Tema central | Minidiccionario del presente
NUSO Nº 302 / Noviembre - Diciembre 2022

No binario Discursos y paradojas

Reivindicar lo no binario implica no solo hacer lugar a las identidades y experiencias no binarias del género, sino también cuestionar hasta qué punto nuestras ontologías, nuestras epistemologías y nuestra praxis están hundidas en la colonización binaria de la mente. 

No binario  Discursos y paradojas

En septiembre de 2018, la Corte Suprema de la India descriminalizó la homosexualidad, al anular la Sección 377 del Código Penal de ese país que castigaba las «ofensas antinaturales». Mientras que muchos países del Norte global celebraban que «finalmente la India ingresaba en Occidente», desde ese país se recordaba que aquella legislación se había inspirado en una ley inglesa de 1533 e introducido en 1860 bajo la administración británica. Aun sin romantizar la cultura precolonial del subcontinente (contra la frecuente tentación de fabular un mundo primigenio de serena coexistencia en la diversidad), es posible afirmar que la criminalización de prácticas entendidas como «antinaturales» había llegado en gran medida a través de la ocupación política y cultural británica. Y, junto con ella, los pares exclusivos y excluyentes hombre/mujer, heterosexual/homosexual, normal/patológico que la sustentan.

Sin embargo, este caso evidencia que cuando se trata de binarios (y, por consiguiente, de no binarios) no alcanza con atender a las oposiciones vinculadas al género y a la sexualidad, aunque sean estas las más visibles en los debates sobre lo (no) binario de los últimos años. En el caso indio, se ponen en juego (y en jaque) también otras duplas que evidencian las limitaciones conceptuales, descriptivas y políticas del pensamiento binario más ampliamente. En primer lugar, la dupla que contrapone «Oriente» y «Occidente» en esa disputa sobre quién «tiene la culpa» de la condena social y penal de la homosexualidad, y quién tiene el mérito de su fin. «Oriente», como sabemos, es una creación de «Occidente», en la que la sexualidad juega un rol tan central como históricamente variable. En los tiempos de expansión colonial europea, «lo otro» era estigmatizado por su desenfreno sexual, y su «rectificación» pasa a ser, incluso tras el traspaso de la tarea colonial a la administración local, «un fin central de la ley y de la política pública»1. Sin embargo, en la actualidad los términos de la oposición se invierten: se acusa a «lo otro» de haber quedado atrás en una cultura por demás represiva e intolerante en lo que hace a la sexualidad y el género. En otras palabras, lo que hace algunos siglos era un problema de la colonia, ahora es la solución que (muchos años después de su retirada) trae la cultura del colonizador. En ambos casos, se logra acusar (generar) a «Oriente» como primitivo, rudimentario y retrasado. La segunda dupla sobre la que podemos llamar la atención aquí es la sentenciosa distinción entre pasado y futuro, que respalda una línea de progreso a la vez temporal y espacial: finalmente se entra en Occidente. Obturando cualquier lectura de continuidades, retornos y larga duración, la distinción binaria pasado/futuro (con un pasado que sucede «allí» y un futuro que sucede «aquí») fuerza un esquema dicotómico sobre un tejido temporal y social mucho más complejo. Por último, la descriminalización de la homosexualidad en la India se fundamentó jurídicamente, como suele ser el caso, en los principios liberales de igualdad, no discriminación y privacidad. Encontramos así nuestra tercera dupla: paradójicamente, para liberarse (aunque sea en lo formal) del brazo represivo del Estado, este sector de la población ha debido entregarse a la fuerza represiva de la oposición público/privado, donde el primer término se legitima mientras se reafirma como inhabitable para las identidades y formas de vida no normativas.

