Tema central

La crisis, el narcotráfico, la derecha medieval, el retorno del PRI feudal, la nación globalizada


Nueva Sociedad 220 / Marzo - Abril 2009

México es un país jaqueado por el narcotráfico, escandalizado por las muertes cotidianas, con un Estado copado por el poder del crimen organizado, una sociedad que desconfía de los políticos y los partidos y una economía en crisis. País fundado sobre la desigualdad y la discriminación, en México convive el impulso modernizador y democrático con los resabios de feudalismo, machismo y racismo; son los indígenas y las mujeres quienes más sufren estas condiciones. El artículo sostiene que el gobierno, nacido de un escandaloso proceso electoral, no duda en apelar a los valores medievales y –frente a un pri que parece resucitar– sigue puntualmente los designios del Vaticano.

La crisis, el narcotráfico, la derecha medieval, el retorno del PRI feudal, la nación globalizada

I

En 2009 está profundamente en duda la interminable transición a la democracia. La sociedad, en su inmensa mayoría, desconfía de los partidos políticos, rechaza los gobiernos, se siente despojada a diario. Luego de su triunfo tan cuestionable, el presidente Felipe Calderón no ha conseguido la credibilidad necesaria y ha perdido incluso una parte sustancial de sus apoyos en la derecha tradicional. Lorenzo Servitje, el empresario conservador más prestigioso, que apoyó su campaña, ahora habla del fin del «microsexenio» de Calderón: «Con la falta de legitimidad, ingobernabilidad social y empecinamiento en conservar en su gabinete y en los principales puestos públicos a sus amigos y gente inepta, es difícil que Felipe Calderón se conserve en el poder». El asunto básico no es la perdurabilidad de Calderón en los cuatro años que le quedan en el mando, sino la muy mencionada descomposición de la sociedad. Grupos literalmente hambrientos asaltan los trenes en busca de granos de maíz, en las calles de las ciudades las multitudes andan en pos del empleo o en pos de que las mafias que controlan el comercio marginal les den entrada, y el gobierno de Nuevo León acusa a quienes protestan por la situación económica y la presencia del Ejército en las calles de «pagados por el narcotráfico».

Al mismo tiempo, en los partidos políticos desaparece cualquier asomo de debate ideológico o de visiones críticas. El Partido Acción Nacional (PAN) mantiene su conservadurismo a ultranza pero no lo modifica en lo mínimo; el Partido Revolucionario Institucional (PRI), con grandes posibilidades de volver al poder, es ya solo una confederación de tribus por así decirlo «feudales»; y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), muy obviamente corrompido en buena parte de su dirección, ha perdido, en tanto perspectiva, la identidad de izquierda. Queda sin embargo una poderosa fuerza social de izquierda, que ya no se identifica con el PRD (aunque probablemente vote por alguno de sus candidatos) y que mantiene la resistencia en lo político, lo ecológico, lo cultural, lo social, las causas de la bioética. Pero esto carece por lo pronto de consecuencias electorales.

n n n Pese a todo, siguen siendo fundamentales las ideas en este periodo de sobrevivencia. Así se agoten y pierdan eficacia, o se diluyan y enturbien, las ideas genuinas incitan a las movilizaciones y a la resistencia. Véase si no la trascendencia de las ideas contenidas en estas palabras claves: sociedad civil, tolerancia, transición a la democracia, programas políticos incluyentes, diversidad, pluralidad y empoderamiento, de consecuencias amplísimas aun si devienen lugares comunes o abstracciones pobres. El proceso trasciende las formaciones políticas tradicionales, y en las alternativas al Pensamiento Único, hoy tan averiado, las ideas desempeñan un papel principalísimo.

II

El 13 de febrero de 2009, el presidente Felipe Calderón, en la residencia de Los Pinos y ante la cúpula del PRI, es enfático: «Si no lo hacemos, si no ganamos esa batalla [contra la delincuencia], puede ser que la próxima vez que vengan a Los Pinos se tengan que sentar con un presidente narcotraficante». Luego, en una batalla previa contra la sintaxis, el secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, coincide: «De fracasar el combate contra la delincuencia organizada, el próximo presidente de la República será un narco. La lógica del ataque del gobierno en materia del narcotráfico es porque precisamente el narcotráfico ya había hecho un Estado dentro del mismo Estado. Es un problema serio, tan serio que tuvimos que entrar, lo más fácil era dejarlo, como dice mucha gente, dejarlo en el estatus en el que estaba y sí te puedo asegurar que el presidente de la República sería un narcotraficante».

