Tema central

Ser socialista en Estados Unidos
Entrevista con Seth Ackerman


Nueva Sociedad 247 / Septiembre - Octubre 2013
Ser socialista en Estados Unidos  Entrevista con Seth Ackerman

Sin duda es una operación arriesgada lanzar una revista socialista en Estados Unidos, especialmente para unos jóvenes veinteañeros que no cuentan con apoyo financiero de ninguna institución. Pero con 2.000 suscripciones y 250.000 visitas mensuales a su sitio web, además de cierta capacidad para intervenir en los debates fuera de los guetos progresistas norteamericanos, la revista Jacobin atrajo incluso la atención de editorialistas de medios hegemónicos como The New York Times1. A igual distancia del internacionalismo sofisticado pero un poco desarraigado de New Left Review, del clasicismo marxista y tercermundista muy años 60 de Monthly Review o de la seriedad un tanto austera de Dissent –la venerable vieja dama del socialismo democrático estadounidense–, Jacobin mantiene una camaradería intelectual y política con todas las expresiones de la izquierda estadounidense, esforzándose en difundir antiguas verdades y nuevas preguntas en un estilo a menudo corrosivo y con una inédita sensibilidad generacional. En esta entrevista, Seth Ackerman, doctorando en Historia en la Universidad de Cornell, cofundador y miembro del comité editorial de la revista, ofrece algunas claves de este proyecto que ha tomado como identidad visual a los jacobinos negros que desde la lejana Haití pusieron de relieve las aporías del Iluminismo y trataron de poner en marcha un profundo proyecto emancipatorio.

¿Puede explicarnos qué es la revista Jacobin, qué motivó su creación tres años atrás y quiénes son las personas implicadas en este proyecto?

La idea y la iniciativa de lanzar la revista en 2010 vienen de Bhaskar Sunkara, un (muy) joven estudiante de la Universidad George Washington. Él se puso en contacto con Peter Frase, sociólogo del City University of New York; Mike Beggs, economista de la Universidad de Sydney, en Australia, y conmigo, doctorando en Historia en Cornell. Luego se sumaron otras personas a la redacción. Si no me equivoco, Bhaskar conoció a Peter a través de la Juventud Socialista Democrática, la organización juvenil de los Socialistas Democráticos de Estados Unidos2. Mike y yo formábamos parte desde finales de 1990 de un foro de discusión en línea muy animado que organizaba el periodista marxista especializado en economía Doug Henwood3. Lo que nos unía eran ideas políticas comunes y la sensación de que esas ideas no tenían lugar para expresarse en EEUU, al menos a partir de una misma sensibilidad generacional. Desde cierto punto de vista, podemos decir que somos unos socialistas bastante clásicos y es poco probable que alguna de nuestras ideas resulte sorprendente o desconocida para quienes en Europa militan o votan a partidos como Die Linke, Syriza, el Partido Socialista holandés, el Frente de Izquierda o el NPA [Nuevo Partido Anticapitalista]. Lo que sí cambia todo es un contexto muy diferente, el de EEUU en 2013, y esto es lo que determina toda la tesitura de nuestro proyecto. Si consideramos el panorama político de la izquierda estadounidense en las últimas décadas, encontramos esencialmente dos grupos. Por un lado, hay un conjunto de organizaciones e instituciones que operan ideológicamente como satélites del Partido Demócrata: think tanks liberales4, revistas progresistas como The Nation o Mother Jones, organizaciones de defensa de derechos civiles y grandes sindicatos. Estas organizaciones se identifican con el ala liberal y progresista del Partido Demócrata, pero la expresión de sus desacuerdos con la orientación política de su dirección centrista (la de Clinton u Obama) permanece dentro de los límites de una lealtad paralizante. Y dado que las manifestaciones de radicalismo político pueden perjudicar al partido en el plano electoral, estas organizaciones se abstienen de proponer toda una gama de ideas radicales por temor a marginalizarse. El otro polo de la izquierda estadounidense se halla en las universidades. Un problema fundamental de la izquierda en EEUU es la falta de continuidad. Los periodos de politización y de lucha intensa rara vez dan lugar a formas organizativas duraderas que preserven una tradición política progresista hasta el siguiente momento de radicalización. Desde la ola de politización de los años 1960 y 1970, lo que ocurrió fue que, en ausencia de estas formas de organización, la universidad se convirtió en el principal sitio de expresión de una política radical (a la izquierda del Partido Demócrata). Todo esto ha tenido un profundo efecto en el terreno intelectual y político en el que operamos.

