Fidel Castro: ¿una leyenda a los 90 años?
Nueva Sociedad 265 / Septiembre - Octubre 2016
La vida de Fidel Castro se confunde en gran medida con la propia historia cubana. De hecho, fue uno de quienes la escribieron, al transformar una pequeña isla caribeña en un país con incidencia global. Hoy, su cumpleaños número 90 lo encuentra fuera del poder y con una nación en pleno cambio, en la que el modelo construido a su sombra comienza a ser reemplazado por otro, en una transformación aún incierta. Mientras, el líder histórico espera su propia inmortalidad, la que sella la historia.
«Estados Unidos vendrá a dialogar con nosotros cuando tenga un presidente negro y haya en el mundo un papa latinoamericano». La frase, supuestamente pronunciada por Fidel Castro en 1973, se viralizó recientemente en las redes sociales y se rebeló finalmente como una broma, pero aun así el episodio sirve para mostrar que el líder cubano no solo es visto como un hábil político, sino también como un «visionario». El 13 de agosto de 2016, el líder máximo cumple 90 años: se trata de una ocasión propicia para el reconocimiento y para una nueva reflexión acerca del futuro.Esta primavera, Barack Obama visitó Cuba. Luego, los Rolling Stones ofrecieron un recital en el que más de medio millón de personas celebró al antes criticado «decadente» grupo de rock. Estos sucesos señalan el fin de una era que se encuentra estrechamente ligada a Fidel Castro. Fue él quien convirtió una pequeña isla del Caribe, que en la segunda mitad del siglo xx no era más que un «peso liviano» desde el punto de vista económico y militar, en una plataforma que ha ejercido más influencia en la política internacional que algunos países industrializados. En 1959, una muy admirada revolución derrocó al gobierno de Fulgencio Batista y asumió el poder bajo la consigna de la humanidad y la democracia; solo dos años más tarde, la invasión a Bahía de Cochinos la puso a prueba, pero el gobierno revolucionario logró repeler la amenaza del coloso del Norte. Poco después, en 1962, la crisis de los misiles catapultó a la humanidad al borde de una tercera guerra mundial. A lo largo de las tres décadas que siguieron, la revolución se exportó, a veces con osadía, para consternación tanto de la Casa Blanca como del Kremlin, y sembró la agitación en el denominado Tercer Mundo. Si bien nunca llegó a gestarse un amplio movimiento de liberación en la totalidad del continente latinoamericano, tal como el gobierno de la isla esperaba, gracias al apoyo cubano, movimientos que en el pasado lucharon por la emancipación en países como Nicaragua y El Salvador no fueron derribados. En Angola, Cuba consiguió detener la avanzada expansionista del apartheid sudáfricano. La misión militar cubana de 1975, más digna de una potencia regional que de un pequeño Estado insular, definió el curso político de la totalidad del continente africano en una nueva dirección de independencia y autodeterminación.
En la década de 1990, Cuba continuó escribiendo su propia historia en lugar de avenirse a seguir el curso fijado por la globalización neoliberal. A medida que sus aliados socialistas empezaban a apartarse o a desaparecer uno tras otro, quedó claro que los días del socialismo tropical subsidiado por la Unión Soviética estaban contados. No obstante, el primer Estado socialista establecido en suelo americano se negó a seguir la tendencia que prevalecía en el mundo hacia la economía de mercado y la democracia, y continuó reafirmándose en su senda a pesar de las adversidades. Lo que fuera objeto de burlas y menosprecio, calificado como necedad y atraso, parece haber resistido a fin de cuentas el paso del tiempo. Las promesas incumplidas del neoliberalismo de generar prosperidad para todos volvieron a poner en primer plano las cuestiones sociales, con un consiguiente «giro a la izquierda». El alto perfil de Cuba como Estado social nuevamente se convertía en una guía para algunos países.