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Desde Estados Unidos las voces de alarma no coinciden con la seguridad del gobierno mexicano de estar ganándole al crimen organizado. El ex-zar del combate a la droga, Barry MacCaffrey, asegura: «México se encuentra al borde del abismo y se puede convertir en un narcoestado en la próxima década» (29 de diciembre de 2008). En materia de regaños a los demás, otra forma de las prevenciones apocalípticas, Felipe Calderón es enfático: «Habría que preguntarse cómo es posible que hayamos como pueblo sido capaces de tolerar que semejante barbarie penetrara en la sociedad mexicana, que se asentara en nuestras calles, que penetrara en nuestras autoridades…» (15 de febrero de 2009).

Los grupos del narcotráfico tienen su ejército, sus propios policías, su equipo de inteligencia y espionaje, sus propios financieros con los que estudian el mercado. Además, ya cuentan con territorios y ciudades, como reconocen dos secretarios de Gobernación (Juan Camilo Mouriño y Fernando Gómez Mont), sobredeterminan un buen número de gobiernos locales por medio del apoyo o la intimidación o la mezcla de persuasiones, pagan candidaturas a diputaciones y alcaldías, se asocian con empresarios y banqueros, manejan cifras espectaculares de lavado de dinero (actividad casi lícita en la medida en que no se investiga) y compran en EEUU armamentos de primer orden. En síntesis, desafían al Estado mexicano en varios aspectos y ponen en entredicho el funcionamiento de diversas instituciones, no solo de justicia.

Señala José Gil Olmos: «El narcotráfico tiene su ejército propio formado por los Zetas, kaibiles y maras salvatruchas. No hace falta recordar que el grupo de los Zetas se formó a partir de militares mexicanos que desertaron del Ejército para pasarse al cartel del Golfo, mientras que los kaibiles y algunos de los maras son igualmente ex-militares de Guatemala y El Salvador, respectivamente, que vendieron sus servicios a los carteles mexicanos».

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Cifras de enero y febrero de 2009: cerca de 1.020 personas asesinadas por causa del narcotráfico, muertes que no se investigan; hay atentados (la mayoría exitosos) contra jefes policíacos, presidentes municipales, autoridades judiciales, incluso contra un general encargado de la lucha contra el narcotráfico en Cancún; la violencia se extiende en todo el país, aunque sobre todo en la frontera con EEUU; abundan los secuestros a cargo de los narcos en sus «horas libres», o de delincuentes influidos por la atmósfera de la sobreabundancia de armas; aterrados por los secuestros y los climas de violencia en ciudades como Juárez, Tijuana, Reynosa, Matamoros, Nuevo Laredo, quienes pueden se trasladan a la zona fronteriza de EEUU; la vida nocturna se extingue de un buen número de ciudades por la toma delincuencial de restaurantes y discotecas.

Las autoridades de EEUU declaran «zona de gran riesgo» a la Frontera Norte de México; en dos años han muerto asesinados cerca de 1.000 soldados y policías; se acrecientan los choques entre integrantes de los carteles y las fuerzas de seguridad; luego de años de señalarlo la población entera, las autoridades, el presidente de la República incluido, ya reconocen la penetración del narcotráfico en las fuerzas de seguridad.

Es dudosa la presencia del Ejército en las calles como garantía de seguridad, abundan las protestas sobre violaciones de mujeres y saqueos a escala, y hay disgusto por los daños causados por las tropas: el gobernador de Chihuahua pide que se retire el Ejército de su estado y el gobierno federal se niega. La guerra entre los carteles y el desafío permanente a las fuerzas de seguridad deprecian aún más el escasísimo valor concedido a la vida humana. ¿Cuántos han muerto en dos años? La cifra es imprecisable porque muchos asesinatos no se registran y porque los datos abrumadores (en un día 42, 23 o 15 víctimas) anestesian el registro sensible de la sociedad. Algo básico: ¿cuántos son los beneficiados en algún nivel por el crimen organizado? ¿Un millón, dos millones?

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Un solo delincuente –llamado El Pozolero de Teo– disolvió en ácido 300 cuerpos de enemigos del cartel para el que trabajaba y recibió de 6.000 a 10.000 pesos por muerto disuelto (no es el único «pozolero» de la zona). También es común, luego de la tortura, decapitar a los enemigos, vivos o muertos, entre ellos policías y militares; los narcos entran a las fiestas a buscar a algunos de sus enemigos y de paso matan a los que pueden; de los asesinatos ya no se escapan mujeres, niños y adolescentes (no quieren deudos).

