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Brasil: la caída del PT y el ascenso conservador


Nueva Sociedad 266 / Noviembre - Diciembre 2016

La caída del pt supone el colapso de gran parte de la izquierda brasileña. El impeachment fue el final de una etapa de desconexión con los sectores sociales que dieron origen al partido y de desgaste entre la ciudadanía, en medio de escándalos de corrupción que involucran a todos los partidos, pero que afectaron en particular al pt. En este marco, la izquierda brasileña deberá pasar por un árido periodo de refundación, en medio de la contraofensiva de sectores conservadores que incluyen a las poderosas iglesias pentecostales.

Brasil: la caída del PT y el ascenso conservador

Meses después del proceso de impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, ya hay elementos suficientes para entender las verdaderas razones que sumieron a Brasil en este proceso tan traumático que alteró la normalidad democrática del país. El primer conjunto de razones se vincula al propio gobierno del Partido de los Trabajadores (pt). Los malos resultados económicos y la falta de habilidad del gabinete de Dilma para gestionar la crisis fueron fundamentales para aumentar el descontento con el gobierno. En un sistema hipercapitalista, el desempeño económico contamina la confianza democrática hasta el punto en que, en tiempos de convulsiones económicas, ganan fuerza los llamados «demócratas ambivalentes», que defienden soluciones autoritarias o antidemocráticas para salir de la crisis. Es por todos conocida la incapacidad de diálogo de la presidenta Rousseff, quien siempre priorizó la tecnocracia. Esta incapacidad supone un problema particularmente grave en un sistema de presidencialismo de coalición con una altísima fragmentación partidaria como el brasileño1, en el que la única posibilidad de mantener la gobernabilidad es un continuo diálogo con el propio partido, la base aliada y la oposición. Ninguno de estos diálogos fue llevado a cabo por la ex-presidenta, quien logró la proeza de irritar, al mismo tiempo, al pt, a la base y a la oposición.

El segundo conjunto de elementos se vincula a las decisiones políticas del pt. Recordemos que el partido que asumió el proceso de impeachment –el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (pmdb)– siempre fue aliado de los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Rousseff (de esa alianza salió Michel Temer como vicepresidente, y de allí saltó al Planalto). El lulismo optó por la conciliación en lugar de provocar rupturas y enfrentamientos con las oligarquías económicas, políticas y mediáticas. Esta decisión posibilitó su gestión de gobierno, pero tuvo a la postre un precio muy alto. Alianzas y aproximaciones a los grupos que representaban lo peor de la vieja política acabaron convirtiendo al pt en un partido más, que se «perdió» en la lógica del poder de Brasilia. El petismo de los últimos años se apartó de la base social de la que surgió. No conseguía ya representar la lucha por los valores progresistas frente al avance conservador, punitivo y de grupos fundamentalistas religiosos. Mujeres, jóvenes negros periféricos, grupos lgbt e indígenas se sienten frecuentemente traicionados por las políticas de los gobiernos petistas.

Finalmente, la cuestión más importante para entender el proceso de impeachment es el deseo de ciertos grupos políticos y económicos beneficiados por las políticas del pt, pero que nunca se sintieron representados por este. En este sentido, existe un componente de clase fundamental. La política petista de inclusión de millones de ciudadanos pobres a través del consumo e instrumentos de redistribución de renta (como el programa Bolsa Familia) incomodó a aquellos que querían mantener sus privilegios en una sociedad desigual, conservadora y punitiva como es la brasileña.

En una investigación llevada a cabo junto con Pablo Ortellado durante las manifestaciones en favor del impeachment, notamos que las tonalidades clasistas y racistas de las protestas eran muy relevantes. La inclusión de millones de brasileños en el periodo petista creó en Brasil un clima de tensión de clases y de discursos de odio que está muy presente en las rutinas políticas y sociales: 70,9% de los manifestantes afirmó que la discriminación positiva en las universidades fomenta el racismo; 60,4%, que el programa de redistribución de renta Bolsa Familia «financia a perezosos»; 86,40%, que la mejor manera de conseguir una sociedad en paz es aumentar los castigos a los criminales y 70,40% dijo creer en el discurso de la meritocracia2. Con una izquierda frágil, el conservadurismo fundamentalista, punitivo y retrógrado gana más espacio. Propuestas de ley como la de flexibilización de la portación de armas o la de reducción de la edad de imputabilidad penal o proyectos como el polémico «Escuela sin partido», que prohíbe las manifestaciones políticas de profesores y alumnos dentro de los colegios, avanzan rápidamente en medio de protestas estudiantiles.

