Tema central
NUSO Nº 200 / Noviembre - Diciembre 2005

Entrevista a Nestor García Canclini

Trazar un mapa de la condición juvenil latinoamericana plantea un importante desafío a las ciencias sociales de nuestra época. La coexistencia de diferencias internas hace dela juventud una situación de intercambios más que un espacio de referencias y visiones generacionales claramente discernibles, como lo fuera en décadas anteriores. Pese a la difuminación que caracteriza el universo juvenil, hay signos persistentes que ayudan a precisar la relación entre los jóvenes y el futuro de la región. Marcados por la desinstitucionalización, el consumo y la informalidad, los jóvenes siguen subrayandolos modos en que la sociedad se renueva o reestiliza frente a lo político, lo social y lo popular.

Entrevista a Nestor García Canclini

El antropólogo argentino-mexicano Néstor García Canclini tiene un destacado papel en las ciencias sociales de la región desde hace varias décadas. En sus libros se conjugan las miradas científicas sobre el mundo social y cultural con las interpretaciones críticas propias del ensayismo latinoamericano más ejemplar. García Canclini es una figura insoslayable en el campo de la reflexión sobre la circulación política de los significados culturales, así como también en el análisis de los bienes simbólicos en juego y de las industrias culturales, en el contexto de la globalización y de las transformaciones derivadas de las actuales condiciones económicas de gobierno. En su reciente libro Diferentes, desiguales y desconectados, el autor propone nuevas precisiones conceptuales sobre la intensificación de los intercambios simbólicos y culturales, derivados de la cada vez mayor y más compleja interacción económica y tecnológica. El nuevo paisaje intercultural plantea desafíos tanto políticos como interpretativos. Aprovechando su paso por la ciudad de Nueva York en septiembre de 2005, NUEVA SOCIEDAD conversó con él sobre la articulación de estas situaciones en el llamado «mundo juvenil», al que dedica un capítulo de su libro. Si bien, como aclara modestamente García Canclini, se trata de hipótesis que requerirían una mayor elaboración y comprobación, ofrecemos la entrevista como aporte a una necesaria actualización conceptual de la problemática de la juventud en América Latina.

SERGIO CHEJFEC: Quisiera comenzar con una pregunta, digamos, general. ¿Qué rasgos diferenciales pueden encontrarse en las prácticas y los procesos culturales que protagoniza la juventud actual, con respecto al panorama juvenil de décadas pasadas, en especial los años 50, 60 o 70? Tengo la impresión de que por diversos motivos las miradas volcadas hacia la juventud de hoy están de algún modo delimitadas, a veces por contraste, por las manifestaciones y los sentidos juveniles de aquellas décadas.

