Tema central
NUSO Nº 285 / Enero - Febrero 2020

Bolivia: la clase media imaginada

¿Se ha vuelto Bolivia, como otros Estados de la región, un «país de clases medias», gracias a las mejoras económicas? Esa dinámica ¿va más allá de los discursos? El abordaje de la pertenencia a las clases medias solo por cuestiones de ingresos es relativamente reciente. Y a las dificultades de clasificación, se suma en el caso boliviano una larga historia de «racialización» de las adscripciones sociales.

Bolivia: la clase media imaginada

Los debates suscitados en torno de la clase media boliviana en el último tiempo podrían hacernos pensar que estamos ante una categoría cada vez más «llena», de la mano de un significante en riesgo de quedar cada vez más «vacío». En su informe a la Asamblea Legislativa por el Día del Estado Plurinacional, el entonces presidente Evo Morales afirmaba que la clase media se había incrementado en más de tres millones de personas desde el comienzo de su gestión en 2006, hasta llegar a 58% de la población en 20171. Sin invocar cifras, el ex-presidente Carlos Mesa parecía coincidir con la abrumadora magnitud de la clase media en el país, al caracterizarla como «árbitro del destino electoral» y «el interlocutor más importante de Bolivia»2. Por su parte, el entonces vicepresidente Álvaro García Linera esgrimía una subdivisión entre una «clase media tradicional» (decadente) y una «nueva clase media» (ascendente), lo que generaba el escenario para una lucha de clases 2.03.

En medio de las declaraciones políticas, se sumaron varias voces al debate. Estaban quienes destacaban el perfil clasemediero de las movilizaciones de diciembre de 2017 y febrero de 20184; aquellos que reaccionaban críticamente frente a la «incitación»5 del vicepresidente; otros cuestionaban los contornos económicos y culturales de la categoría en discusión. A Jorge Komadina le «olía raro» que la categoría se hubiera convertido «en algo gelatinoso como un molusco despojado de su caparazón» y rechazaba la idea de que se pueda pensar en ella como un sujeto político con una orientación ideológica marcada6. Por mi parte, destaqué que la clase media se había convertido en una categoría en disputa, apropiada por unos y criticada por otros7.

A juzgar por el número de voces que se sumaron al debate, podríamos decir que este llegó a su apogeo entre enero y febrero de 2018. Sin embargo, esta discusión se venía gestando hace ya algunos años y se inauguró con una controversia relacionada con la definición de la clase media a partir de la estratificación por ingresos. En abril de 2016, Gonzalo Colque cuestionaba el crecimiento de las clases medias registrado en el último Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) de 20168 y tachaba de «ficticia» esta expansión, debido a que el grupo de ingresos medios bajos en realidad estaba compuesto en buena proporción por un «estrato medio vulnerable»9. También en respuesta a ese informe, la feminista Julieta Paredes consideraba que lo que se buscaba mediante estas categorías era despolitizar a la población, «creando un imaginario de desclasamiento»10. Casi dos años después, y frente a los sucesos más recientes, añadiría en una entrevista televisada que «no se ha ampliado la clase media, se han mejorado las condiciones del pueblo»11.

En este artículo pretendo distinguir tres elementos constitutivos dentro de esta serie de debates. En primer lugar, analizaré algunos datos económicos a partir de los cuales se construyen narrativas y esquemas para retratar la estructura social del país. En segundo lugar, ensayaré una breve genealogía de las categorías de estratificación por parte de actores políticos e institucionales involucrados en disputar sus contornos. En el final, abordaré las propiedades que frecuentemente se le atribuyen a la clase media, concebida como actor político, para intentar aproximarme al tema de fondo detrás de estas disputas, más allá de los cambios en la estructura socioeconómica del país.

La transformación socioeconómica: del dato al discurso

Bolivia ha atravesado una serie de cambios socioeconómicos significativos durante la última década, uno de los cuales es la reducción en los niveles de pobreza extrema y moderada. De acuerdo con los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (ine), la pobreza se redujo de 59,9% en 2006 a 36,4% en 2017. Consecuentemente, el estrato de ingresos medios se habría incrementado de 35% a 58%. La expresión gráfica de estos umbrales (y sus respectivos cortes) sugiere que la distribución de ingresos ha cambiado en términos geométricos pasando de una forma clásicamente piramidal a una forma romboide, cuyo centro se ensancha por fuera de la base y la cima.

Un elemento de entrada en la discusión en torno de estos datos es la tendencia a enfocarse en el estrato medio como segmento consolidado y unitario. De forma análoga a la disgregación entre pobreza moderada y extrema, el estrato medio de ingresos también suele dividirse en dos segmentos. Dependiendo del analista encargado de la rotulación, la parte inferior del estrato en cuestión se puede etiquetar tanto como «de ingresos medios bajos» o como «clase media vulnerable», expresión que trasciende una clasificación netamente estadística. Estas sutiles pero significativas diferencias conceptuales nos dicen al menos dos cosas: en primer lugar, que la estratificación por ingresos es una aproximación que aún dista de estar estandarizada; en segundo lugar, que los debates no suelen generarse a partir de las cifras, sino de los segmentos y términos con los que se construye una narrativa de estructura social sobre la base de los datos disponibles.

