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NUSO Nº 261 / Enero - Febrero 2016

¿Una nueva izquierda en China?

El renacimiento de la izquierda china está sobrevalorado. Los nuevos «maoístas» parecen más cerca del nacionalismo que de la lucha por una sociedad más igualitaria y que incluya los derechos de las minorías étnicas y nacionales. La xenofobia y las visiones imperiales ancladas en el pensamiento oficial plantean varios desafíos para las izquierdas, y en ese marco una nueva izquierda estudiantil –surgida sobre todo tras la crisis de 2008– introduce algunas visiones innovadoras. No obstante, se trata de fuerzas muy minoritarias, en un contexto aún represivo en el que la autonomía frente al Estado presenta numerosos riesgos.

¿Una nueva izquierda en China?

«Esta es una época de oro para ser de izquierda en China». Al menos así lo juzga Zhang Hongliang, profesor de la Universidad Minzu de China y conocido maoísta, en un artículo reciente de The New York Times1. Zhang sugiere, además, que «las voces de izquierda vuelven a estar en boga», mientras en otros medios se difunde el llamado del presidente Xi Jinping a acrecentar el caudal de marxismo en las universidades2. Por otra parte, el Politburó ha organizado sesiones de estudio con el fin de pulir su materialismo dialéctico3. Pero, lamentablemente, hay razones de sobra para poner en duda este enfoque.

En primer lugar, el lema del «sueño chino» que había lanzado Xi, ambiguo al principio, hoy se define oficialmente como el «gran renacimiento de la raza china». El anhelo imperial implícito en esta frase encierra consecuencias ominosas para los vecinos de China, así como para las minorías étnicas del país. En lo que concierne a la economía, el gobierno está preparando otra ronda de apertura al mercado para apuntalar el menguante crecimiento alimentado con deuda en el que China se apoyó fuertemente durante los últimos años. Estas reformas incluirán una considerable ola de privatizaciones de compañías estatales4, mayor comercialización de la tierra5, reducción de las jubilaciones para empleados públicos6 y extensión del libre comercio7.

La clase obrera y el campesinado siguen excluidos de la política, frente a un Estado que los contempla con profunda suspicacia. Los obreros y campesinos insurgentes son canalizados a través de procesos burocráticos bizantinos y atomizadores que les ofrecen escasas probabilidades de impartir justicia, o simplemente se los despacha a punta de porra. En diciembre de 2014, la policía golpeó hasta la muerte a un albañil migrante que reclamaba salarios impagos8. Aunque los trabajadores a menudo ganan batallas particulares, no tienen posibilidades de construir un poder político sostenible.

Hay, además, una corriente xenófoba instalada en varias secciones del Estado. Las agrupaciones por los derechos laborales sufren crecientes acosos, violencia o clausuras9. En las universidades hay cazas de brujas para eliminar las «hostiles fuerzas foráneas». Cualquier cooperación prolongada con extranjeros puede servir de pretexto para aplicar mano dura.

De ahí que las declaraciones sobre una «época de oro» resulten sumamente dudosas. Pero la cuestión es mucho más complicada, imposible de comprender si no se toman en cuenta ciertos antecedentes históricos de las diversas corrientes que conforman la izquierda china.

Esta versión particular del maoísmo que conserva su influencia en partes de China hunde sus raíces en el pasado imperial del país. Desde el siglo xix, la dinastía Qing padeció décadas de agresión a manos de los colonialistas europeos, coronadas por la brutal invasión y ocupación del país por cuenta de Japón. Bajo tales condiciones históricas, era lógico que la lucha por la liberación nacional pasara a representar la «contradicción primaria», por enunciarlo en términos maoístas.

El dirigente maoísta Han Deqiang escribió hace poco: «El sueño chino es el sueño del pueblo chino. Es inevitable que adquiera fuertes rasgos de nacionalismo antes que valores universales». Aunque Han y otros como él sostienen posiciones características del movimiento socialista internacional –respaldo a la propiedad estatal y una sólida provisión de servicios sociales, oposición al imperialismo estadounidense y suspicacia frente a los derechos de propiedad privada–, su meta última no es la liberación respecto del capital. Antes bien, el suyo es un proyecto de liberación nacional y renovación del país. El capital se ve como amenaza en gran medida porque implicaría subordinación a las potencias capitalistas establecidas. Por ello, el socialismo se concibe como un medio para asegurar la autonomía de China, con miras a reinstalar el país en la cima del orden global.