Esta singularidad política guiada por ideales elevados y una convicción inquebrantable, que ha llevado a la participación activa en muchos países del mundo y a una perseverancia valerosa frente a la resistencia evidente, no es un rasgo exclusivo de Cuba. Es, al mismo tiempo, el rasgo de carácter fundamental de la persona que se encuentra inseparablemente vinculada al destino de la isla. Quien dice Cuba, piensa en Fidel Castro.
El cubano más destacado del siglo ha configurado su propio país y la región en mayor medida que cualquier otra persona en los últimos 50 años. Es tema de acaloradas discusiones y suscita opiniones profundamente encontradas; nadie es más amado u odiado que Fidel Castro. Para algunos, es el mesías del Tercer Mundo, el profeta de la emancipación de la dependencia y la tiranía y el heraldo de un futuro mejor; para otros, es un dictador despiadado, el caudillo brutal o el eterno dinosaurio político. No obstante, un aspecto une a sus amigos y sus enemigos: el respeto por la determinación y el valor de Castro. Fidel Castro aceptó con audacia el desafío del Goliat estadounidense en los inicios mismos de su liderazgo y jamás se echó atrás frente a las amenazas y los ataques que siguieron. No solo sobrevivió a sus propios fracasos, sino también a los gobiernos de diez presidentes estadounidenses que, en su totalidad, aspiraron en mayor o menor medida a deshacerse de él. Castro señala que se llevaron a cabo 600 intentos de asesinato en su contra, 30 de los cuales fueron confirmados por eeuu. Esta última cifra es suficiente para poner en evidencia la hostilidad política que encierran esos atentados.
La vida privada que está tras la figura pública de este guerrillero perpetuo es uno de los secretos mejor guardados de la isla. La mayoría de las semblanzas de Castro, por ende, se basan en rumores, impresiones personales, información insuficiente o incorrecta, verdades a medias o falsificaciones totales, fábulas y anécdotas. Todos los intentos de llegar al núcleo del mito de Fidel Castro nacen de la certidumbre de que se está frente a la personalidad de alguien que escribe la historia. No obstante, suele no tenerse tanto en cuenta el hecho de que, si bien Castro ha determinado su época, él mismo es también hijo de su tiempo. Para comprender al Comandante en Jefe, no basta con observar sus actitudes y acciones, sino que es más adecuado verlo como punto focal y expresión de su era. Tal perspectiva nos acerca a Fidel como persona y a Castro como máximo líder.
Nacido en 1926, hijo de un terrateniente adinerado, Castro estudió derecho, tal como correspondía a sus condiciones sociales, para prepararse para un futuro de holgura económica. En cambio, siendo un joven de 26 años, arriesgó su vida abocándose a la lucha contra el sangriento y corrupto dictador Batista. En el verano de 1953, dirigió un asalto contra el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, la segunda ciudad de la isla. El resultado fue un rotundo fracaso militar que llevó a la tortura y la muerte de muchos de sus compatriotas. Los hermanos Castro fueron encarcelados y posteriormente exiliados. En el famoso alegato en su defensa, La historia me absolverá, Fidel Castro logró convertir su derrota en victoria política y su aventura armada, en una señal de resistencia frente al terror y la represión. El 26 de julio de 1953 se transformó en la fecha simbólica de inicio de la Revolución Cubana. El abogado educado, apuesto, de tez blanca que enfrentó al dictador falto de educación, grosero y de tez oscura le demostró a la opinión pública cubana, desde muy temprano, que era un líder carismático y un brillante orador.