En menor medida, existen discusiones técnicas acerca de los umbrales adecuados y de la metodología utilizada para construir un determinado indicador. La desigualdad económica ofrece un ejemplo sugerente de ello. De acuerdo con datos compilados por el Banco Mundial, el índice de Gini de Bolivia se redujo de 0,59 en 2005 (tiempo en el cual disputaba el primer lugar como el país más desigual del continente) hasta 0,45 en 2016, el último año para el cual se han publicado cifras. A pesar de que esta medida aún sitúa al país en la tercera parte de los países más desiguales del planeta, hoy está a la par con Ecuador (0,45) y registra un menor nivel de desigualdad de ingresos que Brasil (0,51), Paraguay (0,48), Colombia (0,51) y Chile (0,48)12. Otras metodologías para medir la desigualdad de ingresos retratan su reducción en términos aún más dramáticos. Un grupo de economistas reportó recientemente que en 2005 el 10% más rico de la población generaba 128 veces más que el 10% más pobre y que hasta 2015 esta diferencia se habría reducido a 37 veces13. Ambas formas de retratar la desigualdad se basan en datos provenientes de la Encuesta de Hogares, pero está claro que originan narrativas distintas: en el primer caso, una reducción del indicador en cuestión de 31% y, en el segundo, de 346%.

Las causas frecuentemente invocadas para explicar la transformación socioeconómica en Bolivia son de breve enumeración: el crecimiento sostenido del pib (cuyo promedio entre 2005 y 2016 supera el 5% anual); un incremento sustancial del salario mínimo nacional: de 440 bolivianos (unos 52 dólares) en 2005 a 2.060 bolivianos (294 dólares) en 2017, es decir, 468%; una pujante demanda interna; y una serie de transferencias directas, en forma de bonos y rentas14.

Muchas de las discusiones se han centrado más bien en cómo referirse a los sectores medios, ya sea en su conjunto o disgregados en subestratos15. Como respuesta a quienes les han atribuido estos cambios de manera casi exclusiva a las políticas del gobierno de Morales, algunos enfoques han propuesto que las transformaciones socioeconómicas son producto de trayectorias educativas y laborales que datan de décadas anteriores16. Otros han sugerido que la movilidad social no ha sido estructural, y también han surgido preguntas relacionadas con la sostenibilidad de estas transformaciones17. Independientemente de mediciones y causas, parece existir un acuerdo generalizado en que la topografía social del país se ha transformado de manera significativa en la última década.

Retornando a la medición del segmento de ingresos medios, es importante mantener una discusión en mayor detalle acerca de cómo se delimita este estrato: se define como el grupo que vive por debajo del umbral alto de ingresos y por encima de la línea de pobreza moderada. Resulta cuanto menos llamativo que la línea de pobreza se calcule de forma indirecta pero razonablemente inductiva (como explicaré más adelante) y que el estrato alto de ingresos tenga una definición fija (como el 5% de la población con ingresos más elevados). El estrato medio de ingresos es la única categoría que se define de forma residual, mediante una resta de las anteriores dos de la totalidad de la población.

De acuerdo con la ubicación geográfica, la línea de pobreza se calcula sobre la base del ingreso necesario para cubrir las necesidades básicas (alimentarias y no alimentarias). En 2017, en el área urbana, esta cifra era de 766,70 bolivianos (110 dólares) por persona. Considerando que el salario mínimo ese año era de 2.000 bolivianos (285 dólares), implicaría que un hogar de dos personas (de las cuales solo una fuera asalariada) que genere este monto mensual sería parte del estrato medio de ingresos, categoría que en tiempos recientes se viene llamando «clase media». En este punto podríamos ponerle pausa a este disco y preguntarnos si consideramos coherente que una única categoría social incluya a arquitectos, abogados, vendedoras de mercado, porteros de edificio y otra serie de actores, independientemente de sus niveles educativos, seguridad ocupacional, patrones de consumo y aspiraciones de vida.

En el ámbito económico, varias medidas se han ensayado para definir el estrato medio de ingresos. A modo de ilustración del bajo consenso en torno de este tema, un compilado reciente de aproximaciones a las clases medias latinoamericanas incluye nueve artículos entre los cuales se distinguen seis definiciones distintas18. Por su parte, el Banco Mundial (2012) define la clase media como la población que genera ingresos de 10 a 50 dólares diarios, y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ocde) la define como quienes generan entre 50% y 150% de la media estadística de ingresos en cada país. Pero incluso entre economistas, los umbrales de ingresos eventualmente resultan insuficientes para aproximarse al segmento objetivo. Mediante una construcción híbrida, en un estudio la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) incluye en esta categoría a personas en el estrato medio de ingresos, sumadas a personas del estrato bajo de ingresos, pero con «buenos» trabajos (asalariados en ocupaciones no manuales)19. En el intento de construir un «índice global» de clase media, incluso se ha llegado a postular que estaría compuesta por quienes integran un hogar con vehículo propio20.

Sin embargo, en perspectiva histórica, la derivación de las clases medias a partir de niveles de ingreso es un fenómeno relativamente reciente. Como argumentaré en la siguiente sección, una breve genealogía de categorías de estratificación nos permitiría distinguir sus orígenes dicotómicos (sobre la base de elementos raciales y étnicos), seguidos de una aproximación marxiana a las clases sociales (de base materialista y ocupacional), hasta desembarcar en mediciones económicas (de corte desarrollista).

Imaginarios de la estratificación

A lo largo de su historia, el territorio que hoy comprende Bolivia ha sido escenario de enormes desigualdades, dependientes del ingreso, la ocupación, la etnicidad, el género y el área de residencia, entre otras intersecciones. Hablar de estratificación no solo nos remite a la realidad social, sino a los discursos a través de los cuales se retrata el país sobre la base de sus clivajes más marcados. Para aproximarnos a las categorías y los términos predominantes en distintos momentos de la historia moderna del país, debemos remitirnos a la imaginación política mediante la cual se esboza esta topografía social.

