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​Los dilemas de Syriza
¿Historia de una decepción?


Nueva Sociedad 261 / Enero - Febrero 2016

El triunfo electoral de Alexis Tsipras en Grecia, a comienzos de 2015, generó múltiples expectativas en el interior y el exterior de Grecia, sometida a las consecuencias de la corrupción de las viejas elites políticas, los planes de austeridad y la presión de la troika. No obstante, sin un plan B frente a la presión de Bruselas, Tsipras decidió aceptar las condiciones del Tercer Memorando como una opción mejor que arriesgarse a las consecuencias de quedar fuera del euro. Pese a la decepción de muchos de sus seguidores, las opciones a la izquierda de la nueva Syriza no lograron calado electoral y muchos griegos prefirieron votar por Tsipras antes que arriesgarse al retorno de las viejas elites.

​Los dilemas de Syriza  ¿Historia de una decepción?

El jueves 12 de noviembre de 2015, las dos principales confederaciones sindicales griegas, la Confederación General de Trabajadores Griegos (gsee, por sus siglas en griego), del sector privado, y la Confederación de los Sindicatos de Empleados Públicos (adedy, por sus siglas en griego), del sector público, llamaron a la primera huelga general desde la llegada al poder del gobierno de izquierda de Alexis Tsipras. El partido de este último, la Coalición de Izquierda Radical (Syriza, por su acrónimo en griego), que defiende la necesidad de aplicar el acuerdo alcanzado el 13 de julio del mismo año entre el gobierno griego, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (bce), apoyó al mismo tiempo la manifestación y se unió a las marchas para «seguir luchando contra las políticas antisociales del neoliberalismo extremo». Este es solo un ejemplo de la compleja situación de Syriza desde el pasado mes de julio.

Syriza nació como partido en 2013 de una coalición preexistente de organizaciones de izquierda radical que había logrado un repentino avance electoral en las elecciones legislativas de 2012 y luego se convirtió en la segunda fuerza política del país. Entre un partido socialista (el Movimiento Socialista Panhelénico, pasok, por sus siglas en griego1) que se volvió muy impopular desde que puso al país bajo la tutela de la troika2, y un Partido Comunista (kke, por sus siglas en griego) cuyos pensamiento, retórica y prácticas no habían cambiado desde el fin de la Unión Soviética, Syriza –que desde 2010 venía oponiéndose inflexiblemente a la política de austeridad dictada por los Memorandos3– apareció como la única opción política de izquierda creíble.

De las elecciones de 2012 a la victoria de 2015: el renacimiento de la izquierda y de la esperanza en Grecia

Durante los dos años y medio del gobierno de Antonis Samarás (junio de 2012-diciembre de 2014), Syriza supo imponer su imagen a la vez reformista y radical, proeuropea pero opuesta a la hegemonía del gobierno ordoliberal alemán y capaz de librar a Grecia de los flagelos de la corrupción y el clientelismo, para reconstruir la democracia en un país que no la ha conocido verdaderamente desde su independencia en 1830. Mientras Yanis Dragasakis, economista y gran figura del ala moderada del partido, se encargaba de organizar comisiones para darle un programa a la agrupación, los nuevos militantes eran invitados a sumarse a la campaña «Solidaridad» para garantizar el acceso de todos los ciudadanos afectados por la crisis a alimentos, medicinas y techo. Syriza logró fundirse con las estructuras asociativas que florecieron de forma espontánea en todo el país para responder a la emergencia humanitaria y ponerse en contacto con aquellos a quienes la crisis había desplazado, marginado y alejado de la política. También logró establecer vínculos con los sindicatos, hasta entonces controlados por el pasok, e insertarse en las luchas, ya en su mayoría locales, a lo largo y ancho del país. Finalmente, el joven líder del partido, Alexis Tsipras, manteniendo al mismo tiempo un claro rechazo de los Memorandos y de la austeridad, logró colocar a la antigua coalición de extrema izquierda en el centro de la vida política griega repitiendo sus convicciones proeuropeas, reuniendo a todos los actores de la vida económica y social griega –incluso al clero de la Iglesia Ortodoxa– y aumentando los viajes al extranjero, especialmente a Estados Unidos, Argentina o Brasil.