Una premisa de los narcos: «Si me han de matar mañana, mato muchos de una vez»; otra premisa: tener las armas y no usarlas es desperdiciar la vida. En este ámbito da casi lo mismo matar o morir; la tecnología armamentística comienza con el exterminio de especies en el cretinismo moral de la cacería, y luego considera a las personas, de modo casi literal, «objetos susceptibles de tiro al blanco». A un armamento tan sofisticado lo complementa la obligación de asesinar…

La capacidad de amenaza y compra de los carteles (el clásico «plata o plomo») exhibe la «accesibilidad» de jueces, jefes policíacos de distintos niveles, agentes del Ministerio Público, magistrados, empresarios, altos funcionarios militares, muy posiblemente clérigos. Y esto acelera el reparto de licencias de impunidad. A los narcos no parece importarles su casi inevitable destino, que incluye una muerte violenta entre los 20 y los 35 años de edad, la tortura del final, los encarcelamientos de por vida. Cada uno de ellos se considera la excepción y se siente amparado por el poder de presión y de compra del conjunto, al cabo el delito es un hecho sujeto a Tarija. ¿O es que México no es un país corrupto?

III Si Dios nos hubiera querido diferentes no nos hace nacer en el mismo barrio.Noticias de la «economía mejor blindada del mundo» (Felipe Calderón): el dólar a 15,35 pesos a la venta (28 de febrero de 2009), el desempleo abierto y el subempleo siguen creciendo, se agota la movilidad social, se congela la creación de trabajos formales, la Bolsa de Valores es una zona de riesgo, desde 1982 el salario mínimo ha perdido 78% de su poder adquisitivo y el salario promedio 63%, el diferencial salarial básico entre EEUU y México es de 15 a 1, el 0,18% de la población detenta un tercio de la riqueza nacional. Es interminable la cauda de datos negativos.

En el último medio siglo nadie objeta la descripción de México como un «país fundado sobre la desigualdad», y ya ni siquiera se intentan las tibias medidas igualitarias de la grandilocuencia patética, en el estilo «A los desposeídos les pido perdón», como exclamó el 1º de diciembre de 1976 José López Portillo al tomar posesión de la Presidencia. Una vez admitida la impagable deuda histórica a los habitantes de la miseria y la pobreza, cerca de 70% de la población, se les dedica acto seguido la dureza y la indiferencia.

Solo lentamente se toman en cuenta los derechos de las minorías marginadas por razones de racismo, sexismo, intolerancia, homofobia e intolerancia religiosa. Hasta épocas muy recientes, el reconocimiento de la diversidad no es usual y solo en 1982, durante la campaña del priísta Miguel de la Madrid, y como gesto de cortesía hacia los científicos sociales, se reconoce la condición plural del país. Todavía entonces se define a México como un todo homogéneo: la nación católica a la hora de fiestas, peregrinaciones y censos, la sociedad profundamente mestiza y heterosexual «que aún reza a Jesucristo y aún habla en español». No se concibe lo legítimamente alternativo, las libertades en materia de moral y vida cotidiana. Pese a las conquistas históricas (la tolerancia de cultos de la Reforma liberal del siglo XIX, la educación laica y gratuita de la Constitución de 1917 y la secularización progresiva), a la pluralidad se llega con lentitud pasmosa.

IV 2006: el año de la ilegitimidad gubernamental. El 2 de julio de 2006 se consuma la gran operación fraudulenta de la derecha, los empresarios, la jerarquía católica, la cúpula del PRI, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE, dirigido por Elba Esther Gordillo, cacica especializada en corrupciones y represiones), los medios electrónicos privados y los sectores de clase media alarmados por el «populismo» de Andrés Manuel López Obrador, candidato del PRD.

A la jornada electoral del 2 de julio la distingue la decisión pacífica y democrática de la ciudadanía, el ánimo alegre percibido en la Ciudad de México pero de seguro presente en casi todas partes, el deseo de intervenir en los asuntos nacionales por el trámite del voto. A las elecciones las marca la impresionante bajeza de la campaña de odio contra López Obrador, que insiste en adjudicarle al PRD y a Andrés Manuel las tesis que no sostienen. Algunos mercadólogos importados de España y EEUU manipulan la credulidad de los votantes, ayudados por encuestólogos y articulistas absortos en el psicoanálisis instantáneo del «mesianismo populista» de López Obrador; a las Buenas Conciencias las alarma la proximidad de Hugo Chávez, y tanto lo esperan que imaginan haberlo visto en el Zócalo.

La campaña cumple con tres propósitos: alentar el odio contra Andrés Manuel López Obrador, garantizarle a la clase gobernante la continuidad impune y sembrar el miedo a la desposesión: «Nos quitarán nuestras casas, nos dejarán sin nuestras cuentas bancarias, nos robarán». El miedo cala entre quienes tienen poco o nada que perder y allí cumple su cometido genuino: incorporar a través del temor a sectores desamparados que de pronto se sienten «burgueses». Es inconcebible la avalancha de spots, correos electrónicos, llamadas telefónicas, rumores. Se quiere destruir con amenazas, profecías «aterradoras», textos espasmódicos: «¡Ya vienen los socialistas!». La derecha miente sin disimulo, finge rabia y adquiere facciones metapatrimoniales que creen posible quedarse con el poder indefinidamente.

