Tema central
NUSO Nº 267 / Enero - Febrero 2017

Los populismos refundadores Promesas democratizadoras, prácticas autoritarias

El ciclo político abierto por Hugo Chávez a fines de los años 90 se sustentó en promesas de refundación nacional en contextos de crisis de las instituciones de representación política y de masivas movilizaciones en contra del neoliberalismo. Sus políticas se basaron en el combate contra la pobreza, incrementaron el gasto social, redistribuyeron los excedentes de la renta de los recursos naturales y movilizaron a los sectores populares contra las elites. Pero todo ello se hizo profundizando el carácter extractivista de las economías y las derivas autoritarias propias de la política amigo/enemigo.

Los populismos refundadores  Promesas democratizadoras, prácticas autoritarias

Hugo Chávez inauguró un ciclo populista que también llevó al poder a Evo Morales y a Rafael Correa. Estos líderes prometieron nada menos que la refundación de sus naciones. Rechazaron el neoliberalismo, promovieron la integración y la unidad latinoamericana sin injerencias imperialistas y buscaron establecer modelos superiores de democracia basados en la participación popular y en la equidad. Llegaron al poder con promesas revolucionarias en contextos de crisis de todas las instituciones de representación política y de insurrecciones masivas en contra del neoliberalismo. Innovaron las estrategias de cambio revolucionario: en lugar de balas, usaron votos y convocaron asambleas constituyentes participativas, que redactaron nuevas constituciones que expandieron los derechos ciudadanos. Muchos académicos y ciudadanos vieron en estos regímenes la promesa de instaurar sociedades posneoliberales basadas en la equidad y en modelos de democracia capaces de trascender los déficits de participación y representación de las democracias liberales.

La realidad, luego de que estos líderes dominaran la escena política de sus países por más de una década, es mucho más sombría. Chávez y su sucesor Nicolás Maduro, al igual que Morales y Correa, concentraron el poder en el Ejecutivo y subordinaron a los demás poderes; usaron el Estado para colonizar la esfera pública regulando el contenido de lo que los medios pueden publicar y, en los casos de Ecuador y Venezuela, haciendo del Estado el mayor comunicador. Se enfrentaron con movimientos sociales y con organizaciones de izquierda que cuestionaron sus políticas extractivistas y que resistieron el afán del Estado de controlar a la sociedad civil criminalizando la protesta. Si bien redistribuyeron las rentas cuando los precios del petróleo y de los minerales fueron altos, incrementaron la dependencia de la extracción de hidrocarburos.

Para explicar qué salió mal, los académicos y activistas han desarrollado argumentos estructuralistas basados en la dependencia de la extracción de recursos naturales, explicaciones institucionalistas sobre por qué el populismo, en contexto de instituciones débiles, lleva al autoritarismo competitivo y argumentos que se enfocan en cómo la lógica populista desfigura la democracia y puede decantar en autoritarismos.

Dependencia de la extracción de recursos naturales

Chávez, Correa y Morales prometieron no solo poner fin al neoliberalismo sino también reemplazar el modelo extractivista con visiones alternativas de desarrollo y de la relación entre la naturaleza y la sociedad basados en las nociones andinas del suma qamaña y sumak kawsay (vivir bien o buen vivir). Algunos académicos escribieron textos que celebraban el fin del desarrollo, del extractivismo y del colonialismo. Otros fueron menos optimistas o más realistas y vieron a estos gobiernos como una continuación del modelo rentista. En el momento de mayor popularidad del chavismo, Kurt Weyland1 argumentó que «en lugar de establecer un nuevo modelo de desarrollo [el socialismo del siglo xxi], el gobierno de Chávez está reviviendo el modelo rentista». El incremento descomunal de las rentas de los hidrocarburos les permitió a estos gobiernos populistas rechazar el neoliberalismo, incrementar el tamaño y el gasto del Estado y fundar organizaciones supranacionales como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (alba) para contrarrestar las políticas de integración neoliberales de Estados Unidos.

