Opinión
septiembre 2019

Rebelión democrática en Hong Kong ¿Quiénes son los que protestan?

Desde mediados de agosto, miles de hongkoneses se levantaron contra una ley que permitía las extradiciones a China. ¿Quiénes son y qué quieren realmente? ¿Por qué siguen las protestas?

Rebelión democrática en Hong Kong  ¿Quiénes son los que protestan?

¿Hasta dónde llegará la desobediencia civil para hacer ceder a las autoridades? El enorme movimiento de protesta en Hong Kong, inicialmente moderado en sus formas de acción, parece cada vez más proclive a los métodos más radicales, lo que dice mucho sobre la exasperación social y política, y también sobre la politización de la sociedad. Cuantos más tiempo pasa, más crece la influencia de Beijín y menos aceptan los hongkoneses la idea de tener que someterse al gobierno central chino.

Estudiantes, por supuesto, pero también jóvenes trabajadores, jubilados, abogados, empleados de finanzas, trabajadores del subterráneo, personal sanitario, directivos, comerciantes y empresarios, una larga lista de categorías socioprofesionales se ha unido al movimiento de desconfianza contra Beijing. Desde las zonas populares de Tuen Mun o Shatin hasta los sectores más acomodados de la isla de Hong Kong, todos los barrios del territorio de 1.100 km2 están implicados en esta protesta intergeneracional provocada por un proyecto de ley sobre extradiciones a China. Y mientras Beijing intensificaba su retórica, más de 1,7 millones de personas, la cuarta parte de la población, enfrentaron nuevamente su autoridad el domingo 18 de agosto y están dispuestas a repetirlo, convocadas por el Frente Civil de Derechos Humanos. Y se están preparando otras huelgas.

La jefa del Ejecutivo hongkonés, Carrie Lam, acusa desde el principio a los jóvenes de primera línea de ser unos alborotadores y de desestabilizar la economía de Hong Kong. «Es falso. La mayor parte de los manifestantes son pacíficos y moderados», criticaba el domingo 18 de agosto un jubilado que participaba en la gran marcha. «Carrie Lam se obstina en su arrogancia y sus falsos argumentos, lo que explica también por qué hay tanta gente movilizada, y no todos tienen 20 años», explicaba este cartero retirado. La protesta actual está « lejos de ser un simple movimiento estudiantil. La crisis es muy profunda. Aunque yo desapruebo a veces ciertos métodos de los manifestantes y que algunos hayan podido sobrepasar los límites, apoyamos su lucha».

Es el mismo discurso que mantienen tres jóvenes treintañeras que participan en las recientes movilizaciones, interesadas en política solo desde primeros de junio. «El Gobierno se empeña en no responder a nuestras demandas [la retirada del texto sobre las extradiciones, una investigación independiente sobre la actuación policial y sufragio universal] y eso explica la radicalización del movimiento y sus métodos». Y también un aumento de la participación.

Un estudio publicado a mediados de agosto por investigadores de cuatro universidades de la ex colonia británica permite elaborar el perfil de los participantes en el transcurso de 12 manifestaciones, grandes concentraciones y manifestaciones móviles y estáticas. Los más representados son el grupo de edad de 20 a 29 años (49%), seguido del de 30 a 39 años (19%), los mayores de 40 años (16%) y los de menos de 20 años (11%).

Desde comienzos de la primavera, una parte de los hongkoneses se han alzado contra el proyecto de ley sobre extradiciones porque, según ellos, pone en peligro los valores fundamentales del territorio semiautónomo y también sus ventajas económicas. Autorizar que se ponga a la gente a disposición de la justicia china, opaca y corrupta, sería un golpe a la independencia de la justicia hongkonesa y al atractivo de su economía para las empresas del mundo entero. Al negarse las autoridades a transigir, el movimiento fue evolucionandoen sus métodos, sus reivindicaciones y su participación.

Según ese estudio universitario publicado a mediados de agosto, el 50% de los manifestantes se considera de clase media y el 41% de clase trabajadora. A finales de julio, por ejemplo, más de 600 funcionarios (bien pagados en comparación con el sector privado) rompieron su reserva y firmaron una petición que denunciaba la gestión de la crisis por el gobierno y sobre todo por la policía y poco después, el 2 de agosto, 40.000 de ellos (sobre un total de casi 180.000) se manifestaron pese al riesgo de sufrir sanciones.

«La policía llama ‘cucarachas’ a los manifestantes»

Los profesores prevén no empezar las clases en septiembre para hacer valer su «responsabilidad en la educación y la protección de las jóvenes generaciones». Por otra parte, un hecho insólito, abogados han organizado ya dos veces marchas silenciosas para denunciar procedimientos judiciales a menudo políticos y que atentan contra la independencia del sistema judicial garantizado por el principio de «un país, dos sistemas» [negociado en el momento de restitución de la ex colonia a China]. Citaban especialmente el caso de un estudiante detenido por «tenencia de armas» cuando llevaba un bolígrafo con puntero láser.