La campaña de odio es el centro de la actividad de la derecha, cuyo lema «López Obrador es un peligro para México» la describe en su mitomanía grotesca. Varios comentaristas «independientes y críticos» aseguran que la frase «un peligro para México» carece de propósitos exterminadores. Si es así, ¿entonces por qué se empeñan en mantenerla, por qué es el eje de las movilizaciones y las inmovilizaciones del PAN y de la cauda mediática que los asiste?

En 2006 entra en acción un ejercicio profético. Una tribu de adivinos, videntes y gente dotada de Percepción Extrasensorial, con detalle y temblores del alma, alucina lo que será el gobierno metacomunista de López Obrador, las primeras, segundas y terceras medidas de aplastamiento de las libertades, los planes de castigo de su antiintelectualismo. Antes de que algo pase denuncian el futuro y lo consideran parte de lo que ya pasó.

El juego de las encuestas es la feria de la fantasía. Ningún encuestador se ve obligado a probar su metodología y su palabra es tan válida como la de su competidor. Todos los consentidos del sistema de impunidad se coaligan para derrotar a la izquierda y hacer ver que México es un país conservador, siempre lo ha sido pese a los liberales y revolucionarios, y venturosamente siempre lo será. Y del 2 de julio al 1º de diciembre se intensifican en los Medios las campañas de odio y de difamación, el «golpecito de Estado» de la derecha.

Las alianzas entre el PRI y el PAN no duran mucho. Una escena del 13 de febrero de 2009 en la residencia presidencial de Los Pinos: al grupo de gobernadores, legisladores y dirigentes del Revolucionario Institucional, Calderón les profetiza: «Quiera Dios y los electores que ustedes nunca vuelvan a ganar la Presidencia». Respuesta de la presidenta del PRI, Beatriz Paredes: «A lo mejor Dios no quiere, pero la Virgen de Guadalupe sí, Señor Presidente». Y el mismo Felipe Calderón que dedicaba estampitas de la Guadalupana durante su campaña se encrespa: «No la hagan tomar partido» (a la Virgen).

V La desigualdad, el eterno punto de partida. Acátese y cúmplase: el monopolio de las creencias y el monopolio del poder político y el monopolio del poder económico y el monopolio de la conducta admisible se integran en un haz de voluntades tiránicas. Se margina a mayorías y minorías y se considera natural o normal su destino atroz. A los excluidos de la Nación (la mayoría), se los condena al infierno de la falta de oportunidades que complementa la ausencia de respetabilidad. En los espacios marginales se congregan los disidentes religiosos, los disidentes políticos, los minusválidos, los alcohólicos, los gays y lesbianas y, muy especialmente, los indígenas. Y en la marginalidad no declarada pero implacable, las mujeres. No obstante sus diferencias extraordinarias, estos sectores comparten rasgos primordiales: el costo psíquico y físico por asumir y transformar la identidad diseñada desde fuera, las dificultades para construir su propia historia (el esfuerzo continuo de adaptación a medios hostiles), y las repercusiones interminables del «pecado original», la culpa de no ajustarse a la norma. VI Los cadáveres de Ciudad Juárez. En el trato a las mujeres, la violencia ha sido en México el más verdadero de los regímenes feudales. La violencia aísla, deshumaniza, frena el desarrollo civilizatorio, les pone sitio militar a las libertades psicológicas y físicas, mutila anímicamente, eleva el miedo a las alturas de lo inexpugnable, es la distopía perfecta. La fuerza y el peso histórico del patriarcado, y la resignación consiguiente, elevan a la violencia ejercida sobre un género a la categoría de obstáculo inmenso del proceso democrático, y sin embargo esto aún no se reconoce.

El límite de las libertades femeninas y, para el caso, masculinas, aunque con énfasis y proyección muy distintos, es la mezcla del monopolio histórico del poder y la violencia. Así, la violación, el derecho de pernada de un género, el jus primae nocti, se consideró «natural» porque «el razonamiento era una sentencia», sacaba a flote la naturaleza teatral de la resistencia a la protección, y este dogma fue el predilecto de agentes del ministerio público y policías y jueces que responsabilizaban a las mujeres, tal y como lo hizo el cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, en 1998, al considerar culpables a las que, en su modestísima opinión, salían con ropa provocadora y movimientos sensuales. Solo le faltó decir: «Si no quieren que les pase nada, salgan sin cuerpo».