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI: Hay varias diferencias. Una es la mayor desconfianza que existe hoy hacia las distinciones generacionales. En los años 60, cuando se comienza a hablar del tema, todavía había libros especializados que se referían a la adolescencia y la juventud como etapas claramente diferenciadas. Y me parece que hoy, en general, los criterios generacionales son tomados muy flexiblemente. Ni en las maneras de vestir ni en los hábitos de consumo, ni en otros rasgos que podría presumirse que confieren sentido e identidad, sería posible encontrar diferencias entre lo que habitualmente se llama jóvenes, una edad que oscilaría entre los 18 y los 30 años, y otras edades. Una segunda diferencia, sin duda relacionada con cualquier tema, es el avance en la investigación y el análisis. Hay mucha más investigación empírica de la que había hace 40 años, y a su vez hay una problematización de cómo estudiar estos asuntos. Me parece que si miramos lo que las ciencias sociales encuentran en los jóvenes, hay poca rotundidad en los modos de esa presencia. En realidad, lo que sucede es que las ciencias sociales se hacen cargo de una institucionalización de la condición juvenil: hay institutos para la juventud; hay libros para jóvenes, películas, programas de radio y de televisión que pretenden destinarse específicamente a ellos. Entonces la condición de joven está constituida desde instancias públicas, institucionales, mediáticas. Pero, según creo, aun esos instituidores de identidades juveniles son bastante conscientes de las diferencias existentes entre los jóvenes. Quienes llevan adelante una radio para jóvenes no pretenden llegar al ciento por ciento de ellos; saben que hay jóvenes con gustos diferentes, con capacidades artísticas distintas. Las diferenciaciones internas de la llamada «condición juvenil» erosionan la posibilidad de configurar un universo denominado «joven». Otro rasgo que me parece importante en la actualidad es la difuminación de las características atribuidas a los jóvenes en muchas generaciones. Modos de vestir, asistencia a espectáculos, otros elementos de consumo recorren, aun cuando están aparentemente dirigidos a los jóvenes, un espectro bastante amplio, desde adolescentes muy tempranos, de 12 años, hasta personas de 60. Entonces, en ese sentido, la llamada «condición juvenil» corresponde a modos en que la sociedad se renueva o se reestiliza. En fin, me parece una zona todavía llena de confusiones. Por ejemplo, hay festivales o ferias de literatura infantil y juvenil; es difícil entender las motivaciones de ese agrupamiento: eso viene de una época en que se pensaba que tanto los niños como los jóvenes tenían una condición subalterna, que debía protegerse y cultivarse.

S.CH.: Uno puede pensar en fenómenos dobles. Hoy tenemos miradas hacia la juventud que derivan de los modos juveniles del pasado, de alguna manera hegemónicos en su momento, digamos en los 60. Pero también esos valores juveniles se han extendido y difuminado por acción tecnológica, por un lado, y por acción biológica, debido al desarrollo de las personas, por el otro. Entonces se tiene la impresión de que existe una continuidad en múltiples dimensiones, una profundización general. Ser joven es una condición subrayada, digamos, de una naturaleza juvenil extendida desde hace décadas y lanzada hacia el futuro individual de los antiguos jóvenes.

N.G.C.: Habría que hablar no solo de las continuidades y de la difuminación sino también de las rupturas. Porque al mismo tiempo que hay fenómenos como el de los Rolling Stones, que a los sesenta y tantos años siguen convocando jóvenes y apareciendo como representativos de estilos y gustos juveniles, hay amplias zonas de la vida social donde los jóvenes buscan delimitar sus propios espacios o circuitos y así tener una mayor independencia de las generaciones mayores que la habida en décadas anteriores. Lo vemos en algunas experiencias mediáticas como la de MTV, quizá la primera televisión hecha por jóvenes para jóvenes, con un diálogo muy horizontal entre enunciadores y receptores, y con la búsqueda de formas de complicidad, sobre todo en su primera etapa, cuando trataba de comunicar de un modo que excluyera a quienes no pertenecían a ese universo. Con el tiempo se fue comercializando, buscando públicos más amplios y perdiendo sus rasgos iniciales. También hay muchos espacios, singularmente en las ciudades grandes, en que los jóvenes se consideran protagonistas legítimos y descalifican la presencia de otros: lugares de baile, de diversión, modos de situarse ante lo social, lo político, lo popular.

El teatro de la desintegración_endtitle_

S.CH.: Hay una serie de fracturas evidentes, no solo relacionadas con la juventud sino también con toda la vida social, que tienen que ver con la exclusión, la pobreza, la articulación económica, el empleo, la educación, etc. Una pregunta quizá demasiado frontal, pero que apunta a los sentidos comunes de nuestras sociedades, y al sentido común de las ciencias sociales, podría ser a quién se considera más joven: al joven pobre, el excluido, el de clase media, el más rico; el articulado o desarticulado, el integrado o no integrado…

