Petróleo, rentismo y subdesarrollo: ¿una maldición sin solución?
Nueva Sociedad 204 / Julio - Agosto 2006
Los países ricos en recursos naturales no son los más desarrollados. Podrán tener grandes ingresos o un alto PBI per cápita, pero casi siempre carecen de instituciones sólidas y niveles de vida adecuados para toda la población. El virus de la «enfermedad holandesa», la distorsión en la asignación interna de los recursos y la consolidación de una mentalidad rentista son algunas de las causas de esta aparente paradoja, que afecta particularmente a los países latinoamericanos productores de petróleo. Para evitar estos males, el artículo propone incluir la política energética dentro de una estrategia más amplia de desarrollo autónomo.
En una generación pasamos de cabalgar camellos a cabalgar Cadillacs. Ésa es la manera como desperdiciamos dinero. Temo mucho que la próxima generación volverá a cabalgar sobre camellos.Rey Faisal de Arabia Saudita
Aunque pueda causar sorpresa, la evidencia reciente y muchas experiencias históricas nos permiten afirmar que los países que se han especializado en la extracción y la exportación de recursos naturales normalmente no han logrado desarrollarse. Esto es así, sobre todo, para aquellos que disponen de una sustancial dotación de un único o unos pocos productos primarios: parecen estar condenados al subdesarrollo, atrapados como están en una lógica perversa, conocida como la «paradoja de la abundancia» (Karl). La profusión de recursos naturales tiende, entre muchos otros procesos endógenos de carácter patológico, a distorsionar la estructura y la asignación de los recursos económicos, a redistribuir regresivamente el ingreso nacional y a concentrar la riqueza en pocas manos, mientras se generaliza la pobreza, se originan crisis económicas recurrentes y se consolidan mentalidades «rentistas», además de profundizarse la débil y escasa institucionalidad, alentarse la corrupción y deteriorarse el ambiente.
Como es evidente, todo ello ha contribuido a debilitar la gobernabilidad democrática, y a menudo terminan estableciéndose gobiernos autoritarios, voraces y clientelares. En efecto, estos países no se han caracterizado por ser ejemplos de democracia, sino todo lo contrario. América Latina tiene una amplia experiencia acumulada en este campo y lo mismo se podría decir de los países exportadores de petróleo ubicados en los golfos Pérsico o Arábigo. Arabia Saudita, Kuwait y los Emiratos Árabes pueden ser considerados como países muy ricos, con elevados niveles de ingreso per cápita, pero no pueden incluirse en la lista de países desarrollados. Se podrían mencionar ejemplos contrarios, como Noruega, pero en este caso la extracción de petróleo comenzó cuando ya existían sólidas instituciones económicas y políticas democráticas institucionalizadas, es decir cuando el país ya estaba desarrollado.
Las economías dependientes de la extracción de recursos naturales no son las que más han crecido. Desde la década de 1960, las economías subdesarrolladas primario-exportadoras dotadas con abundantes recursos naturales –en especial no renovables– han crecido a tasas menores por habitante que las que no disponen de ellos (Auty). Por razones muy peculiares, que esbozaremos en lo que sigue, estas economías no han logrado superar la «trampa de la pobreza», situación que da como resultado una gran paradoja: países ricos en recursos naturales, que incluso pueden tener importantes ingresos financieros, pero que no han logrado establecer las bases para su desarrollo y siguen siendo pobres. Y son pobres, justamente, porque son ricos en recursos naturales, en tanto han apostado prioritariamente a la extracción de esa riqueza natural y marginado otras formas de creación de valor, sustentadas en el esfuerzo humano antes que en la generosidad de la naturaleza.
Las principales patologías de esta aparente contradicción
La literatura especializada ha detectado una variada gama de mecanismos y efectos que, paradójicamente, mantienen en el subdesarrollo a muchos países que apuestan prioritariamente a la extracción y exportación de recursos naturales. Aquí nos limitaremos a mencionar las principales patologías que genera este esquema de acumulación, que se retroalimenta y potencia en círculos cada vez más perniciosos.