El historiador E. P. Thompson distingue entre nociones históricas de clase «reales» y empíricamente observables y aquellas que simplemente son una categoría analítica, que deviene en un planteamiento retrospectivo de clase que ocurre solo «dentro de nuestras propias cabezas»21. Para él, la «clase» debe ser vista como una categoría históricamente contingente. Refiriéndose a «protoluchas de clase» en Europa durante el siglo xviii, afirma que «si el concepto de clase no estaba disponible dentro del sistema cognitivo de las personas [y estas] luchaban sus propias batallas históricas en términos de ‘estamentos’, ‘rangos’, ‘órdenes’»22, no estábamos en presencia de clases como tales, a menos que el concepto se reduzca a un tropo heurístico. La diseminación de ideologías igualitarias trajo consigo una serie de instituciones, partidos y discursos que harían mención explícita a las clases sociales en Europa durante el siglo xix, pero que aún tardarían décadas en instalarse en Bolivia.

Visto de este modo, hablar de clases sociales no solo nos remite a una estructura social de un momento determinado, sino a una forma de interpretar esa estructura mediante categorías conceptuales. Entonces, correspondería preguntarse: ¿cómo se concebía la estructura social en Bolivia antes de la llegada de las categorías de clase marxistas al país? El clivaje quizá más profundo y duradero consiste en la clásica distinción entre «indios» y «no indios», diferencia racial institucionalizada durante el periodo colonial. La etnohistoriadora Olivia Harris destacaba que la categoría «indio» fue inicialmente establecida como una categoría tributaria y administrativa, mediante la cual se fijaban obligaciones de la población nativa hacia el Estado colonial (sin tomar en cuenta que se trataba de un grupo diverso y acaso internamente estratificado)23. A lo largo del siglo xix, las diferencias entre indios y mestizos criollos se consolidaron como raciales y culturales. A la vez, surgieron grupos que desestabilizaban la dicotomía racial: artesanos y obreros urbanos formaban parte de un segmento medio indeterminado pero aún fuertemente ligado a la población indígena. Estos dieron paso a la configuración de polos de mestizaje (criollo e indio), que a su vez generaron categorías de hibridez subalterna, como la del «cholo». A causa de la alta correlación entre estatus étnico y ocupacional, Harris propuso que la dinámica entre «indios» y «mestizos» solo se aproximaba a la relación entre clases sociales. Desde entonces y hasta la segunda mitad del siglo xx, la categoría «indio» iría crecientemente acompañada de participación limitada en el mercado, altos niveles de pobreza y trabajo agrario-rural de subsistencia.

Si bien los discursos de estratificación más adelante gravitarían hacia un imaginario de clases sociales, no darían fin a la distinción dicotómica entre «indios» y «no indios». Este esquema encontraría eco, por ejemplo, en la ya conocida división que para el indianista Fausto Reinaga perduraba entre las «dos Bolivias»24. En este sentido, los discursos en torno de la estructura social pueden verse como una serie de continuidades solapadas, cuyos clivajes entran y salen de uso en los lenguajes político e intelectual predominantes en distintas épocas.

Las aproximaciones que hacían uso explícito de la clase social como categoría llegaron a Bolivia con cierto rezago. El socialismo tuvo una llegada embrionaria al país a mediados del siglo xix, como consecuencia de ideas igualitarias que se fueron irradiando desde Europa. Por ejemplo, en 1855 el presidente Manuel Isidoro Belzu predicaba su ideología basada en una contraposición entre las «masas populares» y la «oligarquía»25. Pero el socialismo y el marxismo recién se empezarían a instalar en Bolivia a principios del siglo xx, con la fundación efímera del Partido Socialista en 1914, seguido del Partido Obrero Socialista (pos) en 1919. Más adelante se fundaría un nuevo Partido Socialista en 192726, lo que marcó el asentamiento de estas ideas en el país como parte del sistema de partidos. En las siguientes décadas, tanto el Partido de Izquierda Revolucionaria (fundado en 1939) como el Partido Obrero Revolucionario (por, fundado en 1935) continuaban refiriéndose al «problema del indio», pero iban más allá de los clásicos términos racializados de este debate al demandar que los campesinos formaran una vanguardia revolucionaria en coalición con trabajadores y clases medias27. Para ese entonces, con el término «clase media» se hacía referencia difusamente a criollos y mestizos urbanos, en ocupaciones no manuales y con cierto nivel educativo; en resumen, una serie de atributos capaces de demarcarlos claramente de los sectores populares.

La Revolución Nacional de 1952 no fue tanto el inicio como el desenlace de una serie de cambios profundos en las ideas políticas acerca de la composición social y étnica del país. Para ese entonces, el esquema predominante durante la época colonial se había reemplazado con otro modelo postulado ya no en términos raciales, sino ocupacionales. El clivaje principal propuesto por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr) se esgrimía entre la «oligarquía» (ligada a la «rosca minero-feudal», es decir la «antinación») y el «pueblo» (de composición tripartita, formado por clases medias, obreros y campesinos).

