Tribuna global
NUSO Nº 291 / Enero - Febrero 2021

La democracia india frente al desafío del nacionalismo hindú

El nacionalismo étnico impulsado por el primer ministro Narendra Modi está minando la democracia en la India. El proyecto de hinduización, del cual son víctimas especialmente las poblaciones musulmanas, golpea también a los académicos y a quienes se resisten a las derivas autoritarias. Pero pese a esas derivas, Modi sigue gozando de un amplio apoyo.

La democracia india frente al desafío del nacionalismo hindú

5 de diciembre de 2019. Unos aplicados estudiantes se concentraban en sus lecturas, instalados en la biblioteca de la Universidad Jamia Millia Islamia en Nueva Delhi, cuando sorprendidos por los ruidos, levantaron la cabeza y vieron la repentina irrupción de policías que se abalanzaron sobre ellos y los golpearon sin orden alguna. Estas imágenes, tomadas por una cámara de vigilancia y publicadas unas semanas más tarde, recorrieron las redes sociales.

En el mismo momento, por tercer día consecutivo, otros estudiantes se concentraban en el campus para protestar contra la Ley de Enmienda de la Ciudadanía, la ley que modifica las condiciones de acceso a la ciudadanía india, votada cinco días antes por el Parlamento. Mientras se manifestaban tranquilamente, las fuerzas del orden tomaron por asalto la universidad y, utilizando palos y gases lacrimógenos, dispersaron a los manifestantes, golpearon violentamente a cientos de estudiantes y arremetieron de manera indiscriminada contra todos los presentes en el lugar. La represión policial no se limitó a las personas, apuntó también contra los edificios del campus: el restaurante universitario, la mezquita, la biblioteca y las instalaciones sanitarias fueron destrozadas. Más de 200 personas resultaron heridas, algunas de gravedad, y debieron ser hospitalizadas. Varias de ellas serían incluso perseguidas hasta dentro de los hospitales donde recibían atención antes de ser detenidas. Al día siguiente, las manifestaciones continuaron, la policía volvió y disparó, al menos una vez, con balas reales, e hirió a un estudiante que, según sus declaraciones, no participaba de la manifestación.

Durante los días siguientes se produjeron otras manifestaciones en todo el país. También fueron reprimidas con gran violencia, y 27 personas murieron por los disparos de la policía. La represión fue particularmente feroz en los estados de Assam y Uttar Pradesh. A pesar de la falta de información, se sabe que hubo también actos de violencia gratuita contra personas que no participaban de las manifestaciones: apuntaron particularmente contra musulmanes, blanco de las milicias de la extrema derecha hindú, bajo la mirada benevolente de la policía.

Fue esta misma convergencia de las fuerzas del orden y las milicias del hinduismo radical la que estuvo en el centro de los enfrentamientos que tuvieron lugar el 5 de enero de 2020 en la Universidad Jawaharlal Nehru (jnu), reconocida por ser el bastión del pensamiento crítico de izquierda en la India. Ese día, con los rostros cubiertos, miembros de las milicias de extrema derecha hindú atacaron una manifestación pacífica organizada por la asociación de profesores de la universidad. Les arrojaron piedras, dañaron automóviles estacionados en el lugar, golpearon a los docentes y estudiantes presentes. Tras ingresar en el campus, vandalizaron tres residencias universitarias y golpearon a quienes no se identificaban como abiertamente hindúes. Los pedidos de ayuda realizados a la policía, que se encontraba desplegada en el lugar esa misma mañana, no recibirían respuesta. Esta violencia se desarrolló bajo la aprobación tácita de las fuerzas del orden. La policía trató incluso de impedir que una ambulancia saliera del campus1. Los ataques contra estudiantes y profesores de las universidades Nehru y Jamia Millia despejaron las últimas ambigüedades sobre la dimensión de la amenaza que pesa sobre el conjunto de la producción del saber académico. Los investigadores y profesores de ciencias sociales son considerados actualmente enemigos internos. Muchos profesores se autocensuran en sus expresiones (respecto, por ejemplo, de eventuales críticas a la política de Narendra Modi) en sus propias aulas, ya que temen ser luego denunciados por estudiantes que adhieren a la causa del Hindutva (literalmente, «hinduidad», «calidad de hindú»). Los especialistas en ciencias naturales se ven cada vez más presionados a desarrollar estudios tendientes a demostrar los beneficios del estiércol y la orina de vaca (rebautizada por los nacionalistas hindúes Gau mata, la «vaca madre») o las virtudes del agua «sagrada» del Ganges2.

La vigilancia de los miembros de las organizaciones hinduistas vuelve cada vez más delicada la dirección de investigaciones etnográficas, ya que los antropólogos, los sociólogos y los politólogos son obligados con frecuencia, bajo la presión de estos militantes, a justificar sus mínimos movimientos en el trabajo de campo. Suele suceder incluso que los servicios de inteligencia se movilicen para investigar las intenciones de los investigadores, y sus conclusiones pueden conducir a la no renovación de las visas e incluso a expulsiones del territorio. La violencia simbólica se extiende más allá de las fronteras indias, como lo muestra lo ocurrido con investigadores estadounidenses, todos de prestigio internacional, que fueron maltratados estos últimos años por las milicias del Hindutva: tal como sucedió con la indóloga Wendy Doniger, el filólogo Sheldon Pollock o incluso la historiadora Audrey Truschke. Si bien esta última sufre sobre todo violentos insultos en las redes sociales (desde la publicación de su obra que rehabilita parcialmente la imagen de un soberano mogol, Aurangzeb, conocido hasta entonces por su intolerancia respecto de los no musulmanes)3, Doniger y su editor (Penguin Books) fueron objeto de un proceso tras la publicación, en 2009, de la obra The Hindus: An Alternative History [Los hindúes. Una historia alternativa], porque la interpretación de los textos del hinduismo por la académica estadounidense no era del agrado de los adeptos al Hindutva4.

En cuanto a Pollock, se llevó a cabo una campaña (que no logró su objetivo) con el fin de desplazarlo de la dirección de la prestigiosa colección sobre la India clásica (la Murty Classical Library of India) publicada por Harvard University Press, con el pretexto de que, al no ser de origen indio, carecía de los conocimientos necesarios para ocupar allí un puesto de responsabilidad (en realidad, había sumado su voz a la de otros intelectuales para condenar públicamente las agresiones de las que habían sido víctimas los docentes y estudiantes de la Universidad Nehru)5.

