Opinión
septiembre 2023

Populismo: América Central también existe

El libro colectivo El populismo en América Central. La pieza clave para comprender un fenómeno global (Siglo XXI, 2023) se propone llenar una ausencia: la de la región centroamericana (y caribeña) en los análisis comparativos sobre los fenómenos populistas, una cuestión fundamental de la política actual.

<p>Populismo: América Central también existe</p>

En los últimos años, explotó la producción académica sobre el populismo. Incontables libros se dedicaron al tema, explorándolo desde una multiplicidad de ángulos. Además de las cuestiones relacionadas con los partidos políticos1, publicaciones recientes analizaron su economía política2, su relación con los sistemas de valores culturales3, su impacto en los sistemas políticos, su relación con los medios de comunicación4, su dimensión performativa5. 

Esta ampliación del campo se construyó sobre una base de estudios que ya son clásicos. En 2005, Ernesto Laclau publicó La razón populista, libro que resultó un parteaguas. Francisco Panizza inauguró ese mismo año un renovado interés por el estudio comparado de los populismos con la edición del libro colectivo Populism and the Mirror of Democracy [El populismo y el espejo de la democracia](Verso, 2005). Con ese propósito se publicaron también Populism in Europe and the Americas: Threat or Corrective for Democracy , [Populismo en Europa y en las Américas: amenaza o correctivo para la democracia], dirigido por Cas Mude y Cristóbal Rovira Kaltwasser (Cambridge UP, 2012) y Populism in Global Perspective: A Performative and Discursive Approach [El populismo en perspectiva global. Un enfoque performativo y discursivo], editado por Pierre Ostiguy, Francisco Panizza y Benjamin Moffitt. Estas obras con alcance interregional y global contienen estudios de caso y analizan el populismo en Palestina, Yugoslavia, Sudáfrica, Grecia, Bélgica, Canadá, República Checa, México, Austria, Venezuela, Perú, Eslovaquia, Argentina, Australia, Bolivia, Brasil, Ecuador, Francia, Hungría, Italia, Kenia, Holanda, Nueva Zelanda, Perú, Filipinas, Suiza, Tailandia, Uganda, Estados Unidos, Zambia, África, Australia, Europa del Este, Asia del Este, la India, los Estados postsoviéticos, Europa occidental y Turquía. 

Frente a esta abundancia de contenido, aparece como válida la pregunta el sentido de un libro más sobre el populismo. ¿No será además doblemente redundante, ya que trata incluso de populismo en una subregión de América Latina? Es sabido que la historia del subcontinente delimitado por el río Grande hacia el sur está marcada por el populismo, y que muchos de los textos fundamentales sobre el tema se escribieron en él o sobre él. ¿Queda algo por decir del populismo en esta región? En nuestra opinión, la respuesta es clara: no solo queda mucho por decir, sino que es una tarea crucial decirlo en este momento histórico, cuando la moneda del cambio político parece estar dando vueltas en el aire y no se sabe bien de qué lado caerá. 

La producción latinoamericana sobre el populismo es abundante y compleja. Moira Mackinnon y Mario Petrone fueron precursores con Populismo y neopopulismo en América Latina (Eudeba, 1998). Kurt Weyland, Carlos de la Torre, Gerardo Aboy Carlés y Hernán Ibarra publicaron Releer los populismos (CAAP, 2004). Flavia Freidenberg publicó La tentación populista (Síntesis, 2007), el mismo año en que Julio Aibar Gaete coordinó Vox populi. Populismo y democracia en Latinoamérica (Flacso México, 2007). Carlos De la Torre y Cynthia J. Arnson editaron Latin American Populism in the Twenty-First Century [Populismo latinoamericano en el siglo XXI](Woodrow Wilson Center Press / Johns Hopkins UP, 2013). Más recientemente, Graciela Di Marco, Ana Fiol y Patricia Schwarz abrieron una línea de indagación novedosa con Feminismos y populismos del siglo XXI (Teseo, 2019). 