Justamente, ustedes presentan a menudo su revista como «libre de jerga» y hostil a la «teoría académica oscurantista». Sin embargo, no consta que adopten una actitud antiintelectual ni que sus artículos tengan el nivel de legibilidad de una revista dirigida al público masivo. ¿Cómo describiría su relación con la teoría y las disciplinas académicas, así como con la universidad en tanto institución?

Cabe aclarar que el tipo de política radical que predomina en el campus es una mezcla de política identitaria, ligada a la expresión y las reivindicaciones de diversas minorías raciales, étnicas y sexuales, y de lo que en EEUU se denomina la «theory». Este último fenómeno ha sido bien descrito en el excelente libro de François Cusset, French Theory, que traza la recepción estadounidense de Foucault, Deleuze, Derrida, etc.5 En este contexto, a menudo se pone el énfasis más en lo simbólico que en lo material, más en lo cultural que en lo social, y la valorización de la diferencia alimenta un escepticismo radical respecto de los grandes proyectos políticos o de cualquier noción de contrahegemonía. Por supuesto, estas tendencias intelectuales existen en todo el mundo, pero en EEUU su efecto sobre la política progresista se ha amplificado por el hecho de que prácticamente no hay otras instituciones ni otros sitios de expresión de un programa político progresista o radical. Así que en EEUU, para las generaciones más jóvenes, la vía de acceso más habitual a una forma de política radical es este tipo de socialización política en la universidad. Los estudiantes discuten textos teóricos de varios autores en clase y adhieren a grupos feministas y/o antirracistas estudiantiles que hacen un uso a menudo bastante retórico de estos textos y son generalmente dirigidos por docentes o estudiantes de posgrado. Desde el punto de vista programático, es a menudo difícil distinguir este tipo de política del liberalismo dominante: dentro de los recintos académicos, estos grupos se movilizan a favor de políticas de discriminación positiva o en oposición a la violencia de género contra las mujeres. A veces, también ejercen presión sobre las autoridades académicas en favor del derecho a la sindicalización de los empleados menos pagados de la universidad. Todo esto es muy loable, pero no particularmente radical. El contenido radical es proporcionado por el lenguaje y las referencias intelectuales, como cuando se inscribe algún problema específico en el marco de las ideas sobre la biopolítica o la performatividad de género, por ejemplo. Esto se expresa en la sintaxis y la jerga filosóficas opacas del posestructuralismo. Incluso los pocos profesores marxistas que subsisten también tienden a expresarse de esta manera muy abstracta y a centrarse más en la epistemología de Marx o en su antropología especulativa que en la historia, la economía o el análisis concreto de la situación política y social. Generalmente, esta comunidad universitaria «radical» no está en absoluto interesada en el tipo de investigación intelectual que podría contribuir directamente a debates estratégicos o programáticos concretos. Además, en su mayoría, sus miembros tienden a rechazar cualquier noción de programa o de estrategia.

En pocas palabras, lo que encontramos es que existía una especie de vacío intelectual entre los dos polos, y es este vacío el que hemos intentado llenar con Jacobin. Supongamos que usted es un académico interesado en el desarrollo de un programa político radical concreto más allá de los recintos académicos, o por el contrario, que usted es un actor político o social que trabaja en el seno del establishment liberal, pero está en busca de nuevas ideas a la izquierda del Partido Demócrata. En el primer caso, no tendría casi nada más que leer que las publicaciones del liberalismo dominante. En el segundo caso, probablemente le resultaría difícil absorber la producción indigesta de la izquierda universitaria y encontrar en ella algo pertinente para sus preocupaciones. Así que si hay algo específicamente generacional en el posicionamiento de Jacobin, es algo un poco irónico y paradójico. En los años 60, cuando los jóvenes de la clase media blanca que militaban en las filas de la Nueva Izquierda hablaban de democracia participativa o de autorrealización del individuo (politics of personal liberation), era un acto de rebelión contra sus profesores de mediana edad, en su mayoría liberales centristas y socialdemócratas. En ese entonces, la Nueva Izquierda tenía unos pocos aliados muy aislados dentro de las instituciones universitarias, como Herbert Marcuse o C. Wright Mills. En cambio, las ideas sobre la horizontalidad, la política de la diferencia y la noción de «cambiar el mundo sin tomar el poder» que impregnaron el movimiento Occupy en 2011-2012 tuvieron el apoyo masivo de toda una generación de académicos radicales de mediana edad. Eran más bien los liberales clásicos los que decían que todo esto era muy simpático, pero que había que empezar a trabajar para la reelección de Barack Obama. En cierto sentido, Jacobin expresa una doble insatisfacción: respecto de la generación de los académicoa radicales envejecidos, pero también frente al conformismo mayoritario y a la despolitización relativa de nuestra propia generación.

