Bienestar del tiempo: respuesta latinoamericana frente a la crisis socioecológica
Nueva Sociedad 273 / Enero - Febrero 2018
La agudización de los problemas socioecológicos obliga a reorientar los esquemas de crecimiento intensivos en recursos naturales. En tal sentido, el índice de vida saludable y bien vivida (IVSBV), construido en Ecuador, aporta ideas alternativas para medir la calidad de vida. La meta de discutir las ideassedimentadas de bienestar y los significados de su medición, así como la introducción de la variable «tiempo» como determinante del desarrollo social, buscan avanzar en un modelo socioecológico.
América Latina se enfrenta en la actualidad a diferentes crisis. La cuestión social y la ecológica surgen como dos problemáticas centrales, que serán determinantes no solo para la región, sino también para el futuro de toda la humanidad. La dificultad particular radica en que hasta hoy casi todas las respuestas frente a cuestiones sociales –como la pobreza, el trabajo informal o la desigualdad– están orientadas al crecimiento económico; esto incluye los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ods), con los que la Organización de las Naciones Unidas (onu) promueve un esquema global para abordar los grandes desafíos del siglo xxi. Pero al mismo tiempo, no cabe duda de que este impulso hacia el crecimiento promovido por el modelo de desarrollo imperante conduce al colapso ecológico del planeta. A la luz de este dilema, adquiere sentido la idea de que el bienestar basado en un crecimiento material tiende más a crear pobreza para muchos que una buena vida para todos. En lugar de proponer nuevas formas sostenibles o coloreadas de verde, parece necesario establecer alternativas frente al concepto actual de desarrollo.
Esto obliga, por un lado, a repensar esencialmente la noción de bienestar y calidad de vida y, por el otro, a reflexionar sobre cómo es posible convertir ideas alternativas de desarrollo en políticas concretas. Existe un enfoque interesante, que intenta medir el bienestar para determinar el nivel de desarrollo social de los países. Los mecanismos mencionados no solo buscan obtener información concreta sobre la calidad de vida de las personas, sino que también se apoyan en el alto valor orientativo que tienen los indicadores estadísticos tanto para la política como para los individuos. Estos datos se consideran científicamente fundamentados, neutros, racionales y, por ende, adecuados para disponer las pautas para la vida futura a partir de referencias centrales actuales.
Para establecer definiciones nuevas y alternativas del bienestar, se adoptaron especialmente las propuestas de la Comisión Stiglitz1, que aportan interesantes sugerencias pero sin abandonar el mantra del crecimiento económico. Precisamente a esto apunta el índice de vida saludable y bien vivida (ivsbv) elaborado en Ecuador2. Este sintetiza los conceptos de la filosofía aristotélica con la noción del «buen vivir» –basada en la cosmovisión indígena, ampliamente popularizada en muchos países latinoamericanos y que incluso se ha convertido en parte en una razón de Estado y en un derecho constitucional– e introduce sobre esta base el tiempo como unidad de medida central para determinar la calidad de vida. Así, una vez más, América Latina genera un impulso esencial para la teoría del desarrollo y la investigación sobre el bienestar. En las siguientes líneas se expone históricamente el desarrollo del concepto de bienestar y el significado de su medición, se debate la introducción de la categoría tiempo como unidad de medida del bienestar, se presenta el criterio metodológico del ivsbv y se examina cuáles son las propuestas planteadas en relación con ese índice para resolver las crisis actuales.
Con el poder de los números, hacia una alternativa de desarrollo
Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos nació la idea de una contabilidad nacional con el foco reorientado desde los ingresos hacia la producción. Dirigida inicialmente a lograr una planificación eficiente en el terreno bélico, la conceptualización de aquel indicador fijó al mismo tiempo las bases del actual paradigma de crecimiento: con el pib, el crecimiento económico se constituyó a partir de la segunda mitad del siglo xx en un parámetro válido en todo el mundo para medir el desarrollo y el bienestar, sin que ninguno de estos conceptos fueran debatidos previamente en profundidad.