Las primeras medidas adoptadas por el gobierno de Temer dejan claro que su intención es introducir una gestión privatista, recortar el gasto público y reformar la legislación laboral brasileña para «flexibilizar» el mercado de trabajo. Por otro lado, los retrocesos conservadores que ya aparecieron en el gobierno de Rousseff están tomando mucha más fuerza, dado que los grupos parlamentarios que representan a empresarios, agribusiness y evangélicos fundamentalistas fueron aliados de Temer en el impeachment. Todos sabemos que en política no existen alianzas gratis, que los apoyos tienen un precio y que este será alto. Una vez pasado el proceso de ruptura democrática, Brasil tiene hoy un gabinete de ministros varones blancos y ricos, que representan a fuerzas conservadoras y regresivas, cuyo objetivo es introducir recortes presupuestarios en los servicios públicos –que ya son muy deficientes– sin tocar las estructuras que mantienen los privilegios en el país, como la carga tributaria altamente desigual que sobrecarga a los pobres y libera a los ricos. Con la fragilidad del pt, el Congreso está cada vez más en manos de las elites que siempre gobernaron Brasil.

El impeachment nunca podría haberse llevado a cabo con éxito sin el apoyo fundamental del Poder Judicial con la operación «Lava Jato»3, cuya prioridad siempre fueron sobre todo los líderes petistas, a pesar de que hoy sabemos que en el esquema de corrupción de Petrobras también participaron el pmdb y el Partido de la Social Democracia Brasileña (psdb, de centroderecha). Otro apoyo esencial fue la prensa hegemónica, altamente oligopolizada y que responde a intereses de poder de una forma muy evidente. La espectacularización de las denuncias por corrupción contra líderes petistas, las continuas filtraciones selectivas a la prensa y la manipulación de la opinión pública en torno de la idea de que el pt sería «el partido más corrupto de Brasil» son factores que explican la adhesión de gran parte de la población al proceso de impeachment. La lucha contra la corrupción (y, por tanto, contra el petismo) se transformó en una bandera muy poderosa.

El colapso del pt, cuyo proyecto era hegemónico en el campo progresista, supone el colapso de gran parte de la izquierda brasileña. Durante mucho tiempo las opciones progresistas en Brasil orbitaron en torno del partido fundado en 1980. Sindicatos y movimientos sociales quedaron bajo la sombra petista y perdieron gran parte de su autonomía, pero el pt se institucionalizó, llegó al poder y para mantenerse en él tuvo que vender su alma de partido renovador de izquierda que venía de las bases. El ejemplo más contundente de la decadencia petista es el dramático resultado de las elecciones municipales celebradas en octubre pasado. El pt perdió 61% de las alcaldías en todo el país, incluyendo los famosos reductos del «cinturón rojo» de San Pablo, como San Bernardo, donde nació como formación política con base en la clase obrera. En San Pablo, donde el actual alcalde Fernando Haddad disputaba la reelección, el postulante João Doria (psdb) no necesitó ni siquiera segunda vuelta y se hizo con el gobierno local con 53,3% de los votos. La derrota de Haddad es grave, ya que su figura representaba una posibilidad de renovación dentro del partido y era uno de los pocos nombres petistas con cierta proyección de futuro. Como en política nunca existen vacíos, hay dos principales beneficiados por esta derrota histórica: el psdb, que alcanza un nivel récord desde el año 2000 y pasará a gobernar a 24% de la población brasileña, y un gran abanico de partidos pequeños que aprovecharon los huecos municipales dejados por el pt y aumentaron todavía más la ya altísima fragmentación partidaria del sistema político brasileño. El pt ha quedado diezmado en el panorama político municipal del país y no en términos metafóricos, sino en términos numéricos bien concretos.