1. El más conocido maleficio de la abundancia primario-exportadora deriva de la «enfermedad holandesa», virus que infecta al país exportador de una materia prima cuando su elevado precio –o el descubrimiento de una nueva fuente o yacimiento– desata un boom de exportación primaria. El ingreso abrupto y masivo de divisas lleva a una sobrevaluación del tipo de cambio y a una pérdida de competitividad, lo que perjudica al sector manufacturero y agropecuario exportador. Al apreciarse el tipo de cambio real, los recursos migran del sector secundario a los segmentos no transables y a la rama primario-exportadora en auge. Esto distorsiona la estructura de la economía al recortar los fondos que podrían dirigirse a los sectores que propician más valor agregado, empleo, progreso técnico y efectos de encadenamiento.
Ahora bien, dado el notable deterioro de los términos de intercambio entre los precios de transables y no transables, que no es otra cosa que una sobrevaluación del tipo de cambio real, se plantea la hipótesis de si los países petroleros –Venezuela y Ecuador– y los mineros –Perú y Chile– estarían o no experimentando un nuevo proceso de contagio de la enfermedad holandesa. El origen de los recurrentes brotes de esta «enfermedad» sería múltiple: no tiene por qué provenir solo del aumento del valor de las exportaciones, sino que podría derivar de masivas inversiones extranjeras directas, de abundantes préstamos, de la exportación de servicios como el turismo, de los enormes flujos de remesas enviados por los emigrantes, del narcotráfico, de la «ayuda externa» y demás ingresos de divisas del más diverso origen. Ecuador, por ejemplo, estaría siendo afectado por los primeros virus. El posible nuevo brote de enfermedad holandesa provendría del reciente auge petrolero, de las masivas remesas de los emigrantes en relación con el tamaño de la economía, del endeudamiento externo privado y la inversión extranjera y, finalmente, del narcotráfico y el lavado de dinero.
2. La más antigua y empíricamente resbalosa teoría sobre este tema (la tesis Prebisch-Singer) plantea que la especialización en la exportación de bienes primarios ha resultado nefasta en el largo plazo, como consecuencia del deterioro tendencial de los términos de intercambio. Este proceso actúa a favor de los bienes industriales que se importan y en contra de los bienes primarios que se exportan. Entre otros factores, porque estos últimos se caracterizan por su baja elasticidad ingreso, porque son sustituidos por sintéticos, porque no poseen poder monopólico (son commodities), por su bajo contenido tecnológico y desarrollo innovador, porque el contenido de materias primas de los productos manufacturados es cada vez menor, etc.
Sin negar la validez de esta tesis, cabe preguntarse si actualmente es posible que se reedite el proceso de deterioro de los términos de intercambio del petróleo. En efecto, el petróleo experimenta una revalorización de su cotización internacional, como consecuencia de una serie de factores que permiten anticipar que no estamos ante un hecho pasajero. Al contrario, hay señales que pronostican una tendencia al alza de su precio, en vistas a que se estaría alcanzando –o ya se habría alcanzado– la cima de producción, al tiempo que crece su consumo, particularmente en economías emergentes como China y la India. En Estados Unidos y Europa las limitaciones futuras son inocultables. En ese sentido, vale recordar que los actuales precios del petróleo todavía son inferiores en términos reales a los alcanzados en los años 70. El precio del barril aún tendría que llegar a los cien dólares nominales para alcanzar su récord histórico.
3. Un factor adicional, ligado al anterior, deriva de la elevada tasa de ganancia –por las sustanciales rentas ricardianas que genera– de estos productos de exportación. Esto podría llevar a una sobreproducción que desemboque en un «crecimiento empobrecedor» (Bhagwati). El exceso de oferta, en efecto, hace descender el precio del producto en el mercado mundial, como sucedió en la década pasada en el caso del cobre chileno, o durante el anterior shock petrolero, cuando los países exportadores de crudo, sobre todo los aglutinados en la Organización de Países Exportadores de Petróleo, incrementaron sus cuotas. Sin embargo, las razones expuestas en el punto anterior, derivadas de las limitaciones para ampliar la producción, inducen a pensar que el precio del crudo se mantendrá en niveles elevados.
