¿Memoria de las víctimas o memoria de las luchas?
enero 2019
El historiador italiano Enzo Traverso habla sobre la memoria histórica, la melancolía de izquierda y el surgimiento del «posfascismo». Entre los museos de la memoria y el recuerdo nostálgico de las luchas pasadas, la izquierda tiene la necesidad y la obligación de reactivarse.
¿Por qué hay tan pocos estudios sobre la memoria de los verdugos?
Hay estudios numerosos y en ocasiones extremadamente importantes sobre los perpetradores, si se piensa en las obras de Christopher Browning y Harald Welzer. La memoria de los verdugos ha sido objeto de ficción literaria –por ejemplo, Las benévolas, de Jonathan Littell–, pero el corpus disponible de testimonios y memorias es limitado. A los verdugos no les gusta exhibir o recordar sus crímenes y prefieren ocultarlos. Los casos de «salidas del armario» son poco frecuentes (por ejemplo, las memorias del general Paul Aussaresses sobre la tortura durante la Guerra de Argelia). No es sorprendente. La escasez de recuerdos de los perpetradores (y, por tanto, los estudios relativos a ellos) es la inversión dialéctica del papel cada vez mayor que el recuerdo de las víctimas ha cobrado en nuestras sociedades y en la memoria colectiva.
¿Usted cree que una política de la memoria histórica enfocada exclusivamente en las víctimas y no en los agresores puede provocar una cierta ceguera de los crímenes que se cometen actualmente?
Francamente, creo que es necesario liberarnos de este juego de espejos y de una conciencia histórica basada en la masificación de las víctimas. Debemos tratar de dar cabida a la complejidad del pasado, que no se reduce a una confrontación binaria entre verdugos y víctimas. El recuerdo de las batallas y los compromisos políticos con las causas emancipadoras del pasado tiene poco reconocimiento. El siglo XX no se compone exclusivamente de las guerras, el genocidio y el totalitarismo. También fue el siglo de las revoluciones, la descolonización, la conquista de la democracia y de grandes luchas colectivas. Esta memoria ha sido deslegitimada hoy en día, después de haberla ocultado y enterrado. Yo la llamo una «memoria marrana», en tanto que es una memoria oculta, clandestina, como la de los marranos en el Reino de España cuando la Inquisición. Creo que para romper la jaula del «presentismo» –un mundo encerrado en el presente sin utopía ni tampoco capacidad de mirar hacia el futuro– es necesario dar cabida a estas memorias. El recuerdo de los movimientos colectivos adquiere una dimensión inconformista, quizá subversiva en una época neoliberal dominada por el individualismo y la competencia.
Usted habla de «posfascismo» con el fin de describir los nuevos movimientos políticos y sociales de la extrema derecha y para distinguirlos del fascismo de los años 1930 o del neofascismo de final del siglo XX. ¿Podría explicarnos en qué consiste el posfascismo?
Hablo de «posfascismo» porque la nueva extrema derecha ha tomado su distancia del fascismo, al menos en los países donde se ha convertido en un actor importante en la vida política. En el plano ideológico, el posfascismo es muy diferente del fascismo tradicional en términos de lenguaje, organización y movilización. Ya no es fascista pero todavía no se ha convertido en algo completamente diferente y nuevo. Es una forma de transición, lo que justifica la noción de posfascismo. Sus características dominantes son el nacionalismo y la xenofobia, especialmente bajo la forma de islamofobia. Hoy en día, ya no encuentra su propósito fundamental en el anticomunismo o el antisemitismo. El enfoque ha cambiado. Sin embargo, una gran crisis económica, con el desmantelamiento del euro y las instituciones europeas, etc., podría provocar un cambio de rumbo y un retorno al fascismo tradicional. Por supuesto, esto puede ocurrir también fuera de Europa. Después de la elección de Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro, un político que reúne todos los requisitos de un líder fascista, ha sido elegido en Brasil1. Esto representa una tendencia internacional.
¿Qué tipo de políticas de la memoria histórica podrían crear conciencia de los peligros de estas corrientes de extrema derecha actuales sin banalizar el fascismo con comparaciones obsoletas?
Todos los políticos del establishment estigmatizan a la extrema derecha, pero a menudo legitiman su retórica. Si aceptamos la idea de que la construcción de Europa implica que se adopten políticas de austeridad, que las restricciones aplicadas por los mercados son indiscutibles, que hay demasiados inmigrantes y que los ilegales deben ser deportados en vez de legalizados, que el islam es incompatible con la democracia occidental y que el terrorismo debe ser combatido con leyes especiales que reduzcan las libertades civiles –como todos nuestros gobiernos han venido diciendo durante diez años–, la consecuencia es que la extrema derecha prosperará. Con el fin de frenar su avance, es necesario tener primero una discusión real y decir la verdad. La acogida de los inmigrantes y refugiados es un deber moral, en la medida en que millones de europeos emigraron y huyeron de regímenes autoritarios en los dos últimos siglos; y una necesidad social, en la medida en que los necesitamos tanto por razones económicas como demográficas. En una era global, nuestras sociedades no pueden sobrevivir como entidades cerradas, étnica y culturalmente homogéneas.
En cuanto a las políticas de la memoria histórica, tenemos que reconocer que el fascismo del siglo XXI es muy diferente del de la década de 1930. La lección que debemos inferir de la historia es que las democracias son perecederas y pueden ser destruidas. En los países que han experimentado el fascismo –estoy pensando en Italia, Alemania, España y algunos otros–, una democracia que no haya asimilado esta lección será frágil y vulnerable. En este sentido, la memoria antifascista me parece de mucha actualidad.