Sin embargo, no abundan los estudios sobre América Central. Cuando comenzamos este proyecto, hicimos un esfuerzo para reunir la producción publicada sobre el populismo centroamericano en perspectiva comparada y nos encontramos con que es escasa, casi inexistente. Hay dos excepciones. La más notable es el libro de Virgilio Álvarez Aragón y Edmundo Urrutia, Sobre populismo y democracia en América Latina (Flacso Guatemala, 2010), producto de un seminario internacional realizado por Flacso Guatemala, que focaliza sus reflexiones regionales casi exclusivamente en los casos de El Salvador, Guatemala y Honduras. La otra excepción es Populism in Latin America [Populismo en América Latina], de Michael Conniff (The University of Alabama Press, 1999), que incluye un pequeño capítulo sobre Arnulfo Arias en Panamá. 

Por un lado, podría pensarse que en esta escasez de estudios hay una continuidad respecto de la poca relevancia que se le da a la política del istmo en la investigación que se supone global o latinoamericanista. Es usual que libros que se presentan como estudios comparados sobre «Latinoamérica» se circunscriban en realidad a América del Sur. Entonces, América Central no está adecuadamente representada ni como parte de una discusión más amplia sobre la realidad latinoamericana, ni tampoco como una subregión con problemáticas específicas. Excepcionalmente, Weyland (2012) menciona Costa Rica como ejemplo para ilustrar el rol de los partidos políticos fuertes para obstaculizar la aparición de liderazgos populistas6, y Pierre Rosanvallon, en El siglo del populismo. Historia, teoría, crítica (Manantial, 2020) incluye Nicaragua como uno de sus ejemplos de gobiernos populistas. 

Este fenómeno podría responder a distintas causas. Podría decirse, por ejemplo, que en los últimos tiempos los estudios sobre América Latina se centraron en los casos del llamado «populismo radical» en Venezuela, Ecuador y Bolivia y que, al no haber otros igualmente radicales en América Central y el Caribe, está justificada la ausencia de esta región. Sin embargo, los estudios mencionados incluyeron casos no radicales como el de Ollanta Humala en Perú, Álvaro Uribe en Colombia, Andrés Manuel López Obrador en México y Carlos Ibáñez en Chile. 

También se podría pensar que el neopopulismo neoliberal latinoamericano de la década de 1990 fue un fenómeno exclusivo del Cono Sur y la región andina, con Carlos Menem en Argentina, Fernando Collor de Mello en Brasil, Alberto Fujimori en Perú o Abdalá Bucaram en Ecuador. Sin embargo, se podría dudar de esta premisa, toda vez que durante esa misma década los países de América Central y algunos en el Caribe tuvieron gobiernos que abrazaron con entusiasmo el neoliberalismo, lo que hace muy probable que existan coincidencias en los procesos políticos que lo sustentaron. 

Quizá se podría explicar la ausencia de América Central y el Caribe en estos estudios por el tamaño de los países de la subregión. Sin embargo, en estas importantes publicaciones se incluyeron algunos países con población bastante pequeña como Bélgica, Austria, República Checa y Ecuador, similar a la de, por ejemplo, Honduras o Guatemala. Tampoco parece poder explicarse por el grado de desarrollo de las economías de los países estudiados, ya que evidentemente las publicaciones versaron sobre países subdesarrollados. 

Entonces, la historia y la política centroamericana suelen ser subsumidas en una idea de «Latinoamérica» que, en realidad, solo abarca «Sudamérica», e incluso la mayoría de las veces privilegia los países del Cono Sur y Brasil (aunque con frecuencia incluye México). Se supone tal vez que América Central solo sigue o replica tendencias o procesos propios de la región en su conjunto. 

