Socialdemocracia, liberalismo progresista y extrema derecha
noviembre 2019
¿Qué está pasando con la socialdemocracia europea? ¿Cuáles son las tendencias y los debates más visibles de la izquierda democrática? ¿Cuáles son las distintas formas en las que los progresistas pueden enfrentar a la extrema derecha? Sobre estos temas y sobre la actualidad europea y la realidad alemana, opina en esta entrevista el politólogo Wolfgang Merkel.
En las encuestas de opinión, una mayoría de los alemanes declara que no puede expresar abiertamente opiniones políticas. ¿Qué relación tiene el embrutecimiento del debate público con esta percepción?
En Alemania, como en la mayor parte de los países occidentales (no en Europa del Este), existe un claro dominio liberal del discurso público. Este apuesta a las libertades individuales, la igualdad de género y la política climática contra el calentamiento global. El horizonte es cosmopolita. Desde el punto de vista normativo, no puede esgrimirse nada en su contra.
Pero con la hegemonía viene también, no pocas veces, la hybris. Los líderes de opinión provenientes de las elites y las clases medias urbanas con alto grado de educación formal también reivindican como suya la moral correcta en sus debates. Ya no se trata de más o de menos, no se trata de debate, consenso y acuerdos. Se trata de dominio, de moral o inmoral, verdadero o falso, correcto o incorrecto. Tertium non datur. Es el mundo dicotómico de la moral justiciera. Pero también se trata de exclusión. La exclusión amenaza no solo a racistas y xenófobos. También amenaza a todos aquellos que no usan la terminología correcta y argumentan de manera conservadora o reaccionaria.
El embrutecimiento del discurso público tiene así, por lo menos, dos fuentes: en primer lugar y principalmente, el populismo de derecha, que traspasa conscientemente las llamadas líneas rojas, por convicción o con astucia estratégica. Ahí se ha instalado un gramscianismo de derecha. Los liberales de izquierda, con su hybris intransigente y su anhelo de exclusión, son la otra fuente. Ambos bandos polarizan el debate. Pero un debate genuinamente democrático debe ser radicalmente abierto y pluralista (Laclau, Mouffe, el propio Gramsci) y no permitir únicamente la moral «correcta» que traza estrechas líneas rojas.
¿Cómo se relaciona este hallazgo con el éxito de los extremos políticos?
Me niego a hablar automáticamente de extremos en plural. Probablemente haya una extrema izquierda violenta en el páramo intelectual de los autonomistas. Pero esa izquierda no existe en Alemania en forma de partido. Die Linke no es hoy un partido extremista, si alguna vez lo fue en la República Federal de Alemania. El extremismo está representado en Alemania particularmente por fracciones de las «elites» de Alternativa para Alemania (AfD): el «Ala» (la facción más extremista de AfD) y sus archipiélagos extraparlamentarios deben mencionarse aquí en primer lugar. AfD es, ante todo, el resultado de las fallas en la representatividad de los partidos tradicionales. Pero su éxito es alimentado también por los discursos autorreferenciales y apartados de la realidad del tercio superior de la sociedad. El tercio inferior (en educación) no se ve representado allí y busca una «voz». Esa voz es lo que ofrecen los populistas de derecha de todos los países.
La reducción del centro político, ¿es una tendencia que podría detenerse?
No es tan sencillo. Por ejemplo, los Verdes ciertamente no están en el centro de la línea de conflicto cultural entre el cosmopolitismo y el comunitarismo chovinista (solo una variante del comunitarismo), sino en el polo cosmopolita. Desde el punto de vista socioeconómico, se han corrido fuertemente al centro. Allí conforman el nuevo y joven centro político. En cierto sentido, con la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Merkel, el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), los Verdes y el Partido Democrático Libre (FDP), el centro político cuenta ya con demasiados partidos. Esto (casi) le ha costado la vida al SPD. El SPD se quedó observando pasivamente en el centro cómo Die Linke se afirmaba en el espacio político de la izquierda. Y en el eje cosmopolita, el SPD es menos creíble que los Verdes. El centro político no es débil, sino que está superpoblado en el sentido de una representación pluralista más equilibrada. La tendencia que, en mi opinión, resulta imparable, es el declive de los partidos populares. Esta tendencia es secular y se da en toda Europa.