Si bien estos ataques contra el sector universitario nos interpelan inmediatamente, se inscriben en un contexto más amplio caracterizado por un estallido de violencia contra otros grupos, entre los cuales las minorías religiosas ocupan un lugar destacado. Los musulmanes, que representan de hecho el principal blanco de la nueva ley de ciudadanía, se ven particularmente afectados: conversiones forzadas, linchamientos y pogromos son algunos ejemplos de las formas concretas que adquiere esta violencia. Por tal motivo, este artículo asignará un lugar sustancial a los ataques contra esta minoría religiosa, tanto más cuanto que estos revelan los mecanismos ideológicos y las políticas implementadas por el nacionalismo hindú.

Para tratar de comprender esta violencia en todas sus formas, comenzaremos por analizar la ideología que reivindica Narendra Modi, elegido primer ministro en 2014. Volveremos luego sobre la historia del lugar que ocupan los musulmanes en una república que se construyó sobre el principio del secularismo, es decir, el equilibrio del Estado respecto de todas las religiones, según su acepción india6. Estos elementos permitirán contextualizar la aceleración de la violencia política desde la elección de Modi y comprender mejor lo que implica para el futuro de la sociedad india.

Los orígenes del Hindutva

A partir de su primer mandato, el gobierno de Modi implementó una política guiada por una ideología que se remonta a la década de 1920, cuyo programa se resume en una palabra: Hindutva (la «hinduidad»). Esta forma de supremacismo étnico y religioso defiende la idea de una nación, una raza y una civilización hindúes (Hindu rashtra, Hindu jati, Hindu sanskriti). Estos son los tres pilares de esta «otra idea de la India»7 que se opone frontalmente a los valores del secularismo, que preconizan la idea de una unidad en la diversidad y están en el centro del espíritu de la Constitución. La ideología en que se funda este programa fue elaborada a comienzos del siglo xx, sucesivamente por Vinayak Damodar Savarkar, quien publicó, en 1923, Hindutva: Who is a Hindu [Hindutva. Quién es hindú], y luego por Madhav Sadashiv Golwalkar, autor, en 1930, de We, or Our Nationhood Defined [Nosotros, o la definición de nuestra nacionalidad]. Estos ideólogos se basaban a su vez en las ideas difundidas por las primeras grandes figuras del nacionalismo hindú surgidas a fines del siglo xix, entre las que ocupaba un lugar destacado Dayanand Saraswati, el fundador de Arya Samaj [asociación de nobles], una organización cuyo objetivo declarado era «rehinduizar» la sociedad a través de la enseñanza y el retorno a los Vedas.

Tanto para Savarkar como para Golwalkar, uno de los principales objetivos del programa es delimitar la comunidad que forma la nación hindú8. Según ellos, los musulmanes y los cristianos, cuyos ancestros fueron convertidos en el pasado por potencias colonizadoras9, no comparten las mitologías y la cultura comunes a los hindúes, las que supuestamente los vinculan a la madre tierra, sacralizada detrás de la figura de Bharat Mata (la Madre India). Inversamente, los budistas, los sijs, los jainas y, naturalmente, los hindúes tienen textos sagrados concebidos todos en el mismo territorio y que, además, están unidos por una creencia común en la existencia de un ciclo de reencarnación (samsara) y en la posibilidad de liberarse de él alcanzando el nirvana (en el budismo), el mukti (en el sijismo) y el moksha (en el jainismo y el hinduismo). En la medida en que los musulmanes y los cristianos de la India habrían sido convertidos más o menos recientemente por los colonizadores, Savarkar y, posteriormente, los demás ideólogos del Hindutva consideran que sigue corriendo sangre hindú por sus venas. Tendrían pues la posibilidad de regresar al hinduismo y asimilarse a la tierra sagrada hindú y a su nación. Pero, en caso de negarse, su persistencia en conservar sus prácticas religiosas no solo los pondría al margen de la nación, sino que además los convertiría, según Golwalkar, en una amenaza para el cuerpo político hindú, al que devorarían progresivamente10. Esta retórica se basa también en un argumento demográfico, ya que el crecimiento de la población musulmana es superior al de la hindú.

Esta obsesión por la amenaza que harían pesar las fuerzas «extranjeras» sobre la nación hindú permite comprender otra dimensión esencial de la ideología Hindutva, a saber, la necesidad reivindicada de reconquistar la autoestima de la comunidad hindú, herida por siglos de dominación mogol y europea. Se trata pues, para sus ideólogos, de revirilizar a la nación hindú, con el fin de que pueda partir a la reconquista de su hegemonía y su pureza, encontrando así la fuerza y confianza en sí misma de la que fue privada11. Este programa revela, sin embargo, cierta paradoja: construyéndose contra las influencias externas y el colonialismo británico, su concepción de la nación se inspira directamente en un modelo extranjero, el del nacionalismo alemán y el nazismo12. Por eso la violencia es uno de los medios privilegiados para la reconquista de la hegemonía hindú.

Precisamente para llevar a cabo este proyecto de reconquista fue creada en 1925, por Keshav Baliram Hedgewar, la Rashtriya Swayamsevak Sangh [Asociación de Voluntarios Nacionales] (rss, por sus siglas en hindi]. Los miembros de esta organización paramilitar, que llevan un uniforme compuesto por un pantalón corto13 caqui, una camisa blanca y una gorra negra, están vinculados a una shakha («rama»), una suerte de unidad de base. Esta agrupa a personas, a escala de un pueblo, un barrio o una universidad, que se reúnen diariamente para sesiones de entrenamiento físico y adoctrinamiento. Estas shakha son llamadas a rastrillar el conjunto del país para desplegar, con la mayor amplitud posible, la influencia ideológica de la organización. 

