Opinión
mayo 2017

Bolsonaro y la extrema derecha brasileña

El diputado federal Jair Bolsonaro, estrella de la extrema derecha y uno de los políticos más populares de Brasil, aspira a presidir el país en 2018.

<p>Bolsonaro y la extrema derecha brasileña</p>

El 4 de abril, el diputado del Partido Social Cristiano (PSC) Jair Messias Bolsonaro pronunció un discurso de alto voltaje en el Club Hebraica de Río de Janeiro. El discurso, que motivó titulares, representó otro adoquín en el camino de controversias que define su carrera política. Ante unas 500 personas, afirmó que los que residen en las reservas son «parásitos», que los quilombolas (miembros de la comunidad negra, descendientes de esclavos fugitivos) «ni siquiera son aptos para la cría», que las ONG y los movimientos sociales están robando la riqueza del país y que la única manera de combatir la delincuencia es armando a la población.

Bajo su presidencia –aseguró el precandidato a las elecciones del año que viene–, no se concederían más tierras a las reservas, ni fondos a las ONG ni a los movimientos sociales, y habría un arma en cada casa para «combatir a los malos»; a saber, entre otros, los miembros del Movimiento de Reforma Agraria (MST).

Bolsonaro pretendió defenderse más tarde en un video en YouTube, en el que afirmó nuevamente que los nativos y los quilombolas están drenando los recursos del país. Esta vez, sin embargo, fue todavía más lejos, al afirmar que la Fundación Nacional Indígena (Funai) elige deliberadamente las tierras «más ricas y fértiles» para «regalarlas» a «indios y negros» y las roba a los blancos que han «vivido allí durante siglos».

Organizado por el Club Hebraica, el acto que protagonizó Bolsonaro a principios de abril dio pie a mucho debate. Fernando Lottenberg, presidente de la Confederación Israelita de Brasil, calificó el evento de «error» y se produjeron manifestaciones para condenar que el club judío invitase a un líder de extrema derecha conocido por su relación con grupos neonazis: en 2015, salió en defensa del profesor Marco Antônio, conocido simpatizante nazi que se presentó en una audiencia de la Comisión de Derechos Humanos ataviado como Adolf Hitler; este mismo año, Bolsonaro dio su apoyo a grupos de cabezas rapadas que preguntaban abiertamente por qué es legal el Partido Comunista en Brasil, pero no un partido nazi. «Admirador» confeso de Hitler, él y dos de sus hijos, Carlos Flávio y Eduardo Bolsonaro, ambos políticos, apoyan abiertamente la eugenesia.

Según él, siendo Brasil «un país cristiano», los no cristianos no deberían intervenir en la vida política, ya que no son «verdaderos ciudadanos». El islam y las religiones africanas deberían estar prohibidos, ya que son antitéticos con la «fe nacional» y operan como una «puerta abierta a los terroristas». Los judíos, en cambio, «son cristianos».

El discurso en el Club Hebraica le ha valido dos demandas presentadas por el Partido Comunista Brasileño (PCB), el Partido de los Trabajadores (PT) y la Coordinación Nacional de las Comunidades Quilombolas Negras (Conaq), y ha provocado protestas de grupos judíos que se han manifestado frente a la sede del club. Esto ha venido a añadirse a la larga lista de demandas y protestas que Bolsonaro ha logrado provocar en sus 26 años de vida política.

Una historia de controversias

A Bolsonaro, ex-capitán del Ejército, se lo conoce por sus opiniones «polémicas» desde los albores de su carrera política, tras su arresto en 1986 acusado de planear la colocación de un artefacto explosivo en un oleoducto y en un cuartel del ejército en Río de Janeiro.

Entre sus muchas declaraciones controvertidas, se lo recuerda sobre todo por afirmar que «la única razón por la que no violó» a una congresista fue «porque ella no se lo merecía» –explicó más tarde que no se lo merecía porque «era muy fea»–; por decir que el presidente Fernando Henrique Cardoso debería ser «fusilado en una plaza pública»; por llamar «animales» a los activistas negros y añadir que deberían «regresar al zoológico»; por declarar que la homosexualidad se debe a «no haber recibido suficientes palizas»; y por confesar que «no le preocupaba» que alguno de sus hijos saliera con mujeres afrodescendientes o que resultase ser gay «porque les dio una educación adecuada». Para él, los refugiados haitianos, africanos y de Oriente Medio en Brasil son «la escoria de la humanidad» y debería «encargarse de ellos» el ejército.

