El difícil resurgimiento de la izquierda en los Balcanes
Nueva Sociedad 292 / Marzo - Abril 2021
A comienzos de la década de 2010, en momentos en que regímenes neoliberales autoritarios se instalaban en el poder de forma duradera, los Balcanes vivieron un fuerte impulso social. Si bien malograda, esa «primavera de los Balcanes» dejó profundas huellas, aun cuando los deseos de cambio social radical se vieran contrariados por un éxodo que vacía la región.
En febrero de 2014, miles de trabajadores de empresas privatizadas a quienes no se les pagaban los salarios desde hacía meses se rebelaron. El movimiento, que comenzó en la ciudad industrial de Tuzla, en el norte de Bosnia y Herzegovina, no tardó en extenderse a todo el país, a todas las comunidades. Desafiantes frente a los sindicatos y los partidos políticos, los manifestantes se organizaron en «asambleas ciudadanas» e iniciaron así una experiencia de democracia directa. En todas partes, los manifestantes clamaban: «El hambre se dice y escribe igual en bosnio, croata y serbio», lejos de la imagen dominante de los Balcanes, siempre asociada a las guerras de fines del siglo xx y a la idea de una fragmentación nacional y «étnica» generadora de interminables conflictos. En efecto, aun si la memoria traumática de las guerras sigue presente, los países de la región se enfrentan a otros desafíos, los de una «transición» neoliberal que, por haber sido «demorada» con respecto a la de los demás países postsocialistas, no fue sino más violenta, impulsada por elites autoritarias y depredadoras, con el respaldo de la Unión Europea. Ya sean miembros de la ue, como Bulgaria, Croacia, Rumania y Eslovenia, o simplemente candidatos más o menos avanzados en el largo proceso de integración, los países balcánicos pertenecen en efecto a una periferia sudoriental de Europa.
Las guerras de los años 1990 demoraron los procesos de «transición» liberal en las repúblicas surgidas del estallido de la Yugoslavia socialista, mientras que la vecina Albania parecía atrapada por una dinámica de autodestrucción con las revueltas de 1997. Luego de esta «década perdida», fue a comienzos de la década de 2000 cuando los países de los Balcanes emprendieron el camino de su «transición». Mientras los acuerdos de paz de Dayton habían puesto fin a la guerra de Bosnia y Herzegovina en diciembre de 1995 y Kosovo se encontraba desde junio de 1999 bajo el protectorado de la Organización de las Naciones Unidas (onu), toda la región parecía decidida a dar vuelta la página del nacionalismo bélico con la derrota electoral de los nacionalistas de la Unión Democrática Croata (hdz, por sus siglas en croata) en enero de 2000 y la caída del régimen serbio de Slobodan Milošević en octubre del mismo año.
Todos «proeuropeos»
En junio de 2003, el Consejo Europeo de Tesalónica afirmaba que todos los países de los Balcanes estaban «en condiciones» de sumarse a la Unión, pero sin contemplar una adhesión conjunta ni fijar un calendario vinculante: unos tras otros, los Estados de la región debían «pasar el examen» siguiendo un severo régimen de reformas capaces de transformarlos en democracias liberales funcionales. Al parecer, había llegado la hora de iniciar una verdadera revolución cultural y antropológica, la de la «europeización» de los Balcanes. Al finalizar la guerra de Kosovo, el primer ministro británico Tony Blair había mencionado incluso un objetivo mucho más ambicioso, el de «desbalcanizar los Balcanes»1. En una visión civilizatoria con resabios neocolonialistas, se habría tratado de liberar a la región de sus defectos «estructurales» –mala administración, autoritarismo, corrupción, impuntualidad, gusto demasiado pronunciado por las bebidas alcohólicas fuertes y los ajustes de cuentas sangrientos, etc.– para que accediera finalmente a la gloriosa modernidad occidental, que descansa en los sacrosantos pilares del liberalismo económico y político, percibida como el horizonte último de la Historia.
