Opinión

¿Hacer al peronismo grande otra vez?

Entre las fracturas internas y las «nuevas canciones»


septiembre 2025

El peronismo logró una unidad precaria, pero imprescindible, para enfrentar las elecciones legislativas de medio término del 26 de octubre, que el presidente Javier Milei transformó en un plebiscito sobre su figura. Con Cristina Fernández de Kirchner en prisión domiciliaria y con un liderazgo debilitado pero aún significativo, el gobernador bonaerense Axel Kicillof busca encarnar la «renovación» y recuperar a los desencantados. Las elecciones provinciales del 7 de septiembre son la prueba más importante con vistas a octubre. 

<p>¿Hacer al peronismo grande otra vez?</p>  Entre las fracturas internas y las «nuevas canciones»

Argentina atraviesa un tembladeral político sin precedentes en plena campaña electoral: el 20 de agosto pasado, el gobierno de Javier Milei quedó envuelto en un escándalo de corrupción que le provocó una inmediata caída en las encuestas y múltiples protestas en actos proselitistas. La difusión de una serie de audios en los que se escucha a quien era el titular de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), Diego Spagnuolo, acusando a la hermana del presidente y secretaria general de la Presidencia, Karina Milei -figura central en el gobierno y en la vida del presidente-, de pedir retornos de 3% en la compra de medicamentos, surgió al compás de los recortes presupuestarios en el área de discapacidad. 

Las filtraciones dejaron en estado de shock al oficialismo, que optó por mantener silencio durante los cinco días siguientes a la revelación. Por primera vez, las acusaciones de corrupción golpearon de manera certera el corazón del discurso de La Libertad Avanza (LLA), la fuerza política que se presentó en público como la contracara de la «casta», y le dieron al peronismo la ventaja que necesitaba en momentos en que carece de una conducción unificada y una propuesta programática que lo posicione como la alternativa a la derecha libertaria.

Los principales referentes del partido que fundó Juan Domingo Perón en la década de 1940 todavía estaban contrariados por el cierre de listas para las próximas elecciones nacionales legislativas de medio término, que tendrán lugar el 26 de octubre, cuando, en el canal de streaming Carnaval, se escuchó la voz de Spagnuolo. «La gente de la (droguería) Suizo llama a los demás proveedores y les dice ‘ya no es más el 5[%], ahora tenés que poner el 8[%]’», decía el hombre que supo ser uno de los mejores amigos de Milei ante su interlocutor, que lo estaba grabando sin su autorización. «A Karina le debe llegar el 3[%]», remarcaba. 

En el peronismo rápidamente se dieron cuenta de que lo mejor que podían hacer era no hablar. Esta vez, las explicaciones debían darlas otros: quienes tenían que defenderse de las acusaciones vinculadas al pedido de coimas eran Milei y su hermana. Los mismos que tantas veces izaron la bandera de la lucha contra la corrupción para justificar despidos en organismos públicos y recortes presupuestarios en universidades y hospitales tenían por delante la difícil tarea de aclarar lo que uno de los suyos había vociferado sin pudor alguno.

El discurso con el que Milei logró acumular capital político y ganarle al peronismo pareció romperse en mil pedazos con tan solo unos audios. El outsider que había llegado a la política para «destruir el Estado desde adentro» (sic) se convirtió en un santiamén en parte de la «vieja política». Con las mismas mañas, pero con más torpeza, su hermana y el subsecretario de Gestión Institucional de la Secretaría General de la Presidencia, Eduardo «Lule» Menem, quedaron en el ojo de la tormenta (el otro Menem en un cargo importante es el presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem). El líder de LLA todavía carga sobre sus hombros con el caso LIBRA, cuando él mismo promocionó en su cuenta personal de la red social X una criptomoneda que derivó en una estafa, razón por la que se abrió una investigación judicial en Argentina y en Estados Unidos.