El clímax de la violencia son las 600 o 700 jóvenes asesinadas en Ciudad Juárez entre 1993 y el día de hoy. En este fenómeno sangriento han intervenido tristemente las administraciones del PAN y las del PRI. Los gobiernos del PAN se especializan en el regaño a las víctimas, y ya en 1994 el procurador de Justicia del gobierno de Francisco Barrio acusa a las muertas porque «algún motivo dieron» o porque «provocaron a los criminales con su vestuario o su estilo de vida», y el gobernador Barrio, como se ve en Señorita extraviada (2000), el excelente documental de Lourdes Portillo, se tropieza con el lenguaje para resucitar la moral del siglo XII. La consecuencia de esta teoría falsísima es bíblica, la paga del pecado (la condición femenina) es la muerte.

¿Quiénes son los asesinos de Ciudad Juárez? ¿Se trata de un grupo o de una epidemia de serial killers? ¿Se contagian los patrones de exterminio? Al fin y al cabo, las interpretaciones se subordinan a lo que no se conoce: las aclaraciones puntuales. Asombra el ritmo de los crímenes, las desapariciones y la semejanza de los métodos, y se sabe del miedo entre las trabajadoras de la maquila y las jóvenes y sus familias. La violencia inmoviliza a las mujeres, cancela su libertad de movimientos, subraya la condición de «sexo débil» y refuerza la tradición del abuso, la fuerza física, la posesión de armas y la misoginia criminal.

¿Por qué tarda la acción judicial? Enumero algunas respuestas posibles:

a) La condición fronteriza de Ciudad Juárez impregna el imaginario colectivo de imágenes marcadas por la ausencia de la ley. No es solo la pesadilla del narcotráfico, sino la idea de comunidades un tanto provisionales, que giran en torno de la posibilidad o imposibilidad de cruzar la frontera.

b) La consideración abstracta importa en demasía. Un muerto puede ser un acontecimiento gigantesco, así las conclusiones sean tan irrelevantes como las del asesinato del candidato del PRI Luis Donaldo Colosio en 1994, pero centenares de mujeres asesinadas en todo México afantasman la monstruosidad del fenómeno en la mirada de las autoridades. Las estadísticas de la sociedad de masas tienden a disolver la profundidad de los sucesos. Seis mil millones de habitantes del planeta es la explosión demográfica que todo lo minimiza. No es, como insisten tan torpemente los tradicionalistas, que la educación laica relativice los valores; la educación laica es la primera garantía de una sociedad civilizada, y lo que les da a los valores éticos su perspectiva relativizada es el conjunto de hechos ceñidos u organizados por la demografía. Siempre se requiere la comprensión humanizada, y al abandonarlo todo en la estadística, «los quinientos miembros o simpatizantes del PRD asesinados en el sexenio de Salinas, las muertas de Juárez», diluye el vínculo de las personas con las tragedias: la relación vivísima con seres ultrajados, sus esperanzas, su trayectoria, su familia. No hay conocimiento específico de las víctimas.

c) En el caso de Ciudad Juárez ningún elemento es tan decisivo como el desdén histórico por las mujeres desconocidas, es decir marginales. Recuérdese un suceso de la Ciudad de México en 1992. Un grupo de trabajadoras sexuales intenta organizarse para denunciar la explotación de los proxenetas y las agresiones policíacas. Van a la Asamblea de Representantes del DF, testifican, dan nombres. Semanas después, dos de ellas son asesinadas en hoteles de paso. No se vincula su muerte con sus denuncias y pasan a la fosa común, ese sinónimo de la irrelevancia perfecta.No solo son mujeres, son en elevadísima proporción trabajadoras de la maquila, y todas provienen de familias de escasos recursos. Mujeres pobres es la expresión que esencializa la invisibilidad social, la de los seres no contabilizables. Apenas figuran en los planes electorales, se las califica de «altamente manipulables», los ediles las toman en cuenta dos días al año, y su autonomía en el caso de las madres solteras suele verse como «actitud pecaminosa». Felipe Calderón solo considera familia a la formada por el padre, la madre, los hijos, los parientes y el confesor. En 2003 la República Mexicana dispone oficialmente de 106 millones de habitantes (tal vez haya unos cuantos millones más, porque el manejo de los censos le exige al gobierno federal disminuir las cifras del crecimiento demográfico). Otra relación de los hechos surge de las nuevas definiciones en la práctica de nación, minorías, diversidad y espacios alternativos. No solo la globalización hace a un lado las estructuras del Estado-nación y la soberanía, también la sociedad misma eleva reivindicaciones fundamentales, los derechos humanos para empezar.

