Opinión
julio 2018

Colombia: «¿bye bye South America?»

El nuevo presidente colombiano parece decidido a abandonar la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Iván Duque ya ha convocado a otros presidentes a seguir sus pasos. Retirarse del bloque regional sería un grave error.

<p>Colombia: «¿bye bye South America?»</p>

Hace unos años, el político chileno de derecha y editor económico de El Mercurio, Joaquín Lavín, escribió una nota titulada «Bye Bye Latin America» en la que proclamaba la plena inmersión de Chile en la globalización y la poca necesidad de mirar hacia la región.

En Colombia, la entrada en vigor de los Tratados de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos (2012) y con la Unión Europea (2013), la reciente incorporación a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la nueva condición de «socio global» de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) podrían inducir a una tentación: proclamar un «bye bye South America»; un aval a la idea de estar en un vecindario prescindible e irrelevante desde el punto de vista diplomático.

Como se sabe, en abril, cuando la presidencia pro tempore de Unasur pasaba a Bolivia, seis países –Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay– suspendieron su participación en la organización, y quizás Colombia contemple retirarse definitivamente. Esta sería una decisión desacertada. Poco ha cambiado en América del Sur en los últimos dos meses: la situación en Venezuela sigue inestable, el deterioro es persistente, la oposición sigue careciendo de unidad y los espacios para una solución política negociada siguen obstruidos. El Grupo de Lima, como ámbito para abordar la cuestión venezolana, no ha ofrecido iniciativas imaginativas ni promisorias, y la OEA no puede repetir, sin costos institucionales y en cada nación de la región, la experiencia de los sesenta con Cuba y expulsar ahora a Venezuela. Abandonar Unasur no modifica en nada el prolongado estancamiento negativo que revela el caso de Venezuela.

Asimismo, Colombia enfrenta desafíos fundamentales en su relación con Venezuela derivados del éxodo migratorio y las recurrentes controversias bilaterales. Con Nicaragua tiene problemas por la nueva demanda ante la Corte Internacional de Justicia. Con Estados Unidos, el importante aumento de los cultivos ilícitos y cuestiones económicas como los aranceles y la propiedad intelectual generan desafíos serios. Con Ecuador, las repetidas demandas de Quito por la ausencia del Estado colombiano en la zona fronteriza implican una tensión permanente. Con Panamá, las diferencias comerciales son apreciables. Y podrían agregarse más países y temas de la región que involucran e impactan a Colombia. Todo esto indica que Bogotá necesita mucho del respaldo de América del Sur en asuntos claves para los intereses nacionales.

No resulta claro el cálculo estratégico que podría subyacer al eventual alejamiento definitivo de Unasur. Un simple análisis de correlación de fuerzas muestra que los gobiernos de derecha y centroderecha constituyen hoy una mayoría evidente y políticamente gravitante. Si Unasur no funciona mejor no es por Ecuador, Bolivia o Uruguay o por los gobiernos de derecha en Guyana o por el mandatario de origen golpista –ahora reelecto– de Surinam. El problema ha estado en la incapacidad de forjar acuerdos prácticos acerca de la Secretaría General y de crear mecanismos operativos para dirimir desavenencias, a lo cual se suman el elocuente ensimismamiento de Brasil y la refractaria política venezolana en materia de concertación. En todo caso, la responsabilidad del deficiente funcionamiento reciente de Unasur no puede recaer sobre Bolivia, que asumió la presidencia pro tempore hace apenas dos meses.

Colombia ha sido un aportante a la institucionalidad en la región, y no parece haber justificación coyuntural para que ahora se torne un contribuyente a una mayor desinstitucionalización en el área. En breve, sería un error grave que Colombia le diera un portazo a Unasur, pues, en esencia, el país es parte de América del Sur y requiere de ella tanto en clave geopolítica como geoeconómica.


(Este artículo fue publicado originalmente en el diario El Tiempo)



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