Luego de haber sido agrupados bajo la categoría racial de «indios», los pobladores del campo (sobre todo en tierras altas) se convirtieron gradualmente en «campesinos», con independencia de su origen étnico. El proyecto nacionalista implicaba una marcha inexorable hacia la asimilación ciudadana, de la mano de una reforma agraria y educativa y del sufragio universal. La revolución aspiraba a llevar adelante un proyecto de unificación en torno del mínimo común denominador del mestizaje. Este giro discursivo intentaría apartar las categorías de raza y etnicidad como ejes organizadores de la estructura social del país. El énfasis en la categoría social de campesinado tuvo como efecto implantar la clase social (qua ocupación) como parte central en el esquema de estratificación oficial. Esta consiguió su más clara cristalización en la Central Obrera Boliviana (cob), que agrupaba a sectores obreros y campesinos. ¿En qué momento entonces se comienza a concebir la clase ya no en términos de categorías ocupacionales sino de niveles de ingreso?

En 1982, tras 18 años de dictaduras militares, la hiperinflación y la crisis económica eran algunos de los desafíos más serios que debían enfrentar los nuevos gobiernos elegidos democráticamente. Al igual que los de muchos otros países en busca de salida a sus adversidades económicas, el gobierno de Víctor Paz Estenssoro cedió frente a la presión para aceptar un programa de ajuste estructural, como parte de lo que más tarde se conocería como Consenso de Washington. Los diez condicionamientos impuestos para el rescate financiero involucraban una serie de medidas que podrían resumirse en un cóctel de austeridad, privatización y liberalización económica. Crucialmente, suponían el «reordenamiento de las prioridades del gasto público», lo que incluía el redireccionamiento de subsidios hacia la provisión de servicios ostensiblemente «propobre» y «procrecimiento»28. Este último punto es central en esta breve genealogía, pues sugiere que las prescripciones estaban predicadas sobre la base de la generación de condiciones económicas que ayudaran a los Estados no solo a salir de su situación de crisis y endeudamiento, sino a mejorar las condiciones de vida de un segmento definido a partir de su nivel de ingresos, y bajo el monitoreo continuo de organismos multilaterales. Como relata Jason Hickel, el discurso predominante acerca de la pobreza solo se remonta a 1990, por la línea de base utilizada por los Objetivos de Desarrollo del Milenio (odm), o incluso a 1981, cuando el Banco Mundial publicó sus primeras estadísticas económicas29.

El primer estudio de distribución de ingresos en Bolivia fue realizado por la Misión Musgrave en 1975. En 1979, el Programa Regional de Empleo para América Latina y el Caribe (prealc) actualizaría esta estimación al incluir datos del censo de 1976. En la década de 1980, Rolando Morales publicó junto con sus colaboradores un estudio pionero que, combinando la distribución de ingreso con un umbral de ingresos mínimos, fue el primero que se propuso dimensionar a la población pobre e indigente30. En la década de 1990 llegarían estudios en mayor profundidad31 que combinaban formas directas (necesidades básicas insatisfechas, nbi) e indirectas (línea de pobreza, lp) para medir la pobreza. Luego de la realización del censo de 1992, uno de los estudios más relevantes de este periodo32 también basó buena parte de su enfoque en las nbi. No se llegó a un consenso respecto a las mediciones de la pobreza, que seguirían ensayándose por un tiempo; incluso años más tarde documentos oficiales usaban un enfoque con tres líneas de pobreza: extrema, moderada baja y moderada alta, sobre la base de una aproximación33 que al día de hoy comienza a caer en desuso. La pobreza se había convertido en un objeto técnico de estudio, útil para el seguimiento y la evaluación de la incidencia de políticas públicas, sin señales de que pudiera concebirse como una categoría social con atributos culturales o políticos.

La etapa neoliberal incluyó la implantación de un nuevo tropo acerca de la desigualdad social basado en la estratificación a partir de niveles de ingreso. De forma posterior, también se instalaron mediciones de pobreza y desarrollo humano que incorporaron carencias relacionadas con la educación, la salud y el nivel de vida34. Esto no quiere decir que los imaginarios de composición social sobre la base de vectores étnicos u ocupacionales desaparecieran del radar; simplemente fueron desplazados gradual e imperceptiblemente dentro de los discursos institucionales predominantes. La transposición más significativa estaba basada en la suplantación de la clase como función de alguna categoría ocupacional por la clase como función del nivel de ingresos.

Para plantearlo de manera más constructivista (pero quizá no tan constructiva), podría decirse que la pobreza, como hoy la conocemos en Bolivia, «se inventó» en la primera mitad de la década de 1980. No me refiero, por supuesto, a la hambruna ni a formas diversas de precariedad que plagan la historia de la humanidad hasta el día presente, sino a un discurso capaz de medir y monitorear este fenómeno a partir de un determinado nivel de ingresos. Tampoco es mi intención detenerme en un repaso de la pobreza y su medición; si la menciono en estos párrafos es debido a que está íntimamente relacionada con el tema que nos concierne: los estratos medios. Dada la enorme preponderancia de la pobreza como proporción de la población (más allá de los métodos de medición), los estudios de estratificación antes mencionados se enfocaban de forma casi exclusiva en esta categoría.

Esta tendencia es corroborada explícitamente por el Informe de Desarrollo Humano de 2010: «en el estudio de los problemas sociales en esas décadas se privilegió el análisis de la pobreza al margen de las estructuras sociales»35. Este estudio rompe con las tendencias anteriores al retratar cómo, entre 1999 y 2007, el país atraviesa un punto de inflexión en el cual el estrato medio de ingresos sobrepasa por primera vez la tercera parte de la población nacional, hecho que cataliza un análisis más detenido acerca de este sector. Y silenciosamente nace con la pobreza su gemela siamesa llamada «estrato medio de ingresos», a partir de la cual hoy se ha derivado una «clase media» como segmento socioeconómico. Un segundo punto de inflexión ocurriría entre 2010 y 2012, cuando este mismo estrato sobrepasó la mitad de la población, hasta llegar a 58% en 2017.