Esta realidad invita a la reflexión oportuna para preparar las condiciones para una transición no traumática hacia una economía no petrolera. En ese sentido, es necesario hacer una lectura diferenciada para el ámbito latinoamericano. Venezuela se perfila, cada vez más, como el mayor reservorio de recursos hidrocarburíferos –petróleo liviano, crudos pesados, esquistos y gas– no solo en el ámbito regional, sino incluso en el mundial. De todas maneras, como ya se señaló, la experiencia demuestra que el petróleo por sí solo no va a resolver los problemas del subdesarrollo.
4. Relacionada en parte con los efectos ya señalados, debemos mencionar la conocida volatilidad que caracteriza a los precios de las materias primas, que hace que las economías primario-exportadoras sufran problemas recurrentes de balanza comercial y cuentas fiscales, les genera dependencia financiera externa y las somete a erráticas fluctuaciones. Todo esto se agrava cuando se desata la cíclicamente inevitable caída de los precios internacionales y la consecuente crisis en la balanza de pagos, que se profundiza por la fuga masiva de los capitales golondrina aterrizados en el país por la repentina bonanza, acompañados por los también huidizos capitales locales. Todo esto agudiza la restricción externa.
5. El auge de la exportación primaria también atrae a la siempre bien alerta banca internacional, que desembolsa a manos llenas, como si se tratara de un proceso sostenible, préstamos que son recibidos con los brazos abiertos por el gobierno y los empresarios del país exportador, quienes también creen en esplendores permanentes. Esto acicatea aún más la sobreproducción de los recursos primarios y las distorsiones económicas sectoriales. Y sobre todo, como demuestra la experiencia histórica, se hipoteca el futuro de la economía, cuando llega el inevitable momento de pagar la deuda externa, contraída en montos sobredimensionados durante la generalmente breve euforia exportadora.
Aquí cabe mencionar una de las variedades de la enfermedad holandesa causada por el ingreso de créditos externos. Ese proceso de sobreendeudamiento, vivido en los países exportadores de petróleo durante los 70, se repite en la actualidad, pero con algunas diferencias. El auge petrolero de aquella época encontró a los países petroleros, particularmente a los latinoamericanos, como Venezuela y Ecuador, con una economía menos dependiente del exterior. Pero, luego de esa bonanza, se aplicaron las políticas del Consenso de Washington. En la actualidad, además de los efectos nocivos de la larga crisis de la deuda externa, llama la atención que se hayan perdido muchas de las expectativas vigentes en los 70, sobre todo en lo que se podría definir como «desarrollo nacional», es decir, autocentrado y autodependiente.
6. Por añadidura, esa abundancia de recursos externos, alimentada por los flujos que generan las exportaciones y los créditos, lleva a un auge consumista temporal: generalmente significa un desperdicio de recursos e impulsa una sustitución de productos nacionales por importados, atizada por la sobrevaluación cambiaria. Paralelamente, a muchos gobiernos se les ocurre que es el momento de construir elefantes blancos.
7. Otro aspecto fundamental es que la explotación de recursos naturales no renovables está sujeta a rendimientos decrecientes a escala, cuando lo que debe interesar es desarrollar actividades económicas sujetas a rendimientos crecientes a escala, de alto contenido tecnológico. Como ha demostrado Eric Reinert (1996), en casi todas las actividades los países centrales desplazan a los periféricos hacia la producción de bienes sujetos a rendimientos decrecientes (incluso en la industria) y se reservan aquellos con costos decrecientes y efectos positivos de transvase y aglomeración.
8. Las experiencias históricas ilustran –y el presente confirma– que la actividad petrolera no genera encadenamientos dinámicos à la Hirschman, tan necesarios para lograr un desarrollo coherente de la economía, asegurando los esenciales enlaces integradores y sinérgicos hacia delante, hacia atrás y de la demanda final (en el consumo y fiscales). Tampoco facilita y garantiza la transferencia tecnológica y la generación de externalidades positivas a favor de otras ramas económicas.