Sin embargo, una mirada superficial a la historia latinoamericana marca que América Central y el Caribe de ninguna manera siguen las tendencias políticas de sus vecinos del Sur (o del Norte), sino que, por el contrario, a menudo las inauguran o marcan hitos. La historia del populismo latinoamericano no puede comprenderse sin reconocer el impacto que tuvieron en él hechos como la destitución de Jacobo Árbenz Guzmán en Guatemala, el discurso católico y antiliberal de Rafael Calderón Guardia en Costa Rica o el antiimperialismo de Omar Torrijos en Panamá. Árbenz Guzmán fue derrocado por un golpe de Estado en 1952, tres años antes de que lo mismo sucediera con Juan Domingo Perón en Argentina. Podría afirmarse, entonces, retomando a Greg Grandin (2007), que 1952 marcó el inicio de una época de legitimación de la violencia política para eliminar a los líderes populistas. Por otra parte, es sabido que Ernesto «Che» Guevara se encontraba trabajando como médico rural en Guatemala cuando sucedió la destitución de Árbenz Guzmán; así, sería posible afirmar, como lo hace Ernesto Semán (2017), que el evento de más profundo impacto en la política latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX, la Revolución Cubana, es hija directa del desencanto de los jóvenes activistas con las posibilidades de la democracia populista frente al fin de la experiencia guatemalteca. Más adelante en el tiempo, en América Central se produjeron y refinaron las metodologías de represión política antipopulista, que se expandirían luego por todo el continente. 

Para decirlo sintéticamente: leeremos mal la historia política de toda América Latina si no ponemos América Central en el centro. Este es el propósito del presente libro: poner el foco sobre las raíces, la vigencia, y las frustraciones del populismo en las experiencias históricas propias del istmo. Precisamente, nos preguntamos cuáles son las características del populismo en América Central y qué aportan sus casos a la comprensión del populismo latinoamericano y global. 

Además de las razones históricas, resulta imperativo escribir un libro sobre el populismo en América Central con foco en la política contemporánea. Para empezar, no es cierto que el populismo no existe en el istmo. El presidente hondureño Manuel Zelaya dio un abrupto giro en su proyecto político que lo vinculó a la ola de izquierda populista bolivariana hasta su derrocamiento en 2009. Ricardo Martinelli, que fue presidente de Panamá, también puede considerarse populista, y su ascenso prefiguró la escalada populista en la región. La ola actual es innegable. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, anunció en septiembre de 2022 que tenía intenciones de competir por la reelección a pesar de que está prohibido en la Constitución de ese país. Ese mismo año, Costa Rica, que durante casi un siglo fue considerado un modelo de democracia partidaria, eligió a Rodrigo Cháves, un populista, en medio del desplome de su sistema de partidos. En Nicaragua, el ex-comunista Daniel Ortega parece haber completado su viraje ya franco hacia un régimen autoritario; las acusaciones de populista ya son rutina. 

Realizar esta tarea de una manera que de cuenta acabadamente de la riqueza política de la región no es fácil. Se requieren resguardos epistemológicos. El primero es tratar cada uno de los casos aquí analizados con el nivel de detalle que se merece. El segundo es no extrapolar acríticamente nociones teóricas que fueron generadas para otras latitudes. Esto puede resultar obvio en cuanto a las teorías del populismo creadas a partir de los casos europeos, pero es necesario ser igualmente cuidadosos con la traslación de categorías generadas para pensar, por ejemplo, la Argentina o el Brasil de la segunda posguerra. 

(…)


Los orígenes sociológicos del populismo latinoamericano: la teoría de la modernización y el enigma del populismo en América Central 

Para contestar cuál es el enfoque más adecuado para estudiar los populismos de América Central, tal vez valga la pena retornar al principio: la teoría de la modernización. Como su nombre lo indica, para los pensadores de esta corriente el populismo era una consecuencia de la modernización económica de la región y su ingreso, acelerado pero incompleto, a la era industrial. En aquellos países que habían logrado formar cierta base a partir de la sustitución de importaciones (Argentina, Brasil, México), el naciente desarrollo fabril dio origen a una clase obrera industrial, urbana, mayoritariamente compuesta de migrantes internos que dejaron sus regiones campesinas para mudarse a los nuevos cinturones urbanos fabriles de Buenos Aires, San Pablo, Ciudad de México o Lima. Sin embargo, lo que podría haber sido una historia de modernización e industrialización exitosa que llevara al catch-up definitivo de la región con los países del Atlántico Norte terminó, para estos autores, en una frustración histórica. Estos populismos se identificaron con una intervención de gobierno de «matriz estadocéntrica», con mayor participación estatal en la economía, redistribución del ingreso y algunas políticas del Estado de Bienestar. 