Las clases medias como circunscripción imaginada

La genealogía conceptual ensayada en la anterior sección se ha enfocado principalmente en discursos políticos e institucionales. Si bien estos pueden tener una relación iterativa (y hasta recíproca) con formas de autoidentificación36, en el fondo no llegan a retratar cómo las personas viven las relaciones de pertenencia, estatus y desigualdad en sus vidas cotidianas y en sus propios términos. Una pregunta central para cualquier esquema de estratificación consiste en preguntarse si «las categorías constitutivas son entes únicamente nominales, o si tienen un significado real para las personas involucradas»37. Yendo aún más lejos, Thompson argumentaba que «la clase [social] es definida por los hombres tal y como viven su propia historia y, al final, esta es la única definición»38. Tratándose de subjetividades fragmentarias, considero que no existe una aproximación metodológica que pueda ofrecer una explicación generalizada de lo que significa hoy la clase social en Bolivia, en especial sobre la base de sus dimensiones socioculturales. Sin embargo, existen datos que nos pueden dar un par de hilos a partir de los cuales empezar a desenredar esta madeja.

La Encuesta Mundial de Valores (emv), realizada por primera vez en el país en 2017, reporta que 69% de los bolivianos se autoidentifica como clase media39, un porcentaje aún más alto que el segmento de ingresos medios (58%), que ya sobredimensionaría el tamaño de la clase media40. Sería un exceso suponer que el porcentaje refleja identidades internalizadas, en tanto no surgen de una autoidentificación espontánea, sino como respuestas a una encuesta con categorías predefinidas. De todos modos, es sugerente que la cifra (aun tomando en cuenta el margen de error) sea tan elevada en relación con el promedio mundial (57%), o en comparación con otros países de la región, entre los cuales figuran Perú (55%), Argentina (60%) y Brasil (40%)41. Este es un dato que amerita un estudio más detallado, pero pueden esbozarse algunas explicaciones: la estigmatización que hoy acarrea pertenecer a uno de los extremos del espectro social en Bolivia, los componentes fuertemente aspiracionales relacionados con la pertenencia de clase y la marcada trayectoria de ascenso socioeconómico de quienes han percibido un cambio marcado respecto a una previa situación de subalternidad. Me aventuro a decir que, más allá de las categorías de clase que recurrentemente afirman aquellos actores involucrados en esta disputa discursiva (políticos, instituciones, intelectuales) para referirse a terceros, los esquemas cognitivos que configuran la vida cotidiana de las personas pasan por otros vectores identitarios relacionados con el estatus social. Este se conjuga mediante componentes diversos: fenotípicos, de vestimenta, educativos, geográficos, culturales e incluso ligados al apellido. Entonces, ¿en qué queda este concepto gelatinoso? A riesgo de que se diluya (o incluso de que se evapore), podríamos acercarlo a los debates coyunturales en Bolivia a partir de una aproximación tradicional, como un grupo socialmente diferenciado cuyos miembros comparten intereses económicos tendientes a ser reflejados en orientaciones políticas.

El debate clásico en torno de las clases medias latinoamericanas se inaugura con la publicación del libro Political Change in Latin America: The Emergence of the Middle Sectors, de John J. Johnson42. Partiendo de un examen de tendencias políticas de la primera mitad del siglo xx, el autor argumentaba que «grupos intermedios» de la región habían comenzado a cambiar su orientación política, pasando de ser clientelas de viejas elites a formar nuevas alianzas o «amalgamas» con «elementos trabajadores»43. Proponía que este viraje alteraría el equilibrio de poder y traería consigo el potencial para transformaciones progresistas. Investigadores como Fredrick Pike cuestionaron más adelante las premisas de este enfoque, argumentando que las clases medias chilenas continuaban ligadas a las elites por sus aspiraciones de consumo y pertenencia, y que habían erigido una barrera psicológica que les impedía tener una alianza genuina con la clase trabajadora44. Por su parte, Pike también dudaba de la solidez de las nuevas alianzas entre sectores, notando la tendencia de la clase media a sentirse incómoda frente al poder creciente de las masas urbanas y rurales45. Observó que, en el caso brasileño y velando por su estabilidad, las clases medias fueron aquiescentes frente a los gobiernos militares e incluso llegaron a apoyar abiertamente los golpes de Estado. No obstante, se instaló un debate en torno de las clases medias y su rol político en la región. A través de su expansión, se pensaba que jugarían un papel cada vez más importante en dirimir la tensión entre los intereses polarizados de las elites y los grupos subalternos. Existía un relativo consenso acerca de la creciente importancia electoral de este segmento, pero cierta ambivalencia respecto a los resultados políticos que traería. Samuel P. Huntington llegó a ver en las clases medias un potencial revolucionario, pero predijo que a medida que envejecen, también se tornan más conservadoras46.

En otras partes del mundo, la relación entre clase social y orientación política (medida a través del voto) fue estudiada con vigor desde la década de 1950. Estudios tempranos percibían una clara tendencia a que los trabajadores manuales votaran por partidos de izquierda47, pero en años recientes se ha sumado la evidencia empírica de que esta tendencia está en descenso, al menos en democracias occidentales48. Se han propuesto varias explicaciones para ello, incluyendo cambios en los tamaños relativos de las clases sociales (generalmente definidas ocupacionalmente) y en sus atributos económicos (con una decreciente correlación entre nivel de ingresos y tipo de ocupación). Adicionalmente, un cierto grado de convergencia y dispersión entre las propuestas sociales y económicas de los partidos a lo largo del espectro político ha hecho más difícil una separación sencilla entre partidos de «izquierda» y de «derecha». Además de transformaciones complejas en la oferta política y la demanda ciudadana, la cuestión latente de la heterogeneidad dentro de las categorías de clase (medidas a partir del ingreso) es quizá la más relevante para las discusiones contemporáneas en Bolivia.

