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Apogeo y declive de la intelligentsia rusa. Entre el trabajo intelectual y el deber moral


Nueva Sociedad 253 / Septiembre - Octubre 2014

Desde su surgimiento en el siglo XIX, la intelligentsia rusa se caracterizó por ser un grupo que se ocupaba del trabajo intelectual, aunque comprometido con un deber moral: ser la conciencia social de Rusia. Si bien la revolución de 1917 se presentó como la materialización de muchos de sus anhelos, pronto el régimen soviético echó por tierra sus ilusiones y esperanzas y desarticuló su existencia desde el estalinismo hasta su caída. Hoy, cuando el capitalismo se consolida en Rusia, la revitalización de la intelligentsia es vital y solo será viable en la medida en que pueda conectar con los intereses de las clases oprimidas.

Apogeo y declive de la intelligentsia rusa. Entre el trabajo intelectual y el deber moral

«El poeta tiene el deber de presentarse a sus lectores con sus sentimientos, sus pensamientos y sus actos en la palma de la mano. Para tener el privilegio de expresar la verdad de los demás, debe pagar el precio: entregarse sin compromiso en su verdad. Engañar le está prohibido». Estas palabras las escribió Evgeny Evtushenko (1932) en 19631. Con ellas estaba resumiendo el componente básico de la intelligentsia rusa: el compromiso moral de ser la conciencia social de su país. Por la fecha en que las escribe, el poeta siberiano estaba también reafirmando y revitalizando esa cualidad en un contexto en el cual, luego de décadas de represión estalinista, parecía revivirse el proyecto comunista dentro de la Unión Soviética y la intelligentsia parecía finalmente conectar con unas masas nuevamente oprimidas. Tal vez fue el último momento con posibilidades reales de llevarlo a cabo; su fracaso no solo selló su futuro, sino también el del proyecto revolucionario. El régimen soviético finalizó, el capitalismo se impuso en Rusia y la intelligentsia se alejó de las masas y se entregó mansamente al conformismo. La revisión y la revitalización de este grupo se presentan entonces como tareas tan urgentes como necesarias.

¿Qué es la intelligentsia rusa?

El interrogante «¿Qué es la intelligentsia?» pertenece a la serie de preguntas malditas (prokliatie voprosy) que formaron parte del imaginario social y político ruso, junto con otras como «¿Qué hacer?» o «¿Quién detenta el poder en Rusia?». Los historiadores y los sociólogos, entre otros, han intentado responder esta cuestión a lo largo de las décadas, como también lo pretendieron los propios miembros de la intelligentsia. Sin embargo, no siempre ha habido acuerdo (y de allí su rasgo maldito), a punto tal que se creó una situación en la cual, como lo plantea Boris Kolonitski, «los participantes de las numerosas discusiones sobre la intelligentsia recuerdan a un juego en el que cada jugador establece sus propias reglas»2. En este sentido, cada «jugador» estaba siempre en su derecho a tener razón en sus conclusiones (de acuerdo con las reglas previamente definidas) y a no estar necesariamente de acuerdo con el resto, de modo que su propuesta se aseguraba el éxito desde el principio. En consecuencia, los sujetos, los enfoques y las condiciones en las cuales se estudió y se explicó este fenómeno engendraron los más diversos resultados, vinculados muchas veces a las posiciones políticas e ideológicas desde las cuales se escribía.