Defensor a ultranza de la dictadura militar brasileña y de las actuaciones a menudo violentas de la actual policía militar, algunas de sus afirmaciones más atrevidas se refieren al periodo oscuro de 1964-1985. El golpe de Estado de 1964 fue, según él, «una revolución», y no duda en elogiar a Carlos Brilhante Ustra, el más infame de los torturadores brasileños durante los 21 años de régimen militar, como uno de los mayores héroes del país. En su opinión, el error de la dictadura no fue utilizar la tortura, sino no haber liquidado a los «rojos». Durante una audiencia de la Comisión de la Verdad sobre personas «desaparecidas» durante la dictadura, Bolsonaro declaró que solo «los perros buscan huesos».

Bolsonaro, por coherencia, defiende a los demás regímenes militares latinoamericanos del pasado reciente. En 1998 dijo que el error de Augusto Pinochet fue no matar a suficientes personas. También dijo que la policía, que mató a 111 prisioneros en el centro de detención de Carandiru en 1992, «debería haber matado a 1.000». Bolsonaro opina que la policía militar brasileña, considerada por Amnistía Internacional como la policía más violenta del mundo, responsable de 15,6% de las 54.000 muertes violentas anuales en el país, es «demasiado blanda» y debería dedicarse a «matar más», y que las ONG de derechos humanos son «un puñado de imbéciles e idiotas» a los que hay que «prohibir».

El grueso de su discurso de odio, sin embargo, se dirige a la comunidad LGBT: en una entrevista en Playboy, afirmó que preferiría ver a sus hijos morir en un accidente que ver a uno de ellos «aparecer un día con un chico con bigote», y que si veía a «dos hombres en la calle tomados de la mano» les «daría su merecido». En otra entrevista de 2014, sostuvo que los homosexuales «deberían inclinarse» ante la mayoría. Y en una de 2013 sostuvo que «90% de los niños adoptados por parejas LGBT» se convierten en esclavos sexuales; de ahí que legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo sería «legalizar el abuso infantil».

El actor y productor británico Stephen Fry trató las opiniones odiosas de Bolsonaro en el documental Out There (2013). Fry, que lo entrevistó, piensa que Bolsonaro es el «típico homófobo, como los que hay en todo el mundo, que van repitiendo el mantra de que los gays están tomando el poder en la sociedad». La actriz y activista Ellen Page también entrevistó a Bolsonaro, en 2016, para su serie documental Gaycation. Esta vez, Bolsonaro afirmó que la homosexualidad la causaban las mujeres al acceder al mercado de trabajo, y también las drogas, para luego decir que la gente como Page «necesita un correctivo violento» y terminar comparando a los homosexuales con criminales.

«El Mito» y sus seguidores

A pesar de todo ello –o quizás precisamente por ello–, Bolsonaro se ha convertido en uno de los personajes políticos más populares de Brasil. Sus fans lo llaman «el Mito» y su apoyo popular no para de crecer. De una intención de voto de 6,5% el pasado mes de octubre, Bolsonaro pasó a 13,7% en febrero, superado solo por el ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Pero mientras que Lula, con una intención de voto de 30,8%, está en declive, Bolsonaro sigue en ascenso.

En Facebook, la red social más popular en Brasil, Bolsonaro tiene más de 4 millones de seguidores: más que Lula, que tiene 2,8 millones, pero algo menos que el ex-candidato presidencial y actual senador Aécio Neves, del (Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que tiene 4,3 millones. Pero aunque Bolsonaro –ahora en su séptimo mandato– ha sido diputado federal durante más de 26 años, la mayoría de sus seguidores lo perciben, a diferencia de Neves, como ajeno a la política tradicional.

