Un hombre en una plaza en Buenos Aires
Nueva Sociedad 100 / Marzo - Abril 1989
Un hombre vive y duerme en una plaza. Apenas se mueve unos metros, no más de treinta o cincuenta a la redonda. El no tiene urgencias y seguramente me ve todos los días cuando salgo a pasear a mi perro y no puede imaginarse de ninguna manera lo que a mí me sucede sólo por el hecho de saber que él está allí, clavado en su decisión de vivir a la intemperie mientras yo me desplazo por mi casa, por mi balcón o mi terraza; mientras yo ando por la ciudad en colectivo, a pie o en taxi, muy cerca de él y a veces sin que me vea, a unos escasos diez o veinte metros en mi vehículo o haciendo uso de mis piernas, sin ninguna solución de continuidad y tampoco sin soluciones para su decisión de intemperie; él está sentado en su banco, con la cara apuntando a la salida del sol por las mañanas hacia el Palacio Pizzurno y dando la espalda al crepúsculo que se produce todas las tardes hacia Paraguay en dirección a Río Bamba. El está sentado siempre en su banco y si se levanta a veces para acercarse al cesto de la basura que cuelga de un árbol, o se apoya para orinar en otro árbol (el que constituye su hito hacia Callao), se sabe que esa distracción del caminar será transitoria. El va a volver, no dejará su sitio.