Desde entonces, el bienestar se equipara fundamentalmente a la producción de bienes materiales y servicios. Se otorga así a las ciencias económicas y a sus indicadores la potestad de definir qué se entiende por desarrollo y bienestar. La fórmula utilizada es sencilla: mediante una asignación de recursos considerada como óptima, el mercado genera una alta producción económica de bienes, que aumentan la riqueza material; el individuo satisface sus necesidades de consumo gracias a la variedad de oferta; una mayor producción de bienes significa mayor bienestar para el individuo; el crecimiento económico aumenta el grado de libertad individual, la sensación subjetiva de felicidad y el bienestar para todos desde un punto de vista objetivo3.
Un indicador central es el dinero o su poder adquisitivo real. Por lo tanto, para efectuar la medición empírica del bienestar se utilizan parámetros como ingresos, producto interno o propensión al consumo. Gracias a su carácter altamente operativo, este enfoque es recibido con beneplácito por quienes se dedican a las estadísticas. Lo opuesto al bienestar es la pobreza, es decir, la escasez de recursos materiales, que reduce el grado de libertad y en casos extremos impide satisfacer las necesidades básicas (como el hambre).
Desde luego, siempre ha habido críticas a esta concepción. Pronto pudo demostrarse empíricamente que esa supuesta relación transparente entre ingresos y bienestar era más endeble de lo que se presumía y que, a partir de un determinado nivel de ingresos, el crecimiento material ya no va acompañado de un aumento análogo en el bienestar4. Una alternativa importante para medir el desarrollo sigue siendo hasta hoy el índice de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), que se basa en el enfoque basado en las capacidades (capability approach)5. Este enfoque intenta sondear las capacidades (capabilities) sociales existentes en el individuo para alcanzar el mayor grado posible de libertad activa. Las libertades mensurables y promotoras de capacidades son la democracia, las instituciones que compensan los efectos del mercado, la igualdad de oportunidades sociales, las garantías de transparencia y la protección social. Se tienen en cuenta aspectos objetivos y subjetivos del bienestar, y se asigna una clara responsabilidad para el desarrollo tanto a las condiciones contextuales (la economía, la política y el Estado) como al individuo (que debe aprovechar las oportunidades concedidas). Este enfoque ha influido significativamente hasta hoy en muchos otros esfuerzos dirigidos a determinar conceptos y métodos de medición alternativos para el desarrollo, lo que incluye también la importante y ya mencionada propuesta de la Comisión Stiglitz.
Pese a tales iniciativas, el nivel de desarrollo y bienestar de todos los países del mundo sigue clasificándose hasta hoy en primer lugar a través del pib. La influencia del world’s most powerful number6 y el paradigma de crecimiento subyacente se mantienen intactos y confirman al mismo tiempo el poder normativo de las estadísticas sobre la política y la sociedad.
La ineficacia social de los enfoques alternativos mencionados también radica en que –más allá de numerosos impulsos en otros sentidos– aún adoptan las nociones eurocéntricas de desarrollo. Por un lado, se aferran a la concepción liberal del sujeto, centrada en una persona primordialmente racional y en su libertad individual. Se ve así la influencia de la teoría liberal de la justicia, que pregona la creación de oportunidades iguales para todos bajo el lema «igualdad por medio de la libertad». En otras palabras, cada quien sigue siendo el herrero que forja su propio destino, pero tiene derecho a que le den un martillo y un yunque. No se consideran las relaciones interpersonales, los colectivos y grupos sociales o étnicos, ni las identidades. Por otro lado, estos enfoques continúan priorizando sin más ni más el crecimiento material y ese impulso inherente al capitalismo como objetivo central de desarrollo, mientras que otras dimensiones (como el ambiente o las desigualdades internacionales) quedan relegadas a un segundo plano. Para crear una alternativa a la noción imperante de desarrollo y bienestar que también sea mensurable y que aborde el desafío de la crisis socioecológica global sin descuidar su grado de eficacia, es necesario que resulte más sensible al contexto: su categorización debe deshacerse de la concepción liberal del sujeto y del economicismo, sin renunciar por ello a una operatividad precisa. Justamente de esta tarea se encarga el ivsbv.