La característica esencial de un partido popular es la aspiración de conectar ámbitos sociales y políticos. ¿Hay algún ejemplo en el mundo donde esto siga ocurriendo?
Casi no hay, ni en Alemania ni en Europa. Esto tiene que ver con la estructura competitiva bidimensional de las democracias occidentales: la dimensión socioeconómica y la cultural y sociomoral. El partido Ley y Justicia (PiS) en Polonia y Fidesz en Hungría lo han logrado relativamente bien en el eje de conflicto socioeconómico. En el eje cultural, permanecen en el ámbito sociomoral del catolicismo reaccionario, el nacionalismo y el iliberalismo. La CDU conserva aquí cierto atractivo para el viejo centro y también para diferentes estratos sociales. Pero su poder de atracción se está erosionando notoriamente. Y esto es porque ya casi no tiene llegada a los grupos de derecha y conservadores de derecha. Estos se han convertido en el botín de AfD. El SPD ya no es dominante en ninguna clase, en ningún estrato y en ningún ámbito. Eso no es lo único que ha hecho que el SPD haya dejado de ser un partido popular. Los furiosos ataques de algunos líderes socialdemócratas alemanes a la socialdemocracia danesa, que está volviendo a parecerse al típico partido popular tradicional de centroizquierda, muestran una peligrosa mezcla de intolerancia, incapacidad para aprender y desubicada hybris moral.
Y sin embargo, los partidos de centroizquierda están esforzándose por contrarrestar su pérdida de gravitación. ¿Ve aquí tendencias programáticas generales en el plano internacional?
No detecto ninguna tendencia general. Actualmente tienen éxito partidos socialdemócratas que son muy diferentes entre sí. En primer lugar, los socialdemócratas portugueses. Han gobernado con éxito en una coalición de izquierda y amortiguado bien las exigentes medidas que la euroausteridad impone a la sociedad. Sus socios de coalición más pequeños garantizaban una cierta identidad cultural de izquierda en el gobierno, mientras que el Partido Socialista podía presentarse como abogado socioeconómico de los desfavorecidos. Los socialistas españoles parecen estar recuperando la memoria de su identidad socioeconómica de izquierda y muestran sus posturas progresistas en la política de refugiados y climática. En la política de refugiados, sin embargo, lo hacen en un país con un número bastante pequeño de inmigrantes y refugiados en comparación con Alemania, Suecia o Austria.
Luego están los socialdemócratas daneses. Han cerrado fuertemente las fronteras a los refugiados y solicitantes de asilo a la manera tradicional danesa, pero simultáneamente han mantenido, e incluso ampliado, un Estado de Bienestar intacto y redistribuidor. Más que los suecos. En este aspecto son los que mejor encarnan en Escandinavia la tradición socialdemócrata del folkhemmet tal como nació en Suecia a fines de la década de 1930. Después están los suecos. Se han expresado con cautela en cuestiones de refugiados, pero actúan como pioneros en política climática, cuestiones de género y otros temas de la modernidad cultural. Me parece inevitable que los socialdemócratas de todos los países vuelvan a posturas de izquierda en política fiscal, económica y social. Creer que se puede ser más verde que los Verdes en cuestiones posmateriales es incorrecto, y al SPD pronto podría costarle los últimos votantes del sector obrero.
En muchos lugares, los partidos también están experimentando con nuevas ideas de participación. ¿Ve en este aspecto fenómenos prometedores?