9. De lo anterior deriva una característica adicional de nuestras economías primario-exportadoras, que puede rastrearse hasta la Colonia: su carácter de enclave, lo que implica que el sector exportador está aislado del resto de la economía. Esto se comprueba en el mantenimiento –y aun la profundización– de la heterogeneidad productiva de las economías sustentadas preferentemente en la extracción de recursos naturales. En efecto, la presencia de sistemas de producción atrasados caracteriza la heterogeneidad estructural de su aparato productivo, y las economías exportadoras de enclave no ejercen los indispensables mecanismos de propagación del empleo y diversificación productiva.
10. La explotación de los recursos naturales no renovables en forma de enclaves crea poderosos Estados empresariales dentro de débiles Estados nacionales. El debilitamiento del Estado-nación da paso a su «desterritorialización» (Gudynas), un fenómeno cada vez más frecuente en las zonas de extracción minera o petrolera. Un ejemplo es lo que sucede en la Amazonía de Ecuador, donde las empresas petroleras –suministradoras de educación, salud y bienestar social– prácticamente han sustituido al Estado, mientras que las Fuerzas Armadas han asumido las tareas de seguridad de esas compañías.
11. También hay que recordar que la actividad exportadora genera enormes rentas diferenciales o ricardianas, es decir aquellas que se derivan de la riqueza de la naturaleza más que del esfuerzo empresarial. Cuando no se cobran las regalías o los impuestos correspondientes, esto conduce a sobreganancias que distorsionan la asignación de recursos. De ahí la importancia de la nacionalización del petróleo en Bolivia, la recientemente promulgada Ley de Regalías Mineras en Perú, las tímidas reformas a la Ley de Hidrocarburos en Ecuador o la renegociación de los contratos petroleros en Venezuela, que permitirían reducir las ganancias de las empresas a sus niveles «normales».
12. En las tres características anteriores se apoyan dos maldiciones adicionales: la poca capacidad de absorción de la fuerza de trabajo y la desigualdad en la distribución del ingreso y los activos. Esta heterogeneidad conduce a un callejón aparentemente sin salida por los dos lados: los sectores marginales no pueden acumular porque no tienen los recursos para invertir; y los sectores modernos, donde la productividad de la mano de obra es más alta, no invierten porque no tienen mercados internos que les aseguren rentabilidades atractivas. Ello, a su vez, agrava la disponibilidad de recursos técnicos, de fuerza laboral calificada, de infraestructura y de divisas, lo que luego desincentiva la acción del inversionista. El círculo se repite.
13. A lo anterior se suma el hecho, bastante obvio (y, desgraciadamente, necesario, y no solo por razones tecnológicas), de que, a diferencia de las demás ramas económicas, la actividad minera y petrolera absorbe poco –aunque bien remunerado– trabajo directo e indirecto, es intensiva en capital y en importaciones, contrata a sus empleados directivos y calificados en el exterior y utiliza casi exclusivamente insumos y tecnología foráneos. Por lo tanto, el «valor interno de retorno» (Thorp y Bertram), equivalente al valor agregado que se mantiene en el país, resulta irrisorio. Esto genera nuevas tensiones sociales en las regiones donde se realiza la extracción de los recursos naturales, ya que son muy pocas las personas que normalmente pueden integrarse en las plantillas laborales de las empresas mineras y petroleras.
14. La actividad de exportación de bienes primarios consolida y profundiza la concentración y centralización del ingreso y de la riqueza en pocas manos, así como la del poder político. Las grandes beneficiarias son las empresas transnacionales, que conducen a una mayor «desnacionalización» de la economía, en parte por el volumen de financiamiento necesario, en parte por la falta de empresariado nacional consolidado y también por la poca voluntad gubernamental para formar alianzas estratégicas.
15. Por lo demás, desafortunadamente, algunas de esas corporaciones transnacionales aprovechan su sustancial contribución al equilibrio de la balanza comercial para influir en el balance de poder en el país, amenazando permanentemente a los gobiernos que se atreven a ir a contracorriente y pretenden asumir una estrategia nacional autodependiente de desarrollo.