Las dictaduras han dejado un legado y algunos lugares de memoria. El tratamiento de estos lugares por las democracias ha sido motivo de controversia, por decir lo menos. ¿Qué se puede hacer con lugares como el Valle de los Caídos en España (donde están los restos de Francisco Franco)?
No creo en el mito de la «reconciliación» ni en la «memoria compartida». Una sociedad democrática fuerte no debe temer a sus enemigos y debe concederles la libertad de expresión dentro de los límites de la ley. Cuando se trata de la memoria del fascismo en Italia y del franquismo en España, sería mejor reconocer su existencia en lugar de ocultarla. Un Estado democrático puede tolerarla, pero de ninguna manera asumirla o integrarla en sus propias instituciones. Un Estado democrático no debe establecer una visión oficial del pasado (como es el caso de las dictaduras), pero tiene el deber de reconocer sus propias responsabilidades. Por ejemplo, el reconocimiento de Jacques Chirac de la responsabilidad del Estado francés por deportar judíos o el reconocimiento de Emmanuel Macron de la tortura durante la Guerra de Argelia son bienvenidos. En España, la Ley de la Memoria Histórica se mueve en esta dirección, a pesar de sus límites.
La cuestión de qué hacer con el Valle de los Caídos es compleja. Mi punto de vista es el de un observador independiente que de ninguna manera pretende tener soluciones mágicas. En mi opinión, la decisión de Pedro Sánchez de exhumar los restos de Franco y sacarlos del Valle de los Caídos es una buena opción. Sin embargo, también es necesario retirar la gigantesca cruz que domina el lugar con el fin de «desacralizarlo». Podría entonces ser transformado en un memorial y museo con una presentación crítica de su historia. Se convertiría en un memorial en el sentido alemán de un Mahnmal (una advertencia para las generaciones futuras). No creo en la posibilidad de crear un lugar de recuerdo compartido en el que los republicanos y los nostálgicos del franquismo puedan reunirse «fraternalmente» en nombre de la reconciliación nacional. Tampoco creo en un monumento que recuerde a todas las víctimas de la Guerra Civil, poniendo a todas en el mismo nivel y el mismo lugar. Esta sería una opción hipócrita y no la política de la memoria de un Estado democrático. En este caso, sería difícil evitar exhumar todos los restos (tanto de los soldados franquistas como de los republicanos deportados) para enterrarlos en un lugar diferente, cercano o distante. Dicho esto, no estoy al tanto de todas las propuestas que se han hecho y mi posición no es resultado de un estudio en profundidad o de una reflexión profunda.
¿Cómo ha afectado el neoliberalismo nuestra percepción del tiempo? ¿Cómo influye en nuestra visión del pasado, presente y futuro?
El neoliberalismo comprime nuestras vidas en un eterno presente, un mundo dominado por la aceleración que nos da la impresión de cambio permanente, aunque los fundamentos sociales y económicos permanecen estáticos. La sociedad de libre mercado promete satisfacer todos nuestros deseos –nuestras utopías se convierten en individuales y se «privatizan»–, en el contexto de un modelo social y antropológico que da forma a nuestras vidas, a las instituciones y a las relaciones sociales. En una sociedad neoliberal, el pasado se cosifica y el recuerdo se transforma en un artículo de consumo, construido y difundido por la industria cultural. Las políticas de la memoria –museos y conmemoraciones– están sometidas a los mismos criterios de cosificación (rentabilidad, cobertura en los medios de comunicación, adaptación a los gustos predominantes, etc.). Inventar y sobre todo imponer diferentes marcos temporales no es tarea fácil. Conectar con la temporalidad del pasado (disparar a los relojes de las torres de las iglesias con el fin de detener el tiempo, de acuerdo con la famosa imagen de Walter Benjamin) o inventar marcos temporales que no estén sometidos a las reglas de la sociedad de libre mercado es el gran reto de todos los proyectos alternativos. Los movimientos sociales en los últimos años, como el 15-M, Occupy Wall Street, Nuit debout, etc, han sido experiencias interesantes en este sentido.
¿Cuál es la «melancolía de izquierda» y cómo la memoria puede convertirse en una herramienta de transformación social?
La melancolía de izquierda siempre ha existido. Ha seguido a los fracasos de los movimientos colectivos y al colapso de las esperanzas de revolución. No busca ni la pasividad ni la resignación y puede favorecer una reevaluación crítica del pasado, capaz de preservar su dimensión emocional. Esto significa tanto el duelo por los compañeros perdidos como recordar los momentos alegres y fraternales de la transformación social mediante la acción colectiva. Necesitamos esta melancolía impulsada por el recuerdo, lo que no es obstáculo para la reactivación de la izquierda.
¿Cómo describiría las políticas de la memoria histórica que la Unión Europea ha puesto en marcha hasta ahora y cuáles son sus principales retos?
La misión esencial de las políticas de la memoria histórica de la Unión Europea ha sido principalmente instrumental y decorativa: mostrar la virtud, mientras se adoptan políticas antisociales. Por un lado, empobreciendo a Grecia, por otro, organizando conmemoraciones del Holocausto; por un lado, haciendo patente el poder de la troika, un poder supranacional carente de legitimidad democrática, por otro, proclamando los otros derechos humanos; por un lado, financiando museos y conmemoraciones dedicadas a las víctimas del totalitarismo y el genocidio, por otro, cerrando las fronteras meticulosamente y negándose a adoptar una política común para acoger a los refugiados. Esta hipocresía solo puede tener consecuencias negativas. El ascenso de la extrema derecha es una prueba de ello.
La versión original de este artículo en inglés fue publicada en Observing Memories con el título «About the Complexity of the Past». Traducción: G. Buster (Sin Permiso).
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1.
Bolsonaro sí ha recuperado el discurso anticomunista de la Guerra Fría (N. del E.).