Los acontecimientos que luego sucedieron se han convertido en culto para generaciones de revolucionarios románticos: la vuelta clandestina de Fidel desde el exilio, seguida por su inicialmente fútil, aunque decidida, guerra de guerrillas contra el ejército y los secuaces del dictador; su base de operaciones en la Sierra Maestra, la creciente popularidad y el éxito militar de su barbudo movimiento guerrillero, la expulsión del dictador y el ingreso triunfal en La Habana el 8 de enero de 1959. Esta historia de base ha oficiado como sostén excepcional para la correspondiente construcción mítica a lo largo de los años. También dio origen a numerosas leyendas acerca de la Revolución Cubana, de su carismático líder, Castro, y de su posterior mártir, Ernesto «Che» Guevara, quien en tanto mezcla de noble salvaje y noble revolucionario ha adquirido la condición de ícono político. El hecho de que el triunfo de los guerrilleros pueda atribuirse no solo a su táctica militar sino además a las condiciones deplorables del ejército de Batista y a una campaña eficaz en los medios fue rápidamente olvidado. Después de la victoria de su movimiento, Castro manifestó que podía ejercer el poder no solo en las montañas. En primer lugar, mostró que contaba con una aguda comprensión de las necesidades sociales de la población de la isla. En sus legendarios discursos maratónicos, evocaba reiteradamente visiones compartidas de liberación e independencia, con las cuales procuró unificar a una sociedad profundamente dividida y logró movilizar a la casi totalidad de la población.
Fidel Castro recibió un apoyo involuntario a su inicialmente precaria revolución desde un rincón inesperado: eeuu. La invasión de Bahía de Cochinos, en 1961, ya había unificado y radicalizado a la población cubana. Las masas estuvieron a favor de abandonar la revolución socialdemócrata sobre la base de la convicción de Castro de que la única garantía de independencia era el socialismo. Con su concepción de que tenía derecho a intervenir en la determinación de la política cubana y sus numerosos intentos de destruir tanto la revolución como a su máximo líder, eeuu transformó Cuba en una zona de guerra. El aislamiento político y las sanciones económicas, que aún hoy persisten, han alimentado la impresión de que Cuba se encuentra en un estado perpetuo de guerra de baja intensidad cuya finalidad es desposeer a la isla de su derecho a la autodeterminación.
Sin embargo, eeuu subestimó un aspecto fundamental de la sociedad cubana. Cuba atravesó dos periodos de colonización virtual, el primero a partir del siglo xvi, bajo el dominio español, y el segundo a partir de 1898, bajo el dominio estadounidense. El trauma compartido de esta experiencia dio origen a la voluntad colectiva de los cubanos de preservar su independencia nacional, voluntad que eeuu ha pasado por alto. Para Castro, la revolución de 1959 fue la primera expresión real de autodeterminación después de 500 años de dominación extranjera. Las políticas implementadas por eeuu en relación con Cuba en las últimas décadas, que para muchos parecen ser el último vestigio de la Guerra Fría, son percibidas por los cubanos como una amenaza, no solo a su país, sino a sus intereses personales. Así, en lugar de debilitar a Castro, las medidas dispuestas por eeuu han contribuido a atenuar las diferencias internas dentro de Cuba y a unir a la población.
Castro supo cómo usar con eficacia el sentir del pueblo cubano respecto de la preservación de su independencia. Gracias a la interferencia perpetua de eeuu, no fue difícil identificar a ese país como el enemigo y convertirlo en chivo expiatorio de todas las dificultades internas, lo que a su vez contribuyó a dotar a la política nacional de legitimidad, puesto que todas las acciones eran actos nacionalistas para los cuales se requería la solidaridad interna. En numerosas ocasiones, eeuu intentó establecer grupos disidentes en la isla con el fin de desestabilizar el régimen; sobre tales intentos, que se encuentran documentados, recayó la sospecha inmediata de traición, lo que legitimó cualquier persecución represiva consiguiente; después de todo, el país estaba en guerra. Los disidentes cubanos se han visto entrampados entre ser usados por los norteamericanos, por un lado, y ser reprimidos por el régimen cubano, por el otro. Así, al día de hoy, todavía no han podido lograr ningún tipo de credibilidad política.
La razón fundamental de la ausencia de cualquier tipo de oposición de prestigio en la isla no es la represión, sino más bien la inexistencia de alternativas políticas en condiciones de garantizar la independencia de Cuba respecto a eeuu. Si no hubiera existido la invasión de Bahía de Cochinos combinada con el bloqueo y el sabotaje estadounidenses, Cuba sería hoy una sociedad mucho más abierta. Castro promovió con vehemencia el nacionalismo y se presentó a sí mismo como el símbolo y el protector de la autodeterminación nacional. Asimismo, ha creado un consenso político y una cohesión social que aún hoy son pilares fundamentales de apoyo para la revolución.