Usted mencionó el tema de las políticas de la identidad. Existe claramente entre varios colaboradores de Jacobin una voluntad de rehabilitar la política de clase, un cierto universalismo y los valores del Iluminismo, aunque reinterpretados de manera radical. Al mismo tiempo, el mismo nombre de la revista y su identidad visual son una clara referencia a C.L.R. James y a la Revolución Haitiana. El diseñador gráfico de la revista, Remeike Forbes, afirma que «no hay mayor símbolo de universalismo que la Revolución Haitiana. Poniendo al desnudo las contradicciones de la Ilustración occidental, la rebelión de los esclavos recuperó sus banderas para transformarla en un verdadero proyecto de emancipación»6. ¿Qué tipo de universalismo quieren promover y cómo responden a las críticas del feminismo, del poscolonialismo y otros? ¿No será que los discursos identitarios tienen un anclaje antropológico más profundo que las trivialidades del multiculturalismo académico o empresarial, algo quizás análogo a la fe religiosa, en el sentido de que «atrae a las personas por razones existenciales», citando a Bhaskar Sunkara7? ¿Se podría decir, retomando las palabras de su colaborador Peter Frase, que «toda política es también una política de la identidad»8?

En mi opinión, se trata de una de las cuestiones más críticas que enfrenta la izquierda estadounidense. Por el momento, solo encontrará respuestas parciales en Jacobin; estamos lejos de creer que disponemos virtualmente de una solución teórica y práctica global. Es todavía un trabajo por cumplir. Estoy de acuerdo con Peter en que toda política es una forma de política de la identidad. Ninguna lucha política de masas, por universalista que pretenda ser, surge simplemente porque una multitud de personas de repente decide colectivamente aplicar principios universales abstractos a los problemas que enfrenta. Los principios abstractos vienen más tarde, después de que las personas se han movilizado a partir de su propia experiencia, que es inevitablemente la de ciertos grupos que se oponen a otros (aun si esta oposición es implícita). El problema empieza cuando hay que juntar a estos diferentes grupos para combatir el sistema dominante. Los críticos del «universalismo» en nombre de la política de identidad tienden a enfocarse en el riesgo de que los proyectos unificadores violenten la experiencia vivida de los grupos subalternos. No cabe duda de la pertinencia de este tipo de críticas tal como han sido desarrolladas en las últimas décadas. El propio marxismo se ha dejado educar en parte por ellas y se ha visto cada vez más obligado a tenerlas en cuenta –sin dejar de insistir en el imperativo del proyecto unificador, pero de un modo esencialmente defensivo–. Hasta donde yo sé, no existe dentro de la izquierda socialista una propuesta satisfactoria de síntesis global en-tre universalismo y política de la diferen-cia, al menos no en un lenguaje accesible. Y esto no es una cuestión abstracta: es de vital importancia para la práctica política de la izquierda. Me temo que en Francia estén a punto de reproducir en cierto modo buena parte de los errores cometidos por ambos bandos en EEUU en el trascurso de este largo debate.

