Opinión

Presidenciales en Colombia: ¿polarización o deterioro de la conversación política?


mayo 2018

La polarización política consiste en la ampliación de la divergencia y el consecuente desplazamiento hacia los extremos ideológicos. Pero cuando se intensifica, el centro tiende a reducirse, y eso no ocurre en Colombia, al menos hasta 2016.

<p>Presidenciales en Colombia: ¿polarización o deterioro de la conversación política?</p>

Este artículo forma parte del especial «Elecciones Colombia 2018: despolarización y desinformación» producido en alianza con democraciaAbierta.

La polarización política es un fenómeno que, en términos generales, consiste en la ampliación de la divergencia entre actitudes políticas y el consecuente desplazamiento de estas actitudes hacia los extremos ideológicos.

En un escenario de esta naturaleza, las voces de centro o aquellos con visiones políticas mezcladas pierden visibilidad, poder e influencia.

En ocasiones, y cuando los partidos políticos son fuertes, esta división se puede manifestar como un fortalecimiento de los sectores extremos de los partidos y/o como un aumento de la distancia ideológica que existe entre los mismos.

Este es el caso particular de Estados Unidos, donde el denominado «republicano medio» y el «demócrata medio» se han ido alejando a gran velocidad el uno del otro durante la última década.

Colombia elige este año nuevo presidente y este proceso electoral ha puesto sobre la mesa la discusión sobre la polarización. Muchos sugieren que nunca antes la política colombiana había sido tan hostil en el uso del discurso político y que nunca antes las plataformas políticas y las propuestas ideológicas habían estado tan alejadas las unas de las otras. «Somos un país profundamente polarizado» es una frase que se oye múltiples veces en la discusión pública nacional.

Pero, ¿es realmente Colombia un país polarizado políticamente? ¿Cuánta de esta supuesta «nueva» polarización no lo es tanto? ¿Cuánto de lo que se percibe como puro y físico «escándalo de redes sociales» y altisonancia en las declaraciones es verdadera polarización? ¿Qué tanto de lo que pasa en las actuales elecciones es más un proceso de diversificación y pluralización de la oferta política y qué tanto es polarización?

Lo primero que hay que decir es que no es posible responder estas preguntas con contundencia porque en Colombia no hay una medición estricta de variables que se aproximen al fenómeno de la polarización tal como ha sido definido en este texto.

Hay encuestas, como la del Barómetro de las Américas, que mide algunas actitudes políticas de la población colombiana, y a pesar de que de ellas podrían derivarse algunas conclusiones sobre la polarización, no están diseñadas para medirla.

Adicionalmente, en el caso del Barómetro, solo hay resultados disponibles hasta 2016 y no sería posible decir algo sobre el estado de la polarización hoy con base en esos datos.

Finalmente, otro factor que dificulta la medición de la polarización es la profunda crisis de los partidos políticos en Colombia, lo que hace que la polarización política no pase necesariamente por su actividad omo partidos (a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos).

De hecho, al iniciarse la contienda electoral, 11 candidatos se presentaron a la elección con el respaldo de firmas1 y tan solo dos lo hicieron con el respaldo de su partido político, de manera que, si hay polarización, es posible que se trate de una división político-ideológica que no necesariamente se traslape con la cada vez más borrosa y poco significativa división entre partidos políticos. Eso hace aún más difícil la tarea de identificarla y medirla.

El resultado de esta falta de diagnóstico es que la intuición puede dictarnos que sí hay polarización política, pero no sabemos ni cuánta, ni qué tan nueva es, ni a través de qué líneas o temas opera: ¿se trata de una polarización entre tendencias liberales y conservadores ampliamente definidas? ¿O más bien de una más clásica división entre izquierda o derecha? ¿Es una combinación de ambas?

En el caso de la división izquierda-derecha el panorama es más claro gracias a una de las preguntas del Barómetro de las Américas que le consulta a los colombianos dónde se sitúan entre 1 (extrema izquierda) y 10 (extrema derecha). La evolución histórica arroja los siguientes resultados:

Los que se identifican de izquierda han aumentado, los que se identifican de derecha han decrecido. También los que se identifican de centro han aumentado, aunque muy ligeramente.

La definición de polarización expuesta al inicio de este texto sugiere que cuando la polarización se intensifica, el centro tiende a reducirse y eso no pasa en Colombia, al menos hasta 2016. Solo a partir de este dato, es posible sugerir que la polarización en el país parece no ser como la pintan.

Otro dato interesante del Barómetro es que el espectro izquierda-derecha no parece corresponderse con temas sociales o de «principio» que vayan más allá de lo puramente político. Por ejemplo, el 16,5 por ciento de la población colombiana se define de izquierda, pero está en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo.

Sucede algo similar en temas como la eutanasia, el consumo de drogas ilícitas y el divorcio. Así que puede que el número de colombianos que se expresan consistentemente como de izquierda haya crecido, pero ello no implica un mayor nivel de polarización (de nuevo, al menos hasta 2016) en la medida en que las diferencias políticas aún se concentran en temas muy concretos y no logran permear las posiciones en temas sociales.