Tsipras también logró, en medio de la descomposición política del país, reconstruir una fuerza política de izquierda capaz de acceder al poder: en las elecciones legislativas de enero de 2015, el partido obtuvo 36% de los votos, es decir, más de lo que preveían todas las encuestas, y pudo formar un gobierno gracias al apoyo del pequeño partido Griegos Independientes (anel, por sus siglas en griego), una fuerza de derecha hostil a los Memorandos. «Abrimos un camino a la esperanza» fue el lema de la campaña de Syriza. Y, en efecto, el partido luego traería muchas esperanzas para los griegos, y especialmente para aquellos que han sido más afectados por la crisis: jóvenes, trabajadores, clases populares, mujeres, que mayoritariamente votaron por él. La esperanza de poner fin a la austeridad y de colocar la economía al servicio del bienestar. La esperanza del alivio de una deuda abrumadora (equivalente a casi 180% del pib, y sigue en aumento). La esperanza de poner fin a la crisis humanitaria que atraviesa el país: una cuarta parte de la población vive por debajo de la línea de pobreza (¡y casi la mitad de la población, si se toma como referencia el ingreso medio de 2009!), mientras que el sistema de salud y las pensiones fueron desmantelados por los Memorandos. También la esperanza de deshacerse de una oligarquía política en gran parte responsable de la crisis, pero que nunca fue llamada a rendir cuentas y goza de total impunidad, y de restablecer un funcionamiento político normal, de acuerdo con el orden constitucional constantemente burlado desde el primer Memorando, así como de modernizar y hacer más eficiente el gobierno. La esperanza de que el país recupere su dignidad frente a la insolencia de los acreedores, ante los cuales los gobiernos anteriores no habían dejado de esconderse, pero permaneciendo dentro de la ue y la zona euro.

Es lo que prometía el Programa de Salónica4, impulsado por las nuevas figuras políticas, la primera de las cuales era el carismático Tsipras, quien maneja hábilmente la retórica socialista y las referencias patrióticas capaces de impactar más allá del electorado de izquierda. Este programa estaba organizado en torno de cuatro ejes principales: la lucha contra la crisis humanitaria, la reactivación de la economía, la recuperación del empleo y la restauración del derecho laboral y, finalmente, la revisión ciudadana del Estado y las instituciones; el plan parecía responder a la diversidad de problemas existentes en Grecia5. Asimismo, se inscribía claramente en la tradición de las izquierdas herederas del marxismo y el socialismo, al tiempo que se liberaba de la jerga y la visión demasiado economicistas del rol de un gobierno de izquierda.

La victoria y el ejercicio del poder

Durante las primeras semanas del nuevo gobierno, varios miles de griegos, de derecha y de izquierda, se reunieron espontáneamente en la plaza Síntagma o de la Constitución para expresar su apoyo al nuevo género de políticos en Grecia, ya que parecía que preferían defender los intereses de su pueblo en lugar de servir a los de la oligarquía (griega o extranjera). Pero mientras el debut atronador del gobierno de Tsipras y las declaraciones de choque de su ministro de Economía, Yanis Varoufakis, pudieron dar a los griegos la sensación de que por fin sus líderes defendían al pueblo, poco a poco el gobierno empezó a aparecer como si se viera arrastrado a una espiral de concesiones.

En un primer acuerdo firmado el 20 de febrero, el gobierno se comprometió a pagar por completo y a tiempo la deuda, renunció a cualquier acción unilateral en materia económica y aceptó la devolución de 10.000 millones de euros dejados por la troika en las arcas del Fondo Heleno de Estabilidad Financiera tras la precedente recapitalización de los bancos griegos, sin conseguir más que «ambigüedades creativas», según el propio Varoufakis. Durante los meses siguientes, las negociaciones se dieron bajo cierta oscuridad para el pueblo griego, que vio, no obstante, que el gobierno puso sus límites cada vez más lejos del Programa de Salónica, que no se aplicó. A fines de junio, el resultado de los cuatro meses de negociaciones emergió con nitidez: Syriza cedió en todos sus límites, las «instituciones» europeas permanecieron inflexibles. El anuncio de un referéndum reavivó las esperanzas del pueblo griego, como lo demuestran los impresionantes resultados anunciados en la noche del 5 de julio: 63% de los votantes rechazó las propuestas de acuerdo de las «instituciones». Pero este resultado finalmente no cambió nada: el 13 de julio, Tsipras accedió a firmar un acuerdo más duro aún que el que su pueblo había rechazado una semana antes.

