Opinión
abril 2019

España: la afirmación del eje izquierda-derecha

En España, el Partido Socialista de Pedro Sánchez podría gobernar con Podemos tras las elecciones del 28 de abril. La extrema derecha representada por Vox no obtuvo el resultado esperado, el Partido Popular comienza a hundirse y Ciudadanos, la fuerza de la derecha liberal, queda en una posición tan fuerte como irrelevante. España afirma el eje izquierda-derecha y el triunfo de las alternativas constructivas y «centradas». Ha terminado el momento populista.

España: la afirmación del eje izquierda-derecha

La principal conclusión de las elecciones del 28 de abril es que tras un gran y tortuoso rodeo, España ha vuelto fundamentalmente a donde estaba: afirmación del eje izquierda-derecha y triunfo de las alternativas constructivas y «centradas». Por lo tanto, es el definitivo fin del momento populista —si es que alguna vez existió— y una prueba más de que en política se trabaja sobre lo sedimentado, no sobre su derrumbe. Lo sedimentado en España es el imaginario de la Transición, que ha resistido en este caso el embate de la derechización del Partido Popular (PP) y la amenaza reaccionaria de Vox.

Es cierto que ahora el bipartidismo atenuado ha sido reemplazado por un sistema pentapartidario, pero esta fragmentación puede ser absorbida por el discurso de la Transición en su marco originario que consagra el pacto, el diálogo y el consenso como epítomes de la democracia.

El triunfo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y de su líder Pedro Sánchez, es el reverso acabado del inédito hundimiento del PP y de Casado. Si uno ganó por el «centro» progresista, aplicando el discurso de la Transición, el otro perdió por su giro derechista y su estrategia destructiva, exagerada, alarmista y agresiva. El discurso de Vox no logró permear en el electorado de los partidos de la Transición.

El PP tiene difícil salida: al menos para sus partidarios, viene de «sacar a España de la crisis» y de una reciente «renovación» del partido basada en un cambio de línea política. Así que le quedan pocas cartas por jugar. La dirección actual no tiene credibilidad para girar al «centro», lugar que rechazó para ganar la interna y a la vez no asoma ningún reemplazante que pueda desandar el camino. Núñez Feijóo, que hace menos de un año eligió Galicia como prioridad, perdió también allí ante los socialistas. Así, Casado ganará tiempo hasta las elecciones municipales y autnonómicas del 26 de mayo, pero no parece que allí encuentre descanso ni alimento.

Vox no ha resultado lo que se esperaba. El alboroto alrededor de su emergencia, tanto de la izquierda como de la derecha, no tenía bases firmes. Se confirma que lo de Andalucía no era extrapolable al resto del país. Vox ha envejecido en la misma noche electoral, tras el triunfo de Sánchez. El discurso «resistente» dirigido a sus partidarios tras conocerse los resultados fue una sobreactuación más con vocación y destino minoritarios.

Vox ha dividido y aislado a la derecha y ha movilizado a la izquierda. Si las fuerzas de centroderecha captan esto, deberán trazar un cordón sanitario sobre Vox para garantizarse la propia supervivencia, sólo posible a la sombra del discurso de la Transición. En ese sentido, está en duda que la política de bloques vuelva a estar protagonizada en el futuro por las tres formaciones de derechas, porque Vox representa un imaginario no sumable al de Ciudadanos y PP (como en su día fue IU con el PSOE).

Podemos ha bajado mucho, perdiendo una seña de identidad original, su vocación ganadora, no testimonial. Pero puede maquillar la situación con su aporte a la «gobernabilidad» progresista. Pablo Iglesias tiene una oportunidad impensada: ya cuenta con un partido unificado alrededor de su liderazgo y se le abre la oportunidad de ayudar a un gobierno progresista. La sonrisa del destino ha cambiado de vereda.

Para aprovechar esta situación debe dejar de lado el afán pedagógico tradicional del espacio a la izquierda del PSOE, que entiende que su misión es mostrarle a la sociedad lo que debería hacer una verdadera izquierda. Esto generará más recelo en las bases del PSOE, parte del cual se revirtió con la moción de censura. El derrotero ideológico hacia la mímesis con IU replicará también su exiguo peso electoral y político.

Ciudadanos ha mostrado que su estrategia del cordón sanitario al PSOE fue tan equivocada como el seguidismo del PP a Vox: ambas se basaban en lo mismo, una presunción sin base de que Vox obtendría un gran resultado. Ciudadanos es hoy tan fuerte como irrelevante. No debería cometer el error de Podemos de confiarlo todo a una descomposición del competidor en su espacio ideológico. El PP no se descompondrá por lo mismo que no lo hizo el PSOE: porque representa una identidad potente y arraigada históricamente, y porque ocupa un lugar ideológico específico, el conservador y españolista.

