Opinión
septiembre 2019

Reino Unido: ¿un laboratorio antisocial? El Brexit y Boris Johnson

Si el escenario de un Brexit sin acuerdo se concretara, Reino Unido se convertiría una vez más, tras la revolución thatcheriana, en el laboratorio europeo de una ofensiva antisocial de envergadura que podría exportarse luego al continente. Boris Johnson podría apoyarse en una «Internacional del Brexit» compuesta de gobiernos populistas de extrema derecha, todos ferozmente anti Unión Europea.

Reino Unido: ¿un laboratorio antisocial?  El Brexit y Boris Johnson

Si el escenario de un Brexit sin acuerdo se concretara, Reino Unido se convertiría una vez más, tras la revolución thatcheriana, en el laboratorio europeo de una ofensiva antisocial de envergadura que podría exportarse luego al continente. Boris Johnson podría apoyarse en una «Internacional del Brexit» compuesta de gobiernos populistas de extrema derecha, todos ferozmente anti Unión Europea.

Desde que Boris Johnson tomó la decisión de suspender durante cinco semanas las sesiones de la Cámara de los Comunes, la democracia británica, madre de las democracias modernas, está sumida en una crisis gravísima e inédita. Retomando las palabras del presidente Bartlet en la serie The West Wing: «¿Es posible estar estupefacto y, al mismo tiempo, no sorprenderse?». Sí. Lo que acaba de suceder es desconcertante, pero no debería sorprender a nadie, teniendo en cuenta que esta crisis se incubaba desde hacía mucho tiempo.

El 3 de septiembre, los diputados y diputadas (una veintena de los cuales son conservadores) tomaron el control de la agenda del Parlamento con vistas a frenar los planes de salida de la Unión Europea (UE) sin acuerdo de Johnson (el no-deal Brexit). Al día siguiente, los diputados infligieron otras dos aplastantes derrotas al Primer Ministro: en un primer momento, los parlamentarios aprobaron una ley de emergencia que prohíbe al gobierno abandonar la UE sin acuerdo el próximo 31 de octubre. Lo que, de hecho, parece obligar a Johnson a pedir a Bruselas una nueva postergación de la salida hasta el 31 de enero de 2020. El mismo día, otra votación impidió a Johnson convocar a elecciones legislativas anticipadas el 15 de octubre. En síntesis, fue una sucesión de derrotas importantes para un primer ministro que acaba de asumir y ya se encuentra muy debilitado.

¿Cómo explicar esta rápida descomposición del Ejecutivo? Desde la votación popular de 2016 en favor de la salida de la UE, los primeros ministros nunca lograron obtener el apoyo de una mayoría de diputados y diputadas. En un primer momento, Theresa May celebró un acuerdo con sus socios europeos que fue rechazado tres veces en la Cámara, no tanto gracias al esfuerzo concertado de la oposición, como a la desunión crónica en las filas conservadoras. Si bien el 51,9% de los británicos votaron a favor de la salida en 2016, alrededor del 75% de los diputados conservadores hicieron campaña por la permanencia en la Unión.

Theresa May fue expulsada por el ala ultra de los brexiteers, a la que pertenece Johnson. Paradójicamente, esos ultras son muy minoritarios tanto en el grupo parlamentario como en el país. En los meses que siguieron al referéndum, los principales partidos coincidieron en que era necesario respetar la voluntad popular y salir de la UE. Pero cuando comenzaron las discusiones sobre las modalidades de esta salida, se forjó otro consenso: esta salida debería hacerse de manera ordenada con el fin de no poner en peligro los intereses económicos y políticos del país.

Muy pronto, una amplia mayoría de diputados, a la que se sumaron rápidamente los británicos, consideró que una salida sin acuerdo era inaceptable ya que una decisión semejante sumiría a Reino Unido en una situación incierta y peligrosa. Un informe secreto revelado a la prensa sobre la Operación Yellowhammer (encargada de preparar la salida de la UE) anticipa situaciones caóticas en el área del transporte de bienes y personas, grave escasez (alimentos, agua, medicamentos, combustible, servicios, etc.), y tensiones en Irlanda del Norte, susceptibles de poner en tela de juicio los acuerdos de paz. A excepción del grupo ultraconservador y de extrema derecha (el Brexit Party de Nigel Farage), nadie desea una salida sin acuerdo.