Los países de los Balcanes se comprometieron pues con demora, pero con vivo entusiasmo, en la aplicación de las clásicas recetas neoliberales: privatizaciones masivas, transferencia de los servicios públicos a alianzas público-privadas, espera febril de fabulosas inversiones extranjeras que nunca se concretaron... Sin embargo, las políticas neoliberales gozaban de un amplio consenso en el seno de las elites políticas de la región: contaban con el apoyo tanto de las fuerzas nacionalistas como de los todavía poderosos partidos socialdemócratas de Bosnia y Herzegovina, Croacia o Macedonia, herederos directos de los antiguos aparatos comunistas.
A comienzos del siglo xxi, la vida política se estructuraba en torno de una oposición entre fuerzas pro y antieuropeas, estas últimas opuestas a la integración con argumentos nacionales, incluso «morales», identitarios o religiosos, al ser la Unión percibida como el bastión de un liberalismo cultural que busca cuestionar los valores «tradicionales» de las sociedades candidatas a ingresar en el club. En absoluto cuestionaban el modelo liberal. Los grandes enfrentamientos políticos giraban en torno del juicio a los criminales de guerra y la cooperación con el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia (tpiy), con sede en La Haya, pero también de objetivos simbólicos como la visibilidad de las comunidades lgbti: las primeras marchas del orgullo gay de Belgrado o de Zagreb terminaron en batallas campales entre la policía y grupos de extrema derecha que se proponían atacar a los manifestantes.
No obstante, la integración se impuso finalmente como la única perspectiva ofrecida a todos los países de la región. En 2003, los nacionalistas croatas de la hdz emprendieron un aggiornamento proeuropeo bajo la dirección del primer ministro Ivo Sanader. Fue sin embargo en Serbia donde se produjo el viraje más espectacular. Mientras que el Partido Radical Serbio (srs, por sus siglas en serbio), de extrema derecha, se topaba con un «techo de cristal» de alrededor de 35% de los sufragios, los principales dirigentes de este movimiento, Aleksandar Vučić y Tomislav Nikolić, abandonaban la «vieja casa» para crear un nuevo Partido Progresista Serbio (sns), que se presentaba como una agrupación conservadora y proeuropea. El éxito, favorecido por fuertes apoyos occidentales, acudió rápidamente a la cita: el partido accedió al poder en 2012 y se aseguró dos años más tarde una posición casi hegemónica. Tras haber sido primer ministro, Vučić se convirtió en presidente de la república en 2017, mientras que el sns se sumó al Partido Popular Europeo (ppe), que reúne a las agrupaciones conservadoras del continente.
Paradójicamente, este consenso proeuropeo de las elites políticas y económicas de los Balcanes se produjo justo en el momento en que la perspectiva real de integración se alejaba, producto de la crisis económica y la crisis política e institucional que corroía a la propia Unión. Los nacionalistas de los Balcanes se volvieron «proeuropeos» en el momento mismo en que el proceso de ampliación se debilitaba, pero también perdía su capacidad performativa, su poder de hacer avanzar efectivamente a las sociedades de los países candidatos. Fue un deal muy particular el que tuvo lugar: mientras que la ue ya no estaba en condiciones de ofrecer una perspectiva real de integración a los países de los Balcanes, se conformaba con la llegada al poder de regímenes que sostenían un discurso formalmente «proeuropeo», aun cuando sus prácticas del poder se caracterizaran por una captura del Estado de derecho, una deriva autoritaria cada vez más profunda y un clientelismo sistemático. Se volvieron «proeuropeos» precisamente porque entendieron con claridad que Europa no exigiría nada de ellos.
