Opinión
abril 2018

El partido peronista o el peronismo partido

Hace apenas una semana, la justicia argentina decidió la intervención judicial del Partido Justicialista (PJ), fundado por Juan Domingo Perón. La intervención del principal partido opositor al gobierno de Mauricio Macri permite pensar el contexto del país y los cambios en la estructura de las lealtades políticas.

<p>El partido peronista o el peronismo partido</p>

Vayamos a los hechos. Hace apenas una semana, la jueza federal argentina María Servini de Cubría decidió la intervención judicial del Partido Justicialista (PJ), fundado por Juan Domingo Perón. Se trata, nada menos, que del principal partido político de oposición en Argentina. El enunciado, evidentemente, promueve en sí un escándalo. Y más teniendo en cuenta otros factores. La intervención hizo lugar a una presentación del sindicalista Carlos Acuña, un peronista ligado al poderoso sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo (fue justamente Barrionuevo la persona nombrada como interventor del PJ por la misma jueza).

Lo cierto es que, cada año, el Partido Justicialista suele recibir «de rutina» un pedido de intervención debido a que su funcionamiento interno (la que hace a elecciones internas, congresos, etc.) es débil. El Partido Justicialista es un partido nacional con presencia en todos los distritos del país. Gobernó el Estado nacional durante 24 de los 35 años de democracia, y ha sido y es percibido como un imponente aparato electoral –aunque ya debilitado-. El PJ sufrió, en muchas oportunidades, el propio rechazo de los mismos peronistas. En definitiva, en diversas ocasiones y por razones variopintas, los líderes del peronismo decidieron «jugar» electoralmente por afuera del partido. El dirigente Antonio Cafiero en la década de 1980 creó un espacio «renovador» en su disputa de la provincia de Buenos Aires. En 2013, Sergio Massa elaboró también un Frente Renovador, enfrentándose a la estructura oficial del peronismo en la misma provincia de Buenos Aires (y obteniendo un triunfo). Veamos el último caso: en 2017, la principal figura peronista de la oposición, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, se presentó como candidata a senadora a través de un sello nuevo (Unidad Ciudadana), ya que no aceptó el desafío de un candidato (Florencio Randazzo, ex ministro de su propio gabinete) de ir a internas partidarias. Cristina Kirchner obtuvo el 37% de los votos contra el magro 5% de votos de Randazzo que sí contó con el sello partidario (aunque Cristina perdió esas elecciones contra el candidato oficial de la coalición Cambiemos). Síntesis: el partido peronista (el PJ) nunca fue demasiado relevante ni siquiera para los mismos peronistas. Diríamos: los votos son de los candidatos, no del partido. El mismo Juan Domingo Perón fue consciente de que la creación del partido significaba instrumentar el aparato electoral para una tradición política que se expresaba mejor como «movimiento».

No hay nada más triste que ver morir a un partido político. Pero los partidos no mueren. No tienen fecha de defunción. En todo caso se extinguen. Se evaporan de la escena pública. En Argentina una parte de la biblioteca politológica dice que los partidos políticos gozan de buena salud. Otra, los da por muertos. Hay un año clave: el 2001. La democracia nacida en 1983 tuvo un plan original: reconstruir la política a través de los partidos políticos, sobre todo de los dos más grandes (la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista), capaces de recrear entre ellos un modelo bipartidista que tomó como ejemplo el modelo del sistema español: centro derecha y centro izquierda. ¿Pero quién era quién? Lo cierto es que la crisis social, económica y política que hizo eclosión en diciembre de 2001 derrumbó aquel sistema de partidos nacido en 1983. Sin embargo, como señala el sociólogo Juan Carlos Torre, el 2001 no alcanzó del todo al peronismo, quien sobrevivió y desde 2002 hasta 2015 fungió casi como un subsistema político.

¿Qué pasó en estos días?