El surgimiento de Occupy Wall Street en 2011 sin duda constituyó un punto de inflexión en el discurso político estadounidense, y Jacobin lo saludó con entusiasmo. Sin embargo, ustedes también desarrollaron una crítica de las tendencias «anarcoliberales» y de cierto horizontalismo fetichista del movimiento. ¿En qué se diferencia su crítica de la de un Thomas Frank, que denigra a ows en The Baffler, por ejemplo?9

Aunque la política de la identidad y la crítica horizontalista de la política sean fenómenos distintos, tienen algunas raíces intelectuales comunes y sus adherentes son en parte los mismos. El núcleo militante del movimiento Occupy estaba estrechamente relacionado con este tipo de sensibilidad neoanarquista, que se ha vuelto muy popular en los últimos 15 años. Aunque los miembros de este núcleo no eran necesariamente la mayoría de la masa de personas movilizadas, han influido mucho en el lenguaje y las prácticas del movimiento. Hemos tratado de criticar las ideas de esta sensibilidad horizontalista sin dejar de apoyar el principio y las acciones de ows. Para ser honesto, hay que reconocer a los horizontalistas el gran mérito de haber efectuado lo esencial de la ardua labor de movilización inicial. Sin embargo, esto no los exime de la crítica.Como Peter Frase lo explicó en un artículo sobre el tema10, nuestras críticas se distinguen de la condena global formulada por Thomas Frank, que ha adoptado una actitud bastante cínica respecto de las protestas de Occupy. Más allá de lo que se pueda pensar sobre su sensibilidad política socialdemócrata a la antigua, Frank parece ser indiferente a las cuestiones de socialización política concreta de las nuevas generaciones. El cinismo corrosivo de The Baffler –una revista que apreciamos mucho y cuya influencia reconocemos– tenía sentido respecto del vacío ideológico y del apoliticismo de la «Generación x» de fines de los años 1990, pero no se adapta al contexto actual.

También encontramos en Jacobin una serie de artículos que se rehúsan a demonizar la sociedad de consumo, el entretenimiento de masas y la cultura pop. Describiéndose como socialistas «epicúreos», parecen querer conectar una vena hedonista («the politics of getting a life»11) con los argumentos sobre la sociedad de la abundancia y la superación de la escasez en tanto condiciones de un socialismo realizable. ¿Cómo conciliar eso con una sensibilidad ambiental, con la urgencia de la crisis climática y el desafío de la sustentabilidad? ¿Qué les responden a los partidarios de un neofrugalismo y de un neomalthusianismo ecológicos? Además, sus reflexiones sobre el ocio, el «post trabajo» (post-work), el progreso tecnológico y el derecho universal a prestaciones sociales básicas se enfrentan a dos obstáculos. Por un lado, la insistencia ideológica en la salvación mediante el trabajo y la autosuficiencia (self-relian-ce), la obsesión ilusoria pero persistente de no ser económicamente dependiente de los demás o de la sociedad, así como la desconfianza cultural respecto de los supuestos «parásitos» (moochers), todas nociones profundamente arraigadas en EEUU. Por otro lado, los argumentos más sofisticados de ética filosófica en cuanto a la moralidad de financiar el estilo de vida de los «surfistas de Malibú», según el ejemplo emblemático ofrecido por John Rawls12. Por supuesto existe dentro del marxismo y del movimiento obrero una muy larga tradición de reflexión y de reivindicación en torno de la reducción del tiempo de trabajo, y no solamente una demanda de igualdad y de bienestar material. Y cuando digo muy larga, de hecho se puede remontar a los albores mismos del movimiento obrero y también a los inicios del marxismo. Así que se trata esencialmente de una posición de izquierda «ortodoxa», aunque no necesariamente mayoritaria. En este sentido, nuestra insistencia en este tema en Jacobin se inscribe en nuestro proyecto genérico de reintroducir en el debate intelectual estadounidense un cierto número de temas clásicos del pensamiento de izquierda. Dicho esto, nuestro colaborador Peter Frase, en particular, se especializó en la defensa y la ilustración de algunas de las propuestas más avanzadas en el campo de la reflexión sobre el post-trabajo, arraigadas en esta tradición pero yendo más allá. Sus artículos sobre el tema suscitaron el entusiasmo de muchos lectores de la revista. Por mi parte, albergo ciertas reservas respecto de este enfoque, y esto ha dado lugar a una discusión todavía vigente entre nosotros. Una de las ideas centrales de la reflexión sobre el post-trabajo es, por supuesto, la de la renta básica universal, a veces llamada también renta incondicional, asignación o subsidio universal, ingreso ciudadano, etc. No me interesa mucho responder a las acusaciones según las cuales la renta básica alentaría ciertas formas de parasitismo irresponsable. No creo que pueda existir una sociedad en la que millones de trabajadores financiaran de manera voluntaria y permanente el estilo de vida de los «surfistas de Malibú» o de cualquier tipo de bohemia ociosa. Por lo tanto, me cuesta tomar en serio una discusión ética sobre el tema, sean cuales fueren las conclusiones.