Sin embargo, es posible distinguir desde mediados del siglo XIX a un grupo identificado como intelligentsia. ¿A qué hacemos referencia con ello? Producto del contacto con la tradición ilustrada de Europa, la intelligentsia se edificó como un agrupamiento dentro de la sociedad rusa que intentó influir de manera decidida en el destino de su nación. Su rasgo distintivo no radicaba solo en su ocupación en el trabajo intelectual sino, sobre todo, en la condición de ser la conciencia social de Rusia. En este sentido, lo que terminaba por definir la integración de los sujetos dentro de la intelligentsia era la realización de una actividad intelectual que tuviera al mismo tiempo un profundo sentido práctico y comprometido. El desarrollo de las ideas solo tenía para estos intelligenty razón de ser en la medida en que se pusieran al servicio de la solución de los problemas del país. Sus escritos, sus intervenciones en las «revistas gruesas»3 de la época e incluso sus obras de arte estaban impregnados de una profunda dimensión práctica y realista, en el sentido de estar cargados con un objetivo extra, vinculado al fomento del debate cultural y político que sacase a Rusia de su situación de opresión y atraso relativo. La intelligentsia se definía así por la adquisición de un sentido crítico en sus actividades intelectuales y por utilizar el pensamiento como arma de lucha en un territorio donde las posibilidades de participación política eran nulas. De este modo, la defensa de los intereses de los oprimidos y de determinados principios morales era lo que permitía unificar a todos sus miembros, más allá de sus orígenes sociales o tendencias políticas4. De allí se deriva el hecho de que la intelligentsia fuese la primera en orientarse hacia el socialismo, como la forma más consistente del movimiento democrático. Por esos ideales, muchos de sus miembros fueron perseguidos y encarcelados hasta quebrarse física y espiritualmente, como fue el caso del escritor Nikolái Chernishevski (1828-1889), autor de una obra que tuvo mucha influencia en el movimiento socialista, ¿Qué hacer? Relatos sobre los hombres nuevos5, escrita durante su encarcelamiento en la Fortaleza de San Pedro y San Pablo en 18626. Por las condiciones culturales y políticas en que surge, la intelligentsia estuvo históricamente cruzada por una doble alienación: por arriba y por debajo. Al embarcarse desde el siglo XVIII en el proceso de occidentalización, el zarismo envió a varios de los jóvenes miembros de la elite a viajar y estudiar por Europa. Empero, el regreso de muchos de ellos, ya educados en los valores de la Ilustración, los puso en la vereda opuesta de un zarismo que buscaba una modernización económica pero no cultural, y menos aún política. Los jóvenes intelectuales pronto se dieron cuenta de que la autoridad del zar sostenía unos valores muy diferentes de los aprendidos durante el periplo europeo, además de vislumbrar que no iban a ser tenidos en cuenta en la administración del país. De esta manera, la intelligentsia quedó aislada, por arriba, de la autoridad política, ya que sus ideas cada vez más progresistas no coincidían con la ideología y las prácticas del poder autoritario del zarismo. Pero por otro lado, a causa precisamente del estudio y la preparación recibidos, quedó aislada por debajo, ya que sus miembros nunca pudieron tejer lazos duraderos con el pueblo. Existía una amplia brecha que separaba sus universos culturales y que les impedía una conexión mucho más efectiva. Aquí se pone de manifiesto, entonces, otro rasgo fundamental de su existencia: la condición trágica. La tragedia de la intelligentsia residía en el hecho de haber llegado demasiado temprano y en que, dadas las condiciones históricas desfavorables en las que había nacido, no podía conectar ni por arriba ni por debajo en la escala social. Había sido educada bajo los preceptos liberadores de la Ilustración y veía que, por un lado, había una autoridad que prescindía de ellos y, por el otro, una clase baja oprimida que sufría pero que no podía entender su mensaje, y por lo tanto dedicó todos sus esfuerzos a marcar las contradicciones de la sociedad rusa y a entregarse al trabajo intelectual utilitario. De esta manera, como sostiene Boris Kagarlitski, «la crítica del orden establecido llegó a ser el contenido principal del arte ruso» y «la totalidad de la cultura espiritual llegó a politizarse y orientarse hacia la revolución»7.

Aceptando esta condición trágica, los escritores, los filósofos, los poetas e incluso los compositores de música desplegaron gran parte de sus esfuerzos no solo para producir obras específicas de sus disciplinas, sino también para componer dispositivos que pudieran generar un debate de ideas dentro del país, donde la actividad política estaba prácticamente cerrada y el régimen zarista imponía su cariz autoritario y antihumanista. Así, uno de los efectos generados por el avance de la modernidad en Rusia resultó ser la conformación de un grupo de personas que, concentrado en el trabajo intelectual pero con un profundo compromiso moral, interactuó con el pensamiento y la cultura europeos para solucionar los problemas específicos de Rusia. El resultado fue que la intelligentsia desempeñó bajo el zarismo el rol de líder espiritual de la nación y de guardiana de los valores democráticos. De este modo, las ideas revolucionarias nacieron antes en sus cabezas y sus escritos que en el propio movimiento social. Si esta condición, por un lado, les impidió convertirse en la capa intelectual capaz de ponerse al servicio de la construcción y la legitimación de una nación (proceso que, por otra parte, jamás pudo concretarse en la Rusia de fines del siglo XIX)8, por el otro, les permitió promover el lento fermento revolucionario que iba a desembocar, primero, en la fallida revolución de 1905 y, más tarde, en la victoriosa gesta de 1917. Precisamente, con el triunfo de los soviets, la intelligentsia podía alegrarse por el hecho de que muchas de sus ilusiones y esperanzas podían llegar a concretarse. Aunque también, a partir de allí, comenzaría a ser testigo de su propio declive.

