Opinión

Temer agoniza y el sistema político se derrumba


mayo 2017

Tras el escándalo de las escuchas, los días de Temer parecen contados. El sistema de gobernabilidad corrupto comienza a derrumbarse.

<p>Temer agoniza y el sistema político se derrumba</p>

El presidente abandona de repente la fiesta de cumpleaños de un conocido periodista del diario O Globo para volver a su residencia, el Palacio del Jaburu. Falta poco para la medianoche. Fuera de agenda, en secreto, recibirá allí al dueño de uno de los principales grupos económicos del país, bajo investigación de la justicia por diversos delitos. No se encuentran en la sala, sino en un sótano, y el empresario se identifica en la entrada del estacionamiento oficial con un nombre falso. El solo hecho de reunirse en secreto con él, en ese momento y en ese lugar, podría ser suficiente, de hacerse público, para poner en riesgo su gobierno, pero Michel Temer tiene motivos de sobra para querer esa reunión clandestina con Joesley Batista.

La empresa familiar que Joesley administra junto a su hermano Wesley, JBS, es la mayor productora de alimentos de Brasil y una de las mayores del mundo. En las últimas elecciones, los hermanos Batista donaron para el partido del presidente y sus candidatos decenas de millones de reales y vienen haciendo buenos negocios con él por abajo de la mesa, confirmará luego el empresario a la justicia, asegurando que se reunió con Temer por lo menos 20 veces y alimentó generosamente sus bolsillos. Pero no solo los suyos. Las donaciones de JBS para campañas electorales en 2014 sumaron 366 millones de reales —mucho más que las de Odebrecht— y beneficiaron a 24 partidos, incluyendo al PT de Lula y Dilma, el PSDB de Fernando Henrique Cardoso y Aécio Neves y el PMDB de Michel Temer. Financiaron la campaña de más de 160 diputados. Pusieron muchísima plata para las campañas de Dilma, Aécio, Marina y otros. Cuando se votaba el impeachment de la expresidenta, ayudaron a comprar votos a favor y en contra, poniendo un huevo en cada canasta. En su nómina de políticos coimeados o socios de maniobras e inversiones ilegales están buena parte del gobierno y de la oposición. Son más de 1800 nombres.

Sin embargo, los negocios no son lo que más preocupa a Temer en ese momento. Lo más urgente es callar a Eduardo Cunha y Joesley puede ayudarlo a comprar su silencio. Si el otrora todopoderoso expresidente de la Cámara de Diputados —el hombre que ayudó a este político impopular, sin carisma y sin votos, al que muchos llaman «el golpista» o «el ilegítimo», a voltear a Dilma Rousseff y quedarse con el cargo para el que ella había sido electa en las urnas— llega a abrir la boca, se acabó. Tal vez nadie sepa tanto como Cunha sobre todo lo que está podrido en el sistema político brasileño, porque fue durante casi dos décadas uno de los principales operadores de la relación promiscua entre empresas y partidos, desde que trabajó como recaudador de la campaña de Fernando Collor de Melo en 1989, bajo las órdenes del tesorero PC Farias, que terminó con un tiro en el pecho cuatro años después de la caída de su jefe. Cunha continuó su carrera política en diferentes cargos y llegó a ser el monje negro de la poderosa bancada evangélica en el Congreso. Como lobista de los principales grupos económicos, conseguía financiamiento para las campañas de candidatos de diferentes partidos, del oficialismo y la oposición, lo que le permitió formar una tropa propia y transversal que lo llevó a la presidencia de la Cámara de Diputados pese a no tener el apoyo de Dilma ni de Aécio, aunque después se alió y traicionó a ambos en diferentes momentos. Desde ese cargo, el primero que le dio visibilidad pública y lo sacó de las sombras, impulsó la agenda más retrógrada y ultra conservadora del parlamento brasileño desde 1964, promovió leyes que facilitaran la corrupción y protegieran a los suyos, operó en beneficio de los financiadores de campaña que lo habían ayudado a llegar allí y de otras corporaciones dispuestas a pagar por sus servicios y usó «proyectos bomba» para chantajear al gobierno de Dilma siempre que hiciera falta, para poner o sacar ministros o conseguir lo que se le diera la gana. Cuando los documentos que probaban que tenía cuentas en Suiza con millones de dólares de la corrupción lo acorralaron, usó un pedido de impeachment para extorsionar a la presidenta, aprovechando la caída de su popularidad y la crisis política y económica. Al no recibir la esperada protección del PT en el Consejo de Ética de la Cámara de Diputados, abrió el proceso de juicio político y lo condujo hasta conseguir que su amigo Michel Temer llegara al gobierno —«Las tareas difíciles se las encargo a Cunha», dijo una vez el actual presidente—, pero poco después, acabó destituido por la Corte y preso por decisión del juez Sérgio Moro, condenado a 15 años de cárcel por corrupción y lavado de dinero.

Temer, siempre tan leal, le soltó la mano.

