Opinión
octubre 2009

Estados Unidos y América Latina: ¿cambiarán las relaciones después de las elecciones de 2008?

Hasta el momento, este año ha resultado decepcionante para aquellos analistas que esperaban un cambio positivo en la actitud de Washington hacia América Latina. Y por ahora, en los preparativos para la campaña electoral para las elecciones de noviembre de 2008, hay pocas muestras de que en los próximos 18 meses surjan nuevas iniciativas políticas.

<p>Estados Unidos y América Latina: ¿cambiarán las relaciones después de las elecciones de 2008?</p>

Hasta el momento, este año ha resultado decepcionante para aquellos analistas que esperaban un cambio positivo en la actitud de Washington hacia América Latina. Y por ahora, en los preparativos para la campaña electoral para las elecciones de noviembre de 2008, hay pocas muestras de que en los próximos 18 meses surjan nuevas iniciativas políticas. Si bien algunos candidatos han expresado en forma individual su consternación frente a la incapacidad o la falta de voluntad del gobierno de Bush para brindar un apoyo que sea más que retórico a la región, lo cierto es que los candidatos democrátas tampoco han propuesto nada específico, ni mucho menos radical. Y parece bastante improbable que el equipo de Bush o el nuevo gobierno que asuma a partir de enero de 2009, sea demócrata o republicano, tenga incentivos para enfrentar las tres áreas en las que América Latina tiene fuertes intereses: la inmigración, el comercio y las drogas.

Parece poco probable que el estancamiento de las negociaciones de la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC) se modifique en un futuro cercano. Las conversaciones recientes entre Estados Unidos, la Unión Europea, Brasil y la India, llevadas a cabo en Europa, confirman la falta de voluntad de los países industrializados de reducir los subsidios agrícolas; por su parte, los países en desarrollo no van a ceder en temas como los derechos de propiedad intelectual. A mitad de año, el presidente Bush va a perder la autoridad de promoción comercial o fast track, que le permite negociar acuerdos internacionales de comercio sin necesidad de someterlos al proceso de enmiendas del Congreso, que solo puede pronunciarse a favor o en contra de los tratados en su conjunto. Las probabilidades de que un Congreso democráta renueve esta potestad y de que se apruebe un acuerdo comercial sin enmiendas son escasas.

En cuanto a la inmigración, a principios de junio fracasó el esfuerzo bipartidario por zanjar las diferencias políticas internas, y los intentos de reanudar el debate han sido poco exitosos. La inmigración no es tanto una cuestión de política exterior como el centro de una discusión profundamente divisoria en lo político y lo social acerca del rol de los inmigrantes en la sociedad estadounidense y el imperativo económico que los trae a EEUU, pero también sobre el contraargumento en alza que resalta que la inmigración es fundamental para mantener la productividad del país. Las profundas divisiones no se dan tanto entre los dos grandes partidos, como entre facciones dentro de cada uno de ellos. En parte, la división obedece a razones geográficas, pero el prejuicio y la ignorancia acerca del papel real de los inmigrantes en el estilo de vida estadounidense contribuyen también a este amargo callejón sin salida.

El debate acerca de las drogas se ha vuelto más ruidoso en los últimos años. La pregunta es quién maneja la discusión cada vez más turbia acerca de lo que hay que hacer, la demanda o la oferta. Los políticos de Washington culpan a los productores; los países productores de la región, también ellos consumidores en alza, apuntan únicamente a los patrones de consumo de EEUU y Europa, que en lugar de descender, crecen aceleradamente. Es un debate áspero, en el que no hay puntos de acuerdo posible. Ningún participante en la campaña estadounidense querrá mostrarse «blando» en esta cuestión, ni en los otros dos grandes temas de interés para la región.

Aunque en la campaña electoral habrá interés en estos temas de la boca para afuera, habrá pocas, si las hay, iniciativas positivas por parte de ambos partidos. Son temas demasiado «calientes» para afrontar durante el año de camapaña electoral. Por lo tanto, toda esperanza de un acuerdo entre demócratas y republicanos en alguna de las tres cuestiones mencionadas tendrá que esperar a la llegada de la nueva administración en 2009. Pero, teniendo en cuenta la pesada agenda relacionada con la guerra en Iraq, el doble déficit y la necesidad de reformar el sistema de salud y otras cuestiones vinculadas, América Latina será nuevamente una región de baja prioridad para EEUU.



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