El lento declinar: la intelligentsia ante el régimen soviético

La intelligentsia vio en la Revolución de Octubre la posibilidad de concretar los anhelos por los que durante tanto tiempo había luchado y por los que muchos habían ofrendado su propia vida. Algunos de sus más destacados integrantes, como el dramaturgo y poeta Vladimir Mayakovski (1893-1930) y el poeta Aleksandr Blok (1880-1921), colaboraron de manera activa para apoyar un proceso que en sus primeros años se percibía tan prometedor como frágil, ya sea escribiendo panfletos, editando revistas o recitando poemas para las masas9. Aunque fugazmente, la intelligentsia vio en ese turbulento suceso la posibilidad de abandonar su doble alienación y de conectar en forma simultánea con un gobierno que imponía el derecho revolucionario y con un pueblo movilizado por su emancipación.

Sin embargo, el curso que fue adquiriendo la Revolución, en primer lugar, y el régimen soviético, más tarde, generó una profunda y duradera división dentro de la intelligentsia. El grupo que había sido la vanguardia en la defensa y la promoción de los valores democráticos en Rusia ahora se veía ante un gobierno que se alejaba cada vez más rápido de todo aquello que había defendido y que reinstalaba unas condiciones sociales y políticas tan reprobables como las anteriores. Para algunos, como para el propio Mayakovski, la contradicción fue tan grande que no quedó otra salida que el suicidio. Otros tempranamente desencantados, como el escritor Iván Bunin (1870-1953) o el compositor Ígor Stravinski (1882-1971), prefirieron irse del país mientras esa posibilidad aún estaba abierta. Los más valientes, como el director teatral Vsévolod Meyerhold (1874-1940), continuaron con su tarea, pero encontraron rápidamente su final en las ejecuciones estalinistas. El resto debió debatirse entre el silencio incómodo, como el que padeció la poetisa Anna Ajmátova (1889-1966), o la capitulación y la colaboración ominosa con el régimen.

De aquel grupo que había sido la conciencia social de Rusia ya poco quedaba en el nuevo régimen que se consolidaba bajo Iósif Stalin. Ahora, sus miembros eran obligados a redirigir su conocimiento y su sapiencia para colocarlos al servicio de la industrialización acelerada, la colectivización forzosa y el realismo socialista en el arte. Si con la Revolución la intelligentsia se había sentido estimulada y revalorizada, bajo el estalinismo comenzaba a ser testigo de su lento declinar. A pesar del crecimiento de sus miembros, la intelligentsia se proletarizó y debió colocarse en gran parte al servicio de la nueva elite dominante como forma de sobrevivir. El régimen los había transformado en trabajadores asalariados. Quienes intentaron seguir adelante con su misión, además de la cuidada autocensura, debieron incluir en sus obras algunas referencias al «camarada Stalin» o al Partido. Cabe decir aquí que si bien la represión fue severa, no todos los portadores de la tradición humanista y democrática de la intelligentsia fueron exterminados y algunos de ellos continuaron trasmitiendo los valores humanistas y democráticos cuando se podía de manera legal y cuando no, de modo ilegal, a través de reuniones y seminarios clandestinos y de escritos samizdat10. Aunque debilitada, la intelligentsia no estaba todavía vencida.La muerte de Stalin en 1953 y la tibia apertura política promovida por Nikita Jrushchov a partir del XX Congreso del Partido Comunista reunido en 1956 prometían una posibilidad de revitalización para la disminuida intelligentsia. El errático reformismo del partido gobernante estimuló a sus miembros a intervenir en ese proceso de reformas y los potenció para que intentaran reconfigurar el grupo y sus prácticas y tradiciones. Sin embargo, el acento en el aspecto moral y cultural, sumado al rápido repliegue de la elite gobernante, hizo que la intelligentsia poco pudiera influir, además de verse incapacitada para recomponerse como grupo. La consolidación en el poder de Leonid Brézhnev a mediados de la década de 1960 supuso un estable pacto social y cierta prosperidad económica que iba a tener nefastas consecuencias para la intelligentsia. Un acontecimiento, además, se iba a mostrar como un punto de no retorno: la represión de la Primavera de Praga en agosto de 1968. Este trágico hecho iba a ocluir definitivamente las esperanzas de viabilidad del proyecto comunista. Por primera vez en la historia de la intelligentsia, comenzó a verse que algunos de sus miembros abandonaban los valores democráticos y sostenían ideas reaccionarias. El frente cultural en el cual tanto había abrevado la intelligentsia estaba quebrado. Como afirma Kagarlitski, «se debe reconocer que sobre el plano psicológico la combinación, durante una década, de presión política y prosperidad económica tuvo consecuencias destructivas impensadas en el mundo de la intelligentsia»11. El precio de la prosperidad fue el conformismo, y la defensa psicológica contra el conformismo fue el cinismo. Se trató de una generación perdida de la intelligentsia, y los efectos no iban a ser inocuos.

