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¿Sobrevivirá el patrimonio cultural?
Cambio climático y pandemia


Nueva Sociedad 296 / Noviembre - Diciembre 2021

El calentamiento global pone el patrimonio cultural frente a numerosos desafíos que recién comienzan a discutirse. Mientras tanto, la pandemia de covid-19 afectó las economías y redujo los presupuestos pero, al mismo tiempo, constituyó un ejercicio acerca de cómo sería posible poner límites al turismo de masas en zonas especialmente vulnerables.

¿Sobrevivirá el patrimonio cultural?  Cambio climático y pandemia

Hace tres años, en 2018, lluvias torrenciales desbordaron el río Guadalevín, en Málaga, y tiraron abajo un muro de los baños árabes de Ronda. Ese día se recogieron 220 litros de agua por metro cuadrado y resultaron arrasados parte de los jardines y mobiliario del interior de las termas construidas hace siete siglos. En las mismas fechas, el caudal del río Jalón cubrió de barro el Monasterio de Santa María de Huerta (Soria). Un año después, una gran inundación anegó Venecia (Italia), cuando el nivel del agua subió 187 centímetros. Especialistas del Laboratorio de Estudios en Geofísica y Oceanografía Espaciales en Toulouse aseguran que el cambio climático está acelerando la aparición de fenómenos meteorológicos extremos y que las inundaciones que en el pasado se consideraban excepcionales en el futuro serán la normalidad. 

Ni el patrimonio italiano ni el español están libres de las lluvias torrenciales, las sequías, la desertificación, los huracanes, las heladas, la crecida de los mares o los desplazamientos humanos. Tampoco lo están la Estatua de la Libertad, en Nueva York, el Teatro de la Ópera, en Sidney, o la plaza de San Marcos, en Venecia, que integran la lista de 40 sitios considerados Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) que desaparecerían por el cambio climático. Eso es lo que determinó un famoso estudio alemán que dio a conocer la publicación Environmental Research Letters. Brujas, Nápoles, Estambul o San Petersburgo también estarían entre los espacios amenazados. «El calentamiento global es un hecho, no cabe duda, y estamos experimentando algunas de sus consecuencias. Necesitamos anticipar los efectos adversos del cambio climático e identificar las medidas apropiadas para prevenir o minimizar el daño causado», explica Erminia Sciacchitano, portavoz de la Comisión Europea de Cultura. 

El futuro del pasado, como el de la sociedad, se expone a un riesgo inédito y no hay planes para afrontarlo. La pandemia de covid-19 y sus consecuencias económicas sobre un sector tan vulnerable como es el de la conservación-restauración han tenido un protagonismo inesperado en la concepción de estos planes, que ya estaba en marcha cuando llegó el coronavirus. El Parlamento Europeo tampoco ha desarrollado protocolos de prevención y protección especiales, aunque por primera vez se ha reconocido el problema. 

En noviembre de 2018, la Comisión de Cultura presentó el Plan de Cultura 2019-2022 y el Parlamento Europeo lo aprobó. En él se enumeran cuatro ejes de acción, entre los que destaca uno nuevo: la sostenibilidad del legado artístico. Lo que antes se llamaba «patrimonio cultural» sin más, ahora, ante la alerta climática, pasa a denominarse «sostenibilidad del patrimonio cultural». Existe una línea dedicada a la «adaptación al cambio climático»; sin embargo, está pendiente de formación el grupo que desarrolle el plan de buenas prácticas y medidas innovadoras. También se aprobó el Marco Europeo de Acción en Patrimonio Cultural, con un documento de trabajo que indica que «se pondrán en marcha acciones para investigar, desarrollar y difundir las estrategias que serán empleadas para la gestión de riesgos». Poco más. La nueva política de protección del patrimonio de la Unión Europea ante el cambio climático está por construir.