Esta línea de nacionalismo suele adquirir una coloración de supremacismo han10. Claro que el proyecto de liberación nacional se ve distinto desde la perspectiva de las minorías étnicas, hecho subrayado una vez más por la trágica ola de autoinmolaciones tibetanas11 y por la violencia que cunde entre los uigures. Pocos maoístas están dispuestos a debatir sobre la jerarquía racial en China, ya que ven el gobierno comunista de Tíbet y Sinkiang como una manera de liberar a esas etnias de su propio atraso.Un problema complementario que emerge de este nacionalismo es el optimismo ingenuo de los maoístas respecto del Partido Comunista, sentimiento arraigado en las indudables gestas heroicas que llevaron hace décadas a la victoria contra el imperialismo. Pero la desposesión de tierras a escala formidable, la universalidad del trabajo asalariado y la producción de mercancías, la represión sistemática del activismo obrero y campesino, así como el surgimiento de una alianza que parece inquebrantable entre los capitalistas y el partido en todos los niveles del Estado, no se consideran síntomas de capitalismo hegemónico sino apenas meras desviaciones. La denuncia política de las prácticas estatales está fuera de discusión.

La izquierda liberal ha criticado con razón la oposición de los maoístas a las ampliaciones de la libertad de expresión, la libertad de prensa y la libertad académica. Estas restricciones continúan privando a los trabajadores chinos del espacio político que les confieren los «derechos burgueses» para articular y promover sus intereses.

China ha alcanzado protagonismo mundial fuera del paraguas del imperio estadounidense, proeza verdaderamente notable. Aunque algunos chinos de izquierda no miren con buenos ojos la inminente reiteración de las medidas a favor del mercado, no dejan de concebir la tendencia general como una manera de que el país reasuma el lugar que le corresponde en el mundo. Y toman al pie de la letra al pcch cuando este afirma que China es socialista, a pesar de las condiciones materiales y sociales que indican lo contrario.

No sorprende que esta sea la veta del izquierdismo predominante en la China actual. El simbolismo de reivindicarse como heredera del presidente Mao le otorga un grado significativo de protección. E incluso si los medios por los que abogan estos dirigentes suelen estar reñidos con la política gubernamental, sus fines son los mismos.

Pero otra parte de la izquierda china no está nada contenta con el rumbo de los acontecimientos políticos recientes, incluida la así llamada «nueva izquierda» (una designación que la mayoría de sus supuestos miembros rechazan). Estos intelectuales son, en general, cosmopolitas, ya que se formaron en el extranjero o al menos vivieron un tiempo considerable fuera de China. La nueva izquierda fustiga el giro neoliberal de China y su integración en el capitalismo global. Wang Hui, por ejemplo, lamenta la despolitización posterior a la Revolución Cultural, en tanto que profesores como Wang Shaoguang12 o Cui Zhiyuan defienden las políticas de desmercantilización y propiedad estatal como fines en sí mismos.

Esta izquierda se deja llevar mucho menos por la fantasía imperial que por la idea de instaurar en China una sociedad más justa e igualitaria. No obstante, es en gran medida una agrupación de elite, en cuyo seno muchos adhieren a una fe acrítica en la voluntad y capacidad del Estado para abordar el problema de la desigualdad. Es posible que se trate de una simple estrategia, perfectamente entendible en vista de las severas limitaciones impuestas a la libertad académica. No obstante, el poder autónomo de la resistencia social es una omisión significativa en muchos de sus análisis.

Más prometedora parece la incipiente izquierda estudiantil que ha ganado popularidad especialmente desde la crisis de 2008. Aunque sigue siendo poco numerosa, en los últimos años se ha observado una proliferación de los grupos de lectura de izquierda en los recintos universitarios. Incursionando más allá del relato oficial sobre Karl Marx, estos estudiantes han descubierto que la China contemporánea se parece mucho al capitalismo despótico de la Europa decimonónica.