16. Hoy, como ayer, en las economías petroleras de enclave se ha ido configurando una estructura y dinámica política que se caracteriza por prácticas rentistas, por la voracidad y el autoritarismo con el que se manejan las decisiones en el campo petrolero. Esto se plasma en un aumento del gasto público y la distribución fiscal discrecional, tal como aconteció en los 70. Actualmente, como resultado de las políticas de ajuste, la estructura jurídica se ha ido acomodando a distintos intereses y presiones, los grupos de poder (sobre todo transnacionales) imponen sus condiciones y, a partir de ahí, se van creando pautas para normar la actividad petrolera, sin importar los impactos ambientales y comunitarios, e incluso sin considerar que producir más petróleo no necesariamente es más beneficioso para todos. En ese contexto se ha configurado una nueva clase corporativa: el nuevo mapa de poder refleja «el rol de dos actores centrales, los grandes empresarios y la familia neoliberal (intelectuales orgánicos, tecnócratas o técnicos y políticos), considerando tanto la rama nacional como la internacional, y su impacto sobre el proceso político y el sistema político» (Durand).
17. Uno de los procesos más graves, que engloba en parte al anterior, es el que Aaron Tornell y Philip Lane (1999) denominan «efecto voracidad», que consiste en la desesperada búsqueda y la apropiación abusiva de parte importante de los excedentes generados por el sector exportador. Sin minimizar el peso de las transnacionales y de sus intermediarios locales, conviene recordar que en estas circunstancias se suelen tomar decisiones a favor de algunos grupos locales a través, por ejemplo, de la concesión de contratos para la prestación de los más variados servicios. Los negociados que se generan son amplios y diversos. Al margen de la corrupción que acompaña ese proceso, «en este caso, la asignación de talentos en la economía se distorsiona y los recursos son desviados hacia actividades improductivas» (Bravo-Ortega/De Gregorio). Y cuando el insumo exportado se agota, generalmente no queda nada, excepto deudas y tierras yermas.
18. De los elementos anteriores se infiere una tendencia a generar niveles crecientes de desempleo, subempleo y pobreza, y se consolida la desigual distribución del ingreso y de los activos. Esto va cerrando las puertas para ampliar el mercado interno, ya que no se generan empleos e ingresos suficientes (no hay «chorreo» o «derrame»). Así, se acentúan las presiones para orientar la economía cada vez más hacia el exterior. El círculo vicioso parece no tener fin: como se debilita el mercado interno hay que exportar, y como exportar significa reprimir los salarios reales y devaluar el tipo de cambio, el mercado interno se vuelve a estrechar.
19. Otro dato inocultable, insistimos, es que la actividad petrolera deteriora grave e irreversiblemente el ambiente natural y social, a pesar de algunos esfuerzos de las empresas para minimizar la contaminación y pese a las acciones de los sociólogos y antropólogos contratados por ellas para establecer relaciones «amistosas» con las comunidades. De otra parte, a pesar de la multimillonaria propaganda divulgada por los medios de comunicación, es un dato inocultable que las comunidades situadas en las zonas de extracción de recursos naturales han sufrido innumerables atropellos.
20. Todo esto desarrolla, casi imperceptiblemente, una inhibidora «monomentalidad exportadora» (Watkins), que termina ahogando la creatividad y los incentivos de los empresarios nacionales. También en el gobierno, e incluso entre los ciudadanos, se genera una «mentalidad proexportadora» casi patológica. Esto lleva a despreciar capacidades y potencialidades y cierra las puertas a un esquema de desarrollo hacia adentro y a todo intento de «vivir con lo nuestro» (Ferrer 2002).
La necesidad de repensar el desarrollo
A pesar del panorama pesimista presentado hasta aquí, habiendo dejado de lado adrede los escasos efectos positivos que ejerce la «prosperidad falaz» de los auges primario-exportadores, todas las evidencias históricas señalan lo mismo: a la larga, la exportación de materias primas no renovables tiende a «desarrollar el subdesarrollo». Y esto no es culpa exclusivamente del imperialismo, ni del Fondo Monetario Internacional, ni de la posesión de riquezas naturales, ni de las empresas mineras o petroleras. El problema radica en los gobiernos, los empresarios e incluso la ciudadanía de nuestros países subadministrados: no hemos sido capaces de idear las políticas económicas y las reformas legal-estructurales requeridas, ni pudimos conformar las alianzas y los consensos necesarios para aprovechar las enormes potencialidades y asegurar la transición de economías dependientes hacia economías autodependientes, con integración nacional y mercado interno; en suma, hacia sociedades autosustentables.Alguien podría pensar que la solución podría ser dejar de explotar los recursos naturales. Obviamente, es una falacia: post hoc ergo propter hoc. Pero entonces ¿cómo fue posible que varios países sí lograran remontar la presión de su situación periférica y el «maldesarrollo» (Tortosa), a pesar de poseer tantos o más recursos naturales?
