Opinión
octubre 2009

El militarismo, las FARC y el Consejo de Defensa Sudamericano

La existencia real de ese Consejo de Defensa está condicionada a que encare una respuesta regional a la cuestión de las FARC. No es concebible un consejo que soslaye su debate, cuando se trata de la amenaza más concreta a la seguridad sudamericana, con conocidos efectos sobre principios básicos del sistema internacional, como es el respeto a la soberanía territorial, por no citar otras derivaciones importantes, como las tensiones causadas por los refugiados, el tráfico de armas y la militarización de las fronteras.

<p>El militarismo, las FARC y el Consejo de Defensa Sudamericano</p>

Todos estamos emocionados con el rescate de los rehenes colombianos. Dejando de lado las dudas sobre numerosos detalles acerca de los procedimientos empleados y las ayudas externas de ambigua legalidad, no hay justificativos para avalar el secuestro de personas. No obstante, no podemos estar contentos. La «Operación Jaque» fortalece a las Fuerzas Armadas. Ahora, los militares colombianos, ostentando su capacitación patrocinada por los norteamericanos, redimieron el orgullo de todos los militares latinoamericanos que fantasean con futuros triunfos. Es la recuperación de la moral perdida entre la superación del autoritarismo y la prostitución en tareas policiales. Es la puerta de entrada a una nueva era de militarismo, descartando la negociación y la diplomacia. Es la época de renovados negocios en la compra de armas. Es además, la constatación del prestigio extremo del uso de la fuerza, mientras los políticos latinoamericanos evaden sus responsabilidades para completar el control civil democrático de las Fuerzas Armadas.

La victoria marcial sin contrapesos de la conducción civil reanima la autonomía militar –nunca superada– en Estados que lograron una incompleta reconstrucción democrática. Mientras esto sucede, los gobiernos latinoamericanos se desentienden del problema de las FARC y eluden una negociación conjunta. O peor aún, se convierten en adalides de la guerrilla arguyendo la reivindicación de los desposeídos.

Hay una Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) en marcha, que propuso el 23 de mayo de 2008 la creación de un Consejo de Defensa Sudamericano. Nelson Jobim, el ministro de Defensa de Brasil, viene visitando desde fines de 2007 las capitales de la región para explicar la iniciativa de este foro, cuyo objetivo sería la coordinación de políticas de defensa para la prevención de conflictos, la realización de ejercicios militares conjuntos y la participación en operaciones internacionales de paz. De forma un tanto más solapada aparece el interés brasileño de continuar expandiendo el equipamiento militar brasileño entre los vecinos sudamericanos.

El mismo día que Brasil hizo su propuesta en el marco de la Unasur, el gobierno de Colombia divulgaba un comunicado de tres puntos que afirmaba que Bogotá no podía ser parte del Consejo de Seguridad Conjunta de Sudamérica, dadas las amenazas del terrorismo y las derivaciones que enfrenta esa nación andina, con un conflicto interno que ya dura más de 40 años. Agregaba que de todas formas Colombia no se oponía a la creación de un grupo de trabajo que estudiara el tema, y el vocero de la Presidencia colombiana, César Mauricio Velásquez, indicaba que Colombia integraría ese grupo.

La existencia real de ese Consejo de Defensa está condicionada a que encare una respuesta regional a la cuestión de las FARC. No es concebible un consejo que soslaye su debate, cuando se trata de la amenaza más concreta a la seguridad sudamericana, con conocidos efectos sobre principios básicos del sistema internacional, como es el respeto a la soberanía territorial, por no citar otras derivaciones importantes, como las tensiones causadas por los refugiados, el tráfico de armas y la militarización de las fronteras. No hay tanto para celebrar. Quedan demasiadas tareas pendientes como para alegrarse con este trofeo militar.



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