Si bien es posible aglutinar dentro de la «clase media» (o cualquier otro rótulo) a quienes pueden satisfacer sus necesidades básicas (alimentarias y no alimentarias), me es difícil imaginar una serie de intereses comunes entre los supuestos integrantes de este club sin membresía. Si suponemos que está compuesto por cerca de 58% de la población, sería una perogrullada creer que en términos numéricos pueda concebirse como «árbitro del destino electoral». O más que una perogrullada, considero que la clase media se refiere a una aglutinación expansiva acompañada de un significante cada vez más vacío. Este grupo incorpora fácilmente a una serie de actores con diversas modalidades ocupacionales (servidores públicos, contrabandistas, transportistas, médicos, campesinos cocaleros, etc.), en cuyos intereses es más fácil encontrar relaciones de conflicto que de armonía.

Incluso en el intento de distinguir entre una clase media «tradicional» y una «nueva», la distinción no es estrictamente equivalente a los sustratos del estrato medio de ingresos «altos» y «bajos» o «vulnerables». El clivaje popular/tradicional ciertamente es de relevancia, a pesar de corresponder a un imaginario de estratificación que se aproxima a un constructo multidimensional (digamos, de corte bourdiano), antes que a un concepto de clase concebido en relación con el nivel de ingresos. En un intento de dotar de sustancia a cada subestrato, se podría intentar definir su composición a partir de trayectorias sociales mediante las cuales grupos determinados ganan, mantienen o pierden formas de privilegio y distinción.

Un tarea pendiente para la investigación social en Bolivia consiste en dimensionar empíricamente a estos grupos. A pesar de que existen importantes avances cualitativos en la caracterización de los grupos en ascenso49, no he podido detectar una aproximación semejante a grupos relacionados con una «clase media tradicional». Es de interés particular comprender hasta qué punto un clivaje de este tipo puede sostenerse inductivamente, sobre la base de vectores étnicos, ocupacionales y educativos, como punto de contraste con la estratificación por ingresos. Un siguiente paso consistirá en investigar en qué medida los grupos en cuestión tienen intereses contrapuestos.

Es previsible que transformaciones tectónicas en la estructura social encuentren expresión en sucesos como aquellos suscitados en el centro comercial MegaCenter a principios del año 2015, con la llegada de residentes alteños al barrio de Irpavi, percibida por algunos habitantes de esa región acomodada de La Paz como una suerte de invasión plebeya posibilitada por el teleférico. En este escenario, las pulsiones reaccionarias se exacerban en la medida en que algunos grupos se sienten invadidos o desplazados. A pesar de periódicas tensiones de este tipo, considero que no se presenta necesariamente el escenario para una «lucha de clases», al menos en su sentido clásico. La disputa no es por los medios de producción, sino por los espacios simbólicos donde se reproduce la distinción social. Pero existen fenómenos que pueden tender a aplacar las luchas sociales visibles (al menos, por parte de quienes tienen una trayectoria ascendente), en la medida en que la distinción social a través del consumo tradicionalmente ha sido aspiracional y se basa en el mimetismo antes que en la confrontación.

También existe la posibilidad de que las trayectorias de ascenso social de las «nuevas clases medias» sean predominantemente divergentes, que estas ocupen espacios económicos y simbólicos propios y esto dé lugar a grupos de elite paralelos. El clivaje puede ser conceptualmente contencioso, pero considero que el ejercicio de disgregación de las «clases medias» en subestratos es pertinente en la medida en que van tomando forma categorías sociales con rasgos más distintivos y con composición menos heterogénea. Un ejercicio posterior involucrará descifrar si estas distintas aproximaciones a la clase social ayudan a distinguir orientaciones políticas colectivas.

Refiriéndose a las clases medias británicas, el historiador Dror Wahrman examinó los procesos mediante los cuales este grupo ingresó en el imaginario social y político entre finales del siglo xviii y principios del siglo xix50. Propone que la creación de esta categoría está más ligada a transformaciones discursivas que a cambios subyacentes en la estructura social. Un proceso análogo ocurrió en Argentina en el siglo xx y dio lugar a la internalización generalizada de esta clase, en discursos tanto cotidianos como políticos51. Si adoptamos un enfoque similar, quizá podamos discernir entre transformaciones sociales aceleradas (que ciertamente dan mucho de qué hablar) y una reconfiguración en los esquemas a partir de los cuales se construyen los sujetos sociales en un determinado momento histórico.

Las clases medias en Bolivia pueden pensarse como una circunscripción imaginada sobre la cual se intenta proyectar o inferir una serie de atributos e intereses políticos. Invocarlas implica ejercicios estadísticos, nominativos y retóricos, algunos de los cuales he intentado examinar en este artículo. Quienes han protagonizado este análisis son políticos, instituciones y analistas. Por lo tanto, este debate dice más de todos nosotros y sobre cómo ajustamos nuestras categorías de análisis para acercarnos a la realidad social que sobre las personas a quienes hacen referencia estas etiquetas. A pesar de los altos (pero tenues) niveles de autoidentificación con la clase media, no he encontrado evidencia de que esta sea una categoría que se invoque de manera espontánea, y menos aún que sea exaltada como bandera política por parte de movimientos ciudadanos. La clase media prolifera como categoría de análisis en la opinión publicada, antes que como identidad social diferenciada en la opinión pública.


