Kamala Harris, la repentina esperanza del antitrumpismo
julio 2024
Considerada durante mucho tiempo demasiado discreta, la vicepresidenta Kamala Harris es vista ahora como la mujer providencial de los demócratas. A poco más de cien días de las elecciones, es la última línea de defensa contra el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
La voz de Chet Whye transmite una mezcla de emoción y determinación. En 2008, este activista afroestadounidense movilizó ejércitos de voluntarios para buscar la elección del hombre a quien él llama «Barack». Con el anuncio de la retirada de Joe Biden, el domingo 21 de julio, ahora pretende dedicar toda su energía a Kamala Harris, a quien el presidente demócrata ya ha apoyado como su relevo en la competencia por la Casa Blanca.
El domingo, Chet ya estaba despachando autobuses desde Nueva York para llevar voluntarios a hacer campaña puerta a puerta en Pensilvania, el swing state [estado indeciso] más cercano. En un país donde las elecciones presidenciales se juegan estado por estado, estos swing states, con márgenes muy ajustados, determinan el resultado de la contienda. «Estamos librando una batalla por la democracia. Eso es lo que está en juego. Si perdemos estas elecciones, el resto no importará», afirma, tras haber seguido durante años la carrera de Kamala Harris.
Cuando se anunció la decisión de Joe Biden, el Partido Demócrata, consumido durante semanas por las luchas internas sobre el futuro de la candidatura del presidente de 81 años, se dejó llevar por un «suspiro» de alivio. Pero el patrocinio de Biden a su vicepresidenta, la primera mujer y persona no blanca que ocupa el cargo, no significa necesariamente que vaya a ser la candidata demócrata. Esa decisión corresponderá a los casi 4.000 delegados demócratas, que podrían reunirse a principios de agosto para designar a quien enfrentará a Donald Trump en noviembre. Pero como vicepresidenta en funciones, y ya compañera de fórmula de Biden, es naturalmente la mejor situada.
Su nominación allanaría el camino para un duelo sin precedentes entre dos candidatos que no tienen nada en común. Puede que Donald Trump le diera dinero cuando hacía campaña por el puesto de fiscal general de California en la década de 2010, pero es difícil encontrar dos personajes tan diferentes. El hombre blanco de 78 años, criado en un entorno privilegiado en Nueva York, frente a la mujer mestiza de 59 años de padres inmigrantes.
Harris, hija de madre científica india y padre marxista jamaiquino, creció en la bahía de San Francisco, cuna de la contracultura y vivero de talentos demócratas. Mientras que Trump entró tarde en la política, esta licenciada por la prestigiosa Universidad Howard, la «Harvard negra» de Washington, mamó política desde niña. Su madre fue una de las pocas mujeres indias de Estados Unidos que participó en el movimiento por los derechos civiles. Más tarde, Kamala Harris aprovechó su relación amorosa con Willie Brown, el carismático alcalde de San Francisco en la década de 1990, para hacer contactos en la comunidad.
Historial político ambivalente
La probable candidata demócrata saborea ahora el momento, pero nunca hasta ahora había sido vista como la mujer providencial del partido progresista estadounidense. Construyendo pacientemente una carrera con un ascenso lento pero constante, de fiscal de San Francisco en 2003 a vicepresidenta en 2020, fue también fiscal de California en 2010 y luego fue elegida senadora por este estado, el más poblado del país, en 2017.
Su primera campaña nacional fue un desastre. En 2019, fue candidata a las primarias demócratas para las elecciones presidenciales de 2020, pero se vio obligada a retirarse de la carrera antes de la primera votación. La causa: un comentario que hizo sobre ella la diputada hawaiana Tulsi Gabbard en medio de un debate televisado, quien la acusó de no ser la «fiscal progresista» que decía ser. A continuación, la acusó de ignorar pruebas que habrían llevado a la liberación de un inocente condenado a muerte cuando ella era fiscal de California. Incapaz de defenderse, la senadora no logró quitarse esa mancha de encima.
Otros aspectos poco relucientes de su historial fueron saliendo a la superficie. Como su política contra el ausentismo escolar en las escuelas de San Francisco. Como fiscal de la ciudad entre 2003 y 2010, defendió una iniciativa que amenazaba con la cárcel a los padres de alumnos que faltaran a clase. En su momento, ante las cámaras, defendió sonriente esta medida, considerada inhumana y cruel, incluso en su propio bando, con los hogares más pobres. Como fiscal general de California, también se negó a tomar partido en una serie de asuntos caros a la izquierda, como los casos de violencia policial contra poblaciones racializadas, lo que provocó el rechazo de representantes demócratas locales. Todo ello le valió el apodo de «Kamala the Cop» [Kamala la policía].
Llegada al puesto de vicepresidenta tras ser reclutada por Biden al final de las primarias (aunque ella lo había acusado de manera velada de racista), comenzó su mandato con un criticado viaje a Centroamérica. Con el encargo de la Casa Blanca en 2021 de trabajar sobre las «raíces» de la inmigración ilegal en la región, una misión que ella no quería, aprovechó el viaje para pedir a los potenciales inmigrantes que «no fueran» a Estados Unidos… justo ella, hija de inmigrantes.