Los partidos democráticos hoy ya no pueden mantenerse alejados del debate sobre las llamadas innovaciones democráticas. Estas van desde la (vieja) idea de los referendos, pasando por los consejos de ciudadanos, los townhall meetings, los deliberative mini-publics y la idea algo desesperada de hacer atractiva para el siglo XXI la demarquía de la antigua Grecia. Mi opinión es que estas «innovaciones» a veces son adecuadas como complemento de la democracia representativa. Pero no son un sustituto. En particular, deben pasar una prueba de tornasol. No deben ser socialmente selectivas. Y la mayoría lo es. Puede considerarse como regla general para la participación política que cuanto más exigentes cognitivamente son estas nuevas formas de participación, más excluyen a los estratos (educativos) más bajos. Incluso cuando no sea lo que quieren sus abogados: los experimentos democráticos, si se implementasen masivamente, tienen todo lo necesario para crear democracias elitistas. Incluso más elitistas que lo que ya son hoy en día. La participación actual de dos tercios amenazaría con convertirse en una democracia de un tercio.
Los temas que encienden las divisiones sociales parecen estar cambiando constantemente. ¿Cómo se explica este cambio?
Esto tiene algo que ver con la apertura de las sociedades democráticas. Surgen nuevos problemas o son construidos discursivamente y se los coloca en primer plano. Los debates públicos empeoran cuando siempre se ofrecen los mismos temas, políticas y soluciones. Los nuevos partidos en ascenso son especialmente los que deben buscar nuevos temas, si los temas viejos ya están siendo utilizados por los viejos partidos. Los Verdes son, con sus fuertes políticas posmaterialistas, un ejemplo clásico. Desde principios de la década de 1980, las han puesto en un primer plano de sus discursos. El innegable cambio climático combina perfectamente con la carpeta de políticas de los Verdes y su innegable credibilidad en cuestiones ambientales. Pero también dudo de que la cuestión climática continúe teniendo esta presencia en los medios si el calentamiento global no empeora dramáticamente. Tampoco la política climática dominará los discursos políticos durante años.
El economista político germano-estadounidense Albert O. Hirschman ha comparado la cambiante atención que deparan los discursos en la política con un movimiento pendular entre la búsqueda de intereses privados y la pasión por lo público, la res publica. Este movimiento pendular hará también que cambien los temas en los que el discurso público y la política hagan énfasis en el siglo XXI. Pero incluso los temas viejos pueden ser reciclados. Lo estamos experimentando en una nueva edición del nacionalismo. En este caso, la lógica discursiva sigue un vacío de representación que han dejado las elites tradicionales. Aquellos que ya no quieren hablar del Estado-nación (con ropaje democrático) no deberían sorprenderse del neonacionalismo con carcasa no democrática.
El tema del clima actualmente parece contribuir a la polarización. ¿Cómo podría ser una oferta política convincente de los partidos de centroizquierda en este tema?
Es evidente. La dimensión ecológica de la política climática debe estar acompañada por un reparto social de los costos. Por ejemplo, la fijación de precios para las emisiones de dióxido de carbono afecta únicamente a los estratos más bajos. Los estratos más ricos pueden hacer frente fácilmente al cargo adicional y luego podrían eventualmente ser recompensados con el privilegio de un menor tráfico vial y aéreo. En el SPD ya hay proyectos para una política socioecológica de este tipo. El SPD debería seguir ampliándolos. Además, la política climática debe ser internacionalizada. Si Alemania y Escandinavia la impulsan en soledad, no se gana nada a escala mundial. Hay que convencer a China, la India, Estados Unidos, Brasil y Rusia. Si esto no sucede, tampoco tendría efecto una intensificación de la deficiente política climática alemana en la lucha contra el calentamiento global. Y en lugar de una política con efectos concretos, estaríamos poco menos que dándonos una vanidosa palmadita en el hombro.
Wolfgang Merkel es director del Departamento de Democracia y Democratización del Centro de Investigación de Ciencias Sociales de Berlín (WZB), jefe del Rule of Law Center del WZB y profesor de Politología Comparada e Investigación de la Democracia en la Universidad Alexander von Humboldt de Berlín.