Nota: una primera versión de este artículo apareció en Bitácora Cultural vol. 1 No 1, 2019.

  • 1.

    E. Morales Ayma: «Mensaje presidencial. Informe 12 años de gestión», Ministerio de Comunicación, 22/1/2018.

  • 2.

    C. Mesa: «La clase media en la calle» en Página Siete, 28/1/2018.

  • 3.

    A. García Linera: «Asonada de la clase media decadente» en La Razón, 17/1/2018 y «Las clases medias en disputa» en La Razón, 18/2/2018.

  • 4.

    Ivone Juárez: «El movimiento médico, una explosión de la clase media boliviana» en Página Siete, 7/1/2018; Susana Seleme: «Un Estado social en las calles» en El Día, 1/3/2018.

  • 5.

    Érika Brockmann: «¿Clase media decadente? Desagravio urgente» en Página Siete, 19/1/2018.

  • 6.

    J. Komadina: «Sin clases medias» en La Razón, 25/1/2018.

  • 7.

    A. Villanueva Rance: «Las clases medias en disputa» en Oxígeno, 23/1/2018.

  • 8.

    PNUD: Informe Nacional sobre Desarrollo Humano en Bolivia. El nuevo rostro de Bolivia: Transformación social y metropolización, PNUD, La Paz, 2015.

  • 9.

    G. Colque: «La ficticia expansión de las clases medias» en La Razón, 25/4/2016.

  • 10.

    J. Paredes: «¿Cuál clase media?» en La Razón, 21/8/2016.

  • 11.

    Entrevista a J. Paredes en el programa Con el pueblo en la piel, Abya Yala, 25/3/2018.

  • 12.

    Los datos para Chile y Brasil son de 2015, ya que el Banco Mundial aún no ha registrado este indicador para 2016.

  • 13.

    Darwin Ugarte Ontiveros, Rosangela Cruz Quisbert y Elío Alberto Colque: «El impacto de los programas de redistribución social sobre la desigualdad del ingreso en Bolivia», trabajo presentado en el II Congreso de Pensamiento Económico Latinoamericano, Asociación de Pensamiento Económico Latinoamericano, Cochabamba, 27 y 28 de octubre de 2016. Cifras semejantes también fueron circuladas por el gobierno en diversas oportunidades. De acuerdo con mis propios cálculos, sobre la base de datos registrados por el Banco Mundial, entre estos dos periodos el ingreso del 10% más rico en relación con el del 10% más pobre se habría reducido de 91 a 32 veces. La diferencia aún es notoria, pero la divergencia respecto a los anteriores cálculos nos remite a potenciales discrepancias en la metodología de cálculo.

  • 14.

    Verónica Paz Arauco (coord.): Inclusión social en Bolivia: avances y desafíos (2006-2014), Centro de Investigaciones Sociales, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, La Paz, 2017.

  • 15.

    Fernanda Wanderley: «Nueva clase media y su vulnerabilidad» en Página Siete, 24/5/2018.

  • 16.

    Carmen Rosa Rea Campos: «Complementando racionalidades: la nueva pequeña burguesía aymara en Bolivia» en Revista Mexicana de Sociología vol. 78 No 3, 2016.

  • 17.

    Mauricio Vasquez: «Bolivia debe crecer un 6% para mantener la clase media» en El Deber, 4/6/2018.

  • 18.

    Jeff Dayton-Johnson (ed.): Latin America’s Emerging Middle Classes: Economic Perspectives, Palgrave MacMillan, Londres, 2015.

  • 19.

    Rolando Franco, Martín Hopenhayn y Arturo León (eds.): Las clases medias en América Latina, Siglo Veintiuno / Cepal, Ciudad de México, 2010.

  • 20.

    Uri Dadush y Shimelse Ali: «In Search of the Global Middle Class: A New Index», Carnegie Endowment for International Peace, Washington, DC, julio de 2012.

  • 21.

    E. P. Thompson: «La sociedad inglesa del siglo xviii: ¿lucha de clases sin clases?» en Tradición, revuelta y conciencia de clase, Crítica, Barcelona, 1979.

  • 22.

    Ibíd.

  • 23.

    Entre las categorías de subestratificación figuran aquellas relacionadas con el lugar de origen, residencia, tenencia de propiedad y tipo de ocupación, entre ellas qamiris, «originarios», «forasteros» y «yanaconas». O. Harris: «Ethnic Identity and Market Relations: Indians and Mestizos in the Andes» en Bruce Larson, O. Harris y Enrique Tándeter (eds.): Ethnicity, Markets, and Migration in the Andes: At the Crossroads of History and Anthropology, Duke UP, Durham, 1995.

  • 24.

    F. Reinaga: Revolución india, Fundación Amáutica Fausto Reinaga, La Paz, 1969.

  • 25.

    Andrey Schelchkov: La palabra «socialismo» en Bolivia, siglo XIX, Centro de Investigaciones Sociales, La Paz, 2016.

  • 26.

    A. Schelchkov y Pablo Stefanoni: Historia de las izquierdas bolivianas: archivos y documentos (1920-1940), Centro de Investigaciones Sociales, La Paz, 2016.

  • 27.

    Herbert S. Klein: A Concise History of Bolivia, 2a ed., Cambridge UP, Nueva York, 2011.

  • 28.

    John Williamson: «A Short History of the Washington Consensus», Fundación CIDOB, Barcelona, 2004.

  • 29.