Este viraje proeuropeo de los nacionalistas tuvo como primer efecto la incomodidad de las corrientes socialdemócratas: en efecto, la integración representaba lo más importante de su programa, una bandera que ahora les era disputada por los nacionalistas. En Serbia, el Partido Demócrata (ds, por sus siglas en serbio), miembro de la Internacional Socialista, inició un interminable descenso a los infiernos a partir del momento en que el sns de Vučić se adueñó de su «fondo de comercio» ideológico. La evolución política de Albania se asemeja mucho a la de Serbia: Edi Rama devino primer ministro en 2013 y puso en funcionamiento un sistema de control hegemónico de la sociedad comparable al que su «amigo» Vučić instauró en el mismo periodo en Serbia. Ambos hombres hacen gala, además, de su cercanía, presentándose como garantes de la «estabilidad regional», aun cuando uno provenga de la extrema derecha nacionalista serbia y el otro continúe dirigiendo el Partido Socialista de Albania: más allá de las etiquetas, ninguna diferencia ideológica los separa.
«Tras la caída del régimen estalinista, Albania vivió durante mucho tiempo al ritmo de una extraña competencia que se denominó bipartidismo. Los intereses político-mafiosos se dividían en dos bandos; unos apoyaban al Partido Democrático (pd), los otros al Partido Socialista, es decir, al heredero directo del antiguo Partido del Trabajo», explica Fatos Lubonja, ex-detenido político de la dictadura de Enver Hoxha y figura de referencia de la izquierda intelectual albanesa. «En 2013, Edi Rama se jugó el todo por el todo: les prometió todo a esos intereses ocultos, que controlan la economía y los medios de comunicación, y estos se le sumaron, ofreciéndole una victoria inapelable. Desde entonces, se cree inamovible». Este extraño statu quo del que los Balcanes aún no se libraron abrió sin embargo un nuevo espacio político en el que la cuestión europea dejó de ser un indicador ideológico, al volverse todos formalmente «proeuropeos».
Una «primavera de los Balcanes» siempre postergada
Este fortalecimiento de los sistemas autocráticos tuvo lugar en 2013-2014, luego de años de una intensa ebullición social, mientras los Balcanes eran castigados por la crisis económica mundial. En efecto, a comienzos de la década de 2010, los países de la región vivieron importantes olas de protestas políticas y sociales, en las que se entrecruzaban los reclamos democráticos con verdaderas revueltas de hambre, como en Bulgaria en 2013, o durante el movimiento asambleario de Bosnia y Herzegovina al año siguiente.
La primera señal provino indudablemente de Croacia, que vio surgir un poderoso movimiento estudiantil en el otoño de 2009, mientras que el país, a pocos años de su adhesión a la ue, formalizada en 2013, buscaba terminar de adecuarse a las normas europeas y, en este caso, a las disposiciones de Bolonia que regulan la enseñanza superior. Estas últimas prevén la obligación del pago de derechos de inscripción, cuando los estudios universitarios eran hasta entonces gratuitos en Croacia. Al denunciar esta medida, el movimiento puso rápidamente en tela de juicio todo el enfoque neoliberal de la educación, pero también del proceso de integración europea. Hizo retroceder provisoriamente al gobierno, pero sirvió sobre todo como primera experiencia política para toda una generación, la primera verdaderamente «postyugoslava», nacida aproximadamente en el momento del estallido de la antigua Federación. Este movimiento tuvo un eco lejano diez años más tarde en Albania, donde la revuelta estudiantil del invierno de 2018-2019 hizo retroceder al gobierno de Rama. En este caso, se trataba menos de oponerse a los acuerdos de Bolonia que a la privatización directa de la educación pública superior.
Una de las olas de protesta más fuertes estalló en la tranquila Eslovenia en el otoño de 2012. Este pequeño y próspero país de dos millones de habitantes, la única de las antiguas repúblicas federadas que logró escapar casi totalmente a los conflictos armados de la década de 1990 y se incorporó a la ue en 2004, vivía a su modo las consecuencias de la crisis mundial, con una deuda externa controlada y una tasa de desempleo que se mantuvo siempre por debajo de 10%; una situación incomparable a la que conocían los demás países de «Europa del Sur» –Grecia, España o incluso Italia–. Los discursos catastrofistas del primer ministro conservador Janez Janša, quien anunció en el otoño de 2012 la casi inminente quiebra del país, tenían sobre todo como objetivo justificar medidas de ajuste y acabar con el modelo social más bien privilegiado que Eslovenia había sabido conservar hasta entonces. Los sindicatos, todavía poderosos, se movilizaron, mientras los manifestantes vilipendiaban a la ue agitando a menudo la bandera de la antigua República Federativa Socialista de Yugoslavia, e incluso el retrato del mariscal Tito2.
