimiento histórico de autorrepresentación campesina en el campo político en ese contexto?
Cualquier intento de respuesta al primer interrogante no puede limitarse a la constatación de la relativa ausencia de los campesinos en el Poder Ejecutivo sin el riesgo de caer en una suerte de denuncia de tipo conspirativo respecto a la existencia de un «entorno blancoide», una explicación popularizada, hoy en día, entre los militantes del MAS cuando se evoca la marginación campesina. Tampoco hay que quitarle importancia al hecho de que el propio presidente –y capitán general de las Fuerzas Armadas– sea hoy un (ex)-campesino, que mantiene su cargo como secretario ejecutivo de las Seis Federaciones Cocaleras del Trópico de Cochabamba. Ni que algunos viceministerios estén manejados por dirigentes sociales. O que se registre una presencia sistemática de dirigentes campesinos a la cabeza del Ministerio de Desarrollo Rural, como Julia Ramos y Nemesia Achacollo.
En cuanto a las bases, también existe una amplia presencia en el nivel de cargos subalternos distribuidos por nombramiento –los que son más generalmente el centro de las estrategias de clientelismo político–, pero nuestras observaciones de trabajo de campo nos llevan a la intuición de que estos cargos son mayoritariamente ocupados por militantes urbanos del partido22. Por lo cual podemos concluir provisionalmente que la presencia campesina en la administración pública, de por sí, influye poco sobre los procesos de toma de decisiones en el seno del Poder Ejecutivo.
Por el contrario, sí es muy importante la presencia de dirigentes campesinos dentro del Poder Legislativo, ya que la conformación de planchas de candidatos es un proceso que se inscribe fuertemente en la lógica de la «democracia corporativa» descrita con anterioridad. Sin embargo, cabe notar que tanto en la Asamblea Legislativa Plurinacional (Congreso) como en la Asamblea Constituyente (cuyas sesiones se desarrollaron de agosto de 2006 a diciembre de 2007), la ruptura biográfica inducida en las trayectorias individuales de los dirigentes campesinos por el hecho de ingresar en el escenario institucional se intensifica, abriendo mayores posibilidades de encontrar dónde «reciclarse» en el aparato estatal tras el fin de un cargo electivo y habilitando identidades «semicampesinas»: campesinos que viven en las ciudades sin la perspectiva de retornar a la vida rural.
Nemesia Achacollo, actual ministra de Desarrollo Rural, es un ejemplo de esa trayectoria: originaria de Yapacaní (Santa Cruz), ejerció cargos en el nivel departamental, tanto en la Federación Departamental de Mujeres como en la Dirección Departamental del MAS, antes de convertirse en ejecutiva de la Federación de Mujeres Campesinas de 2004 a 2006. En diciembre de 2005 fue elegida diputada por Santa Cruz, mandato que ejerció hasta 2009. En enero de 2010 fue nombrada ministra. Sin duda, este proceso corresponde a cierta maduración del cuerpo dirigente del MAS, lo cual implica lógicamente una nítida profesionalización. Pero esa maduración no solo se expresa en una estabilización de ese núcleo: también se manifiesta en la permanencia de muchos de esos dirigentes a la cabeza de sus organizaciones sociales, lo que lleva a ver en este proceso no solo una profesionalización, sino también una cierta burocratización de dirigentes sindicales desconectados, en muchos casos, de cualquier actividad productiva y, por lo tanto, de sus sindicatos de base. En síntesis: si las organizaciones sociales «perforan» el Estado, este último también «estatiza» las dirigencias sociales, con un pie en sus organizaciones y otro en diversos cargos públicos.
Por la nueva configuración que emerge de la llegada del MAS al poder de Estado, se pueden sacar dos conclusiones importantes: además de su papel inicial de regulador del acceso al empleo público, el MAS también juega otro papel, el de cohesionador del apoyo al gobierno. En este marco, si bien la capacidad de las organizaciones sindicales y sociales para formular propuestas o recomendaciones no debe ser menospreciada23, la incidencia del MAS como partido sobre la política gubernamental es muy débil fuera del sector previamente mencionado: las políticas agrarias, en las que se verifican fuertes tensiones entre visiones campesinistas y comunitaristas respecto de la propiedad de las tierras entregadas por la reforma agraria de Morales. En efecto, es posible afirmar que las orientaciones en términos de política gubernamental son definidas en ámbitos que escapan a las esferas de dirección del partido y de las organizaciones, y resultan favorecidos tanto en el gobierno como en las estructuras de campaña ad hoc los «técnicos» invitados: es notable en este sentido el papel que jugaron los futuros ministros en la preparación de la campaña para las elecciones generales de 2005, cuando casi ninguno de ellos era orgánicamente militante del MAS.