El sociólogo Ignacio Ramírez ensaya la existencia de «un fenómeno no solo argentino, que es la erosión de las lealtades partidarias». Lo hace a raíz de una inquietud que viene siendo parte del análisis del resultado electoral de 2015 que se repitió en 2017: ¿por qué muchos trabajadores y muchos pobres votaron por la coalición oficialista Cambiemos? ¿Por qué votaron una opción liberal, que sería «contraria» a sus intereses? Dice Ramírez: «el marxista hablaría de ‘falsa conciencia’, se preguntaría qué hace un trabajador votando al macrismo». Pero esta acumulación de dos derrotas nacionales (2015 y 2017) sume al peronismo en una crisis y una fragmentación que el gobierno (Cambiemos) quiere asegurarse, quiere prácticamente institucionalizar. Cambiemos gana porque tiene partido al peronismo. Y el «favor» de la intervención de la jueza sobre el PJ y el nombramiento de un interventor tan controvertido como Luis Barrionuevo, que ya habló con tono macartista de expulsar al kirchnerismo (la línea que lidera CFK, y que tiene un bastión de votos bonaerenses notables) termina de mostrar las cartas.

Había una vez una Argentina con partidos políticos modelo. Eran dos. Había lugar incluso para terceros. Se reñían en representaciones sociales claras (clase obrera, clase media, sindicatos, empresarios), tenían millones de afiliados, disputaban la calle, tenían líneas, congresos partidarios y elecciones internas para elegir sus candidaturas. A los partidos les iba bárbaro, al país le iba pésimo. Ese bello país politológico de los años ochenta, de la primavera democrática, de la salida de la dictadura, no existe más. En los años noventa, Menem lo mantuvo más o menos vivo, pero la crisis voló ese semblante. Hoy quedan restos, esquirlas, fragmentos y memorias de una partidocracia peronista y radical (y etcéteras) que, paradójicamente, se niega a morir. Y un partido nuevo (Propuesta Republicana - PRO) que lidera y conduce a la coalición Cambiemos, que tiene las formas líquidas que muchos consideran más apropiadas para estos tiempos.

Según datos del primer semestre del 2014, en Argentina hay 6.874.233 de personas afiliadas a 32 partidos políticos nacionales. Un poco más del 15% de la población. La mitad más uno (3.560.158) pertenece al Partido Justicialista, mientras que la Unión Cívica Radical cuenta con 2.170.956. Todos los demás partidos tienen menos de 200.000 afiliados cada uno. Además, el PJ y la UCR son los únicos que están en todas las provincias. La ley de Reforma política que dio lugar a las Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias (PASO) nació como respirador artificial para revivir las dinámicas partidarias, exigirles un piso electoral, promover mayores grados de unidad y coagular los resultados de las elecciones en mayorías. Una buena ley que podríamos medir en un resultado cultural: promovió una unidad estable entre partidos de izquierda trotskista (algo impensado años o décadas atrás). El famoso Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT).

¿Cómo se hace un partido? En primera instancia se otorga la personería provisoria tras la presentación de un acta de fundación, nombre, apoderados, etc., y la «adhesión» de un 4xmil del total del padrón del distrito. La personería definitiva sólo viene luego de que esas adhesiones se conviertan en afiliaciones (de nuevo, mínimo es el 4xmil del padrón), y de la realización de elecciones internas para la designación de las autoridades. Los partidos con presencia en 5 o más distritos pueden convertirse en partidos nacionales.

Muchos, como el ingenioso politólogo Andrés Malamud, descreen de la existencia de una «crisis de partidos». Por el contrario, mencionan la existencia de 5 partidos relevantes: el Partido Jucticialista, la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Movimiento Popular Neuquino y ahora PRO (que conduce la alianza Cambiemos). El PJ y Cambiemos (UCR + Pro + Coalición Cívica) logran alcance nacional, mientras que el PS y MPN limitados a provincias puntuales.

Por supuesto, las autoridades nacionales del PJ intervenido (José Luis Gioja) apelaron y se dio lugar a esta apelación. Con el correr de los días, el rechazo a la intervención judicial se hizo masivo en el peronismo. Casi logró una voz unánime. Desde el kirchnerismo hasta el senador Miguel Pichetto, vocero parlamentario de la mayoría de los gobernadores peronistas, vinculados a una visión más clásica o conservadora del peronismo. La apelación fue judicial y política y la «operación» fue perdiendo consistencia con el correr de los días. Tal vez, más que herir de muerte al viejo partido de los trabajadores y los pobres, le inyectó energía vital. Veremos.


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