No resulta sorprendente que este primer retorno significativo de la yugonostalgia en el plano político haya tenido como escenario Eslovenia. La república ya era muy próspera en los tiempos del Estado común; el modelo de autogestión yugoslavo se experimentó en gran medida en Eslovenia3 y, sobre todo, su salida de la Federación se efectuó casi sin violencia, y por ende sin un trauma sangriento. Hasta entonces, la yugonostalgia se expresaba de manera romántica o folclórica, con la reanudación de las manifestaciones interrumpidas durante dos décadas, como el «Día de la Juventud», cada 25 de mayo, o la asistencia cada vez más numerosa a las conmemoraciones de las grandes batallas libradas por los partisanos en la Segunda Guerra Mundial4. La yugonostalgia se convirtió en una referencia política, un modelo, desde luego idealizado, oponible a las elites nacionalistas y corruptas: los retratos del mariscal Tito enarbolados durante las manifestaciones del invierno de 2014 en Bosnia y Herzegovina eran numerosos.
Esta referencia a Tito y la Yugoslavia socialista era habilitada por un conjunto de razones. A diferencia de los demás países del denominado «socialismo real», la experiencia socialista yugoslava sigue siendo percibida de manera positiva, con el recuerdo de buenas condiciones de vida, libertad de circulación y el orgullo de haber pertenecido a un país respetado en la escena internacional. El famoso «pasaporte rojo» de Yugoslavia era uno de los más cotizados del mundo, ya que permitía desplazarse sin visa tanto en los países socialistas como en los de Europa occidental y en la casi totalidad de los países de África y Asia... La comparación no favorece a los pasaportes de los Estados sucesores, mientras el monopolio político de la Liga de los Comunistas se conformaba con vastos espacios de libertad intelectual o artística. Este recuerdo de Yugoslavia está asociado sobre todo al periodo final de la Federación, la década de 1980, caracterizada por una rápida mejora del bienestar material, en momentos en que se agravaban los peligros que arrastrarían a la Federación (endeudamiento, tensiones entre las burocracias de cada una de las repúblicas federadas, profundización de las diferencias internas en términos de desarrollo, etc.). Quienes vivieron este periodo conservan un recuerdo idealizado, los más jóvenes sueñan con una época dorada...
Solo Kosovo constituye, en cierta medida, una excepción, al ser allí la referencia «yugoslava» menos natural como consecuencia de las tensiones albano-serbias, aunque exista también la tentación de idealizar los «bellos años» de la autonomía de esta provincia (reducidos al periodo que se extiende entre la reforma constitucional de 1974 y las manifestaciones de 1981). En el «mercado de las utopías», la referencia yugoslava sigue siendo, de todas formas, la única disponible: el nacionalismo mostró trágicamente sus límites –no solo debido a las guerras, sino también al mar de corrupción en el que se hundieron todos los «patriotas» de los años 90, ya sea en Croacia, Bosnia y Herzegovina o Kosovo–. Y la esperanza de una «normalidad» europea se aleja al mismo tiempo que se desvanece la perspectiva de integración.
Sin embargo, las referencias de los manifestantes eslovenos de 2012, al igual que las de los de Bosnia y Herzegovina en 2014, no se reducían a esta Yugoslavia idealizada, sino que se inscribían en un ciclo europeo y mundial. Croacia tuvo también su movimiento de indignados, en 2011. La referencia explícita a una «primavera de los Balcanes», haciéndose eco de las primaveras árabes, fue rápidamente formulada, mientras se observaba la experiencia de otros movimientos, ya sea Occupy Wall Street o las violentas protestas que sacudieron Grecia. A pesar de la relativa cercanía geográfica, la influencia griega se mantuvo relativamente limitada, y Syriza, al igual que los demás movimientos de la izquierda radical griega, nunca buscaron desarrollar redes en los Balcanes. El espectáculo de la caída griega puso sin embargo en tela de juicio las convicciones de los eurófilos más optimistas: ¿cómo conciliar el sueño de prosperidad ligado a la integración europea con la poción amarga de las medidas de ajuste impuestas por la troika?
