Opinión
enero 2020

Dios, Twitter y los militares

El Salvador de Nayib Bukele

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, venía del mundo de la izquierda. Ahora dice que habla con Dios para amenazar con un autogolpe contra el Parlamento sostenido por los militares.

<p>Dios, Twitter y los militares</p>  El Salvador de Nayib Bukele

Un suceso de extrema gravedad ha consternado a la sociedad salvadoreña. Ante el alargamiento de la discusión en el Parlamento sobre un préstamo por más de 100 millones de dólares para financiar la tercera etapa del plan de seguridad gubernamental, el presidente Nayib Bukele, utilizando un artículo de la Constitución referido a casos de extrema urgencia, convocó a sesión extraordinaria. Los diputados, mayoritariamente alineados con la Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), respondieron que dicha convocatoria era improcedente, a lo que el mandatario respondió que, de no presentarse a la sesión, debería entenderse que el orden constitucional se habría roto y por tanto el pueblo podría hacer uso de su derecho a la insurrección.

El día de la plenaria, el domingo 9 de febrero, el recinto legislativo fue militarizado, como no se veía desde tiempos de la guerra civil, lo que desató la condena de diversos organismos nacionales e internacionales. Como era esperable, los diputados de oposición no se presentaron y el presidente utilizó la convocatoria para montar un mitin frente al congreso y ahí, mientras la multitud exacerbada por el mismo presidente clamaba por tomarse el edificio, Bukele les dijo que había hablado con Dios y que él le había dicho que tuviera paciencia, ante lo cual sus seguidores respondían con un «No», lo que creaba una atmósfera de autogolpe. Aún es pronto para saber cuánto impactará este hecho, pero lo cierto es que, a juzgar por lo que se ha visto en redes sociales, hechos como la militarización de la Asamblea y el uso propagandístico de la fe, han indignado a personas que antes eran incondicionales del mandatario.No obstante, Bukele, que lleva solo seis meses en el poder y puso fin al bipartidismo, cuenta, según las encuestas, con una altísima imagen pública: según Gallup del 91% en enero pasado.

Lo cierto es que en este corto tiempo, el «presidente millennial» de 38 años, que gobierna a través de Twitter, desde donde nombra o destituye funcionarios, da órdenes a sus ministros y anuncia políticas, ha ido girando a la derecha. Esto no sorprendería a nadie si se estuviera ante un empresario devenido en político y sin ninguna conexión o militancia en partidos vinculados a la izquierda. Pero lo cierto es que aún antes de ingresar a las filas del FMLN, Bukele mantuvo una relación de amistad, a través de su padre, con el connotado dirigente de izquierda Schafik Hándal. Luego, y a través de su agencia de publicidad, realizó trabajos comerciales para el instituto político liderado por el dirigente de izquierda. Bukele fue, además, alcalde durante dos períodos bajo la bandera del FMLN. Primero gobernó un municipio de la periferia. Luego, tuvo a su cargo la capital del país, desde donde se catapultó hacia la presidencia de la República.

Bukele inició su gobierno con medidas que parecían ubicarlo en el espectro progresista del continente. En un país donde la guerra civil dejó 75.000 muertos y en el que aún se debate la creación de una ley que permita juzgar los crímenes de guerra y de lesa humanidad que sucedieron en los 12 años que duró el conflicto armado, el retiro del nombre del coronel Domingo Monterrosa (Comandante militar de las Fuerzas Armadas de El Salvador durante la guerra civil) de uno de los cuarteles militares del país fue una medida que causó gran satisfacción en el bloque de población que siempre ha clamado por la justicia. Sobre todo, porque el informe de la Comisión de la Verdad sindicó a este militar como el autor material de una de las masacres más grandes de América Latina, que dejó a casi 900 asesinados (entre los que se encontraban muchas mujeres y niños).

En la misma lógica se entendió el voto de la delegación salvadoreña en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra el ya histórico bloqueo de Estados Unidos a Cuba. Debe recordarse que esta decisión de condena también fue sostenida durante los pasados diez años por los dos presidentes de izquierda que gobernaron el país. Bukele mantuvo también relaciones diplomáticas amistosas con China. El desarrollo de esta relación diplomática cercana comenzó recién en 2018, cuando el ex presidente Sánchez Cerén produjo la primera visita de un presidente salvadoreño al país asiático. La decisión de Bukele de sostener esa política (además de declarar que existe una sola China, lo que implicó la ruptura de relaciones con Taiwán), provocó declaraciones subidas de tono de parte de algunos funcionarios estadounidenses.

Tanto por sus declaraciones y posiciones políticas previas a asumir su mandato, como por algunas de las medidas adoptadas en estos siete meses, la ubicación de Bukele parece difícil de definir. Sin embargo, otros hechos de trascendencia internacional, complican su ubicación clara en una determinada orientación ideológica.