Hoy en día, en nuestro contexto la fórmula «no binario» remite de inmediato a cuestiones de género, principalmente en referencia a personas que afirman lo «no binario» como su identidad de género y/o a quienes no se identifican con el binario de género socialmente legitimado: el de las mujeres y los varones cis (esto es: mujeres y varones que no son trans). Tanto esta noción como la crítica al esquema de pensamiento binario adquieren circulación más o menos masiva a partir de la visibilidad cada vez mayor de estos sujetos y de los cuestionamientos al esquema conceptual que ata el binario de género (masculino/femenino) al binario de sexo o «dimorfismo sexual» (macho/hembra). En su forma más radical, las críticas apuntan también a la oposición misma sexo/género, que distingue tajantemente las dos esferas acoplándolas a otro par fundante de nuestro sistema de pensamiento: el de naturaleza/cultura. Se trata así de identificar y desarticular una especie de fractal en el que los binarios se multiplican y retroalimentan: sexo/género, dentro del primero macho/hembra y en el segundo masculino/femenino, a su vez vinculados por el par hetero/homo y ramificados en distintas duplas jerárquicas tales como normal/patológico o natural/desviado. Porque el binario, detrás de su dualidad aparentemente objetiva, encierra también el veneno de la jerarquía y el menosprecio.

Pero al igual que en el caso de la Sección 377 en la India, lo binario (y, por consiguiente, lo no binario) va mucho más allá del género y lo que hacemos con él. Las críticas al pensamiento binario son por supuesto previas a la emergencia de lo «no binario» como experiencia identitaria del género. En particular, han sido señaladas desde mucho antes por personas y colectivos por fuera del Norte global, que reconocen el pensamiento binario como un sistema específicamente occidental, que fue y es impuesto en otros contextos sobre todo a través de la empresa imperial europea y sus ramificaciones en la colonialidad que persiste hasta nuestros días. Tal como expresaba Ngũgĩ Wa Thiong’o, los europeos no viajaron solo por mar y tierra, sino también por las mentes y los cuerpos de los pueblos de ultramar, resultando en lo que el keniano llama la «colonización de la mente»2. En el caso de la cultura europea moderna, su injerto en las mentes de los pueblos colonizados implicó, entre otras cosas, la diseminación de un esquema de pensamiento binario que ordena el mundo en pares exclusivos y excluyentes, borra las propias huellas de su constitución revistiéndose de un estatus prediscursivo y deja poco lugar para las complejidades de otras cosmovisiones y formas de vida. No olvidemos que el par fundante de todos ellos es el que el pensamiento decolonial ha identificado directamente con la «diferencia colonial»: la distinción entre humano y no humano3.

Paradójicamente, la enorme visibilidad que han adquirido las identidades de género no binarias (y las limitaciones del binarismo para comprender el género), aunque en sí misma positiva, ha significado de hecho una restricción del horizonte de comprensión (e intervención) en lo que refiere a lo no binario de manera más amplia. En ámbitos vinculados al género, los derechos y las identidades, por momentos parecería que se puede ver solamente ese binario –y, por lo tanto, ese no binario–. Las otras formas de binarismo que producen no solo pérdidas epistémicas sino también daños tangibles en las condiciones de vida de sujetos humanos y no humanos y de ecosistemas enteros (empezando por los pares binarios cultura/naturaleza y humano/animal) pasan desapercibidas al permanecer impávidas frente a un cuestionamiento que apenas las roza por el costado. 

Tal vez la clave esté en que el problema no (solo) es el binario de género; ni siquiera el abordaje limitado que suele hacerse en la actualidad sobre lo binario y lo no binario. El problema es el binario mismo, en tanto esquema de interpretación, comprensión y generación del mundo. ¿Por qué es un problema? En un estudio del tema, Blas Radi advierte que el binarismo (de género, en el caso que le interesa) es a la vez régimen epistemológico, matriz de producción ontológica y estructura de organización social4 (lo que de seguro no es, podríamos añadir, es algo que está en el «mundo en sí»). Cada una de estas tres dimensiones conlleva sus propios perjuicios, y conjuntamente resultan en un daño multidimensional y retroalimentado cuyas ramificaciones, desde dentro del pensamiento binario mismo, es probable que nunca lleguemos a calibrar del todo. En tanto régimen epistemológico, advierte Radi, el binarismo de género funciona como clave hermenéutica que de hecho constituye «un obstáculo epistemológico, un corsé interpretativo que impide dar sentido a la diversidad de lo que es»5. Por otro lado, como régimen ontológico provee «una matriz de producción de sujetos»6 y, podríamos agregar, también de objetos en el mundo. La misma distinción sujeto/objeto, claramente binaria, produce a cada uno como contrapartida del otro y como orden jerarquizado que legitima la dominación del primero sobre el segundo. Más allá de esto, cuando el pensamiento binario está respaldado por el poder, es capaz de forzar la complejidad del mundo en una malla ontológica «rectificando» o corrigiendo los desvíos para que entren en ese cuadro. Finalmente, en tanto estructura de organización social, el binarismo (de género y más allá) marca los tiempos, los espacios, las relaciones y las instituciones que transitamos, que formamos y nos forman casi sin que nos demos cuenta: retomando la potente metáfora de Oyèrónké Oyěwùmí, constituye «la arquitectura y el mobiliario» del mundo y de lo que construimos en él7. Marca, además, quién puede habitar ese mundo social y quién debe adaptarse o perecer.