Sin dejar de tener en cuenta la específica situación poscolonial y postsocialista de China, los miembros de la izquierda estudiantil están dispuestos a ver paralelismos entre las luchas de los trabajadores chinos y los extranjeros. Esta posición es importante en sí misma, en la medida en que el Estado trata de coartar la solidaridad transnacional alegando una radical inconmensurabilidad de la experiencia más allá de las fronteras. Muchos de estos jóvenes han llevado su compromiso a la práctica, dejando la universidad para trabajar en fábricas, visitar obras en construcción y enseñar en escuelas de migrantes. Han difundido la resistencia obrera en blogs y publicaciones con ideas políticas radicales. Y los riesgos evidentes no han impedido que surjan formas genuinas de solidaridad, cuyo mejor ejemplo reciente proviene de Guangzhou, donde los estudiantes brindaron un apoyo clave durante una huelga del personal universitario de limpieza13.

Aunque la resistencia social está muy extendida en China, se mantiene en gran medida despolitizada. Las alianzas entre obreros e intelectuales han sido históricamente un componente crucial de los movimientos sociales. Sin embargo, tal como lo deja penosamente en claro la experiencia europea del siglo xx, estos movimientos no necesariamente son de izquierda: el patrioterismo conservador también es una respuesta posible a la inestabilidad forjada por el capitalismo. Este rumbo de los acontecimientos sería un desastre en la China contemporánea, tanto a escala nacional como internacional.

La izquierda estudiantil ha demostrado un innegable compromiso con el mejoramiento de China sin caer presa de un crudo nacionalismo ni de la fe ingenua en la sagacidad del partido. El periodo actual dista mucho de ser una época de oro para estos estudiantes, ya que su orientación política los deja expuestos a un constante hostigamiento o a riesgos aún mayores. No obstante, estos actores se encuentran en vías de establecer un nuevo eje para la política de izquierda. Y lo más importante: saben que la victoria del capitalismo chino sobre el estadounidense significa que seguiremos viviendo bajo el capitalismo.


Nota: la versión original de este artículo en inglés, con el título «The Primary Contradiction», fue publicada en Jacobin No 2/2015. Traducción de Lilia Mosconi


  • 1.

    Chris Buckley y Andrew Jacobs: «Maoists in China, Given New Life, Attack Dissent» en The New York Times, 4/1/2015.

  • 2.

    Associated Press: «Chinese President Signals Tightening of Control over Universities» en The Guardian, 30/12/2014.

  • 3.

    Cary Huang: «China President Stresses Marxist Materialism in Effort to Silence Critics» en South China Morning Post, 26/1/2015.

  • 4.

    «China State Assets Watchdog Pledges Self Reform, Innovation» en Xinhua, 22/12/2014.

  • 5.

    «China Encourages Circulation of Land Use Rights» en Xinhuanet/cctv, 5/1/2015.

  • 6.

    Ren Bo: «China Turning Gray over Pension Reform Stress» en Caixin Online, 12/1/2015.

  • 7.

    Lin Jinbing y Wang Xiaoqing: «Year after Launch of Shanghai ftz, Three New Zones Set to Open» en Caixin Online, 16/1/2015.

  • 8.

    Austin Ramzy: «3 Chinese Police Officers Arrested in Migrant Worker’s Death» en The New York Times, 31/12/2014.

  • 9.

    Alexandra Harney: «China Labor Activists Say Facing Unprecedented Intimidation» en Reuters, 21/1/2015.

  • 10.

    Etnia mayoritaria en China [N. del E.].

  • 11.

    Dan Levin: «Tibetan Man Dies After Self-Immolation in Protest of Chinese Rule» en The New York Times, 17/12/2014.

  • 12.

    «The Politics and Ethics of the Rise of China: Wang Shaoguang», video, en YouTube, www.youtube.com/watch?v=y35inexeeay, 19/4/2012.

  • 13.

    «New Foundations for Struggle and Solidarity: The Culmination of Development and Privatization on a Guangzhou Island» en Libcom.org, 7/10/2014.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 261, Enero - Febrero 2016, ISSN: 0251-3552


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