Sin embargo, el marco general de la política gubernamental debe respetar un relato que es el que impusieron los propios movimientos sociales bolivianos a través del ciclo de protestas de los años 2000. Es precisamente en esa clave como se puede leer el «decálogo» que sirvió de propuesta electoral en 2005, dentro del cual figuraban la nacionalización e industrialización de los hidrocarburos, la mecanización del agro, la convocatoria a una asamblea constituyente y una ley contra la corrupción. Pero estas demandas no son las de «todo» el movimiento social boliviano: por ejemplo, las demandas de corte ambientalista siempre fueron más marginales en su seno, pese al rol protagónico de Evo Morales en las cumbres climáticas. De ahí surge, en la nueva Carta Magna, un antagonismo casi estructural entre la visión productivista y desarrollista de la economía y los discursos sobre la defensa del medio ambiente a través del reconocimiento de derechos de la Pachamama. El gobierno tuvo que enfrentar esa aparente contradicción algunas veces, como durante la Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático de Cochabamba, realizada en abril de 2010: en ese momento, el Ejecutivo prohibió a una serie de organizaciones, esencialmente indígenas, y a las ong aliadas llevar a cabo una mesa de trabajo dedicada a temas ambientales nacionales, tildados por el vicepresidente García Linera de «fuera del contexto», ya que podían desembocar en una condena de varios proyectos productivos que el gobierno apoya, especialmente mineros e hidroeléctricos, a pesar del peligro que conllevan para el medio ambiente24.
Si miramos el episodio de Cochabamba como un conflicto dirimido en favor de cierta percepción de lo que debe ser el desarrollo, podemos ver que primó una visión «campesina» de este conflicto, es decir, una visión que favorece la producción «a cualquier costo» en contra de las supuestas cosmovisiones indígenas originarias. Lo sucedido en Cochabamba, de hecho, ilustra esa manera de proceder que existe en muchos otros ámbitos, como el de la regulación laboral. Como lo hemos señalado, la base social del MAS está esencialmente compuesta de campesinos, o sea pequeños propietarios. Es curioso que, en su fase de expansión urbana, el MAS también se implantó en categorías sociales de similares características socioeconómicas: en El Alto o Santa Cruz, el éxito del trasplante «masista» se explica por la apropiación masiva del partido por parte de los «gremialistas» (pequeños comerciantes)25. Al contrario, las dificultades de implantación del MAS en sectores conocidos por su combatividad, como los trabajadores de la salud, los maestros urbanos o los obreros fabriles, no se entiende solo por el hecho de que estos sectores sean controlados por otros partidos, sino por la poca atención que ha puesto el gobierno en el trabajo asalariado más allá de algunas reformas legales. Las repetidas críticas por parte del gobierno al ejercicio del derecho de huelga han desembocado en sorpresivas amenazas en contra de los maestros rurales –cuya federación suele ser parte, paradójicamente, del MAS–. En Cochabamba, en el marco de una movilización general en favor de un aumento salarial en la cual participaban, en el mes de abril de 2011, los maestros rurales enfrentaron las duras críticas de la Federación Campesina departamental, cuyos dirigentes llegaron a votar una resolución que ordenaba a los afiliados expulsar de las comunidades a los huelguistas26.
El MAS tampoco se muestra abierto a reivindicaciones de movimientos sociales feministas o lgbt: ni la legalización del aborto ni el matrimonio entre personas del mismo sexo están en su agenda; en varios sentidos, es posible abordar el MAS como una izquierda conservadora, aunque sus difusos marcos ideológicos no permiten descartar que ciertas demandas puedan ser incorporadas de acuerdo con el contexto político.
Hasta ahora, el MAS como proyecto partidista logra sostenerse a pesar de la combinación entre a) la creciente heterogeneidad tanto de su propia composición como del abanico cada vez más amplio de las organizaciones aliadas a él, y b) la permanencia de una jerarquía interna caracterizada por la valoración del militante campesino, así como por el predominio de la «cuestión campesina» como principal brújula para arbitrar decisiones y conflictos. Cabe preguntarse entonces qué permite cohesionar un edificio partidista tan diverso, con dinámicas potencialmente centrífugas. Sin duda, la conquista del aparato estatal ha abierto una suerte de mercado de «pegas» que volvió factible la consolidación de una –hasta entonces incipiente– red de clientela, que refuerza el papel de los campesinos dentro del MAS. Si bien a menudo estos no se benefician directamente de los cargos públicos disponibles para su reparto, las «pegas» constituyen el bien político gracias al cual los sindicalistas rurales mantienen el poder en el seno del partido, pues controlan en parte su distribución. E igual o más importante aún es el papel de Evo Morales como el gran árbitro de las diferentes esferas políticas y sociológicas que dan vida a este partido, esquivo al análisis debido a sus mecanismos informales de funcionamiento y la complejidad de las redes tejidas al calor de tradiciones sindicales, comunitarias, gremiales y territoriales cuya aprehensión exige largos trabajos etnográficos.