Desde el punto de vista teórico, este índice se orienta al enfoque aristotélico de la buena vida como acción exitosa: la eudaimonia. Según Aristóteles, el individuo puede alcanzar la buena vida si ha logrado satisfacer sus necesidades materiales básicas, conserva su salud y dedica el tiempo libre disponible al ocio, la reflexión e introspección, las relaciones interpersonales, el amor y el erotismo y la participación en la vida pública. En lugar de vivir cada vez mejor (es decir, tener más), lo que se busca es la buena vida en sí misma. La eudaimonia no se constituye entonces mediante bienes u objetivos concretos, sino que es una forma de praxis social. Por otra parte, el ivsbv se nutre de la cosmovisión indígena del «buen vivir», que otorga una gran importancia a la relación entre lo individual y lo colectivo y, además, aboga por un vínculo más equilibrado entre el ser humano y la naturaleza: apunta así a satisfacer las necesidades materiales, sociales y espirituales de todos los miembros de una comunidad, sin que eso vaya en detrimento de otras personas ni de los recursos naturales7.
Con esta síntesis, el ivsbv se distancia claramente de aquello que fundamenta el concepto imperante de desarrollo y bienestar: al constructo liberal del individuo y el utilitarismo, opone en primer lugar una noción del sujeto que vuelve a pensar en la persona como un ser social y situado en el contexto de su ambiente. El bienestar, las relaciones sociales y el ambiente sano están así ligados de manera indisoluble. Solo el que vive bien –y en comunidad– puede ser feliz y tener bienestar. Precisamente por este motivo, el aumento permanente de bienes materiales deja además de ser considerado como el factor primordial para medir el bienestar, lo que implica invalidar el paradigma de crecimiento.
Por lo tanto, las variables utilizadas por el ivsbv para medir el bienestar no determinan la felicidad individual con un criterio estático (por ejemplo, mediante cantidades materiales o de otro tipo), sino que buscan reflejar el carácter de su origen: se trata de explorar los ámbitos donde se genera bienestar, no de medir un objetivo alcanzado. En tal sentido, el ivsbv se atreve a diferenciarse de los enfoques eurocéntricos y evita establecer metas universales para el desarrollo o proponer caminos para el bienestar personal, ya que esos modelos se definen (o deben definirse) a través de los individuos y en las sociedades mismas.
Si bien se destaca expresamente la importancia de las condiciones de vida externas, desde esta perspectiva los esfuerzos en pos de la seguridad material y la salud van acompañados de otros campos dirigidos a la generación de bienestar: tiempo dedicado a a) trabajo autodeterminado, b) ocio y educación, c) relaciones sociales (amor, amistad) y d) participación en la vida pública. La (re)producción de estos campos representa en cada caso un bien autónomo para el ivsbv. Contrariamente a lo que ocurre con la asignación realizada por el mercado, estos bienes se apoyan en el reconocimiento mutuo y la responsabilidad social. Son vitales para los seres sociales, pero solo pueden disfrutarse de manera conjunta. Se basan en el reconocimiento y la motivación intrínseca, por lo que la identidad, la comunicación, los sentimientos y la empatía son componentes importantes. Se trata entonces, principalmente, de relaciones interpersonales genuinas como la amistad y la cooperación, el erotismo, la familia, el compromiso cívico o la participación pública. Dado que son inherentemente recíprocas, se las denomina bienes relacionales8. De este modo, el ivsbv designa campos precisos en los que el bienestar se genera y se torna mensurable dentro de su entorno. La buena vida adquiere así un carácter operativo9. En lugar del dinero, aparece ahora el tiempo como indicador central del bienestar. La pregunta ya no es cómo queremos vivir, sino cómo queremos pasar nuestro tiempo.