En el Parlamento nacional, a tres días de las elecciones en la provincia de Buenos Aires, la oposición se encargó de enrostrarle al oficialismo que los libertarios quedaron manchados por negociados espurios y, en simultáneo, ratificó en el Senado, con una mayoría abrumadora, la ley de emergencia en discapacidad que fue vetada por Milei. Ya había hecho lo mismo días atrás en la Cámara de Diputados. Por primera vez en 22 años, los legisladores consiguieron rechazar un veto presidencial.

Fracturas internas

La confirmación de la condena a seis años de prisión e inhabilitación para ocupar cargos públicos de por vida a la ex-presidenta Cristina Fernández de Kirchner –por el delito de administración fraudulenta en la causa Vialidad– y su posterior detención domiciliaria sacaron del tablero electoral a la principal dirigente opositora. Pero, además, fortalecieron el principal argumento del antiperonismo, una sensibilidad que organiza el voto de una gran parte de la sociedad argentina desde hace décadas: el kirchnerismo, en cualquiera de sus facetas, «es corrupto». 

Al igual que lo que sucedió en otros países de la región, el sello de veracidad a tamaña afirmación se lo puso la Justicia. Al gobierno nacional le sirvió para polarizar, bajo el eslogan «Kirchnerismo nunca más», utilizando de manera provocativa el título del informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) sobre las violaciones a derechos humanos en la última dictadura cívico-militar, que se transformó en un eslogan contra el pasado dictatorial. Aunque la ex-mandataria no puede ser candidata, en LLA saben que el peronismo aún tiene chances de arrebatarles el poder en las elecciones presidenciales de 2027 si el plan de Milei fracasa.

El 17 de junio, tras lograr que se le concediera la prisión domiciliaria, Cristina Kirchner comenzó a cumplir condena en su departamento ubicado en la calle San José 1111, en la ciudad de Buenos Aires. Pero también en aquel momento, quien fuera senadora, primera dama de Néstor Kirchner, dos veces presidenta (2007-2015) y una vez vicepresidenta (2019-2023), cayó en la cuenta de que sería casi imposible ejercer el liderazgo del partido, que ya no le responde como en otros tiempos, a pesar de la fugaz épica que se generó en los primeros días de su detención, cuando una movilización llenó la Plaza de Mayo y numerosos militantes peregrinaron hacia su departamento, en el sur de la ciudad. 

El peronismo estaba fragmentado y su base de apoyo más fiel parecía limitada a la cúpula de la organización política La Cámpora, que lidera el hijo mayor de Cristina, Máximo Kirchner. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof -una de las figuras centrales del kirchnerismo y hasta hace poco heredero natural de la ex-mandataria- había lanzado semanas atrás su propia corriente interna, llamada Movimiento Derecho al Futuro, como una forma de independizarse de quien fuera su mentora, pero también con el objetivo de proponer una renovación del peronismo que permitiera ampliar los horizontes electorales, estrechados hasta el punto de haber sufrido una derrota a manos de un outsider como Milei, que en 2023 no contaba con partido, ni con gobernadores ni alcaldes propios.

Que el peronismo es la principal fuerza opositora al gobierno de Javier Milei no está en discusión: conserva el apoyo de alrededor de 30% del electorado, tiene seis gobernadores propios -sobre un total de 24- y la mayoría relativa en el Congreso. Sin embargo, ese caudal político todavía no le alcanza para volver a ganar unas presidenciales. La principal dificultad para conformarse como una alternativa real no radica tanto en que la ex-presidenta esté presa como en el desmoronamiento que sufrió el partido puertas adentro tras el fracaso del Frente de Todos -la coalición que unió al kirchnerismo, a sectores del peronismo tradicional y a algunos actores progresistas en 2019 para llevar a Alberto Fernández a la Presidencia y a Cristina Kirchner a la Vicepresidencia-. Atravesado por fuertes disputas internas, el último gobierno peronista careció de iniciativa política para enfrentar la elevadísima inflación, lo que sumado a diversos traspiés durante la pandemia, fue convirtiendo a Alberto Fernández en un presidente sin prestigio ni autoridad.