El agotamiento del pacto brezhneviano y los aires de cambio que introdujo Mijaíl Gorbachov con sus procesos de perestroika y glásnost parecían darles una nueva oportunidad tanto al régimen como a la intelligentsia, pero el daño ya era irreparable. A mediados de la década de 1980, no había lugar ya ni siquiera para que los «hijos del XX Congreso» se tomaran revancha. Desde Stalin hasta Gorbachov, la intelligentsia había pasado por un agudo proceso que la había desorientado primero y desarticulado después. A pesar de que no era la idea original, el rechazo del comunismo que se generó durante la perestroika supuso también el rechazo del humanismo y de la misión democrática tradicional de la intelligentsia. Pronto comenzó a verse que en el interés siempre latente por Occidente se había producido una mutación: se pasó del espíritu humanista a la tecnología y el consumo. De este modo, no se trataba únicamente de una crisis del sistema, sino también de una crisis cultural que incluía la de la propia intelligentsia.

Esta cuestión se manifestó sobre todo en la devaluación del poder de la palabra y la consolidación de la tolerancia represiva: se podía decir todo lo que se quisiera, ya que poco o casi nada iba a cambiar. Se dejó de creer en la poderosa idea de que el escritor podía cambiar el mundo. Décadas de represión y censura, pero también de prosperidad, conformismo y cinismo dejaron sus efectos sobre la intelligentsia, que veía ahora la posibilidad de reconfigurar sus tareas culturales y políticas. Si bien no desaparecieron el trabajo intelectual ni una destacada capa dedicada a él en Rusia, la reconversión al capitalismo, las instituciones de la democracia liberal y los valores asociados al individualismo, el conformismo y la competencia hicieron que los intelligenty se convirtieran en intelectuales en el sentido más tradicional y se pusieran al servicio de la consolidación de la nueva nación rusa.

La necesidad de la reconfiguración: la intelligentsia en la nueva Rusia

La caída de la URSS en 1991 y la pronta reconversión de Rusia en un país capitalista y con instituciones liberales favorecieron un proceso que siempre había estado obstaculizado: la construcción de una nación. A pesar de la avanzada de la globalización, la derrota del comunismo trajo durante la década de Boris Yeltsin (1991-1999) un reacomodamiento de las fuerzas sociales y económicas a manos del neoliberalismo que benefició a gran parte de la vieja elite comunista reconvertida. De alguna manera, más que el reemplazo de una clase por otra, de lo que se trató fue de la reconversión de la elite dominante dentro de un nuevo sistema12. Los efectos sociales y económicos resultaron tan nefastos como obscenos, pero Rusia sobrevivió y se reconfiguró como nación. Luego, a través de los diferentes periodos de gobierno de Vladímir Putin, se fue consolidando un Estado cada vez más autoritario que no pierde la oportunidad de absorber los diversos elementos de la sociedad dentro del cuerpo estatal y de ejercer presión contra medios, opositores y minorías.Este régimen autoritario se potencia a su vez con una recurrencia a la Iglesia ortodoxa y al nacionalismo. Por un lado, a pesar de considerarse como un Estado secular que no reconoce una religión oficial, la ortodoxia ha tenido preferencia, como lo demuestra el trato dispensado entre jefaturas de la Iglesia y el Estado, el patriarca de Moscú y el presidente Putin, que ha fomentado una simbiosis inigualable entre ambos13. Por otro lado, el nacionalismo crece en Rusia a través de una particular combinación de elementos imperiales y soviéticos. Lo que se observa es una especial devoción por los intereses de Rusia como nación y de los rusos como pueblo, como bien se pudo ver en los recientes acontecimientos en la zona oriental de Ucrania14. Son el refuerzo y la combinación de estos elementos los que colaboran de manera notable en la construcción de Rusia como una nación claramente identificada.