Ahora bien, es posible especular que este fenómeno se deba a la llegada de figuras políticas a la campaña del Centro Democrático (el partido político de derecha que lidera el expresidente Álvaro Uribe y cuyo candidato a la presidencia es Iván Duque) con representación religiosa firme, como Viviane Morales (representante de las iglesias cristianas) y el exprocurador Alejandro Ordoñez (practicante de una de las versiones más conservadoras del catolicismo).

Pero aún es pronto para saber si este alto componente religioso en las filas de la derecha producirá o no mayores niveles de polarización.

Pero no sabemos mucho más sobre cualquier otro tipo de división alrededor de la cual se pueda estar consolidando la polarización. Es difícil saber, por ejemplo, si se trata de un desacuerdo entre liberales y conservadores ampliamente definidos.

En Colombia, los partidos tradicionales fueron el Liberal y el Conservador y ello genera grandes confusiones y mucho ruido a las empresas encuestadoras en caso de que opten por preguntar si la gente se identifica políticamente con una ideología denominada «liberal» o «conservadora» y que poco o nada tiene que ver con esos partidos hoy en día. Así que no es frecuente encontrar en las encuestas una pregunta que indague por este tipo de filiación.

Otro indicador que podría dar señas sobre la intensificación de la polarización política en Colombia es el eventual crecimiento de la antipatía por los contendientes; o, en otras palabras, la medida en que han crecido las opiniones desfavorables de unos hacia aquellos que están en el otro lado del espectro político.

Aunque no conozco un intento de medición a través de encuestas de este indicador, creo que la dinámica de la conversación política colombiana sí puede sugerir que este es probablemente el espacio donde más evidente se hace la polarización.

Peligrosamente, las menciones a los contendientes políticos hacen referencia a la dinámica del conflicto armado colombiano: de un lado, a la derecha se la califica de «paramilitar» y del otro, a la izquierda se le califica de «guerrillera». Para la derecha, el centro es tibio e indeciso, y para la izquierda es un tipo de derecha que está en el armario.

Así las cosas, no es difícil explicar las dificultades que han experimentado las candidaturas de centro (las de Sergio Fajardo y Humberto de la Calle) en construir y difundir un mensaje político concreto y consistente y consolidarse como las favoritas en la actual contienda electoral.

Si bien hay otra parte de la conversación que está lejos de los extremos anteriormente descritos, la impresión que tengo es que tiende a sofocarse en medio de los gritos y las acusaciones de un lado y del otro.

Es decir, el debate que tiene lugar entre políticos, analistas e incluso ciudadanos activos en redes sociales tiende a moverse con mucha facilidad entre los extremos. Por eso mismo, el espectro de discusión en el centro es probablemente el espacio en donde se siente más la polarización política.

Pero también habría que preguntarse si son las personas (políticos y simpatizantes) que están en los extremos las que hacen un esfuerzo más grande para que se oiga su opinión política. Las que hacen más ruido.

En esa medida, también cabe preguntarse si el centro no es más pequeño o menos poderoso, sino simplemente es menos vocal. De nuevo, no hay muchos datos aquí pero una mirada rápida al comportamiento de las redes sociales en Colombia tendería a corroborar esta tesis y ello, obviamente, aumenta la sensación de una discusión política polarizada aunque al final, los resultados electorales puedan decir otra cosa.

También sería interesante observar en qué medida se han ido formando y generalizando lo que el Pew Research Center denomina «silos ideológicos». Es decir, en qué medida ocurre una segregación de facto, que lleva a que los colombianos se aíslen junto a personas, y en lugares particulares, en donde solo se comparten sus opiniones políticas.

Este indicador intenta medir, parcialmente, qué tan tolerantes somos a preferencias políticas distintas o qué tanto optamos por rodearnos de personas que piensan igual a nosotros. En la medida en que, como lo sugerí antes, aún no hay clusters de temas amplios coherentes que vayan más allá de lo político a lado y lado del espectro político, es posible que en Colombia todavía no se hayan consolidado estos «silos ideológicos» tan fuertemente como lo han hecho en Estados Unidos.

Las posibles explicaciones

Si suponemos entonces que, a pesar de la escasez de datos sobre actitudes políticas, podemos confiar en la intuición que resulta de seguir el debate político colombiano y, así, afirmar que nos encontramos en un debate electoral atípico y polarizado, la pregunta obvia es ¿qué ha provocado este cambio? ¿Por qué hoy nos encontramos en un escenario tan polarizado?

Me arriesgo aquí a elaborar varias hipótesis para la discusión, dos de las cuales están íntimamente ligadas con el reciente proceso de paz que culminó en la finalización del conflicto armado entre las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, la guerrilla más importante en el país) y el Estado colombiano.

El primer argumento es justamente que el proceso de paz produjo un efecto contraintuitivo: en lugar de aglutinar a la sociedad colombiana alrededor de un objetivo común, terminó por dividirla profunda y casi irremediablemente.

La manifestación más elocuente de esta división son justamente los resultados del plebiscito de 2017 que le preguntó a los colombianos, una vez terminada la negociación de paz en La Habana, lo siguiente: «¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?».