Con el triunfo de Milei, el Partido Justicialista -nombre oficial del peronismo- quedó reducido a un cúmulo de luchas internas que no responden tanto a cuestiones programáticas o a diferencias ideológicas de fondo como a pujas por el liderazgo del movimiento. Las tensiones entre Axel Kicillof y Cristina Kirchner -ambos ubicados en la centroizquierda- se acrecentaron en el último año y medio, y ni siquiera desaparecieron con la detención de la ex-presidenta, momento en que hubo un tímido acercamiento entre ambos. El principal reclamo que le hacen desde el cristinismo al gobernador de la provincia de Buenos Aires es que no reconoce la jefatura política de la ex-presidenta; algunos, en la intimidad, se animan incluso a calificarlo de «traidor» o a llamarlo «Judas». Del otro lado, no ocultan que Kicillof aspira a ser mucho más que un candidato presidencial del peronismo dentro de dos años: quiere ser quien conduzca y tome las decisiones de manera autónoma en un eventual gobierno peronista. En resumen: no quiere ser otro Alberto Fernández.

Kicillof asumió al pie de la letra el pedido de Cristina Kirchner de que los dirigentes más jóvenes tomen «el bastón de mariscal» -frase que utilizaba Perón-, pero además lo hizo alejándose de La Cámpora y del núcleo duro kirchnerista. Su objetivo es ampliar el electorado de la mano de otros dirigentes, ya sea provenientes del viejo aparato peronista político y sindical, o figuras de centroizquierda que en la actualidad no forman parte del Partido Justicialista. En el cristinismo no molestó tanto ese apartamiento como su propuesta de entonar «nuevas canciones» con el fin de reorganizar el partido, algo que fue inmediatamente leído por Máximo Kirchner y su entorno como un cuestionamiento a los gobiernos que encabezaron primero su padre -Néstor Kirchner, 2003-2007- y luego su madre.

A Kicillof siempre le resultó más fácil el diálogo con Cristina Kirchner que con Máximo Kirchner. El fundador de La Cámpora expuso más de una vez sus críticas hacia el gobernador bonaerense. «Hace un año, en un acto que hacía en la ciudad de La Plata me decían 'qué linda está la ciudad de La Plata'. Ojalá el gobernador ponga la misma plata en Quilmes que pone en la ciudad de La Plata», dijo hace diez días el hijo de la ex-presidenta durante un acto de campaña junto a Mayra Mendoza, intendenta (alcaldesa) de Quilmes y referente de La Cámpora. La Plata es la capital provincial; Quilmes, un populoso municipio del sur del llamado Conurbano bonaerense, con altos niveles de pobreza. Pero que Kirchner hijo criticara a Kicillof en plena campaña, cuando se supone que el «enemigo principal» es Milei, muestra las profundas fracturas que recorren el peronismo.

Mendoza es una de las referentes camporistas más leales a Cristina Kirchner y la que más cuestionó a Kicillof en los últimos meses, sobre todo cuando el gobernador bonaerense evitó pronunciarse a favor de la ex-presidenta durante el debate por la Presidencia del Partido Justicialista. En La Cámpora estaban convencidos de que el kicillofismo quería que ese lugar lo ocupara el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, como una forma de restarle poder a quien se convirtió en la dirigente más popular hace ya casi dos décadas.

La sombra de Cristina

Los desencuentros entre Kicillof y Máximo Kirchner no son nuevos. Sin embargo, durante mucho tiempo Cristina Kirchner se encargó de que ambos mantuvieran las formas. Uno es su hijo político, que ahora se declaró en rebeldía; el otro, su hijo biológico, que a pesar de las ansias de su madre de que sea quien mantenga vivo al kirchnerismo, carece de la llegada a las masas que detenta Kicillof, un economista salido de la clase media intelectual de la ciudad de Buenos Aires, que obtuvo 45% de los votos en su reelección en 2023. Aun así, en la dirigencia peronista hay dudas sobre hasta qué punto Kicillof está decidido realmente a disputarle poder a la ex-presidenta. Son varios los que no ven en él la audacia y la voracidad que se necesitan para destronar a alguien de la talla de Cristina Kirchner, que está lejos de querer ceder su lugar.