En lugar de salir del extractivismo, los tres gobiernos incrementaron su dependencia de los hidrocarburos. Las exportaciones petroleras venezolanas pasaron de 68,7% del total exportado en 1998 a 96% en 20152. En Bolivia, las exportaciones de minerales e hidrocarburos crecieron de 41,8% a 58% entre 2001 y 20113. En Ecuador, las exportaciones petroleras pasaron de 41% a 58% entre 2002 y 2011, y el gobierno de Correa concedió 2,8 millones de hectáreas a compañías mineras, la mitad de estas para la extracción de metales4.

Las rentas se utilizaron para fortalecer el Estado y para financiar programas sociales para combatir la pobreza. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la pobreza se redujo en Venezuela de 48,6% en 2002 a 29,5% en 2011; en Bolivia, disminuyó de 62,4% en 2002 a 42,4% en 2010; en Ecuador bajó de 49% en 2002 a 32,4% en 20115. Sin embargo, la redistribución solo duró mientras los precios se mantuvieron altos y, como anticipó Weyland, el modelo rentista fue insostenible en el mediano plazo. De acuerdo con la Cepal, la pobreza se incrementó en Venezuela de 24% en 2012 a 32% en 2013. Otro estudio señala que, en 2015, 75% de los venezolanos eran pobres de acuerdo con sus ingresos6.

Estos gobiernos no pusieron fin al modelo rentista y extractivista pues necesitaron esos recursos para ganar elecciones. Sus líderes usaron las elecciones para desplazar a las elites políticas tradicionales y para consolidarse en el poder. Los venezolanos votaron en 16 elecciones entre 1999 y 2012, los bolivianos en nueve entre 2005 y 2016 (entre elecciones generales y diversos referendos) y los ecuatorianos en seis entre 2006 y 2013. En Venezuela, el gasto social se incrementó durante las épocas electorales. Por ejemplo, con motivo de las elecciones presidenciales de 2012 se lanzó la «Gran Misión Vivienda», que construyó edificios de departamentos frente a los cerros de Caracas para que los pobres vieran que a lo mejor les podría tocar la suerte de participar en este proyecto y acceder a un tipo de vivienda como los de la clase media. El gobierno además lanzó la «Misión Mi Casa Bien Equipada» para amoblar y dotar de electrodomésticos e incluso aire acondicionado a quienes se beneficiaran de los proyectos de vivienda.

La dependencia extractivista llevó a la confrontación con comunidades indígenas. Si bien las constituciones reconocen el derecho a la consulta previa para la explotación de recursos naturales, estos gobiernos expandieron autocráticamente la explotación de hidrocarburos y minerales en los territorios indígenas. El resultado fue que, al igual que el multiculturalismo neoliberal, que separó al «indio permitido» del «indio recalcitrante» y otorgó una distribución cultural simbólica a los primeros, al tiempo que reprimió a los segundos, la aceptación del extractivismo marcó los límites del reconocimiento de los derechos indígenas7. En Ecuador, la protesta indígena fue criminalizada, y el «indio permitido» de la Revolución Ciudadana de Correa –como lo señala la antropóloga Carmen Martínez Novo– es el beneficiario pasivo de sus políticas redistributivas. La extracción de recursos naturales también determinó los límites de los derechos indígenas en Bolivia. En palabras de la antropóloga Nancy Postero, «está claro que el Estado ve el control indígena de la extracción de recursos naturales como un atentado al poder estatal»8.

Instituciones débiles y autoritarismo competitivo

Cuando políticos populistas llegaron al poder en Europa, los sistemas parlamentarios los obligaron a entrar en pactos y las instituciones supranacionales de la Unión Europea limitaron sus acciones. En ciertos sistemas presidencialistas latinoamericanos en los que las instituciones estaban en crisis, los populistas concentraron el poder y atacaron a las instituciones que garantizan el pluralismo. Los ataques sistemáticos al pluralismo, a la división de poderes y a la libertad de expresión al principio desfiguran la democracia y poco a poco llevan a lo que Guillermo O’Donnell caracterizó como una muerte lenta de aquella y su transformación en autoritarismos9.

