Tema central

​«Ni populistas, ni conservadores»
Dilemas y desafíos del socialismo democrático argentino


Nueva Sociedad 261 / Enero - Febrero 2016

El recorrido histórico del Partido Socialista en Argentina muestra algunos elementos comunes a las experiencias –y tensiones– que transitó la socialdemocracia en América Latina: cómo posicionarse frente a las experiencias populistas sin dejarse absorber por un republicanismo democrático genérico, que desdibuja todo perfil socialista. Eso lleva a repensar a quiénes les hablan los socialistas y a (re)construir conexiones con el mundo popular y de los movimientos sociales, así como con otras corrientes de la izquierda actual.

​«Ni populistas, ni conservadores»  Dilemas y desafíos del socialismo democrático argentino

Hace pocas semanas hubo elecciones presidenciales en Argentina. En ellas, una coalición liderada por Propuesta Republicana (pro), un partido de centroderecha de formación relativamente reciente, se impuso por estrecho margen al Frente para la Victoria (fpv, kirchnerista), la fuerza que dominó la política nacional por más de una década. Entre los derrotados en los comicios se hallaba un Partido Socialista (ps) que, tal como sucediera en el pasado, no logró incidir en un escenario polarizado en torno de la oposición populismo-antipopulismo. En este artículo, intentaremos pensar los desafíos que hoy afronta el ps argentino a la luz de su trayectoria histórica. Luego de señalar una tensión que cruzó las filas socialistas desde sus primeros años –si identificarse como partido obrero o partido de ciudadanos–, abordaremos la posición adoptada por el socialismo frente a las distintas experiencias populistas, señalando cómo en el enfrentamiento con ellas, sobre todo con el peronismo, el ps acentuó la dimensión cívica y universalista de su prédica. A continuación, daremos cuenta de las profundas transformaciones que el espacio de la izquierda argentina experimentó tanto a fines de la década de 1950 como durante los años 80, transformaciones que produjeron un proceso de división y reunificación del espacio socialista, para luego analizar el modo en que un «renacido» ps se colocó frente a los gobiernos kirchneristas. El artículo se cierra planteando las alternativas que, imaginamos, los nuevos tiempos políticos abren para el crecimiento de una fuerza socialista.

De partido obrero a partido de ciudadanos

El ps argentino nació a fines del siglo xix como resultado de un proceso de articulación de un conjunto de centros socialistas y sociedades gremiales que reunían a trabajadores inmigrantes. Hasta entrado el siglo xx, y a pesar de que progresivamente el control del partido pasó a manos de un núcleo de intelectuales encabezado por Juan B. Justo, mantuvo su identificación como representante de los intereses obreros y el rechazo a los discursos que diluían la identificación de clase en un genérico interés nacional. Ya el «Manifiesto electoral» con el que el ps concurrió por primera vez a los comicios en 1896 declaraba: «Fundamentalmente distinto de los otros partidos, el Partido Socialista Obrero no dice luchar por puro patriotismo, sino por sus intereses legítimos; no pretende representar los intereses de todo el mundo, sino los del pueblo trabajador, contra la clase capitalista opresora y parásita»1.

La cita merece dos comentarios. El primero es que en el vocabulario socialista la apelación amplia al «pueblo» aparecía limitada por los calificativos «obrero» y «trabajador», lo que dificultaba la inclusión de sectores no estrictamente identificados con la clase obrera. El segundo es que, a partir de 1900 y especialmente después de la sanción de la Ley Sáenz Peña –la cual, al establecer el voto secreto y obligatorio, amplió el universo de representación política, lo que derivó en el triunfo electoral de la Unión Cívica Radical (ucr) y también en el crecimiento del ps–, los socialistas combinaron su inicial interpelación clasista con apelaciones universalistas a «los ciudadanos» o a «los consumidores». Con el paso del tiempo, la prédica socialista fue pasando de la interpelación obrerista, no siempre despojada de un corporativismo estrecho, a un discurso universalista que apelaba a la «ciudadanía» en su conjunto. Sin embargo, como lamentaba José Aricó en vena gramsciana2, su discurso no avanzaría en la construcción de una interpelación nacional-popular que superara el particularismo proletario para ligar al inicial destinatario obrero con otros sectores que se oponían al bloque dominante encabezado por los grupos terratenientes.