Alessandra Bonazza, del Consejo Nacional de Investigación de Italia y del Instituto de Ciencias Atmosféricas y Clima, cuenta que «desafortunadamente todavía no existe un censo exhaustivo del patrimonio europeo bajo amenaza, tanto en exteriores como en interiores y expuestos a los diversos riesgos vinculados a estos cambios climáticos, contaminación y conflicto armado». Profesora de Impacto Ambiental en Materiales, Deterioro y Envejecimiento en la Universidad de Bolonia, Bonazza es una de las autoras del informe sobre la intensidad y frecuencia de eventos extremos que dañan el patrimonio para la Comisión de Cultura de la ue. La especialista pide con urgencia la creación de planes nacionales de adaptación al cambio climático. Mientras ese informe, entregado a finales de 2018, aclara que la prioridad es «reconocer el riesgo del desastre», en España hay especialistas que dudan del vínculo entre catástrofes recientes y el aumento de la temperatura global. Fernando Vegas, catedrático de la Universidad Politécnica de Valencia y miembro de la junta directiva del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (icomos) de España, asegura que es muy difícil demostrar que la causa de las inundaciones de Ronda, por ejemplo, sea el cambio climático. Frente a esta opinión, Adam Markham, de la Union of Concerned Scientists [Unión de Científicos Preocupados], asegura –en referencia al aumento del nivel del mar, las inundaciones costeras y las sequías– que «ninguna comunidad, cultura, región o tipo de patrimonio es inmune a los riesgos climáticos». 

«Otras afecciones, especialmente en la arquitectura de la tierra, son mucho más sutiles porque los ciclos de la extrema desecación y humectación de la arquitectura de tapia y de los yacimientos arqueológicos van afectando la erosión poco a poco», explica Vegas. Los especialistas creen que la sensibilización de la sociedad para poner en marcha las instituciones es determinante en esta carrera por la protección preventiva, pero también son conscientes de que sin «derrumbamientos espectaculares» no se refuerza la conciencia de la necesidad de actuar en un patrimonio que se degrada. Por eso para Bonazza es prioritario que todas las administraciones tomen conciencia del peligro real para superar la brecha existente entre las investigaciones y las fórmulas políticas. «Necesitamos sistemas de alerta que se anticipen a los desastres para salvaguardar el patrimonio, sobre todo en el caso de los eventos extremos (lluvias intensas, inundaciones y periodos de sequía) cuya intensidad y frecuencia han aumentado y se prevé que aumenten en el futuro», añade la especialista.

El pasado julio se reunieron todos los ministros de Cultura de la ue en Roma y realizaron una declaración conjunta en la que hicieron pública, por primera vez, su «preocupación» por el aumento de la frecuencia e intensidad de los fenómenos peligrosos relacionados con el cambio climático y sus repercusiones sobre el patrimonio cultural. Dijeron ser conscientes de «la importancia de integrar más firmemente la acción climática en las políticas culturales, incluso respaldando las actividades culturales que pongan de relieve y aborden las cuestiones climáticas». No mostraron tanta preocupación en el peligro de conservación del patrimonio como en la contribución de la cultura y del patrimonio cultural en la lucha contra el cambio climático. En sus conclusiones indicaron que los gobiernos europeos deben «aprovechar mejor el potencial de las soluciones culturales para la acción climática». 

¿A qué se referían? Es un aspecto que quedó recogido en el único informe sobre las consecuencias en el patrimonio del nuevo clima, realizado por los 28 miembros de 19 países del icomos, en julio de 2019. Llama la atención sobre el potencial pendiente de explotar las dimensiones culturales para frenar el cambio climático. El análisis explica que se podrían apoyar las transiciones éticas hacia comunidades con baja emisión de carbono y resilientes al clima, como la rehabilitación en lugar de la especulación inmobiliaria. También muestra cómo «el cambio climático ya está afectando a las comunidades y al patrimonio mundial y estas tendencias están empeorando rápidamente». «El cambio climático sigue siendo la mayor amenaza para nuestro pasado, presente y futuro. La escala de este desafío puede parecer abrumadora, pero estoy más convencido que nunca de que nuestro patrimonio cultural es clave para la solución», explica Will Megarry, responsable de icomos en este ámbito. Técnicos y especialistas en el legado histórico y cultural de todo el mundo se encuentran en estos momentos investigando las técnicas tradicionales para enfrentarse al cambio.