Tras la independencia de la India, se fundaron otras organizaciones para ampliar la esfera de influencia del Hindutva a todos los ámbitos de la sociedad. Fue así como se crearon un sindicato estudiantil en 1948 (Akhil Bharatiya Vidyarthi Parishad [Consejo de Todos los Estudiantes Indios], abvp), un sindicato obrero en 1955 (Bharatiya Mazdoor Sangh [Sindicato de Trabajadores de la India], bms), una organización encargada de unir a las sectas del hinduismo y sumar a las más influyentes figuras religiosas al proyecto de la rss en 1964 (Vishva Hindu Parishad [Consejo Mundial Hindú], vhp), una red de escuelas en 1977 (Vidya Bharati Akhil Bharatiya Shiksha Sansthan), una asociación de caridad para los más pobres en 1979 (Seva Bharti), o incluso una organización juvenil estrictamente masculina y particularmente violenta en 1980 (Bajrang Dal), con su equivalente femenino lanzado en 1991 (Durga Vahini14). Esta ideología es también defendida por partidos políticos como el Shiv Sena (el Ejército de Shiva) a escala del estado de Maharashtra y, en el nivel federal, por el Bharatiya Jana Sangh (bjs) de 1951 a 1977, luego por el Bharatiya Janata Party [Partido Popular Indio] (bjp) desde 1980. La nebulosa creada por estos partidos políticos y estas diversas organizaciones (se contabilizan en total más de 40) constituye el Sangh Parivar [familia de asociaciones]. Todas reivindican el Hindutva, y la mayoría de ellas está bajo las órdenes de los dirigentes de la rss o del bjp, aun cuando tiendan a menudo a negarlo y a proclamar su autonomía. Esta imprecisión en cuanto a los lazos de subordinación y autoridad que unen a las diferentes organizaciones del Sangh Parivar permite al bjp o a la rss evadir responsabilidades cuando se encuentran directamente implicados en acciones criminales, como la provocación de revueltas intercomunitarias. 

Así, esta gran «familia» que rastrilla actualmente todas las esferas de la sociedad permitió progresivamente el ascenso del nacionalismo hindú en el país. Este proceso se aceleró con la demolición de la mezquita de Ayodhya (Uttar Pradesh), en 1992. Contribuyó especialmente a catapultar al bjp al poder de 1998 a 2004, en torno de Atal Bihari Vajpayee, primer nacionalista hindú que dirigió el país. El Partido del Congreso15 retomaría luego las riendas del gobierno por diez años, antes del regreso al poder del bjp, en 2014, con la elección de Modi y su reelección por un segundo mandato en 2019.

Nacionalismo ordinario y discriminación institucional de los musulmanes

Desde la llegada al poder de Modi, los musulmanes indios constituyen un blanco privilegiado para los nacionalistas hindúes. Sin embargo, su estigmatización, su discriminación y su marginación no son fenómenos recientes. A partir de la independencia, quedaron bajo sospecha, ya que se los consideró responsables de la partición de 1947 entre la India y Pakistán. Cada vez que estallaron guerras con el Estado vecino (1947, 1965, 1971, 1999), fueron considerados como una quinta columna del país «enemigo». Desde el 11 de septiembre de 2001, no quedan a salvo de la correlación casi universal establecida entre islam y terrorismo, alimentada por un yihadismo esencialmente localizado en Cachemira. 

Los estereotipos negativos contra los musulmanes van de la mano de su marginación progresiva, a punto tal que son actualmente la minoría más subrepresentada en el país, tanto en el plano económico y social como en el político. Esta subrepresentación se observa particularmente en el sector formal de la economía, en la administración pública, la policía, el ejército o incluso el aparato judicial16. Se extendió a lo largo de los años al campo político: así, el número de diputados musulmanes disminuyó regularmente desde la independencia.

Si bien esta evolución se debe en parte a factores endógenos, como la pérdida de las elites durante la Partición, a la presencia de representantes con tendencias muy conservadoras o de una notable negligencia, o incluso al repliegue sobre sí generado por la interiorización de ser una minoría vulnerable y poco querida, la discriminación por los otros sigue siendo una variable importante. Esta puede también inscribirse visiblemente en el espacio público. Pancartas o anuncios inmobiliarios tales como «Se alquila únicamente a vegetarianos» son moneda corriente en la India. Representan un modo apenas disimulado de excluir a los musulmanes –pero también a los cristianos y a las castas bajas– del mercado inmobiliario en los barrios dominados por los hindúes de castas altas, que tienen el vegetarianismo como obligación religiosa.

La llegada al poder de los nacionalistas hindúes en 1998, en un gobierno de coalición, contribuyó a acentuar esta tendencia. Estos prepararon el terreno para una hinduización excluyente del país, constitutiva a su vez de una estigmatización reforzada de los musulmanes. De este periodo datan, por ejemplo, los primeros intentos de lo que se ha denominado la «azafranización» (en referencia al color adoptado por los nacionalistas hindúes) de los manuales escolares, a través de una reescritura de la historia que invisibiliza o demoniza a los musulmanes, apuntando particularmente a los soberanos musulmanes del Sultanato de Delhi y el Imperio Mogol. Una vez adoptada en estados como Guyarat, verdadero laboratorio político de los nacionalistas hindúes, el gobierno intentó, a través de la institución nacional encargada de los manuales escolares en la India, el National Council of Educational Research and Training, extender esta política al conjunto de la India. «Indianización (sinónimo aquí de hinduización), nacionalización, espiritualización» eran los lemas del ministro de Educación de entonces, Murli Manohar Joshi. Su objetivo, afirmaba, era reducir la influencia de las tres «m»: [Thomas] Macaulay (figura británica emblemática de la política de anglicización de las elites indias), Marx (muchos historiadores indios son de izquierda) y madrasa (en referencia, naturalmente, a las escuelas islámicas)17.

Además de esta dimensión moral y simbólica, la violencia política contra los musulmanes reviste también un aspecto físico. Observada en los años 1960, no se limita solo a pequeñas escaramuzas en los barrios, sino que puede transformarse también en verdaderas revueltas mortales y extenderse a toda una región, como sucedió en Guyarat, al noroeste del país, en 2002, donde pogromos antimusulmanes causaron alrededor de 2.000 muertos. Ese estado estaba dirigido entonces nada menos que por Modi. El ciclo reiterado de violencia terminó desembocando en una segregación progresiva de los musulmanes, cada vez más relegados en enclaves, incluso en guetos.

Esta violencia física, moral y simbólica contra los musulmanes es, en cierta forma, tan estructural que tiene su propio nombre: el «comunalismo». Frente a este cuadro bastante sombrío que sugiere una institucionalización antigua de la discriminación y la estigmatización en contra de los musulmanes, ¿qué cambió desde que Modi asumió las riendas del gobierno central?