El ps y los movimientos populistas

La combinación entre el discurso clasista y el cívico, planteado en clave civilizatoria, tendría una clara expresión en la consigna con que el ps buscó posicionarse ante la primera experiencia populista de la historia argentina: «Ni barbarie yrigoyenista, ni reacción conservadora». Si el discurso civilizatorio distanciaba a los socialistas de un movimiento que consideraban atávico y personalista como el que seguía al líder radical Hipólito Yrigoyen, la clave social hacía imposible que coincidieran con fuerzas como el Partido Conservador que, denunciando esa «barbarie yrigoyenista», organizarían el primer golpe de Estado de la historia argentina. Los socialistas permanecieron «solos contra todos» –tal como rezaba otra de sus consignas– en una casi imposible tercera posición, rechazando las conspiraciones golpistas y a la vez pidiendo la renuncia de Yrigoyen.

La posición del ps ante el segundo movimiento populista, el peronismo, fue diferente. Aunque recibió con expectativa la revolución de junio de 1943, un nuevo golpe de Estado que venía a terminar con los fraudulentos regímenes conservadores, el socialismo pronto se colocó en la oposición a un gobierno revolucionario del que denunciaba la política represiva y la presencia de sectores nacionalistas a los que identificaba con el fascismo y el nazismo. Tal caracterización inicial estuvo lejos de ser abandonada cuando la figura de Juan D. Perón, de creciente relevancia dentro del gobierno militar, impulsó una política que contemplaba muchas de las reivindicaciones sociales que el ps había sostenido por décadas. Por el contrario, el socialismo vio en el «obrerismo» de Perón un elemento que lo emparentaba con el fascismo. Fue así como, bajo la dirección intelectual de Américo Ghioldi, el ps diluyó aún más la perspectiva social en un discurso cívico modulado en clave liberal, y denunció la política social emprendida por el gobierno militar, y luego por el régimen peronista que lo sucedió, como un intento de sobornar a los sectores populares para que se sometieran a un gobierno totalitario3. Hacia fines de los años 40, el uso del concepto «totalitarismo», que incluía nazismo y fascismo pero también comunismo, permitía acentuar la crítica a un gobierno que, tal y como se señalaba respecto del estalinismo imperante en la Unión Soviética, se presentaba como representante de los trabajadores pero reforzaba su sumisión. Esta mirada hizo que el ps leyera toda política de conciliación con el peronismo como defección, y aun traición. Una evaluación más matizada de los significados del peronismo solo iba a comenzar a producirse después de la caída de Perón en 1955.

De la nueva izquierda a la izquierda democrática

Como señala Carlos Altamirano, hacia fines de los años 50 la cultura política de la izquierda argentina experimentó un profundo viraje: si hasta ese momento las fuerzas que la componían se presentaban como el ala avanzada de un «campo democrático y progresista», después de 1955 la izquierda se pensó como parte de un «campo nacional» estructurado en clave antiimperialista4 Sobre la base de esa clave, la «nueva izquierda» de los años 60 ya no leería el peronismo como un movimiento autoritario, y aun totalitario, sino como un movimiento de liberación nacional.

El viraje impactó en las filas socialistas. Ya en 1957, y contra las previsiones de Ghioldi, comenzaron a oírse voces que planteaban la necesidad de reevaluar el papel del peronismo en el camino al socialismo. El reclamo, que abría el horizonte para una confluencia entre izquierda y peronismo, terminó de hacer imposible la unidad del ps, que se fracturó entre un Partido Socialista Democrático (psd), que giró cada vez más hacia el liberalismo económico y cierto conservadurismo político y cultural, y un Partido Socialista Argentino (psa), que, especialmente a partir de sus grupos juveniles, levantó banderas antiimperialistas para luego dividirse entre quienes apostaban por construir un partido de vanguardia revolucionaria, en clave leninista y aun maoísta, y quienes buscaban la fusión con las masas peronistas5. El resultado de las sucesivas fracturas fue la dispersión del espacio socialista, al punto que hacia comienzos de los años 70 la principal resonancia del término «socialismo» en la política argentina se hallaba en el vago «socialismo nacional» proclamado por la izquierda peronista.