Erminia Sciacchitano amplía esta idea de salvar el patrimonio para evitar un futuro distópico e indica que las soluciones basadas en el patrimonio cultural juegan un papel importante en la mitigación y adaptación a los cambios meteorológicos: «Los edificios históricos representan una fuente importante de carbono, energía y recursos naturales incorporados. Su reutilización puede contribuir a reducir las emisiones asociadas con la construcción de edificios». La renovación de edificios también es importante para la recuperación económica tras el covid-19. Según el informe publicado el pasado marzo por Europa Nostra, titulado European Cultural Heritage Green Paper, la reparación y regeneración del parque de edificios históricos implica el uso de técnicas tradicionales de construcción, artesanía y conocimiento local en combinación con innovaciones sostenibles. «Esto, a su vez, requiere de expertos en patrimonio, artistas y una variedad de artesanos y oficios», sostiene la investigación. Indican que la próxima generación de la ue promoverá la acción climática, la transición justa y la cohesión social. 

Este libro verde que piensa en cómo rebajar el calentamiento global del futuro de los europeos explica que la conservación del patrimonio cultural es la antítesis del espíritu de la sociedad de consumo, cuya única aspiración es no reciclar nada para consumir todo. El patrimonio cultural se presenta como un acto de desobediencia a esta maquinaria capitalista porque lucha por la reparación, el uso y la reutilización de edificios históricos, es decir, un patrón de los modelos de una economía circular. «El patrimonio cultural ofrece un potencial inmenso y prácticamente sin explotar para respaldar la transición justa hacia los futuros, con bajas emisiones de carbono y resilientes al clima, previstos por el Pacto Verde Europeo», concluye el citado informe visionario.

Los cambios climáticos son el origen de una nueva era de la conservación-restauración, tal y como apuntó el ex-presidente de icomos Toshiyuki Kono. Fue muy contundente ante este problema: «El clima está cambiando y el patrimonio también debe hacerlo. Sería una estupidez imaginar que la práctica del patrimonio permaneciera estática». De hecho, para Ana Galán Pérez, especialista en este tipo de protección y ex-presidenta de la Asociación de Conservadores Restauradores de España (acre), la profesión se encuentra ante un nuevo reto: «Elaborar un perfil especializado que ejecute el diseño de planes para abordar el impacto destructor del cambio climático en patrimonio inmueble como en colecciones». Sin embargo, en los Planes Nacionales de protección del patrimonio, diseñados por el Ministerio de Cultura, no hay herramientas específicas ni líneas concretas destinadas a paliar los efectos del cambio climático. Tampoco existe un censo sobre el patrimonio vulnerable a estos peligros. 

La constitución de este nuevo perfil del oficio del conservador-restaurador se ha acelerado como consecuencia de la crisis económica causada por la pandemia. Durante este último año y medio la fragilidad económica y la vulnerabilidad de estos trabajadores calificados ha hecho reaccionar a las instituciones europeas. Desde el programa Charter, de la European Cultural Heritage Skills Alliance, se han propuesto reactivar la profesión investigando las necesidades del oficio y diseñando políticas públicas para salvar a estos profesionales. «Tenemos un desafío inmenso, para el cual nos hemos estado preparando durante mucho tiempo», dice Lluís Bonet, director del programa Charter desde la Universidad de Barcelona. «Cuando la ue decidió reorganizar los marcos ocupacionales y formativos de sus sectores económicos y estratégicos, el patrimonio cultural se consideró una prioridad», indica Bonet, cuya misión es demostrar que la contribución de la restauración-conservación es importante para sociedades y economías sostenibles y prósperas. 

Reconocen que los retos tecnológicos y medioambientales están cambiando la profesión tal y como la conocían, así como las formas de producción, distribución y consumo. De hecho, la pandemia del coronavirus ha colocado al oficio en un lugar inesperado: la digitalización. Ante el cierre por el confinamiento que ha evitado la extensión del virus, las instituciones apenas reclamaron a los conservadores que verificaran el estado de los sitios, edificios o colecciones, según un informe de la Confederación Europea de Organizaciones de Conservadores (ecco, por sus siglas en inglés). En muchos museos, casas históricas, sitios arqueológicos, bibliotecas o archivos no se permitía la presencia de conservadores-restauradores en las instalaciones. Pero esta situación fue «enmascarada» por una alta visibilidad del patrimonio cultural en las redes sociales y acceso a recursos digitales. Ahí está la paradoja. La accesibilidad en línea pareció suficiente durante un tiempo, «mientras se consideró que el patrimonio cultural se preservaba por sí mismo», indica el estudio. El confinamiento debilitó la profesión, ya que no se la consideró un «servicio esencial». 