Cabe señalar que toda salida determinada por un «No deal» sería ilegal y, cuanto menos, antidemocrática, ya que no existe ningún mandato popular en ese sentido. Al suspender las labores parlamentarias por un período inusualmente largo (cinco semanas, en lugar de las dos o tres semanas tradicionales de cierre) y en una fecha decisiva, Johnson, en teoría, no dio un paso en falso en el plano constitucional. Pero su decisión fue percibida como un golpe antidemocrático, ya que evidentemente la oportunidad de esta medida no es casual: la suspensión de las labores parlamentarias comenzará el 10 de septiembre y terminará el 14 de octubre. Considerando que, a falta de acuerdo, Reino Unido saldrá de la UE el 1º de noviembre, la oposición no dispondría de tiempo para votar la legislación que impide una salida sin acuerdo. A través de esta medida de suspensión, Johnson deseó silenciar a la representación parlamentaria del país. La conmoción y la ira suscitadas por este acto son pues comprensibles.

«Volver a ser soberanos»: ese era el principal eslogan de los partidarios del Leave durante la campaña del referéndum de 2016. La mayoría de la gente está hoy convencida de que solo era un eslogan, otra promesa incumplida. Actualmente, las consecuencias económicas de un retiro no son más que otra promesa incumplida. Los partidarios de la salida le mintieron a la gente, prometiendo una inyección de fondos considerable en los servicios públicos (especialmente la salud), una vez que Reino Unido estuviera fuera de la UE. Algo que no sucederá.

Hoy ha quedado demostrado que la cuestión de la soberanía popular nunca estuvo en el orden del día. Johnson se convirtió en primer ministro, no tras haber ganado una elección, sino tras haber sido elegido por los miembros del Partido Conservador, mayoritariamente hombres, mayores, racistas y reaccionarios. Estos adherentes conservadores constituyen por lo demás el corazón del electorado pro-Brexit. Como la decisión de suspender las labores de la Cámara aumentan las posibilidades de una salida sin acuerdo (un escenario que la mayoría de los británicos rechaza), es posible pensar que lo que acaba de hacer Johnson es fundamentalmente antidemocrático y atenta contra el espíritu y el ejercicio de la democracia parlamentaria británica.

Johnson es un hombre que nació y se educó en el seno de la elite británica. Vive y forma parte de la oligarquía mediática-política-financiera, y no le importan las críticas que recibe. Es un hombre astuto, sin escrúpulos, racista, sexista e insensible a las injusticias. Pertenece a la categoría de los «populistas educados» (asistió a Eton, la escuela reservada a los niños de las elites del país), por oposición a los «populistas ignorantes» (Donald Trump, Matteo Salvini, Viktor Orbán). Se hace constantemente el gracioso, lo que le permitió cautivar y adormecer a parte de la población, así como conquistar a los medios de comunicación (que lo llaman familiarmente «Boris»). Así, pudo ganarse la simpatía de los electores de Londres, ciudad sociológicamente de izquierda, de la que fue, dos veces, un alcalde incompetente.

¿Qué quiere exactamente Boris Johnson? ¿Busca realmente una salida sin acuerdo como piensan muchos analistas? Nada menos cierto. El conservador es el candidato apoyado por los ricos, los oligarcas y las finanzas. Ninguno de estos grupos desea una salida sin acuerdo, sinónimo de turbulencias económicas, con consecuencias imprevisibles. El escenario ideal de los oligarcas, que Johnson se encargó de montar, es bastante claro: una salida con un acuerdo (aunque tenga que revisar vagamente el texto de May), la reelección de su aliado Trump, la continuación de políticas de librecambio agresivas que pasan por una ofensiva sin precedentes contra los derechos sociales de los trabajadores británicos y la destrucción de los servicios públicos.

Si este escenario ideal se concretara, Reino Unido se convertiría una vez más, tras la revolución thatcheriana, en el laboratorio europeo de una ofensiva antisocial de envergadura que se podría exportar luego al continente. Johnson podría basarse en una «Internacional del Brexit» de hecho, compuesta por gobiernos populistas de extrema derecha, todos ferozmente «antieuropeos» y anti-UE. Este escenario catastrófico precipitaría sin lugar a dudas la desintegración de la UE, y un ataque concertado contra los derechos sociales y las libertades públicas en toda Europa.

Suspendiendo el Parlamento, Johnson busca en realidad provocar a una oposición desunida y débil en el plano táctico y político. La responsabilidad recae principalmente en Jeremy Corbyn, el líder del Partido Laborista, principal partido de oposición. Corbyn, cuyo entorno político personal está compuesto de euroescépticos y partidarios del Brexit, llevó a cabo una campaña sin convicción, por ende, inaudible, por la permanencia en la Unión. Tras el referéndum, se desinteresó del tema justo cuando el Brexit se había vuelto una cuestión política esencial. Luego contó con una elección anticipada para llegar al poder y renegociar el acuerdo de May. Más tarde, desarrolló la noción de «ambigüedad constructiva», una línea política confusa que intentaba reunir a los sectores pro y anti-Brexit. Así, les dio la razón a los electores que habían votado por la salida y que apoyaron al Brexit Party en las elecciones europeas. Generó el descontento de su electorado que en su mayoría eligió a los liberales-demócratas, los ecologistas y al Partido Nacional Escocés, tres partidos claramente anti-Brexit. Los laboristas obtuvieron en la elección europea de mayo de 2019 su peor resultado electoral del último siglo: 14,1% (Partido del Brexit consiguió el 31,6% y Lib Dems el 20,3%).