Luego se molestó cuando un periodista le preguntó por qué no había ido a la frontera con México. «Tampoco he ido a Europa», respondió con suficiencia. Estos pasos en falso, junto con el mal ambiente en sus equipos, marcaron el tono de su vicepresidencia.
Desde el inicio de su mandato, ha sido calificada, incluso por sus partidarios políticos, de demasiado «discreta» o «reservada». Sus ensaladas de palabras, frases sin pies ni cabeza, tampoco han ayudado. Hace solo unas semanas, un columnista del Washington Post pedía que fuera sustituida en el binomio demócrata por... Hillary Clinton.
Candidata de los jóvenes, con el apoyo de los Clinton
A la sombra de Biden, un político más experimentado que ella, ha aprendido de sus errores -probablemente por el efecto de la educación brahmánica que le inculcó su madre, que la empuja hacia la superación y la excelencia-. Como resultado, ha ampliado su agenda.
Aunque tenía poca experiencia internacional, se reunió con líderes de todo el mundo. En su despacho de la Casa Blanca también recibió a activistas de diversos ámbitos (derechos civiles, minorías, discapacitados, etc.) y a personas influyentes para cultivar su imagen entre los jóvenes. Sobre todo, Kamala Harris recorrió el país para publicitar los éxitos de la administración Biden en los swing states. Un día estaba en Nevada para hablar a los trabajadores de hoteles y restaurantes. Al día siguiente, estaba en una conferencia con jóvenes sobre la violencia por posesión de armas en Florida, o hablando del desarrollo de internet de alta velocidad en una zona rural de Georgia.
Tras la anulación del caso Roe vs. Wade en 2022, se transformó en defensora del acceso al aborto, un tema clave para los demócratas. Además de recorrer los campus universitarios de los estados indecisos para movilizar a los jóvenes, este año se convirtió en la primera vicepresidenta en visitar una clínica que realiza abortos.
Desde que Biden anunció su retirada, el partido se va alineando gradualmente tras ella. Se ha ganado el apoyo de varios grupos parlamentarios que representan diversas tendencias dentro de su familia política: los progresistas del Congressional Progressive Caucus, los moderados de la New Democrat Coalition y el Black Caucus, que reúne a congresistas negros.
El matrimonio Clinton también la apoya. No obstante, cabe destacar que algunas de las principales figuras del partido, como Barack Obama, no llamaron a los delegados partidarios a votar por ella. Como en 2020, el ex-presidente esperará a conocer la elección final de estos delegados para anunciar su valioso apoyo. Comparada con él en el pasado, Harris mantiene una buena relación personal con Obama, ya que fue uno de los primeros apoyos a su, en ese entonces incierta, campaña a la Casa Blanca en 2008.
Chet Whye teme, sin embargo, que Harris sea objeto de ataques sexistas y racistas tanto dentro como fuera de su campo. «No toleraré a quienes cuestionen sus calificaciones», exclama el hombre que quiso organizarle un mitín en Harlem durante las primarias de 2020, para que pudiera dirigirse a la comunidad negra.
Hace solo unos meses, el pueblo estadounidense esperaba una elección poco emocionante entre dos personalidades conocidas que ya se enfrentaron en 2020. Ahora, la carrera por el Despacho Oval se ha relanzado. «Joe Biden no solo estaba cansado físicamente: también estaba agotado políticamente. Entre su apoyo incondicional a Netanyahu, las revueltas estudiantiles y las dificultades para promocionar su gestión, su campaña no terminaba de despegar», explica Tristan Cabello, historiador y profesor de la Universidad Johns Hopkins. «Harris aporta sin duda cierta frescura, pero esta es esencialmente cosmética: se la asocia a todas las decisiones de Joe Biden. Sin embargo, nada es seguro. Puede distanciarse de Biden, forjar un nuevo programa y hacer una campaña que entusiasme».
¿Complicará su tarea el hecho de ser una mujer racializada? «Según los sondeos, los estadounidenses están preparados [para elegir a una mujer no blanca]. Ya no es un criterio para elegir presidente. Eligieron a Barack Obama y Hillary Clinton ganó el voto popular en 2016», prosigue el experto. «Sin embargo, Kamala Harris se encuentra en una situación especial: se enfrenta a Donald Trump, un candidato republicano conocido por sus comentarios sexistas y racistas. Podemos suponer que su campaña entrará en este juego, explotando estos discursos, y esto podría ser una oportunidad para ella».
«En 2008, tuvimos un candidato que era negro, delgado, un senador junior con nombre africano, y ganamos», dice Chet Whye, con una gran cuota de optimismo.
Nota: la versión original de este artículo, en francés, se publicó en Mediapart con el título «Kamala Harris, le fardeau des anti-Trump, est devenue leur meilleur espoir», el 22/7/2024 y está disponible aquí. Traducción: Pablo Stefanoni.