Los sueños de una primavera de los Balcanes se desvanecieron rápidamente, mientras que la ue veía con buenos ojos la llegada al poder de «regímenes fuertes» como el de Rama en Albania o Vučić en Serbia. En efecto, representaban la mejor garantía contra los riesgos de estallido social; eran garantía de «estabilidad». La mirada de la «comunidad internacional» puesta sobre los reclamos sociales de comienzos de la década era categórica. En febrero de 2014, cuando el movimiento de las asambleas estallaba en Bosnia y Herzegovina, el Alto Representante para Bosnia y Herzegovina, el austríaco Valentin Inzko, no buscó dialogar con representantes de los manifestantes, sino que solicitó un refuerzo de los efectivos militares de la misión europea eufor-Althea, con el fin de hacer frente al riesgo de «desestabilización» del país. Este funcionario, designado por la ue, tenía como misión velar por el respeto de las disposiciones de los Acuerdos de Dayton, pero también favorecer el resurgimiento de una sociedad «pluriétnica» en el país. Sin embargo, frente a las manifestaciones que congregaban a todas las comunidades, vio sobre todo el riesgo de una subversión social.
La defensa de los espacios públicos
A lo largo de la década, surgieron nuevas formas de movilización, con luchas libradas en defensa de los espacios públicos contra proyectos de inversiones turísticas o de renovación urbana que suponían su privatización: movilizaciones en Dubrovnik contra la creación de un enorme complejo turístico y residencial en la colina de Srđ, que incluía dos campos de golf, con la consigna «Srđ je naš» [Srđ es nuestra]; contra los inmensos proyectos urbanísticos Skopje 2014 en Macedonia, o el Belgrade Waterfront, en Serbia. Todos ellos eran proyectos sospechados además de servir para lavar dinero sucio. Se realizaron también importantes movilizaciones en defensa del medio ambiente, contra la contaminación del aire, que alcanza niveles catastróficos en las grandes ciudades de los Balcanes5, o incluso contra la construcción de represas y minicentrales hidroeléctricas en los ríos vírgenes de la región. Financiadas durante mucho tiempo por la ue, estas construcciones se asemejan a menudo a operaciones de green-washing de capitales de origen muy turbio, que provocan daños ambientales irreversibles. En Albania, al igual que en Bosnia y Herzegovina o en Montenegro, fueron las comunidades rurales las que se movilizaron6. «Perdimos todo con la transición. Ya no hay fábricas ni trabajo», explicaban defensores del ecosistema Sinjajevina, en el norte de Montenegro. «Solo nos queda la naturaleza y el agua que brota de las montañas. Ahora bien, hasta eso nos quieren quitar…».
En Kosovo, durante el invierno de 2015-2016, el movimiento de izquierda soberanista Vetëvendosje! [¡Autodeterminación!] organizó fuertes y violentas manifestaciones contra el contenido de los acuerdos económicos en proceso de negociación con Serbia. Este movimiento, que goza de un enorme apoyo entre la juventud, articula nacionalismo albanés, denuncia de la corrupción de las elites en el poder y crítica radical del intervencionismo occidental en los asuntos internos de Kosovo. Dirigido por un líder carismático, Albin Kurti, Vetëvendosje! goza también de una gran aceptación en Albania o en las comunidades albanesas de Macedonia del Norte, pero su nacionalismo le impide extenderse más allá y complica incluso sus relaciones con las demás agrupaciones de izquierda en la región7.