En tanto fruto de la empresa colonial, podemos decir que el binarismo «bajó de los barcos» y se instaló en el mundo no europeo como dispositivo de destrucción masiva de todo lo que rebasara los estrechos esquemas del pensamiento dicotómico «occidental» y sus ontologías asociadas. De nuevo paradójicamente, hoy en día la reivindicación de lo no binario con frecuencia reafirma esa dicotomía, al celebrar un fantasioso edén de culturas «no occidentales» en las que las formas de vida serían irrestrictas y convivirían en total armonía. Es el caso de los argumentos que buscan defender la existencia de géneros por fuera del binario y/o la norma cis recurriendo a una especie de «buen salvaje» trans y/o no binario que de hecho, en un claro ejemplo de orientalismo, es producido por el sujeto occidental mediante ese mismo gesto supuestamente descriptivo8. Aunque a primera vista estos usos podrían parecer celebratorios y positivos, en realidad trafican representaciones por demás dañinas para quienes se dice homenajear. Por un lado, porque generan un modelo a gusto y medida de las necesidades del sujeto occidental en busca de un árbol genealógico, que se presenta como constatativo pero no tiene ningún interés en serlo. Por el otro, porque congelan esos tipos ideales no binarios en un espacio-tiempo «otro», al que volvemos en busca de modelos pero que no será nunca aceptado en el aquí y ahora. La «contemporaneidad radical de la humanidad», advertía ya con una mezcla de esperanza y resignación Johannes Fabian9, es un proyecto aún pendiente.

El poder del binarismo reside precisamente en su ubicuidad: parece que no está porque está en todas partes. Y en cada una de ellas, al chocarse con lo real, genera sus propios cortocircuitos. Incluso quienes retrucan que el lenguaje binario sí funciona para las máquinas (ese universo de ceros y unos que ocupa un lugar cada vez más central en nuestras vidas) olvidan (o eligen olvidar) las incontables escenas en las que la máquina se desquicia frente a un mundo que le resulta demasiado complejo: la realidad se rebela contra su reducción, los algoritmos colapsan, y quienes se dedican a programarlos tienen que tomar decisiones que además de técnicas son conceptuales. Decisiones que, de una forma u otra, terminan moldeando la realidad a nuestro alrededor. Recordemos el curioso caso del censo irlandés de 2022, que optó por una salida binaria al atolladero que le implicaba la existencia del mundo real (en este caso, la infinita y extraordinaria diversidad del universo sexogenérico humano). Aunque por regulaciones europeas el instrumento solamente podría ofrecer dos categorías en el campo «sexo» («masculino» y «femenino»), la Oficina Central de Estadísticas aclaraba en un comunicado: «Si usted no está a gusto marcando uno de estos dos campos, puede señalarlo marcando ambos». Sin embargo, se advertía también que «a los fines del análisis estadístico a todas las entradas se les asignará un sexo, [motivo por el cual] donde este no esté indicado claramente en el formulario censal se le asignará de forma aleatoria»10.