En cambio, podemos imaginar algo diferente, un mundo en donde la asignación generalizada de una renta básica sustancial cumpliera otras funciones: ofrecer a los trabajadores más desfavorecidos una mejor capacidad de negociación en el mercado laboral, permitir a las personas discapacitadas llevar una vida en condiciones de comodidad y de dignidad muy superiores a los dispositivos existentes y permitir que la gente deje de trabajar durante un cierto tiempo para realizar actividades útiles, como retomar los estudios u ocuparse de un familiar enfermo. Eso es algo que puedo imaginar. Pero con eso ya nos alejamos del espíritu de las teorías del post-trabajo, que tienden a rechazar por razones filosóficas toda evaluación moral, social o utilitaria de lo que hacen las personas con su renta básica (de ahí la idea de renta «incondicional»). Creo que hay que tomar en cuenta de manera explícita el simple hecho de que este tipo de medida no puede ser ampliamente aceptada si no es percibida como favorable al florecimiento de actividades socialmente útiles. Además, está el aspecto político. Los capitalistas ejercerán una resistencia feroz a cualquier reforma que vaya en ese sentido. ¿Qué fuerza social sería capaz de imponerla? A mi parecer, solo una clase obrera fuertemente organizada, en sentido amplio, podría plantear este tipo de reivindicaciones y verlas satisfechas, pero los teóricos del post-trabajo son muy reticentes a todo lo que evoque una identidad de clase de los asalariados (y los desocupados). Lo veo como una laguna en su teoría. Añadiré que la cuestión del «post-trabajo» es el principal tema con ciertas connotaciones «verdes» que hayamos abordado hasta ahora. También tratamos algunos temas ambientales más directamente, pero a excepción de varios artículos de la periodista ambientalista Alyssa Battistoni y de un ensayo del politólogo Alex Gourevitch, se nos puede reprochar el no haber profundizado en este terreno. Lo que no podemos negar es que nuestro acercamiento a las cuestiones ecológicas se inscribe en un marco general de rechazo a la austeridad y de adhesión al progreso material.

Uno de los éxitos de Jacobin es haber logrado que este tipo de enfoque neomarxista abierto sea tomado en serio por varios líderes de opinión de sensibilidad liberal, incluso por algunos conservadores, que suelen de vez en cuando citar o discutir sus tesis en medios de comunicación de mayor difusión. La revista está a menudo descrita como «sexy» o «hip» por comentaristas que no son especialmente radicales, revolucionarios o militantes. ¿No temen que este pequeño revuelo mediático los deslumbre demasiado y banalice su proyecto?

La atención que hemos recibido de parte de comentaristas liberales conocidos ha sido importante para la revista, pero por razones muy específicas. Hay que entender que esos editócratas y comentaristas liberales suelen escribir sobre el día a día de la política de Washington, lo cual es bastante aburrido. Están buscando desesperadamente algo distinto o interesante para condimentar un poco su producción monótona. La existencia de una revista socialista inteligente, bien escrita y bien editada constituye una novedad. No creo que realmente tengan interés en nuestras posiciones políticas, si no fuera por pura curiosidad intelectual. Pero debatir con ellos nos permite desarrollar nuestra crítica del liberalismo tradicional y, al mismo tiempo, hay que reconocer que nos hacen publicidad gratis. Como la mayoría de los estadounidenses con simpatías radicales se ven limitados a leer publicaciones liberales establecidas, suelen entusiasmarse cuando descubren nuestra existencia a través de ellas. Pero, por otro lado, también tenemos muchos lectores que son militantes radicales desde hace tiempo y que tienden a desconfiar de nuestra voluntad de debatir con los liberales. Les parece totalmente inútil y estéril. Entonces tenemos que mantener un precario equilibrio entre las exigencias de esos dos tipos de lectores, cosa a la vez intelectualmente estimulante y políticamente un poco acrobática. No existe una fórmula simple.