En lo personal, Castro siempre se mostró como el defensor del hombre común y jamás le rehuyó a ningún tipo de conflicto. Ofreció públicamente su renuncia en ocasión de la crisis económica vernácula de 1970 y, en 1994, apareció en persona ante las masas alzadas durante los violentos disturbios de La Habana.
Con semejante presencia, Fidel demostró su credibilidad e integridad frente a la población y se hizo acreedor a un valor mayor que cualquier necesidad de pluralismo político. De este modo, su liderazgo se volvió invulnerable frente a los ataques, aun en tiempos de crisis; los cubanos se hicieron fidelistas. Estrechamente vinculado a este populismo intuitivo y táctico se encontraba un sólido instinto de poder.
Mediante dos reformas agrarias y una generosa ayuda estructural, Castro garantizó a jornaleros, campesinos y cubanos sin tierra una base sólida de subsistencia y los convirtió en sus aliados leales. Franqueó el acceso a la sociedad de la población negra, antes excluida, y le dio vivienda, educación y trabajo. Como efecto colateral, esta política le procuró la lealtad de un quinto de la población. Se ejerció presión sobre la población blanca de clase alta de La Habana, que todavía estaba en condiciones de presentar batalla, para que abandonara el país. El líder de la revolución nombró a integrantes frustrados de la clase media de la provincia de Oriente, una zona largamente desfavorecida de donde Castro mismo provenía, para ocupar cargos dirigenciales de importancia estratégica en el gobierno revolucionario. Desde entonces, Castro se aseguró de que la administración de su aparato de Estado recayera en manos de partidarios leales.
La institucionalización de su reivindicación del poder tuvo lugar cuando Castro se convirtió en primer secretario del Partido Comunista de Cuba (pcc), el único partido político de la isla, fundado en 1965. A partir de entonces, gobernó básicamente conforme a su propia conciencia y en línea con el compromiso con los ideales de igualdad, justicia, independencia y solidaridad internacional; no así con las ideas liberales de división de poderes y autoridad, o pluralidad de opinión y participación política, que no le merecían igual consideración. La movilización masiva fue la forma más importante de diálogo entre el gobierno y el pueblo y sirvió de sustituto a la participación. La primera Constitución de la Revolución Cubana no existió hasta 1975. La estructura del Estado siguió el modelo del sistema soviético; Fidel gozó de un poder singular no solo como primer secretario del pcc, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, sino también como presidente del gobierno y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas cubanas. Su poder se extendió a todas las áreas de la vida pública.
Si bien su liderazgo jamás fue impugnado, Fidel siempre se aseguró de que ninguna de las diversas corrientes que prevalecían en la elite que lo rodeaba o cualquier otro posible poder alcanzara un nivel de influencia significativo, ni lograra independizarse de él. Siempre que la tensión en la isla crecía, se abrían las fronteras por un periodo breve, como válvula de seguridad, para liberar la presión. Con el fin de mantener el statu quo de Cuba en la década de 1990, Castro insistió en aplicar medidas estrictas de austeridad para toda la población. Más de una vez esta política superó los límites de lo tolerable.
Las experiencias militares de Fidel Castro siempre dieron forma a sus pensamientos y acciones políticas. Su socialización política tuvo lugar en el marco de la violenta resistencia al dictador Batista y su ascenso al poder coincidió con su actuación como líder guerrillero. Estuvo en permanente confrontación con eeuu, lo cual lo obligó a proteger militarmente no solo su seguridad personal, sino también la de la isla. Para Castro, la política y la diplomacia pasaron a ser medios alternativos para continuar este conflicto. Fidel piensa en términos de un esquema amigos-enemigos y prefiere tener que resolver conflictos de intereses antes que hacer concesiones. El diálogo es, en el mejor de los casos, un medio táctico y las concesiones se efectúan en términos de treguas. Las órdenes se dictan y no están abiertas al debate.