Steven Levitsky y James Loxton señalan que el populismo lleva a que democracias débiles decanten en regímenes competitivos autoritarios por tres razones10. La primera es que los populistas son outsiders sin ninguna experiencia en la política parlamentaria del pacto y de los compromisos. Segundo, fueron elegidos con promesas de refundar todas las instituciones políticas y, más precisamente, el marco institucional de las democracias liberales. Por último, los populistas se enfrentaron al Congreso, al Poder Judicial y a otras instituciones controladas por los partidos. Para ganar elecciones usaron fondos públicos, silenciaron a los medios críticos, usaron los medios estatales a su favor, en algunos casos intimidaron a sectores de la oposición y presionaron a los organismos electorales, al Poder Judicial y a las instituciones de control social y rendición de cuentas. Si bien el momento de votar fue libre, el proceso electoral los favoreció de manera descarada y les dio ventajas, y así se transformó la democracia en regímenes legitimados en la lógica electoral, pero que no garantizan que las elecciones se den en canchas equilibradas y con instituciones imparciales.

Una vez en el poder, Chávez, Maduro, Morales y Correa usaron el legalismo discriminatorio, entendido como el uso discrecional de la autoridad legal formal11. Para poder utilizar las leyes a su antojo, controlaron las cortes y las pusieron en manos de sus partidarios o de jueces atemorizados. Chávez se apropió de todos los poderes del Estado12. Tuvo mayoría en el Legislativo y puso el Tribunal Supremo de Justicia en manos de jueces leales. Cientos de jueces de cortes menores fueron reemplazados por personajes de la confianza del régimen. Chávez además manipuló el poder electoral y todas las instituciones de control social. Correa puso a incondicionales a cargo del poder electoral y de los organismos de control y «tomó» el Poder Judicial13.

El control y la regulación de los medios fue una de las prioridades de la lucha populista por la hegemonía14. En 2000, la Ley Orgánica de Telecomunicaciones permitió al gobierno de Chávez suspender o revocar las concesiones de frecuencias cuando era conveniente a los intereses de la nación. La Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión de 2004 prohibió transmitir material que pueda promover el odio y la violencia15. Estas leyes son ambiguas y se pueden interpretar de acuerdo con los intereses del Estado. El gobierno de Correa aprobó en 2013 la Ley Orgánica de Comunicación, que creó un organismo estatal a cargo de regular los contenidos que los medios pueden transmitir.

Chávez clausuró y estatizó medios privados críticos. El Estado se convirtió en el comunicador principal al controlar 64% de los canales de televisión. En Bolivia, la propiedad de los medios está dividida entre el Estado, el sector privado y las organizaciones populares e indígenas16. En Ecuador, el Estado es propietario de los dos canales de televisión de mayor sintonía y tiene un emporio de estaciones de radio, televisión y prensa escrita17. En países sin una tradición de medios públicos y en manos de gobiernos que no distinguen lo estatal de lo partidista, los medios públicos y en menor medida los medios comunitarios están al servicio de los gobiernos populistas.

Estos gobiernos crearon legislación con lenguaje ambiguo para controlar y regular a las organizaciones no gubernamentales (ong). Chávez fue el primero y, en 2010, la Ley de Defensa de la Soberanía Política y Autodeterminación Nacional prohibió que las ong que defienden los derechos políticos o monitorean a los organismos públicos reciban asistencia internacional. Tres años después, Correa pasó el decreto 16 que sanciona a las ong que se desvíen de los fines para los que fueron creadas o que interfieran en las políticas públicas atentando contra la seguridad interna y externa18. En 2013, Morales también legisló para controlar y regular a las ong señalando que se revocarán los permisos de organizaciones que tengan actividades distintas de las que listaron en sus estatutos, o si los representantes de las organizaciones son sancionados por llevar a cabo actividades que atenten en contra de la seguridad y del orden público19.

Para contrarrestar el poder de los sindicatos, de los movimientos indígenas, de los maestros y estudiantes, en Venezuela y Ecuador se crearon movimientos sociales paralelos. La protesta fue criminalizada en ambos países. Algunos líderes sindicales fueron acusados de terrorismo, aun si en un principio habían apoyado a Chávez20. Cientos de dirigentes indígenas y campesinos fueron acusados de terrorismo y sabotaje en Ecuador21. Se usaron discrecionalmente las leyes para perseguir a algunos opositores. El caso más notorio se dio durante el gobierno de Maduro, que condenó al opositor Leopoldo López por incitar a la violencia en un juicio plagado de irregularidades.