Para responder a estas preguntas, conviene estudiar la historia económica y sociopolítica de los países ricos en recursos naturales que lograron superar esas circunstancias a fines del siglo XIX y principios del XX: Australia, Canadá, Finlandia, Noruega, Nueva Zelanda y Suecia. O, como lo vienen intentando durante las últimas décadas, por diversas vías y aparentemente con éxito, países como Costa Rica, Chile, Malasia, Mauricio y Botswana. Evidentemente, hay que estar bien consciente de los poderosísimos intereses que quieren obligarnos a seguir por la misma ruta. El desafío radica, precisamente, en promover el cambio a partir de soluciones concretas que, aunque ciertamente no pueden ser una copia, se pueden extraer de experiencias exitosas, sobre la base de alianzas y consensos que conduzcan a un desarrollo en libertad, desde dentro hacia fuera, sustentado en el aprovechamiento creciente de las capacidades existentes a escala humana, local y nacional, potenciando las capacidades que ofrece la integración regional.
Sin pretender agotar los puntos que deben ser considerados, a continuación se plantean algunos aspectos relevantes, con el afán de alentar la discusión para la construcción colectiva de respuestas que permitan transformar los recursos naturales en una palanca para el desarrollo, superando la maldición de la abundancia.
1. Es hora de diferenciar el crecimiento «bueno» del crecimiento «malo». Manfred Max-Neef es categórico al respecto:
Si me dedico, por ejemplo, a depredar totalmente un recurso natural, mi economía crece mientras lo hago, pero a costa de terminar más pobres. En realidad la gente no se percata de la aberración de la macroeconomía convencional que contabiliza la pérdida de patrimonio como aumento de ingreso. Detrás de toda cifra de crecimiento hay una historia humana y una historia natural. Si esas historias son positivas, bienvenido sea el crecimiento, porque es preferible crecer poco pero crecer bien, que crecer mucho pero mal.
2. La tarea, entonces, no pasa simplemente por extraer más petróleo, sino por optimizar su extracción sin ocasionar más destrozos ambientales y sociales. Hay que procurar obtener el mayor beneficio posible para el país de cada barril extraído, antes que maximizar el volumen de extracción. En ese sentido, es necesario combinar el estricto cumplimiento de los contratos con la revisión de aquellos que no están sirviendo al interés nacional. En este empeño por repensar la política petrolera, aparece con creciente fuerza la necesidad de incorporar activamente las demandas ambientales: por ejemplo, pensando que una moratoria de la actividad petrolera en aquellas zonas con una elevada biodiversidad puede ser una decisión conveniente para los intereses de la sociedad en el mediano y largo plazo.
3. Del mismo modo, hay que garantizar la demanda nacional en función de la producción de los derivados internos: no es posible que un país productor y exportador de petróleo no satisfaga su demanda de derivados. Esto invita a mejorar el sistema de refinación, sin menospreciar las potencialidades de una verdadera integración regional. Igualmente, es necesario tener una visión integral, que englobe las distintas fuentes energéticas procurando incorporarlas de manera activa a las demandas del aparato productivo.
4. Si bien la integración energética se ha acelerado en los últimos años, los procesos han ocurrido principalmente en el ámbito del suministro de electricidad y gas. Hasta ahora, el empeño integracionista se ha centrado mayormente en relaciones comerciales, sin que se hayan impulsado procesos de complementación y, menos aún, propuestas que aseguren la soberanía energética regional; quizás estas limitaciones se expliquen por las mismas prácticas rentistas que alientan las tareas de extracción de los recursos energéticos: otra patología que debería ser adecuadamente considerada. La tarea, entonces, consiste en transformar la integración energética en motor para la integración entre los pueblos de la región, lo que implica mucho más que unir tubos y cables. Un reto complejo si se consideran las limitaciones internas y las presiones de EEUU, empeñado en estructurar las relaciones energéticas hemisféricas orientadas a la satisfacción de sus intereses, en el marco del Área de Libre Comercio de las Américas o de los Tratados de Libre Comercio.