El gobierno no quería correr el riesgo de una ruptura con los acreedores, para la que los propios griegos tal vez no estaban realmente preparados. Se negaba unilateralmente a dejar de pagar la deuda, y para ello vació todas las cajas del sector público, incluidas las de las colectividades locales y diversos organismos públicos, de tal forma de seguir pagando sus obligaciones hasta principios de junio, cuando los acreedores habían, por su parte, suspendido los últimos pagos previstos para el segundo Memorándo. Es significativo que los trabajos de la comisión bautizada «Verdad sobre la Deuda Pública Griega»6, iniciada por la muy combativa presidenta del Parlamento, Zoé Konstantopoulou, nunca fueran utilizados por el gobierno: estos concluían en el carácter ilegal e ilegítimo de la deuda y proponían varias maneras de anularla. Al reflexionar sobre las causas de la explosión de la deuda pública, estos trabajos ponían especialmente de relieve la importancia de la recapitalización de los bancos privados por el Estado: la crisis de la deuda pública es, en realidad, una crisis bancaria.

Ahora bien, al negarse a hacer frente a los acreedores, el gobierno de Tsipras se cuidó de actuar en contra de los bancos. Algunos, como Konstantopoulou7 o Stathis Kouvelakis8, señalan la responsabilidad del viceprimer ministro, Yanis Dragasakis. Mientras la fuga de capitales se aceleraba, el gobierno griego mostraba una extraña pasividad. Los trabajos preparatorios de la Comisión sobre Bancos y Sistema Financiero de Syriza fueron abandonados. Estos preveían la toma de control público de los bancos que habían sido recapitalizados por los gobiernos anteriores: estos últimos habían renunciado a los asientos en los consejos de administración a los que el Estado debería haber tenido derecho al final de esas operaciones. Y a fines de noviembre de 2015, casi cinco meses después de la firma del acuerdo sobre el nuevo Memorando, la cuestión de los bancos seguía siendo uno de los temas más candentes de la actualidad griega; lejos de reformar en profundidad el sistema financiero, el gobierno prepara una nueva recapitalización de 10.000 millones de euros mediante la privatización de bienes públicos y una transferencia de créditos dudosos a través de fondos públicos, que aún se desconoce cuáles serán.

Si no puedes enfrentar al enemigo, gana su benevolencia

Solo se puede entender esta estrategia por la negativa a correr el riesgo de abandonar el euro. Tsipras siempre ha dicho que no tenía un plan b si el bce decidía eliminar todo financiamiento a los bancos griegos. La salida del euro sería probablemente un proceso complejo que involucraría a todo el Estado, y no solo una transacción económica: el Estado debe ser capaz de redefinir una nueva política monetaria y una nueva política económica, pero también de asegurar sus importaciones en energía, medicamentos y alimentación, puesto que Grecia no es autosuficiente en estas áreas, y por lo tanto, de organizar un eventual racionamiento; también debe ser capaz de resistir los intentos de desestabilización internos o externos que no faltarán, y por lo tanto de controlar perfectamente a la policía y al ejército. Pero el gobierno temía un golpe de Estado si tal escenario llegaba a tomar forma, ya que, sin experiencia en el poder, nunca había controlado más que una pequeña parte del aparato estatal: las demoras iniciales en todos los ministerios reflejan la falta de altos funcionarios disponibles para ayudar a llevar a cabo su política. «Una cosa es ser un buen militante en un partido, otra es saber dirigir un equipo ministerial», declaró en agosto el asesor de un ministro que quiso permanecer en el anonimato. En estas condiciones, Tsipras consideraba poco realista para Syriza llevar a Grecia a un enfrentamiento global con sus acreedores y se había fijado el objetivo de lograr un «compromiso honorable», convenciéndolos de que su interés era también permitir que la economía griega se recupere, ya que esto posibilitará a la postre el pago de la deuda. Al mostrar constantemente a sus interlocutores su buena voluntad para el cumplimiento de las normas existentes y la respetabilidad de Syriza, el líder griego esperaba llegar a un acuerdo mutuamente beneficioso.