La lógica populista: construir al pueblo y sus enemigos

Ernesto Laclau escribió que la lógica populista crea sujetos populares que están en una relación de antagonismo con un enemigo22. Argumentó que la división de la sociedad en dos campos antagónicos era necesaria para la ruptura de sistemas institucionales excluyentes y la creación de un orden alternativo. Si bien para Laclau y sus seguidores el populismo es el único camino para dar fin a sistemas excluyentes y para frenar a los populismos de derecha23, su argumento, que se basa en la teoría de Carl Schmitt de lo político, puede justificar o promover autoritarismos populistas. Si lo político se concibe como la lucha entre amigo y enemigo, es difícil imaginarse rivales con espacios institucionales o normativos legítimos. Dentro de la lógica de Schmitt, es imposible que existan populismos light que construyan identidades colectivas agonísticas, como propone Chantal Mouffe. Los populistas, desde Juan Domingo Perón hasta Chávez, manufacturaron enemigos en el sentido existencial en que los caracterizó Schmitt, enemigos que tenían que ser destruidos. Perón dijo que, cuando los adversarios políticos se transforman en enemigos de la nación, «ya no son caballeros con los que uno debe luchar siguiendo las reglas, sino serpientes a las que uno tiene que matar de cualquier manera»24.

Los populistas utilizan discursos maniqueos y polarizadores del pueblo en contra de la oligarquía. Chávez no se enfrentó a rivales sino a la oligarquía definida como los enemigos del pueblo, «esas elites egoístas que trabajan en contra de la patria»25. Descalificó a los políticos tradicionales como imbéciles, escuálidos y «pitiyanquis». Llamó a los dueños de los medios «los cuatro jinetes del Apocalipsis»26. Correa, por su parte, creó una larga lista de enemigos de su gobierno, del pueblo y de la patria. La lista incluye a los políticos tradicionales, a los dueños de los medios de comunicación, a los líderes de los movimientos sociales críticos, a la izquierda «infantil» y a casi todos aquellos que cuestionaron sus políticas públicas. Morales definió como enemigos de la nación y del pueblo soberano a eeuu, a la Administración para el Control de Drogas (dea) y a las multinacionales. A escala nacional, los enemigos del pueblo, de lo indígena y de lo andino son la oligarquía, los blancos y la cultura occidental27.

Ahora bien, los populistas construyeron enemigos políticos pero jamás los eliminaron físicamente utilizando el terror masivo y las desapariciones para crear un pueblo homogéneo. El momento fundacional del populismo fue y es ganar elecciones, que son consideradas como el único canal para expresar la voluntad popular28. Los populistas clásicos lucharon contra el fraude electoral y expandieron el número de electores. Los populistas refundadores utilizaron las elecciones para crear nuevos bloques hegemónicos y desplazar a los partidos políticos. Gobernaron a través de campañas y de elecciones permanentes, por lo que constantemente recorrieron sus países renovando sus liderazgos carismáticos y confrontando a sus enemigos. Las elecciones fueron representadas como momentos fundacionales en los que estaban en juego los destinos de sus naciones.

El pueblo, como lo señaló Laclau, es una construcción discursiva. Esta categoría puede construirse como una población diversa y plural o como el «pueblo como uno». Por lo tanto, el pueblo puede enfrentarse a rivales políticos o a enemigos que deben eliminarse. Los liberales y los socialdemócratas construyen al pueblo como una pluralidad que comparte espacios institucionales con sus rivales políticos. Los populistas, en cambio, construyen al pueblo como una entidad sagrada cuya voluntad puede ser encarnada en un redentor. Chávez manifestó: «Esto no es sobre Hugo Chávez, es sobre todo un pueblo»29. Ya que su misión fue redimir a su pueblo, pudo decir en 2010: «Exijo lealtad absoluta a mi liderazgo. No soy un individuo, soy un pueblo». Y Chávez, además de ser el pueblo es la patria: «El chavismo ya no es Chávez, el chavismo es el patriotismo, ser chavista es ser patriota, los que quieren patria están con Chávez, no tienen otro camino»30. Correa, de manera parecida pero sin la grandilocuencia de Chávez, manifestó, luego de ganar las elecciones de 2009: «El Ecuador votó por sí mismo».