Modi 1: socavar la crítica y preparar el terreno para una «democracia étnica»

La política implementada por Modi durante su primer mandato le permitió preparar el terreno y los cimientos de lo que Christophe Jaffrelot llama una «democracia étnica»18, en la cual los hindúes (en un sentido amplio que incluye, tal como vimos, no solo a los propios hindúes, sino también a los sijs, los jainas y los budistas) tendrán más derechos que los cristianos y, sobre todo, que los musulmanes. Poco después de la elección de Modi en 2014, la rss lanzó una campaña que pretende ser fiel al programa ideológico de sus fundadores y a su concepción de la nación india. Titulada ghar vapsi [regreso a casa], consiste en convertir a la fuerza a los musulmanes y cristianos al hinduismo, invocando el argumento según el cual estas poblaciones fueron en otros tiempos antiguos hindúes convertidos por misioneros extranjeros. Una vez admitida la idea de una ciudadanía de geometría variable que va necesariamente en contra de los principios fundacionales del Estado indio, a saber, la construcción de una unidad en la diversidad, se vuelve entonces rápidamente imperioso, a los ojos de la rss y el bjp en el poder, intentar acallar la crítica en todas sus formas, ya sea social, política, mediática o jurídica. 

Los nacionalistas hindúes lanzan metódicamente sus ataques debilitando primero al sector no gubernamental, que representa el primer foco de la protesta social. Así, a fines de 2016, el ministro del Interior les negó a unas 20.000 ong la renovación de la licencia que les permite recibir ayuda financiera del extranjero y las privó de ese modo de los medios necesarios para librar un combate judicial o mediático. Los medios de comunicación, otro pilar de la crítica, fueron el blanco de una censura polimorfa. Si bien esta ya había sido aplicada durante el estado de emergencia de 1975-1977, decretado entonces por Indira Gandhi, la novedad reside en el hecho de que se hace efectiva en momentos en que, oficialmente, el país no se encuentra bajo un régimen de excepción. Esta censura o autocensura, por convicción personal o alimentada por el temor a las sanciones, a perder el empleo o incluso a ser víctima de agresiones físicas, afecta sobre todo a la televisión y a los diarios masivos que son, en consecuencia, muy moderados en sus críticas al régimen, cuando no caen en su apología. Esta (auto)censura se basa también en el hecho de que la mayoría de las sociedades de prensa están en manos de grandes grupos financieros que apoyan la política económica liberal del gobierno. 

Más allá de la violencia simbólica, la violencia verbal puede emanar directamente del Estado, tal como lo muestra el apodo de presstitutes19 utilizado contra los periodistas por un ministro del gobierno central, Vijay Kumar Singh. El periodismo independiente, por su parte, se ejerce actualmente en un clima cada vez más hostil, caracterizado, especialmente estos últimos años, por un recrudecimiento de la violencia hacia los periodistas, que puede llegar incluso a su eliminación física20. Finalmente, la ley contra la sedición, heredada del periodo colonial, es utilizada para intimidar a periodistas e intelectuales, pero también para detener a los líderes estudiantiles. Particularmente draconiana, de un alcance muy amplio, esta ley puede aplicarse prácticamente a toda forma de crítica al gobierno, y quien la infringe es pasible de prisión de por vida; constituye pues una temible amenaza a la libertad de expresión. Esta policía del pensamiento está reforzada por la vigilancia de milicias que emana de la constelación de las organizaciones del hinduismo radical, que gozan de la protección del poder político imperante. No conformándose ya con acosar a sus adversarios en las redes sociales, estos autoproclamados defensores de la nación no han dudado en agredir físicamente a reconocidos intelectuales. Algunos de ellos, que defendían puntos de vista llamados «racionalistas» (críticos de diferentes aspectos del hinduismo), fueron asesinados en sus casas por grupos que reivindican la nebulosa del Sangh Parivar [lit. Familia del rss]. Otras milicias, las de los grupos de los «Protectores de la Vaca», multiplicaron los linchamientos de musulmanes y dalits («intocables»)21.Más allá de la banalización de la violencia política, estas diferentes medidas se volvieron posibles por la construcción proteiforme de varias figuras del enemigo interno, denunciadas como elementos sediciosos y «antinacionales». La estigmatización de los musulmanes, como era de esperar, se popularizó y se fortaleció. A la izquierda intelectual crítica, por su parte, le endilgaron diferentes apodos, como el de urban naxals (tratándolos como el relevo urbano de la guerrilla naxalita de inspiración maoísta, muy activa en el corazón rural del país), o incluso el de tukde tukde gang, una pandilla imaginaria acusada de querer destrozar la nación india. Fue este el contexto en que Modi fue reelecto en mayo de 2019, tras lo cual se aceleró rápidamente la implementación del programa del Hindutva.

Modi 2: la aceleración del Hindutva

La sucesión de acontecimientos de estos últimos meses es reveladora de la aceleración del Hindutva. El 30 de julio de 2019, el Parlamento indio revocó el triple talaq o divorcio instantáneo22, accediendo así a una de las principales reivindicaciones de los nacionalistas hindúes, que reclamaban la instauración de un código civil uniforme. El triple talaq es, desde luego, muy perjudicial para los derechos de las mujeres, pero la ley votada por el Parlamento criminaliza a los hombres musulmanes que practican esta costumbre, actualmente pasible de tres años de prisión, mientras que para los demás grupos religiosos las cuestiones vinculadas al divorcio se dirimen por el derecho civil.

El 5 de agosto de 2019, el gobierno revocó el artículo 370 de la Constitución que acordaba la autonomía al estado de Cachemira, de mayoría musulmana, satisfaciendo en este caso también una de las principales exigencias de los adeptos al Hindutva. Esta medida estuvo acompañada por el encarcelamiento de la mayoría de los opositores políticos locales, un blackout de varios meses de los sistemas de comunicación telefónicos y electrónicos, una censura mediática casi total, así como la represión sangrienta a los movimientos de protesta respecto de la cual, de hecho, se filtró muy poca información.

El 31 de agosto de 2019, se dio a conocer públicamente una lista de 1,9 millones de habitantes del estado de Assam, vecino a Bangladesh, en el noreste del país, que incluía a un número importante de musulmanes que al no haber podido demostrar su nacionalidad india corrían el riesgo de ser excluidos del Registro Nacional de Ciudadanos (nrc, por sus siglas en inglés) y de convertirse pues en «no ciudadanos». Inmediatamente después, circuló la noticia de que se construirían nuevos campos de detención para esos futuros apátridas. Un escalón más en el proyecto de constitución de una nación hindú. El 9 de noviembre de 2019, la Corte Suprema india emitió un fallo esperado desde hacía más de 25 años, que autoriza la construcción, en Ayodhya, de un templo dedicado al dios Rama en las ruinas de la mezquita Babri Masjid, destruida el 6 de diciembre de 1992 por fanáticos hindúes. Se trata de otra victoria importante para los defensores del Hindutva.