Es tiempo de realizar una nueva medición basada en el tiempo
La aproximación a la categoría tiempo implica analizar un fenómeno complejo, que hasta ahora ha sido subestimado desde las ciencias sociales. En primer lugar, parece importante reconocer que el tiempo no es una magnitud física ni naturalizada, como siguen sosteniendo hoy algunos referentes de las ciencias naturales o de la filosofía. En su ensayo sobre el tema, Norbert Elias ya insistía en que nuestra concepción al respecto se basa en una falsa dicotomía entre naturaleza y cultura, que nos impide identificar el carácter profundamente social del tiempo10. Desde una perspectiva descolonial, Walter Mignolo llega a la misma conclusión en torno de esta categoría y señala que desde el siglo xviii se han establecido dos diferenciaciones centrales de la Modernidad occidental como dualidad: por un lado, la de la tradición y lo moderno; por el otro, la de la naturaleza y la cultura11. El tiempo es, más bien, una institución social creada a lo largo de más de cuatro milenios de la humanidad. Nuestros actuales regímenes del tiempo surgieron históricamente a medida que las diferentes sociedades fueron conformando el Estado. La introducción de nuevos métodos para medir el tiempo ayudó a coordinar y optimizar el accionar económico y político; además, racionalizó y disciplinó la organización de la convivencia humana. No cabe duda de que la nueva y más precisa medición del tiempo también significó una importante contribución para el nacimiento del capitalismo: promovió en el ámbito laboral la generalización del trabajo asalariado, separó el tiempo de trabajo de la vida privada y fomentó la diferenciación de las sociedades.
Sin embargo, el tiempo ahora tiene un efecto tan pérfido que solemos percibirlo como algo externo. Concebido antiguamente como un instrumento para armonizar la convivencia, hoy parece haberse convertido para muchos (por ejemplo, por la aparente escasez o aceleración) en la batuta autónoma del desarrollo personal. La categoría tiempo y la coacción externa de su institución social se han transformado en una pauta de autocoacción que abarca toda la vida12.
En realidad, el tiempo es una categoría creada por el ser humano y sigue siendo configurable. Si se tiene en cuenta que su disponibilidad ejerce una evidente influencia sobre el estado personal y social, el tiempo medible aparece entonces como un factor ideal para redefinir el bienestar y el desarrollo. Además, dada la relevancia para cualquier práctica cotidiana, las propuestas dirigidas a modificar el régimen del tiempo conllevan una orientación de las acciones tanto en lo que respecta al individuo como a la política.
La idea de incorporar el tiempo como componente en las teorías económicas y la medición del bienestar no es nada nuevo. Por lo general, ocupa una posición central el lema de vida de Benjamín Franklin: «El tiempo es dinero». Se piensa el tiempo como factor de costo de oportunidad, en un marco en el que el individuo decide usarlo para ganar dinero o para realizar actividades no productivas, en cuyo caso renuncia al crecimiento material. En tal sentido, el tiempo libre sigue siendo considerado una variable dependiente de la esfera económica. Solo es posible «comprarlo» si se aumenta la productividad o se renuncia a la dimensión material. Cabe mencionar asimismo a Robert Goodin, quien intenta integrar la magnitud al cálculo del bienestar mediante el concepto de tiempo discrecional13. Sin embargo, este enfoque también se basa en una noción liberal del sujeto y se apoya en gran medida en indicadores económicos para su operatividad; lo mismo puede decirse de otros aportes recientes y muy innovadores, surgidos de América Latina14.
En el ivsbv, en cambio, el tiempo se introduce como variable autónoma. A través de los bienes relacionales, el índice define campos precisos para medir el bienestar: son las cantidades de tiempo que se requieren para asegurar las necesidades básicas y materiales (descanso, trabajo, salud), así como la generación colectiva y el disfrute de los rubros ya mencionados: trabajo autodeterminado, ocio y educación, relaciones sociales y participación en la vida pública. Por lo tanto, el punto de partida del ivsbv consiste en incorporar estos bienes como variables y asignar a las relaciones sociales un rol importante dentro de la medición del bienestar. El dinero deja de ser el principal indicador del bienestar y el eje central de la evaluación, que adopta como unidad de valor y análisis la cuestión del tiempo disponible destinado a intereses sociales (y ecológicos).
Aunque lamentablemente no es posible ofrecer aquí una descripción metodológica detallada del ivsbv, se puede acceder a ella con facilidad. En líneas generales deben subrayarse las características del logaritmo presentado por el ivsbv, que mediante la medición del tiempo requerido permite exponer matemáticamente hasta qué punto los individuos y los grupos pueden generar bienes relacionales.