Pero si este movimiento popular perdura puede afectar a la estabilidad de la plaza financiera hongkonesa, que es al mismo tiempo una verdadera puerta para China hacia la economía mundial y un lugar privilegiado para las inversiones de los oligarcas chinos. En consecuencia, la semana pasada Beijing elevó el tono amenazando con un boicot a las empresas que apoyen las protestas. La compañía aérea hongkonesa Cathay Pacific ha servido de ejemplo. Cathay había sido objeto de la ira de los nacionalistas chinos después de que algunos de sus 27.000 empleados participaran en las manifestaciones por la democracia o expresaran o su apoyo al movimiento. El resultado fue que fueron despedidos dos pilotos y su presidente cesado.

A pesar de los riesgos, ¿cómo se explica que unas categorías socioprofesionales tradicionalmente moderadas y apolíticas se unan a la protesta? «La causa inmediata del enfado de la gente es la violencia policial», apunta Benson Wong, un politólogo hongkonés independiente.

El 21 de julio marcó un cambio decisivo y se acentuó la fractura en la sociedad. Ese día, un centenar de hombres armados con palos atacaron a manifestantes en Yuen Long, al norte de los Nuevos Territorios, cerca de la frontera con China. La policía no intervino, lo que para muchos se trata de una señal de connivencia entre las fuerzas del orden y las mafias.

«La policía nos llama a los manifestantes ‘cucarachas’, nos deshumaniza y dispara de cerca sobre los manifestantes», denunciaba una madre que se manifestaba con su hijo. Otros residentes y comerciantes están también ofuscados por el lanzamiento de gases lacrimógenos en zonas turísticas y centros comerciales o cerca de los edificios de viviendas. «Los métodos de la policía de Hong Kong ya se parecen a los de la policía china y eso es intolerable. Aquí no estamos en China», dice la mujer, indignada.

Del mismo modo, las autoridades se han negado varias veces a conceder autorizaciones para manifestarse argumentando cuestiones de orden y seguridad. Eso ha caldeado los ánimos y llevóa miles de personas, familias y jubilados incluidos, a participar en concentraciones ilegales –a pesar del riesgo de persecuciones judiciales– para defender el derecho básico de manifestarse y expresar su adhesión a los derechos constitucionales. «Estamos relegados a manifestarnos por la defensa de los derechos humanos y nuestras libertades cívicas básicas», resumía en la zona de Causeway Bayla señora Wong, profesora de piano de 36 años.

«Mucha gente piensa que la violencia no viene de los manifestantes, sino de la policía. A pesar de que en el pasado condenaban incondicionalmente la violencia, cada vez más hongkoneses piensan ahora que es necesaria para protegerlos y para presionar al gobierno para que acceda a sus demandas», sostiene Benson Wong. Para él, «parte de la sociedad civil no participa activamente del movimiento, pero lo comprende e incluso se adhiere a él».

Mientras, el gobierno local trata como puede de dar la vuelta a una parte de la opinión, no sólo prometiendo el oro y el moro de una mayor integración con China, sino sobre todo a través de la gigantesca región de la Gran Bahía que va desde Honk Kong hasta Macao y Cantón, y la generación de millones de empleos y enormes beneficios.

El ministro de Finanzas hongkonés anunció subvenciones a las guarderías, reducción del impuesto sobre los salarios, ayudas en las facturas de electricidad y otros gestos en favor de la población además de tantos otros atractivos para los mayores, los más jóvenes y los más desfavorecidos. Ha prometido también reducción del precio de los alquileres y otras ayudas financieras a las pequeñas y medianas empresas que representan cerca de la mitad de los empleos y empiezan a padecer la crisis actual, en especial los sectores de la distribución, la restauración y el turismo.

«En Hong Kong, la distribución de ingresos solo beneficia a ciertos sectores de la sociedad», subraya Benson Wong. «Es la política del divide y vencerás. Mientras, en Macao [la otra región administrativa especial de China] las autoridades locales cuidan a todos los ciudadanos, residentes permanentes o no », quienes reciben, cada uno, el equivalente a 10.000 patacas al año (1.100 euros) en ayudas públicas.

Pero eso, sin duda, no bastará para calmar la exasperación de los hongkoneses. Desde 2014 sobre todo, el fracaso relativo del «Movimiento de los Paraguas» llevó a mucha gente a abandonar la idea de protestar, por miedo a enfrentarse a la ira de las autoridades chinas. La protesta actual les ha vuelto a dar esperanzas y les ha mostrado que una movilización popular podría hacer recular a Beijing.


Este artículo fue publicado originalmente en Mediapart con el título «Una cuarta parte de la población protesta en Hong Kong: ¿quiénes son?.

Traduccion: Miguel López. Edición: Irene Casado Sánchez.


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