Por ello, el equipo de gobierno entró en negociaciones interminables, cuyo derrotero describe así Varoufakis: Las discusiones pasaban de un tema a otro sin poder ponerse de acuerdo en nada, ni negociar seriamente. Durante meses, los representantes de la «troika» trabajaron para obstaculizar la marcha de las conversaciones, insistiendo en que abordáramos todos los temas, lo que culminaba en no resolver ninguno en concreto (...). Mientras tanto, sin haber formulado la más mínima sugerencia y amenazando con interrumpir las discusiones si teníamos la audacia de publicar nuestros propios documentos, planeaban dejar escapar sus confidencias en la prensa, afirmando que nuestras propuestas eran «débiles», «mal concebidas», «poco creíbles».9

El gobierno fue llevado a una capitulación completa por parte de sus acreedores, los cuales no han dudado en utilizar todas las armas a su disposición: a partir del 4 de febrero, el bce deja de reconocer los bonos soberanos griegos, lo que deriva en la interrupción de uno de los dos canales por los que los bancos griegos podrían refinanciarse y, por lo tanto, en una asfixia al sistema financiero del país. El segundo canal, la refinanciación de emergencia (emergency liquidity assistance, ela), más caro, sigue funcionando, pero cada semana el bce debe elevar su techo, dada la fuga de capitales en el país. Cuando el 28 de junio Tsipras llamó a su pueblo a votar por el «No» en el referéndum, el bce anunció que no aumentaría el techo de la ela. Demostró entonces que estaba listo para dejar que un país insumiso se derrumbara y obligó al gobierno a establecer controles de capitales que asfixian toda la economía. Durante esta campaña, todos los líderes políticos, todos los medios de comunicación europeos hicieron campaña en contra del gobierno de Tsipras, mientras que un político alemán declaró en el Times que su gobierno estaba preparando un plan para derrocarlo10.

Parece que los acreedores llevaron a cabo una lucha política contra el gobierno griego que no reparaba en destruir al país: como declaró Euclides Tsakalotos, entonces miembro del equipo de negociación del gobierno con las «instituciones europeas», en el sitio de información francés Mediapart en abril de 2015, «para mí, se trata de conducirnos, con el agotamiento de la liquidez de la que dispone el Estado griego, a un punto en el que vamos a tener que hacer nuevas concesiones»11 Se buscaba fracturar por completo a la única fuerza política de Europa que se había atrevido a oponerse al dogma neoliberal grabado en el mármol de los tratados europeos y defendido con fiereza por Alemania y sus satélites, sin tener en cuenta los argumentos económicos del gobierno griego: «Debo admitir que me decepcionó mucho cuando descubrí el nivel de las negociaciones con Bruselas. Como académico, cuando presento un argumento en una discusión, espero que quien está delante de mí me presente un contraargumento. Pero lo que nos opusieron fueron reglas»12.