Mantener a Cunha calmo y en silencio no sería barato para el presidente. El exdiputado, acostumbrado a repartir millones y quedarse con su parte, nunca lo fue, y ahora que está en la cárcel y se siente traicionado por el viejo amigo al que llevó al poder, su precio aumentó junto con su resentimiento. En la reunión en el sótano del palacio, Temer confiesa a Joesley Batista su preocupación y le cuenta que Cunha lo hizo llamar como testigo y le mandó a Moro una lista de preguntas comprometedoras, que el juez de Curitiba no aceptó, protegiéndolo. «Eduardo resolvió fustigarme», se lamenta el presidente.

«Dentro de lo posible, hice lo máximo que pude. Saldé todo lo que estaba pendiente, él cobró y el otro muchacho también», dice Joesley. «¿Lúcio Funaro?», pregunta Temer, refiriéndose al operador de Cunha. El empresario confirma y lo tranquiliza: «Estoy bien con Eduardo». «Hay que mantener eso, ¿vio?», responde Temer, sin imaginarse que esa frase será pronto tapa de los diarios, entre comillas. «Todos los meses», concluye Batista, confirmando que está pagando para que Cunha siga «calmo». El diálogo no es nada inocente: cuando dicen «pendencias», están hablando de coimas, de la «cuenta corriente» que Cunha tenía con el holding por la venta de leyes, por la compra de diputados, de ministros, de favores. Aunque por momentos usen eufemismos, el presidente sabe perfectamente de qué se trata. Lo que no sabe es que en el bolsillo de su interlocutor hay un grabador, invisible al detector de metales de la entrada del Palacio del Jaburu, y que esa conversación terminará en las manos de la policía, el Procurador General y los jueces de la Corte Suprema. Y, claro, en los noticieros.

Temer escucha a su interlocutor confesar varios delitos y lo alienta, lo felicita. Además de hablar de la compra del silencio de Cunha, Joesley discute con el presidente estrategias para enfrentar las investigaciones judiciales que los preocupan a ambos. Dice que tiene un fiscal comprado que le pasa información y lo ayuda a desviar las investigaciones. Que tiene a dos jueces arreglados. Que está tratando de cambiar a otro fiscal. El presidente de la República lo escucha y, lejos de reaccionar como su cargo exigiría de él, responde: «¡Perfecto!». «Le estoy dando 50 mil por mes», afirma el empresario. «¿Al muchacho?», pregunta el presidente. «Al muchacho, para que me dé información», confirma Joesley. Hablan de un fiscal de la Nación.

La conversación continúa con los negocios pendientes. Los ministros Geddel Vieira Lima y Eliseu Padilha, que actuaban como intermediarios de Temer con JBS, cayeron en desgracia por la operación Lava-Jato. El presidente le aconseja no hablar más con ellos, porque podría ser acusado de obstrucción de justicia. El empresario pide su aval para hablar en su nombre con el ministro de Economía para solucionar una cuestión de la empresa. El presidente lo autoriza y le indica como nuevo interlocutor de aquí en más al diputado Rodrigo Rocha Loures, de su más absoluta confianza, alguien que siempre estuvo a su lado en diferentes momentos de su carrera. «¿Puedo hablar todo con él?», pregunta Joesley. «Sí, todo». Seis días después de la reunión con Temer, el empresario comienza a manejar los «temas pendientes» con el amigo del presidente. Combinan la entrega del dinero. La Policía Federal filmó el momento en el que Loures recibió del empresario —según declara Joesley ante la fiscalía, por encargo de Temer— una valija con 500 mil reales. Era apenas la primera cuota de lo arreglado.

La historia parecería inverosímil inclusive si su protagonista fuese el mismísimo Francis Underwood, pero es real. Hay grabaciones, filmaciones, fotografías, documentos y una extensa y detallada declaración de Joesley Batista ante la Procuración General de la República. Por primera vez en la historia, la participación directa y personal de un presidente en los más graves hechos de corrupción que podría cometer un funcionario está documentada, y puede escucharse la voz de Michel Temer ordenando cometer delitos o aprobando los que su interlocutor le dice que está cometiendo. Como si lo anterior no bastase, Temer le anticipa a Batista un cambio en la tasa de interés del Banco Central que todavía no fue formalmente aprobada, revelando información confidencial a un empresario que puede aprovecharla para ganar dinero. Y discute con él diversos temas de interés de su empresa que dependen de decisiones gubernamentales, además de conversar sobre causas judiciales que los involucran a ambos.