Pasamos al segundo gran cambio en el mundo de la izquierda: a comienzos de la década de 1980, una nueva ruptura en la tradición de izquierda produjo el surgimiento de una «izquierda democrática» que se preocupó más por la cuestión de la democracia y de las libertades que por la «cuestión nacional» y que colocó el centro de su mirada no en el Estado sino en «la sociedad». De esta empresa de renovación participó el núcleo de intelectuales reunido en el Club de Cultura Socialista –del que formaban parte Juan Carlos Portantiero, José Aricó, Emilio De Ípola, Oscar Terán, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, entre otros– quienes, alejándose de la posturas insurreccionalistas y estatalistas de la «nueva izquierda» de los años 60, pudieron recuperar elementos del legado societalista de Juan B. Justo y el viejo socialismo argentino6. Participaron también, y en un lugar decisivo, dos partidos políticos que, partiendo de orígenes muy diferentes, emprendían el camino de recuperar la identidad del antiguo ps para construir una izquierda democrática. En esa marcha, estos partidos experimentaron importantes cambios identitarios: por un lado, el psd, que luego de la muerte de Ghioldi y merced tanto a un recambio generacional como al ingreso de un núcleo de militantes provenientes de la Confederación Socialista Argentina (csa) experimentó un proceso de renovación ideológica que lo hizo abandonar sus rasgos más conservadores. Por otro, el Partido Socialista Popular (psp) –una fuerza nacida del Movimiento Nacional Reformista (mnr), una agrupación de estudiantes universitarios liderada por Guillermo Estévez Boero y con bases en la provincia de Santa Fe–, matizó los componentes más nacionalistas y populistas que informaban sobre su cultura política y adoptó un perfil más claramente socialdemócrata. Hacia fines de los años 80 ambas fuerzas constituyeron la Unidad Socialista (us), una alianza electoral que propuso como horizonte la unificación de las fuerzas socialistas dispersas y la refundación del ps7. El camino hacia la unificación fue largo; en él se sucedieron triunfos electorales, como el alcanzado hacia 1989 cuando el psp obtuvo el gobierno municipal de la ciudad de Rosario (la tercera ciudad argentina en población); y frustraciones políticas, como la de la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación, coalición electoral encabezada por la ucr de la que la us formó parte, y que hacia fines de 2001 debió abandonar el gobierno en medio de una profunda crisis política, económica y social que provocó la renuncia del presidente Fernando de la Rúa. Finalmente, un congreso realizado en junio de 2002 firmó el acta de nacimiento del nuevo ps.

El ps en los años kirchneristas

A poco de su refundación, el ps afrontó los desafíos asociados a una nueva experiencia populista abierta con el triunfo de Néstor Kirchner en las elecciones presidenciales de mayo de 20038. En términos generales, la posición del socialismo fue más parecida a la alternativista –«ni con unos ni con otros»– adoptada frente al yrigoyenismo que al alineamiento absolutamente opositor de los años del primer peronismo. Aunque criticó el estilo de gestión y muchas de las medidas tomadas por Kirchner y Cristina Fernández a lo largo de sus 12 años de gobierno, el ps no adoptó una oposición total y apoyó medidas como la Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, el matrimonio igualitario y la Asignación Universal por Hijo (auh)9. Otra diferencia importante con lo sucedido durante el primer peronismo se dio en la relación con los sectores antikirchneristas: lejos de proponer, como en esos tiempos, la subordinación de todas las diferencias al objetivo de construir una «unión sagrada» que desplazara al gobierno «enemigo», el ps enfatizó la necesidad de que las alianzas se apoyaran en un perfil programático definido. Podemos decir que, en términos generales, en los años kirchneristas y a diferencia de lo sucedido durante los años 40 y 50, el socialismo no licuó su identidad ni adoptó el discurso de que todo era lícito para derrotar al oficialismo. Tomando una posición que no rechazaba los avances que en términos de igualdad impulsaban los gobiernos kirchneristas sino los rasgos discrecionales y poco republicanos de la gestión, que afectan incluso muchas de las políticas de igualación emprendidas, el ps se tornó en el eje de una coalición de fuerzas de izquierda democrática, el Frente Amplio Progresista (fap), con el que obtuvo el segundo lugar en las elecciones presidenciales de 201110.