En este contexto, la intelligentsia ha quedado totalmente desarticulada y se ha convertido en una intelectualidad que resolvió su tragedia volcándose del lado más poderoso –el Estado– y dejando de lado el costado más débil –el pueblo–. Si a fines del siglo XIX una de las razones para la fallida consolidación de una nación rusa había sido precisamente la ausencia de una intelectualidad que legitimara y colaborara en el proceso de construcción, a principios del siglo XXI la conversión de la intelligentsia en intelectuales parece favorecer ampliamente el proyecto nacionalista ahora reconfigurado. Tal vez Rusia se haya transformado en una nación, pero al costo de sacrificar a su intelligentsia.

En este contexto, la intelligentsia no solo se convierte en una intelectualidad orgánica sino que también se entrega a los beneficios de la industria cultural, en la cual el arte se estratifica y se coloca al servicio de la ganancia capitalista. Así lo denunciaba un miembro destacado de la intelligentsia soviética, Andréi Siniavsky (1925-1997), quien había padecido la cárcel y el destierro a causa de sus escritos durante la época brezhneviana. Para él, los años post perestroika fueron los «más amargos» de su vida, ya que consideraba que la intelligentsia había olvidado su vieja tradición para sucumbir a las tentaciones del poder y a la avaricia del dinero15. De ese modo, el año 1991 no solo marca la caída de la URSS sino también el final de la intelligentsia, y su muerte fue un inesperado efecto del fracaso del proyecto comunista16. La apertura capitalista y su consolidación significaron un golpe durísimo para las aspiraciones de un grupo cuyos valores se vieron avasallados en cuestión de décadas. Pronto se comenzó a sostener que con la emergencia del libre mercado y de la libertad de expresión, sumados a la consolidación de una clase media propietaria que cada vez se acercaba más a los valores liberales, un grupo y una tradición como la intelligentsia ya no eran necesarios ni tenían lugar en la sociedad17. El devenir de Rusia habría convertido a la intelligentsia en un mero anacronismo.

Sin embargo, es precisamente en un contexto como el actual donde esa intelligentsia es vital y necesaria. No tanto como contacto con Occidente ni como mera productora de ideas vanguardistas, sino más bien como un elemento que pueda ser nuevamente la conciencia social de un país, para sumarse de ese modo a la lucha por una sociedad más justa e igualitaria. Podrá llevar adelante esta tarea únicamente si logra resolver el problema que históricamente hizo de su existencia una tragedia y que no pudo disipar ni siquiera en los momentos de crisis, como el deshielo de Jrushchov o la perestroika de Gorbachov: el de conectar efectivamente con los intereses de los grupos oprimidos de la sociedad. Esa conexión es la que le permitirá regenerar una esperanza real y activar proyectos de alcance duradero, en una sociedad que alguna vez encabezó la primera aspiración anticapitalista en el mundo y que hoy, a casi 100 años de aquel trascendental acontecimiento, oscila entre el autoritarismo político y la desarticulación social.