5. Aunque los precios no alientan todavía inversiones masivas para impulsar un proceso de sustitución energética, es hora de preparar una transformación profunda en términos de economía y de sociedad. Se requiere instaurar un adecuado esquema de uso de la energía disponible, reorientando el consumo en función de las disponibilidades energéticas. Es que, salvo en Venezuela, las posibilidades de expansión de las reservas de crudo en la región son cada vez menores. De la discusión sobre el futuro de las reservas petroleras en el mundo se desprende que, incluso recordando la metodología del ya clásico estudio de King Hubbert para EEUU realizado en 1956, se estaría por llegar al cenit de la producción mundial entre 2008 y 2012. También podría ocurrir que ya se haya llegado a la cima, sin que nos hayamos percatado. En todo caso, incluso las cifras más generosas anticipan que se alcanzaría la cúpula de la campana para 2030. Esto no significa, de ninguna manera, que se producirá una abrupta interrupción del suministro petrolero, sino que una oferta cada vez más limitada no podrá satisfacer como hasta ahora la creciente demanda, inaugurando así la era en la que desaparecerá el petróleo barato.
De todas maneras, los hidrocarburos no serán prontamente sustituidos. Incluso fuentes de energía que quizás podrían ayudar a cerrar la brecha, como la energía nuclear, encuentran límites debido a una serie de restricciones ambientales, sociales y hasta políticas que impiden su difusión masiva. En cuanto a las fuentes renovables, hay restricciones –sobre todo tecnológicas y de mercado– que aún no han permitido su uso generalizado.
6. También es necesario que se organicen y modernicen los mercados energéticos, hoy atravesados por una serie de deformaciones estructurales, subsidios inequitativos y una falta generalizada de conceptualización. Hay que desarrollar una visión diferente de los mercados energéticos, partiendo de la necesidad de entender cuáles son más relevantes para cada uno de los recursos energéticos disponibles. Estos no pueden ser objeto de un tratamiento similar, como si todos accedieran de igual manera a un mercado energético homogéneo. El mercado de calor es diferente del mercado de iluminación y del mercado de fuerza, lo que implica una aproximación diferenciada a cada uno de los componentes de la oferta energética: así, por ejemplo, la electricidad (fuente energética secundaria) domina en el mercado de la iluminación, pero no es la más conveniente para la cocción de alimentos (mercado de calor).
7. A la hora de formular cualquiera de estos planes, es necesario considerar el entorno internacional, cargado de incertidumbre e inestabilidad y que es, con frecuencia, contrario a los intereses de los países productores de recursos naturales. En estas condiciones, las estrategias simplemente aperturistas pierden viabilidad y corren el riesgo de crear solo islas de modernidad, enclaves desligados del resto de la economía.
Todo esto implica una nueva forma de inserción internacional, sobre la base de la búsqueda de un nuevo perfil de especialización productiva con sostenimiento interno. La idea es definir –en términos dinámicos– las líneas de producción en las que cada país de la región debe concentrar sus esfuerzos para lograr la ansiada competitividad. Pero hablamos de un incremento de competitividad basado en el mejoramiento de la productividad, que contribuya a incrementar también los niveles de empleo e ingresos. Para ello, además de la apertura, es necesario aplicar políticas estructurales. Se trata de un proceso planificado de reorganización productiva basado en la concertación de intereses entre el Estado, los empresarios y los trabajadores, en el marco de un proyecto de largo plazo.
Del mismo modo, comprendemos la necesidad de robustecer el mercado interno y el aparato productivo, prerrequisito para conformar un sistema productivo competitivo y abierto al exterior. Para ello es necesario adoptar, entre otras, medidas que propicien la transformación y el dinamismo de la agricultura, modificar los patrones de consumo, mejorar la distribución del ingreso, calificar masivamente a la mano de obra, emprender una reforma educativa y fomentar la absorción y generación del progreso técnico.