La primera medida que dejó en claro la relación más sumisa del gobierno de El Salvador a los designios de Washington fue el acuerdo firmado en septiembre por la canciller salvadoreña con su homólogo estadounidense. En función de ese acuerdo, El Salvador se volvía un «tercer país seguro», sumándose a Guatemala y Honduras. Aunque el acuerdo no se autodenomina así formalmente, en su texto El Salvador se compromete a recibir a todas aquellas personas extranjeras que soliciten asilo al gobierno estadounidense y que este no quiera aceptar en su territorio. Para un país con serias dificultades económicas y con tasas de desempleo bastante altas, este acuerdo es inaudito pues no se cuenta con las condiciones para recibir y otorgar trabajo a los cientos de migrantes asiáticos, africanos y latinoamericanos que pasan por su territorio.

Más adelante, en noviembre del año pasado y luego de intercambiar ofensas a través de Twitter, el gobierno de Bukele rompió relaciones con Venezuela, acto que fue seguido por su par venezolano al declarar no grato al personal salvadoreño en Caracas y exigir su salida de aquel país. Luego, el gobierno de El Salvador reconoció a Juan Guaidó como «presidente encargado» y llamó a realizar elecciones libres. Como era de esperar, esta medida fue celebrada por el partido de derecha Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y criticada por el FMLN. Conviene señalar que ARENA, aun cuando ejerce alguna oposición en temas puntuales, se alió junto al resto de partidos de derecha para aprobar el presupuesto de este año, en el que se contemplan recortes a los programas sociales insignes de los gobiernos anteriores y a las carteras de educación y salud.

¿Qué papel está jugando el FMLN, que gobernó al país por los últimos 10 años? Como suele pasar con los partidos que han gobernado y luego se convierten en oposición, las divisiones internas parecen haber aflorado y están dañando su capacidad de respuesta coherente y oportuna frente a la andanada mediática del gobierno. Además, el FMLN enfrenta acusaciones de corrupción y juicios contra algunos de sus funcionarios de los dos quinquenios en que gobernaron, lo que aumenta su desgaste y lo aleja aún más de las aspiraciones electorales de cara al 2021. Algunas encuestas, de hecho, le auguran el tercer o cuarto lugar de las preferencias electorales.

Por supuesto, el problema de la izquierda en general y del FMLN en particular es mayúsculo. En un artículo previo se señalaba que Bukele le arrebataría las banderas de lucha a este partido y que eso le pondría cuesta arriba la posibilidad de atraer al electorado que alguna vez votó por él. Esto está claramente reflejado en las encuestas. A un año de la elección, señalan la posibilidad de un triunfo arrollador del partido de Bukele, Nuevas Ideas, y le endosan una simpatía donde 8 de cada 10 personas lo ven de forma favorable.

Es ese caudal político el que le ha permitido realizar acciones que a cualquier otro gobierno el habrían granjeado el repudio popular. Por ejemplo, recién asumido el cargo, Bukele desarmó varias secretarías adscritas a la Casa Presidencial, entre ellas la dedicada a asuntos de transparencia. De nada ha servido la queja de los periodistas e instituciones dedicadas al tema, pues por respuesta solo han obtenido rechazos a las solicitudes de información, así como la designación de confidencialidad de diversos gastos que deberían ser públicos.

Un caso ejemplarizante es el de un viceministro y a la vez director de centros penales, Osiris Luna Meza, cuyas fotografías a bordo de un avión privado en tierras mexicanas y en compañía de su asistente, generaron desde octubre la demanda de información sobre quién había pagado dicho viaje. Poco después se supo que fue invitado por una cuestionada empresa de seguridad mexicana, interesada en hacer negocios en uno de los países mas inseguros del mundo.Poco puede decir de esto el FMLN, dado que uno de sus dirigentes y hasta hace algunos años presidente de la Asamblea Legislativa, Othon Sigfrido Reyes, está siendo enjuiciado y entre las acusaciones está el haber viajado en más de veinticinco vuelos privados, sin información que respalde el origen lícito de los mismos.

¿Qué es lo más sensato que podría hacer el FMLN de cara a las elecciones de 2021? Quizás deba reconocer sus errores públicamente, desligarse de las personas que dañaron su reputación con sus prácticas corruptas y dejar que finalmente otra generación tome el liderazgo del partido y busque darle rumbo nuevamente. La dirigencia, sin embargo, no está tomando esa política. La supervivencia del FMLN solo será posible con una autocrítica real y, por supuesto, si esa organización tiene una razón de ser. El futuro del FMLN dependerá, entre otras cosas, de su renovación y de su capacidad de demostrar que el gobierno de Bukele no pertenece a la izquierda política. Ayudar a que el país lo descubra más pronto que tarde debería ser la tarea perenne de su militancia, no así de su dirigencia histórica. A ella le corresponde hacerse a un lado. Seguramente la izquierda y el mismo pueblo lo agradecerían.

Por de pronto, el presidente surgido de la izquierda y que fue crítico de la derecha durante años, le dice frases como esta al gobierno de Trump: «Estamos alineados, ustedes no tienen que comprarnos para que estemos alineados porque pensamos de manera similar». Habrá que esperar ahora hasta donde llega el acoso del presidente al Parlamento y qué dinámica política abre el indisimulado uso político de las Fuerzas Armadas para amedrentar a los diputados.



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