La teoría de la modernización analiza el populismo latinoamericano a partir de tres supuestos. El primero es que el desarrollo político «normal» debe resultar en un sistema político organizado alrededor de partidos de masas programáticamente definidos según clivajes de clase (partidos socialdemócratas versus conservadores); el segundo, que el populismo es una patología específica de la política latinoamericana que, como un virus, impidió el «normal» desarrollo político. El tercero, que el surgimiento de líderes personalistas, carismáticos y clientelares es el principal obstáculo para el desarrollo político de la región. 

Los teóricos latinoamericanos de la modernización fueron gigantes del pensamiento sociológico, que ubicaron la ciencia política latinoamericana en la primera línea mundial. Sus hallazgos también estuvieron permeados por su carácter inductivo. Sin embargo, América Central estuvo curiosamente ausente de sus análisis. La razón de esta ausencia no puede ser la falta de exponentes: los casos estudiados fueron contemporáneos de Jacobo Árbenz Guzmán, Rafael Calderón o Arnulfo Arias. ¿Cuál sería el lugar del istmo en esta teoría si se lo hubiera tomado en cuenta? O a la inversa, ¿cuán distintos habrían sido los hallazgos de esta teoría si hubiera tenido en cuenta los populismos centroamericanos? Probablemente, por ejemplo, los teóricos habrían podido complejizar la idea de «modernización» para imaginar que existen diversos trayectos en ese proceso, que determinan diferentes puntos de llegada, populistas y no populistas. Asimismo, tal vez podría haberse percibido décadas antes que los populismos no surgen solo y necesariamente en países con mayoría de población trabajadora industrial urbanizada, que pueden existir populismos de base campesina, y que los populismos no siempre son distributivos y estatistas. Otro punto importante que el estudio de la historia política centroamericana podría haber aportado es el rol de la violencia política de las elites en la limitación o eliminación de los populismos latinoamericanos. 

En ese sentido, es a partir de la teoría de la modernización que se pueden empezar a entender los populismos históricos centroamericanos, al tiempo que teniendo en cuenta esos casos se puede enriquecer este cuerpo teórico que es parte de la tradición latinoamericana en el estudio del populismo. 

(…)

La relación entre populismo y sistema de partidos. El adversario interno del populismo: partidocracia, derrumbe del sistema de partidos, neopatrimonialismo y la política de pactos 

Es común el argumento de que los sistemas de partidos fuertes e institucionalizados operan organizando la representación política y la competencia de tal manera que permiten construir «anticuerpos» contra la tentación populista. Sin embargo, la encuesta analizada en el capítulo anterior muestra que «los políticos» son un foco del antagonismo social en los países de la región, con mayor preponderancia en El Salvador, que tenía un sistema bipartidista bastante estable. 

Sin embargo, y como puede verse, la relación entre populismo y sistemas de partidos es más compleja de lo que parece a simple vista. La existencia de sistemas políticos con partidos establecidos, e incluso con alternancia, no es en sí un antídoto contra la aparición de liderazgos populistas. En tres países de la región existían sistemas de partidos estables: Costa Rica, El Salvador y, parcialmente, Panamá habían constituido en los últimos 30 años los sistemas de partidos más institucionalizados de la región. Honduras también contaba con partidos de larga data. Sin embargo, eso no impidió que líderes como Ricardo Martinelli o Nayib Bukele llegaran al poder. 