El 11 de diciembre de 2019, el Parlamento indio aprobó la Ley de Enmienda de la Ciudadanía (Citizenship Amendment Act, caa), que modifica una ley de 1955 con el fin de regularizar a los refugiados hindúes, sijs, cristianos, jainas, budistas y parsis que llegaron antes de 2014, habiendo escapado «por motivos religiosos» de Afganistán, Pakistán o Bangladesh. Solo los residentes musulmanes fueron excluidos del dispositivo legal, aun cuando pertenecerían a minorías perseguidas en Pakistán, como los ahmadíes y los hazaras. La nueva ley tampoco incluye a las minorías oprimidas en países no musulmanes de la región como Sri Lanka, donde los musulmanes, pero también los hindúes, enfrentan a veces la violencia de la mayoría budista. Innegablemente discriminatoria, esta ley se opone a los principios secularistas de la Constitución india al excluir expresamente a un grupo religioso; se trata de una novedad en la historia de la República. El gobierno de Modi, por el momento, no ha dado ninguna indicación precisa sobre el futuro de estos musulmanes excluidos de la caa, pero multiplicó las declaraciones contradictorias, dejando que sobrevolara la duda y la incertidumbre en cuanto a sus propósitos.

Lo cierto es que el gobierno desea avanzar con la implementación de un registro de la población residente en el territorio indio (National Population Register, npr), y extender la aplicación del Registro Nacional de Ciudadanos, ya vigente en Assam, al país en su conjunto. La implementación de un proyecto semejante obligaría a todos los residentes del país a demostrar su nacionalidad, lo que abriría potencialmente el camino a nuevas formas de discriminación contra los residentes musulmanes. En efecto, la posesión de un pasaporte indio no constituiría en sí una prueba de nacionalidad, ya que solo el certificado de nacimiento constituiría una prueba material válida. Ahora bien, muchos indios, sean hindúes o musulmanes, carecen de este documento oficial, sobre todo los provenientes de sectores desfavorecidos, ya sea porque nunca lo tuvieron o porque no tuvieron conciencia de la necesidad de conservarlo, o incluso porque ese papel se perdió en inundaciones, expulsiones u otras catástrofes. 

De este modo, los musulmanes que no están en condiciones de demostrar su ciudadanía pueden convertirse, de un día para el otro, en apátridas, aun cuando hubiesen nacido en la India o sus antepasados fuesen oriundos de este país desde hace siglos. Hagamos, al respecto, un paréntesis recordando que el islam se difundió en las costas indias, a partir del siglo viii, lo que bastaría ya para demostrar hasta qué punto el islam y los musulmanes forman parte de la India. Del Taj Mahal a Bollywood, pasando por la cocina tandoori y el salwar kameez23, la contribución del islam y los musulmanes a la India es considerable. Los aportes culturales y lingüísticos del islam impregnan la vida cotidiana de los indios, aun cuando a menudo no tengan plena conciencia de ello. Durante el primer gobierno de Modi, la ministra de Industria Alimentaria, Sadhvi Niranjan Jyoti, diferenció en un discurso pronunciado en plena campaña electoral dos categorías de indios: los ramzade [hijos de Rama, fórmula que designa a los hindúes] y los haramzade [bastardos, en este caso los no hindúes]. Rama, uno de los dioses más sagrados del hinduismo, es acompañado así por un sufijo que no está tomado del sánscrito, sino del persa (zada, plural indianizado: zade), confiriendo a la expresión una hibridez que habría sido graciosa si el contexto fuera menos trágico. Del mismo modo, es posible escuchar al ministro del Interior Amit Shah, principal instigador de las leyes sobre ciudadanía, utilizar en un discurso un término con resonancias eminentemente persas, dastavez, para referirse a los documentos que los indios deberán presentar como prueba de su nacionalidad. De hecho, si los nacionalistas hindúes que se expresan en idiomas como el hindi, perteneciente al grupo lingüístico indoario, reemplazaran todos los términos de origen árabe-persa, comúnmente utilizados en la vida cotidiana, por términos sánscritos, sus discursos se volverían rápidamente incomprensibles a los oídos de su propio electorado.

En todo caso, estas reformas de las leyes de ciudadanía afirman la voluntad de los nacionalistas hindúes en el poder de «purificar la nación hindú», retomando su expresión. Cabe señalar también que estas diversas leyes y campañas tienen imitadores, aun cuando sus acciones vayan en contra de la ideología del Hindutva, lo que expresa de esta manera la banalización del nacionalismo hindú, con o sin derivas, y su difusión en todos los sectores de la sociedad. En noviembre de 2019, estudiantes de la Benares Hindu University, pertenecientes al abvp, la rama estudiantil de la rss, reclamaron la renuncia de un profesor musulmán porque enseñaba sánscrito en un departamento de estudios religiosos. En lugar de ver allí una prueba de la «ultraasimilación» del académico a la sociedad india, los estudiantes que protestaban consideraron esta enseñanza de la lengua sagrada del hinduismo por un no hindú (musulmán, además) como una forma de profanación. La administración de la universidad cedió parcialmente a sus presiones y trasladó al docente al departamento de Letras. 

Contrariamente a la relativa apatía frente a la rutinización del nacionalismo étnico durante el primer mandato de Modi, la aceleración del proceso desde su reelección y, sobre todo, las leyes de ciudadanía que algunos comparan con las leyes de Núremberg de 1935 provocaron en todo el país manifestaciones de dimensiones inéditas que nadie esperaba. En efecto, desde el movimiento anticorrupción del activista Anna Hazare, tres años antes de la elección de Modi, no se producía un nivel semejante de movilización en la India. Así, el 12 de diciembre, al día siguiente de la aprobación de la ley, estudiantes de al menos 50 escuelas y universidades del país salieron a las calles en señal de protesta. La ola de manifestaciones fue en aumento y se transformó en un movimiento panindio masivo. Además de por su extensión, los observadores extranjeros se sorprendieron por la importante presencia de mujeres (musulmanas, particularmente, cuando hasta entonces estas solían movilizarse poco). Rápidamente, un barrio de Nueva Delhi, Shaheen Bagh, se impuso como uno de los lugares emblemáticos de estas movilizaciones. Recibió, a partir del 15 de diciembre, una concentración ininterrumpida de manifestantes organizada por una quincena de mujeres del barrio (hasta que el confinamiento por el covid-19 puso fin a las protestas en las calles). En ocasión de la fiesta nacional de país, el 26 de enero, más de un millón de personas se habría reunido en este barrio periférico de la metrópolis. 

