Opinión
diciembre 2016

La encrucijada de la izquierda latinoamericana: tres dimensiones de una crisis

Si la izquierda latinoamericana quiere recuperarse, deberá innovar y generar un nuevo paradigma que atienda las necesidades de la ciudadanía.

<p>La encrucijada de la izquierda latinoamericana: tres dimensiones de una crisis</p>

El contexto

La derrota de Evo Morales en el referéndum por la reforma constitucional que autorizaba al Presidente boliviano a postularse una vez más a la presidencia de su país en el 2019; el triunfo de Macri en Argentina, que puso fin a 12 años de Gobiernos kirchneristas; los complejos momentos que vivió Dilma Rousseff en el proceso de impeachment y su posterior destitución; y la complicada situación de desconfianza y pérdida de apoyo ciudadano de Michelle Bachelet producto de escándalos relacionados con casos de corrupción, marcan el contexto latinoamericano de los últimos tiempos. Los proyectos de izquierda otrora exitosos –ya sea en su vertiente bolivariana, como en su versión reformista o socialdemócrata– viven momentos críticos.

La característica transversal de este escenario es la pérdida de una importante parte de la base de apoyo ciudadano, situación que se ha expresado en consecutivas encuestas con cifras históricas de desaprobación. En algunos casos, estos resultados han sido acompañados de intensas movilizaciones sociales en las que la demanda central ha sido la salida de la élite «corrupta» del poder. La retórica que expresan esas movilizaciones es recurrente en la historia latinoamericana y puede expresarse de la siguiente manera: «somos nosotros, los ciudadanos; contra ellos, los políticos».

En países como Brasil, Argentina y Bolivia, el agotamiento de las élites en el poder, los casos de corrupción, el tráfico de influencias y el agotamiento de los ciclos económicos, han generado el ascenso del malestar, la desconfianza y la indignación, dando lugar a un nuevo ciclo de gobiernos de derecha en la región.

El caso chileno, sin embargo, tiene ciertas particularidades. Chile vive, desde hace años, un escenario de retorno de la centro-izquierda al poder, después de un gobierno de derecha con Sebastián Piñera a la cabeza. El nuevo proceso de Bachelet contó con una nueva coalición política que logró integrar a actores políticos y movimientos que estuvieron fuera de la Concertación durante 20 años, particularmente el Partido Comunista. El programa de esa nueva coalición (la Nueva Mayoría) era profundamente reformista.

Sin embargo, a pesar de un alto nivel de confianza y adhesión durante los momentos iniciales, desde el segundo año el gobierno de la Nueva Mayoría compartió elementos comunes al resto de experiencias descritas: la pérdida de confianza generalizada de la ciudadanía hacia el gobierno, los partidos, el poder judicial, el Congreso, el estancamiento económico, la crítica a las instituciones producto de escándalos de corrupción, la colusión y las irregularidades en el financiamiento de campañas políticas.

Sin perjuicio de las particularidades de cada caso e intentando aportar una mirada global del asunto, es posible identificar tres elementos o dimensiones transversales que dan cuenta del proceso de agotamiento o fin de ciclo de los gobiernos de izquierda y centroizquierda de la región.

Agotamiento de los mapas cognitivos

La expresión «mapa cognitivo» es uno de los conceptos más interesantes que empleó el intelectual chileno-alemán Norbert Lechner para dar cuenta de las subjetividades en político-culturales. El concepto da cuenta de aquellos mecanismos con los que generamos cierta delimitación de lo posible y valoramos e interactuamos con la realidad social. En palabras del propio Lechner «son las coordenadas mentales y los códigos interpretativos mediante los cuales hacemos inteligible la realidad social».

Los mapas cognitivos son la hoja que ruta que define los límites del accionar de los proyectos políticos, el camino a seguir, generando matices éticos en la toma de decisiones. Además, a través de ellos, las formaciones políticas proponen a la ciudadanía un proyecto de sociedad deseada, sus valores y características ideológicas.

Evaluar su agotamiento supone evidenciar la pérdida o el vaciamiento de ideas y proyecciones al interior de las élites de izquierda y centroizquierda en América Latina. Todas las opciones progresistas han perdido poco a poco su capacidad de reflexión interna. El ascenso y la permanencia en el poder han generado dificultades para la creación y promoción de ideas. La burocratización y estatización de los partidos los ha relegado a posiciones reactivas en materia de propuestas, más que a colocarse en lugares de vanguardia o de avanzada respecto de las ideas y programas para construir una América Latina más justa y democrática.

Cambio social y nuevas demandas

El triunfo de Macri en Argentina y la consecuente derrota del Frente para la Victoria ha sido uno de los procesos políticos que han precisado de análisis que hicieran foco en los cambios experimentados por la sociedad argentina durante los años de gobiernos kichneristas. El descenso sistemático de los índices de pobreza, el crecimiento de sectores medios, el aumento del gasto público y la apuesta por la integración social, generaron nuevas demandas de sectores históricamente ignorados.

Como otros países de la región, las élites que lideraron los procesos de reforma y cambio social, con amplias mayorías y aceptables niveles de confianza, han perdido su capacidad de continuar por el camino reformista.