La categoría «pueblo» no tiene que ser imaginada necesariamente como unitaria. Evo Morales construyó una noción de pueblo plural y multiétnico31. La Constitución de 2009 declaró a Bolivia como un Estado plurinacional y comunitario. Pero a veces Morales pretende ser la voz única del pueblo. Cuando los indígenas de la Amazonía protestaron en contra de su política extractivista, se los acusó de ser manipulados por ong extranjeras y de no ser auténticamente indígenas. El gobierno de Morales intentó imponer una visión hegemónica de indianidad como lealtad a su gobierno. Sin embargo, debido a que se enfrenta a movimientos sociales fuertes con capacidad de protagonizar acciones colectivas perdurables en el tiempo, no ha podido imponer visiones del «pueblo como uno».

Los populistas refundadores no se vieron como líderes políticos ordinarios, elegidos por uno o dos periodos y que luego se retirarían de la política. Fueron construidos y se vieron a sí mismos como quienes liderarían la refundación de sus repúblicas y como los herederos de las misiones inconclusas de los padres de la patria. Solo la enfermedad le impidió a Chávez ser presidente cuantas veces se le antojara. Correa modificó la Constitución aprobada por la Asamblea Constituyente dominada por su partido para permitir su reelección permanente, con una cláusula que no le permitía participar a él mismo en 2017. Una vez que su sucesor maneje la severa crisis económica, podrá regresar si le apetece como redentor en 2021. Morales perdió un referéndum que le permitiría presentarse en otra elección en 2019 y prometió convocar a otro o buscar otras vías para postular en 2019.

John Keane señala que «la distinción entre estar en el poder y dejarlo es un indicador fundamental para considerar a un gobierno como democrático»32. En democracia, el rol presidencial está despersonalizado y no está encarnado en nadie. Ocupar el poder temporalmente no es sinónimo de ser dueño del poder. Para los populistas, la Presidencia es una posesión en la que deben permanecer hasta alcanzar la liberación de su pueblo. Pero a su vez, su legitimidad se asienta en ganar elecciones, por lo que nada les asegura que permanecerán en el poder33. Es así como la legitimidad del populismo se asienta en dos principios contradictorios: el principio democrático de elecciones limpias y alternancia en el poder y el precepto autoritario del poder como una posesión personal del liberador del pueblo.

Conclusiones

Los populistas refundadores de izquierda se rebelaron contra la ortodoxia neoliberal y la transformación de la economía política en un asunto técnico que debería estar en manos de expertos. Una vez en el poder, combatieron la pobreza, incrementaron el gasto social, redistribuyeron los excedentes de las rentas petroleras y movilizaron a los sectores populares a los cuales exaltaron como la esencia de la nación. ¿Qué salió mal en estas experiencias y por qué el populismo llevó al autoritarismo en Venezuela y Ecuador y, en menor grado, en Bolivia? Parte de la respuesta es estructural y se vincula a las políticas de extracción de recursos naturales. Los Estados rentistas usan los recursos fiscales generados por las rentas de la extracción de hidrocarburos y minerales discrecionalmente para asegurar clientelas políticas. La necesidad de incrementar las rentas para mantener su base de apoyo para ganar elecciones los llevó a enfrentamientos con organizaciones indígenas y ecologistas, lo que marcó los límites de sus políticas de inclusión y reconocimiento. Los populistas prometieron destruir todas las instituciones del poder constituido de las democracias en sus naciones y reemplazarlas con una nueva institucionalidad. Usaron discrecionalmente las leyes y el legalismo discriminatorio para castigar a los críticos, premiar a los incondicionales, ocupar todas las instituciones del Estado y tratar de someter y regular a la sociedad civil y la esfera pública. La lógica schmittiana del populismo manufacturó y luchó en contra de una larga serie de enemigos tales como los partidos políticos, los medios, las ong y los movimientos sociales independientes. Su lenguaje de amor al pueblo y de odio a los enemigos del pueblo creó identidades políticas fuertes y efectivas para la lucha contra los enemigos; sin embargo, estas identidades no reconocieron el derecho del otro a discrepar. Los populistas trataron de ocupar el espacio vacío de la democracia hasta liberar a su pueblo. Pero a diferencia de los fascismos, no ocuparon todos los espacios de la sociedad civil ni abolieron las elecciones. Crearon regímenes híbridos asentados en la lógica democrática electoral y regularon, pero no silenciaron totalmente, a la oposición, que utilizó los espacios institucionales existentes para resistir que se implemente la fantasía populista del «pueblo como uno».