Al mismo tiempo, se asiste también a una resistencia de los estados regionales que, en el marco del Estado federal indio, anunciaron en enero de 2020 su voluntad de no aplicar la caa en sus jurisdicciones. Las asambleas de Kerala, Punyab, Rajastán y Bengala votaron así resoluciones contra la caa24. Frente a esta resistencia, el gobierno optó por el enfrentamiento: ejerció la represión contra los manifestantes, comenzando por los estudiantes atacados en el seno mismo de los campus universitarios, tal como sucedió en la Universidad Jawaharlal Nehru. Recordemos que un miembro del Bajrang Dal, una rama particularmente radical del Sangh Parivar, disparó con un arma de fuego sobre manifestantes pacíficos de la Universidad Jamia Millia de Delhi, bajo la mirada inicialmente indiferente de la policía. En cuanto a los estados federales contestatarios, se consideró en un momento como una opción posible la instauración de un estado de emergencia para obligarlos a aplicar la caa. Paralelamente, Bipin Rawat, jefe del Ejército indio, mencionó la idea de campos de «desradicalización» para los cachemires, según el modelo chino contra los uigures. Esta posición del gobierno deja vía libre a personas y grupos favorables a su política, decididos a enfrentarse a los manifestantes contrarios a la caa. La propia capital pagó por ello los platos rotos, sumiéndose, entre el 23 y el 26 de febrero, en un estallido de violencia entre hindúes y musulmanes sin precedentes desde la partición de la India y Pakistán. Mientras el presidente estadounidense Donald Trump se encontraba de visita oficial en el país, se produjeron pogromos contra los musulmanes de diversos barrios del noreste de la ciudad. Allí también, milicias incurrieron en actos de violencia sin que la policía interviniera, e incluso con su apoyo activo. Se registraron cientos de víctimas, incluyendo 53 muertos oficiales (dos tercios de ellos musulmanes), pero también cientos de heridos y varias decenas de desaparecidos, esencialmente musulmanes. Imágenes de personas arrastradas y golpeadas en las calles dieron la vuelta al mundo. Atacaron a piedrazos y con bombas molotov muchas viviendas de musulmanes, mientras que las de sus vecinos hindúes quedaron a salvo. Las milicias queman o atacan mezquitas y otros santuarios islámicos, colocando a veces encima de ellas banderas que representan al dios Hanuman, al grito de «¡Viva el dios Rama!» [Jai Sri Ram!] y «¡La India para los hindúes!» [Hinduon ka Hindustan!]. Estos pogromos expresan así la voluntad de acabar con el poder económico de los musulmanes de determinados barrios mediante la destrucción sistemática de sus comercios, almacenes y pequeñas fábricas. Además de la benevolencia de la policía respecto de estas milicias, resulta también sorprendente el comportamiento del personal médico de algunos hospitales: varias familias de víctimas señalan casos de discriminación y estigmatización por parte del personal sanitario.

En el nivel regional, algunos Estados compiten en imaginación para luchar contra los opositores a la caa. El Estado indio más poblado, Uttar Pradesh, hace colocar en las paredes fotos y nombres de manifestantes anti-caa, estigmatizando así de manera inédita a los opositores políticos25. El mensaje es claro: manifestar el desacuerdo político con las decisiones del gobierno ya no se considera una libertad democrática de expresión. Por el contrario, la crítica política constituye actualmente la asunción de un riesgo extremo, que expone potencialmente a su autor a violentas represalias. Varios intelectuales, como Sudha Bharadwaj, Anand Teltumbde26 o incluso Gautam Navlakha, fueron encarcelados en estos últimos meses27

En este contexto político muy cargado surgió la epidemia de covid-19. Tras una aparente unidad nacional, la crisis mundial provocada por la propagación del virus permitió rápidamente observar en la India nuevas formas de hinduización, impulsadas por el Estado. Recomendando la distancia social, el primer ministro llamó a los indios a golpear cacerolas y platos (siguiendo el modelo de los españoles e italianos), y, según una tradición más específicamente hindú, tocar las campanas y soplar caracolas (shankh)28. Las vibraciones así creadas tendrían la virtud de expulsar al virus. Miembros del Sangh Parivar recomiendan el consumo de orina de vaca para protegerse del covid-19 (hasta que una persona murió). Pero, sobre todo, la pandemia dejó ver la escalada de una islamofobia cada vez más virulenta y ostentatoria, siguiendo un esquema muy eficaz. Primero, figuras políticas destacadas denunciaron un escándalo mediante declaraciones impactantes; estas fueron luego reproducidas y amplificadas por los medios de comunicación, apoyándose en datos y cifras incompletas. Posteriormente, la indignación se apoderó de la esfera pública y galvanizó el resentimiento de personas o grupos de indignados que terminaron en el enfrentamiento físico con los grupos incriminados. Cuando la situación terminó afectando la imagen nacional y sobre todo internacional del país, el primer ministro intervino personalmente con declaraciones en un registro de tranquilidad, incluso de tolerancia. Sus dichos suscitaron entonces un coro de elogios –incluso entre aquellos que fueron los más virulentos en la expresión de su vindicta– y contribuyen a alimentar la popularidad del primer ministro. Si bien los discursos pueden colocar provisoriamente un freno a la violencia física, no tienen, en cambio, ningún efecto en el proceso de ultraestigmatización del Otro.