El ivsbv se destaca, además, por varias innovaciones: dado que el trabajo ya no se mide únicamente en función de un resultado que asegure la subsistencia, sino también por su calidad como fuente autónoma de bienestar, surgen nuevas opciones para establecer normas en materia laboral o nuevas estrategias dirigidas a organizar los puestos de trabajo de una manera más justa para las personas. Aparece asimismo la posibilidad de evaluar el trabajo y las posiciones sociales conexas a través de la determinación de los propios horarios (en lugar de hacerlo sobre la base de los ingresos) y de revalorizar socialmente las actividades dotadas de una alta autonomía respecto al tiempo.
Por otra parte, en el ivsbv adquieren una visibilidad empírica las actividades reproductivas (realizadas en general por mujeres y no remuneradas). Esto incluye, por ejemplo, los trabajos domésticos y de cuidados, que suelen quedar relegados en los análisis pese a que son determinantes para mantener el bienestar o aumentarlo. Se reconoce de manera explícita que las relaciones de género subyacen constitutivamente a las relaciones productivas. Para revalorizar las prestaciones de reproducción que hasta hoy han sido subestimadas, tal vez lo ideal sea llevar un registro sistemático de las porciones de tiempo en las que se cuida y se preserva la vida del ser humano y cotejarlas con otros bienes relacionales15. Con datos disponibles del país y encuestas de hogares de realización propia, la medición de bienestar del ivsbv fue sometida a un ensayo práctico en Ecuador y cotejada con otros métodos convencionales. El nuevo procedimiento confirmó su viabilidad en los sondeos y arrojó interesantes resultados; si se comparan las mediciones que operan con el indicador dinero o tiempo, surgen diferencias significativas. Los ingresos pierden su efecto determinante sobre el bienestar personal: dentro de la población ecuatoriana, el ingreso promedio del 10% más rico en términos de tiempo es tres veces más bajo que el del 10% más rico en términos de dinero. Lo que ocurre en muchas ocasiones es que los mayores ingresos están vinculados a jornadas extensas dedicadas a un trabajo caracterizado por la falta de autonomía, que limita la generación de bienes relacionales.
Desde luego, no se trata aquí de sostener el lema «pobre, pero feliz» y marcar una disociación entre el bienestar y la situación material. Por el contrario, la evaluación destaca en repetidas ocasiones que se requiere una adecuada base material (de ingresos) para lograr el bienestar; allí donde no existe esa base, el nivel suele decaer drásticamente por las escasas posibilidades de asegurar la subsistencia. Lo que sí hace el hallazgo es debilitar la consabida relación entre ingreso y bienestar. Encima hay un resultado preocupante para las capas adineradas: del 20% con mayores ingresos en Ecuador, apenas una sexta parte pertenece a la franja que ha alcanzado el máximo nivel de bienestar en términos de tiempo.
En promedio, según el ivsbv, la población del país andino disfruta de bienestar solo 11 años, lo que representa alrededor de 14% de su tiempo de vida. Pueden observarse aquí importantes desigualdades: el 10% más rico (en términos de tiempo) dispone semanalmente de 16 veces más tiempo para una buena vida que el 10% más pobre. La mayor distancia se registra en la participación en la vida pública: el primer decil muestra una intervención más de 35 veces superior a la del último, lo que constituye un hallazgo notable no solo para la teoría de la democracia.
Hay dos factores que limitan significativamente la ampliación del bienestar. En primer lugar, las condiciones laborales precarias. Gran parte de la población activa –sobre todo, en la economía informal– desempeña trabajos poco calificados y con alta carga horaria, que a duras penas aseguran la subsistencia y casi no dejan espacio para generar bienes relacionales. En segunda instancia y muy estrechamente vinculadas con el punto anterior, cabe mencionar las diferentes formas de exclusión y discriminación (también en el plano inmaterial, a partir de cuestiones geográficas, étnicas, de género, etc.), que acentúan las desigualdades sociales existentes e impiden generar bienes relacionales: dentro de la población ecuatoriana, el decil que más sufre la escasez de tiempo dispone de apenas 4% del tiempo de su vida para generar bienes relacionales.