¿Cómo perciben ustedes la profunda crisis de la izquierda socialdemócrata y del Estado de Bienestar en Europa? ¿No es un desafío adicional para la credibilidad de una izquierda estadounidense ya marginada?

Nosotros siempre sostuvimos de manera explícita que no existe una contradicción intrínseca entre las reformas dentro del propio capitalismo y una posible superación de este. Ahora bien, Europa siempre ha estado más adelantada que EEUU en términos de experiencias reformistas. Entonces, es cierto que la crisis de la socialdemocracia europea plantea un problema para la izquierda estadounidense. Pero, al mismo tiempo, los efectos de esta crisis sobre el debate político estadounidense dieron un giro paradójico. Antes de 2008, teníamos una crítica de derecha de la socialdemocracia del tipo europeo que decía más o menos: «El Estado de Bienestar lleva necesariamente al desempleo masivo, miren lo que pasa en Europa». Solo que desde ese entonces, EEUU también fue golpeado por un desempleo masivo que era supuestamente imposible gracias a la «maravillosa» flexibilidad de nuestro mercado laboral. Además, el fracaso de las políticas de austeridad implementadas en Europa desde 2008 hizo mucho por desacreditar los argumentos económicos antikeynesianos a favor del desmantelamiento del Estado de Bienestar en EEUU. Del lado de la izquierda radical, tenemos también un nuevo tipo de argumentos: en lugar de sostener, como la derecha, que «el Estado de Bienestar está condenado, pues provoca el desempleo masivo», a veces escuchamos a los horizontalistas y los neoanarquistas hablar del «probable fracaso y ausencia de futuro del Estado de Bienestar, ya que ni siquiera en Europa logra mantenerse». Por eso hemos abordado la cuestión europea en un largo artículo Nosotros siempre sostuvimos de manera explícita que no existe una contradicción intrínseca entre las reformas dentro del propio capitalismo y una posible superación de esten publicado a comienzos del año pasado13. En este texto, sostengo la idea de que la viabilidad política y económica de la socialdemocracia está efectivamente puesta en duda por el desempleo masivo. Sin embargo, si el surgimiento inicial del desempleo masivo en Europa en los años 70 estaba vinculado a disfunciones económicas específicas, su persistencia más allá de los años 80 se debe a factores políticos. No existe lógica económica ineludible que impida la existencia del pleno empleo. Se trata de un argumento keynesiano que creo ha sido validado por todo lo que ha acontecido en los últimos años.

¿Qué es una «política de clase» hoy en EEUU? En una entrevista con la Boston Review, Bhaskar Sunkara dice que «se trate de los asalariados o de las minorías étnicas y raciales, las principales fuerzas sociales tienden a volcarse hacia el Partido Demócrata y tienen buenos motivos para hacerlo», dado que ese partido «representa sus intereses mejor que los republicanos» y que «no podemos modificar esas circunstancias por la pura fuerza de voluntad»14. En ese contexto, Jacobin propone aliarse a los welfare liberals (los liberales de sensibilidad socialdemócrata partidarios del Estado de Bienestar y de las políticas sociales) contra los liberales tecnocráticos y los centristas procapitalistas, favorecer la unidad de los socialistas, poner entre paréntesis, por el momento, la cuestión electoral y promover «grandes coaliciones antiausteridad». ¿Podría darnos ejemplos?