VII Está escrito desde el principio de los tiempos... Por siglos, se ha impuesto la mentalidad determinista, el conjunto de prejuicios más arraigado en Latinoamérica. ¿Qué entiendo aquí por determinismo? Si no el proceso de erosión o destrucción de las alternativas, sí las formaciones tradicionales (el conservadurismo religioso, el clasismo, la ideología patriarcal) a las que se añaden los mecanismos del poder autoritario, de la educación y de las industrias culturales. Nada se puede hacer –es el mensaje transmitido de múltiples formas en los siglos del virreinato– si eres indio o mestizo; nada es posible, se decreta en el siglo XIX, porque vives en este caos que ni siquiera es nación; todo será inútil, se proclama en el siglo XX, si no perteneces a la elite o si no tienes sitio de privilegio en la movilidad social.

El determinismo opera primordialmente a partir de la clase social, el género y el color de la piel, pero en cualquiera de sus variantes minimiza o ridiculiza el enfrentamiento a la miseria y la pobreza, calificadas de expresiones endémicas del ser humano. Desde el llamado de los curas del virreinato, que les exigen obediencia y resignación a los indígenas y los pobres urbanos, el determinismo ha convertido las limitaciones económicas y sociales en rasgos de la idiosincrasia. Si la desigualdad es un rasgo inalterable de las sociedades, quienes la combatan han fracasado de antemano.«Ni te esfuerces porque de cualquier modo te convertirás en los anuncios que estás viendo.» Psicológicamente, el llamado a la indefensión ante el poderío televisivo tal vez sea el más grave –por más fatalista– de los rasgos culturales de los años recientes. No obstante las graves deficiencias de formación cultural, el fatalismo es una maniobra jamás justificable. Por desgracia, tiene éxito y los mismos intelectuales están convencidos: en efecto, los jodidos lo serán ad eternum porque hasta allí les alcanzará el salario. Por supuesto, el factor económico es de una importancia suprema, pero sus consecuencias paralizantes no son «ley divina» ni destruyen el valor de las ideas y los estímulos culturales. Pese a todo, la Gente (ese término del que siempre se excluye a quien lo emite) puede desarrollarse culturalmente.

VIII

La derecha. El México del siglo XXI es, en relación con el de sus principios, una entidad irreconocible y un heredero fiel. La pluralidad es creciente, las tesis del feminismo penetran en la sociedad, fuera de los medios electrónicos la libertad de expresión es un hecho, se implanta la conciencia de los derechos humanos, lo «aberrante» pasa con frecuencia a ser «lo minoritario», y la derecha política acepta ya en algunas regiones lo inaplicable del término «faltas a la moral y las buenas costumbres». (¿Quién, fuera de las leyes, define la moral, y cuáles son hoy las buenas costumbres?) También, en su lucha obcecada contra toda diversidad, el clero católico y la derecha insisten en reprobar las libertades corporales (incluido el uso de la ropa «provocativa»), se oponen con rencor a la despenalización del aborto, se obstinan en las campañas de desprestigio contra «las sectas», reafirman la definición de la sociedad que no admite a los exiliados de la norma. La pandemia del sida convoca lo mejor y lo peor de las actitudes sociales, y lo mismo pone de relieve a jóvenes altruistas, seropositivos y enfermos muchos de ellos, empeñados en difundir las medidas preventivas y apoyar a los enfermos, que a clérigos enemigos del condón y a vestigios de la Contrarreforma.

En este proceso, los derechos de las mujeres avanzan de modo desigual. No es lo mismo la situación de las indígenas, sojuzgadas bajo el peso idolátrico de los usos y costumbres, que de las universitarias, convencidas de su derecho al empleo, a la equidad de género, a la crítica implacable del machismo. Y por eso es distinta la resistencia a la marginalidad de las jóvenes zapotecas que se niegan a usar a diario sus trajes típicos y retan a los hombres exigiéndoles que si tal caso quieren que pongan el ejemplo, y de las jóvenes de las colonias populares que se organizan para detener a los violadores y entregarlos a las autoridades. En el orden cultural el concepto de marginalidad se modifica a diario.

Las leyes de la Reforma liberal y de la Revolución impulsan el desarrollo secular, pero en la implantación de la tolerancia (entendida como el reconocimiento inevitable del derecho de los demás), la influencia decisiva es la sucesión de ejemplos de los países altamente desarrollados. Las novelas, los poemas, el cine, las series de televisión (en fechas recientes), el teatro, impulsan la amplitud de criterio, y dejan claro lo inevitable de la diversidad, así la uniformidad, como se arguye, esté protegida por los poderes terrenales y celestiales.