Sin embargo, el ps no logró consolidar el espacio del fap de modo de convertirlo en el articulador de una oposición que enfrentara al gobierno de Cristina Fernández sobre la base de los reclamos de mayor igualdad y democracia. Por el contrario, se acercó a los sectores más ranciamente antikirchneristas, como la Coalición Cívica liderada por Elisa Carrió, con la que, junto con la ucr, confluyó en el Frente unen, constituido en la ciudad de Buenos Aires en ocasión de las elecciones legislativas de 2013. La alianza fue el embrión del Frente Amplio unen (faunen), coalición creada en 2014 con vistas a las elecciones presidenciales de 2015. Sin embargo, la alianza naufragó: la potencia de la frontera entre kirchnerismo y antikirchnerismo pudo más. La ucr y la Coalición Cívica abandonaron faunen para formalizar la alianza opositora Cambiemos, hegemonizada por la centroderecha de pro, que obtuvo el triunfo en las elecciones presidenciales de fines de 2015. El ps, por su parte, intentó con poco éxito superar la polarización electoral constituyendo una alianza de centroizquierda, denominada Progresistas, con la que obtuvo muy magros resultados11.

Perspectivas futuras

Hoy el ps ha vuelto a ocupar un lugar menor en el escenario político nacional12. Ante ello es posible que algunos dirigentes propongan salir de la situación mediante el acercamiento a la coalición ganadora. Esta salida –favorecida también por el esquema de alianzas que, a escala de las provincias, vincula al ps con la ucr, a su vez integrante de Cambiemos, e incluso el mismo pro– puede resultar atractiva en términos de recursos materiales, así como costosa en términos identitarios. Otra alternativa, favorecida por un mapa político volcado a la derecha –tanto por el perfil del gobierno de Macri como por los postulantes al recambio de liderazgo dentro del peronismo–, puede ser la reafirmación del papel del ps en la construcción de un espacio de izquierda democrática.

Es probable que el escenario descrito abra un espacio interesante para un socialismo que, sin dejar de sostener las banderas republicanas, enfatice el componente igualitario de su prédica y acentúe la vinculación con los trabajadores y excluidos. Ello haría necesario que el ps deje de presentarse solo como una «izquierda moral», que se define por la opción por ciertos valores como la igualdad y la justicia, para construirse también como una «izquierda social», que asocia sus posiciones a actores sociales13. Por el momento, comparte las limitaciones que ya en 1994 Julio Godio diagnosticara respecto a otra fuerza de izquierda democrática, el Partido del Frente, embrión del Frente País Solidario (Frepaso) que integrarían los socialistas: las de representar a un sector de «ciudadanos progresistas» sin conectar con ningún interés social, y en particular con los del movimiento obrero y «el mundo de los excluidos»14.

Pero conectar con esos intereses supone, amén de cambios estratégicos y organizativos, avanzar en la definición del sujeto político al que el socialismo se propone representar. Si algún sujeto ocupa un lugar central en los discursos del ps es la ciudadanía democrática, una identificación demasiado débil, que se asocia a una defensa genérica de la democracia en la que la apuesta transformadora del socialismo se diluye. Aun reconociendo la justeza de la crítica a la mirada esencialista con que la izquierda invistió categorías como «clase obrera», hoy es necesaria la definición del sujeto «oprimido» en nombre del cual el socialismo toma la palabra15. Sin apelar al mundo de los «humillados y ofendidos», el socialismo se presenta como un liberalismo de izquierda, como un vago «progresismo». Esa adscripción se asocia, por un lado, a la dificultad de diferenciarse respecto de un radicalismo que también se propone como un liberalismo progresista16; y por otro, y más importante, a la adhesión a una concepción excesivamente consensualista y gerencial de la política, que supone que los problemas políticos se resuelven con diálogo y buena administración.

La no problematización de esos supuestos impedirá plantear una lectura atenta a los claroscuros de la coalición que apoya al gobierno de Macri y la alianza Cambiemos. Es tan necesario tener en cuenta que no todos sus simpatizantes proponen una restauración neoliberal, lo que implica la posibilidad de tomar en cuenta la legitimidad de algunas de sus demandas, como reconocer que muchos otros sí lo hacen, lo que debe llevar a combatir los argumentos del individualismo posesivo que han calado hondo en el sentido común de buena parte de la sociedad argentina.