El mejor ejemplo ha sido nuestra muy positiva relación con el Sindicato de Maestros de Chicago (Chicago Teacher’s Union, ctu) y con el movimiento contra la reforma de la educación. El supuesto proyecto de reforma educativa es uno de los desarrollos recientes más siniestros de la política estadounidense. De hecho, se trata de un programa de privatización progresiva del sistema escolar público, y del reemplazo de las escuelas públicas (donde los docentes están sindicalizados) por charter schools, escuelas privadas bajo contrato financiadas por fondos públicos (y casi siempre hostiles a la organización sindical). Todo esto, acompañado por una completa reorganización de los programas escolares en torno de una serie de pruebas estandarizadas y bastante embrutecedoras, y por un empobrecimiento de la gama de temas estudiados. Sobre la base de este flujo constante de pruebas que generan escalas y criterios de evaluación sumamente abstractos, las autoridades pueden decidir qué escuelas cerrar y qué maestros despedir y ajustar los salarios en función del supuesto desempeño individual. Por supuesto, todo esto está reservado a las escuelas de los barrios pobres –las escuelas privadas que atienden a la elite seguirán ofreciendo un currículo mucho más variado con un mínimo de pruebas–. Esta visión está fomentada por un esfuerzo masivo de lobbying y de propaganda financiado por las empresas privadas de servicios educativos que aspiran a administrar el nuevo sistema y por una poderosa coalición de multimillonarios y líderes económicos. Eso siempre fue un tema tradicional de la derecha republicana, pero ahora hay tanto dinero en juego que este tipo de agenda está también apoyado con fuerza por muchos demócratas, y en particular por los demócratas liberales elegidos en las grandes urbes –el ejemplo del propio Obama, un político de Chicago, es el más evidente–. Por supuesto, este programa cuestiona la existencia misma de los sindicatos de maestros, y las direcciones sindicales son perfectamente conscientes de ello, pero hasta ahora no se atrevieron a criticarlo en modo demasiado abierto debido a su proximidad y dependencia respecto del Partido Demócrata. Esto ha provocado un gran descontento en sus bases, habitualmente más bien pasivas, y en 2010, la ctu (sección local del principal sindicato docente nacional) pasó a estar bajo el control de una corriente radical, el Caucus de Educadores de Base (Caucus of Rank and File Educators, core). Organizaron el año pasado la primera huelga educativa en Chicago después de 25 años, un evento que constituyó un verdadero punto de inflexión. Los maestros movilizaron a los padres y a los barrios y obtuvieron un amplio apoyo popular, con un discurso de confrontación bastante de izquierda. En el contexto del sindicalismo estadounidense, con sus fuertes tendencias corporativas y colaboracionistas, eso significó un avance considerable. Y, sobre todo, la huelga fue un éxito: preservó su popularidad y debilitó seriamente al alcalde neoliberal Rahm Emanuel, antigua mano derecha de Obama. En Jacobin hemos captado de inmediato la importancia de este movimiento. Hay que entender que la propaganda favorable a la reforma la describe como un esfuerzo idealista para salvar a los niños negros del gueto presos de un sistema escolar público fracasado. En apoyo de esta tesis, nos presentan una artillería de estudios estadísticos esgrimidos por investigadores prorreforma que apuntan a demostrar que el sistema de pruebas y la competencia entre los planteles (testing and choice) mejora los resultados escolares. Esta perspectiva encuentra un eco sistemático entre los que Bhaskar llama los «liberales tecnocráticos», dominantes en los medios liberales y el Partido Demócrata. En cuanto a los liberales de mayor sensibilidad social (welfare liberals), a pesar de sus dudas sobre la reforma educativa, carecían de un foco de movilización emblemático y estaban intimidados por los argumentos a favor de la reforma difundidos por la dirección de su partido. Por eso es tan importante el surgimiento de este movimiento y el tema educativo es un enfoque ideal para romper la alianza artificial y nefasta entre welfare liberals y liberales tecnocráticos. El éxito de ctu estimuló los movimientos disidentes dentro de los sindicatos de maestros en el resto del país, especialmente en Nueva York. Nuestra insistencia en el tema tuvo un eco muy favorable entre los militantes y los dirigentes de ctu, y estamos muy orgullosos de ello. Hace mucho tiempo que una publicación intelectual radical no tenía tal repercusión en el movimiento sindicalista estadounidense.

El último número de Jacobin propone un dossier sobre Palestina. Hay que reconocer que la tradición socialista democrática estadounidense no siempre demostró una gran honestidad y claridad respecto del sionismo y de sus consecuencias. Por otro lado, el discurso propalestino en EEUU estaba marcado por una forma de vehemencia ideológica y de sectarismo un poco estériles. El editorial de la revista afirma que el auge del movimiento de solidaridad con los derechos de los palestinos en EEUU lo convierte en uno de los movimientos sociales más prometedores del país. Describe también el debate sobre un Estado/dos Estados como algo más bien abstracto y apela a nuevos análisis y nuevas modalidades de solidaridad con los objetivos de la autodeterminación palestina y la descolonización. ¿Podría decirnos más sobre esto?