Hasta ahora, el mayor logro del gobernador bonaerense ha sido conformar un movimiento alrededor de su figura, de la mano de uno de los fundadores de La Cámpora, luego distanciado de esa corriente, Andrés Larroque, actual ministro de Desarrollo Social bonaerense; y de intendentes de mucho peso, como Jorge Ferraresi, de Avellaneda, y Mario Secco, de Ensenada, que representan la contracara de la renovación. Ellos son algunos de los que creen que, si Kicillof quiere ser presidente, tiene que despegarse de Cristina Kirchner y conformar una fuerza nueva, que contenga al kirchnerismo pero que incorpore a otros actores políticos.

En los últimos años, de un lado y del otro, con mayor o menor intensidad, dan vueltas sobre lo mismo. ¿Qué hacer con un liderazgo tan omnipresente como el de Cristina Kirchner, que a la vez resulta tan irritante para la mayoría de la sociedad? ¿Cómo puede el peronismo volver a ser gobierno, cuando la figura que lo pone en carrera es la misma que lo limita en las urnas? ¿Qué nuevo líder puede surgir bajo la sombra permanente de quien ocupó dos veces la primera magistratura y sigue interpelando con su discurso a una parte, hoy minoritaria pero significativa, de los argentinos, y que además está presa, todo un símbolo para un movimiento que luego de la caída de Perón en 1955 estuvo proscrito durante 17 años, con su líder en el exilio madrileño?

Cerca de la ex-mandataria insisten con lo mismo que vienen diciendo desde 2015, cuando terminó su segunda presidencia: «Con Cristina no alcanza; sin ella no se puede [ganar]». Hasta su detención, el debate estaba centrado en si tenía que ser o no candidata, algo que ella misma se ocupó de desestimar cuando anunció que se postularía en la lista en la Tercera Sección electoral de la provincia de Buenos Aires, para un cargo menor de diputada provincial, pero en un territorio que es un bastión indiscutido del peronismo.

Una vez que la Justicia le vedó esa posibilidad, la discusión se ciñó a si se la seguía reconociendo como la armadora, estratega y conductora del peronismo. Para muchos dirigentes, hace tiempo que Cristina Kirchner perdió esa exclusividad, a pesar de que todavía es fuente de consulta y hace valer su peso, sobre todo en lo vinculado a la confección de las listas electorales. Pero algo es innegable: los gobernadores -no solo Kicillof-, una parte de los legisladores y decenas de intendentes comunales peronistas son más autónomos de lo que a ella le gustaría. Además, los sectores que se diferencian de su liderazgo suelen ser muy críticos del rol de La Cámpora dentro del partido. Ven a la corriente de Máximo Kirchner como una agrupación sectaria sin la vocación de volver a hacer mayoritario al peronismo.

Una unidad precaria

Después de varios tironeos, el peronismo consiguió evitar, sobre el límite, la fractura. El objetivo era llegar unido a las elecciones legislativas del 26 de octubre. Se cerraron listas conjuntas entre todos los sectores: el de Cristina Kirchner, el de Kicillof y el del ex-candidato presidencial Sergio Massa, líder del Frente Renovador, una fuerza que está a la vez fuera y dentro del peronismo. Sin embargo, eso no significa que hayan arribado a la unidad que tanto les reclaman desde la militancia. Una de las pocas excepciones es el Congreso de la Nación, donde el espacio pudo mantenerse amalgamado y funcionar sin sobresaltos, salvo en algunos momentos puntuales. En la cúpula partidaria, los desacuerdos persisten. Pero, al menos por ahora, se acordó no seguir ventilándolos durante la campaña y apuntar todos los dardos a Milei. Los comicios locales del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires pondrán a prueba hasta dónde es posible mantener apaciguados los ánimos. Se trata de una elección clave tanto para el peronismo como para Milei, que quiere mostrar que puede derrotar al kirchnerismo en el territorio más poblado del país.