Para ello, el ps debería construir una narrativa propia que, reconociendo errores y aun horrores, sea capaz de recuperar más de un siglo de luchas y proyectar un horizonte para la acción socialista. Ello permitirá definir aliados y adversarios y establecer vínculos con los movimientos sociales –con el movimiento obrero, con los movimientos de desocupados, con los movimientos de mujeres, con los que se oponen al modelo extractivista de desarrollo– y con otras expresiones de la izquierda política: la izquierda revolucionaria, nucleada en torno del Frente de Izquierda y los Trabajadores (fit) y la izquierda nacional-popular, reunida en torno del kirchnerismo, ya sea que este se encuentre dentro o fuera del Partido Justicialista17. Así como sucedió en los «largos» años 60 y también en los 90, cuando desde el gobierno Carlos Menem combinó tradición peronista y neoliberalismo18, hoy el socialismo tiene el desafío de dialogar con una izquierda nacional-popular que, más allá de la derrota electoral, conserva importantes apoyos no solo entre los sectores populares, sino también en las clases medias, sobre todo los universitarios, profesionales e intelectuales.

Un riesgo es el de quedar absorbido por el nacionalismo popular, como sucedió en los 60 y 70; el otro es el de la adopción de un republicanismo genérico que desdibuja todo perfil socialista.

Los dilemas del pasado parecen repetirse; el desafío pasa por construir una identidad propia y decidirse a apostar al largo plazo, sin sumarse a uniones sagradas ni a gobiernos de salvación nacional.

  • 1.

    En La Vanguardia, 29/2/1896.

  • 2.

    J. Aricó: La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina, Sudamericana, Buenos Aires, 1999, p. 229.

  • 3.

    Sobre la interpretación socialista del peronismo, v. Carlos Herrera: «¿La hipótesis de Ghioldi? El socialismo y la caracterización del peronismo (1943-1956)» en Hernán Camarero y C. Herrera (comp.): El Partido Socialista en Argentina: sociedad, política e ideas a través de un siglo, Prometeo, Buenos Aires, 2005; R. Martínez Mazzola: «Nacionalismo, peronismo, comunismo. Los usos del totalitarismo en el discurso del Partido Socialista argentino (1946-1953)» en Prismas. Revista de Historia Intelectual No 15, 2011, pp. 105-125.

  • 4.

    C. Altamirano: «Peronismo y cultura de izquierda en la Argentina (1955-1965)» en Peronismo y cultura de izquierda, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011, p. 96.

  • 5.

    Sobre la serie de rupturas del ps y el surgimiento en su seno de corrientes que buscaban conectar con el peronismo, v. María Cristina Tortti: El «viejo» partido socialista y los orígenes de la «nueva» izquierda (1955-1965), Prometeo, Buenos Aires, 2009.

  • 6.

    Respecto a la recuperación del «viejo» legado socialista por los intelectuales del Club de Cultura Socialista, v. R. Martínez Mazzola: «Intelectuales en búsqueda de una tradición. Aricó y Portantiero lectores de Juan B. Justo» en Alfredo Remo Lazzeretti y Fernando Manuel Suárez (coords.): Socialismo y democracia, Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Mar del Plata, 2015; para una caracterización más amplia de los debates de la izquierda democrática de los años 80, v. Ariana Reano: «Discutir el liberalismo, revisar el socialismo, conquistar la democracia. Revisitando el debate político intelectual hacia el final de la transición democrática argentina» en Estudios Sociales No 45, segundo semestre de 2013.

  • 7.

    Acerca de las transformaciones del psd y psp, v. F. Suárez: «El socialismo y los desafíos de la democratización» en A.R. Lazzeretti y F.M. Suárez (coords.): Socialismo y democracia, cit.

  • 8.

    En rigor, quien obtuvo el primer lugar en los comicios presidenciales fue Carlos Menem, quien alcanzó 24,45% de los votos. Sin embargo, al renunciar Menem a presentarse a la segunda vuelta electoral, en la que se le anunciaba una derrota abrumadora, fue consagrado Kirchner, quien había sido el segundo candidato más votado, con 22,24% de los sufragios. La fórmula del ps, integrada por Alfredo Bravo y Rubén Giustiniani, obtuvo solamente 1,12% de los votos.

  • 9.

