Opinión

¿Jeremy Corbyn en su hora más gloriosa?


agosto 2019

Boris Johnson tiene una estrategia clara para el Brexit. Pero la oposición laborista debe ser igualmente clara. Jeremy Corbyn debe mostrar a los votantes que un gobierno de Johnson convertirá a Reino Unido en un vasallo de Trump y de multinacionales ansiosas por usurpar el lugar de las instituciones más valoradas del país.

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Boris Johnson es el primer mandatario británico en mucho tiempo que está libre de dilemas en relación con su postura ante la Unión Europea. Para bien o mal, su estrategia para obtener el poder lo dejó con una sola opción viable: descartar una negociación con la UE antes del plazo para el Brexit (31 de octubre), llamar a elección general ese día, buscar un mandato popular para una salida de Europa sin acuerdo, sin peros, sin condiciones, y después sentarse a ver sudar tinta a sus adversarios dentro y fuera del país.

Dejando a un lado las desventajas obvias de un Brexit sin acuerdo, Johnson no tiene ninguna alternativa funcional. Viajar a Bruselas a renegociar el acuerdo de su predecesora sería un error táctico. El fracaso de Theresa May reflejó la incapacidad de distinguir entre el interés general de la UE y los motivos particulares de su establishment. Puestos a elegir entre proteger las ganancias de los exportadores continentales y reafirmar el modus operandi de la burocracia, el negociador principal de la UE, Michel Barnier, y los líderes políticos que lo respaldan optarán infaliblemente por lo segundo. Por eso rechazarán cualquier propuesta de cambios significativos al acuerdo de retirada negociado por el gobierno de May, incluso cambios que beneficiarían a la UE a largo plazo.

Es improbable que Johnson repita el error de May. Quizá se sienta tentado a probar sus habilidades retóricas con la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron. Pero Dominic Cummings, su jefe de gabinete en la práctica (y astuto director de «Vote Leave», la campaña de 2016 a favor de abandonar el bloque), sin duda le recordaría que lo último que necesita es mostrarle otra vez a la opinión pública británica el espectáculo de su gobernante regresando desde el continente con las manos vacías. Tras explotar esa sensación de humillación para convertirse en primer ministro, sería absurdo que Johnson la perpetuara.

A falta de perspectivas realistas de una negociación significativa antes del 31 de octubre, y frente a un Parlamento dividido e incapaz de ponerse de acuerdo en alguna opción para el Brexit, Johnson puede llamar a elección general ese mismo día. De tal modo, conseguiría a un mismo tiempo neutralizar a sus parlamentarios rebeldes y presentar a los votantes una opción tajante: «apoyarme y poner fin ahora mismo a este desgraciado proceso del Brexit, o dejar que esta ignominia continúe bajo un gobierno laborista liderado por Jeremy Corbyn, que quizá necesite el apoyo de los nacionalistas escoceses que quieren acabar con el Reino Unido».

Los comentaristas y políticos opositores que señalan que la opinión pública es consciente de los muchos defectos de carácter de Johnson parecen subestimar el atractivo de terminar de una vez por todas una negociación que los británicos (partidarios o detractores del Brexit por igual) consideran vergonzosa. Lanzar un manifiesto por un «Brexit duro» ayudaría a Johnson a destruir el advenedizo partido del Brexit y a reunir al electorado favorable a la salida del bloque por primera vez desde su victoria en el referendo de junio de 2016.

En tanto, los partidarios de quedarse en la UE siguen profundamente divididos no solo entre liberaldemócratas y laboristas, sino también entre los defensores de Reino Unido y los nacionalistas escoceses y galeses. Pocas veces en la historia un nuevo primer ministro al mando de un gobierno desordenado y con un partido dividido tuvo un camino tan claro hacia una posible hegemonía.