Esas mismas capas medias que lograron importantes niveles de bienestar, hoy condenan enérgicamente la gestión de las dirigencias. Aunque los motivos son diversos, pueden apuntarse dos que resultan centrales: 1) los escándalos de corrupción que afecta transversalmente a la izquierda latinoamericana; y 2) la incapacidad de traducir la demanda de recambio, probidad, transparencia y más democracia, en una propuesta política renovadora, de cambio y continuidad.

El cambio social y progreso de la región ha permitido constituir una sociedad civil más activa y vigilante de los procesos políticos. En este sentido, el desafío estaría en interpretar estos nuevos sentidos comunes de sociedades más modernas, más conectadas, con mayor poder de fiscalización, producto del aumento estrepitoso del volumen de información que puede manejar un ciudadano a través de las redes sociales. La demanda por saber más y, a la vez, la capacidad de criticar y opinar libremente, han abierto un nuevo escenario de disputa por el poder, donde los estándares de comportamiento y transparencia, son cada vez más exigentes.

Legitimidad y crisis de las instituciones

El resultado de las elecciones municipales de Chile y del proceso de paz en Colombia, han levantado alertas acerca del estado de la participación electoral en la región. Los altos índices de abstención electoral, en conjunto con elevados niveles de desafección hacia las instituciones democráticas, han generado un ambiente de preocupación en la izquierda de la región. Es una constatación que, por distintos motivos y contextos, la ciudadanía desconfía y sospecha de todo aquel que se vincule de una u otra forma con la política. Desde funcionarios públicos hasta militantes: todos están bajo constante vigilancia, producto de la frecuencia y la publicidad de prácticas vinculadas a la corrupción y al enriquecimiento.

En este contexto se ha llegado cuestionar la capacidad representativa de las instituciones democráticas tradicionales. Así, se ha intensificado la pérdida de la centralidad de la política en la vida cotidiana de las y los ciudadanos, y se ha producido una sobrevaloración de la realización personal por sobre la colectiva, consecuencia de la instalación de sociedades donde el excesivo consumo y la amplia valoración negativa de lo público, se instaló para quedarse.

En el ámbito de las relaciones sociopolíticas, es posible constatar un quiebre en las formas de comunicación entre ciudadanos y partidos políticos, organizaciones que tradicionalmente procesan demandas a través de la formulación de programas y políticas públicas. Así, los incentivos para personalizar los proyectos políticos en la figura presidencial o a través de caudillos locales son altos. Si los partidos no cumplen ese rol, el camino fácil es dejar atrás las instancias orgánicas partidarias con vínculo territorial y cierta tradición, y alcanzar posiciones de poder sólo con la figuración de personajes con alto conocimiento público, pero sin vínculo partidario y de matriz ideológica y ética volátil.

Posibles salidas

En este contexto, es posible identificar un regreso de gobiernos con élites de derecha en el poder –tanto en sus versiones populistas como tecnocráticas–, frente al agotamiento y la incapacidad de la izquierda latinoamericana de recuperar su base de apoyo en sectores medios y populares.

Aceptar que en algún momento se ha de perder con el adversario es parte del juego democrático. Sin embargo, es importante el cómo y por qué se pierde, algo que se trata de visualizar en éste análisis. Como en toda crisis, también se genera una oportunidad. Al desprenderse de los gobiernos y las funciones estatales, se genera más tiempo para la reflexión política, la búsqueda de nuevos sincretismos y la construcción de proyectos.

Este fenómeno se en los países anteriormente mencionados, donde el malestar generalizado contra las élites en el poder, podría generar la emergencia de «alternativas ciudadanas» a las formaciones de izquierda a través de movimientos o partidos de causas que miran con simpatía a España y el proceso de Podemos. Estas nuevas expresiones políticas, con formas de organización más horizontales y esporádicas, no han logrado, sin embargo, generar un nuevo clivaje o una ruptura que les permita interpretar la falta de representación y el descontento, en especial por la escasa densidad ideológica de sus propuestas y su baja penetración territorial.

Por otro lado, en el caso de las organizaciones políticas de izquierda y progresistas tradicionales, está meridianamente claro que para continuar siendo alternativas políticas de mayoría con vocación de poder, deberán generar nuevas ideas que refresquen las hojas de ruta o mapas cognitivos de éstas formaciones. Precisarán, además, renovar sus cuadros dirigentes y modernizar sus estructuras orgánicas.

No es necesario dirigir la vista únicamente hacia Europa para buscar referentes de sentido. Es preciso revisar la rica tradición del pensamiento indoamericano, observar procesos políticos como el surgimiento y las formas de acción política del APRA peruano, el Partido de los Trabajadores brasileño, o el Partido Socialista Chileno, para analizar e interpretar el escenario actual. Todo ello con el objetivo de fortalecer y ampliar la democracia, asumir la probidad y la transparencia como valores esenciales, buscar convergencias económicas donde sea posible y garantizar mínimos sociales de protección y derechos a través de gobiernos de coaliciones mayoritarias y fuertes.




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