La ecco ha realizado una gran encuesta entre sus afiliados para conocer sus preocupaciones ante el impacto del covid-19 y el mayor temor que ha emergido entre los expertos del patrimonio es la incertidumbre para salir adelante. El informe de ecco advierte de «implicaciones catastróficas»: «Como consecuencia de la crisis sanitaria, o más casualmente debido a las crecientes dificultades económicas, si el número de profesionales de la conservación-restauración se desploma, rápidamente habría una escasez de profesionales capacitados para la preservación del patrimonio cultural». No importarán los planes que se hagan para enfrentar el cambio climático porque la precariedad laboral habrá esquilmado al colectivo. 

En países como Portugal, España, Francia e Italia, según el informe ecco, la mayoría de los profesionales trabajaban en el sector privado, bien como autónomos o como falsos autónomos. Esto los convierte en especialmente vulnerables ante los recortes y la recesión, porque en aquellos países donde los restauradores son en mayoría personal público, como en Eslovenia (73% del oficio), tuvieron mayor protección y no perdieron sus puestos. España es el mejor ejemplo de lo contrario: 43% de los trabajadores son autónomos o dirigen una empresa propia y pequeña. Para las mujeres ha sido peor: al tratarse de un oficio con una tasa de ocupación femenina muy alta, la falta de trabajo ha provocado que la carga familiar en el confinamiento la asuman ellas y cuiden de los niños y del hogar. «Es una realidad que en tales situaciones, las mujeres se ven más afectadas que los hombres», dice el informe. 

A esta debilidad hay que añadirle otra: los expertos en la conservación y restauración del patrimonio son invisibles. En el último informe de las profesiones dedicadas al Patrimonio Cultura, de la ue, se indica que la falta de reconocimiento del oficio «puede incluir lagunas de conocimiento» en la adaptación al cambio climático, entre otras cosas. Esto sucede porque no existe una estructura para el desarrollo profesional continuo que ayude al aprendizaje permanente, ni un sistema para identificar y abordar las brechas de habilidades tecnológicas emergentes. La misión del programa Charter es acabar con esta situación.

El sector envejece y cuenta con pocos recursos para afrontar los retos a los que va a someter el cambio climático a los bienes del patrimonio cultural. Una excepción sucede estos días en Toledo, donde el temporal Filomena arrasó el invierno pasado la delicada cubierta barroca de la Catedral. El Ministerio de Cultura del gobierno español ha invertido un millón de euros en reparar los daños que causó la nieve y que dejaron la cubierta en una situación de máximo riesgo para el edificio y las personas. «Existe una situación crítica de riesgo de pérdida patrimonial. El objetivo de las obras es recuperar la estabilidad y estanqueidad de la envolvente o lucerna del Transparente, evitando daños irreparables y garantizando la seguridad de los visitantes ante posibles desprendimientos», indican los técnicos del Instituto de Patrimonio Cultural de España (ipce). El equipo de la institución amparada con fondos públicos va a usar drones y láser 3d en el minucioso proceso de la reconstrucción, teja a teja, de la cubierta tan poco usual. «Casi es una pieza escultórica», dice el arquitecto José María Ballester, jefe del área de intervención en inmuebles. Con las nuevas tecnologías han creado una maqueta al detalle, en la que están clasificadas todas y cada una de las tejas de pizarra, así como su colocación. Desconocen cuántas piezas componen la estructura, pero calculan que varios miles. Un artesano de la zona realizará las nuevas «escamas» con el mismo material con el que se hicieron las originales y respetando la forma. «Y así el envoltorio seguirá siendo una pieza histórica», cuenta Ballester.