    Ello no impidió que hubiera sectores que sostuvieran que el ps debía adoptar una postura de decidido apoyo a las políticas que venían llevando adelante los gobiernos kirchneristas. Estos sectores finalmente se escindirían de las filas del ps para crear la Confederación Socialista para la Victoria.

  • 10.

    El primer lugar lo ocupó la fórmula del fpv, liderada por Cristina Fernández de Kirchner, que obtuvo 54,11% de los votos. La fórmula del fap, integrada por Hermes Binner y Norma Morandini, consiguió 16,81% de los sufragios.

  • 11.

    En la primera vuelta electoral, la alianza Progresistas, en cuyas filas revistaba el ps –que luego de proponer la candidatura de Binner terminó apoyando a la dirigente de origen radical Margarita Stolbizer– alcanzó solo 2,51% de los votos. En la segunda vuelta, para la que el ps rehusó dar su apoyo a ninguna de las fuerzas en competencia, la fórmula de la alianza Cambiemos, encabezada por Mauricio Macri, obtuvo 51,34% de los votos y se impuso por un estrecho margen a la del fpv, que alcanzó 48,66% de los sufragios.

  • 12.

    En el plano de la política local santafesina, la afirmación anterior debe matizarse. En las elecciones provinciales, realizadas en junio de 2015, el socialista Miguel Lifschitz logró un ajustado triunfo sobre el candidato de pro Miguel del Sel. De este modo, el Frente Progresista Cívico y Social (ps-ucr) logró conservar el gobierno de Santa Fe, que había conquistado por primera vez en el año 2007.

  • 13.

    Juan Carlos Torre: «Comentarios a la ponencia de Carlos Altamirano» en Prismas. Revista de Historia Intelectual No 1, 1997.

  • 14.

    J. Godio: «La tensión entre el progresismo y el mundo del trabajo: el Partido del Frente» en La Ciudad Futura No 41, 1994.

  • 15.

    Debemos subrayar que se trata de una construcción. Las relaciones de opresión no son transparentes, sino que solo son figuradas como tales a partir de la existencia de un discurso que las nombra definiendo a un oprimido y un opresor. Como señala Gerardo Aboy Carlés, la opresión no remite a una posición social sino a una gramática de construcción identitaria (v. «De lo popular a lo populista o el incierto devenir de la plebs» en G. Aboy Carlés, Sebastián Barros y Julián Melo: Las brechas del pueblo. Reflexiones sobre identidades populares y populismo, UNGS/ UNDAV, Los Polvorines, 2008). Esta consideración debe llevarnos a complejizar, al menos en el plano analítico, la distinción planteada previamente entre «izquierda de ideas» e «izquierda de intereses»; los intereses no son «cosas» que estén esperando que alguien las registre sino que son construcciones sociales. El desafío para la izquierda, y no solo la argentina, es definir un discurso que, al dar «nombre» a esos intereses, los reconozca como «parte», negada por el discurso adversario, y los articule a un proyecto colectivo que los reconozca.

  • 16.

    La tarea de diferenciación respecto de la ucr es aún más difícil debido al estrecho vínculo que buena parte de los cuadros dirigentes del ps, provenientes del mnr y el psp, mantienen con sus pares que militaron en la Franja Morada, brazo universitario del radicalismo. Aunque sería necesario realizar indagaciones más específicas sobre el tema, podemos aventurar que las experiencias compartidas en el mundo de la militancia universitaria favorecen una tradición de negociación y consensos con el radicalismo, reforzados a su vez por la gestión compartida en el gobierno santafesino. En cambio, la ausencia de vínculos personales con la dirigencia peronista, en la que la militancia universitaria tiene un peso mucho menor, puede ser vista como un obstáculo al establecimiento de acuerdos.

  • 17.

    Ello implica establecer vínculos con sectores provenientes de la tradición peronista pero también, y quizás en primer lugar, con los que adhirieron al kirchnerismo partiendo de tradiciones de izquierda. Es el caso de Nuevo Encuentro y también de los «socialistas para la victoria».

  • 18.

    Sobre los debates de los años 90, v. Damián Corral: Otro país es (im)posible. El devenir de la centroizquierda en la Argentina. Del Frente Grande a la Alianza, Prometeo, Buenos Aires, 2015.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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