Opinión
abril 2012

Cuba y la Iglesia católica, un matrimonio de conveniencia

Los cubanos acabamos de asistir a la puesta en escena de una obra de teatro “castrocatólica” (para decirlo con un neologismo de reciente acuñación). Para acoger al Papa Benedicto XVI, el gobierno cubano volcó sus escasos recursos y su vasta experiencia en la organización de actos de masas, de modo que durante algunas horas Cuba pareció el país más católico del mundo mientras celebraba el aniversario 400 del hallazgo de la imagen de la virgen María en la bahía de Nipe. Previamente, y durante un año entero, la imagen de la Virgen peregrinó por toda Cuba, algo que estuvo prohibido hacer cuarenta años. Cuando uno veía caminar juntos a los jerarcas eclesiásticos y a las autoridades políticas y civiles de cada localidad, se podía pensar que vivíamos en un Estado teocrático. El cardenal Ortega estaba radiante. La armonía era total.

<p>Cuba y la Iglesia católica, un matrimonio de conveniencia</p>

Los cubanos acabamos de asistir a la puesta en escena de una obra de teatro “castrocatólica” (para decirlo con un neologismo de reciente acuñación). Para acoger al Papa Benedicto XVI, el gobierno cubano volcó sus escasos recursos y su vasta experiencia en la organización de actos de masas, de modo que durante algunas horas Cuba pareció el país más católico del mundo mientras celebraba el aniversario 400 del hallazgo de la imagen de la virgen María en la bahía de Nipe. Previamente, y durante un año entero, la imagen de la Virgen peregrinó por toda Cuba, algo que estuvo prohibido hacer cuarenta años. Cuando uno veía caminar juntos a los jerarcas eclesiásticos y a las autoridades políticas y civiles de cada localidad, se podía pensar que vivíamos en un Estado teocrático. El cardenal Ortega estaba radiante. La armonía era total. Pero, como se sabe, las apariencias suelen engañar. La Iglesia en Cuba nunca ha tenido mucha influencia. Ella es consciente de que los cubanos – para decirlo con una frase popular – “solo se acuerdan de Dios cuando truena”. Las primeras décadas de la Revolución fueron desastrosas para la Iglesia. Sólo desde mediados los años 80, y sobre todo a partir de los 90 y, más aún, desde la visita de Juan Pablo II en 1998, pudo iniciar un lento pero sostenido proceso de recuperación de los viejos espacios. Es en ese contexto que hay que ver y entender la visita de Benedicto XVI y el comportamiento de la jerarquía católica. Salta a la vista que la Iglesia cubana tiene una agenda propia muy flexible y orientada al mediano y largo plazo. Quienes se quejan de su cada vez más estrecha colaboración con el gobierno y de su silencio ante supuestas o reales violaciones de los derechos humanos, olvidan o ignoran una realidad: la Iglesia sabe que en Cuba, la llamada oposición – para decirlo nuevamente con una frase popular– “ni pinta ni da color”; es decir, no constituye un factor de poder ni de cambio. El “socialismo” cubano no es un simple calco del que existió en Europa Oriental. Por eso suelo imaginar a nuestros jerarcas católicos rogándole a Dios en sus rezos una señal que les permita descubrir lo antes posible el nombre del futuro Gorbachov cubano. Al comparar las visitas del Papa a México y Cuba son notables las diferencias y el poder real de la Iglesia en cada caso. En México el Papa fue bastante claro al abordar los problemas del país en sus discursos: condenó el aborto, el narcotráfico y la violencia, se reunió con algunas víctimas del estado de cosas allí reinante. En Cuba, por el contrario, practicó lo que alguien ha llamado silencios tácticos; todos los discursos y declaraciones estuvieron llenos de lugares comunes y de ideas formuladas de tal manera que cada cual puede arrimar la brasa a su propio caldero, según le convenga. Y cuando fue explícito, lo hizo en temas caros al gobierno, por ejemplo, al condenar el embargo norteamericano Se ha sobrevalorado la llamada mediación de la Iglesia Católica para liberar a los presos políticos encerrados en 2003. Es que fue la torpeza y la arrogancia del gobierno la que lo llevó a verse contra la pared; unos años atrás la gestión mediadora de la Iglesia habría sido rechazada con gesto displicente. El gobierno solo usó a la Iglesia para salir del atolladero guardando las apariencias. Y la Iglesia vislumbró una oportunidad de ganar prestigio, poder e influencia al aparecer como especie de contraparte del gobierno. Como consecuencia de ello se encuentra actualmente en una situación muy ambivalente: ha recuperado espacios de autonomía que, sin embargo, algunos elementos política y socialmente discriminados y marginados de nuestra sociedad han tratado de usar en beneficio propio, lo que ha obligado a la Iglesia a posicionarse claramente y a mostrarse aún más complaciente con las posiciones del gobierno, hablando incluso el mismo idioma que este. Pero ninguna de las partes se engaña acerca de lo que piensa y quiere la otra, y cada parte sabe que la otra sabe. Por otro lado, esta nueva visita de un Papa a Cuba ha revelado que está perfectamente justificado hablar de pos-revolución y de pos-ideología en nuestro país. Ya no hay brújula. Leyendo los artículos aparecidos en la prensa cubana y escuchando a los periodistas en la televisión no queda más remedio que concluir que, actualmente, es de buen tono creer en Dios o, por lo menos, fingirlo. Ahora se instrumentaliza el otrora mal visto y castigado sentimiento religioso para legitimar el nacionalismo revolucionario (“patria y fe”) ya bastante vacío de ortodoxia marxista. Pero uno siente vergüenza ajena al escuchar cómo se miente por omisión o a sabiendas (“Esta visita es reflejo de más de 70 años de armónicas relaciones entre Cuba y el Vaticano”). ¿Acaso Fidel Castro no fue excomulgado por el Vaticano ya en 1962? Ni Fidel Castro ha sido perdonado ni el Estado cubano ha pedido disculpas por sus atropellos. La Iglesia está dispuesta a ir lejos en su matrimonio de pura conveniencia con el gobierno cubano. Pocas horas antes de la misa en la Plaza de la Revolución, Fidel Castro anunciaba personalmente en la prensa que, al concluir la misa, se reuniría con el Papa, tras conocer que a este “le agradaría ese modesto y sencillo contacto”. Pero el excomulgado Fidel ya es solo un ciudadano común, sin ningún atributo formal de poder. Se trata de zalamerías que no pueden ocultar el oportunismo de las partes. Pienso que los cubanos se volverán aún más escépticos a partir de ahora. El panorama de los ancianos obispos y arzobispos en las misas recordaba demasiado a nuestra propia geriátrica dirigencia, que es la que más ha ganado con esta visita al ofrecer una imagen de estabilidad y tolerancia religiosa. Probablemente el cubano común intuya que de parte de la Iglesia tampoco habrá de venir nada nuevo ni bueno para él. Un indicio de ello es que, al otro día de partir el Papa, la vida en La Habana volvía a ser “business as usual”.

*Traductor y filólogo cubano. Los artículos de opinión que se publican en el sitio web son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de Nueva Sociedad. La reproducción de los textos es bienvenida a través de todos los medios electrónicos e impresos, con la referencia correspondiente y el espíritu de reciprocidad que caracteriza a la revista.


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