El extraordinario temporal ha puesto en peligro una de las obras más espectaculares de la arquitectura barroca en España y el confinamiento provocado por la crisis sanitaria del covid-19 ha dejado sin recursos propios a la Catedral. La carencia de ingresos por venta de entradas en taquilla es la justificación que da el Cabildo de la Catedral Primada para no invertir en la recuperación de las pinturas murales. La decoración del artista Narciso Tomé ha sido dañada por el agua que se ha colado desde la cubierta destruida. La capa pictórica se está desprendiendo del interior del muro que sostiene el Transparente y, a pesar de la emergencia de la intervención, la Iglesia no destinará ni un euro a recuperar las partes heridas. Al menos en estos momentos no se contempla, ha aclarado el responsable de obras de la Catedral sin entrar en más detalle.

Otro buen ejemplo de nuevas soluciones para mejorar la resiliencia de los asentamientos históricos y fomentar su reconstrucción sostenible en caso de desastres es el proyecto Heritage Resilience Against Climate Events on Site (heracles) [Resiliencia patrimonial contra eventos climáticos in situ], uno de los planes de investigación financiados por la Comisión Europea con un presupuesto total de 18 millones de euros. Giuseppina Padeletti, del Consejo Nacional de Investigación de Italia, ha sido la coordinadora del proyecto y cuenta que han trabajado en Heraclion, en la isla griega de Creta, donde el aumento del nivel del mar y los intensos oleajes amenazan la fortaleza marina de Koules, mientras que los fuertes vientos y el aire salino están corroyendo el Palacio de Cnosos, de 4.000 años de antigüedad y hogar del mítico Minotauro. El equipo confirmó que el cambio climático representa una auténtica amenaza para el sitio cultural. heracles incorpora sensores in situ, datos aéreos y datos de satélites para proporcionar soluciones concretas y rápidas para la salvaguarda del patrimonio cultural. Es un sistema de alerta temprana que será esencial, sobre todo en caso de eventos extremos cuya intensidad y frecuencia aumentaron y seguirán haciéndolo.

Estos cambios adversos son, además, nocivos para el turismo cultural y la fuente de ingresos que reporta en la zona y repercute en la conservación de los propios sitios históricos. Los destinos del patrimonio cultural pueden volverse menos atractivos como resultado de los impactos inducidos por el clima en el entorno natural y construido. Así lo alertan los investigadores del departamento de Ciencia Política de la Universidad de Grecia George Alexandrakis, Constantine Manasakis y Nikolaos A. Kampanis, quienes han publicado un informe sobre el impacto económico del cambio climático en el patrimonio cultural donde muestran cómo afecta a la duración y la calidad de las temporadas turísticas dependientes del clima. Cuentan que uno de los efectos directos de la disminución del crecimiento económico y de la riqueza discrecional es una mayor inestabilidad política y crecimiento de la inseguridad. Y concluyen que lo único que puede detener a la economía turística es el impacto del cambio climático sobre el legado artístico.

En Creta, indican estos investigadores griegos, la economía comenzó a cambiar de manera radical en la década de 1970, cuando la población abandonó la agricultura –sobre todo el cultivo de la vid– por el turismo y se desplazó a los núcleos urbanos, como Heraclion. Gracias a su conversión en uno de los destinos vacacionales más populares de Grecia, Creta produce en estos momentos 5,7% del pib total del país. Más de cuatro millones de turistas visitan la más grande y poblada de las islas griegas (y la quinta más grande del mar Mediterráneo). Por Cnosos pasan cerca de 670.000 visitantes al año y 40.000 por la fortaleza marina de Koules, pero las previsiones advierten que el turismo en Creta no dejará de crecer en la próxima década. En 2030 está previsto que pasen 4,3 millones de personas. En estos momentos Creta recibe un millón menos. Para entonces Cnosos recibirá casi un millón de visitantes y reportará unos beneficios por venta de entrada de 17 millones de euros (casi tres millones de euros más que los logrados en 2021). Son estimaciones que permiten entender la importancia de la promoción y conservación del valor comercial del patrimonio, además del cultural. Los investigadores del informe concluyen que, para preservarlo, las administraciones deben asumir medidas de protección que garanticen la integridad del patrimonio ante el impacto del cambio climático. 