Un caso que merece especial atención es la alcaldía de Río de Janeiro. El candidato vencedor fue Marcelo Crivella, obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios y candidato por el partido que representa a esta formación religiosa-empresarial, el Partido Republicano Brasileño (prb). Crivella es sobrino del polémico obispo Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, propietario de un imperio multimillonario que incluye numerosos medios de comunicación y acusado de diversos delitos financieros. En un libro publicado hace 15 años sobre su experiencia como misionero en varios países africanos, Crivella escribió que la homosexualidad es una «conducta maligna» y condenó a otras religiones como «diabólicas»4. El 30 de octubre venció a Marcelo Freixo, postulante del Partido Socialismo y Libertad (psol).

Este triunfo es muy significativo porque demuestra el poder que la Iglesia evangélica5, fundamentalmente en su versión neopentecostal, está ganando en Brasil, hasta el punto de que en los planes de la Iglesia Universal está conseguir el primer presidente evangélico de la historia brasileña, a pesar de que Brasil sea un Estado laico. Las primeras palabras de Crivella en su discurso de victoria fueron contra la legalización del aborto y contra cualquier posibilidad de debate en torno de la cuestión de la descriminalización de las drogas, asunto crucial para una ciudad como Río de Janeiro, donde los jóvenes negros y pobres de las favelas mueren y matan diariamente por el tráfico de drogas ilegales. La obsesión de una gran parte de los grupos evangélicos representados en el Congreso por imponer los valores de la «familia tradicional» cristiana, atropellando los derechos de la comunidad lgtb y los derechos reproductivos de las mujeres, hacen que la victoria de Crivella sea preocupante para todos los que defienden las libertades frente a los modelos moralistas y religiosos de comportamiento.

Sin embargo, es importante que la izquierda haga una fuerte autocrítica y se pregunte por qué las iglesias evangélicas tienen tanto poder en las periferias brasileñas. Estas, que originalmente eran núcleos petistas, fueron progresivamente abandonadas por el pt y por otras tendencias progresistas como el psol, un partido que dialoga con las izquierdas universitarias de clase media pero tiene dificultades para hablar el lenguaje de las grandes poblaciones excluidas. Mientras una parte grande de la izquierda queda reducida al ámbito universitario, teorizando sobre la lucha contra el capital, las iglesias evangélicas se convierten en fortísimos núcleos de sociabilidad en las periferias y su «teología de la prosperidad» se traduce en millones de votos.Por otro lado, en un momento en que el país necesita discutir sobre propuestas programáticas, la opinión pública está crispada y con poca paciencia para el debate. Brasil se está acostumbrando a vivir en un estado de catarsis continua y de permanentes interrupciones en su escaso sosiego social por «noticias bomba» en el campo político. En este estado neurótico de cosas, donde ya no hay más política de adversarios y sí de enemigos, donde parece que todos están desaprendiendo a dialogar, no hay espacio para la discusión programática ni para el debate sobre proyectos de país, modelos de sociedad y reformas necesarias. El cansancio y la frustración políticos se apoderan de una gran parte de la sociedad, que acaba atrapada por figuras populistas y demagógicas.

Puede ser el populismo jurídico del juez Sérgio Moro en la operación «Lava Jato», que utilizaba a la prensa como un elemento más de su juzgado en Curitiba; el populismo de los programas de crónica roja que millones de personas ven cada día y que asumen el discurso de endurecimiento penal como el único válido; el populismo religioso que pretende transformar Brasil en una «Jesuscracia», donde los valores familiares de los hombres y las mujeres de bien imperen, o el populismo económico que predica que en tiempos de crisis tenemos que hacer recortes en salud y educación públicas, pero sin tocar los enormes privilegios fiscales o tributarios de los ricos, claro. En un estado de cosas poco propicio para el debate, emergen figuras siniestras que representan la ultraderecha, como el ex-militar y diputado federal Jair Bolsonaro, paradójicamente postulado por el Partido Progresista, parte del «bloque de la bala», quien con sus discursos misóginos, punitivos, racistas y a favor de la libre circulación de armas se ha transformado en una figura extraordinariamente popular y ya piensa en las elecciones presidenciales de 2018.