    El economista Martin Ravallion observó en 1990 que las líneas de pobreza de muchos de los países más pobres convergían cerca de 1,02 dólares estadounidenses. Siguiendo su recomendación, el Banco Mundial adoptó este umbral de pobreza absoluta como primera línea internacional de pobreza (ipl). Esta medida permaneció hasta 2008, cuando el Banco Mundial la cambió por 1,25 dólares a niveles de paridad de poder adquisitivo (PPA) de 2005, y nuevamente en 2015 a 1,90 dólares, sobre la base de una ppa ajustada a 2011. Lo que puede resultar sorprendente de semejantes ajustes técnicos es que, de la noche a la mañana, cientos de millones de personas en todo el mundo entran y salen de la pobreza mediante una extraña alquimia estadística, sin la más mínima modificación material en sus condiciones de vida.

  • 30.

    R. Morales, Ana María Aguilar y Guido Pinto: Desarrollo y pobreza en Bolivia: análisis de la situación del niño y la mujer, Unicef, La Paz, 1984.

  • 31.

    PNUD: «La pobreza en Bolivia», PNUD, La Paz, 1990.

  • 32.

    Ministerio de Desarrollo Humano: Mapa de pobreza: una guía para la acción social, INE / UDAPSO / UPP, La Paz, 1995.

  • 33.

    UDAPE: «Pobreza y desigualdad en municipios de Bolivia: estimación del gasto de consumo combinando el Censo 2001 y las Encuestas de hogares», UDAPE / INE, La Paz, 2003; James Foster, Joel Greer y Erik Thorbecke: «A Class of Decomposable Poverty Measures» en Econometrica vol. 52 No 3, 1984.

  • 34.

    El IPH-1 fue adoptado por el pnud en 1998 y, posteriormente, fue reemplazado con el índice de pobreza multidimensional en 2010.

  • 35.

    PNUD: Informe Nacional sobre Desarrollo Humano en Bolivia. Los cambios detrás del cambio. Desigualdades y movilidad social en Bolivia, PNUD, La Paz, 2010.

  • 36.

    Ian Hacking: «Between Michel Foucault and Erving Goffman: Between Discourse in the Abstract and Face-to-Face Interaction» en Economy and Society vol. 33 No 3, 2004.

  • 37.

    David B. Grusky: «The Past, Present, and Future of Social Inequality» [2004] en D.B. Grusky (ed.): Social Stratification: Class, Race and Gender in Sociological Perspective, Westview Press, 2014.

  • 38.

    E. P. Thompson: The Making of the English Working Class, Vintage Books, Nueva York, 1963, p. 11. [Hay edición en español: La formación histórica de la clase obrera, Laia, Barcelona, 1977].

  • 39.

    Este número se disgrega en 66% para la población adulta (19% como «clase media alta» y 49% como «clase media baja») y 78% entre los jóvenes encuestados (de 12 a 17 años; 36% como «clase media alta» y 42% como «clase media baja»). Debe tomarse a la población adulta como segmento de referencia para los demás países de la región, para los cuales no existen datos de una encuesta realizada a jóvenes.

  • 40.

    De acuerdo con el Banco Mundial, en 2013 70% de los alteños se autodefinían como clase media. Banco Mundial: «Bolivia: poco a poco construyendo una nueva clase media», www.bancomundial.org/es/news/feature/2013/10/24/Bolivia-poco-a-poco-construyendo-una-nueva-clase-media24/10/2013, 24/10/2013.

  • 41.

    Datos tomados de la sexta ola de la EMV (2010-2014), dado que no existen aún datos consolidados para la séptima ola, todavía en curso (2016-2020).

  • 42.

    Stanford up, Stanford, 1958. [Hay edición en español: La transformación política de América Latina. El surgimiento de los sectores medios, Hachette, Buenos Aires, 1961].

  • 43.

    Es sugerente que Johnson haya evadido deliberadamente referirse a las «clases» sociales en su análisis, dado su agnosticismo respecto a estas categorías, que incluso en su tiempo eran objeto de disputas discursivas.

  • 44.

    F. B. Pike: «Aspects of Class Relations in Chile, 1850-1960» en The Hispanic American Historical Review vol. 43 No 1, 1963.

  • 45.

    Charles Wagley: «The Dilemma of the Latin American Middle Classes» en Proceedings of the Academy of Political Science vol. 27 No 4, 1964.

  • 46.

    Samuel P. Huntingon: Political Order in Changing Societies, Yale UP, New Haven-Londres, 1968. [Hay edición en español: El orden político en las sociedades en cambio, Paidós, Barcelona, 1990].

  • 47.

    Robert Alford: Party and Society: The Anglo-American Democracies, Greenwood Press, Westport, 1963.

  • 48.

    Giedo Jansen, Geoffrey Evans y Nan Dirk de Graaf: «Class Voting and Left-Right Party Positions: A Comparative Study of 15 Western Democracies, 1960-2005» en Social Science Research vol. 42 No 2, 2013.

  • 49.

    C.R. Rea Campos: ob. cit.; Nico Tassi, Alfonso Hinojosa y Richard Canaviri: Economía popular en Bolivia: tres miradas, Centro de Investigaciones Sociales, La Paz, 2015.

  • 50.

    D. Wahrman: Imagining the Middle Class: The Political Representation of Class in Britain, c. 1780-1840, Cambridge up, Cambridge, 1995.

  • 51.

    Ezequiel Adamovsky: Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Planeta, Buenos Aires, 2009.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 285, Enero - Febrero 2020, ISSN: 0251-3552


Newsletter

Suscribase al newsletter