El turismo y el patrimonio protagonizan la típica relación de pareja eternamente al borde del divorcio. Según la Agenda Urbana publicada por la Comisión Europea, hay que olvidarse de las masas de personas con ganas de hacerse una selfie en los monumentos y aspirar a un turismo sostenible. Es aquel que aporta beneficios a las comunidades y ciudades respetando las necesidades de la población local y garantizando la integridad del legado histórico. Para conseguirlo, la Comisión Europea ha reclamado métodos y herramientas que consigan el equilibrio de los flujos turísticos entre los principales centros y los sitios y ciudades menos visitados. Con la pandemia de covid-19 esta regulación de los flujos turísticos ha adquirido, además, una dimensión de seguridad.

La masificación y el cambio climático son los mayores riesgos que amenazan al patrimonio. Venecia es la mejor prueba de esta afirmación. De ese paraíso de calma y sosiego, de silencio y paz que venden en las postales más bucólicas, no ha quedado ni rastro. La ciudad de los canales y los puentes depende en vena de la industria del turismo y del abordaje de los megacruceros, embarcaciones de cientos de metros de largo y tan altos como edificios de apartamentos. Ahora formulemos a la inversa: la salvación de la ciudad de los canales y los puentes depende de la prohibición de los megacruceros en el corazón de Venecia. Ninguna de las dos ecuaciones es mentira y, sin embargo, son irreconciliables.

La Unesco reclamó hace seis años la prohibición de los cruceros que pasan por la puerta de San Marcos junto con otras tantas medidas que están pendientes de cumplir, como la «reducción drástica» del número de turistas. La pandemia ha servido para hacer reaccionar a la ciudadanía, que tras una consulta pública sobre la construcción de una nueva terminal fuera del centro decidió que las embarcaciones de más de 40.000 toneladas tendrían que atracar lejos de la Laguna. Cuando el flujo turístico vuelva a estar a pleno rendimiento ya no habrá fotos de esos monstruos cruzando la ciudad. Cinco años después de haberlo avisado, la Unesco publicó en marzo de 2020 un extenso informe titulado Proyecto de gobernanza territorial del turismo en Venecia, en el que señalaba que seguían sin resolverse «problemas cruciales», que representaban «una amenaza significativa» para su patrimonio excepcional. El primero de todos es la expulsión de los residentes que ha provocado la masificación turística. Más de 25 millones de personas visitan la ciudad al año y los vecinos son poco más de 50.000. 

«La exuberancia del turismo de masas, que es un problema de hace muchas décadas, tiene un impacto negativo muy importante en el patrimonio, y sus efectos están generando problemas complejos en muchos campos. Este problema ya resultó una pérdida significativa de autenticidad histórica, así como la pérdida de significado cultural debido al cambio básico de uso de las casas públicas y privadas en las áreas urbanas», explicaban los especialistas en el informe de la Unesco. Venecia no es un parque temático, aunque la Alcaldía insista en lo contrario, y para demostrarlo piden al gobierno italiano que apoye a los residentes mediante «la provisión de viviendas asequibles, la promoción del empleo y la seguridad de la infraestructura para garantizar que aumente nuevamente su número», indican. La tarifa de acceso que se impondrá a partir del próximo verano tampoco servirá para reducir el número de turistas, cuyo impacto en los tejidos urbanos históricos, en el medio ambiente de la Laguna y en las identidades sociales de sus habitantes «es destructivo». 

En tan solo unos años, el marco político europeo sobre el patrimonio cultural se ha revisado por completo, avanzando hacia un enfoque que parte de las personas y elimina las divisiones entre tangible, intangible y digital. Ahora se lo considera como un recurso compartido, destacando que los interesados comparten la responsabilidad de su transmisión a las generaciones futuras. Es decir, los especialistas en la conservación y restauración son esenciales en la vida del legado histórico, pero la ciudadanía no puede quedar al margen, porque será la responsable de activar los recursos políticos. Además, el nuevo marco ha sido acelerado por las consecuencias del covid-19. Durante el confinamiento se han potenciado las posibilidades de las nuevas tecnologías para preservarlo y mejorar la experiencia del visitante y la participación del público en los sitios y los museos. El patrimonio cultural no se salvará de los nuevos peligros que lo amenazan con los exiguos presupuestos que se le dedican, sino con la conciencia de la comunidad que asume que debe proteger estos hitos que forman parte de su historia y su identidad.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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