N.G.C.: Me cuesta verlo en términos de cantidad, o de autenticidad. Me parece que hay una suerte de ambivalencia en la manera de presentar la condición juvenil, por ejemplo en relación con los mercados de trabajo, que es mucho mayor que en el pasado. Justamente en los años 50 o 60, autores como Sartre dijeron que una de las características de las clases populares era la ausencia de adolescencia; había un ingreso más temprano al mercado de trabajo que saltaba ese período entonces identificado como tiempo de indeterminación, dudas, dificultades, inestabilidad emocional (que se suponía que el resto de la sociedad no tenía). En la actualidad vemos que una de las características de amplísimos sectores juveniles, sobre todo en las clases populares pero también en las clases medias, es la inexistencia de trabajo, la dificultad para ubicarse en un mercado laboral que les permita autonomizarse. Y desde hace unas dos décadas, en especial en los países europeos y también en los latinoamericanos, los supuestos jóvenes, de 25 o 30 años, siguen viviendo con los padres. Se limita, así, el proceso de autonomización que se atribuye a los jóvenes. Además, se halla la dependencia de modos de consumo regidos por los mayores, y por otro lado la vasta proliferación de comportamientos informales e irregulares para proveerse de las cosas que los modos formales ya no suministran: trabajo, recursos económicos, redes sociales. Me parece que para entender lo que está ocurriendo con los jóvenes, por lo menos los pertenecientes a los sectores populares y medios, debe tenerse en cuenta el enorme crecimiento de la informalidad desde hace varios años en América Latina. En estos países, más de la mitad de la población está descolgada de los mercados formales de trabajo, y esto lleva a insertarse de modo precario, sin posibilidad de proyectos siquiera de mediano plazo, con trabajos que van cambiando a cada rato, que se interrumpen, y lleva a buscar en muchos casos alternativas ilegales como el narcotráfico.

S.CH.: Hay una tendencia en sectores juveniles de ciertos países, que ignoro si es general, a asociar lo popular, entendido como lo tumultuoso, en ocasiones lo chabacano y también lo violento, con una naturaleza juvenil supuestamente auténtica en la medida en que se expresa a través de esos valores. Evidentemente consiste en una construcción; muchas veces son sectores medios los que asumen la idealización de esas formas. Entonces me gustaría ver qué ocurre con la aparente impregnación o atracción que ejercen las construcciones barbarizadas de lo popular sobre sectores juveniles medios.

N.G.C.: No tengo una respuesta elaborada sobre eso, aunque es un fenómeno observable. Habría que buscar múltiples explicaciones. Podemos tomar el caso, por ejemplo, de la cumbia villera en Argentina. Cabría quizá una explicación etnomusicológica para analizar este extraño éxito de la forma musical de la cumbia. En Colombia, de donde es originaria, desde hace dos décadas ya no es el ritmo predominante. Sin embargo la encontramos diseminada por todo el continente, desde el norte de México hasta Argentina, adoptando formas locales pero con un éxito en cada caso extraordinario, que hace pensar en algún resorte estilístico y emocional contagioso. Posiblemente haya también una explicación sociológica, en la línea que me pareció quería indagar la pregunta. Sospecho que tiene que ver con formas de transgresión, con la puesta en escena de lo popular como guiño, como diciendo «Miren, acá está lo que ustedes descalifican». Las prácticas de los jóvenes como manifestaciones de la transgresión me llaman la atención no tanto como expresión de la rebeldía juvenil o como acciones derivadas de sujetos que buscan ser diferentes, sino como la teatralización de estructuras y formas de desintegración social. Más que la música, esto me lo evoca lo que ocurre en la escritura de los jóvenes, los chateos, los correos electrónicos sin puntuación, sin mayúsculas, con palabras muy condensadas y abreviadas; una escritura que transgrede violentamente todo orden gramatical y a veces también comunicacional, porque en ocasiones busca el hermetismo, como en especial lo hace el grafiti desde mucho antes. Pero el grafiti era más marginal y minoritario. La transgresión lingüística en internet está extendida a todas las clases sociales y aparece como un rasgo de diferenciación generacional, seguramente en correspondencia con la menor eficacia de la educación.