Vae victis

Para aquellos que, dentro o fuera del partido, habían creído que Syriza pondría fin a una política económica que ha demostrado ampliamente su nocividad para la mayoría de la población, la firma del acuerdo del 13 de julio fue un verdadero shock. Suba de impuestos indirectos, baja de las jubilaciones, supresión de los convenios colectivos, autorización de despidos masivos, restablecimiento del arancelamiento en el sistema de salud pública que el gobierno había abolido inicialmente, privatizaciones masivas cuya recaudación se destina principalmente a pagar la deuda y al programa de recapitalización de los bancos, reconocimiento de la totalidad de la deuda que un comité parlamentario había establecido como ilegítima, abandono de la promesa de elevar gradualmente el salario mínimo al nivel de enero de 2012, posibilidad de embargar las viviendas de los griegos endeudados, sin ninguna medida a favor del empleo13: las medidas contenidas en el Tercer Memorando condenan a este país ya golpeado a nuevos años de recesión. Pero este acuerdo también está destinado a quedar en la historia europea como un episodio decisivo, por cuanto priva a uno de los países miembros de toda soberanía, ya que cualquier proyecto de ley debe ser en adelante aprobado por los acreedores antes de ser adoptado por el Parlamento, y el acuerdo prevé un sistema de cortes presupuestarios cuasi automáticos en caso de desviación de los objetivos de superávit primario. Sin embargo, el superávit primario a generar se fijó en 0,5% para 2016, 1,75% para 2017 y 3,5% para 2018, lo que parece muy difícil de alcanzar. Por otra parte, las primeras medidas exigidas en el verano se concretaron siguiendo los mismos métodos que bajo los gobiernos anteriores: procedimientos de emergencia, textos de varios cientos de páginas enviados en inglés en la víspera de los debates, que debían terminar a una hora fijada por los acreedores, para que se votaran en bloque, en un solo artículo; en una palabra: una negación total de la democracia y la Constitución.

Del Syriza de los militantes al Syriza de Tsipras

Ahora entendemos que la victoria de Syriza en las elecciones del 20 de septiembre tuvo un significado muy diferente de la del 25 de enero. El 15 de julio, Tsipras enfrentó una fuerte oposición en el seno de su mayoría parlamentaria y no tuvo más remedio que apoyarse en la oposición. Entre 30 y 40 diputados se negaron a votar a favor de este acuerdo y de las medidas exigidas por los acreedores. El anuncio del 20 de agosto de nuevas elecciones legislativas precipitó la ruptura un mes después: era evidente que los que rechazaron el nuevo acuerdo no serían incluidos en las listas del partido. El primer ministro consideraba que no tenía otra opción que aplicar el nuevo Memorando, a fin de que, como insistió durante toda la campaña, «este gobierno no sea un mero paréntesis en la historia del país». Una parte importante de los griegos lo siguieron en esa elección, ya que su partido obtuvo más de 36% de los votos y pudo reafirmar su mandato. Sin embargo, detrás de esta cifra, el aumento de la abstención (de 36,1% a 43,4%) implica el hecho de que el partido perdió 320.000 votos de una elección a la otra, es decir, 15% de sus electores. Lejos de encarnar la esperanza de un futuro mejor, Syriza se convirtió en el mal menor y en la garantía de que las viejas figuras odiadas no volvieran al poder.

El programa de Tsipras se redujo entonces a la lucha contra la corrupción y el fraude fiscal, y a la promesa de continuar resistiendo el Memorando. Pero los acreedores utilizan todos los medios de presión a su alcance para obtener la implementación de las medidas en el plazo más perentorio que sea posible: desde agosto, el desembolso de cada tramo de la ayuda para hacer frente a los plazos de pago de la deuda requiere la adopción de decenas de medidas de austeridad previstas por el Memorando. El viceprimer ministro Dragasakis y el ministro de Economía Giorgos Stathakis explicaron, no obstante, que al haber sido descartada la amenaza de «Grexit» (la salida de Grecia de la zona euro) y al haberse estabilizado el sistema bancario, el país podrá recuperar su crecimiento a través de la utilización de fondos estructurales europeos y de la atracción de inversionistas extranjeros –por ejemplo, mediante la transformación de una isla griega en el «nuevo Davos», como propuso el ministro del Interior, Dimitris Mardas–. Inmovilización del país, espera de inversores extranjeros y fondos europeos: la receta, evidentemente neoliberal, no parece diferir de la del pasok, y resulta bastante insuficiente para poder responder a la caída de la economía del país.

Tsipras y las izquierdas europeas en la encrucijada

La experiencia del gobierno de Syriza podría tener graves consecuencias para todos los demás partidos de izquierda en Europa. La firma del 13 de julio provocó una verdadera crisis en el seno de Syriza. Las renuncias de militantes, a veces de comités enteros o de funcionarios locales o nacionales, incluso de la ministra adjunta de Economía Nadia Valavani y del secretario general de Syriza Tasos Koronakis, se multiplicaron durante el verano. «La elección socialmente cruel y políticamente inviable de aplicar el producto de un golpe de Estado, así como el método con el que se tomaron las decisiones más determinantes han dado forma a un entorno político y una estrategia que me hacen alejarme», explicó Andreas Karitzis en su carta de renuncia al Comité Central de Syriza, donde señala el aislamiento en que trabaja el equipo de Tsipras14. La ruptura es total y la violencia de los intercambios entre antiguos camaradas es impresionante para los observadores externos.