Estas movilizaciones también encontraron sus límites en el movimiento de éxodo masivo que afecta a todos los países de la región y que se intensificó precisamente en 2014-2015. En Bosnia y Herzegovina, este fenómeno, de una dimensión inédita desde el fin de la guerra, está muy directamente ligado a la pérdida de esperanza como consecuencia del fracaso del movimiento asambleario. En 2015, en pocas semanas, entre 7% y 8% de los habitantes de Kosovo partieron hacia Alemania, en un movimiento de pánico totalmente inédito en tiempos de paz. Ahora bien, no son los más pobres quienes se van, sino los profesionales o personas con reconocidas competencias técnicas que consiguen fácilmente trabajo y papeles en Alemania, cuyas necesidades de mano de obra parecen permanentes, se trate de profesionales de la salud o de trabajadores de la construcción8. Los dirigentes de la región ven este éxodo con buenos ojos: permite reducir artificialmente las cifras de desempleo, encontrar una vía de escape a la presión social, mientras que quienes se marchan podrían movilizarse a favor del cambio. Tanto en Serbia como en Kosovo o Macedonia, se agitaron las mismas pancartas: «Salgo a la calle porque no me quiero ir». Unos meses más tarde, quienes las portaban emprendieron con frecuencia el camino del exilio. Esta sangría demográfica jugó un papel importante en el agotamiento de los movimientos de protesta y sigue afectando todas las perspectivas de cambio.
A pesar de ello, fue posible el surgimiento de una nueva oferta política. En Eslovenia, la coalición Združena Levica (Izquierda Unida) obtuvo sus primeros representantes en el Parlamento Nacional en 2014. Convertida en Levica (La Izquierda), reforzó sus posiciones en 2018 recogiendo alrededor de 10% de los votos. En otras partes, fueron sobre todo movimientos de origen municipalista los que, inspirándose en las numerosas manifestaciones en defensa de los espacios públicos, participaron finalmente en las elecciones, como Zagreb je naš (Zagreb es nuestra) en Croacia, o Ne da(vi)mon Beograd (No ahoguemos Belgrado) en Serbia.
En Croacia, estas corrientes municipalistas, reunidas en la plataforma Možemo (Podemos), lograron aliarse con otras fuerzas de izquierda, ya sean militantes decepcionados, y más bien envejecidos, del Partido Socialdemócrata (sdp) reunidos en la Nova Ijevica (Nueva Izquierda) o aquellos más radicales del Radnička Fronta (Frente de los Trabajadores). La coalición de la izquierda ecologista causó sorpresa en las elecciones parlamentarias de julio de 2020 al obtener siete de las 151 bancas del Sabor, el Parlamento croata. En la circunscripción de Zagreb, los candidatos de Možemo se impusieron sobre los del Partido Socialdemócrata; en la de Rijeka, el alcalde socialdemócrata fue superado por la líder del Frente de los Trabajadores, Katerina Peović. Este triunfo, que ninguna encuestadora había previsto, permite augurar nuevas victorias en las municipales de 2021, aun cuando las relaciones entre los dos principales componentes de la coalición –Možemo y el Frente de los Trabajadores– se hayan deteriorado mucho.
Como una paradoja, la crisis del coronavirus podría en efecto barajar de nuevo las cartas en un sentido inesperado. En un primer momento, en la primavera de 2020, como en todas partes del mundo, la epidemia permitió a los autócratas balcánicos reforzar el carácter autoritario de sus regímenes en nombre de las exigencias sanitarias9, pero también tuvo como otro efecto notable forzar el regreso de los migrantes o bien obligar a permanecer a quienes no se fueron aún. Se trata de jóvenes activos, poco sospechados de simpatizar con los regímenes vigentes, a los que no les deben nada, y que ven acentuadas sus frustraciones por el contexto pandémico. Su presencia masiva jugó ciertamente un papel importante en las manifestaciones antigubernamentales que sacudieron Bulgaria en el verano de 2020, e influyeron también en los resultados de las diferentes elecciones celebradas ese año, se trate de las elecciones parlamentarias en Montenegro del 30 de agosto de 2020 o de las municipales de Bosnia y Herzegovina el 15 de noviembre.