En todo caso, el MAS logró mantenerse como un partido campesino, a pesar del crecimiento exponencial de su base militante. Adicionalmente, el hecho de que el triunfo de Morales no haya dado lugar a una «colonización» directa del Estado por los campesinos no significa que estos estén sacando un beneficio puramente simbólico de su victoria: la mayoría de las políticas públicas están destinadas al campo o, aun siendo universales, tienen más impacto en estas regiones por sus niveles de pobreza y de abandono estatal, como los bonos sociales, los planes de alfabetización, la construcción de caminos y carreteras, los proyectos de electrificación rural y extensión de internet y telefonía celular, etc.
A modo de conclusión
«Sería entonces cuando veríamos cómo, a la larga, no es la socialdemocracia la que se adueña de los municipios o el Estado, sino que, al revés, es el Estado el que se adueña del partido», escribió Max Weber en una ocasión27. Y la expresión es pertinente en el caso que nos ocupa: aun con un programa relativamente radical y configurado sobre la base de la idea de autorrepresentación social, el MAS no quedó inmune al efecto estatal. Su viabilidad depende ahora de su capacidad para conservar la presencia en el aparato del Estado, e incluso para extender su presencia hasta el más mínimo rincón. Asimismo, el empleo público se ha convertido en un «pegamento» que mantiene unido el partido con cierta disciplina28. Por lo tanto, la hegemonía actual del MAS sobre el sistema político boliviano asombra menos que su fragilidad real en términos de la institucionalización interna y de la dependencia del liderazgo de Evo Morales, hoy una figura a todas luces irreemplazable.
Cabe preguntarse, entonces, si este partido campesino podría sobrevivir, por ejemplo, a una derrota electoral. En las elecciones municipales de 2010, en las cuales el MAS se destacó por un frío pragmatismo, el partido oficialista se alió a grupos provenientes de la derecha en las regiones opositoras como Santa Cruz (bajo la consigna de que «para derrotar a la derecha, hay que cooptar a sus eslabones más débiles»), al mismo tiempo que rompía con sus más fieles aliados en las regiones de hegemonía «masista», con la esperanza de ganar las alcaldías ubicadas en sus supuestos bastiones sin necesidad de compartir el poder con aliados como el Movimiento sin Miedo en La Paz. El esperado tsunami electoral se convirtió en un contundente fracaso: el MAS no logró el triunfo en varias alcaldías donde esperaba una victoria (La Paz, Oruro, varias zonas rurales aymaras), aunque se mantuvo como el partido más votado en el ámbito nacional.
Hoy, en un contexto en el que la mística política se ha reducido en el espacio gubernamental y se observa un desgaste relativo de la figura de Evo Morales, habrá que ver si es posible el objetivo planteado por el vicepresidente García Linera: «reideologizar» el MAS, «dejando de lado las peleas y las pugnas más personales, más individuales y por cargos, para que sea un motor del pensamiento y del compromiso revolucionario»29.
Nota del autor: este artículo fue elaborado a partir de algunos de los resultados de un largo trabajo de campo dedicado al mas entre 2004 y 2010, realizado en el marco de una tesis doctoral. No nos detenemos aquí en la metodología o la presentación de los datos como tales para concentrarnos en las tendencias que atraviesan hoy en día el partido de gobierno boliviano.
Ilustración de Alejandro Salazar
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1.
Aunque el censo considera urbanas las poblaciones de más de 2.000 habitantes, a menudo «semirrurales», no cabe duda de que la tendencia boliviana es hacia la urbanización, siguiendo un patrón global.
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2.
Ghita Ionescu (comp.) y Ernest Gellner (colab.): Populismo. Sus significados y características nacionales, Amorrortu, Buenos Aires, 1970.
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3.
Sobre el caso chino, v. Lucien Blanco: Jacqueries et révolutions dans la Chine du xxe siècle, La Martinière, París, 2005.
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4.
Sobre la noción de «política legítima» usada en el caso de los militantes comunistas franceses, v. Bernard Pudal: Un monde défait. Les communistes français de 1956 à nos jours, Éditions du Croquant, Bellecombe-en-Bauges, 2009.
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5.
H. Do Alto y Pablo Stefanoni: La revolución de Evo Morales, de la coca al Palacio, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2006.
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6.
Esteban Ticona, Gonzalo Rojas y Xavier Albó: Votos y wiphalas. Campesinos y pueblos originarios en democracia, Fundación Milenio / cipca, La Paz, 1995.
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7.
Moira Zuazo: ¿Cómo nació el mas? La ruralización de la política en Bolivia, Fundación Friedrich Ebert / Ildis, La Paz, 2008, disponible en www.fes-bolivien.org/media/pdf/pub_04_libro.pdf
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8.