Calderón contra las madres solteras. Al inaugurar el VI Encuentro Internacional de las Familias, el presidente Felipe Calderón emitió un texto, ejemplar a su modo, si se quiere muy alejado del Estado laico, aunque también un tanto contradictorio en su entendimiento del sector religioso. Por un lado se olvidó de las diferencias entre la política y la religión, entre el mensaje de un presidente de la República y el del encargado de su mercadotecnia, entre la idea que profesaron algunos juristas o constitucionalistas de las distancias entre lo privado y lo público. Nadie reprocha a Calderón por su catolicismo, lo único sujeto a crítica es que introduzca una versión muy tradicionalista de su fe a nombre de su cargo, sin siquiera decir, como el ex-presidente Adolfo Ruiz Cortines cuando cometía alguna salida en falso: «Perdón Investidura». Por supuesto con su presencia y sus palabras, Calderón avaló, el verbo es imprescindible aunque tal vez innecesario, el sentido del Encuentro al que distinguieron:

a) «El Estado se convirtió en un educador absolutista, proponiendo las ideologías del movimiento por encima de las convicciones religiosas (…) El enorme deterioro social en que vivimos es consecuencia de un vacío espiritual y de una ausencia de valores, propiciada por el malentendido Estado laico que ha dejado en la indigencia de valores a la educación pública…». «La educación en la familia», editorial de Desde la Fe, de la Arquidiócesis de México, en contra de la educación laica. b) «El descuido hacia los hijos, la desintegración familiar y todas sus consecuencias; el ataque a los valores de la familia desde diversos ángulos. Ahora se es feliz en la venganza. Esperamos que todos los legisladores sean congruentes, porque todos ellos vienen de una familia, y también luchamos por una familia… Es claro el rechazo a las posturas de la Iglesia católica porque impulsamos ideales: papá, mamá e hijos.» Jonás Guerrero Corona, obispo auxiliar de la Ciudad de México, al hablar sobre el VI Encuentro Mundial de las Familias, que él coordina.

c) «La familia es una sola, surgida de la naturaleza humana y del derecho natural, mientras que el resto de las denominaciones solo son creaciones artificiales de nuestro tiempo.» Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, al leer el mensaje de Benedicto XVI en el VI Encuentro de las Familias.

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El tono del Encuentro fue ese, lo que es perfectamente comprensible dada la intención y los mandamientos del Vaticano. Lo que no se entiende, insisto, es la manera en que Felipe Calderón no solo aprueba el espíritu de la reunión, sino que le agrega sus propios juicios que, se compartan o no, nada tienen que ver con un ejercicio presidencial. Véase una de las insistencias medulares:

Este fenómeno es real y, aunque preocupante, es fundamental afrontarlo desde la perspectiva de los valores (…) Tenemos que ver que son ya millones de niños los que nacen o se forman en el seno de una familia integrada únicamente por la madre y su hijo. En México más de cinco millones de familias están encabezadas por la madre, por una mujer. También presenciamos cada vez más que, de acuerdo con la legislación civil, la práctica de divorcio propicia que muchas familias vivan un proceso de desintegración y de reintegración, en ocasiones hacia nuevos núcleos familiares.

En esta homilía (no me atrevo por respeto a llamarla «discurso»), Calderón culpa al divorcio y a la madre-soltería de promover los males y hacerlo en gran medida. Por lo visto, la separación legal y los hijos sin apellido paterno estaban en el fondo de la Caja de Pandora, metáfora pagana que incluyo por pura heterodoxia. Sigue don Felipe, y ya no le incomoda ir del afán de preservar la familia que Dios unió a condenar a los que no tuvieron un hogar donde se enseñaran como se debe las reglas de la honradez que solo vienen con papá, mamá, hijos y apoyo del Estado, si no en la recámara por lo menos en la sala y el comedor:

Vale la pena señalar, amigos, que la proliferación de individuos que hacen de la violencia, del miedo, del crimen y del odio su forma de vida coincide, por desgracia, en una gran medida, con la fragmentación y la disfuncionalidad que afectaron su entorno familiar. Un gran porcentaje de personas que fallecen en enfrentamientos entre grupos criminales en México y que provocan, desde luego, la mayor atención de la sociedad y de los medios de comunicación son particularmente jóvenes y jóvenes que están totalmente desarraigados de un núcleo familiar; son adolescentes y jóvenes que se formaron en la carencia absoluta no solo de valores familiares, sino de familia misma. Esta afirmación no se lleva bien con la realidad, entre otras cosas, porque no hay estadísticas al respecto y, en demasiados temas, la fosa común se muestra reservada, pero lo muy probado es lo opuesto a las sentencias de Calderón: la dirigencia de narcotraficantes es ferviente en su devoción por la Célula Básica, y son Familias los Arellano Félix, los Beltrán Leyva, los Caro Quintero, los… Y no solo los nombres resonantes en los Medios, sino en cada pueblo afectado por el delito se prueba que la primera organización se da en el núcleo familiar. Esto, sin que se haya avisos previos: «Como padre de familia (o hermano mayor) los he convocado para avisarles que, con todo el dolor de mi corazón, vamos a proceder como si cada uno de nosotros proviniese de un hogar destruido por la falta de armonía. Sí, ya sé que no es nuestro caso, pero vamos a hacerle así para defender el prestigio de la familia. Y su defensa del bien común».