En consecuencia, el clima político de Cuba se encuentra fuertemente configurado por la omnipotencia del gobierno. No obstante, este último tiene profundo arraigo en la historia cubana. En la primera mitad del siglo xx, Cuba fue uno de los países más desarrollados de América Latina. Sin embargo, la prosperidad de la isla beneficiaba solo a unos pocos y la mayoría de la población vivía en la pobreza. Gran parte de los políticos que propiciaron una mayor igualdad social durante las fases democráticas de la isla se dejaron corromper y, como resultado, sumieron a un gobierno tras otro en la crisis. Dos veces dictaduras militares sangrientas sucedieron a los gobiernos democráticos, lo que provocó el surgimiento de una desconfianza generalizada en la democracia entre la población.
Sobre la base de la experiencia de que en Cuba las crisis de las democracias siempre tendieron a derivar en soluciones antidemocráticas, Fidel Castro y sus compañeros revolucionarios no se inclinaron por la idea de una democracia a la hora de trabajar en la reorientación de la política cubana. Antes bien, llegaron a la conclusión de que la revolución podría demostrar su credibilidad produciendo resultados concretos. De conformidad con su lógica militar, la mejor y más eficaz manera de alcanzar ese objetivo en vista de la profunda división social que existía en el seno de la sociedad consistía en imponer políticas sociales y económicas por medios autoritarios. Así, la igualdad social no se alcanzó en Cuba a través de un proceso de cooperación participativa o de negociación entre las diferentes fuerzas sociales. La igualdad social, en cambio, se logró mediante un gobierno central fuerte y cerrado que implementó, en tanto Estado desarrollista, objetivos determinados de modo rígido. El precio de la integración social y económica de las masas fue su exclusión política.
Este enfoque fue bastante exitoso, al menos en lo atinente a las cuestiones sociales. La sociedad de la isla, que fue siempre heterogénea y a menudo estuvo dividida, se ha vuelto más homogénea. Los servicios sociales, a los que todos tienen acceso, son sin duda uno de los aspectos positivos de este socialismo caribeño. Su excelencia, calidad e innovación son reconocidas mundialmente; el sistema se preservó a pesar de las crisis acaecidas en las últimas décadas. Fidel Castro logró crear uno de los mejores Estados de Bienestar en América Latina y, como resultado, cumplió las promesas de igualdad y justicia. Grupos que tradicionalmente habían sido objeto de olvido pasaron a ocupar un lugar central en la sociedad y gozan, hasta el presente, de numerosos derechos sociales. Las mujeres cubanas tienen más posibilidades de participar en la sociedad que las de algunos países industrializados. En Cuba, hay más propietarios de vivienda afrocubanos que en cualquier país del África. En el resto de América Latina, es difícil hallar logros comparables: la marginación y la exclusión siguen siendo parte de la realidad cotidiana y, a pesar del desarrollo económico y de más de tres décadas de democracia, la desigualdad social es todavía extremadamente evidente.
Como en todos los países socialistas, el socialismo cubano debió enfrentar dificultades económicas. El hambre, sin duda, fue eliminada sin demoras de la isla. No obstante, el racionamiento de alimentos básicos comenzó ya en el tercer año de la revolución y, desde entonces, fueron cada vez más las mercaderías racionadas. Las tarjetas de racionamiento de alimentos restringieron el consumo y más de una generación de cubanos ha debido experimentar escasez crónica en la vida cotidiana. Después de la caída del socialismo soviético, la pobreza y el hambre volvieron a entrar en escena. Se puso suma atención a asegurar que estas nuevas cargas sociales no recayeran con exclusividad en los miembros marginales de la sociedad. El gobierno evitó los despidos masivos, garantizó la provisión de alimentos subsidiados a todos los habitantes y se negó a desmantelar los servicios sociales a pesar de tener las arcas vacías. La pesada carga recayó sobre todos y se asistió a los más débiles de la sociedad. A cambio, Fidel transformó la economía de la isla en lo que él y su aparato habían preparado durante años: una economía de guerra con comando central y racionamiento total.Se siguió evitando, todavía, la introducción de reformas estructurales en la ineficiente economía dirigida por el Estado; en el mejor de los casos, se realizaron ciertos ajustes. El gobierno seleccionó los mejores sectores de la economía, como el turismo y la biotecnología, y los separó del resto de la sociedad. Con el fin de que procuraran las muy necesitadas divisas extranjeras, estos segmentos contaron con condiciones exclusivas para la inversión y salarios bajos para dotarlos de competitividad en el mercado mundial.