Seguramente esto también explica por qué el ivsbv aún resulta poco conocido en América Latina. Allí donde las condiciones de vida y de trabajo son precarias o hasta ponen en peligro la subsistencia de amplias franjas de la población, parece desmedido abogar por más tiempo para el ocio. Además, a pesar de que a escala internacional la visión del «buen vivir» subyacente al ivsbv genera empatía, logra una amplia adhesión y se transforma en un punto de referencia para propuestas políticas alternativas, en su región de origen se enfrenta a una fuerte presión. En Ecuador, incluso, el concepto del buen vivir fue instrumentalizado hace tiempo por la política, pero luego pasó a convertirse en cierta medida en lo opuesto y hoy tiende a legitimar una idea de desarrollo que antepone el crecimiento económico al medio ambiente y suele respaldar la explotación extrema de materias primas16.
Por cierto, este vaciamiento conceptual y las contradicciones concretas no invalidan el ivsbv, sino que confirman su argumento clave: la medición de bienestar propuesta en el índice presupone sin lugar a dudas un apoyo material capaz de satisfacer las necesidades básicas. Si se tiene en cuenta a su vez que la población activa perteneciente a las capas medias prácticamente se ha triplicado en el planeta entre 1991 y 201517, debería haber una resonancia considerable para propuestas de la buena vida tanto dentro como fuera de América Latina. El tiempo puede transformarse en una «segunda moneda», reconocida a escala internacional como apta para medir el bienestar.
Por quién doblan las campanas: perfiles de una nueva política del tiempo
Del ivsbv se deriva un programa concreto: la «política activa del tiempo». Se trata de una política que busca incidir de manera pública y participativa en las estructuras de tiempo de las personas y que, por supuesto, debe afirmar la concepción de esa magnitud como construcción social. Es necesario que la política en cuestión no se apoye únicamente en los acompañamientos estructurales, los objetivos institucionales o sus respectivos discursos; debe enfocarse en las prácticas del mundo real y velar por que haya instrumentos dirigidos a un nuevo régimen del tiempo que encuentren eco en el terreno cultural y como práctica cotidiana, que sean adoptados por los individuos y de forma personal, y que se apliquen en la acción. La política del tiempo debe ejecutarse simultáneamente en dos planos entrelazados: por un lado, a través de marcos institucionales (como programas estatales); por el otro, mediante la apertura social de nuevos espacios facilitadores orientados al mundo real, que se centren en la autodeterminación respecto al tiempo y en la relación entre el ser humano y la naturaleza. Una política del tiempo con tales características puede crear los valores culturales sin los cuales resulta imposible establecer un nuevo paradigma de desarrollo, que vaya más allá del crecimiento económico.
Habida cuenta del caso ecuatoriano, que revela que el trabajo informal y la desigualdad social significan una limitación de gran importancia para el bienestar en términos de tiempo, se torna esencial promover condiciones laborales dignas. En América Latina esto implica, sobre todo, reducir el alto nivel de informalidad, que no solo impide el bienestar personal, sino que además es el principal obstáculo para aumentar la productividad y bloquea así cualquier posibilidad de desarrollo económico que apunte más allá de la explotación contaminante de materias primas18. Un objetivo central de la política del tiempo radica entonces en reducir a la mitad, en un plazo de 10 años, la tasa regional de trabajo informal.
Para lograr esto, es imprescindible revalorizar las actividades de cuidado. Mientras tales prestaciones deban ser proporcionadas por particulares, muchas familias seguirán recurriendo al ámbito privado y al trabajo doméstico barato. La política del tiempo exige ampliar la infraestructura pública (mejorar el cuidado de los niños y de las personas de edad avanzada) y ofrecer un respaldo sociopolítico a las actividades reproductivas (fortalecer el reconocimiento moral y material a las prestaciones de asistencia). Así como el ivsbv señala que el mayor bienestar material muchas veces va acompañado de una menor disponibilidad de tiempo por el aumento de la carga horaria en el trabajo, las personas que viven en América Latina con altos ingresos y protección social deben saber que una reducción de la jornada laboral puede dar lugar a una economía más respetuosa de los recursos y una mayor calidad de vida19.