Esto para no hablar de los Socios Respetables del narco, los que lavan dinero, por ejemplo, porque todos ellos mantienen sus familias bienavenidas, y son gente religiosa que pertenece a grupos que defienden la fe.

El Estado tutor amplía el orfelinato. Es categórico en su diseño de exclusiones el presidente Calderón.

Quienes tenemos la fortuna de pertenecer o de formar parte de una familia sólida estamos obligados a la solidaridad, a transmitir los valores que nos dan fuerza y nos identifican y a buscar la manera de compensar subsidiariamente desde la comunidad, desde las organizaciones sociales, desde las comunidades intermedias, desde las instituciones públicas y, por supuesto, desde el Gobierno a quienes no tuvieron esa oportunidad de vida de familia.

Lo dicho: desde la seguridad que da el vivir y, sobre todo, el nacer como Dios manda, en una familia sólida se debe transmitir los valores que nos dan fuerza y nos identifican. «Por eso, y solidaria y subsidiariamente, nuestro esfuerzo debe ser cada vez más intenso y más fuerte con quienes (…) requieren subsidiariamente de la sociedad para esa formación indispensable del ser y del quehacer humano (…).»

Una vez más la cabra doctrinaria tira al monte. Calderón reconoce solo un tipo de familia, un tipo de educación y un conjunto de valores que nunca describe porque solo hay de esos en el código genético de la humanidad, o de esa parte de la humanidad que es la Célula Básica. ¿Adónde lleva esto? Por lo pronto, a impulsar la educación religiosa en las escuelas públicas: «En este caso su única familia solo puede ser, y me atrevo a decir, que debe ser la sociedad misma. Por ello, es responsabilidad del Estado reconocer y tutelar la familia que es la célula básica de la sociedad».

El Estado en tu vida, el Estado en tu clóset, el Estado en la toma de decisiones de tu persona y, si tienes buena suerte, de tu familia. El Estado-nodriza, el Estado-nana, el Estado-ángel de la guarda. No nos desampares ni de noche ni de día, oh cuna de las instituciones, aunque no puedas ni sepas hacerlo. El Estado no cuida de la seguridad pública, no defiende la economía nacional, le sirve incondicionalmente a la oligarquía, pero sí, por lo menos en la noble intención, reconoce la existencia de la familia a la que tutela.

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Prosigue Calderón:

De ahí la importancia de avanzar también en la regeneración del tejido social, en la impartición de valores desde la más temprana edad, en el fortalecimiento de las familias y de los lazos que unen a sus integrantes y a las familias entre sí. Por eso estoy convencido que para tener un México más seguro, para combatir las adicciones también es necesario, hoy más que nunca, fortalecer a la familia mexicana.

No sé si capté bien lo afirmado por el presidente Calderón, y muy probablemente no lo sabré nunca, pero según creo (intuyo, vislumbro) asegura lo siguiente: la disolución de la Familia viene de la falta de actas matrimoniales (caso de las madres solteras) y del atroz olvido de los compromisos eclesiásticos y civiles (caso del divorcio).

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No me detengo –no es el sitio para aquilatar lo inexistente o lo apenas significativo que se da por cumplido de modo óptimo– en el ensueño que beneficia a millones de familias con el Acuerdo Nacional en Favor de la Economía Familiar que nadie ha firmado salvo su promotor, y cuya derrama de prosperidad ha sido puesta en duda por los expertos, salvo él y –con tibieza reprochable– el PAN. Sus logros aún permanecen en el nido de las promesas, aunque no sin metáforas: «Y por eso, tal y como me comprometí hace dos años, cuando decía que si en la sabiduría popular cada niña o cada niño que nace viene con su torta bajo el brazo, decía que viniera con su torta bajo el brazo pero también, por qué no, con un seguro médico bajo el brazo».

La derecha panista elimina toda causal del aborto en Guanajuato, Baja California, Querétaro y ahora quiere hacerlo en Jalisco; protesta contra las sociedades de convivencia o uniones civiles entre personas del mismo sexo; se opone –a la manera de Berlusconi– a toda forma de eutanasia; quiere prohibir películas (El crimen del padre Amaro, por ejemplo); se ayuda con los sermones parroquiales a favor del voto del PAN, etcétera, etcétera. Detestan al Estado laico y, en sus embestidas contra el laicismo, siguen puntualmente los designios del Vaticano.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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