Fue este mismo esquema pues el que condujo a atribuir la responsabilidad de la propagación del covid-19 en la India a los dirigentes de Yamaat Tabligh [Sociedad de Difusión de la Fe], un movimiento misionero musulmán de tendencia espiritualista nacido en la India (y muy conocido en Francia). En efecto, estos últimos organizaron a mediados de marzo, antes del confinamiento nacional pero cuando el gobierno de Delhi acababa de prohibir las concentraciones de más de 200 personas, una gran reunión en su cuartel general de Nizamuddin, en pleno corazón de la capital, que atrajo a alrededor de 2.000 fieles provenientes de toda la India, pero también del Sudeste asiático y de Asia central. En esa ocasión, varios participantes se contagiaron de covid-19 y contagiaron a su vez a otras personas en muchas regiones del país. Este acontecimiento, comparable a los efectos provocados por la reunión de una iglesia evangélica en Mulhouse, generó desde entonces ataques de una violencia inaudita contra Yamaat Tabligh y los demás musulmanes. Comenzaron con declaraciones ansiogénicas de representantes del partido en el poder, como ese tuit de un diputado del bjp, Gautam Gambhir, que comentaba la reunión del movimiento misionero de esta manera: «Una acción errónea (o incorrecta, [wrong action]) de los organizadores podría provocar un desastre de proporciones gigantescas»29. Desde entonces, se compara a los tabligh con bombas humanas, y se inventaron nuevos eslóganes como el «Quranvirus» o el «Coronayihad» (como si existiera un complot deliberado de los musulmanes para propagar la enfermedad en la India). 

Los medios de comunicación que apoyan al gobierno y miembros o simpatizantes del Sangh Parivar manipulan las cifras haciendo creer que la propagación del covid-19 en la India es principalmente imputable a Yamaat Tabligh, sin precisar que la sobrerrepresentación de los tabligh entre las personas contagiadas se explica por el número elevado de tests que les fueron efectuados tras su reunión, mientras que el número total de tests sigue siendo bajo en el país. Esta violencia moral y simbólica tiene imitadores. Así, un joven tabligh de 22 años, acusado de intentar propagar deliberadamente el covid-19 en un pueblo, murió linchado. En este clima deletéreo, el personal médico se destacó otra vez por prácticas discriminatorias flagrantes: un hospital de Meerut especializado en oncología publicó un anuncio que establecía que solo recibirían tratamiento los musulmanes que tuvieran tests negativos de coronavirus30. Bajo la presión de las redes sociales, la administración del hospital terminó pidiendo disculpas y retiró su anuncio. Por otra parte, en algunos lugares se observa una tasa mayor de mortalidad entre los musulmanes: algunos establecen una correlación entre este fenómeno y la negativa, según varios testimonios, de algunos hospitales de atender a los pacientes musulmanes, estén o no enfermos de covid-1931. Frente a las crecientes críticas en los países del Golfo y por temor a represalias económicas, Modi intervino para declarar en Twitter que el virus afecta más allá de las pertenencias religiosas y nacionales. Pero, una vez más, esta declaración tuvo como efecto sobre todo alimentar positivamente la imagen del primer ministro, sin consecuencias evidentes sobre la ola islamofóbica.

El futuro incierto de la democracia india

La intensidad de la movilización contra las leyes de ciudadanía pudo llevar a pensar que se observaban allí los primeros signos de declive del gobierno de Modi, ya erosionado por su incapacidad para sacar al país del marasmo económico. Pero los últimos acontecimientos sugieren que fue más bien el canto del cisne de la resistencia, en tanto que la irrupción de la pandemia viral cambió completamente el escenario. De hecho, la crisis sanitaria, ocurrida cuando el gobierno era muy criticado por su manejo de la violencia intercomunitaria en Delhi, representó sin duda una verdadera oportunidad para Modi. En efecto, el confinamiento tornó imposible cualquier movilización en el espacio público. Es difícil decir si la salida de esta crisis, en una fecha indeterminada y poco previsible, permitirá dar un segundo impulso a la movilización, más aún cuando los errores de apreciación de los dirigentes de Yamaat Tabligh, aferrados al desarrollo de sus reuniones en plena pandemia, ofrecieron una ocasión inesperada a los partidarios del Hindutva de erigir a sus adeptos, y por extensión a los demás musulmanes, como principales responsables de la propagación del virus. Los intentos de los tabligh y los demás musulmanes de atenuar la violencia moral y física de la que son víctimas mediante donaciones de sangre y un importante trabajo caritativo en muchas regiones fueron en gran medida silenciados por los grandes medios de comunicación. Por eso, un cambio de situación se volverá una tarea difícil. ¿Habrá el covid-19 anulado la utilidad de la movilización, alimentado por las imágenes de musulmanes y otros ciudadanos indios proclamando con energía su adhesión a la nación india? La pregunta es legítima.

Cabe además preguntarse si la pandemia no será el pretexto para una escalada autoritaria y represiva del poder. En un contexto semejante, ¿sigue siendo apropiada la expresión «democracia étnica»? Para muchos observadores, el término «fascismo» sería más adecuado, siendo el de «democracia» actualmente ya obsoleto para calificar al régimen indio. Aun cuando todavía sea demasiado temprano para fijar el léxico que mejor describe al régimen, este argumento se propaga tanto más cuanto que el Estado de derecho parece hoy más amenazado que nunca. La reciente decisión de la Corte Suprema a propósito de Ayodhya32, la impunidad de las personas que cometen crímenes comunalistas33 (como los pogromos de Guyarat o los linchamientos de musulmanes que transportan carne), o incluso la designación, en la Cámara Alta (Rajya Sabha), del ex-presidente de la Corte Suprema, Ranjan Gogoi, conocido por sus sentencias favorables a los dos gobiernos de Modi (caso de los aviones Rafale, despido del director de la Oficina Central de Investigación, equivalente indio del fbi, etc.) son acontecimientos que expresan la pérdida de independencia de la justicia. 

¿Asistimos a una transformación de la naturaleza de la democracia india? ¿Estamos ya frente a un régimen autoritario? No hay que olvidar, sin embargo, que a pesar de los hechos abrumadores presentados en este artículo, Modi sigue gozando de un amplio apoyo entre el electorado indio: gran parte de los votantes siguen suscribiendo a sus tesis y votando por él y su partido. Por otra parte, recordemos también que algunos siguen creyendo en la resiliencia de la democracia india, que tendría la capacidad de superar esta crisis, tal como sobrevivió al episodio del estado de emergencia bajo el gobierno de Indira Gandhi. ¿Qué sucederá realmente? Los posibles escenarios son hoy variados y es difícil saber qué dirección tomará la India. Si Modi, su ministro del interior Amit Shah, el bjp, así como la Asociación de Voluntarios Nacionales, logran obtener el apoyo popular necesario para continuar con el programa del Hindutva, debe temerse sin embargo lo peor. Y lo peor es, evidentemente, el crimen contra la humanidad.


Nota: la versión original de este artículo en francés se publicó en L’Homme No 236, 3/2020. Traducción: Gustavo Recalde.

  • 1.