Bajo la presión de su base militante, de su grupo parlamentario, pero también de su aliado más cercano, John McDonnell, ministro de finanzas en el gabinete en las combras, Corbyn aceptó finalmente entablar negociaciones con los partidos opuestos al Brexit a fines del mes de agosto. Pero la gestión, al parecer, habría llegado demasiado tarde: Corbyn goza de una muy mala imagen tanto en la derecha como en parte de la izquierda (ecologistas, nacionalismo escocés, Plaid Cymru galés). Es visto como una figura sectaria que divide, y un partidario poco confiable de la causa contra el Brexit.

Johnson, como populista aguerrido, se valdrá de la fibra nacionalista contra los opositores al Brexit, que serán presentados como traidores a la nación y agentes que se oponen a la voluntad popular. En el actual clima de tensión exacerbada, esta estrategia de alto riesgo podría resultar provechosa por dos razones. Por un lado, toda acción del Parlamento que demore la salida de la UE fortalecerá al núcleo duro del electorado pro-Brexit (un electorado integrado por personas mayores, de derecha, que vive en las zonas rurales, que concibe a Reino Unido como un país blanco y cristiano y se opone fuertemente al multiculturalismo).

Por el otro, la desunión de la oposición, su heterogeneidad (existen diferentes grados de oposición al Brexit), su debilidad táctica y la ausencia de un líder incuestionable en su seno, vuelven complicado el triunfo de una coalición de agrupaciones anti-Brexit en el marco de elecciones anticipadas en las que Johnson podría imponerse, en estas circunstancias. Ya que, si bien Johnson quiere salir de la UE, también quiere una mayoría en la Cámara para aplicar su «terapia de shock» antisocial.

Así, si la oposición parlamentaria dejara al gobierno conservador en minoría, eso no disgustaría a Johnson, quien se preparó para la batalla electoral. El primer ministro podría incluso ganar la mayoría (algo que señalan actualmente las encuestas) si logra, in extremis, cerrar un acuerdo con la UE. Los países miembros de la UE tienen mucho interés desde un punto de vista económico y político en un nuevo acuerdo (aunque deban hacerse algunas concesiones simbólicas al texto del antiguo acuerdo que sería revisado someramente). Desde luego, los gobiernos europeos están hartos de la saga del Brexit, pero temen ante todo una salida sin acuerdo.

¿Cómo se llegó a esta situación catastrófica? Primero, por la irresponsabilidad política de David Cameron, el primer ministro conservador que, para poner en vereda a su ala derecha euroescéptica, aceptó organizar un referéndum que pensaba ganar cómodamente. A fines de 2015, nadie hablaba de salir de la UE, y a la gente no le interesaba el tema en absoluto. Cameron puso el dedo en un engranaje fatal. El voto pro-Brexit que se expresó fue en parte un voto antiajuste, en favor de servicios públicos de calidad y un mayor poder adquisitivo; todas cuestiones que pertenecen a la esfera, no de la UE, sino de los Estados nacionales. Otro componente de este voto fue el racismo y la xenofobia, que Farage y algunos conservadores exacerbaron durante la campaña del referéndum.

Reino Unido, a diferencia por ejemplo de Francia, no tiene una Constitución escrita. Todo se basa pues en la jurisprudencia y las tradiciones. La democracia parlamentaria británica funciona bien en la medida en que sus principales actores estén animados por un espíritu de servicio público, tolerante, pluralista y liberal. Desde 2016, las personas a cargo del gobierno se encuentran entre los políticos más oportunistas que puedan imaginarse. En este tipo de circunstancias, la ausencia de reglas escritas puede crear una situación peligrosa para el buen funcionamiento del gobierno, pero también para la democracia en general. Con Johnson, un aventurero ególatra, los británicos se dan cuenta de que el hombre fuerte del momento puede hacer lo que quiera. Y ésa es, precisamente, la intención del ex alumno de Eton.


Fuente: https://blogs.mediapart.fr/philippe-marliere/blog/....

Traducción de Gustavo Recalde.



Newsletter

Suscribase al newsletter