Pese a las encuestas de opinión que sugieren un renacimiento de los liberaldemócratas, gracias a su postura inequívocamente europeísta, el único impedimento en la ruta de Johnson a la hegemonía es el Partido Laborista de Corbyn. Los europeístas más ardientes fustigaron a Corbyn por negarse a convertir al laborismo en ala electoral de la campaña para revertir el Brexit. Citan sus críticas al sesgo oligárquico y proausteridad inherente a la UE como prueba de que no hablaba en serio cuando en junio de 2016 hizo campaña por permanecer en la UE comprometiéndose al mismo tiempo a reformar el bloque.

Pero Corbyn no se equivocó al matizar su apoyo a la permanencia. No fueron Vladímir Putin, Facebook o las mentiras patentes de la campaña del Leave los que impulsaron el triunfo del Brexit. Tampoco la postura crítica expresada en las plataformas de aquellos (incluido DiEM25) que, como Corbyn, hicimos una campaña del tipo de: «En la UE, ¡contra esta UE!».

No, los mejores aliados del Leave fueron las figuras del establishment, de Tony Blair a Christine Lagarde, que oscilaron entre una campaña del miedo (advertir de un Armagedón post‑Brexit) y una descripción edulcorada de la UE que no menciona sus procesos antidemocráticos de toma de decisiones, la misantropía en su manejo de la crisis del euro y su prontitud a firmar acuerdos comerciales con Estados Unidos pasando por encima de la autoridad de los parlamentos y poniendo en riesgo algunos de los mayores logros de la UE.

Desde el referendo de 2016, una atmósfera de guerra civil ha vuelto casi imposible mantener una conversación civilizada entre miembros de ambos campos. Corbyn tuvo el coraje de tratar de mantenerlos unidos dentro del laborismo mediante la búsqueda de una solución intermedia honrosa: que Reino Unido abandone formalmente la UE para respetar el resultado del referendo, pero que permanezca en la mayor cantidad posible de estructuras del bloque (incluida una unión aduanera). En vez de aplaudir a Corbyn por este difícil acto de equilibrio, sus adversarios dentro del Partido Laborista, unidos a un establishment liberal sin principios suficientes para mandar a todos los partidarios del Brexit con Nigel Farage y Johnson, lo atacaron con una agresividad extraordinaria.

Pero eso es tiempo pasado. Ahora que Johnson es primer ministro y su estrategia está clara como el agua, la tarea de Corbyn es exponer la verdad respecto del Brexit «sin acuerdo» a la manera de Johnson (en concreto, que implica un Brexit «con acuerdo» a la manera de Trump) y plantear el plan laborista para poner fin de inmediato a la tortura interminable del Brexit.

Lo primero que debe hacer Corbyn es mostrar a los votantes que un gobierno de Johnson convertirá al Reino Unido en un Estado vasallo de los Estados Unidos trumpianos y de multinacionales ansiosas por usurpar el lugar de las instituciones más valoradas del país (especialmente, el Servicio Nacional de Salud). Johnson atará a Reino Unido a una alianza global de regímenes populistas/nacionalistas y destruirá sus posibilidades de estar a la vanguardia de Europa y del mundo en un nuevo pacto ecológico que modernice el fallido modelo económico británico basado en impuestos, salarios e inversión bajos, flexibilidad laboral y desregulación financiera.

La segunda tarea de Corbyn es ofrecer una alternativa para poner fin a la humillación de las negociaciones en marcha. Eso implica comprometerse a revocar la solicitud de salida conforme al artículo 50, para darle a un gobierno laborista tiempo para implementar una agenda de políticas antiausteridad y basada en la inversión proecológica, a tono con el internacionalismo progresista del partido, y al mismo tiempo organizar una Asamblea Deliberativa Ciudadana para formular las preguntas que se plantearán a los votantes en un segundo referendo por el Brexit.

Una elección general que se dirima entre estas dos alternativas inequívocas, la de Johnson y la de Corbyn, daría por fin al pueblo británico el poder de determinar el futuro de su país.

Fuente: Project Syndicate

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