Más allá de estas dos medidas, el ivsbv identifica numerosas áreas de aplicación de una política activa del tiempo. Aunque no es posible explicarlas aquí en detalle, cabe decir que se apunta, por ejemplo, a fomentar relaciones sociales (con políticas en materia de género, familia y juventud), promover una formación de alta calidad (con políticas educativas y culturales) y fortalecer el involucramiento en la vida pública mediante diversas formas de participación.
Parece bastante lógico que esta nueva concepción del bienestar no tenga aún un impacto amplio. En definitiva, los regímenes tradicionales vinculados al tiempo se apoyan en estructuras extremadamente complejas, cuyos cambios conmocionan a poderosas instituciones. Sin embargo, cada vez más gente comprende que ya no se trata de luchar para mejorar su vida y la de sus seres queridos, sino de asegurar ante todo la supervivencia de la humanidad (y, con ella, el futuro de los propios hijos). Las cuestiones ambientales han dejado de ser la expresión de una buena voluntad esclarecida, ahora son la realpolitik. El ivsbv llega entonces en el «tiempo preciso». Orienta el desarrollo hacia objetivos no materiales (por ende, con un mayor respeto hacia los recursos naturales), sin entrar en contradicción con las necesidades económicas para el bienestar. Porque su modelo no socava el derecho de los desposeídos de este mundo a obtener mejores condiciones materiales, sino que ofrece a los pudientes la oportunidad de aumentar la propia calidad de vida sin que su excesivo consumo de recursos impida alcanzar mejoras a otras personas (y, en última instancia, a ellos mismos); en lugar de adoptar una posición moralizante, promete un incremento del bienestar para todos, lo que facilita su inserción y aplicación en el plano de la política y del mundo real. Para la mayoría de nosotros, la idea de destinar más tiempo a la familia, los hijos, los amigos, el ocio, la participación pública y la naturaleza ha sido hasta hoy algo de carácter muy personal, pero que no resulta inherente a las reivindicaciones políticas. Es necesario que cambiemos esta cosmovisión para que las campanas anuncien una buena vida.
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1.
Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi: Report by the Commission on the Measurement of Economic Performance and Social Progress, 2009.
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2.
René Ramírez Gallegos: La vida (buena) como riqueza de los pueblos. Hacia una socioecología política del tiempo, El Viejo Topo, Barcelona, 2012.
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3.
Esta concepción del bienestar también fue popularizada en los inicios de la Ilustración europea por la ética utilitarista de Jeremy Bentham. Con su greatest-happiness-principle (que postula que el único objetivo de un comportamiento racional es proporcionar la mayor felicidad al mayor número posible de personas), justificó una idea casi mecánica de la felicidad individual, que no se medía en términos cualitativos sino meramente cuantitativos y que se orientaba cada vez más hacia lo material. Ver Martha C. Nussbaum: «Who is the Happy Warrior? Philosophy, Happiness Research, and Public Policy» en International Review of Economics vol. 59 No 4, 2012.
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4.
Richard Easterlin: «Does Economic Growth Improve the Human Lot? Some Empirical Evidence» en Paul A. David y Melvin W. Reder (eds.): Nation and Households in Economic Growth: Essays in Honor of Moses Abramowitz, Academic Press, Nueva York, 1974.
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5.
A. Sen: Resources, Values and Development, Harvard University Press, Oxford, 1984; M.C. Nussbaum: Woman and Human Development: The Capabilities Approach, Cambridge University Press, Cambridge, 2000.
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6.
Lorenzo Fioramonti: Gross Domestic Problem: The Politics Behind the World’s Most Powerful Number, Zotero, Londres-Nueva York, 2013.
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7.
V., por ejemplo, Antonio Luis Hidalgo Capitán, Alejandro Guillén García y Nancy Rosario Déleg Guazha (eds.): Sumak kawsay yuyai. Antología del pensamiento indigenista ecuatoriano sobre sumak kawsay, fiucuhu / cim / pydlos, Huelva-Cuenca, 2014.
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8.
La definición de estos cuatro «bienes relacionales» refleja un amplio consenso contemporáneo acerca de las dimensiones que hoy son consideradas importantes para una buena vida. El concepto de «bienes relacionales» fue desarrollado y presentado casi al mismo tiempo, en 1986, por la filósofa Martha Nussbaum y el sociólogo Pierpaulo Donati y luego fue utilizado en 1987 y 1989 por los economistas Benedetto Gui y Carole Uhlaner, respectivamente. Luigino Bruni: Reciprocity, Altruism and the Civil Society: In Praise of Heterogeneity, Routledge, Londres-Nueva York, 2008.