Encontramos dos factores que resaltar para comprender la paradójica relación entre populismos y partidos. Por una parte, sigue cumpliéndose lo que en este punto deberíamos llamar casi una «ley de hierro» de la política latinoamericana: hay una estrecha relación entre crisis, deslegitimación y derrumbe de los partidos tradicionales, y posibilidad de ascenso de un liderazgo populista. El impacto deslegitimador de las crisis económicas o de las crisis de seguridad sobre los partidos establecidos es especialmente fuerte cuando ellos quedan fijados en posiciones de «socios» de la gobernanza neoliberal. Esto puede apreciarse en Costa Rica, donde los malos resultados económicos a lo largo de años impactaron en los partidos tradicionales, que quedaron fijados como elementos constitutivos de las reformas neoliberales. 

También en Panamá el sistema de partidos sufrió un desvío importante que facilitó el ascenso de Ricardo Martinelli. En El Salvador, los factores por considerar para comprender el éxito electoral de Bukele son la deslegitimación de los dos grandes partidos surgidos de la transición democrática debido a la aparente impotencia frente a la amenaza securitaria y la corrupción endémica. En este sentido, la situación para estos países se puede relacionar con casos como Bolivia, Venezuela, Ecuador y Argentina a finales de los años 90, cuando el derrumbe de los sistemas de partidos existentes ofreció la apertura de una circunstancia crítica favorable al ascenso de políticos que se presentaron como outsiders. 

Sin embargo, existe otro grupo importante de países en los cuales no podríamos hablar de crisis de los partidos tradicionales como facilitadora, porque los sistemas de partidos han estado menos institucionalizados, son más débiles o casi inexistentes. Para Honduras, Guatemala, Nicaragua y República Dominicana los autores de este libro han resaltado que el discurso populista se construyó no ya sobre las críticas a los partidos políticos demasiado anquilosados, sino sobre las críticas a las negociaciones supuestamente espurias y muy personalizadas de una pequeña elite de familias que disfrazan o enmascaran sus pactos bajo ropajes ideológicos e institucionales. 

Como queda claro en este libro, el «otro» contra el cual se construyen los populismos en estos países centroamericanos es lo que Daniel Vásquez y Andréanne Brunet-Bélanger llaman la «cultura política de negociaciones entre pares» en el capítulo sobre Honduras, y Leiv Marsteintredet denomina «neopatrimonialismo» en el capítulo sobre República Dominicana. El neopatrimonialismo, dice Marsteintredet, es «un sistema de autoridad tradicional basado en la centralización de poder en el líder que diluye la división entre lo público y lo privado». Extrapolando en nuestra lectura, puede decirse que en América Central encontramos un «neopatrimonialismo colectivo» donde, como sostienen Vásquez y Brunet-Bélanger, el poder no se ejerce unilateralmente, sino que es ejercido por una pequeña elite de pares, donde «el sistema viabiliza el afianzamiento de nuevos o antiguos competidores, a condición de que respeten las reglas del juego y no supongan una limitación en el margen de maniobra de los demás». Tan fuerte es la cultura política neopatrimonialista que Radek Buben y Karel Kouba encuentran su impronta incluso en el gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua. Ortega es descripto como un populista refundacional de izquierda; sin embargo, ambos autores sostienen que él «no solo no ha desafiado el statu quo socioeconómico; al contrario, se ha beneficiado políticamente del apoyo y la aprobación de las elites sociales y económicas». 

El dominio de un modelo político basado en las negociaciones entre pares se nota en otro fenómeno: no es raro que los liderazgos populistas de los países tratados provengan de adentro de la elite política, con la cual eligen romper, por diversas razones. Son insiders: empresarios, juristas, terratenientes, funcionarios electos, que luego, y en función de esta ruptura, se presentan a la sociedad como outsiders. Dos casos contemporáneos emblemáticos son los de Ricardo Martinelli en Panamá y los Zelaya/Castro en Honduras. Subrayamos este factor no para impugnar el valor de verdad del posicionamiento de outsider. Las posiciones de insider/outsider (como las de héroe y villano) son construcciones del propio discurso y, como tal, flexibles y situacionales. Se trata solo de identificar una dinámica política en la que las negociaciones, rupturas y relaciones personales tienen muchas veces primacía por sobre lo programático o lo partidario. De hecho, podría sostenerse que, así como el personalismo de la política centroamericana convive con, y de hecho reforzaba, la competencia estable de partidos, el populismo puede convertirse en otra manera, más antagonista, de modular ese personalismo. 

