Las dos Coreas: un cruel legado de la Guerra Fría
agosto 2018
Varias familias de Corea del Norte y Corea del Sur se reunieron por primera vez desde la separación de los dos países. Durante algunas horas, los familiares que quedaron a un lado y a otro del paralelo 38, las familias pudieron conversar, abrazarse, reír y, sobre todo, llorar por la crueldad política que les impidió compartir sus vidas. El encuentro se enmarcó en las negociaciones entre las dos Coreas y en el nuevo contexto de la región. Es una luz de esperanza.
Hace pocos años, en una cafetería del barrio de Once, tuve la oportunidad de entrevistar a un migrante coreano radicado en la Argentina que con lágrimas en los ojos me contó cómo había perdido contacto con uno de sus hermanos y su madre durante la guerra de Corea (1950-1953). Al poco tiempo de haber estallado el conflicto bélico, se subió a un barco estadounidense que lo trasladó al puerto de Busan (Corea del Sur) junto a su padre y su hermano mayor. Durante los tres años que duró la guerra intentó volver a Pyongyang para encontrar a su madre y su hermano menor, pero no pudo cruzar el paralelo 38. Jamás imaginó que pasaría tantas décadas sin ver a su familia del Norte. Su padre falleció a los pocos años de estar en el Sur, su hermano murió joven y él, dolido, frustrado y solo, contrajo matrimonio con una norcoreana que vivía, como tantos otros miles de refugiados, en Busan, y decidió empezar una nueva vida en Buenos Aires. Habían pasado cincuenta años de la separación de su familia cuando junto a su esposa se anotaron en el primer programa de reunión de familias separadas y fueron seleccionados para viajar a su pueblo natal. Para entonces, su madre, su padre y su hermano mayor ya habían fallecido.
En estos días recordé su relato desgarrador. Podría ser una de las miles de historias dramáticas de familias coreanas separadas por el conflicto bélico que hoy, esperanzados por el reinicio del diálogo pacífico entre ambas Coreas, esperan ansioso abrazar, quizás por última vez, a sus seres queridos.
Paz y prosperidad en la península coreana
Luego de un 2017 cargado de tensiones y amenazas de guerra nuclear en la península coreana, los Juegos Olímpicos de invierno de PyeongChang de febrero de 2018 marcaron el inicio de una etapa de deshielo que se consolidó con las Cumbres realizadas entre el líder norcoreano, Kim Jong Un, y el presidente de Corea del Sur, Moon Jae In, en abril y mayo, y el encuentro entre Donald Trump y Kim Jong Un en junio. La distensión constituye una nueva etapa de cooperación y acercamiento entre ambas Coreas y la disposición del Norte a negociar con Estados Unidos la desnuclearización de la península. La reunión histórica en Singapur entre Trump y Kim no estableció ni cómo ni cuándo se llevaría a cabo el desmantelamiento del programa nuclear norcoreano, pero abrió un escenario de diálogo que con sus idas y vueltas está reflejando cierto entendimiento mutuo. Tal como se había comprometido, Kim entregó los cuerpos de 200 soldados estadounidenses muertos durante la guerra y no ha efectuado pruebas nucleares. Por su parte, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, viajará la próxima semana por cuarta vez a Pyongyang para continuar las negociaciones en torno al desmantelamiento del programa de armas nucleares. Aún hay muchas cuestiones por definir al respecto incluyendo la posibilidad de firmar un tratado de paz que ponga fin a la guerra de Corea y el tan esperado restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países. Sin embargo, ambos parecen dispuestos a mantener la relativa paz alcanzada.
El diálogo entre las Coreas no adoptó el gradualismo de las negociaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte. Kim y Moon han dado pasos agigantados para recuperar los años dorados de la denominada política de los Rayos del Sol (1998-2008). La llegada a la presidencia en mayo de 2017 de Moon, perteneciente a la misma línea política de los dos presidentes -Kim Dae Jung (1998-2002) y Roh Moon Hyun (2003-2008)- que protagonizaron la década de mayor cooperación entre ambas Coreas, significó el fin de las erradas políticas hacia el Norte llevadas a cabo por los jefes de estado conservadores durante el período 2008-2016. En tan solo un año, logró poner fin a la tercera crisis nuclear, realizar la tercera cumbre entre las Coreas y reactivar el intercambio político, económico y social. En los últimos meses, se han firmado declaraciones conjuntas para modernizar las vías férreas que conectan el Norte con el Sur, desarrollar programas de cooperación agrícola transfronterizos y establecer la oficina de enlace intercoreana. Asimismo, Corea del Sur se comprometió a retirar diez puestos de guardia de la zona desmilitarizada para promover la paz, a retomar la comunicación militar y se está negociando la reapertura del complejo industrial Gaesong así como la posibilidad de que los legisladores surcoreanos participen de la próxima cumbre. Todos estos avances han sido acompañados por la participación conjunta en eventos deportivos bajo la flamante bandera de la unificación.