    Shahid Tantray: «JNU Violence: Students Recount Attack by a Masked Mob, Said Delhi Police Watched» en The Caravan, 6/1/2020.

  • 2.

    Vaishnavi Chandrashekhar: «Indian Scientists Decry ‘Infuriating’ Scheme to Study Benefits of Cow Dung, Urine, and Milk» en Science, 24/2/2020.

  • 3.

    A. Truschke: Aurangzeb: The Man and the Myth, Penguin, Nueva Delhi, 2017.

  • 4.

    Inicialmente prohibida (ya que los nacionalistas hindúes, involucrados en el caso, ganaron el proceso), la obra fue publicada luego nuevamente por Viking Press. W. Doniger: «A Life of Learning», fragmentos de la conferencia del Premio Charles-Homer Haskins 2015 en Scroll.in, 25/4/2016.

  • 5.

    «Writers Hit Out at ‘Ill-Motivated’ Attempt to Remove Sheldon Pollock as Editor of Sanskrit Series» en Scroll.in, 3/3/2016.

  • 6.

    C. Jaffrelot y A. Mohammad-Arif (eds.): Politique et religions en Asie du Sud. Le sécularisme dans tous ses états? / Politics and Religion in South Asia. Whither Secularism?, Les Éditions de L’EHESS, París, 2012.

  • 7.

    El recorrido de la ideología del Hindutva fue particularmente bien descripto en C. Jaffrelot: L’Inde de Modi. National-populisme et démocratie ethnique, Fayard, París, 2019.

  • 8.

    C. Jaffrelot: «The Idea of the Hindu Race in the Writings of Hindu Nationalist Ideologues in the 1920s and 1930s: A Concept Between Two Cultures» en Peter Robb (ed.): The Concept of Race in South Asia, Oxford UP, Nueva Delhi, 1995.

  • 9.

    En realidad, la islamización y la cristianización de una parte de los indios son anteriores a las conquistas islámicas y a la colonización británica, y no se reducen a ellas.

  • 10.

    Jyotirmaya Sharma: «Digesting the ‘Other’: Hindu Nationalism and the Muslims in India» en Vinay Lal (ed.): Political Hinduism: The Religious Imagination in Public Spheres, Oxford UP, Nueva Delhi, 2009; Dwaipayan Banerjee y Jacob Copeman: «Hindutva’s Blood» en South Asia Multidisciplinary Academic Journal No 24/25, 2020.

  • 11.

    Thomas Blom Hansen: «Recuperating Masculinity: Hindu Nationalism, Violence and the Exorcism of the Muslim ‘Other’» en Critique of Anthropology vol. 16 No 2, 1996.

  • 12.

    Marzia Casolari: «Hindutva’s Foreign Tie-up in the 1930s» en Economic & Political Weekly vol. 35 No 4, 2000.

  • 13.

    El pantalón corto fue reemplazado por el largo en 2016.

  • 14.

    Bajrang es otro nombre del dios mono hindú Hanuman, y Durga remite a la diosa madre del universo [n. del e.].

  • 15.

    Bajo el liderazgo del Mahatma Gandhi, el Partido del Congreso lideró el movimiento de independencia indio con una ideología nacionalista no confesional y se transformó en el principal partido después de 1947 [n. del e.].

  • 16.

    Laurent Gayer y C. Jaffrelot: Muslims in Indian Cities: Trajectories of Marginalisation, Columbia UP, Nueva York, 2012.

  • 17.

    A. Mohammad-Arif: «History Rewriting in India and Pakistan: Textbooks, Nationalism and Citizenship» en Véronique Bénéï (ed.): Manufacturing Citizenship: Education and Nationalism in Europe, South Asia and China, Routledge, Londres, 2005.

  • 18.

    Ch. Jaffrelot: L’Inde de Modi, cit.

  • 19.

    Esta expresión fue originalmente creada por el «pronosticador» estadounidense Gerald Celente.

  • 20.

    Vindu Goel y Jeffrey Gettleman: «Under Modi, India’s Press Is Not So Free Anymore» en The New York Times, 2/4/2020.

  • 21.

    Mathieu Ferry: «Le terrorisme de la vache» en La Vie des Idées, 17/11/2017.

  • 22.

    El triple talaq permite a un hombre divorciarse de su mujer en pocos minutos, pronunciando tres veces la palabra talaq. Esta costumbre está prohibida en la mayoría de los países musulmanes.

  • 23.

    Conjunto compuesto de una túnica y un pantalón bombacha.

  • 24.

    Loraine Kennedy: «Federalism as a Moderating Force? State-Level Responses to India’s New Citizenship Laws» en South Asia Multidisciplinary Academic Journal No 24/25, 2020.

  • 25.

    «Up Erects Hoardings with Names, Photos of Anti-CAA Protesters» en The Wire, 6/3/2020.

  • 26.

    Roland Lardinois: «Glimpses into the Life of an Engineer, Scholar and Public Intellectual: Anand Teltumdbe in Conversation with Roland Lardinois, November 2013-January 2019» en South Asia Multidisciplinary Academic Journal, 2019.

  • 27.

    Guillaume Delacroix: «Malgré la pandémie due au coronavirus, l’Inde continue de pourchasser ses intellectuels» en Le Monde, 16/4/2020.

  • 28.

    La caracola es uno de los cuatro principales atributos del dios Visnú, junto con el disco, la flor de loto y la maza.

  • 29.

    Fatima Khan: «Tablighi Jamaat Blames ‘Govt Planning’ as Bjp, Aap Attack it for Spike in Covid-19 Cases» en The Print, 14/10/2020.

  • 30.

    «Will Admit Muslims Only if They Are Coronavirus-Free, Says Hospital; Faces FIR» en The Times of India, 19/4/2020.

  • 31.

    Angana Chakrabarti y Soniya Agrawal: «Muslims Burials Soar in Indore as Hospitals ‘Shut Out Non-Covid Patients’ During Lockdown» en The Print, 21/4/2020.

  • 32.

    Maria Abi-Habib y Sameer Yasir: «Court Backs Hindus on Ayodhya, Handing Modi Victory in his Bid to Remake India» en The New York Times, 8/11/2019.

  • 33.

    Mahesh Langa: «Justice Nanavati-Mehta Commission Gives Clean Chit to Narendra Modi in 2002 Gujarat Riots» en The Hindu, 11/12/2019.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 291, Enero - Febrero 2021, ISSN: 0251-3552


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