Creemos que este resulta un hallazgo sustantivo de la indagación comparada presentada en este volumen, que obliga a revisar la teoría actual sobre el populismo y sus otros. En muchos casos, el otro del populismo no es un supuesto estilo tecnocrático ni los partidos institucionalizados, sino un modelo político basado en negociaciones informales. 

Este resulta para nosotros un hallazgo clave de este libro: en América Central, el «otro» del populismo no es la tecnocracia, ni el pluralismo liberal. Puede serlo la competencia partidaria institucionalizada (es decir, la partidocracia) en el contexto de crisis de los sistemas de partidos. Sin embargo, en otros casos, el «otro» del populismo pueden no ser los partidos, sino los «pactos de caballeros» en los que se encarna el patrimonialismo. En este sentido, la investigación comparada reunida en este libro ayudó a identificar, y tal vez resolver, una laguna de gran importancia en la teoría sobre el populismo. 

¿Por qué Bukele?: el liderazgo importa 

Finalmente, debemos insistir en afirmar una verdad que puede sonar de perogrullo, pero que solemos olvidar: para explicar por qué en el caso A se consolidó un modelo populista radical mientras que en el caso B no se dio algo semejante, aun con condiciones similares, las explicaciones estructurales solo nos hacen avanzar hasta cierto punto del camino. En definitiva, es imposible despejar el rol del liderazgo individual en la construcción de este tipo de experiencias. 

Hemos señalado antes que existen menos casos de populismos radicales en América Central que en Sudamérica, y buscamos develar las razones para esta relativa escasez. Sin embargo, «pocos casos» no es igual a «ninguno». América Central ha tenido ejemplos relevantes de liderazgos populistas en el pasado, y los tiene en la actualidad. 

(…)

No podemos dejar de señalar el caso contemporáneo que probablemente haya atraído a más de un lector a hojear este libro: El Salvador. Este país centroamericano tiene en la actualidad un presidente populista, que se reivindica públicamente como tal y cuyo liderazgo ha sido construido en las urnas. 

¿Cómo podemos explicar las excepcionalidades de Panamá y El Salvador? En cuanto a Panamá, la larga persistencia del estilo populista puede relacionarse con una cuestión única: la internalización concreta, física, del adversario externo. Estados Unidos no era en Panamá una sombra más o menos fantasmagórica, sino una presencia real y concreta que no solo controlaba administrativa y militarmente el territorio panameño, sino también el principal recurso económico del país e incluso, por qué no, una fuente de identidad cultural e histórica. (De esta manera, una vez que esta intromisión fue retirada luego de la entrega del Canal, el antagonismo con Estados Unidos disminuyó de manera notoria). Sin embargo, este factor aleja sustantivamente a Panamá del resto de los países del istmo. 

Si el populismo se revela casi como un elemento estructural de la política panameña, lo contrario puede decirse del ascenso de Nayib Bukele. La historia de El Salvador no está caracterizada por la prevalencia de liderazgos populistas, y tampoco por la existencia de una cultura política saturada de repertorios y topoi populistas. El sistema partidario salvadoreño estaba estructurado por dos fuerzas políticas hegemónicas y era (en apariencia al menos) relativamente estable [Alianza republicana Nacionalista (Arena) y el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN)]. Nayib Bukele no ingresa a la política como un outsider, sino que llega a su primer cargo público desde adentro de uno de los partidos establecidos. En definitiva, no puede aislarse una variable que permitiera decir hace una década, por ejemplo, que El Salvador tendría irremediablemente un gobierno populista. 