Movimientos antiautoritarios_endtitle_

S.CH.: Hay un punto relacionado con los movimientos en favor de los derechos humanos. En muchos países de la región, como consecuencia del fin de las eras represivas y de las aperturas democráticas, estos movimientos de derechos humanos hicieron viable buena parte de la consolidación democrática. ¿Podría pensarse también que instalaron la cuestión juvenil, y específicamente la criminalización de los jóvenes, en especial los pobres, por parte del Estado, como tema sensible de la opinión pública? En Diferentes, desiguales y desconectados se hace referencia al significado de una proyección temporal ausente en nuestras sociedades: una sociedad que no piensa en el futuro, y que casi no reflexiona sobre el pasado, señala que no se interesa por sus propios jóvenes. Pero encuentro que en la esfera de los derechos humanos, y correlativamente en la paulatina preocupación acerca de los excesos policiales, de los cuales son víctimas principalmente los jóvenes de los sectores pobres, hay una señal inversa; o sea, las enseñanzas del pasado y la preocupación por el presente expresan una inclinación hacia el futuro, en este caso la preservación de los jóvenes frente a la violencia estatal.

N.G.C.: Así como podemos decir que el deterioro del mercado de trabajo en nuestras sociedades, incluidas las nuevas generaciones, manifiesta rasgos estructurales del conjunto, también en un sentido relativamente inverso la consolidación de los derechos humanos, la posibilidad de pensarlos como derechos de todos, no solo de los adultos, de los blancos o de los hombres, corresponde a un movimiento antiautoritario más extenso que sin duda ha beneficiado a todos. Pienso en varias situaciones a la vez, pero no estoy en condiciones de generalizar. Por ejemplo, la diversidad de situaciones que se producen con los hijos de exiliados o de migrantes: los que regresan al país de origen con sus padres y a los que les cuesta mucho integrarse; los que lo logran; los que quieren volver al país de adopción, contra el deseo legítimo de sus padres, que quieren estar en el país de donde huyeron. Se producen combinaciones muy diferentes. Y también es representativo lo que ocurre en sectores muy politizados; pienso por ejemplo en la agrupación Hijos, de Argentina o de México; o sea, hijos de desaparecidos que se hacen cargo de las historias familiares. Están estos grupos que han asumido la historia, o la memoria; y también están quienes quieren desprenderse de ese pasado familiar yéndose a otro país, pero que en ese mismo acto señalan un pasado que les pesa. Hay algunas investigaciones en ese sentido, pero todavía es un gran tema por explorar, que complejizaría un poco más lo que trabajo en el libro como absolutización del instante en los jóvenes actuales. Esta dimensión política no la incluí en el capítulo sobre jóvenes, y me parece útil para hacer más compleja una situación, según pienso, predominante sobre la experiencia de la memoria y el futuro. S.CH.: Quisiera preguntar ahora sobre los jóvenes de las minorías étnicas o culturales, que por lo general no están del todo integrados a las redes económicas o educativas formales. Jóvenes de familias migrantes con dificultades a veces lingüísticas o con valores culturales señaladamente particulares. ¿Cómo se producen en estos grupos de jóvenes los procesos descriptos en el libro, relacionados con la interculturalidad, la desconexión, la desintegración o la informalidad?

N.G.C.: Me parece que la identidad se muestra como una marca entre varias otras. Entre los jóvenes, tengo la impresión de que es más fuerte la condición socioeconómica y educativa. Si se trata de jóvenes que migran solos a grandes ciudades, sin familia y en condiciones muy precarias, su capacidad de adaptación a la nueva situación también va a ser muy precaria y va a depender de la falta de capital económico y educativo. Por supuesto, en muchísimos casos el color de la piel o las dificultades para hablar la lengua local van a influir en la discriminación. En cambio, las familias indígenas, por ejemplo, más incorporadas, o con mejor competencia educativa, logran adaptarse más rápidamente y sus hijos consiguen reubicarse flexiblemente en un nuevo contexto mejor que sus padres. Por lo menos en México, el caso que más conozco, creo que el estigma étnico sigue importando; pero en una sociedad con alto mestizaje como ésta, la discriminación entre las nuevas generaciones tiende más a referirse a la habilitación o la inhabilitación socioeconómica y educativa. Sospecho que en sociedades más segmentadas en este sentido, como las andinas –Bolivia, Perú, Ecuador–, el problema existe marcadamente, pero lo desconozco.