En Montenegro, fue el veterano de la política balcánica, el inamovible Milo Đukanović, en el poder desde 1989 y siempre un aliado privilegiado de Occidente a pesar de los lazos orgánicos entre su régimen y el crimen organizado, quien sufrió la primera derrota electoral de su extensa carrera. Su Partido de los Socialistas Democráticos (dps, por sus siglas en montenegrino) –que es menos «democrático» que «socialista»– fue derrotado por una oposición, desde luego ideológicamente heteróclita, pero que logró formar un gobierno e iniciar una radical depuración del aparato de Estado. En Bosnia y Herzegovina, los partidos en el poder sufrieron una serie de reveses, particularmente los nacionalistas bosnios musulmanes del Partido de Acción Democrática (sda, por sus siglas en bosnio), derrotados en Sarajevo por una coalición entre los socialdemócratas y Naša stranka (Nuestro Partido), una agrupación híbrida en la que conviven desde un ala social liberal hasta corrientes municipalistas muy comprometidas en la defensa de los espacios públicos, como las luchas contra la privatización del agua.
El caso de Albania se presenta una vez más con una dinámica propia. Mientras que la referencia de izquierda parecía imposible de sostener en este país debido al enorme peso de la herencia estalinista y la vida política se reducía a un enfrentamiento clientelista entre los partidos Democrático y Socialista, un pequeño puñado de militantes alteró la situación. Reivindicando el marxismo-leninismo, el grupo Organizata Politike (Organización Política, op) desempeñó un papel central en el movimiento estudiantil de 2018-2019, pero también en la lucha de los mineros de cobre de Bulqizë en 2019 o en la creación del primer sindicato de trabajadores de call centers, muy desarrollados en Albania para cubrir el mercado italiano10. op está también muy presente en las luchas feministas y lgbti. En una sociedad devastada por la violencia de la transición, pero también por el éxodo, donde ni siquiera existen sindicatos dignos de ese nombre, este pequeño grupo tiene todo por reconstruir, y lo hace según los principios clásicos del leninismo, asegurando la formación teórica de sus militantes, pero todavía no ha intentado la experiencia electoral.
Pensar desde la periferia
En mayo de 2020, en plena crisis del coronavirus, cuando debía celebrarse en Zagreb una cumbre de la ue, numerosas organizaciones de la sociedad civil de los países candidatos de la región lanzaron un llamado para exigir una verdadera democratización, ligada o no a la integración europea11. Mientras que muchos actores de las movilizaciones sociales habían postergado durante largo tiempo sus esperanzas en este sentido, actualmente comprenden que no pueden contar solo con sí mismos para ver finalmente un cambio en sus sociedades. Estos militantes comprendieron también que los países ya miembros de la Unión compartían con aquellos que todavía son candidatos un destino común: el de pertenecer a una periferia marginada del «centro» europeo –la adhesión formal no cambió nada de esta posición, tal como lo revelaron los ejemplos de Bulgaria y Rumania en 2007, o el de Croacia en 2013–. En efecto, ¿qué lugar les reserva la Unión a los países de los Balcanes? Desde la mirada de Bruselas, solo cuenta la «estabilidad» garantizada por los autócratas locales; los objetivos geopolíticos de la región se reducen esencialmente a la dimensión securitaria: los riesgos ligados a la radicalización islámica y, sobre todo, las migraciones. En 2015, más de un millón de personas emprendió la «ruta de los Balcanes», y esta sigue siendo, a pesar de su cierre teórico en marzo de 2016, una de las principales vías que unen Cercano Oriente con los países de Europa occidental. La misión de los Balcanes sería ante todo servir pues de buffer-zone, de glacis que proteja la «fortaleza Europa». La región tiene además la doble misión de proveer mano de obra calificada y barata a los países occidentales que la necesitan, como Alemania, lo que supone mantener un nivel de calidad mínima de los servicios públicos de educación, pero también albergar talleres deslocalizados de países del «centro».