A pesar de las acusaciones de los partidarios de Tsipras respecto a una traición preparada desde hace mucho tiempo, las deserciones se produjeron sin demasiada premeditación, como lo demuestra la dispersión de sus miembros. Aunque no existen cifras oficiales, el partido parece haber perdido a la mitad de sus integrantes. Había en Syriza una tendencia minoritaria desde el congreso fundacional de 2013, la Plataforma de Izquierda, conformada en torno del ministro de Ecología Panagiotis Lafazanis, que desde 2012 estaba a favor de desarrollar un plan de salida del euro con el fin de poder resistir el «chantaje de las instituciones». Después de tratar de mantenerse dentro de Syriza para colocar a Tsipras en minoría, estos militantes decidieron formar un nuevo movimiento –la Unidad Popular– para intervenir en las elecciones parlamentarias del 20 de septiembre. Pero si bien los acontecimientos de julio parecen confirmar su análisis en cuanto a la necesidad de un plan b, no logran convencer al electorado de que disponen de esa solución alternativa. Sin estructura ni verdadero programa –salvo el proyecto de sostener el «No» del referéndum del 5 de julio–, sin líder carismático, retomando una retórica que aleja al electorado y tampoco convence a los votantes comunistas tradicionales, y habiendo apoyado durante mucho tiempo al gobierno de Tsipras antes de separarse repentinamente, esta nueva formación no alcanzó el umbral de 3% de los sufragios ni logró conquistar siquiera a la mitad de los decepcionados por Syriza.

Por otra parte, este nuevo movimiento reúne solo a una parte de quienes rechazan la «capitulación» del 13 de julio. Otras figuras importantes de Syriza, como Varoufakis o Konstantopoulou, rompieron con el partido de Tsipras y colaboran con la Unidad Popular, pero sin unirse a ella. Los desacuerdos se mantienen, especialmente en torno del euro: mientras que Lafazanis o el economista Kostas Lapavitsas, también miembro de Unidad Popular, son partidarios de un retorno a la moneda nacional, Varoufakis hizo varias declaraciones contradictorias al respecto y Konstantopoulou espera más bien el cambio en Europa que «entregársela a quienes quieren convertirla en una jaula para los pueblos y las sociedades»15. Finalmente, la débil movilización durante la huelga general del 12 de noviembre, a la que solo asistieron unas 25.000 personas, muestra la atonía del movimiento social y la resignación que siguió al entusiasmo por el «No» en el referéndum. Por lo tanto, el renacer de una verdadera fuerza de izquierda capaz de movilizar nuevamente la esperanza suscitada por la victoria del 25 de enero parece lejano en Grecia.

La división de Syriza tuvo consecuencias a escala europea, especialmente en los desacuerdos estratégicos entre los miembros del Partido de la Izquierda Europea. Algunos, como el español Pablo Iglesias, el líder de Podemos, y Pierre Laurent, secretario general del Partido Comunista Francés, siguieron a Tsipras, apoyaron la firma del acuerdo del 13 de julio y la campaña de Syriza en septiembre. Teniendo en cuenta que todo proyecto de salida del euro daría lugar a una inevitable marginación política, prefieren acusar a la violencia del bce antes que a la estrategia del primer ministro griego. Otros, como Jean-Luc Mélenchon y el Partido de Izquierda de Francia, sin acusar a Tsipras, prefieren aprender de este fracaso apoyando a la Unidad Popular y organizando una Cumbre Internacionalista para un Plan b en Europa, cuya primera reunión iba a celebrarse en París los días 14 y 15 de noviembre; debido a los atentados, fue reprogramada para fines de enero de 2016.