Despolitización participativa_endtitle_

S.CH.: ¿Se puede pensar en una correlación, en el caso de los jóvenes, si en individuos con bajo capital educativo y con escasa capacidad socioeconómica existe una mayor tendencia a tener valores del pasado, actitudes retrógradas o posturas conservadoras?

N.G.C.: También en este caso me vienen asociaciones diversas. En los últimos años existe una preocupación creciente en Centroamérica, y ahora también en México, en relación con algo que comienza en Estados Unidos, sobre todo en el sur, por las maras salvatruchas. Grupos de jóvenes salvadoreños, muy violentos, que funcionan como grupos de acción urbana. Son sumamente arriesgados y funcionan con una cultura y una forma de vida muy jerarquizadas, machistas, pero al mismo tiempo enfrentadas al orden general. Los orígenes son muy variados. Se dice que el comienzo estuvo en El Salvador y en sectores provenientes de lo que había sido la guerrilla, y también en sectores de la represión militar. Pero el fenómeno se ha extendido a muchos otros grupos que los toman como modelos, que se incorporan a estos grupos y a sus acciones. Ahí se da una combinación muy compleja entre cultura alternativa, en el sentido de buscar formas de identificación y simbolización enfrentadas a lo hegemónico, desinteresadas de reglas más o menos convencionales, y valores aceptados del sistema capitalista, como crecimiento económico, objetivos colectivos, etc. Muchos se convierten en sicarios, con un horizonte de vida muy corto, semejante en ese sentido a lo que viene ocurriendo desde antes en las favelas de Río de Janeiro y otras ciudades de Brasil. En estos procesos aparece la descomposición de las sociedades y la incapacidad de integrar a las nuevas generaciones. En el sur y en el norte de México esto es muy visible. Ya hay expresiones culturales, como los llamados narcocorridos, junto a una serie de operaciones de iconografía, tatuajes, acciones urbanas, estilos muy agresivos de presencia en los espacios públicos. En Colombia puede verse algo similar en la cultura de los sicarios, cuyas versiones han llegado también a la cultura letrada.

S.CH.: Antes se mencionaba la diversidad de herramientas del Estado para atender, asistir, o controlar, a la población juvenil. Los jóvenes son grupos meta de una buena cantidad de organismos e instancias de gobierno. Paralelamente, las ciencias sociales han desarrollado numerosos instrumentos para el análisis de aspectos específicos de la situación de los jóvenes. Sin embargo, a la vez el fenómeno juvenil en su sentido amplio se ha tornado mucho más inasible de lo que era, como si sus rasgos distintivos se hubiesen diluido en una serie de tendencias y necesidades diferenciadas. ¿Puede pensarse que esto se relaciona con la paulatina despolitización de las nuevas generaciones, comparadas con las de tres o cuatro décadas atrás, como si aquella politización hubiese sido el último elemento de visibilidad cultural?