El fuerte pedido de los militantes del PSOE a Sánchez de que no pacte con Rivera es significativo. Sánchez sólo puede pactar con Ciudadanos si no ha entendido lo que le devolvió a la dirección de su partido ni lo que le permitió ganar la moción de censura y ahora revalidar en Moncloa: una movilización puntual el 28A de la izquierda contra las tres derechas, y la de las bases de su partido desde 2016 para frenar una línea política conservadora (abstención con Rajoy, dirección de Susana Díaz, ahora pacto con Rivera). Sánchez mismo recuperó legitimidad al confesar que había recibido presiones para no pactar con Podemos en 2015-2016 y rectificó haciéndolo en la moción de censura de 2018.

Por lo tanto, tiene que saber capitalizar su triunfo para convertirse en lo más parecido a un príncipe nuevo, lo que le permitiría además desarmar el argumento de la derecha que cuestionaba su legitimidad de origen tras la moción de censura. Su triunfo además ha terminado de quitar a la vieja guardia del PSOE la poca legitimidad que ésta tenía, con lo cual ganará también más margen de acción interno. Está así a punto de superar la crisis de representación en la que entró su partido (y el sistema político español) hacia 2008.

Sánchez tiene que optar entre retransitar el camino de Zapatero, que comprendió que la Transición requería un reimpulso (profundización del Estado de Bienestar, resignificación plural de la idea de España) o volver al sendero ya seco de la narrativa política de los 90. La lucha es interna a la Transición entre reformistas y retardatarios, expresados éstos en general en los columnistas y artículos editoriales de los medios de comunicación oficiales, que en la misma noche electoral comenzaron a pedir el pacto «serio y sensato» del PSOE con Ciudadanos. La CEOE y el Banco Santander también se han pronunciado en esa dirección. Todos eligen des-reconocer el sentido político de fondo del voto del 28Aamparándose en la formalidad contramayoritaria del parlamentarismo. Según algunos medios, Ciudadanos habría iniciado consultas a sus militantes sobre la posibilidad de romper el cinturón sanitario al PSOE.

Lo más probable a día de hoy es que el PSOE gobierne en solitario, con lo cual complace indirectamente al mercado y continúa su reconstrucción como partido aislando a Unidas Podemos, a fin de conservar la hegemonía en la izquierda.

No creo que se pueda decir que la izquierda en general haya retrocedido respecto de 2015-2016. Hay que contar todo el ciclo, no sólo el auge sino también el reflujo. La emergencia de Podemos no fue el final sino el inicio de un momento nuevo. La respuesta de los partidos de la Transición ante el nuevo escenario hay que considerarla también. El «asalto a los cielos» nunca fue una posibilidad real. La Transición ha resistido, pero también ha cambiado, si bien dentro de sus parámetros: el PSOE ha girado aunque sea tímidamente a la izquierda, al menos para no dejarse comer terreno por Podemos y hoy tiene que gobernar ayudado al menos por el partido morado. Se puede decir que la demanda de democracia con igualdad sigue viva en un contexto como el europeo donde retrocede.

Los resultados electorales pueden hacer converger a las bases de los dos partidos, único modo de que la igualdad avance en el nuevo panorama político. En este sentido, también es el fin de la estrategia de izquierda ideada por Julio Anguita –ex líder de Izquierda Unida-, es decir, de la lucha por absorber al otro, que no puede basarse sino en una visión catastrofista que lo fía todo a crisis orgánicas o cambios bruscos impropios de un país como España, profundamente institucionalista, en el que lo sedimentado no es de cartón piedra. El triunfo en Valencia es una gran señal al respecto, que debería ratificarse el 26M al menos en Madrid y Barcelona. Si se forma gobierno en Madrid antes de las municipales y autonómicas, lo cual es probable, se votará en clave local y no nacional, lo cual en principio favorecería esa ratificación. La política es volver posible lo probable (Portantiero), horadar unas tablas duras (Weber), ampliar la frontera de lo posible.

Por lo tanto, la izquierda está en una buena situación, más madura que la de 2015-2016, para afrontar un desafío de enorme peso histórico: resolver al menos para dos generaciones el problema de la cuestión nacional española. No es tarea de un gobierno, pero éste sí puede encontrar el camino de la solución, haciéndolo deseable y así irreversible. La solución no existe a priori, debe surgir del diálogo y la imaginación de los actores involucrados. La victoria de ERC en Cataluña y el resultado del PNV apuntan en una dirección de compromiso entre las izquierdas y los distintos nacionalismos. Los principales interesados (las fuerzas catalanistas) saben al menos que la situación es inédita y no se puede dejar pasar, salvo que deseen victimizarse e ir al «cuanto peor, mejor».


Este texto ha sido publicado también en Cuarto Poder



Newsletter

Suscribase al newsletter