Si bien la experiencia del primer gobierno de Tsipras ha podido reavivar el debate sobre el euro y Europa entre una parte muy politizada de la población griega, la mayoría de los ciudadanos, debido a la cobertura mediática, no ha extraído enseñanzas de este episodio16. Ahora bien, parece que el nudo gordiano de la izquierda europea se puede formular de la siguiente manera: en primer lugar, el apego a la idea europea y al euro sigue siendo fuerte, incluso en Grecia después de seis años de crisis, y la población no parece estar preparada para enfrentar las dificultades que implica una retirada de la eurozona; por el contrario, el poder coercitivo del bce, a causa de su independencia, es tal que cualquier gobierno que hoy quiera desobedecer los principios neoliberales de los tratados europeos y llevar a cabo una política que defienda el empleo, los salarios, las pensiones, la seguridad social, los servicios públicos, las normas ambientales y la soberanía popular solo puede hacerlo razonablemente preparándose y asumiendo la eventualidad de una salida de este tipo. La experiencia del nuevo gobierno socialista en Portugal –con el apoyo externo del Bloco de Esquerda y del Partido Comunista Portugués, que abogan por una retirada del euro– seguramente aportará nuevos elementos a esta «crisis de la conciencia europea de izquierda» abierta por Grecia.

  • 1.

    El pasok fue creado tras la caída de la dictadura de los coroneles en 1974 por Andreas Papandréu, primer ministro de Grecia de 1981 a 1989 y luego de 1993 a 1996, y padre de Giorgos Papandréu, quien se desempeñó como primer ministro de 2009 a 2011.

  • 2.

    Refiere al Fondo Monetario Internacional (fmi), el bce y la Comisión Europea, que representa a los Estados miembros que otorgaron préstamos a Grecia.

  • 3.

    Los Memorandos son acuerdos entre el gobierno griego, la Unión Europea, el bce y el fmi, que proporcionan préstamos a Grecia para cubrir sus necesidades financieras (que el país no puede cubrir ni en los mercados financieros ni monetizando su deuda, debido a su pertenencia a la zona euro) a cambio de medidas de austeridad. En la práctica, menos de 10% de estos préstamos se utiliza para cubrir los gastos del gobierno; el grueso se destina a pagar a los acreedores. El primero se firmó en 2010 y el segundo, en 2012.

  • 4.

    Así llamado porque se presentó en esa ciudad griega por primera vez el 13 de septiembre de 2014. Las propuestas de este discurso se retomaron como referencia en la campaña de enero de 2015.

  • 5.

    Programa de Salónica, disponible en www.syriza.gr (en inglés).

  • 6.

    Disponibles en griego y en inglés en el sitio de Zoé Konstantopoulou: www.zoikonstantopoulou.gr/porismata.

  • 7.

    «Zoe Konstantopoulou: ‘Le gouvernement grec a sacrifié la démocratie’» en Ballast, 11/11/2015, www.revue-ballast.fr/zoe-konstantopoulou/.

  • 8.

    S. Kouvelakis: «Turning ‘No’ Into a Political Front» en Jacobin, 8/2015.

  • 9.

    Y. Varoufakis: «Leur seul objectif était de nous humilier» en Le Monde diplomatique, 8/2015.

  • 10.

    Bruno Waterfield: «No New Bailout unless Tsipras Goes» en The Times, 1/7/2015.

  • 11.

    Amélie Poinssot: «Grèce: ‘Nous présentons nos arguments, on nous répond par des règles’», entrevista con Euclide Tsakalotos en Mediapart, 27/4/2015.

  • 12.

    Ibíd.

  • 13.

    El «plan de reactivación» de 35.000 millones de euros anunciado por Jean-Claude Juncker es solo una reasignación de fondos estructurales ya asignados a Atenas para el periodo 2014-2020.

  • 14.

    «συνεχιζεται το κυμα αποχωρησεων στελεχων του συριζα» en Iskra, 30/8/2015.

  • 15.

    «Zoe Konstantopoulou: ‘Le gouvernement grec a sacrifié la démocratie’», cit.

  • 16.

    Ver Julien Salingue: «Couverture médiatique du référendum en Grèce: le meilleur du pire» en Acrimed, 6/7/2015.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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