Esas elecciones van a definir el escenario brasileño en los próximos dos años. La primera incógnita es qué sucederá con Lula hasta entonces. El ex-presidente tiene pendientes varios procesos instruidos por el juez Moro, pero hasta ahora no ha sido condenado en ninguno. Una posibilidad es que sea juzgado y se le aplique pena de cárcel, como a otros líderes petistas, lo que, por un lado, podría ser el desastre definitivo para el pt, pero por otro, podría levantar a la población en su defensa, ya que Lula todavía tienen un gran capital político. Cabe también la opción de que sea condenado en primera y segunda instancia y pierda sus derechos políticos y, por tanto, su capacidad para presentarse como candidato en 2018. En cualquier caso, el pt va a tener que pasar por un largo, extenuante y doloroso proceso de recomposición si no quiere convertirse en un partido más del espectro político. Dado el rumbo aceleradísimo de los acontecimientos, nadie es capaz de hacer previsiones ni siquiera a mediano plazo, incluso porque –recordemos– la operación «Lava Jato» continúa avanzando y cada vez que un nombre relevante va preso, se produce un cataclismo en el escenario político (el propio Eduardo Cunha, artífice del impeachment contra Rousseff, terminó destituido y detenido).

El gobierno de Temer tampoco lo tendrá fácil. Su base aliada es muy heterogénea e inconsistente. Temer no tiene verdadero liderazgo ni siquiera sobre su propio partido, el pmdb, que nunca fue una formación partidaria unificada sino más bien un conjunto de caciques regionales con muchas divergencias internas. Nadie sabe aún si los peemedebistas presentarán candidato propio, ya que la estrategia del partido desde la redemocratización del país ha sido mantenerse al lado del poder pero sin presentar candidatos, aprovechándose del sistema electoral brasileño, que prácticamente impide a los partidos triunfadores conseguir la mayoría parlamentaria y los obliga a buscar aliados. Y el pmdb, como buen «partido taxi», siempre está dispuesto. Algunos de los que hoy son aliados, como el psdb o el propio prb, se convertirán dentro de poco en enemigos electorales. El psdb, oposición histórica del petismo, también se enfrenta a un gran desafío interno, ya que sus tres grandes nombres, Aécio Neves (candidato presidencial en 2014), José Serra (actual ministro de Relaciones Exteriores) y Geraldo Alckmin (gobernador de San Pablo) están protagonizando una lucha fratricida por la candidatura «tucana». Parece que 2018 está lejos, pero en política los tiempos son cortos y las elecciones presidenciales tensionarán mucho la base aliada del gobierno. Veremos hasta qué punto.

La izquierda se encuentra hoy frente al titánico desafío de refundar el pt para que vuelva a acercarse a sus bases y a su programa original, para que vuelva a representar la izquierda, para que pueda representar la lucha por los servicios públicos, la lucha de las mujeres, la de los jóvenes pobres que están muriendo en las favelas y la de los colectivos más vulnerables, sin olvidar las semiperiferias que quieren seguir consumiendo porque el consumo les fue negado históricamente. Es difícil saber si el pt será capaz de esa renovación, que supone también que los caciques se aparten para que nuevos líderes más jóvenes asuman la dirección del partido. Si no, quizás emerjan otras alternativas en el eje progresista. Tal vez un frente que aglutine movimientos sociales y colectivos en torno de un proyecto político. Tal vez el psol, que se coloca a sí mismo como «la izquierda del pt» y que ha resistido la pulseada contra la Iglesia Universal por la candidatura de Río de Janeiro. Lamentablemente, el psol aún no encontró una fórmula de crecimiento electoral que le permita tener posibilidades de disputar la Presidencia o de aumentar el número de diputados. Entre tanto, crecen los discursos antipolíticos. El propio candidato victorioso a la alcaldía de San Pablo, João Doria, triunfó con campañas de marketing con el mensaje «No soy político, soy gestor». Aquellos candidatos que se presentan como «nuevos», aunque en el fondo muchos provengan de la vieja política, patrimonial y oscurantista, tienen grandes posibilidades de ganar elecciones. El número de abstenciones, votos en blanco y nulos batió récords en esta elección, en un país acostumbrando al voto obligatorio. Todas estas cuestiones son preocupantes, porque ya se sabe que los discursos de la negación de la política son muy peligrosos, pues abren la puerta a todo tipo de actitudes antidemocráticas. No hace falta ir muy lejos, basta con ver el fenómeno Trump en Estados Unidos o el del propio Bolsonaro en Brasil. Los discursos de odio se alimentan de los que niegan la política y la democracia.