Además de a Temer, el empresario también grabó a uno de sus principales aliados políticos, el ex candidato presidencial Aécio Neves, que perdió el ballottage con Dilma en 2014. En la grabación, además de decir barbaridades sobre ministros y legisladores y hacer confesiones políticamente vergonzosas que saldrían luego en los noticieros con su voz inconfundible, Aécio pide a Joesley dos millones de reales para pagar su defensa en la Lava-Jato, donde también está implicado. Indica a su primo para recibir el dinero y le dice al empresario que se quede tranquilo, que «antes de que nos delate, lo matamos». Habla como un jefe de la mafia. El primo de Aécio también fue filmado recibiendo la valija con los dos millones. En una grabación realizada por la policía, que intervino su teléfono, confiesa al empleado de JBS que llevará el dinero que está asustado por la situación en la que su primo lo metió, a él que no es político y no quiere tener nada que ver con todo eso. La Corte destituyó al senador de su cargo y ahora lo investiga, pero lo dejó libre. El primo y la hermana del senador fueron presos.

La revelación de todos estos hechos insólitos, bizarros, increíbles produjo un terremoto político en Brasil. El procurador general de la República, Rodrigo Janot, acusó al presidente Michel Temer por los crímenes de corrupción pasiva, asociación ilícita y obstrucción de justicia. La Corte abrió una investigación. Ocho pedidos de juicio político ya fueron presentados en el Congreso. Dirigentes de partidos de la oposición e, inclusive, del oficialismo piden la renuncia del presidente, al igual que los editoriales del diario O Globo y de la edición brasileña de El País. El Colegio de Abogados también decidió presentar su propio pedido de impeachment contra Temer.

Pero el hombre que llegó al gobierno por la ventana se resiste a abandonarlo por la puerta: «No renunciaré», repitió ya en dos insólitos discursos, en los que habló a los gritos, visiblemente nervioso, descontrolado y haciendo gala de una gramática arcaica que provoca todo tipo de burlas. Reconoció la reunión con Joesley —no tenía cómo negarla— pero dijo que él creyó que el dinero para Cunha era una ayuda y no una coima, que las confesiones sobre compra de jueces y fiscales eran «una brabuconada» a la que no le prestó atención y que lo demás no tenía importancia. No supo explicar por qué recibió cerca de medianoche, en secreto y en un sótano, a un empresario investigado por la justicia. Tampoco por qué una persona de su más absoluta confianza aceptó luego de ese mismo empresario una valija con 500 mil reales. Aseguró que es víctima de una conspiración de la justicia y de los medios de comunicación y que no piensa dejar el gobierno. Una retórica nada original.

Antes del escándalo, según la última encuesta de Ipsos, la popularidad de Temer era del 4% y el rechazo popular, del 87%. Si la encuesta se repitiera hoy, es probable que no existan métodos de medición tan precisos, capaces de detectar la existencia de algún brasileño que apoye a su presidente. En las calles, comienzan las protestas y el pedido de elecciones directas, y ahí está la clave de la crisis política a la que el poder —en sus diferentes facetas— no le encuentra solución. Si Temer renunciara o fuese destituido, correspondería al Congreso elegir un presidente interino hasta las elecciones de 2018, como sucedió en Argentina cuando De la Rúa se fue en helicóptero. Pero este Congreso, con cientos de investigados y sospechados por corrupción, no parece tener legitimidad política y social para tamaña decisión y, si lo hiciera, probablemente provocaría un estallido social. Lo que piden las calles —y la oposición— es elecciones, pero las encuestas muestran que Lula podría ganarlas. Al establishment económico y político lo aterra esa posibilidad y, sobre todo, le preocupa que la caída de Temer frene las reformas económicas esperadas por los mercados y rechazadas por la inmensa mayoría de los brasileños según las encuestas; en especial, las reformas previsional y laboral que acabarán con el derecho de los más pobres a jubilarse dignamente y condenarán a los trabajadores a condiciones de empleo propias del siglo XIX. Contrarreloj, los partidos que sostuvieron hasta ahora a Temer y hoy son conscientes de que no le queda mucha sobre vida negocian la elección indirecta en el parlamento de un nuevo presidente que no cambie una coma del programa económico, tal vez el propio actual ministro de Economía, Henrique Meirelles — quien, por esas cosas de la vida, ya ocupó la presidencia del Consejo Consultivo de las empresas de los hermanos Batista. También se habla de la presidenta de la Corte, Cármen Lúcia.

Nadie sabe, a ciencia cierta, cómo termina esta historia. Pero lo que es casi seguro es que los días de Temer están contados. Y lo cierto es que, junto con él, no se cae apenas un gobierno y una aventura golpista, sino que empieza a derrumbarse, también, todo un sistema de gobernabilidad corrompido hasta la médula, del que formaron parte los principales actores de la política brasileña de las últimas décadas y que, entre los escándalos de la Lava-Jato, las planillas de Odebrecht, las cuentas de Cunha y las grabaciones de los dueños de JBS en el sótano del Palacio del Jaburu, parece herido de muerte.

Si lo que viene después será mejor o peor, lo sabremos en la próxima temporada de esta insólita serie con la que, como tuiteó la cuenta oficial de House of Cards en portugués, es difícil competir.

En este artículo
Artículos Relacionados

Newsletter

Suscribase al newsletter

Democracia y política en América Latina