Quizás lo que sucede, a fin de cuentas, es que el binarismo no sirve, o al menos no para lo que dice servir (sí sirve, como vemos, para producir mundos). El binarismo no tiene poder explicativo ni heurístico. Esto se debe, lisa y llanamente, a que el mundo no es binario. Por consiguiente, intentar leerlo desde esa matriz lleva o bien a dejar por fuera de nuestra caracterización zonas enteras de lo real, negando su existencia, o bien a forzarlas a encajar en un molde que les es ajeno, y por lo tanto las desvirtúa hasta hacerlas irreconocibles. La aplicación de una matriz binaria genera dispositivos de análisis e intervención que no solo no resuelven los problemas que deberían, sino que con frecuencia resultan perjudiciales para los entornos a los que se aplican. Basta con considerar lo que tal vez sea la consecuencia más trágica de la imposición del binarismo en lo que hace al sexo: la mutilación genital intersex, un conjunto de intervenciones invasivas, no consentidas y clínicamente innecesarias sobre los cuerpos para encajarlos dentro de una concepción exclusiva y excluyente del dimorfismo sexual. Pero tampoco es necesario llegar a la materialidad del bisturí para encontrar ejemplos de los estragos del binarismo. La dupla víctima/victimario, tan necesaria para el sistema penal y también para gran parte de los activismos identitarios contemporáneos, es ineficaz para comprender las relaciones de poder y de opresión en nuestra sociedad. Ella puede servir para distribuirnos de un lado u otro del eje nosotres/elles, pero es insensible a los entrecruzamientos de ambos e ignora las múltiples condiciones que nos atraviesan y hacen de la opresión algo relacional y situado. Organizar a los sujetos en el esquema víctima/victimario, algo que con frecuencia se hace además con criterios puramente identitarios, congela a los sujetos en compartimientos estancos de los cuales luego es casi imposible salir.

En una cultura cuya ontología, epistemología y prácticas sociales están estructuradas a partir del binarismo, atender solamente a una de sus instanciaciones (en este caso, aquella vinculada a la matriz sexo/género) implica no confrontar la profundidad del fenómeno, dejando así que siga su curso totalizador. Por esa razón, reivindicar lo no binario implica no solo hacer lugar a las identidades y experiencias no binarias del sexo, el género y la sexualidad (punto por demás fundamental y urgente), sino también cuestionar hasta qué punto nuestras ontologías, nuestras epistemologías y nuestra praxis están hundidas en la colonización binaria de la mente11.


Foto: Milwaukee LGBT Community Center.

  • 1.

    Silvana Tapia-Tapia: «Continuidades coloniales: del discurso de la protección a la familia a la regulación de la violencia contra las mujeres en el derecho ecuatoriano del siglo xx» en Universidad Verdad No 75, 7-12/2019, p. 49.

  • 2.

    N. Wa Thiong´o: Something Torn and New: An African Renaissance, Basic Civitas Books, Nueva York, 2009, p. 7.

  • 3.

    S. Tapia-Tapia: ob. cit., p. 48.

  • 4.

    B. Radi: «Binarismo» en Susana Gamba y Tania Diz: Nuevo diccionario de estudios de género y feminismos, Biblos, Buenos Aires, 2021.

  • 5.

    Ibíd., p. 78.

  • 6.

    Ibíd., p. 78.

  • 7.

    O. Oyěwùmí: «Conceptualizando el género. Los fundamentos eurocéntricos de los conceptos feministas y el reto de la epistemología africana» en Africaneando. Revista de Actualidad y Experiencias No 4, 2010, p. 26.

  • 8.

    Evan B. Towle y Lynn M. Morgan: «Romancing the Transgender Native» en GLQ vol. 8 No 4, 2002.

  • 9.

    J. Fabian: Time and the Other: How Anthropology Makes its Object, Columbia UP, Nueva York, 2014, p. XXXIX.

  • 10.

    Han Tiernan: «Census 2022 to Automatically Assign Male or Female Sex to Those who Choose not to Declare» en Gay Community News, 14/3/2022.

  • 11.

    Agradezco a Amalín Ramos Mesa su lectura atenta de una primera versión de este ensayo.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 302, Noviembre - Diciembre 2022, ISSN: 0251-3552


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