La votación fue del 37,43 por ciento (votaron 13.066.047 ciudadanos), 49,78 por ciento contestó que Sí y 50,21 por ciento contestó que No.

En efecto, desde 2012 (año en que se iniciaron las negociaciones) hasta hoy, la discusión política ha estado monopolizada por este tema y por la división que genera. Incluso los candidatos a las actuales elecciones presidenciales se diferencian principalmente por su nivel de apoyo o cuestionamiento a los acuerdos de paz.

Mi segundo argumento sugiere que podemos estar confundiendo la polarización con un fenómeno que luce similar a simple vista pero es muy diferente. Sugiero que el final de la guerra con las Farc, una guerrilla revolucionaria de carácter marxista, abrió un espacio político para la izquierda que había estado clausurado en el pasado y que ha ampliado el espectro político-ideológico en el cual se mueve la política electoral colombiana.

Una de las estrategias de la clase política tradicional para doblegar y marginalizar a los movimientos sociales, y a la izquierda legal, fue sugerir sistemáticamente que estos eran sectores vinculados a la izquierda armada ilegal.

Ello no solamente puso a la izquierda en riesgo constante y le obligó a militar sin hacer mucho ruido, sino que adicionalmente la deslegitimó ante los ojos del votante colombiano. Esto facilitó que la política electoral colombiana se moviera entre el centro y la derecha, que la competencia electoral se mantuviese restringida y que no se expusiesen diferencias de fondo.

La actual contienda electoral rompió de un solo tajo con ese consenso de centro-derecha imperante en el país y ha puesto en la mayoría de las encuestas al candidato de la izquierda, Gustavo Petro, como segundo en la intención de voto hasta el momento. La izquierda, en un lapso cortísimo, dejó de ser minoritaria.

Ello ha implicado una transformación de fondo de la discusión política y ha obligado a la clase política tradicional a lidiar con temas nuevos y con disensos sustanciales. Para ponerlo en otros términos, la discusión de hoy es más diversa, se ha ampliado el continuo ideológico en el que se movía y ha incorporado posiciones que no eran visibles en debates electorales pasados.

La reacción de los políticos tradicionales frente a este cambio, mientras se adaptan, puede ser más visceral y menos propositiva (al fin y al cabo la «amenaza» de que la izquierda llegue al poder no es subestimada por ellos) y ello puede ser la causa de un discurso político más beligerante y en ocasiones violento.

Entonces, claro, las posiciones políticas lucen unas más alejadas de las otras pero ello puede ser resultado del proceso de diversificación y pluralización del sistema político colombiano. Si ese es el caso, estas son buenas noticias y lo que hoy los colombianos entendemos como polarización puede ser un espejismo.

Más bien estamos frente a un proceso de profundización y consolidación de nuestra democracia, un efecto perfectamente predecible del fin del conflicto armado.

Para terminar, hay que tener en mente dos factores adicionales: para empezar, en Colombia cada vez más la agenda social tiende a fundirse con la política. Temas como los derechos de la población LGBTI, los derechos de las mujeres (v.gr. el aborto), el consumo de drogas y otros por el estilo, tienden a ser cada vez más discutidos; frente a eso, el muy conservador consenso colombiano que rodea estos asuntos ha empezado a quebrarse.

Así las cosas, es probable que estos temas estén empezando a acomodarse en clusters junto con los temas políticos y ello alimente la polarización hacia el futuro. Aquí, las visiones intermedias o mezcladas son difíciles de diseñar y ello puede ir en contra del centro y reducir sus fortalezas.

En segundo lugar, las redes sociales pueden no ser una causa de la polarización, pero definitivamente sí un mecanismo facilitador. Y en Colombia, esta condición se acentúa porque escasean los medios de comunicación que quieran hacerles contrapeso a las redes sociales y contribuir a «civilizar» y poner en sus justas proporciones el debate político.

En ocasiones, el bajísimo nivel de credibilidad de los medios nacionales los ha llevado a reproducir las batallas campales de las redes sociales para aumentar el rating.

Todo lo anterior sumado a que la política del extremo es más fácil de presentar que los grises del centro, y a que activa emociones que mueven electoralmente a la gente, nos ha llevado a un escenario en el que la conversación política no obedece muchas veces ni a la más elemental cortesía.

La gran pregunta es si los términos muy poco deseables de la discusión electoral colombiana equivalen necesariamente a una profundización inusual de la polarización y a la gestación de unas diferencias de fondo que estén ahogando visiones mixtas y más pragmáticas. La pregunta sigue abierta porque al día de hoy, contamos con tantas pistas como información incompleta.

  • 1.

    Según la Ley 130 de 1994, los grupos de ciudadanos podrán postular candidatos con el respaldo de firmas “equivalentes al menos al veinte por ciento del resultado de dividir el potencial electoral por el número de escaños de la respectiva circunscripción. En ningún caso se exigirán más de 50 mil firmas”. En 2005 se modificó este umbral para las elecciones presidenciales y se estableció como mínimo un número de firmas equivalente al tres por ciento del total de los votos válidos de la anterior elección presidencial.

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