Los resultados autocráticos de las experiencias refundadoras no deberían llevarnos a ver el liberalismo como la única opción frente al autoritarismo populista. Si bien Laclau estaba en lo correcto al señalar que el liberalismo ha sido usado para defender los privilegios, no hay que olvidar que también es indispensable para resistir al despotismo34. El constitucionalismo, la separación de poderes, las libertades de expresión y de asamblea son necesarias para la política de la democracia participativa. Estas instituciones liberales fortalecen la esfera pública y permiten que los movimientos sociales expresen y articulen sus demandas autónomas. La experiencia histórica demuestra que los proyectos de transformación basados en la fantasía del «pueblo como uno» terminan en el autoritarismo. El mito del redentor populista cautivó y terminó devorando a la izquierda. Creo que ya es hora de abandonar la idea de un pueblo homogéneo encarnado en un líder y de imaginar las rupturas populistas como la única respuesta a la administración neoliberal y como la única arma para frenar a los populismos de derecha. Como señala Andreas Kalyvas, en lugar de invocar a un pueblo mítico que surge de las profundidades históricas de la patria, «hay que partir de una pluralidad de movimientos sociales y de asociaciones políticas como la base para reconstruir la soberanía popular»35.

  • 1.

    1. K. Weyland: «The Rise of Latin America’s Two Lefts: Insights from Rentier State Theory» en Comparative Politics vol. 41 No 2, 2009, p. 146.

  • 2.

    2. Gabriel Hetland: «Chavismo in Crisis» en nacla vol. 48 No 1, 2016, p. 9.

  • 3.

    3. Almut Schilling-Vacaflor y David Vollrath: «Indigenous and Peasant Participation in Resource Governance in Bolivia and Peru» en Barry Cannon y Peadar Kirby: Civil Society and the State in Left-Led Latin America, Zed Books, Londres, 2012, p. 128.

  • 4.

    4. Carmen Martínez Novo: «Managing Diversity in Postneoliberal Ecuador» en The Journal of Latin American and Caribbean Anthropology vol. 19 No 1, 2014, p. 118.

  • 5.

    5. Cepal: Panorama social de América Latina 2012, Naciones Unidas, Santiago de Chile, 2013.

  • 6.

    6. Nelly Arenas: «El chavismo sin Chávez: la deriva de un populismo sin carisma» en Nueva Sociedad No 261, 1-2/2016, p. 9, disponible en www.nuso.org.

  • 7.

    7. C. Martínez Novo: ob. cit., p. 121.

  • 8.

    8. N. Postero: «‘El Pueblo Boliviano de Composición Plural’: A Look at Plurinational Bolivia» en C. de la Torre: The Promise and Perils of Populism: Global Perspectives, The University Press of Kentucky, Lexington, 2015, p. 412.

  • 9.

    9. G. O’Donnell: «Nuevas reflexiones acerca de la democracia delegativa» en G. O’Donnell, Osvaldo Iazzetta y Hugo Quiroga (eds.): Democracia delegativa, Prometeo, Buenos Aires, 2011.

  • 10.

    10. S. Levitsky y J. Loxton: «Populism and Competitive Authoritarianism in the Andes» en Democratization vol. 20 No 1, 2013.

  • 11.

