Deslegitimado por su papel en Asia y Argentina, desacreditado debido a los persistentes desequilibrios globales y con cada vez menos ingresos como consecuencia de la decisión de algunos países de pagar anticipadamente sus deudas, el Fondo Monetario Internacional enfrenta una grave crisis. Para solucionarla, algunos proponen cambios cosméticos y otros impulsan, lisa y llanamente, su abolición. El artículo expone ambos argumentos y describe en detalle otras dos posturas: la de quienes sostienen que es necesario regionalizar sus funciones de coordinación de políticas, de modo de trasladarlas a agencias regionales, y la de aquellos que proponen reformarlo de manera profunda, para democratizarlo, hacerlo más transparente y aumentar la capacidad de decisión de los países en desarrollo.