Su ascenso sigue un patrón bien conocido, común a otros populistas de derecha –incluido el presidente de Estados Unidos, Donald Trump–. Bolsonaro, otrora considerado un chiste, ha ido cobrando importancia al conectar con los votantes que no se sienten representados por ninguno de los otros candidatos y se muestran receptivos ante su «sinceridad» y «valentía» para «decir las cosas como son».

Al igual que Geert Wilders en los Países Bajos, Marine Le Pen en Francia, Nigel Farage en el Reino Unido y Donald Trump en EEUU, el motor de la campaña de Bolsonaro es la supuesta amenaza contra la «identidad nacional». Pero mientras que los líderes mencionados apuntan a una amenaza externa –la inmigración–, Bolsonaro añade varias amenazas internas –las reservas de los pueblos nativos, el comunismo y los gays– y promete acabar con la vieja y corrupta estructura política.

A quien más se parece, sin embargo, es al presidente Trump: ninguno de ellos muestra algún tipo de autocontrol al decir lo que piensan, por ofensivo o contrario a los hechos que sea. Durante su discurso en el Club Hebraica, Bolsonaro insistió en que no dijo lo que dijo «para complacer a nadie». Acogido positivamente por una parte importante del electorado, el mismo atrevimiento que le granjea tanta polémica también le reporta popularidad, sobre todo entre los jóvenes: en el grupo de edad 16-24, hoy lo apoya 20,4%.

Estos jóvenes seguidores –a los que la izquierda llama en tono de burla «Bolsominions», mantienen fuertes lazos con la ultraderecha brasileña. La mayoría de ellos son proarmas, antiinmigración y ferozmente homófobos. Las páginas ultraconservadoras de Facebook como Orgulho Hetero, Faca na Caveira y Politicamente Incorreta están ayudando activamente a construir «el Mito», y en WhatsApp las afirmaciones fuera de contexto de Bolsonaro se propagan rápidamente debido a su tono alarmista.

La mayoría de los partidarios de Bolsonaro lo alaban porque «lucha contra la corrección política» y «la inmoralidad». Algunos lo siguen por su postura proarmas. Al igual que Trump, Bolsonaro cuenta con el apoyo inquebrantable de una población joven que cree que sus derechos y su «legítimo lugar» están siendo usurpados por las minorías y la «corrección política». Sin embargo, a diferencia de Tump, que recibe la mayor parte de su apoyo de los segmentos sociales de más bajos ingresos y nivel de educación, Bolsonaro goza de gran apoyo entre los estudiantes universitarios, particularmente de las facultades más tradicionales como Derecho, Ingeniería y Medicina, que creen que los «comunistas» y la «discriminación positiva» les están robando el lugar que les pertenece en la sociedad.

Los votantes con y sin educación de Bolsonaro consideran que todos los demás candidatos son «comunistas» y traidores. Más allá de la economía, la salud y la violencia, priorizan la «guerra cultural» contra los que perciben como enemigos del Estado: el feminismo, la corrección política, los movimientos raciales, las comunidades LGBT, las religiones no cristianas, los inmigrantes y los «bandidos», por lo que es muy difícil que puedan cambiar de lealtad política.

Al ser uno de los pocos diputados notorios que no se ha visto afectado por la investigación en curso del caso Lava Jato –el escándalo de los sobornos a políticos por parte de grandes contratistas, como el gigante de la construcción Odebrecht– y los múltiples informantes involucrados, Bolsonaro añade otro activo a su haber: el hecho de ser una excepción en el contexto de corrupción generalizada del Congreso brasileño, lo que refuerza su imagen de ajeno a la política tradicional. Se presentó a la elección del cargo de presidente de la cámara y solo consiguió 4 votos de un total de 513, pero logró sacar partido de este resultado diciendo que demostraba que «ellos» no lo quieren, como lo demuestran también las demandas presentadas contra él, que describe como intentos de la política tradicional para silenciarlo.

Por ahora, su demagogia está dando resultados. Pero queda por ver si logrará mantener el impulso actual hasta la celebración de las elecciones de 2018 –sobre todo después de que su partido, a diferencia del propio Bolsonaro, se haya visto involucrado en el escándalo Lava Jato– o si, finalmente, su campaña se desinflará como la de Geert Wilders.


Este artículo es producto de la alianza entre Nueva Sociedad y DemocraciaAbierta.

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