  • 1. Martín Baña: doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires (uba). Actualmente se desempeña como docente de la cátedra de Historia de Rusia de la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras (uba) y como becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina. Palabras claves: intelligentsia, trabajo intelectual, Vladímir Putin, Rusia, Unión Soviética.. E. Evtushenko: Autobiografía precoz, Ediciones Era, México, df, 1969, p. 7.
  • 2. B. Kolonitski: «Les identités de l’intelligentsia russe et l’anti-intellectualisme. Fin du xixe-début du xxe siècle» en Cahiers du Monde Russe vol. 43 No 4, 2002, p. 601.
  • 3. Las revistas literarias eran conocidas habitualmente con el nombre de «revistas gruesas» [tolstie zhurnaly], ya que solían superar ampliamente las 200 páginas por número. Allí se publicaban novelas, cuentos y poemas, además de ensayos y otros artículos, antes de que aparecieran en el formato de libro. Incluso podían encontrarse artículos referidos a la biología o la medicina, pero todos apuntaban al mismo objetivo liberalizador sostenido por la intelligentsia. Ver Robert Belknap: «Survey of Russian Journals, 1840-1880» en Deborah Martinsen (ed.): Literary Journals in Imperial Russia, Cambridge University Press, Cambridge, 2010, pp. 91-116.
  • 4. Boris Uspenskii: «Russkaia intelligentsia kak spetsificheskii fenomen russkoi kul’tury» en B. Uspenskii (ed.): Etiudy o russkoi istorii, Azbuka, San Petersburgo, 2002, pp. 344-345.
  • 5. Existe edición en español: N. Chernishevski: ¿Qué hacer? Gente Nueva, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, s./f.
  • 6. Entre las personas que fueron influenciadas por Chernishevski se encuentra el propio Lenin (1870-1924), quien en 1902 escribió un libro inspirado en la obra del escritor que tituló del mismo modo, ¿Qué hacer? En él abordaba la cuestión de la organización y la estrategia que debía adoptar un partido revolucionario.
  • 7. B. Kagarlitski: Los intelectuales y el Estado soviético. De 1917 al presente, Prometeo, Buenos Aires, 2006, p. 33.
  • 8. Así lo sostiene el historiador Nathaniel Knight. Al quedar la intelligentsia confinada al lugar de portadora de las ideas revolucionarias y, de ese modo, descartada como promotora de la construcción de la nación, Rusia perdió un elemento central a la hora de iniciar ese proceso y quedó debilitada para llevarlo a cabo. N. Knight: «Was the Intelligentsia Part of the Nation? Visions of Society in Post-Emancipation Russia» en Kritika: Explorations in Russian and Eurasian History vol. 7 No 4, 2006, p. 757.
  • 9. Por ejemplo, Mayakovski editó la revista lef (Frente de Izquierda de las Artes) y escribió en 1918 Misterio bufo, una obra de teatro para conmemorar el primer aniversario de la Revolución. Allí, a la manera de un misterio medieval, se relataba la llegada a la «tierra prometida» del socialismo. Blok, por su parte, escribió ese mismo año el poema «Los doce», donde describía la Revolución como una redención y comparaba a los revolucionarios con los 12 apóstoles.
  • 10. El samizdat era una forma de publicación clandestina que consistía en la autoedición y distribución de los escritos prohibidos por el régimen.
  • 11. B. Kagarlitski: La desintegración del monolito, Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1995, p. 40.
  • 12. Para una explicación detallada puede consultarse David Kotz y Fred Weir: Russia’s Path from Gorbachev to Putin. The Demise of the Soviet System and the New Russia, Routledge, Londres-Nueva York, 2007, especialmente pp. 155-193.
  • 13. Esto fue denunciado, por ejemplo, en el incidente protagonizado en febrero de 2012 por las integrantes de la banda de punk rock Pussy Riot, quienes eligieron la Catedral de Cristo Salvador en Moscú para manifestar su oposición a la candidatura de Putin a la Presidencia. Las artistas interpretaron una canción en la que denunciaban la conexión entre el patriarca Cirilo y Putin. Fueron detenidas de inmediato y luego enjuiciadas y condenadas a prisión.
  • 14. Luego de la caída de la urss, el problema de la identidad nacional rusa no ha sido resuelto del todo. Actualmente, los diferentes posicionamientos políticos comparten el proyecto de una Rusia grande, ya sea basada en la idea federalista de estados independientes (la antigua cei); en la idea eslava que incluya a Rusia (la gran Rusia), Belarús (la Rusia blanca) y Ucrania (la pequeña Rusia); o en la idea rusoparlante de una nación formada por todos aquellos sujetos desperdigados en las diferentes ex-repúblicas soviéticas. En todos los casos, el interés estatal por Ucrania ayuda a responder significativamente esta cuestión, dada la importancia simbólica que la región tiene para la identidad nacional rusa: entre otras cosas, Rusia se convirtió al cristianismo en Crimea a fines del siglo x. Sobre esta cuestión, v. Vera Tolz: Russia: Inventing the Nation, Oxford University Press, Oxford, 2001.
  • 15. A. Siniavsky: The Russian Intelligentsia, Columbia University Press, Nueva York, 1997, pp. 12-13.
  • 16. Vladislav Zubok: Zhivago’s Children. The Last Russian Intelligentsia, Harvard University Press, Cambridge, 2009, p. 358.
  • 17. Puede consultarse la síntesis propuesta por el propio V. Zubok: ob. cit., p. 360.
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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