Es un escenario de enormes dificultades para la izquierda brasileña, pero esta no puede quedarse lamiendo las propias heridas sin ejercer una autocrítica necesaria y sin llevar a cabo los cambios que sean precisos para que los ciudadanos brasileños tengan opciones progresistas. En un país altamente desigual, con índices de homicidio comparables a los de los países en guerra, donde todavía millones de personas no tienen derecho a una educación y una salud dignas ni al acceso a la justicia, las alternativas de izquierda son una cuestión de supervivencia para muchas personas. Lo cierto es que Brasil está pasando por un periodo conservador, de disminución de derechos laborales y de recortes sociales, mientras la izquierda está totalmente acorralada por las grandes fuerzas empresariales que siempre dominaron Brasilia. Desde que Temer asumió el poder, la agenda de retrocesos sociales es evidente. Proyectos legislativos que limitan gastos públicos, reforma de la ley laboral o de las jubilaciones son pautas colocadas en la agenda gubernamental. Además, los grupos fundamentalistas religiosos y punitivos, las famosas «bancadas de la Biblia y de la bala» en el Congreso, comienzan a reclamar el precio de su voto en el impeachment. Los proyectos de ley de reducción de la mayoría de edad penal, la derogación del Estatuto de Desarme o la criminalización del aborto ya están colocados sobre la mesa.

La única certeza es que existe un deseo de lucha por derechos en muchos sectores sociales. Mientras escribimos este artículo, más de 1.000 escuelas públicas están siendo ocupadas por los estudiantes que exigen una educación más digna. Muchos colectivos feministas se organizan para enfrentar a los grupos evangélicos fundamentalistas por su derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Grupos negros de la periferia gritan contra el exterminio de la juventud negra, pobre y periférica a manos de la Policía Militar. Se trata de jóvenes con una gran potencia de cambio, pero que no se sienten identificados con estructuras partidarias a las que califican como obsoletas, rígidas y demasiado verticales. El desafío es poner en diálogo a la izquierda institucional con estas nuevas formas de movilización, más jóvenes y dinámicas, y pensar cómo volver a dialogar con las periferias y cómo reconstruir la confianza de la gente que hoy se siente totalmente apartada de la política.

Todas las miradas están puestas en el pt y en sus tensiones internas entre los grupos continuistas y los reformistas. Es preciso tomar medidas drásticas dentro del partido para volver a acercarlo a la sociedad y rescatar sus posiciones progresistas. Hasta ahora no se sabe si sus líderes están dispuestos a tomar tales actitudes; si prefieren salvarse a sí mismos o salvar un proyecto político que fue tan importante para Brasil.

  • 1.

    Sobre este tema, v. Germán Lodola: «Brasil abre una peligrosa caja de Pandora» en La Nación, 26/4/2016.

  • 2.

    Los datos completos de la investigación llevada a cabo durante las manifestaciones a favor y en contra del impeachment pueden consultarse en «Pesquisa sobre os manifestantes pró e anti impeachment», https://gpopai.usp.br/pesquisa/.

  • 3.

    Se refiere a la megainvestigación judicial por el desvío de millones de dólares de la petrolera estatal Petrobras.

  • 4.

    «Evangélico, creacionista y antiabortista» en Página/12, 31/10/2016.

  • 5.

    Ver Lamia Oualalou: «El poder evangélico en Brasil» en Nueva Sociedad No 260, 11-12/2015, disponible en www.nuso.org.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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