Para un análisis de los resultados de estas coaliciones y el papel de los campesinos, v. H. Do Alto y P. Stefanoni: «El MAS: las ambivalencias de la democracia corporativa» en PNUD Bolivia, Proyecto de Fortalecimiento Democrático (PFD): Mutaciones del campo político en Bolivia, PNUD, La Paz, 2010, pp. 305-324, disponible en www.gobernabilidad.org.bo/images/documentos/mutaciones_del_campo_politico_en_bolivia.pdf
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9.
Sobre la noción de «ideal organizativo» y su uso en el caso boliviano, v. H. Do Alto: «Can Organizational Forms Affect the Collective Identity of Social Movements? The Case of the Bolivian MAS-IPSP» en Bolivian Studies Journal vol. 12, 2005, pp. 133-154.
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10.
H. Do Alto y P. Stefanoni: La revolución de Evo Morales, de la coca al Palacio, cit., p. 56.
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11.
El MAS-U era un desprendimiento de Falange Socialista Boliviana que fue girando hacia la izquierda bajo el liderazgo de David Añez Pedraza. La “U” (en homenaje al líder fascista Óscar Únzaga de la Vega) fue retirada en un congreso partidario y el nombre oficial quedó establecido como Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP). Sin embargo, se mantuvieron los colores partidarios originales: azul y negro.
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12.
Hasta los años 80 la izquierda aún desconfiaba de los campesinos, a los que acusaba por el «Pacto Militar Campesino» con la dictadura de René Barrientos, bajo cuyo gobierno fue asesinado Ernesto «Che» Guevara.
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13.
Retomamos la fecha de fundación de la asp, en la medida en que es la señalada comúnmente, tanto por los militantes de base como por los dirigentes, como verdadera fecha de nacimiento del instrumento político.
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14.
N. Elias: Qu’est-ce que la sociologie? [1970], L’Aube, La Tour-d’Aigues, 1991, pp. 154-161.
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15.
La Dirección Nacional del MAS crea una Secretaría Urbana en 2001. Entrevista con Carlos Burgoa, ex-secretario urbano del mas, La Paz, 28 de abril de 2010.
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16.
Esas carteras son: Presidencia del partido (Evo Morales), Vicepresidencia (reservada a la CSCB) y Secretaría de Relaciones Internacionales (reservada a la FNMCB).
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17.
H. Do Alto y P. Stefanoni: «El mas: las ambivalencias de la democracia corporativa», cit., pp. 303-363.
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18.
Ver Carlos Burgoa Moya y Modesto Condori Cuiza: El caminar histórico del Instrumento Político, 1995-2009. Historia política del MAS-IPSP, 1988-2009, La Paz, 2011, inédito.
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19.
Sobre el imaginario político en el proceso de cambio boliviano, v. P. Stefanoni: «Siete preguntas y siete respuestas sobre la Bolivia de Evo Morales» en Nueva Sociedad No 209, 2007, pp. 46-65, disponible en www.nuso.org/upload/articulos/3429_1.pdf
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20.
P. Stefanoni: «El nacionalismo indígena como identidad política: la emergencia del mas-ipsp (1995-2003)» en Bettina Levy y Natalia Gianatelli (eds.): La política en movimiento. Identidades y experiencias de organización en América Latina, Clacso, Buenos Aires, 2008, p. 359.
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21.
Jimena Costa Benavides: «Los poderes fácticos de la coyuntura» en Horst Grebe López (ed.): Los actores políticos en la transición boliviana, Instituto Prisma, La Paz, 2008, pp. 105-138.
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22.
Carecemos de estadísticas precisas para evaluar la realidad y amplitud de la presencia campesina dentro del Estado, que solo podría proveer un acceso a los archivos de las direcciones de Recursos Humanos de las distintas instituciones públicas.
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24.
El Diario, La Paz, 24/4/10.
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25.
H. Do Alto y P. Stefanoni: «El MAS: las ambivalencias de la democracia corporativa», cit., pp. 343-348.
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26.
«Campesinos instruyen expulsar de comunidades a maestros ‘faltones’» en Erbol, <www.erbol.com.bo/noticia.php?identificador=2147483943392>, 17/4/2011.
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27.
M. Weber, intervención en el Verein für Socialpolitik en Gilbert Badia: Rosa Luxemburg, journaliste, polémiste, révolutionnaire, Éditions Sociales, París, 1975, p. 139.
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28.
Para un análisis más detallado del uso de esa noción en el caso boliviano, v. H. Do Alto y P. Stefanoni: «El MAS: las ambivalencias de la democracia corporativa», cit.
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29.
Los Tiempos, Cochabamba, 30/7/2010.