Una vez más, fue Fidel Castro quien mantuvo las reformas en un nivel mínimo contra el consejo de varios expertos y compatriotas. Se aseguró de que la obra de toda su vida se conservara con los menores cambios posibles. No obstante, esta estrategia de integración selectiva al mercado mundial no tardó en suscitar las primeras tensiones sociales entre quienes seguían empleados en la economía de guerra socialista y quienes lograban echar mano a los muy codiciados dólares estadounidenses, con los cuales se puede adquirir prácticamente cualquier cosa en Cuba. Tomando en cuenta que es más fácil ganar dólares en puestos de trabajo no calificado, a lo largo de los últimos 20 años la pirámide social se ha ido invirtiendo gradualmente en la isla. Un botones en un hotel turístico con acceso a moneda extranjera puede pasar a ser miembro de los nuevos ricos, mientras que un profesor universitario sin ese recurso sigue sujeto al racionamiento y vive en peores condiciones que algunos de sus alumnos. Esta «nueva» pobreza se va extendiendo, no desde los márgenes de la sociedad sino, por el contrario, desde el centro, y puede provocar una erosión lenta de la legitimidad del sistema político.
Es evidente que el gobierno actual así lo entendió: en 2011, en una declaración oficial, señaló que la nación se hundiría si no adoptaba reformas. Este cambio, sin embargo, se anuncia desde hace mucho tiempo. Bajo el lema oficial «Sin prisa, pero sin pausa», se han venido implementando tan solo cambios menores, no estructurales hasta el momento. Otras reformas anunciadas públicamente en los medios internacionales, como el acceso a internet y las empresas privadas, llegaron a la isla, pero solo en forma parcial o con alcance limitado. Sin embargo, ahora que Cuba ha perdido a su último mecenas, Venezuela, el débil desarrollo de la región combinado con la ayuda cada vez menor de otros aliados crea una presión económica creciente de cambio. Tal vez esta sea la explicación del nuevo acercamiento al antiguo enemigo, eeuu. Los últimos 20 años fueron una suerte de impasse; Cuba ya ha malgastado muchas posibilidades de enfrentarse a eeuu en igualdad de condiciones. Junto con un ajuste de cuentas muy tardío por la inaceptable insubordinación, queda por ver qué intereses puede todavía albergar eeuu.Castro mismo se interesa por el futuro de la revolución solo en la medida en que su declinación no esté conectada con él personalmente. Ha trabajado en su proyecto final por largo tiempo: su propia inmortalidad. Desea ser recordado como el héroe que luchó por una causa justa y se compara en esta empresa con Napoleón Bonaparte. Como el carismático francés, se ve a sí mismo como un revolucionario culto y un apasionado defensor de la Ilustración, que lucha por la causa de la liberación y la unificación. La misión de Fidel fue, también, cambiar el mundo. Impuso una ola inusitada de modernización a la sociedad de su propio país. Fidel Castro conoce el lugar que ocupa Napoleón en la historia y se siente su igual. Esta es la clase de inmortalidad que busca; permanecerá con nosotros por mucho tiempo. Sus memorias de varios volúmenes ya están en publicación y el autor tiene mucho para decirnos. Para algunos, la muerte no es el punto final donde todo termina: es solo otro comienzo. ¡Feliz cumpleaños, Fidel!