N.G.C.: En realidad estamos viviendo algo más radical que la despolitización; se trata de una desinstitucionalización. Rossana Reguillo, al analizar los resultados de la primera encuesta sobre jóvenes realizada en 2000 por el Instituto de la Juventud, en México, entre las conclusiones veía que aun los jóvenes que manifiestan cierto interés que podría interpretarse como político, aludían a causas más que a organizaciones. A veces aludían a causas que pueden tener una referencia más o menos organizacional, como puede ser el zapatismo, pero en la mayoría de los casos pensaban en causas diversas, como ecológicas; causas efímeras o inestables, sin preocupación por lograr que esa iniciativa genere condiciones de transformación estructurales en la organización social. Entonces se produce un doble desencuentro, entre instituciones gubernamentales que tienen por tarea ocuparse de los jóvenes, proveer lo que el mercado laboral no ofrece, lo que la familia desatiende o la escuela deja de dar, y jóvenes que no se sienten del todo descontentos con esa situación tan desordenada e inorgánica como los propios institutos para la juventud. Una de las características que a quienes somos mayores nos sorprenden de estas nuevas generaciones es la enorme flexibilidad que manifiestan para apropiarse de los bienes más heterogéneos. Estoy pensando no solo en sectores populares sino también en artistas. Algunos estudios que estamos empezando a hacer sobre transformaciones del campo artístico en México ponen en evidencia que los grupos musicales, los artistas plásticos, los videoastas se presentan en todas las ventanillas. Si hay becas del Estado, las piden; si Televisa ofrece algún tipo de favores privados, también los toman; y así pueden llegar hasta el narcotráfico, con cierta despreocupación acerca del origen de los fondos, las consecuencias o la coherencia que hay entre los distintos recursos que utilizan. Ciertas preguntas que las generaciones de hace 20 o 30 años se hacían sobre estos temas han desaparecido del horizonte. Hay una enorme flexibilidad para moverse ante un repertorio de recursos escasos pero muy diversos, con preocupaciones acerca de la sobrevivencia y el desarrollo muy distintas de las que uno encontraba en los artistas de hace 20 años.

S.CH.: En el libro se subraya la adaptabilidad de los jóvenes a las condiciones precarias, acotadas, informales con que son recibidos por el mercado de trabajo y el sistema económico en general. ¿Se puede hablar de conformismo juvenil como consecuencia de una labor de disciplinamiento social y económico por parte de las políticas neoliberales?

N.G.C.: Antes que conformismo, me parece que ocurre una suerte de disciplinamiento moral por parte de ciertos modos de organización económica. Conformismo implicaría una posición sociopolítica y ética. Encuentro más bien una combinación extraña, y un poco paradójica, entre esta exaltación de un presente incesante con poco pasado y poco futuro, y estructuras de larga duración que rigen la economía. En el libro menciono algunos ejemplos, como el pedir una tarjeta de crédito y comprometerse por lo tanto a pagar con determinada regularidad, y el hecho de acogerse a que el propio pasado sea escrutado antes de que sea otorgada; lo mismo ocurre si se pide un crédito. O sea, una serie de cosas a las que también los jóvenes les siguen dando importancia, pero para lograrlas todo el mundo se somete a una concepción temporal contradictoria con la misma demanda de la vida económica. En última instancia esto puede tener un efecto conformista, pero lo veo más como efecto secundario, no como resultado de una posición.

Entre el consumo y la informalidad_endtitle_

S.CH.: Antes nos referimos a los modos juveniles de 30 o 40 años atrás. Las palabras de aquellos años relacionadas con la juventud se articulaban alrededor de ejes como rebeldía, adaptación, choque, sumisión, imposición, libertad, etc. Podemos suponer que las miradas que se tienden sobre la juventud actual, a partir de las cuales se realizan diagnósticos, son de alguna manera tributarias de aquellas otras miradas del pasado, que sin embargo ya no alcanzan para hacer visibles los fenómenos. Pero la sociedad sigue precisando articular un espacio, digamos, de negociación de tensiones entre lo que es y lo que no es juvenil. ¿Dónde o de qué modo se articula ese espacio?