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9.
No se trata en este caso de sostener el empirismo, sino de aprovechar principalmente la fuerza normativa de los resultados empíricos para otorgar a las mediciones cuantitativas del bienestar una función de puente, útil para transformar las concepciones del desarrollo. Es una postura que se adopta deliberadamente, considerando que el desarrollo de las categorías y la elección de los indicadores están tan preestructurados en este índice como en la medición economicista del bienestar, y que los indicadores utilizados también por el ivsbv (como los años de escolaridad, el coeficiente de Gini, etc.) solo pueden representar la realidad existente de una manera limitada o incluso distorsionada.
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10.
N. Elias: Sobre el tiempo, fce, Ciudad de México, 2010.
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11.
Ver W.D. Mignolo: The Darker Side of Western Modernity: Global Futures, Decolonial Options, Duke University Press, Durham-Londres, 2011.
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12.
Ver Hartmut Rosa: Alienation and Acceleration: Towards a Critical Theory of Late-Modern Temporality, nsu Press, Malmö-Aarhus, 2010.
-
13.
R.E. Goodin, James Mahmud Rice, Antti Parpo y Lina Eriksson: Discretionary Time: A New Measure of Freedom, Cambridge University Press, Cambridge, 2008.
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14.
V., por ejemplo, Evelyn Benvin, Elizabeth Rivera y Varinia Tromben: «Propuesta de un indicador de bienestar multidimensional de uso del tiempo y condiciones de vida a Colombia, el Ecuador, México y el Uruguay» en Revista de la Cepal, 2016.
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15.
En 11 países latinoamericanos se lleva a cabo desde hace años la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo, que proporciona una medida estadística de la carga total de trabajo. Según los resultados obtenidos en la medición, que tiene en cuenta tanto la actividad remunerada como la no remunerada, las mujeres destinan en total mucho más tiempo que los hombres al trabajo, aunque aparecen registradas con más frecuencia como «inactivas en el mercado laboral». V. cepalstat: Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo 2009-2013; Cepal: Panorama social de América Latina 2014, Cepal, Santiago de Chile, 2014.
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16.
H.-J. Burchardt, Rafael Domínguez, Carlos Larrea y Stefan Peters (eds.): Nada dura para siempre. Neo-extractivismo tras el boom de las materias primas, uasb / icdd, Quito, 2016.
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17.
oit: La transición de la economía informal a la economía formal. Conferencia Internacional del Trabajo. 104.ª reunión, 2015, oit, Ginebra, 2015.
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18.
«La productividad laboral, medida como el pib producido por hora trabajada, ha ido disminuyendo durante la pasada década en América Latina, en relación con otras economías más desarrolladas. En promedio, en 2016 América Latina representaba una tercera parte de la productividad laboral de los Estados Unidos, una proporción inferior a la registrada hace 60 años. Esta situación contrasta llamativamente con el rendimiento de los países asiáticos de alto crecimiento, como Corea y más recientemente China, o incluso frente a los exportadores de materias primas como Australia, donde la productividad relativa se mantuvo estable». ocde, Cepal y caf: Perspectivas económicas de América Latina 2017. Juventud, competencias y emprendimiento, oecd Publishing, París, 2016.
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19.
Desde hace años se conoce la correlación positiva entre las jornadas laborales más largas y el uso más intensivo de recursos/energía. Tim Jackson y Peter Victor calcularon un modelo de crecimiento bajo/nulo, en el que el tiempo de trabajo podría reducirse en 15% para 2035 sin que eso implique una gran pérdida material. V. Anders Hayden y John M. Shandra: «Hours of Work and the Ecological Footprint of Nations: An Exploratory Analysis» en Local Environment vol. 14 No 6, 2009; T. Jackson y P. Victor: «Productivity and Work in the ‘Green Economy’: Some Theoretical Reflections and Empirical Tests» en Environmental Innovation and Societal Transitions vol. 1 Nº 1, 2011.