En este contexto, varias organizaciones de izquierda (La Izquierda de Eslovenia, el Frente de los Trabajadores y Nueva Izquierda en Croacia, el Partido de la Izquierda Radical de Serbia) adoptaron, en julio de 2020, una «Declaración sobre la Solidaridad Regional» que destaca los valores de la solidaridad, el antifascismo, el feminismo y la defensa de los derechos sociales.
La visión utilitarista de los Balcanes promovida por la ue se aleja, en efecto, de las esperanzas de democratización y armonización social ligadas desde hace tiempo al objetivo de la integración. Los países balcánicos deben reinventar los caminos a seguir, lo que también presupone la recuperación de su subjetividad política. Es probable que el mundo postcovid-19 sea también de postilusión europea, y en este contexto sin precedentes pueden surgir las tendencias más inesperadas. En Montenegro, la Iglesia ortodoxa ha desempeñado un papel decisivo en la dinámica del cambio democrático, mientras que Kosovo asiste a la aparición de una izquierda nacionalista con el mencionado movimiento Vetëvendosje! y su carismático líder Albin Kurti, quien obtuvo un auténtico triunfo en las elecciones parlamentarias del 14 de febrero pasado, con casi 50% de los votos y la seguridad de formar el nuevo gobierno. Vetëvendosje! es en muchos sentidos un movimiento atípico. Formado por activistas de izquierda radical con una sólida cultura política, profesa, al mismo tiempo, un nacionalismo albanés que lo ha mantenido durante mucho tiempo a distancia de otros movimientos de izquierda de la región. Esta síntesis entre compromiso de izquierdas y fuertes preocupaciones sociales, una marcada crítica a las formas internacionales de tutela, incluida la de la ue, sin olvidar el peso abrumador de un líder carismático, evoca, de forma inédita en Europa, los populismos de izquierda de América Latina. Queda por ver si Vetëvendosje!, una vez en el gobierno, conseguirá llevar a cabo la política por la que lo votó el electorado. En cualquier caso, la magnitud de su victoria abre un animado debate entre todas las fuerzas de izquierda de los Balcanes.
Nota: traducción del francés de Gustavo Recalde.
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1.
J.A. Dérens y Laurent Geslin: «Les Balkans, l’autre échec de l’Europe. Des frontières entre imaginaire et idéologie» en La Revue du Crieur No 3, 2017.
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2.
J.A. Dérens: «En Slovénie, la stratégie du choc» en Le Monde diplomatique, 3/2013.
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3.
El modelo de autogestión le debe mucho al dirigente comunista esloveno Edvard Kardelj, estrecho colaborador de Tito. Ver Jože Pirjevec: Tito, une vie, Éditions du CNRS, París, 2017.
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4.
J.A. Dérens: «Ballade en Yougonostalgie» en Le Monde diplomatique, 8/2011.
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5.
Esta contaminación es menos provocada por las actividades industriales que por un parque automotor de segunda mano envejecido y el recurso masivo a la calefacción a leña, tras el frecuente abandono de los sistemas públicos de calefacción colectivos.
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6.
J.A. Dérens y L. Geslin: «La destruction programmée des dernières rivières sauvages d’Europe» en Mediapart, 15/8/2019
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7.
J.A. Dérens: «Essor d’une gauche souverainiste au Kosovo» en Le Monde diplomatique, 12/2017.
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8.
J.A. Dérens y L. Geslin: «Ce exode qui dépeuple les Balkans» en Le Monde diplomatique, 6/2018.
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9.
Biepag: «The Western Balkans in Times of the Global Pandemic», informe de políticas, 4/2020.
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10.
J.A. Dérens y L. Geslin: «L’Albanie, bon élève à la dérive» en Le Monde diplomatique, 9/2020.
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11.
«Deklaracija organizacija civilnog društva ususret zagrebačkog eu Summita o Zapadnom Balkanu», disponible en https://www.cms.hr/hr/izgradnja-mira-u-hrvatskoj/deklaracija-organizacija-civilnog-drustva-ususret-zagrebackog-eu-summita-o-zapadnom-balkanu