N.G.C.: Hay hipótesis que me gustaría explorar. De hecho, estoy apoyando un poco la elaboración de la nueva encuesta que va a hacer el Instituto de la Juventud en México. Les parecía que una visión desde la antropología y desde una caracterización de las transiciones que el capitalismo está viviendo ahora en México podía generar preguntas. Una de las conclusiones a las que llegamos fue que justamente el eje de la informalidad era decisivo para entender lo que estaba ocurriendo. No solo informalidad laboral, sino también referida al conjunto de procedimientos de los jóvenes para proveerse de lo que necesitan; los modos de actuar, de responder, de interactuar. Respecto de las tensiones, una de las más resaltantes en las sociedades capitalistas actuales es la incitación al consumo, la obsolescencia de los artículos comprados el año pasado o la presión de la publicidad, mientras al mismo tiempo se estrechan para las mayorías las posibilidades de realización. Esta contradicción se escenifica de manera mucho más violenta y extrema en los jóvenes, el sector con mayores dificultades para incorporarse al mercado de trabajo, y a su vez la capa generacional (jóvenes, adolescentes, niños también) a la que se adjudica desde el marketing la mayor capacidad de consumo. Me parece que, más que un espacio de negociación, es un espacio de escenificación de esa contradicción. Creo también que es uno de los campos en que vale la pena considerar que existe algo así como los adolescentes y los jóvenes, lo digo como una hipótesis precaria y como una delimitación muy móvil. Un espacio que se puede desplazar mucho pero que está instaurado desde los medios y los mensajes publicitarios: la convocatoria a consumir y la descalificación de las formas estructurales de conseguir trabajo.

S.CH.: Una pregunta quizás aventurera: si estuvieras por iniciar un vasto programa de investigación sobre la juventud en el continente, ¿por dónde empezarías y en qué aspectos del fenómeno te detendrías en un primer momento?

N.G.C.: En primer lugar, dudaría mucho de una empresa de investigación de semejante escala debido a la generalizada heterogeneidad. En cualquier país los jóvenes son una categoría difícil de aprehender. La escala latinoamericana me parece de muy difícil comparabilidad. Pero optaría por suponer que hay ciertas zonas estratégicas de la llamada «condición juvenil» en las que estas tensiones radicales de las sociedades contemporáneas se manifiestan más patentemente. Estas que venimos mencionando, la manera como se organizan los artistas jóvenes para lograr producir y comunicar lo que hacen, la manera en que los jóvenes desplazados por migraciones y exilios, por persecuciones políticas, drogadicción o lo que fuere, se reinstalan en sociedades extrañas a su formación familiar. Por ejemplo, la situación de los jóvenes en las organizaciones de narcotraficantes. Quizás el poner en relación esas situaciones muy diversas nos mostraría contrastes, no necesariamente comparaciones, pero sí un altísimo grado de divergencia en estas trayectorias sociales y en las expectativas de las sociedades respecto de la juventud. Aun habiendo escrito hace pocos años sobre América Latina en su conjunto, en este momento necesitaríamos considerar mucho más la heterogeneidad y la discrepancia de itinerarios para entender por qué esto está ocurriendo. Desde luego, estoy muy lejos de cualquier pretensión de hablar de identidades juveniles en la cultura latinoamericana, y también alejado de cualquier intención de hacer generalizaciones fáciles sobre comportamientos generacionales o estilos de vida.

S.CH.: ¿Hasta dónde determina la estructura social? ¿Hasta dónde son iluminadores los datos y registros socioeconómicos para medir este tipo de procesos?

N.G.C.: Hay mapas estadísticos que son indispensables. Lo que hemos visto en la primera encuesta sobre jóvenes en México y en otras encuestas hechas en varios países en cuanto a hábitos culturales y formas de consumo juveniles muestra la existencia de diferencias sumamente nítidas. Por ejemplo, el mayor grado de acceso a procesos digitales, los modos de comunicación, el predominio de los circuitos sobre los espacios, aunque en algunos grupos juveniles el territorio todavía es importante. Y hasta cierto punto esto se puede medir cuantitativamente. Desde luego, son visiones superficiales, que no explican mucho y requieren trabajo etnográfico, estudios cualitativos, situaciones estratégicas para construir un panorama más completo y matizado.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 200, Noviembre - Diciembre 2005, ISSN: 0251-3552


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