Vale decir, no podemos identificar una explicación estructural que dé respuesta a la pregunta de por qué Bukele pudo consolidar en El Salvador un tipo de liderazgo radical, pero no encontramos algo similar para Guatemala y República Dominicana, por ejemplo. O viceversa, a pesar de que en la encuesta hemos encontrado que en Honduras la sociedad parece dispuesta a adversar con los empresarios como autores del daño, Xiomara Castro parece no haber avanzado en una dirección radical tanto como Nayib Bukele. 

En definitiva, es imposible comprender las transformaciones políticas salvadoreñas sin ingresar como una variable de importancia la capacidad de un líder político capaz de articular un discurso disruptivo. En el caso de Bukele, su discurso parece haber podido enhebrar cuestiones originales: entre ellas, el uso retórico del concepto de bitcoin como un verdadero significante vacío que, aun sin tener contenido concreto (o mejor dicho, precisamente por eso), pudo asociar su proyecto metonímicamente con el significante «futuro», algo que, como quedó visto, resulta central para las audiencias latinoamericanas. También consiguió en su discurso derribar el simbolismo que constituían los Acuerdos de Paz, convirtiéndolos en un pacto entre corruptos –otra vez «los pactos»– y también construir a la criminalidad y las pandillas como el enemigo interno. Esto ha sido una construcción discursiva significativa, ya que logró ir más allá de los espasmos populistas punitivistas anteriores, que no habían sido del todo exitosos. En el caso de Bukele, la innovación ha sido combinar elementos típicos del más clásico «manodurismo» con una comunicación con rasgos igualmente futuristas y estetizantes en, por ejemplo, el énfasis en las «nuevas» cárceles y las «nuevas» metodologías. Mano dura, bitcoin, juventud y redes sociales en una combinación de fuerte efectismo. 

Este enemigo interno se relaciona con la construcción de un enemigo externo también bastante original, lo que él llama «la comunidad internacional». Esta se construye como un concepto más amplio y mucho más «vacío» que, por ejemplo, Estados Unidos, ya que por un lado, admite una mayor cantidad de adversarios (organizaciones no gubernamentales, países europeos, organismos financieros y medios de comunicación con alcance global), mientras que, por otro, no los define de manera concreta, sino situacional, algo típico en los discursos populistas. 

La presentación de las connotaciones asociadas al contenido semántico de futuro en Bukele es inseparable de su uso de las redes sociales como canal privilegiado para hacer llegar su palabra y su imagen directamente al electorado, algo en lo que, por ejemplo, está muy rezagada la hondureña Xiomara Castro. Todo esto se combina además con un componente religioso con ribetes casi mesiánicos: Bukele se presenta como una figura redentora, el único que podrá conducir a un pueblo infeliz y sometido a la injusticia hasta un futuro de paz y orden (otro componente del discurso populista).

Nota: el presente artículo es un extracto de la introducción y de las conclusiones, en el cual hemos reducido las notas al pie.

  • 1.

    Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser (eds.): Populismo. Una breve introducción [2017], Madrid, Alianza, 2019.

  • 2.

    Petar Stankov: The Political Economy of Populism: An Empirical Investigation, Routledge, Londres, 2021.

  • 3.

    Pippa Norris y Ronald Inglehart: Cultural Backlash. Trump, Brexit, and Authoritarian Populism, Cambridge UP, Cambridge, 2019.

  • 4.

    Lone Sorensen: Populist Communication Ideology, Performance, Mediation, Palgrave Macmillan, Londres, 2021; Benjamin Krämer y Christina Holtz-Bacha: Perspectives on Populism and the Media Avenues for Research, Nomos, Baden-Baden, 2020.

  • 5.

    Pierre Ostiguy, Francisco Panizza y Benjamin Moffitt (eds.): Populism in Global Perspective: A Performative and Discursive Approach, Routledge, Nueva York, 2021.

  • 6.

    Kurt Weyland: «Neopopulism and Neoliberalism in Latin America: Unexpected Affinities» en Studies in Comparative International Development vol. 31 N° 3, 1996.



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