    11. K. Weyland: «Latin America’s Authoritarian Drift: The Threat from the Populist Left» en Journal of Democracy vol. 24 No 3, 7/2013, p. 23.

  • 12.

    12. Kirk Hawkins: «Responding to Radical Populism: Chavism in Venezuela» en Democratization vol. 23 No 2, 2016.

  • 13.

    13. C. de la Torre y Andrés Ortiz Lemos: «Populist Polarization and the Slow Death of Democracy in Ecuador» en Democratization vol. 23 No 2, 2016.

  • 14.

    14. Silvio Waisbord: Vox populista. Medios, periodismo, democracia, Gedisa, Buenos Aires, 2013, p. 44.

  • 15.

    15. Javier Corrales: «Autocratic Legalism in Venezuela» en Journal of Democracy vol. 26 No 2, 2015, p. 39.

  • 16.

    16. S. Waisbord: ob. cit., p. 121.

  • 17.

    17. C. de la Torre y A. Ortiz Lemos: ob. cit., p. 231.

  • 18.

    18. Ibíd., pp. 229-230.

  • 19.

    19. Human Rights Watch: World Report 2015: Bolivia: Events of 2014, www.hrw.org/world-report/2015/country-chapters/Bolivia.

  • 20.

    20. Consuelo Iranzo: «Chávez y la política laboral en Venezuela 1999-2010» en Trabajo vol. 5 No 8, 2011.

  • 21.

    21. C. Martínez Novo: ob. cit.

  • 22.

    22. E. Laclau: La razón populista, fce, Buenos Aires, 2005.

  • 23.

    23. Íñigo Errejón y Chantal Mouffe: Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia, Icaria, Madrid, 2015.

  • 24.

    24. Cit. en Federico Finchelstein: The Ideological Origins of the Dirty War, Oxford University Press, Oxford, 2014.

  • 25.

    25. José Pedro Zúquete: «The Missionary Politics of Hugo Chavez» en Latin American Politics and Society vol. 50 No 1, 2008.

  • 26.

    26. Margarita López Maya y Alexandra Panzarelli: «Populism, Rentierism, and Socialism in the Twenty-First Century» en C. de la Torre y Cynthia Arnson (eds.): Latin American Populism in the Twenty-First Century, Johns Hopkins University Press / Woodrow Wilson Center Press, Baltimore-Washington, 2013, p. 248.

  • 27.

    27. N. Postero: «Morales’s mas Government: Building Indigenous Popular Hegemony in Bolivia» en Latin American Perspectives vol. 37 No 3, 2010, p. 29.

  • 28.

    28. Enrique Peruzzotti: «Populism in Democratic Times: Populism, Representative Democracy, and the Debate on Democratic Deepening» en C. de la Torre y C. Arnson: ob. cit.

  • 29.

    29. J.P. Zúquete: ob. cit., p. 100.

  • 30.

    30. Luis Gómez Calcaño y Nelly Arenas: «El populismo chavista: autoritarismo electoral para amigos y enemigos» en Cuadernos del Cendes No 82, 2013, p. 20.

  • 31.

    31. Raúl Madrid: «Ethnopopulism in Bolivia» en World Politics vol. 60 No 3, 2008.

  • 32.

    32. J. Keane: «Life after Political Death: The Fate of Leaders after Leaving High Office» en J. Keane, Haig Patapan y Paul ’t Hart (eds.): Dispersed Democratic Leadership, Oxford University Press, Oxford, 2009, p. 285.

  • 33.

    33. Isidoro Cheresky: El nuevo rostro de la democracia, fce, Buenos Aires, 2015.

  • 34.

    34. Richard Wolin: «The Disoriented Left: A Critique of Left Schmittianism» en R. Wolin: The Frankfurt School Revisited, Routledge, Nueva York-Londres, 2006, p. 251.

  • 35.

    35. A. Kalyvas: Democracy and the Politics of the Extraordinary. Max Weber, Carl Schmitt, and Hannah Arendt, Cambridge University Press, Cambridge, 2008, p. 299.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 267, Enero - Febrero 2017, ISSN: 0251-3552


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