Reunidos sólo un momento
Como contaba mi entrevistado, una de las huellas más dolorosas de la división de la península es la separación de familias que ha afectado a miles y miles de coreanos. La mayoría perdió contacto con sus parientes directos durante el inicio de la guerra en 1950. El desplazamiento de población producido por la propia dinámica del conflicto bélico y la posterior concentración de la guerra en torno al paralelo 38 provocaron que muchas personas que se habían trasladado al Sur con la intención de volver al Norte a buscar a su familia nunca pudieran concretar su plan. La firma de armisticio el 27 de julio de 1953 puso fin a las hostilidades determinando una franja de demarcación militar en la se estableció la zona desmilitarizada que, obviamente, está tan militarizada y vigilada que imposibilitó el cruce de población de un lado al otro de la frontera como había ocurrido esporádicamente antes de la guerra. La tregua de paz además constituyó el fin de los contactos entre los miembros de las familias separadas a quienes se les bloqueó y prohibió mantener lazos con sus parientes.
La gravedad de esta situación hizo que el problema de las familias separadas estuviera presente desde los primeros contactos entre las Coreas a comienzos de los 70 cuando la Cruz Roja, sin éxito, intento negociar la reunión de familias. A partir de la década del 80, se iniciaron campañas en los medios de comunicación en Corea del Sur y en las comunidades coreanas de los Estados Unidos y Canadá. En aquella época, los jóvenes militantes surcoreanos que luchaban por la democratización del país tenían entre sus principales consignas políticas la unificación, la liberación de los prisioneros norcoreanos en el Sur y la reunión de familias separadas por la guerra. A pesar de los múltiples pedidos, de la creación de una asociación de familias divididas y de las ilusiones generadas con el restablecimiento de contactos entre familiares separados de China-Taiwán y de la caída del Muro de Berlín, los coreanos tuvieron que esperar a la primera cumbre entre el ex presidente surcoreano Kim Dae Jung y el líder norcoreano Kim Jong Il en junio de 2000 para concretar la ansiada reunión de familias.
La mayoría de las reuniones se efectuaron en el periodo 2000-2008, es decir, bajo la política intercoreana de los Rayos del Sol. El deterioro comenzó con la llegada al poder del partido liberal conservador (Saenuri) en Corea del Sur que culminó, bajo la presidencia de Park Geun Hye, con la cancelación de las reuniones en octubre de 2015. Cumpliendo con lo establecido en la cumbre de abril, este mes se efectuó la vigésimo primera reunión de familias separadas. La Cruz Roja colaboró en la organización y en la asistencia médica de los participantes. Siguiendo los repertorios previos, el evento se realizó en el Norte en el complejo turístico del Monte Geumgangsan construido por Hyundai en 1998. A través de un sistema de sorteo, el gobierno surcoreano seleccionó alrededor de 600 surcoreanos que participaron del programa. La vigésimo segunda ronda de encuentros se llevará a cabo en octubre y se espera que participe un número similar de ciudadanos del Sur. Ambas Coreas creen que es muy importante mantener los encuentros y darle continuidad dado que cada año se calcula que mueren entre tres mil y cuatro mil miembros directos de las familias separadas.
En realidad, estas reuniones no permiten establecer libre y sostenidamente contacto con sus familiares. El encuentro dura un momento. Este año fueron once horas repartidas en actividades organizadas durante tres días. Una cena de bienvenida, una reunión en privado en las habitaciones del hotel y una comida de despedida. Está prohibido verse por fuera del esquema estipulado y mantener vínculos una vez que termine el viaje. Al volver a sus casas, no podrán hablar por teléfono, ni mandarse cartas ni correos electrónicos ni realizar ningún otro tipo de contacto. En esas horas compartidas se abrazan, charlan, se ríen, reciben regalos, intercambian fotos de sus descendientes y, sobre todo, lloran; lloran la crueldad política que les impidió compartir sus vidas y les niega transitar sus últimos años juntos. Lamentablemente, en el escenario internacional actual el problema de las familias divididas no sólo parece no tener solución, sino que también incorpora un nuevo capítulo a las dramáticas historias de la guerra: la separación de las familias de los refugiados norcoreanos.