La decisión de separar la elección provincial de la nacional fue impulsada por Kicillof, a contramano de la opinión de Cristina Kirchner y de su hijo. Por ello, si al peronismo no le va bien, el cristinismo no dudará en pasarle factura al gobernador. Hasta hace algunas semanas, había un fuerte temor a una derrota irremontable. Las cosas cambiaron con las turbulencias en el mercado cambiario, la falta de reactivación económica y los mencionados escándalos de corrupción en un área sensible. La oposición comenzó a acusar a la poderosísima hermana del presidente de «robar a los discapacitados».

Según la consultora Trespuntoszero, la imagen de Milei cayó casi 10 puntos desde julio pasado. Mientras la imagen positiva se ubica en 39,8%, la negativa pasó a 58,5%. Aunque la pérdida de apoyo al presidente no la capitaliza directamente el peronismo, hay una mejora en los números de algunos de sus referentes. En ese mismo estudio, Kicillof aparece como el dirigente mejor posicionado del país, con una imagen positiva de 43,8% y una negativa de 51,1%.

La única certeza que hay en el peronismo es que las denuncias de corrupción en las que quedó empantanado el gobierno de Milei lo ayudaron a reposicionarse en el tablero político. A tal punto los diferentes sectores que lo conforman comparten esa mirada que se ajustaron a hacer una campaña electoral bastante silenciosa. Saben que cualquier paso en falso puede hacerlos perder lo que ganaron de manera muy condicional. Cuanto más desapercibidos pasen, mejor. Apenas hubo algunos actos proselitistas y apariciones en los medios de comunicación. Hace unos días, Kicillof se mostró con el líder de Patria Grande, Juan Grabois. Amigo durante años del papa Francisco y muy cercano a Cristina Kirchner, el líder social será candidato en octubre, aunque muchos peronistas lo ven demasiado escorado hacia la izquierda. En otro acto proselitista en el que también participó el gobernador, se escuchó un audio de la ex-mandataria -esa modalidad, con tonalidades emotivas ya que se escucha su voz sin verse la cara, es la forma que eligió para comunicarse con sus seguidores desde que está detenida- y, sobre el final de la campaña, Kicillof y Massa estuvieron juntos en la localidad de Tigre.

«Quiero rendir un homenaje y un reconocimiento a la generosidad política, por la comprensión de la etapa. Nos decía 'no se peleen, vayan juntos'. Uno de los más importantes artífices de la unidad que hoy se expresa en la boleta de Fuerza Patria es Sergio Massa», dijo Kicillof frente al ex-candidato presidencial, que intentó la hercúlea tarea de ganar las elecciones siendo ministro de Economía de un país con una inflación anual superior a 100%. Le fue mejor de lo que podría esperarse, pero Milei lo venció con contundencia.

En su afán por mostrarse como dialoguista, Massa, un político ultrapragmático, siempre buscó ocupar el rol de árbitro entre los dos sectores en pugna, a pesar de que en los hechos tiene un vínculo más estrecho con Cristina Kirchner y el líder de La Cámpora (hace algunos años, sin embargo, era implacable en sus ataques contra ella). El gesto de Kicillof de agradecerle el esfuerzo para evitar que el peronismo quede desperdigado fue bien recibido por parte del dirigente; tanto que se emocionó hasta las lágrimas. Aun así, es consciente de que en un futuro pueden convertirse en contrincantes, en caso de que ambos quieran representar al Partido Justicialista en 2027.

A un año y medio de la asunción de Milei, el peronismo logró frenar su propia atomización y ejercer el rol opositor en el terreno parlamentario, pero tiene pendiente la elaboración de una propuesta unificada que vuelva a interpelar y representar a su electorado histórico, en especial a los sectores populares, en los que la decepción se viene expresando en un aumento de la abstención electoral. La gran deuda es acercar a quienes optaron por los libertarios, muchos de ellos jóvenes, desencantados por la falta de respuestas del Partido Justicialista a la creciente pobreza, precariedad laboral y pauperización de la vida cotidiana.

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