No voy a volver sobre los argumentos de nuestro editorial, que son bastante explícitos15. Tiene razón con respecto a la postura de la tradición socialista democrática estadounidense. Su incapacidad de disociarse del sionismo tenía raíces sociológicas evidentes: la izquierda estadounidense cuenta con un número desproporcionado de militantes judíos. Las cosas han cambiado a lo largo de la última década, porque las nuevas camadas de jóvenes judíos estadounidenses laicos toman cada vez más sus distancias respecto de Israel. De hecho, el establishment de seguridad israelí considera esta evolución como uno de los grandes desafíos estratégicos a los que Israel estará confrontado a mediano y largo plazo. En todo caso, en EEUU mismo, los obstáculos a una política no sionista o incluso antisionista dentro de la izquierda socialista son mucho menos temibles hoy que en el pasado.

  • 1.

    V. Jennifer Schuessler: «A Young Publisher Takes Marx Into the Mainstream» en The New York Times, 20/1/2013, <www.nytimes.com/2013/01/21/books/bhaskar-sunkara-editor-of-jacobin-magazine.html?_r=0>.

  • 2.

    Democratic Socialists of America (DSA) es la principal organización de la izquierda socialista en EEUU. Aunque es formalmente miembro de la Internacional Socialista, el contexto estadounidense y su relación con los movimientos sociales hacen que su cultura política se aproxime en muchos aspectos al ideario de los partidos europeos situados a la izquierda de la socialdemocracia. En el plano electoral local, el DSA apoya a candidatos demócratas progresistas. Entre las personalidades próximas al dsa se encuentran, entre otros, los filósofos Michael Walzer y Cornel West y la periodista y ensayista Barbara Ehrenreich

  • 3.

    Doug Henwood publica una newsletter sobre cuestiones económicas y políticas, Left Busi-nessObserver, <www.leftbusinessobserver.com>. Para una semblanza de Henwood, v. Anna-lee Newitz: «The Marxist that Wall Street Couldn’t Ignore» en Salon, 22/2/1998, <www.salon.com/1998/12/22/21feature_2/>.

  • 4.

    En el sentido estadounidense del término, que va de un liberalismo político moderadamente reformista en materia social a una socialdemocracia keynesiana más clásica, atravesados por cierto progresismo cultural y social. Para evitar las perífrasis o los equivalentes imperfectos, mantendremos esta traducción de «liberalism» y «liberal» en el curso de la entrevista.

  • 5.

    F. Cusset: French Theory, Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, Melusina, Barcelona, 2005.

  • 6.

    R. Forbes: «The Black Jacobin» en Jacobin No 6, 4/2012, disponible en <http://jacobinmag.com/2012/03/the-black-jacobin-2/>.

  • 7.

    Jake Blumgart: «The Next Left: An Interview with Bhaskar Sunkara» en Boston Review, 18/12/2012, <www.bostonreview.net/BR37.6/jake_blumgart_bhaskar_sunkara_jacobin_magazine_marxism.php>.

  • 8.

    P. Frase: «An Imagined Community» en Jacobin No 3-4, 7/2011, disponible en <http://jacobin-mag.com/2012/11/an-imagined-community/>.

  • 9.

    Ver T. Frank: «To the Precinct Station: How Theory Met Practice and Drove It Absolutely Cra-zy» en The Baffler No 21, 11-12/2012 y Nicolas Haeringer: «Occupy Wall Street: fin ou début d’un mouvement?» en La Revue des Livres Nº 10, 3-4/2013

  • 10.

    P. Frase: “Modify Your Dissent” en Jacobin No 9, 12/2012, disponible en <http://jacobinmag.com/2012/12/modify-your-dissent/>.

  • 11.

    P. Frase: “The Politics of Getting a Life” en Jacobin No 6, 4/2012, disponible en <http://jacobinmag.com/2012/04/the-politics-of-getting-a-life/>.

  • 12.

    Ver J. Rawls: Justice as Fairness: A Restatement, Harvard University Press, Cambridge, MA, 2001.

  • 13.

    S. Ackerman: «Introduction: Europe Against the Left» en Jacobin No 6, 4/2012, disponible en <http://jacobinmag.com/2012/04/introduction-europe-against-the-left/>.

  • 14.

    J. Blumgart: ob. cit

  • 15.

    «Palestine and the Left» en Jacobin No 10, 4/2013, disponible en <http://jacobinmag.com/2013/04/palestine-and-the-left/>.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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