8. Uno de los requisitos es superar la baja productividad de los segmentos productores de bienes orientados a atender las demandas de la mayoría de la población, donde se concentra la mayor parte de la mano de obra. Para lograrlo se requieren inversiones masivas. Como su financiamiento no puede provenir de esos mismos sectores (que prácticamente no generan excedentes), es necesario transferir excedentes de otros segmentos productivos, básicamente de los que explotan recursos naturales (fundamentalmente para el mercado externo, como por ejemplo petróleo) y también de aquellos segmentos modernos urbanos que producen bienes suntuarios.
La gestión estatal, las políticas económicas y las reformas jurídico-administrativas y estructural-institucionales deberán concentrarse en dos segmentos, que habrán de promoverse en una fase de transición: los que producen bienes primarios para la exportación (segmento petrolero o minero, por ejemplo, y segmento rural moderno), con elevadas rentas diferenciales; y los que producen bienes de masas (segmento urbano tradicional y segmento rural tradicional, y, en menor medida, determinadas ramas del segmento urbano moderno).
Esa transferencia intersegmental de recursos debe darse en un nuevo marco de organización sociopolítica y cultural de los grupos populares. Un manejo diferente y diferenciador en lo económico exige también cambios en lo social, que no se agotan en el campo de la simple racionalidad económica de las políticas sociales. Éstos deben basarse en principios de eficiencia y solidaridad, fortaleciendo las identidades culturales de las poblaciones locales, promoviendo la interacción e integración entre movimientos populares y la incorporación de las masas diferenciadas. En lo político, este proceso contribuiría a la conformación y el fortalecimiento de instituciones representativas de las mayorías desde los espacios locales y municipales, ampliándose en círculos concéntricos hasta cubrir el nivel nacional, para hacer frente a la dominación del capital financiero y de las burocracias estatales. Esto implica ir gestando, desde lo local, espacios de poder real, verdaderos contrapoderes de acción democrática. A partir de ellos se podrán forjar los embriones de una nueva institucionalidad estatal, de una renovada lógica de mercado y de una nueva convivencia social.
9. Esta estrategia de carácter alternativo no podrá llevarse a cabo sin una reforma del Estado. La visión simplista del papel del Estado se basa fundamentalmente en la amplitud de su intervención directa y la orientación de la política macroeconómica. Pero la dinámica del desarrollo nacional no es solo una cuestión económica; es también política, social y cultural. Lo que debe transformarse no es únicamente la calidad y la dimensión del Estado, sino también el sistema político en su conjunto. Por eso, una parte sustancial de una reforma del Estado significa modernizar instituciones, cambiar las formas y los contenidos de la asignación de recursos y diseñar otra política económica, estrechamente vinculada a una nueva política energética.
Consideraciones finales
En suma, se busca que la política energética sea parte consustancial de una estrategia alternativa y no solo un elemento más. Es claro que, como estamos hablando del largo plazo, es imperativo el aumento sostenido de la productividad y, desde luego, el crecimiento del empleo y la mejora en la distribución del ingreso. En el fondo, lo que se persigue es crear oportunidades para el desarrollo integral de la mayoría de la población. Se necesita, por lo tanto, dar vuelta la página y modificar la correlación de fuerzas: las políticas de ajuste estructural y la liberalización a ultranza, que han tenido como objetivo principal la venta de las empresas estatales y su desnacionalización, el puntual pago de la deuda externa y la reorganización de la economía a través de mercados oligopólicos o abiertamente monopólicos, claramente han fracasado.
De todo lo anterior se desprende que hay que hacer un esfuerzo enorme y sostenido para maximizar los efectos positivos de la extracción petrolera, sin perder de vista que el petróleo se acaba y que el desarrollo no se logra simplemente a partir de la extracción de los recursos naturales. Es preciso generar riqueza: ésa es la gran tarea. Si no se logra, se mantendrán vigentes tanto la maldición de la abundancia como la paradoja de la riqueza natural.
Bibliografía
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